Pedrito

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Pedrito

Ana Carlota Gonzรกlez Ilustraciรณn: Santiago Gonzรกlez

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Era

sábado, y como todos los sábados en la tarde, Eva, Juan y yo jugábamos en el parque: primero a la rayuela y después a las bolas. Yo soy la mejor para la rayuela; nunca me caigo ni fallo cuando tiro el tejo. En cambio, mi prima Eva gana todas las partidas de bolas y siempre se queda con las más grandes, con las mamonas. Tiene ocho ojos de tigre que brillan en la noche como si fueran luces. 2

Eva ganó tres bolas seguidas y Juan hizo lo que siempre hace cuando pierde: se puso trompudo, dijo: “No juego más” y se fue. Mi prima y yo compramos espumilla en la esquina. —¿Y ahora qué hacemos para no aburrirnos? —preguntó. En ese momento se le atravesó un perro flaco y le volteó el cono. El perro se comió la espumilla antes de que llegara al suelo y después se escapó. —¿Ahora qué hago? ¡Se acaba de ir la vendedora de espumilla! —se quejó Eva. —Yo te doy la mitad de la mía —alargué el brazo para ofrecerle mi cono.

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En ese momento vimos a un hombre que llevaba una caja de cartón. De la caja salió un sonido raro: “Arrrrc”, como si dentro llevara una gallina clueca. —¿Qué lleva ahí? —pregunté. Sin parar, el hombre levantó la tapa. Acurrucado en una esquina estaba un periquito de cabeza roja y plumas verdes. —¡Se lo vendo! Es el último que me queda. —¡Sí! ¡Comprémoslo y le enseñamos a hablar! —exclamó Eva—. ¡Los pericos son tan chistosos! El hombre regresó cuando lo llamamos. Olía a cigarro y tenía los ojos rojos, como si no hubiera dormido la noche anterior.


—¿Seguro que tienen plata? —el hombre parecía apurado, no dejaba de mirar por encima de su hombro. —¿De dónde lo trajo? —pregunté. —De por ahí. Lo malo es que para vender diez hay que coger veinte. A veces se mueren en el camino. —¿Cuánto vale? —Cinco dólares. Se lo dejo barato porque me quiero ir. —Cinco es mucho. Tengo tres. —Quedemos en cuatro. Corrí a mi casa y saqué todo lo que tenía en mi alcancía. Junté las monedas y conté tres dólares. Le pedí un dólar a mi abuelita. —¿Como para qué será? —preguntó. —Para comprar un periquito en el parque. Eva y yo le queremos enseñar a hablar. 6

—No lo compren. A los animales hay que dejarles en su lugar. Regresé al parque cabizbaja. —Me falta un dólar. La abuelita no me lo quiso dar, dice que no debo comprar animales. —Yo tengo un dólar que me regaló mi papi para mi cumpleaños. Eva salió corriendo y volvió jadeando, con un billete arrugado en la mano. Corrimos detrás del hombre, que había echado a andar en dirección a la iglesia. —Denle plátano —fue la única recomendación que nos hizo antes de dar la vuelta a la esquina. Abrimos la caja. El periquito tenía la cabeza roja y plumas verdes en el cuerpo y en la cola. Sus patas terminaban en largas uñas y se resbalaba al tratar 7


de caminar por la superficie lisa. Con su pico duro como una tenaza, trataba de romper el cartón donde estaba prisionero. En la cocina de la casa, mi abuela desgranaba maíz y la mesa estaba sucia de harina y salpicada de maíz rallado. Puse la caja al lado de un plato de queso y levanté la tapa. Mamá se inclinó para ver mejor. —¿De donde salió este perico? —cuando habló se le formaron dos arrugas entre las cejas. —A esos pobres animales los venden en la calle. Está prohibido y la policía lleva detenidos a los que coge vendiéndolos —exclamó abuelita—. ¡Pero se dan modos! Traen pájaros, tortugas y culebras. ¡Una vez vendían hasta un mono! 8

¡Tanta culpa tienen los que venden como los que compran! —exclamó, mientras clavaba el tenedor en el chumal que mamá había puesto en su plato, junto a una taza de café. Aunque teníamos hambre, salimos de la cocina sin probar los chumales, para que no nos siguieran regañando. —¿Qué nombre le ponemos? — preguntó Eva.


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Ella le quería poner Pepe, pero como yo había puesto tres dólares y ella uno, gané. Lo llamamos Pedrito. —Vamos a darle pan con vino para que hable, primero le enseñaremos a decir “Pedrito” y después, nuestros nombres —dijo mi prima. En mi casa no había vino y en la de Eva tampoco, entonces ella trajo un poco de trago y pusimos unas gotas en el pan. Pedrito se lo comió y se quedó dormido. —¡Elé! En vez de hablar se chumó —dije. Pasamos horas tratando de enseñarle castellano, pero Pedrito sólo hablaba en idioma de pericos. Cada vez que decíamos “Hola”, él contestaba: “Arrrc”, y nos mostraba la lengua.

Para que no se escapara, le recortamos las plumas de las alas con unas tijeras grandes, y lo instalamos en el patio. Saltaba de una rama a otra y sólo bajaba cuando le traíamos comida. Después picoteaba las flores, rasqueteaba el suelo con las patas y de un salto subía a su rama preferida. Pasaron varias semanas y llegó diciembre, con programas en la escuela y pases del Niño. La ciudad se vistió de luces y nos olvidamos de Pedrito. Yo le ponía agua y dos oritos en su plato cada mañana, y no lo volvía a ver hasta el día siguiente. Después del barullo de Año Nuevo nos volvimos a acordar de Pedrito, pero estaba más arisco. Cada vez que tratábamos de jugar con él gritaba “Arrrc” y se escondía o nos daba un picotazo.

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El día que se fue me di cuenta de que sus plumas habían crecido sin que lo notáramos. Una mañana, a los dos días de empezar clases, Pedrito alzó el vuelo; primero se paró en un poste de la luz, después en el techo de la casa de al lado; lo vimos remontarse 12

altísimo hasta que se perdió entre los tejados de las casas vecinas. Eva, Juan y yo buscamos a Pedrito por todo Cuenca: casa por casa, árbol por árbol, patio por patio. Preguntamos a todo el mundo… todo fue inútil; no lo encontramos. 13


Nunca más lo volvimos a ver. —Se trataba de un perico caretirrojo, nos explicó nuestro profesor cuando se lo describimos. Después de vivir en cautiverio se desorientan, no pueden encontrar comida y se mueren de hambre. Es muy difícil que sobrevivan en estado natural. Cada vez que veíamos un periquito nos acercábamos para ver si era él, pero siempre se trataba de otros pericos. Hasta hoy nos preguntamos donde estará. Antes de dormir siempre pienso en Pedrito. Deseo de todo corazón que no se le haya olvidado cómo encontrar su comida. Muchas veces sueño que encuentra el camino de regreso a su bosque. 14


UnidadTĂŠcnica


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