Ela y el Olvido Por: Viviana Patricia Puentes Fuentes
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I PARTE ELA
Mientras contaba las estaciones que le hacían falta para llegar a su parada, pasaba el tiempo en un tonto juego: intentaba adivinar los nombres, edades, profesiones y hasta sueños y secretos de las personas que también viajaban, esperando. Se preguntaba si eran sólo palabras, o por fin había aprendido a disfrutar más el camino, y dejar de pensar en el destino. Entonces, y esquivando miradas que ven al suelo y nunca se atreven a fijarse en los ojos, se distrajo pensando en improperios para Benedetti: “Porque es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Habían pasado algunos meses desde que él y ella, Ela, se habían despedido.
Dejó el libro en la estantería, otro día lo compraría. No hoy. Quizá mañana. Y así volvería a buscarlo, abrirlo, olerlo, hojearlo, mimarlo, disfrutarlo, como un amante al que mucho se desea, pero solo se disfruta de vez en cuando; casi un ritual para su pequeña diversión, aunque no muy festivo para el librero que semana a semana veía cómo la chica iba y venía de sus libros, preguntando lo mismo cada vez. ¿Y éste?, ¿Cuánto vale?, ¿Traerás más de aquel otro autor?, ¿Harás rebajas? Y así, luego de preguntar y preguntar, se marchaba de la tienda, muchas veces al mes sin llevar nada, aunque de vez en cuando algo pasaba cuando se daba un lujo, y compraba. De lejos alguien la observaba, distrayéndose de su propio libro. Ela -así se llamaba-, no se percató de unos ojos que disimuladamente curioseaban sobre su “particular” gusto literario, y se fijaban claro, en su falda.
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Miró el reloj calculando si alcanzaba a tomar un café antes de presentarse en la floristería de Alba, su tía. Desde hace algunos meses la ayudaba a llevar su negocio; mejor ella que su prima Lorena, quien aspiraba a algo más que “vender flores”. Alba siempre excusaba a su hija, diciendo que estaba ocupada estudiando, o con amigos, o con gripe, o dolor de cabeza... La verdad es que lo único que la aquejaba, era más bien una enorme y general falta de ganas. Y así, en medio de plantas y flores -de las que aún no terminaba de aprender sus nombres-, trataba de ser útil para su familia mientras hacía algún dinero para solventar sus gastos, que por estos días no iban más allá de unas lindas botas de invierno que hacían juego con una sombrilla del mismo color, y un libro que la había cautivado. Si, uno, uno sólo esta vez. A fin de mes ya lo sabía, iría donde aquel viejo librero que tan curiosa u odiosa la encontraba cada vez que puntual asistía a su cita, esa a la que iba generalmente los miércoles o sábados en la tarde, cuando con los mismos ojos medio curiosos-medio brillantes, llegaba al encuentro de aquellos libros en los que parecía refugiarse. Aunque bien sabía ella, que lo que realmente la atraía de aquellas tantas historias ajenas, era en realidad un secreto disfrute de huir un poco del tedio que negaba, y que a veces la invadía, causado por su inexistente, y a la que consideraba seriamente aburrida, vida sentimental.
Le gustaba pensar que vivía en una aldea a la que ella curiosamente llamaba “La Ciudad de la Lluvia”, un lugar en el que se sentía feliz y en el que ella era la cuidandera de pequeños y grandes seres hojados, que en sí contenían grandes historias. Amados libros. Gotas caían en la ventana. Era miércoles, sí, miércoles y su corazón latía con fuerza esperanzado en ir esa tarde a la librería, pero había cosas menos divertidas y más responsables que hacer; cuentas por cobrar y otras por pagar. Su prima Lorena, que como cosa extraordinaria había ido esa tarde a la floristería, la miraba soltando risitas tontas. -¿Cuándo me hablarás de un chico como lo haces de tus libros? Quiero verte un día, con ese brillito en los ojos y picardía en la boca, más allá de decir “Me voy a la librería, me voy a la librería”. ¡Vaya que si no sabes dónde está la acción en esta ciudad! Ela sonrió y siguió haciendo ordenando facturas. -Treinta y cinco, más doce y quince de aquí... -Ajá, sip, ¡Hey tú! es contigo, hazte la loca. -Lore, Lore querida, qué pequeña y tonta eres. Aunque a decir verdad, y aunque a su prima a veces le faltara un tornillo, una pregunta se estaba instalando, incómoda en su alma. Aún llovía, y la lluvia no era el mejor clima para comprar plantas o flores, lo que hacía esa tarde de la floristería un lugar aburrido -ideal para que su mente empezara a divagar y cazar pensamientos- , pero quedaba localizada en el centro, y a ella, además de sentirse de ayuda para su tía Alba, le gustaba sentirse parte de esa aldea, en la que había cafés, humo, autos y bicicletas. Y es que en ese rompecabezas de gotas, caras y casas, últimamente como que había algo que no encajaba, o que quizá hacía falta.
¿Estaré enferma? -Tengo como escalofrío en la piel y los huesos. Ha de ser este clima lluvioso... ¿Qué me pasa? (¿Y es que esa aldea no hay un Romeo? Se pregunta, a esta hora el narrador-a) ¿Acaso faltará en esta historia, como en cualquiera que valga la pena contar, un corazón, un mago, un amor, un Don Juan? Ella era Ela. Y si, puede ser, quizá sin saberlo, que sólo por hoy, que, a ella, a Ela, esta vez le faltara Él.
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Te propongo un trueque ¿Libros por flores? No, no este mes e L a. Sabes que necesito el dinero. Pero también necesitas las flores Contigo no hay caso...-susurró-. ¿Qué caso? De qué hablas...
Entonces pasó. Unos ojos, esos ojos, y como nunca antes alguien lo había hecho, vieron a través de un alma. Y una falda. − − − − − − − −
De veras E l a, con esta lluvia, libros y flores como que no van muy bien. Vamos, Mario. ¿Qué libro es ahora? ¡Pero si yo vengo a comprar!... ¿Qué vienes a qué E l a? Mmmm, ok, Sr Mario, tú ganas, vengo a mirar.... y a veces a comprar... libros a tu librería desde que descubrí este muy “cool” “fantástico lugar”, hace ya tiempo. ¿Por qué no hacerlo? ¿Hacer qué? Ya no sé de qué hablas. Que son sólo excus...
Y así, unos ojos que también tenían nombre, piel y pestañas, vieron a E L A a través de sus botas, y falda. La detallaron entre libros, -Jardinería, cocina, poesía barata, libros de viaje, un diccionario y un Atlasdel libro a las botas, de la bota a la falda. De la falda al pelo, desordenado, Pelo, libro, librero que también observaba, su alma. −
Excusas... de esas que siempre tienen todos cuando algo ordinario o quizá extraordinario pasa cuando hay lluvia, Unos ojos -que también tenían piel y pestañas dijeron- esquivando la mirada del librero, y sacando su paraguas.
“En invierno hay más infidelidades, por la lluvia, porque la gente busca más abrazos, más calor, más contacto, por cuestión de sentir soledad o frío, pero también de piel y deseo -claro, o porque a veces también aparece alguien del pasado-(...)” - ¡O simplemente porque les da la gana! dijo dejando el periódico en el asiento del lado, al tiempo que veía la ciudad y su autobús avanzaba. - ¿En serio la gente quiere leer esto? ¿No habrá nada mejor o más interesante sobre lo cual escribir, que un artículo sobre si hay más infidelidades en verano o en invierno? ¡Algo que en verdad haga diferencia! ¡Algo que importe! Dijo como para sí, pero aparentemente con un volumen más del normal porque varios ojos se le quedaron mirando... Unos ojos. - ¿Política, fútbol, religión, estética, fútbol, arte, economía, fútbol?... escuchó que le decía una voz masculina. - Aunque te he visto leer los más diversos temas, y apostaría que ahora secretamente en casa estás leyendo una novela...rosa. No puede ser tan malo. ¡Vamos, tu eres chica, no me digas que no te interesa saber qué dicen los que escriben sobre las relaciones!... ¿Dije fútbol? Sonrió. Entonces Ela cerró los ojos, y los abrió, escuchando la voz masculina que claramente se dirigía a ella, mientras bajaba el diario que aún cubría su rostro, hasta sus piernas. -El chico de la librería... -La chica de la librería... -dijeron, al tiempo, los dos. - ¿Obtuviste algún libro del viejo librero? Como si la conociera de siempre, y sin presentarse, simplemente preguntó. -No, no este mes. Pronto le llevaré otras flores, que pueda ser que ahora sí le gusten- dijo ella nerviosa, pensando en alguna respuesta no muy tonta, mientras ordenaba ideas, en medio de la sorpresa por aquel extraño encuentro. -Muy bien. Pues suerte esta vez. Esta es mi parada -dijo, viendo por la ventana. Adiós... El autobús se detuvo y el chico se bajó. Y así como llegó, se fue. Era Él. ¿Adiós? Sip, adiós.
Atlas viajero- Mapamundi en dos cuerpos Bici/ Ela/cicatrices/Lluvia y frío en el centro/amores, flores, libros/Gente/Un jardín, un prado, una escuela, una flor/Las botas. Humo y viejas canciones Una moneda echada a la fuente, de la suerte. De nuevo a la librería Una piedra, un sol, un silbido, un escape, una ventana Azul Un gato, algunas gallinas, estrellas, pocas. Tu mano en mi falda ¿Café? ¿Helado? Conquista, Victoria. ¿Derrota? Los abrazos de la abuela
Sueños y destellos Unos ojos, tus ojos, mis manos, sus ojos. Mis lágrimas. Nudos del pasado que buscan ser desatados Justa no es, la vida, pero así es Por favor, perdón, lo siento, gracias. Números, cuentas, campanas y letras, des-promesas y no-palabras La calle, el adiós, la flor y la carta te irás Otra vez. Esa, eLa, ella, ellas, las otras Lo que rasga y no se ve, lo que duele y lo que sangra. Preguntas, dudas, certezas. Autores y misterios. Oraciones, susurros, encuentros, placeres y latidos. A veces sueño despierta. Let me sing you a waltz- Sin voz en la garganta. Mapamundi en dos cuerpos Ella por él, ELA para él El para eLA Para qué más. Si no quedan palabras Mariposas amarillas... Les cortan las alas Tatuajes en el alma Colores y mandarinas Libros que vuelan y notas que escapan Frío en los huesos. Ebriedad, Licor, vino y anestesia eLa El librero Luces y sombras Libros de nuevo Atardecer y amanecer Primavera e invierno Algo pasa Miel, Mi él.
Con las manos metidas la tierra fresca y algunos cabellos en su rostro, Ela, distraída, se ocupaba de los asuntos de la floristería. Su tía Alba había decidido no sólo vender flores, sino ampliar su actividad al vivero, así que había más trabajo para hacer, incluidos fines de semana. Llevaba dos semanas sin ir donde el viejo librero, y más allá de los nuevos títulos de los que se estuviera perdiendo, un pensamiento recurrente sacudía esa mañana su mente y cuerpo. -Sólo ha sido una tonta coincidencia... Sí. Ver a ese chico en el autobús había causado en ella una emoción que no le era cómoda. La intranquilizaba. Y no es que no se hubiera interesado en chicos antes. Por supuesto. Incluso se acordó de uno de épocas del colegio, al que solía saludar con una amable palabra o sonrisa, aunque los otros chicos se burlaran de aquél. Claro, era la adolescencia. Pero esos años ya habían pasado, y por alguna razón, aunque hubiese tenido encuentros ocasionales con uno, lo que había muy bien guardado para sí, era su corazón. De ahí el asunto de que se sintiera vulnerable ante esos ojos... Unos ojos. -Ojos, que también tenían pestañas, piel y cuerpo-. - Ojos que pronto susurrarían al oído palabras, pasión contenida y caricias. - Ojos que tenían manos y dueño.
Que la llevarían a las mariposas y al sol...
-Vida, placer, adioses y futuros recuerdos-
/Música/ que lleva/a otros lugares/ ebriedad de pieles y cuerpos/espinas y rosas, rosas y espinas, se elevan/festejan/inconscientes y desconocidos gemidos nacen, mueren se juntan se arman se aman. Una rosa que es Rosa y es es-pina.
Rosa es como las rosas y tiene un traje de princesa corazón de plumas, y armadura. La protege y viste también aísla del dolor, del calor y del color de sí, de fuera. Y si fuera... Y si pudiera -Y si vinierasOjalá no te fueras. También la cubre de belleza Rosa que no sabe ser rosa sin espinas Rosa que es nombre, y es flor, -una que le gusta mucho a UmbertoEco. de
Rosa Rosas que viste un bello traje y tacón pero que no quiere ser Penélope, prefiere ser sólo ella, Rosa. Ella quien viste un traje rosa Y que tiene un amor, escondido por el que deshoja margaritas del que aún siente aún la suavidad de sus besos, que acarician y apenas rozan sus labios, carnosos, carmesí que la llaman susurrando a su oído. ...Escalofríos. Y con un tacto y cuidado, casi invisible, imperceptible a pesar de los años y al pasar los años en voz baja y en sueños hechos deseo y recuerdo le dicen, Rosa. Espinas.
Parte II. Ela se transforma en de quien proviene, Manuela La clase de historia empezaba y‌.