2 minute read

Palabras enmarcadas La verdad sin disfraces

A veces pienso que hay una relación directa entre lo fuerte o débil que sean las personas que pertenecen a un determinado colectivo y la capacidad de la sociedad para gastar “bromas” a su costa. A más fuertes unos más débiles los otros. Eso explicaría muchas cosas, al menos eso me parece a mí. En cuanto el colectivo X ha conseguido ser más fuerte socialmente (derechos, visibilidad, etc) se acabaron las “bromas”. Es más, esas “bromas” ya están mal vistas, condenando al ostracismo más radical a aquellos que siquiera piensen en hacerlas. Eso valdría también para algunas religiones, como la musulmana. Uf, qué quieren que les diga… ¿Y qué pasa con los católicos? No pasa nada, realmente. Usted puede cocinar un Cristo crucificado como si fuera un entrecot que no pasa nada. Es más, si el colectivo católico trata de levantar la voz, de protestar, de decir “oiga, usted me ha ofendido, se ha reído de mis más profundas creencias”, entonces comienza la retahíla o, para ser más católico, la letanía: “ultraconservadores, retrógrados, fachas, viven en el siglo XVI, quieren volver a las censuras, las listas negras, el índice, la inquisición…”. Luego, claro, nos dicen que no tenemos sentido del humor. Y que no entendemos que el humor es libre y sano, sobre todo si el blanco es un católico. Al menos apelo al argumento de que si ellos pueden reírse de mí usando su libertad, yo puedo quejarme usando la mía. Y tampoco quiero que esto sea una queja, pues si de algo realmente quiero quejarme es de mi debilidad, no de otra cosa.

Sí, los católicos no somos muy fuertes ahora mismo, como se puede ver. Recuerdo lo que me impresionó cuando leí que el profesor John Senior tenía en casa todos los volúmenes de la Suma Teológica y, en cuanto les asaltaba alguna duda a sus hijos, iban todos en busca del volumen pertinente de la magna obra del Santo Tomás para aclararla. Madre mía, ya me conformaba yo con tener a veces a mi alcance uno de esos tomos y tirárselo a la cabeza a más de uno. No, bromas aparte, querido lector: qué envidia. Esos eran católicos fuertes, que enseñaban a Platón en la Universidad y leían a Santo Tomás en familia. Así se tiene mucho avanzado. Pero creo que hoy los católicos no saben ni quién fue Chesterton, así que…

Advertisement

Leía estos días el primer tomo de los diarios de León Bloy, que lleva por título “El mendigo ingrato”. Menuda fortaleza la de Bloy que, aun estando en la más absoluta miseria, viendo morir a alguno de sus hijos, todavía tuvo fuerza para levantar toda su obra, mantener vivas sus más profundas creencias (en Francia, cuidado) y le sobró tiempo para forzar la conversión de Jacques Maritain y toda su familia.

Si me preguntan qué opino de que la gente se ría de los católicos les diré que cada uno es libre de perder el tiempo como quiera o de hacer el ridículo como les plazca. Gracia, lo que se dice gracia, no me hace. Pero a lo mejor no debemos poner el foco en los que hacen las bromas, sino en nosotros que las recibimos. Yo, por lo pronto, voy a ir ahorrando para comprarme la Suma Teológica, aunque solo sea para hacer pesas.

This article is from: