Encerrados y libres Cuentos desde la pandemia
Encerrados y libres
Cuentos desde la pandemia
Francisco Chíguil Figueroa Alcalde en Gustavo A. Madero Rosalba Cruz López Directora Ejecutiva de Cultura, Recreación y Deporte, GAM José Luis Méndez Pérez Coordinador del Centro Cultural Futurama José Luis M. Ontiveros Enlace Centro Cultural Futurama Edición Vladimir Cano Diseño y cuidado editorial Laura Ilarraza Imagen de portada Shutterstock Imágenes de interiores Pixabay Edición digital publicada por Centro Cultural Futurama Con el apoyo de Alcaldía Gustavo A. Madero Ciudad de México, 2020
Florecer bajo la tormenta
A las mujeres y los hombres que siguen en lucha y no han perdido la esperanza
M
arzo. Las noticias internacionales alertaban que en Italia y España se vivía una crisis sanitaria sin precedentes. Las crónicas periodísticas narraban sucesos que nos parecían sacados de alguna serie apocalíptica. El horror parecía lejano, el Atlántico y sus nueve mil kilómetros de distancia entre México y Europa parecían mantenernos a salvo. Abril. De un día para otro suspendimos en su totalidad el vertiginoso devenir de nuestras vidas. El tiempo y los días quedaron flotando en un limbo inefable. Daba lo mismo que los relojes y calendarios marcaran un viernes a las diez de la noche o un martes a las cuatro de la tarde. Nuestros hábitos se circunscribían en vivir a destiempo de todo. Muchos estuvimos pendientes del informe diario de la emergencia y no alcanzábamos a ver en medio de esa espesa bruma el final de la cuarentena salvavidas. Mayo. El confinamiento se aplazaba hasta el día 30; los abrazos y los besos hasta nuevo aviso. El orden de nuestra existencia comenzaba a latir en crisis. La escuela, el trabajo, nuestros quehaceres cotidianos, las reuniones con nuestras familias y amigos estaban suspendidas en una cuenta que parecía eterna. Por nuestros ojos y nuestra consciencia se paseaba la muerte, la pérdida, la quiebra, la angustia y el miedo. Nadie estuvo preparado para enfrentar un caos de ese tamaño. Junio. Esperar se volvió insostenible. Era urgente reactivar al menos una parte de nuestras vidas. El Centro Cultural Futurama convocó al público en general a su primera temporada de talleres a distancia y en tiempo real. La respuesta fue inmediata y el reto de organización y logística nos llevó a romper un paradigma: construir una nueva forma de hacer arte apoyándonos en todo lo que tuvimos a mano. Aquí comienza nuestra historia juntos. Recuerdo las primeras sesiones mirando en la pantalla de la computadora un mosaico de recuadros negros y micrófonos en silencio. Recuerdo tímidas voces opinando acerca de la lectura en turno. Recuerdo mis largos monólogos intentando contextualizar el objetivo de nuestro taller: escribir un cuento propio partiendo de la premisa de que todos tenemos una muy buena historia que contar. Poco a poco, y gracias a las obras de Quiroga, Arredondo, Cortázar, Bolaño, entre otros, comenzamos a sentirnos en territorio amigo. Surgieron expresiones humanas, tales como: “este cuento me hace sentir la angustia de no saber nada de mi familiar hospitalizado”; “recordé los viajes a Acapulco, todos amontonados en el coche de mi papá, llegábamos derechito a la alberca”; “me encantó este cuento”; “nunca pensé que se pudiera escribir utilizando tantos narradores en el mismo texto”; “me gustaría vivir algo así”. Este fue el detonante para que cada quien buscara dentro de sí mismo y comenzara a desarrollar el argumento de su cuento en tan sólo diez líneas. “¿Quién quiere leernos su avance?”, les preguntaba, y otra vez se hacía el silencio, aunque cada vez era más breve. Se encendía una cámara y un rostro sonreía compartiéndonos su proceso creativo. En cada trazo que fue conformando cada uno de los cuentos que el lector tiene ante sus ojos hay un viaje colectivo, un acompañarse solidario sin habernos visto nunca antes. Como en una road movie, cada quien fue transformando la idea de sí mismo y de su trabajo literario en un trayecto que duró ocho semanas y cuyo resultado hoy se llama: Encerrados y libres. Cuentos desde la pandemia. La mayoría de nuestros autores publican por primera vez; mujeres y hombres de todas las edades, ocupaciones e intereses. Nuestro multitudinario taller fue conformado 4
por estudiantes, comerciantes, pedagogos, deportistas amateur, correctoras de estilo, amas de casa, historiadores, biólogos, artistas plásticos, diseñadoras, cuentacuentos, actores, profesoras, microbiólogas y un sinfín de ocupaciones más. Todas y todos artistas que encontraron en este recorrido nuevas herramientas y un acompañarse en medio del túnel tan largo y oscuro que han sido estos meses de confinamiento. Por la presente antología, desfilan textos muy variados, perspectivas narrativas y estilos diversos. El magnífico hilo conductor que une sus cuentos es la frescura y escritura genuina en cada uno de ellos. Se encontrarán algunos temas recurrentes: la recreación de una pandemia y sus consecuencias en ese pequeño universo de la ficción; el encuentro erótico-amoroso con sus anhelos y nostalgias; la batalla interna de personajes que luchan contra sus pesadillas, sus obsesiones, sus miedos y angustias. ¿Hacia dónde apuntan estas sutiles coincidencias? Desde siempre, el ser humano ha encontrado en el arte un primigenio vehículo de expresión a todo aquello que le fascina o le atormenta. En el arte están las claves de toda civilización, en él confluyen las ideas, la palabra, la creación, el espíritu y la resistencia ante la abrumadora realidad. Pienso en las horas de soledad que vivió cada autor fraguando su cuento. Aislarse de las malas noticias, buscar un momento para sí mismos, pensar en un buen final, darle vida a un personaje y, a través de todo esto, tener la valentía de florecer bajo la tormenta. Gracias a cada una de nuestras autoras y autores, gracias a la Dirección Ejecutiva de Cultura Recreación y Deporte de la Alcaldía Gustavo A. Madero; a Rosalba Cruz López, su directora; al profesor José Luis Méndez, director de Centro Cultural Futurama; a Joss M. Ontiveros, coordinador y enlace de todos los talleres que ahí se imparten. Gracias a Laura Ilarraza, nuestra editora. Gracias a usted, querido lector. Aquí estamos, Encerrados y Libres.
Vladimir Cano
Alcaldía Gustavo A. Madero, octubre de 2020
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...libres
Imagen del taller "Escribir Ficciรณn: Narrativas Breves", impartido por Vladimir Cano, como parte de las actividades del Centro Cultural Futurama en agosto de 2020.
Este tiempo
Mauricio Bustos Romero
A
noche estaba tirado en el sillón bebiendo cerveza, pensé en dejar de tomar y fumar, y también de sentarme afuera de la casa para observar a las madres que van por sus pequeños a la escuela: después del mediodía me gusta aplastarme en los escalones de la entrada y mirarles el culo, mientras corren por toda la calle porque ya es tarde y deben recoger a sus pequeños que dejaron encerrados en la escuela; parecen locas. Es divertido ver cómo mueven las nalgas y rebotan para todos lados hasta que logran dar vuelta en la esquina. Son culos veloces, pienso, y bebo de una lata mientras me hundo en el sillón. Creo que a veces no importa que el culo esté gordo y arrugado: una mujer mayor es grandiosa sólo por ser mayor. Así que todavía era de noche, me levanté del sillón y fui al viejo refri, lleno de imanes y volantes, por otra cerveza barata, en el Oxxo de la esquina cuesta sólo cuarenta monedas el six. Y por quince más me dan un paquetillo de cigarros sin filtro: deme dos, por favor; chido. Lo mejor de la cerveza barata es que no me provoca resaca al día siguiente. Estos días no están para andar por la vida bebiendo cerveza cara y fumando cigarrillos con filtro. Este tiempo es una mierda. Este tiempo no es para nosotros. ¡Qué chingados digo, no es para mí! Entonces me detuve frente al refrigerador. Es uno viejo, más viejo que yo. Creo. No lo sé y no me importa. Últimamente ya no me da tristeza abrir y verlo vacío. Como un agujero sin fondo. Una cebolla por la mitad y un tomate podrido intentan llenar el cajón de las verduras. Nadie come con eso. ¿Pero a quién le interesa tener comida en el refri si no tiene una estufa en casa? Como sea. Un elegante paquete de seis latas, convertidas en tres, ahora en dos, adornaba el centro del viejo refrigerador. Yo antes no necesitaba un armatoste de éstos, pero la vecina que me lo vendió, insistió en que me serviría. En realidad la perra sólo quería entrar para acostarse conmigo porque su marido vende seguros y es un bueno para nada. Así que nada, tuve que darle lo suyo. A veces viene por la mañana y la pasamos bien, hasta que se convierte en una de esas señoras que corren por la calle, pues tiene que ir a la primaria por el Jorgito. Dicen que se parece a su papá. Yo digo lo mismo. Destapé la lata y volví al viejo sillón, que también era mi cama. Estaba lleno de manchas y un resorte ya me lastimaba la espalda. Recuerdo que ya pasaba la medianoche. Bebí un gran trago, luego otro y otro y otro. Me quedó poco más de media cerveza. Me volví a acomodar hasta el fondo del sillón, me relajé y pensé que este mundo no estaba hecho para mí. Encendí un cigarrillo y clavé una sonrisa ante la pared, igual atascada de manchas, no sé cómo llegaron a ser tantas. Pensé que no debía dejar de beber ni de fumar, ni de ver esos culos veloces pasar frente a mi casa todas las tardes. Ver culos es una manera rápida y divertida de consumir el tiempo. En serio creo que estos tiempos no son para mí.
Mauricio nace un nubladísimo 2 de septiembre de 1991
en el ya olvidado y sucio Distrito Federal. Se forma en el camino de los medios de comunicación, pero siempre de la mano de las artes o cualquier otra forma de ex-
presión visual. Su obra se concibe a partir de lo grotesco, la sangre y el humor. Es considerado licenciado por su perrito y por él mismo como el único artista en el mundo, que lo mantiene real.
Arte del autor
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Amores clandestinos
María de Lourdes Calderón
U
n edificio de cinco pisos con la pintura descascarada, deslavada, en otros ayeres su color gris azulado había visto mejores épocas. Trozos caídos de mampostería mostraban las entrañas de la vieja construcción. Tenía las ventanas y el zaguán herrumbrosos, de herrería garigoleada, deslucida, oxidada y carcomida, unas tal vez a punto de caer y otras apenas sostenidas por el aire del tiempo. Son diez departamentos, familias que llevan años gracias a la renta casi congelada y a que se encontraba muy cerca del centro de la ciudad; en su interior se entretejen historias a capricho, causando conflictos o atisbos de alegría resguardadas por sus tristes y viejas paredes. Laura, la del dos, llegó cuando tenía ya tenía un bebé casi recién nacido. Ahora Luis ya tiene dieciocho, joven delgado y apuesto, con dos hermanos menores, Emilio, de diecisiete, y Rodrigo, de dieciséis, jóvenes estudiando arduamente para lograr una vida diferente a la que conocen. Cuando ellos se van a la escuela, Laura comienza sus labores cotidianas. A veces suspira y recuerda sus sueños de adolescencia: ser una gran doctora, reconocida y famosa. Exhala un nuevo suspiro y recuerda cuando conoció a Rodrigo, compañero de la Facultad de quien, con sólo verlo, quedó prendada y sin pensar en las consecuencias se entregó con pasión al primer amor. A los diecinueve años quedó embarazada, con sus sueños e ilusiones derrumbados. No se podía quejar. Rodrigo trabaja en una imprenta en los portales de Santo Domingo, es buen esposo y nunca falta la exigua quincena; es un buen proveedor comprometido en la crianza de los hijos, pero sólo eso. Laura recordó los primeros años llenos de pasión y cómo poco a poco, por miedo a un nuevo embarazo, el fuego de sus encuentros se fue apagando. Mientras continúa con el quehacer sus pensamientos y recuerdos siguen, suaves lágrimas se deslizan por sus mejillas hasta convertirse en sollozos desgarradores cobijados por la soledad reinante, cargados de tristeza y desesperanza, se sienta en la cama y sus manos se crispan en la vieja colcha aferrándose a ella con desesperación; de a poco se va calmando, se limpia las lágrimas con ella y con paso cansado se dirige al baño.
María de Lourdes Calderón Contreras.
Villana de nacimiento (nació frente a la
Basílica de Guadalupe). Siguiendo su camino, primero como guía Montessori, terapeuta y abuela cuentacuentos. Hoy es tejedora de
sueños, mandalas e innumerables historias.
Al doblar y coser hojas de las libretas que elabora, sabe que el oficio y la pasión por escribir perdurarán por siempre.
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Al contacto con el agua de la regadera su cuerpo comienza a relajarse, se frota fuertemente con el zacate en un vano intento de limpiar con el agua todo lo que siente en su interior. Sale con la piel enrojecida secándose acuciosamente, el espejo de cuerpo completo pegado en la pared de azulejos moteados refleja su perfil. Todavía posee un cuerpo flexible y ágil, de amplias caderas y senos erectos, una diminuta cintura con un pequeño abdomen, recuerdo de sus tres embarazos; muslos y piernas firmes, torneados y una larga cabellera rizada que le llega a la cintura cuando está mojada. Con movimientos rápidos, sacude su cabello y queda su cara despejada; tez morena clara, piel lisa y suave, ojos grandes enmarcados por largas pestañas que en momentos de pasión aletean como mariposas al vuelo. Pareciera no tener más de cuarenta, cuerpo lleno de necesidades. Laura se gira y se contempla, se mira de pies a cabeza y poco a poco empieza a tocarse, entrecerrando los ojos evoca los primeros años de pasión con su marido, el tiempo que pasaban deleitándose en múltiples escarceos hasta llegar al clímax. Exhalando un largo y profundo suspiro recuerda como poco a 11
poco los encuentros se fueron espaciando, luego los chicos iban creciendo… su esposo llegaba cansado y aprendió a hacerlo cuando era conveniente, sin rastros de pasión. Comenzó a vestirse aún con el pulso acelerado, sentía que algo le faltaba. ¿Acaso eso era todo? Quería encontrar respuestas. ¿Habría algo que hiciera brincar su corazón? Sonrió para sí y recordó cuando conoció a Liz, la del ocho, tan llena de vida y con una alegría desbordante y contagiosa. Tenía una hija adolescente y poco tiempo de haber llegado al edificio. Liz era de cuerpo delgado, estatura media y cabello corto con mechas azules; sonrisa inmediata y destellos en sus ojos café claro cuando la miraba o cuando se apasionaba en alguna plática. Algunas veces coincidían en las escaleras, en la entrada del edificio o cuando subían a lavar. Laura era reservada y quien siempre llevaba la plática era Liz, mientras la miraba de esa manera peculiar. Cuando esto sucedía, su corazón saltaba de manera inexplicable, no quería pensar, únicamente experimentar esa sensación tan olvidada y al mismo tiempo tan nueva. Era viernes, día de lavar. Recordó que al cuarto de servicio también le tocaba una escombrada y sin darle más vueltas subió las escaleras con su pesada carga. Mientras se remojaba la ropa, empezó a ordenar y acomodar el cuarto cuando escuchó que
la puerta se cerraba y, recargada en ella, Liz la miraba; empezó a acercarse sólo mirándola, poco a poco le acomodó un rizo detrás de la oreja rozándola suavemente y atrayéndola hacia sí. La besó en los labios, suave, delicadamente, hurgando poco a poco hasta que la necesidad acuciante que las invadía llegó a su clímax. Arrebatadas, se acostaron en el viejo camastro entre el olor del jabón y el suavizante. Sólo se escucha el rechinido del colchón mientras dos cuerpos se desnudan explorándose, encontrando nuevos recovecos jamás explorados, inimaginables sensaciones que le brindaron a Laura un cúmulo de placer nunca conocido. Mientras se escuchan golpes en el zaguán y gritos e injurias en las escaleras, en el cuarto de servicio los rechinidos aumentan, los olores se mezclan, el sudor, los jadeos, las miradas hasta que los sonidos disminuyen poco a poco. El cabello de Laura cae desparramado con pequeñas gotas que brillan iluminadas por un exiguo rayo de sol, mudo cómplice de lo que sucede en un pequeño cuarto de azotea de un viejo edificio. Se oye un portazo como un eco lejano. Ellas ni se inmutan. Aún se tocan, se sienten, se miran mientras al unísono exhalan un último suspiro.
Apicectomía
Nevid Ascenci
H
ay dolores que dinamitan el ser y que no se le desean a nadie. Mi ansiedad es inminente,como cuando competía y ganaba todo en la lucha grecorromana, esa sensación de colgarte medallas me invade. No podía conciliar el sueño, porque anhelaba que llegara este día veinte, como cada mes, correr ese largo pasillo, esperando que la prótesis de la rodilla derecha no me lo impida, llegar al buzón para recoger puntualmente la carta de mi querido y lejano Álvaro Aldana, romper el sobre y penetrar toda mi atención en esas letras deformes y desesperadas, sentirme en compañía de alguien y cobijarme en sincero cariño Mi pensamiento está atento al momento descrito, repitiéndose una y otra vez en mi cabeza, mientras estoy boquiabierto ante aquel armamento que somete mi segundo molar superior derecho queriendo extraer un quiste periapical. La anestesia hace un efecto preciso y comienza a confundirme entre el blues y los tantos comentarios que hace el cirujano al asistente, dejándome el tiempo suficiente para pensar en la carta y el contenido, la luz del consultorio que apenas alcanzo a percibir me da la serenidad para divagar en los hermosos tres años que he estado leyendo cada misiva, tratando de calmar el dolor y la impaciencia con respuestas simples y lógicas. Necesito que este calvario termine para ir y escudriñar cada párrafo, comprender cada palabra y tratar de ponerle un punto final. Después de dos horas, siento como van cosiendo mi devastada encía y comienzo a percibir un aroma a menta que me hace recordar a Fermín. Él era mi inquilino, sofisticado y precoz amoroso, excelente cocinero y sagaz para jugar dominó, lástima que un día salió de casa y no regresó. Se comenta que andaba con un ludópata y lo apostó; otros dicen que escapó hacia Europa por razones sentimentales. Nunca sabré. De hecho, su habitación sigue intacta por si algún día vuelve. En su opulenta recámara hay una serie de fotografías, cuadros, espejos y coloridos atuendos, el olor a menta se conserva entre cada objeto y cada rayo de luz que entra por la ventana. Siento la mitad de mi rostro ardiendo e inflamado, escucho las indicaciones y los cuidados del doctor Zurita para que la recuperación sea un éxito. Tengo unos extraños mareos, pero eso no me impide ponerme de pie y mantener en equilibrio mi corpulento cuerpo. Intento caminar con pasos apresurados hacia la cita con ese destino que he tejido de forma cruel, aspirando a la perfección, dejando una historia a la deriva, dependiendo de cartas y postales. Álvaro odia con singular firmeza todo lo que tenga que ver con teclados; él sigue escribiendo a mano y utiliza el servicio postal. Yo soy todo lo contrario, pero con él hago el esfuerzo de responder en tinta y papel; rompo con mi asfixiante pereza, para seguir con esta historia que se suspende en interrogantes y muchas mentiras. Por fin llego, recojo la carta y camino aquel extenuante túnel; subo las estrechas escaleras y abro la puerta del numero nueve, casa de todos los que tengan buenas intenciones y perversas fijaciones. Me tiro en el sofá con cierto cuidado para no estropear la herida bucal, despedazo el sobre y mantengo en mis manos aquella hoja que tiene un significado singular; esas letras plasmadas en color verde son un placebo que me glorifica cada treinta días. En esta car-
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Obra: Greco-Roman Back Suplex Autor: Marina Popska Reino Unido 2014
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ta, Álvaro cuenta que está en Tegucigalpa atendiendo una plaga en algunos cafetales y que pronto regresará a la Ciudad de México para verme y hacer efectiva la compra de una finca en Temixco y revisar el proyecto de los invernaderos para cultivar lamenta que teníamos en pausa desde hace tres años. Al leer esas líneas, el dolor tras la cirugía es contundente y el abultamiento muy evidente; unas pulsaciones invaden la zona intervenida y sudo como si alguien me amenazara con un bisturí. Por un momento quisiera un poco de cannabis o beber un suculento ron, pero la reciente herida no lo permite. El efecto de la anestesia ha pasado y una cefalea me invade, me tomo los analgésicos y dejo fluir mis pensamientos al grado de buscar alternativas prudentes y contestarle a Álvaro, como muchas veces lo he hecho. El reloj marca cuarto para las diez y siento como supura la encía y reconozco el sabor de la sangre; trato de comer un trozo de gelatina de limón y pareciera que todo esta en mi contra al ver el color verde de lo que es mi cena. Después de mi acto circense para masticar, me dispongo a cepillarme los dientes y hacer los enjuagues recomendados, mas no dejo de pensar en la respuesta. El dolor es indescriptible, un dolor que no se calma, que perdurará y que tendrá consecuencias. Tomo el bolígrafo y comienzo a escribir la probable respuesta, me cuestiono por qué tuve que abrir las cartas y absurdamente contestarlas, cuando yo sabía que Álvaro tenía planes de jamás regresar. Siento una terrible angustia. Mi barba en este momento ya parece un estropajo; quisiera que Fermín estuviera aquí y le contestara a Álvaro, que le dijera que lo espera con los brazos abiertos y que siempre ha tenido la esperanza de verlo a los ojos y perdonarlo. No sé si arrancarme el molar o terminar la contestación. La gloria se ha convertido en infierno; estos tres años de fomentar ilusiones ahora son tormentos. Entro a la intacta y ostentosa habitación de Fermín y veo entre esas fotografías la que dice “Eres el amor mentolado de mi vida” y lógico ahí está el rostro con nariz respingada de Álvaro. Veintiuno de diciembre. Despierto y me cae el veinte. No debí abrir las cartas si no era yo el destinatario. Busco las treinta y tantas misivas y las invado de cinta adhesiva y las meto en una caja. Me dispongo a ir al servicio postal y mandar el paquete a la capital hondureña, voy por aquel lúgubre pasillo y llego al buzón para revisarlo y encuentro una carta donde el destinatario soy yo, Eustasio Nakamura, dirigida desde San Pedro Sula, remitente Fermín Bravo. Es tanta la impresión que la apicectomía se me ha olvidado entre las cartas de amores lejanos y figurados, ahora tan cercanos. Volveré al sofá a contestar una carta con un té de menta helado y bien cargado, como en mis años mozos en Boca del Drago.
Nevid Ascenci es originario de la Ciudad de México. Reflexivo, irónico y sensible; hacedor de historias recurrentes en un mundo que gira sin la menor
intención de detenerse. Leal a la idea de que la
perfección, la suerte y el olvido, no existen. Piensa que escribir es un ejercicio constante de libertad. Twitter: @NEVIDASCENCI
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Casauna
Michel Jaanaí
L
e envié una carta a Emily. Le pregunté si algún día se quería casar; espero que le haya entendido a mi letra. Mamá dice que tengo buena caligrafía. Ella es mi mejor amiga y quisiera saber qué piensa de eso. No entiendo por qué las muchachas de mi ciudad sueñan con casarse; es como si toda la vida fueras una niña libre y cuando te casas te convirtieras en dos personas. ¿Por qué alguien querría hacer las cosas del otro? Tal vez no se cansan, mi mamá llega de la fábrica de textiles donde trabaja y su segundo trabajo es mi casa. Mi papá nunca habla de su trabajo, tal vez es tan difícil que no puede explicarlo, siempre llega agotado y mamá lo atiende. Hasta ahora he aprendido algunas cosas como barrer y lavar mi ropa; no se me hace difícil, sólo cansado cuando lo hago seguido, pero mamá lava la ropa de mi papá y mi hermano, me pregunto si mamá alguna vez fue como yo, que sólo lavaba su ropa. Imagino que sí. Mamá es muy buena cocinando, siempre me dice que debo aprender a cocinar para cuando me vaya a casar; creo que es un requisito, pero a mí se me hace una tarea muy difícil. Tal vez casarse es algo que no todas podemos hacer; hay muchos requisitos, tantas cosas que hace mi mamá que yo veo que son muy difíciles. A papá nunca lo he visto haciendo eso, creo que sólo las esposas lo hacen, además mi papá siempre está cansado, y lo entiendo, yo apenas puedo hacer un poco de eso. Pero mi pregunta no se contesta, ¿por qué todas se quieren casar? Creo que hay un secreto que nadie me quiere decir, una recompensa que se te da al casarte, porque si sólo se trata de estar trabajando, nadie querría. Pero no logro saber qué es. En los libros de la escuela he leído que los esposos le llevan flores y regalos a las esposas; quizá esa es la recompensa, aunque nunca he visto que mi papá lo haga. Mamá no tiene amigas, siempre se la pasa con papá, y yo no quiero perder a mis amigas, menos a Emily; tal vez ese es otro requisito para casarse, pero papá siempre invita a sus amigos a casa a jugar cartas en lo que nosotras les pasamos “los tragos” como él les suele llamar. Ilustraciones de Adobe Stock, adaptadas por la autora
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Mamá, ¿por qué te casaste?, ¿es obligatorio?, ¿qué pasa si no te casas?, ¿casarte te hizo más feliz? Marta, ¿de dónde sacas tantas preguntas? Me casé porque conocí a tu padre. ¿Se enamoraron? Sí, nos conocimos muy jóvenes. ¿Cómo se conocieron? Él me veía caminar hacia la casa; todos los días pasaba por la catedral a la misma hora y él trabajaba por ahí con su padre, yo no me fijaba que él me veía, así no fue como nos conocimos. Tiempo después tu abuelo empezó a tener negocios con su padre y las familias empezaron a involucrarse. Un día tuvimos una reunión en la casa, yo estaba ayudando a servir los postres cuando un joven se acercó a mí a platicar; era tu padre, fue la primera vez que lo vi, sin embargo, él ya sabía quién era yo. No pudimos platicar mucho ese día porque tu abuela me llamó a buscar cosas, pero bastó con eso para que tu padre y yo nos encontráramos todos los días en la catedral para platicar un rato. Tu abuelo siempre me decía que era buen muchacho y que sería un excelente esposo, mientras yo me preparaba para ser buena esposa también. Estaba muy enamorada de tu papá y contaba los días para que él pidiera mi mano. ¿Estabas? ¿Ya no lo estás? Sí, niña, haces muchas preguntas. Sólo una última mamá: ¿cómo sabías que era él con quien te tenías que casar? Todos me lo decían. Era un hombre trabajador; me convenía. Venía de una familia con un buen puesto social y político, pero, a ver, ¿por qué tan interesada, hija? ¿Acaso ya conociste a alguien? No, madre, solamente me entró la duda. Deja esas dudas y ayúdame a acomodar la ropa. Ahora, con todo lo que sé, me preocupa más cómo conoceré a mi futuro esposo, si es que me caso. Mamá mencionó que se preparó para ser buena esposa, ¿cómo se prepara una para eso? Soy cariñosa, a veces soy muy risueña, y soy buena persona. Aunque sólo de pensar que ser esposa es hacer todas las cosas que hace mi mamá… qué fastidio. Es no tener tiempo para mí; es atender a mi esposo todo el día y a mis hijos también. Aún tengo muchas dudas, pero bueno, ya no puedo ir a molestar a mamá con más preguntas. Tal vez papá quiera contarme cómo se preparó para ser esposo. ¿Será que a mi hermano no le preocupa este tema? Él es más
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grande que yo, debería de tener más dudas. Nunca he escuchado que papá le diga cosas para ser un buen esposo como mamá lo hace conmigo. Fui a buscar a papá a su estudio, no estaba, supongo que sigue en el trabajo, tendré que esperarlo hasta la noche. Papá, ¿cómo te preparaste para ser esposo?, ¿cuándo supiste qué te tenías que casar?, ¿casarte te hizo más feliz? Hija, más despacio, no se prepara para ser buen esposo. Mamá siempre me dice que tengo que aprender ciertas cosas para ser una buena esposa. Bueno, ese es en el caso de ustedes, nosotros tenemos que ser trabajadores y caballerosos para protegerlas. ¿Sólo eso? Eso suena sencillo papá. ¡Cómo vas a decir eso! nosotros llevamos el peso del hogar, el dinero y las decisiones; no es nada sencillo. Lo más difícil para nosotros es encontrar a la mujer indicada: debe ser delicada, trabajadora y amorosa. Cuando conocí a tu madre, supe que sería ella con la que quería casarme, lo tenía todo. Y como sabes “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”. Me divertí mucho con tus preguntas de niña, hija, pero tengo que descansar.
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Terminé con más dudas, ahora ya sé por qué mi hermano se ve más relajado en este tema: a los esposos no se les piden muchos requisitos. Sigo sin saber si el matrimonio se trata de amor o de una regla de vida. ¿Por qué a muchas muchachas les causa ilusión? A mis padres les hice diferentes preguntas, pero una que era totalmente igual… ¿Casarte te hizo más feliz? Ninguno contestó. ¿De qué trata entonces? Todavía me quedan muchos años para ser adulta y no debería de preocuparme, pero, si no me caso, ¿qué vida llevaré? Y si me caso, ¿por qué tiene que ser así? Pasé mucho tiempo esperando la carta de Emily; el correo de la ciudad siempre se tarda más de lo debido. Por fin llegó. “Querida Marta, me da gusto saber de ti. ¿Casarme? ¡Claro! ¿Por qué no lo haría? Imagíname con un vestido largo de corset, a mí y a mi esposo caminando por la iglesia, a mis hijos jugando en el jardín. El sueño de toda mujer…” Emily es muy inteligente, ella sabe lo que dice, necesitaba leer qué opinaba al respecto. Ahora vuelvo al inicio y creo que no hacían falta tantas preguntas, la vida es simple, todos se casan. Aún no llega mi momento en el que me imagine con un vestido largo blanco de corset, pero tal vez llegue. Emily es mi mejor amiga. Si ella dice que algún día se quiere casar, supongo que también lo haré.
Michel Jaanaí Dionicio Pérez es estudiante de Química de la FES Cuautitlán de la UNAM. La música es su mejor aliada para expresar su sentir. La mitad de su día piensa en el arte de crear historias en papel y con imágenes, la otra mitad se preocupa por la carrera. IG: @micheldionicioo
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¿Qué rosas prefieres, mamá? Claudia Patricia Martínez Villarreal ¿Qué pensaría de mí si entrara en este momento y me encontrase en donde estoy, como soy, aquel que fui a los veinte años? José Emilio Pacheco, “Otredad, otra edad”, La fábula del tiempo
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or qué tendrán nombres de mujer los continentes? Fíjate, Amérij-ca, Á-áfrica, Asia, Europa, la-la Antan-tártida y Oceanía… ¡pu-puras mujeres! —¡Uush! A tu mamá como que ya no le importa tu enorme imaginación, ella sigue cocinando tan seria; eres un chico muy listo y eso casi casi les vale a tus padres. ¡Ah, a tu papá no! Él sí te responde: —Pues quién sabe, si no son “continentas”, ja, ja, ja, hasta la Tierra es vieja, no pus, ¡qué friega con los nombres. ¡Así es! Ése es tu papá, él sí sabe de qué hablas y se ríen mucho, aunque su música no te gusta tanto, y menos para cuando comen: Rigo Tovar, Mike Laure, la Santanera… Híjole, en eso no estás sintonizado con él... bueno, la verdad ésa de “grande de caderas, es mi puchunguita” sí te late porque te la imaginas y ¡ay, ay, ay!, aunque aún no aprendes a bailar. Tú prefieres el rock, el blues y un poco de jazz. Te gustaría tocar el bajo como John Paul Jones en un grupo de rock, las rolas de Led Zeppelin, y de tantos otros, pero tus jefes no estarían de acuerdo. —Sírvete frijoles para que los calientes, te dice papá, pocos pa’ que te quepa la sopa allí mismo. —¡Sí! —le respondes de mala gana. Ya no eres un bebé, pero luego te fallan las manos y ¡zas!, como ahorita, chin, se te cayó la sopa de fideo en la parrilla; no puedes controlar ese temblor de las manos, maldición, te pone nervioso la mirada de mamá al pendiente de cómo te mueves, ¡qué ya no te veaaaaan! —Toma el trapo, límpiale –te dice mamá. —¡Ash! Con lo que te encanta que te ordenen. Lo bueno que papá vio tu cara de enojado y de volada que le limpia. Él sí te entiende. —¡Uy! Me están lla-amando, espe-pera. Es la Chío, ¿qué pasó?, ¿al doctor?, ¿po-por qué?, ¿tu ma-madre? En un ratito te caigo, ¿sa-sale? De pronto se interrumpió el programa de chismes en la televisión porque sonó la desquiciante alarma sísmica. Papá y tú bajaron corriendo las escaleras; tú para buscar a Rocío en su casa, que está casi enfrente y papá para ponerse a salvo. Mamá con su rengueo por su cadera enferma sólo jaló a su perra Negra y salieron muy despacio al pequeño y lindo 22
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jardín en lo que pasaba el temblor, allí en el segundo piso. Una hora después regresaste para comer y tu sopa estaba fría. —Caliéntala, hijo, vacíala en la cacerola. —Fue de 6.8 grados, dijeron en el radio—, le dices a mamá. —Sí, estuvo fuerte y duró mucho. Negra se asustó y ladraba fuerte. ¡Ah! Se me acabó el agua para hacer la mermelada y las gelatinas y tu padre no ha regresado. Me falta un garrafón. —Uy, y yo ya me vo-voy a acompa-añar a Rocío al banco, es importante, ya no van al doctor. Se queda-daron sin lana. Y tú le quedas mal a mamá de nuevo, es por su mala suerte, como dice papá. Ellas también te necesitan, no son más que tres mujeres y los tres niños, sobrinos de Rocío. Le dices adiós con tu mano de lejitos y te sales a cumplir con las Ocampo. Ah, pero antes le dices: —Ma, en el próximo si-sismo hay que buscar el quicio más poderoso de la ca-asa para que te pongas allí, ma. Por cierto, ¿sabes qué se usa para combac-tir la mo-ordedura de viuda negra en pe-perros y ga-titos? Se usa la di-fe-nhi-dra-mini-na… ¿cuál tomas tú? ¡Oh! Ya vi, es di-a-cere-í-na, bueno, sólo me acordé. Nos vemos ma-má. ¡Qué gacho! De plano a mamá no le haces gracia, pero tienes muy buena memoria y te gusta mucho decirle los datos que pueden servir. Cuando ibas a la primaria sacabas ocho, nueve y hasta diez por memorizar tantos nombres, las capitales de los países, los continentes, las preposiciones, los dioses aztecas. Además qué tal si las perras que le cuidas a la Chío un día… ¡zócalo!... resultan mordidas por araña venenosa… ¡el lío en que te metes! Y “zócalo” es una palabra muy bonita, te encanta cómo suena, ¿de dónde vendrá?, luego averiguas… ja, ja, ja... tú sólo te ríes de cada cosa, además pensando no se te traba la lengua y es bueno pensar de corridito. Por cierto, hace mucho que no vas al zócalo capitalino con este encierro. Caray, cómo es la vida, un día trabajarás y tendrás dinero en el banco como las Ocampo, aprenderás a tocar el bajo como dios manda y a sentirte ¡todo un tipazo!, aunque un poco jorobadito, pero cualquiera trae un defectito de fábrica que no se nota mucho. Lo primero es gustarle a la Chío, que ahorita que la fuiste a ver, con esos kilitos de más ¡se ve bien buena!, y que ya deje a su espantoso farmacéutico que está rerruco, tiene como sesenta ya el vejete. Ora, ora, ¡qué pasa aquí! Escuchas carcajearse a… ¡sí!, ya lo viste… es papá en la casa de la vecina doña Vulfrana, cómo se divierte con ellos, es increíble cómo con mamá es tan… cómo decirlo, tan… ¿agrio? Y aquí es tan alegre. Lo malo es que estén reunidos en este momento de guardar la sana distancia. Pero también él tiene derecho a divertirse, ya que con mamá no fue feliz. En cambio tú sí serás feliz con Chío, ella te quiere, lo ves en su mirada. La
Claudia Patricia Martínez Villarreal es licenciada en Letras hispánicas, defensora de los animales y amante de la música. Desde muy pequeña es una lectora con ganas de escribir, pero nunca se había atrevido. El encierro le dio la oportunidad de recrear en un cuento la transformación que la emergencia impuso a ciertas almas en estado de crisálida. Twitter: @NEVIDASCENCI
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vecina Vulfrana tiene los dos dientes superiores de en frente muy separados, ¿cómo se llama eso? Empieza con “d”… ¿cómo era? Diadema… no, ¡diastema! ¡Eso es! Ja, ja, ja. Doña Diastema se oiría mejor que Vulfrana. Pasaron dos semanas y ésta es una tarde algo nublada, se antoja algo picosito para el frío, a ver qué hizo mamá… ¡lo que más te gusta!, las enchiladas verdes sin cebolla con frijoles aplastados y, por supuesto, la sopa de letras que te fascina, pero, como siempre, apenas se está terminando la cocción de las acelgas y las papas para hacer un puré, sólo que tu hambre no te dejará esperar hasta que salgan los guisos. Tú comes lo que está listo cuando llegas para irte rapidito a chatear, oír música o leer notas del Facebook, hay tantos datos por conocer… por ejemplo: —¿Sabes cómo se llama la tendencia a encontrarle figuras a todos los objetos o manchas de las paredes o alimentos? ¡Uy, qué mirada, mejor insúltame, ma!, te digo que hay personas que le bu-buscan formas de ani-imales, árboles, casas o cachos, corres, ¡digo carros!, a todo, a una nube o hasta a un pe-pedazo de pan o queso, por ejemplo. —No sé, hijo, ¿cómo se llama eso? —Pa-pareidolia. Mira, ¿qué forma le ves a esta cáscara? Cómo estarías de distraído con una forma de pato, que no escuchaste cuando tu padre se cayó en la escalera. Mamá fue quien caminó apurada, aunque en realidad lo hizo lentamente por su dolor de cadera. Además de un hombro y una rodilla lastimados, papá respiraba con mucha dificultad, y su condición fue empeorando con otros síntomas que luego se confirmarían como los estragos del Covid-19: la fiebre muy alta, tos, pérdida del apetito y del sentido del olfato. Por recomendación telefónica de los asesores médicos municipales, el aislamiento fue en su cuarto y duró siete días sólo controlando la fiebre, pero cuando empeoró aún más y quiso ir a un hospital por la dificultad respiratoria, se murió en el taxi, junto a ti. Sólo alcanzó a balbucir: —Oye, dile a tu madre, en mi buró… el dinero… abre la ventana, hijo. Apretó los ojos y lo viste desvanecerse con un gesto terrible de dolor. Maldita vecina, la Vulfrana de los dientes, ésa que siempre buscaba a papá para dizque ofrecerle un taco; él no necesitaba ese estúpido taco, pero bien que se hacía el desatendido por mamá, y allí se contagió… y ahora qué harás tú con mamá, tú no sabes hacer nada. Sólo trabajaste haciendo fotografías, pero eso se terminó hace mucho. En fin, desde que papá no está tuviste que entrarle de lleno a la chamba; esto es muy difícil para un inexperto, te avergüenza trabajar en una taquería, a ti te gustan demasiado los animales, esto es tan triste, verlos en pedacitos… pero era urgente llevar dinero a mamá, ella está cansada y no puede trabajar, y esa ayuda del gobierno no es suficiente para los dos, menos ahora que chance y esté contagiada también por causa de papá. Lo único bueno es que ella y tú platican de verdad, ya sin las bromitas o pleitos con papá, hasta a ratos le das un poco la razón. Ahora la ves como tu único apoyo en esta vida. ¡Qué hojaldra!, siempre le diste la razón a papá y él era un poquitito duro con ella. Hoy te toca ver lo crudo del trabajo, a veces quieres salir corriendo, ese don Chon es un gandalla, goza mandándote a hacer tantas cosas sucias y te regaña si no cargas bien una cazuela pesada o no lavas rápido y bien el piso o los trastes. Te cuesta moverte velozmente y se te resbalan las cosas, qué horror, descuenta lo que rompes… y luego esas bestias de Rosendo y el flaco, que ya hasta te pusieron “zombi”, por tu caminado y movimientos, te vengarás un día de esos cabrones, pero ahorita aguántate la rabia… ¡Angry, angry, como Jimmy Page, el guitarra! Si no fuera por la música que escuchas saliendo del trabajo, ya los habrías matado.
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—Esto sí es el colmo, ma, no lo puedo soportar, no te creo que la Chío se quiera casar con el farmacéutico… ¡ella es mía solamente! Juan, ¡date un balazo, esto es mucho para ti! —Juan, ¡escúchame! Me preocupa tu futuro, qué será de ti cuando yo muera, ya no me queda mucho tiempo. Rocío podría regresar, pero tú no puedes ofrecerle nada, peor si ella se junta con ese señor con dinero. —Yo so-ólo la noté más seria en el chat, pero ¡no entendía po-por qué!, nosotros estamos cas-sados toda-avía, desde hace ocho años, sólo llevamos dos separados, desde que se aca-abaron mi-mis ahorros y ya ni-nisiquiera pude comprar el bajo… Baby, come back, think it over… La desgracia cae sobre ti porque en estos diez días tu madre también fue víctima del nuevo virus y decidió irse a casa de su hermana enfermera para estar mejor atendida y así tal vez protegerte del contagio, aunque a estas alturas ya es tarde, sólo que estás casi asintomático, pero ya te suspendieron del trabajo por la tos seca. Tienes miedo de empeorar tanto como papá, además es la primera vez que estás completamente solo y el
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dinero ya se fue en los gastos funerarios y en comidas preparadas. ¡Ay, Rocío! Tampoco tú, ni las perras pueden venir a verme por este condenado virus. Acabas de vaciar las cenizas de papá en la maceta más grande que tiene mamá con rosas de color durazno, ella tiene de cinco tipos diferentes, ¿cuáles le gustarán más?, yo creo que las rosa pálido, pero ¡todas son tan hermosas!, ¿cuántos colores de rosas existen en México? Se te ocurrió que papá estará al fin cerca de mamá, depositado en la tierra que sería un bello destino para ella, y porque mamá ama a sus plantas y más a sus rosas, las cuida tanto como ellos te cuidaron hasta este, tu año cuarenta y nueve, sin fallar ni un solo día. Y, ¿qué tal si te quedas solo, si mamá tampoco vuelve? No sabes cocinar un huevo frito, la sopa, los frijoles... ¡Ay Rocío!, desde tu ventana miras su puerta, la buscas, tiemblas, no te quieres ir todavía porque hay tanto que no sabes. ¿Por qué si ella te ama tanto, ahora finge que quiere a otro?, ¿por qué los niños nacen de dos personas que se odian?, ¿las cenizas son buenos fertilizantes para las rosas?, ¿qué hay más allá de todo esto? Si llegas a salvarte, ¿en cuánto tiempo tocarás el bajo?, ¿las rosas perciben la voz humana?
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La familia Hyalella Sandra García Medina
«El hombre, en solo un siglo, ha provocado cambios que naturalmente habrían tomado miles de años. Las temperaturas globales promedio han aumentado 0.76 ° C y el nivel del mar ha aumentado más de 4 cm. El hielo marino del Ártico se ha reducido drásticamente y casi todos los glaciares continentales se están perdiendo1. Podríamos pensar que el incremento de temperatura es mínimo, pero no es así para los organismos acuáticos en todo el planeta». A. Costello, M. Abbas, A. Allen, et al., Managing the health effects of climate change, Lancet 373 (2009) 1693–1733
Ilustración: Alba lucero García Medina 28
¿C
ómo sucedió la desaparición de la familia Hyalella azteca? No lo sé bien, siempre los observaba trabajando, recolectando desde la mañana hasta la noche. Eran muy trabajadores y tenían varios hijos. En particular, los pequeños, no sé cómo se llamaban, eran tres, muy lindos y alegres. Cuando pasaba por los campos de las Chlorella siempre estaban juntos, platicando, correteando, dando saltos alrededor de sus otros hermanos. Siempre molestaban a uno de los de en medio, Hugo creo que se llamaba, él era muy serio. Una vez me lo encontré en la zona de los lirios. Yo lo saludé, como somos vecinos y un par de ocasiones coincidimos en los eventos de la escuela —qué bueno que lo veo, pensé— por fin alguien conocido. La zona de los lirios es muy extensa, y en los últimos meses había crecido demasiado. No sé por qué se dio este florecimiento tan desmedido. Teníamos que averiguar qué estaba pasando ahí, así que mi familia me envió, al igual que a Hugo, con otros exploradores de las comunidades cercanas. Tenía miedo, jamás había estado tan lejos de casa; cuando vi a Hugo, me tranquilicé, fue un rostro conocido entre todos los demás exploradores. Pero Hugo no fue amable, me ignoró. ¿Por qué me ignoró?, pensé, si nuestras familias han trabajado en los campos de Chlorella por años. Me sentí apenado, todo el mundo se dio cuenta de su descortesía. Qué bueno que los pequeños lo molestan, por algo será. Pero ¿en qué estaba? ¡Ah!, en cómo desapareció la familia Hyalella azteca. Como les comentaba, después de investigar la zona de lirios, que no encontramos mucho, regresamos a casa. Esa noche se realizó una reunión entre los recolectores; estaban los Hyalellas y los Daphnia, que es mi familia. También estaban los Diaptomus, a quienes, aquí entre nosotros, la mayoría les habla poco, ya que tienen unos primos muy malos, unos vividores, unos parásitos que creo que se hacen llamar los Cyclops, son muy peligrosos. Aunque los Diaptomus son tranquilos, su cara no les ayuda mucho, al ser tan parecidos a sus primos, a veces los confunden. En fin, estábamos reunidos, ya que todos estaban preocupados por el aumento de la zona de los lirios. Si crecen más pondrán en peligro los campos de cultivo. Todos discutían qué se podía hacer, el abuelo de las Hyalellas recordó la última vez que esto había pasado, él es muy amable, aunque muy mayor, pero siempre está dispuesto a ayudarte. Una vez me perdí en un campo de Chlorella cuando era más pequeño al perseguir a una Lemna. Las Lemna me gustan mucho, son tan bonitas y flotan, con su verde brillante cuando la luz del sol las ilumina. Cuando la tocas, son tan suavecitas. Siempre me ha gustado la sensación que me dan, de tranquilidad, pero al tratar de alcanzar una, me separé de mi familia, cuando me di cuenta no sabía dónde estaba. Me quedé paralizado, estaba perdido, pero de repente el abuelo Hyalella apareció, me vio con su mirada tan dulce. Me preguntó qué hacía tan lejos, de seguro persiguiendo Lemna, y me contó que él también solía hacerlo cuando joven, pero ahora es muy lento como para correr detrás de ellas. Me tomó suavemente y me llevó sobre su espalda a la zona de recolección en donde estaba su hijo, el Sr. Hyalella. Siempre me dio miedo el Sr. Hyalella, tan serio y grande, aunque en realidad era muy divertido. Me entretuvo contando chistes mientras buscaban a mi familia. No sé por qué Hugo es tan grosero si su familia es tan amable y agradable. Durante la reunión, los mayores comentaron que no era la primera vez que esto sucedía, hace muchos años pasó lo mismo, los lirios crecieron demasiado después de un verano muy caluroso. Pero estamos en invierno, ¿cómo es posible?, ¿por qué sucedió ahora? Qué mala suerte tengo, justo mi padre ha decidido que debo de involucrarme más en el trabajo, ya que terminé la escuela y mi hermano tiene su propia familia y emigró. No creo estar preparado para reemplazar a mi hermano, no sé si nací para ser recolector. Aunque dice mi papá que siempre hemos sido recolectores, es nuestro papel en la comunidad, pero no creo que sea mi destino. Y ahora esto, una crisis en mi primer año, ¿cómo es posible? Cuando terminó la reunión, busqué al abuelo Hyalella. Quería saber más de esto, tenía muchas preguntas, pero 29
estaba con Hugo. Así que me arrepentí, me di la vuelta y me fui a mi casa. Pensé que quizá lo vería al día siguiente temprano en el campo de Chlorella; el abuelo Hyalella se levanta muy temprano, es el primero en llegar. Lo sé porque una vez que no quería estar en casa me escapé en la noche a ver las estrellas, me quedé toda la noche observando, oyendo el murmullo de los nocturnos. Está prohibido salir de noche desde que una vez el hijo de mi tío Daphnia pulex fue atacado por los nocturnos. Casi se lo comen. Aunque regresó, nunca fue el mismo, por lo que mi tío decidió que mejor se iban a mudar a un lugar más tranquilo. En donde no existan nocturnos, en las aguas frías de las montañas. Cuando decidí escapar no pensé en eso, solo quería salir a ver las estrellas. Como estuve toda la noche afuera, cuando regresé ya estaba amaneciendo y, al pasar por el campo de Chlorella, me encontré al abuelo Hyalella. Se sorprendió de verme. Me dijo de dónde vienes, ya sé, de ver las estrellas, cuando era joven yo también me escapaba a contemplarlas. Son muy hermosas, a mi esposa también le gustaban. Cuando era joven me gustaba tener aventuras como las tuyas, era un soñador. Le pregunté qué hacía tan temprano en el campo, me dijo que es el único momento que tiene para reflexionar. Cuando uno es adulto el paso del tiempo es más rápido, siempre se está ocupado, con algo o con alguien, uno necesita tranquilidad, paz para poder funcionar durante el día, así que vengo temprano a respirar y ver los primeros rayos de luz. Los colores que se forman durante el amanecer son tan hermosos, míralos, cómo se va iluminando todo a tu alrededor. Creo que es la mejor hora del día y no estamos aquí para disfrutarlo. Es por lo que siempre vengo temprano. En ese momento pensé que quisiera tener un abuelo como él. Yo tenía un abuelo, pero no lo recuerdo bien porque murió cuando era pequeño. Lo único que recuerdo es que siempre estaba diciéndole a mi papá qué tenía que hacer, al igual que a mis tíos. A veces pienso que mi padre por eso es así: solo piensa en trabajar y trabajar, jamás lo he visto hacer bromas como el Sr. Hyalella. No sé porque Hugo siempre está tan serio, ¿cómo puede ser así con una familia tan alegre y amable? A veces quisiera tener una familia como los Hyalellas. Es por eso que me preocupé cuando no encontré al abuelo Hyallela en el campo de cultivo temprano el día que desaparecieron. Creí haber llegado muy temprano, ya que no había luz, ¿aún es de noche?, me pregunté, ¿cómo es posible? Son las 5:45 de la mañana. Miré alrededor y vi una mancha oscura, verde pardo, hacía calor, ¿cómo era posible que tan temprano y sin luz se sintiera un calor sofocante? Esperé hasta las siete, y el abuelo Hyallela nunca llegó. Estaba asustado. Los colores que se solían formar al amanecer no aparecieron; todo era tan gris, sin brillo, apagado. Y el olor... nunca había olido algo así, ni cuando visitaba a mi amiga Dugesia en los barrios bajos de la comunidad. Dugesia fue mi mejor amiga en la escuela, muchos se reían 30
de ella por ser la única de su barrio en asistir a la escuela. Se reían de todo, porque es gordita, parda y su cabeza es curiosa, también se reían por lo que comía su familia. Aunque Dugesia había decidido ser vegetariana, a diferencia de su familia, los demás la discriminaban. No sé por qué la gente es tan mala, entre ellos Hugo. Le decía que ella no pertenecía ahí, que no era un recolector, ¿quién dijo que la escuela es únicamente para recolectores?, no lo entiendo, Dugesia sólo quería aprender. Además, la familia Hyalella también tiene algunos familiares que se encargan de recolectar los desechos, como la familia de Dugesia. Les decía, ese Hugo era detestable a pesar de tener una familia tan agradable. Pero ¿en qué estaba? ¡Ah!, en cómo desapareció la familia Hyalella azteca. La mañana de la desaparición, en los campos de cultivos de Chlorella, sentía que iba a desfallecer, pero aún seguía pensado en dónde estaría el abuelo Hyalella. Así que decidí ir a buscarlo a su casa. Recordaba que la familia Hyalella vivía en los límites del campo de Chlorella, en la zona de las macrofitas. Fui lo más rápido que pude, a pesar de que hacía demasiado calor y no podía respirar. Vi la casa de la familia Hyalella. Ellos vivían en las Azollas, tan bonitas, de color rojo y púrpura cuando hay sol y de verde azulado en la sombra. Pero ese día no tenían color y el olor era mucho más fuerte en ese lugar. Todo estaba desolado, las plantas habían perdido sus raíces, era deprimente. Me asusté y regresé a casa. No sé cómo llegué, el calor era sofocante. Le dije a mi papá que los Hyalellas no estaban, habían desaparecido. Le expliqué todo lo que había visto esamañana, le describí los colores y olores que había percibido y por primera vez vi a mi papá preocupado, me dijo que si los Hyalellas desaparecieron, entonces seguíamos nosotros, que teníamos que irnos a un lugar más seguro, a las aguas frías de las montañas. ¿Que cómo desapareció la familia Hyalella azteca? No lo sé, y creo que jamás lo sabremos, solo sé que perdimos nuestro hogar. Extraño a la familia Hyalella, incluso al odioso de Hugo. Aún no nos explicamos qué sucedió, porque teníamos tanto calor y no podíamos respirar. Porque los olores eran nauseabundos y los lirios crecieron sin control.
Sandra García, investigadora mexicana que desde pequeña encontró en la literatura un refugio. El deseo de conocimiento la llevó al camino de las ciencias químico-biológicas, pero hoy se atreve a tratar de generar conciencia y emprender el camino en la educación ambiental desde otra perspectiva, conjugando su amor por las letras y la ciencia.
Dentadura Fedra de Virgilio
L
a gente corría a comprar sus dentaduras en las tiendas departamentales más prestigiosas del país. En punto de las doce del día se agotaron las bodegas repletas de dentaduras estimadas para un año de soporte como reservas y la demanda parecía no ceder. En tal circunstancia, se tuvo que pedir la colaboración de todas las fábricas de Asia para una mega producción; la idea de pedir ayuda se disfrazó mediante un convenio internacional en vías del progreso capitalista. Todo el continente empeñó su mano de obra barata con gusto en la fabricación de los dientes. La petición por fin fue formal. Marcas de tenis, ropa, electrodomésticos. Toda clase de tiliches caros tuvieron pérdidas enormes por la parada en seco de sus respectivas producciones, se les prometió una remuneración económica; todo era por el bien del capitalismo, pero las transnacionales desconfiaban (con justa razón). El mundo quedó empachado de dentaduras. Creo que ya llegó el momento en el que ustedes se preguntan acerca de las funciones de estos artefactos y en el que yo les tengo que explicar el asunto, que, de cierto modo, es lo menos importante en mi relato, por eso les voy a transcribir las palabras que mencionaron los mismos fabricantes en los diversos comerciales que salieron en razón de esto: «La dentadura cuenta con una conexión inalámbrica a internet y un chip inteligente que extrae del ciberespacio las frases y chistes más usados en las redes sociales (que ya son muchas de lo mismo), además de permitirte checar tu vida en internet cuando quieras, ya que tiene compatibilidad directa con tu dispositivo móvil de preferencia… ¿Con cualquier dispositivo dices, sin importar marca? ¡Sí, con cualquier dispositivo! Además, cuenta con un sensor de voz que toma nota de lo que dices a lo largo del día y lo publica en tu blog; así se evita uno la molestia de escribir, quita tiempo y en la actualidad, lo primordial es permanecer conectado». La gente se tumbó los dientes, a pesar de que el producto estaba pensado para ancianos, por todas las facilidades que representaba para la conexión a internet y poder así integrarlos al mercado global. Con el tiempo se repetía lo mismo en todos lados, se subían a la red millones de estupideces, más de lo habitualmente aceptable. Lo bueno fue que, por fallas de fábrica, los dientes se averiaron: no soportaron el exceso de humedad. Aquel año fue uno de los más silenciosos de todos los tiempos. Sin dientes, todos tuvieron que callarse. Las viejas placas sin internet yacían empolvadas en los burós de las casas o en la basura; las personas se negaban a tener que recurrir a un dentista, él no les iba a resolver sus problemas ciberpersonales, y mejor esperaron la mejora del software. La ansiada espera vio su fin a mediados del año siguiente; una programación más potente y un mejor diseño permitían ya a los usuarios no gastar su vida en tener que expresar sus sentimientos de manera oral, ¡estos hablaban solos!, y el éxito fue rotundo. Sin embargo, aún hay gente (gracias a dios) que deja que se piquen sus verdaderos dientes. No todos los dentistas han quebrado.
Fedra de Virgilio (firma los documentos como Griselda Galicia): bruja de profesión, escritora por accidente. Nació en chilangolandia, pero se siente extraterrestre desde los cuatro. Lectora empedernida; vive buscando quien quiera ser su amig@ por correo postal y así esperar en el techo emocionada al cartero. Sin profesión por mero capricho.
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Dos de la mañana Paulina Montiel Martínez
«Nunca supe del bien, supe de dolor, de frío y soledad; mi ser remeda la noche pertinaz que cubre al polo. Dejadme con mi angustia… ¡Estoy tan solo! si me quitan mi angustia, ¿qué me queda?» Amado Nervo, poeta y prosista mexicano, 1870-1919
N
o puedo recordar con certeza la primera vez que sentí esa mano sobre mi cuello, apretando suave, pero imperturbablemente mi garganta. Fue cosa de segundos, pero la sensación de su tacto de hierro naciendo en la nuca, casi reptando con sus dedos largos como si conociera la anatomía exacta de mi cuello me provoca pesadillas hasta ahora. No recuerdo el día ni la hora, si hacía frío o calor; sin embargo, podría asegurar que si hacía frio fue un gélido golpe que provocó un escalofrío doloroso, como la mano de un delincuente que te sorprende por la espalda. Ahora bien, si la primera noche de nuestro encuentro se revolvía en un calor húmedo y sofocante, su toque debió ser de acero candente sujetándose sólidamente a mi faringe, justo ahí, a la altura de la epiglotis, permitiendo la entrada de aire necesario para seguir respirando, pero haciendo doloroso el tragar saliva. No sé cada cuánto arribará y mucho menos si algún día al fin se marchará. Soy una espectadora insomne ante el espasmo doloroso que provoca su entrada en mi cuerpo. Es un escalofrío, quizá un jalón del alma, que se quiere salir por la cabeza. Tira de mi cabello, arranca una a una mis pestañas; entra violentamente por los oídos, rompiendo sus paredes para llegar al cerebro y proyectarle sólo los más adversos pensamientos. Se traga con sabor a amarga hiel, obstruye mis fosas nasales, tan sólo con un toque de cualquiera de sus dedos anestesia mi voluntad y, aunque alcance a moverme, intente gritar o luchar contra ella, la vibración palpitante y nerviosa de su presencia dentro y fuera de mi cuerpo no se detendrá hasta que esté satisfecha. A veces pienso que estará aquí para siempre y la vida en esos momentos me parece una pesada carga que encorva mi espalda y mis ganas de vivir; entonces aquella religiosa promesa de la vida eterna me sabe a pesadilla. Por las mañanas, cuando ya ha huido, asustada tal vez por el sol que se cuela por la ventana e inunda mi habitación, llevándose los restos de 34
cualquier espejismo, me parece tan lejana, tan ajena a mi piel y extranjera de mis latidos que se suceden entonces en total calma y benéfico ritmo. Hay días en los cuales sus dedos largos y finos apenas me alcanzan, sujetando sin fuerza la punta de mi cabello. Entonces lo suelto y lo revuelvo, esperando espantarla con un sorpresivo movimiento. Si de casualidad llevo el cabello desanudado, lo sujeto tan alto como si temiese que la mano viniera del suelo. Pero no es así. No diría que vino del piso o si de pronto me cayó del techo, si salió de debajo de mi cama, si la traje de algún sitio, ¿se me habrá pegado a la suela del zapato? ¿Se me quedó de aquella gripa que cedía de a poco al medicamento?, ¿será herencia de mis padres? Maldición de alguna enemistad, karma de alguna vida pasada, la consecuencia que dijo el padre que se carga por los pecados. Tampoco lo sé y tal vez nunca lo sabré porque jamás dice nada. Llega de golpe entrando siempre sin permiso, a veces de un electrizante jalón desde la punta de mis pies hasta el moño que sujeta mi cabello, en otros momentos, como el bisturí filoso en manos habilidosas que tienen como tarea hacer un corte suave pero profundo desde el dorso del pie subiendo sin prisa hasta el ombligo girando por la espalda reventando en la nuca. Entonces se desvanece sin anunciar si volverá más tarde esa misma noche o al día siguiente, tal vez sólo ha tomado un respiro y permanecerá en la misma habitación mordiendo una y otra vez hasta que se harte de mí. Ahora mismo está aquí. No entiendo por dónde entró si lo cerré todo. Me cubre de pies a cabeza dejando sólo una rendijita de aire para poder respirar. Afuera, la noche cayó hace incontables horas como un manto negro y pesado sobre una ciudad azotada por una larga pandemia. Sigo inmóvil. Reviso de nuevo que nada se cuele por los pies, me animo inútilmente al sentir el calor de mi propio cuerpo cobijado en un rincón de mi habitación pero es en vano. 35
Sabría que vendría. Pensamientos grises como cargadas nubes en un día nublado me lo anunciaron. Ruidos pasajeros y monótonos en la calle se pierden al doblar la esquina como si nunca hubieran existido. Ojalá pasara por fin algo allá afuera y me dejara en paz a mí. Pienso en un bosque, en el aire tan fresco que se respira ahí, en la vida, pero la niebla se comienza a espesar, los árboles antes llenos de vida revelan sus filosas y crueles ramas, van creciendo enormes impidiendo la luz, el aire se espesa cada vez más. Abro los ojos, sigo en la habitación Un escalofrío en mi espalda, suave hálito cercano. Niego con la cabeza, esperando sin fe que esta vez no suceda. Ahora es mejor pensar en la playa, sonidos de mar... Es en vano. Inmediatamente la sensación de agua inunda mis pensamientos y el sentimiento de ahogo me hace tirar de una vez las cobijas. Lágrimas de sal escurriendo por la nariz. Mis manos comienzan a sentirse ásperas, duras, dolorosamente ajenas. Hay algo pegado a mi espalda tratando de atravesar mi piel. Lo siento pesado. Avanza frío por la espalda que se estira en un espasmo de posesión. Vuelvo la cabeza lo más rápido posible tratando de ver algo aunque de sobra sé que no hay nada. El peso se ha desvanecido rompiéndose en mil hormigas que corren insolentes por todo mi cuerpo; las sacudo entre lágrimas sin resultado. Han corrido penetrando mis párpados cerrados y creo que vi una en mi ojo derecho, ¿cómo saldrá la hormiga de mi ojo? Me distraigo pensando en cómo le explicare al oftalmólogo lo que vi en mi pupila hasta que siento que ya lo ha dejado y ha mordido mi pecho. ¡Porque no te lo comes de una vez y terminas con esto! Una lágrima ahogó a una de ellas, pero el dolor en el pecho se ha quedado y serpentea hasta la sien. En este momento sé que ya no soy yo. Esto se ha apoderado de mí. Siento sus manos groseras apretujando cada rincón de mi cuerpo. Huelo sus dedos de olor metálico entrando por mi boca y ocupando todo el espacio. Abro los ojos; no paran las lágrimas. No tiene caso gritar. Un pensamiento sombrío sucede a otro antes de que lo pueda siquiera razonar. No, no soy yo, ya ha tomado posesión de mi cerebro, gusanos de silencio lo empiezan a devorar todo. El ruido de la calle cesa y el tiempo parece suspendido. Lágrimas de sal. Silencio. Vuelvo de un sobresalto por un sonido que viene de dentro de mí como galope de caballo desbocado, cada vez más fuerte y más cerca. Vomito saliva. El sonido no cesó, solo se acompasa; es el ritmo de mi corazón. Me recojo a mí misma. Paso una mano limpiando mi boca. Las lágrimas cesaron o su fuente se agotó. Vuelvo a respirar.
Paulina Montiel Martínez es optometrista y mercadóloga. Trabaja en un hospital
de ojos, los cuales recuerda con mayor
facilidad que a quien los posee. Aficionada a la fotografía y a la narrativa breve.
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Ecos
Valeria Carbajal «(…) el tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos». Edgar Allan Poe
«P
ía, no, por favor. ¿De qué han servido entonces todos estos años? ¿Fueron en vano los votos que hicimos? ¿Por qué me dejas así? ¿No vas a hablar? ¿Dónde estás?». —Déjala. Está difusa. Fue la primera en rendirse. « Puede volver, yo sé que puede. Únicamente no quiere que la vergüenza de toda esta situación le caiga encima. Hablen ustedes con ella y asegúrense de que está bien. Estas endemoniadas pastillas deben ser las culpables. ¡Ah! ¿Por qué aquí? ¿Por qué justo aquí? ¿Tengo que volver a casa?». —Sí, tenemos que, no podemos hacerlo aquí. Nos encontrarán fácilmente. «¿Hacer qué? ¡Ah! Este maldito dolor de cabeza no va a parar, no lo hará. La cancioncilla de Feliz cumpleaños no se va, aturde, es molesta. ¿Por qué hoy? ¿Por qué se decidió que fuera hoy?». —¡Hey, buddie! Tranquilo. Una vez que lleguemos a casa, te sentirás como siempre. Entenderás por qué precisamente hoy. Ciro te ayudará. «A veces son tan crueles con este soma que soy que no sé si en realidad son mis amigos. Quizá el doctor Bisen tenga razón, puede que sus tratamientos no sean tan malos después de todo… ¡No! ¡Pero qué digo! ¡Ese malnacido! ¿Quién se cree para creerme un incompetente? Claro que puedo valerme por mí mismo, nunca he necesitado de nadie que no sean ustedes». —Oh, vamos. No seas tan duro con el doctorcito. Él sólo obedece a su profesión. No puedes culparlo por cumplir con los protocolos de los que, quieras o no, eres parte. «De nuevo el indulgente saliendo a flote. Por tu culpa es que somos tan mediocres. Ojalá te hubieses ido tú y no Pía. Por cierto, ¿ya la hallaron? ¿Dónde está? Necesito hablar con ella antes de que todo termine». —Upsi. Hago mi mejor intento, pero no la he encontrado. Tal vez si ALGUIEN ayudara en lugar de... «¿En lugar de qué? Bah, ya no importa. Sigan buscando, ya casi llegamos a casa. Sólo faltan estas tediosas escaleras y… ay, no, la vecina del nueve. Si hago como que busco las llaves quizá no note que... ¡Qué importa! Voy a correr, no soporto a esta gente». —Apresúrate, ve a la bañera. Ciro hablará contigo una última vez. «Hace cuánto no hablamos… ¿Será la última?». Los vecinos, por supuesto, ya estábamos más que habituados a oírlo gritar, azotar cosas en las paredes, el piso e incluso el techo. Son buenos apartamentos, pero a fin de cuentas eso es lo que son. Era imposible no escucharle. Uno podría jurar que hasta escucharíamos a la misma y tan mencionada Pía hablar. Pero eso es físicamente imposible, necesitaríamos estar medicados con Clozapina para entenderlo, o eso se pensaría. Hoy llegó considerablemente más temprano y causó un sobresalto a la vecina del nueve, quien claramente sabía que le esperaban una sarta de maldiciones por oírlo aquella tarde-noche, ya que él estaba ahí. Hubiera dado la pierna que le quedaba por hacerlo callar, pero no era tan fácil como eso. Primero había que lograr que tomara su medicación. 38
Ilustración: Ivonne Rayón
Estábamos en agosto, agosto 19 para ser precisos. Este día no habría de ser tranquilo en ningún aspecto. Parecería que el mundo entero perdía su estabilidad, que el statu quo se disipaba recién entradas las primeras horas de este día y que el régimen del caos era la única constante. Hoy es su cumpleaños, claro, todos aquí sabemos lo mucho que odia este día y lo difícil que será para todos aquí conciliar el sueño. No podría decir que fuera un ser especialmente molesto, porque realmente no lo hacía con el afán de molestar. Sabíamos que, desde la muerte de sus padres, no hubo más para él 39
que esa compañía inventada. Sin embargo, ¿cuánto puede soportar uno con estos arrebatos diarios? Pobre criatura… Ojalá algún día cualquiera de los seres que lo aquejan le den un descanso de verdad. Las ojeras en sus ojos, su tono pálido y piel descarnada no exhiben salud por ningún poro. A veces nos gusta pensar que estaría mejor si muriera. «¿Por qué no puedo dejar de sentirme así? Los tengo a ustedes pero, ¿de qué me sirve? Cada año es lo mismo, estoy cansado. No hace ningún sentido que sigamos aquí. No he logrado nada, todo ha sido una sucesión perfecta de fracasos». —Observa cada cicatriz en tu cuerpo. ¿No han sido todos tus intentos por huir? ¿Por qué no intentamos salir esta vez? Es decir, salir de verdad, siendo conscientes, no por miedo, sino por convicción. «Es lo mejor para todos, Ciro. Tú, como el líder de todo cuanto acontece aquí dentro, sabes qué es lo correcto. A ti he encomendado mis pasos en estos veintitrés años de vida y creo que te debo más que la vida…». —¿Recuerdas esta herida de aquí? Ábrela de nuevo, deja que el recuerdo corra en carmesí. «Esta pequeña nos dejó en el hospital y con el doctor Bisen tildándonos de incompetentes. No quiero que esta vez desemboque en algo peor». —Esta vez es definitivo, te lo prometo. ¿Guardaste el medicamento como te dije? «No he tomado ni una sola, a excepción de esta mañana por culpa de la enfermerita esa que me obligó a hacerlo. ¡Pía se fue por su culpa!». —No te angusties. Podrás encontrarte con ella muy pronto. «¿Crees que Cioran estaría enojado conmigo? Aún no he “coronado” mi existencia como había dicho y aquí estoy… estamos…». —Filosofías baratas, querido. —¡Sí! ¡Pura idiotez! —¡Hey! No te metas con sus autores. Recuerda que terminó rompiendo la ventana la última vez. —Cierto, cierto. —¡Cállense! Debe estar tranquilo. Son sus últimos minutos. ¿No puedes dejarlo en paz ni cuando está perdiendo el conocimiento? «Es gracioso que todos ustedes discutan sobre trivialidades justo ahora. En fin… Ciro, ¿tomo ya las pastillas? La sangre no para, pero no queremos errores, no de nuevo». —Es tiempo, sí. Nos veremos en los eones posteriores a esta tragedia. Que la ilusión del tiempo no te atrape. «Ciro… ¡Ciro!.. Tú… No me dejes… ¿Ciro?». Lo escuchamos gritar por última vez a las dos de la madrugada con treinta y cuatro minutos. Llamaba a Ciro y sabíamos, también, lo que eso anunciaba; no era la primera vez. La ambulancia vino después y, de pronto, sólo fue silencio. El muchacho se fue, se fue realmente. No sabemos qué sigue después… ¿dormir?
Valeria Carbajal. Nacida un 29 de agosto en la CDMX, es residente eterna de la
Casa Usher, la desconocida Kadath, los castillos de Transilvania, las festivas calles de Japón en su época invernal y testigo de la primavera en W. Futura licenciada
en Filosofía e insaciable defensora de la causa justa. Lo único que la detiene para armar la revolución es su evidente fobia social. Pero va mejorando.
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El absurdo
Alberto Palestina Romero
Foto tomada por Alberto Palestina Romero el 17 de agosto de 2020
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«Era una vez un hombre. Era una vez. Era, puesto que ya no es. Era, así que es, porque sabemos que “era una vez un hombre” y que será mientras haya alguno dispuesto a contar su historia. Es un ser humano el que “era una vez”. “Era una vez” es el tiempo de los seres de los seres humanos. Es tiempo humano. Había una vez un Hombre “allí”. Estaba allí y no aquí. Pero él está aquí y permanecerá aquí mientras alguno cuente su historia aquí. Es un hombre el que “estaba allí”. Solo los seres humanos pueden localizarlo “allí”, por que solo los seres humanos conocen la existencia de un “aquí” y un “allí”. “Aquí” y “allí” son el espacio de los seres humanos. Son espacio humano». Heller, Agnes, Teoría de la Historia, E. Fontamara, México, 9 p.
E
l Hombre 1, con un nombre con el cual podría nombrarse a cualquier otro, nada en una alargada pero a la vez poco profunda piscina, todo él se siente fuera de sí, no como él, sino como alguien presenciándose a sí mismo, con gran asombro se sorprende de la habilidad con la que nada, cual pez en el agua, si no fuera porque lo veía con sus propios no lo creería, o más bien si no lo estuviera haciendo le parecería obra de su imaginación, ni siquiera recordaba el cómo nadar, si es que alguna vez lo supo, si es que puede saber algo. Tras recorrer rápidamente el largo de la piscina, pega una vuelta cuasi perfecta sobre sí mismo para regresar sin perder el ritmo, como lo había visto tantas veces hacer a nadadores profesionales de las Olimpiadas en la vieja televisión de cajón que tenía en su…, o que tal vez el mismo lo vio en persona cuando iba a …, si es que puede ser sincero, ya no lo recuerda, ya no recuerda nada, no puede, y es que al igual que su cuerpo su memoria y su mente le parecen ajenas, ya no recuerda nada, no puede, un chispazo le recorre el cuerpo como un rayo de electricidad, es lo más vivido que ha sentido en todo este extraño momento, en todo este extraño lugar, ahora lo puede recordar, fue hace tanto tiempo, que nadó por última vez, pero fue con… En ese instante recordaba la cálida sensación del agua bajo su cuerpo aquella vez, esa sensación de ligereza que solo es comparable a dormir bajo el letargo de la ebriedad, las dos conforman sensaciones abrazadoras y, hasta cierto punto reconfortantes, nada de eso tenía que ver en algo con lo que sentía en ese momento, o al menos por separado, porque esta 43
extraña sensación, más bien se sentía como una mezcolanza de todas ellas, una borrachera de esas que no se disfrutan, el sentir el agua abrazándolo por completo en un mareo que le parecía ajeno a su ágil cuerpo, lo inundaba un letargo general, sonámbulo, a todas y cada una de sus fibras, todo esto contrastado con un sentimiento intenso de incoherencia y absurdo, todo eso, y más, mucho más. Entre brazada y brazada, su cabeza se inclina hacia un lado y sobresale del agua, tal como la hacen los nadadores profesionales para respirar, tantas veces que los vio hacerlo con ella, con su…, solo que él no respira, ¿porque no respira?, parece que no necesita el oxígeno, si es que hay oxígeno en este cerrado lugar, todo esto es un absurdo, de cualquier manera, aprovecha estos espacios para mirar alrededor suyo, puede observar la estrambótica habitación de la piscina techada, nunca antes había visto algo así, aunque sinceramente no recuerda haber visto una piscina alguna vez, no hay lugares visibles para recargarse y descasar de la extenuante nadada, aunque tampoco siente cansancio, no hay salidas, no hay nada más que la piscina larga, las paredes blancas que la contienen y el techo, aunque, entre brazada y brazada puede notar otros detalles, si es que supiera que son. De pronto se detiene, si antes sentía ajeno su cuerpo y lo que lo rodeaba, ahora lo siente más, mucho más, o más bien no lo sentía, no siente su cuerpo. Como pez en el agua se da una vuelta y se para sobre el fondo de la piscina, su cuerpo se mueve casi por su cuenta, ve a Otro Hombre suspendido en una plataforma que sobresale en lo alto de la pared, desde esta absurda plataforma cercana al techo este Otro Hombre observa toda la situación y grita cual capitán en campo de batalla, más pronto que tarde se da cuenta que no es guerra, ni capitán, sino director en escena, este Otro Hombre es el titiritero tras la escena de este absurdo, es como si plasmara la representación del mundo mediante una videocámara, ¿alguna vez ha visto una videocámara?, no lo sabe, no lo recuerda. —¡Prevenidos!, ¡sonido, grabando!, ¡cámara, grabando!, ¡acción! Estas consignas salieron como estruendos de una cueva, como una onda expansiva cuyo detonante era la garganta de este supuesto Director, rápidamente sus gritos recorren la piscina cerrada, todas sus entrañas resiente la vibración, siente como si su cuerpo se pusiera rígido, como si este director hubiera ordenado el firmes, todo en su cuerpo se siente involuntario, casi como si se lo gobernaran, esa maldita voz mandaba sobre cada uno de sus poros, esa maldita voz no la había escuchado nunca, pero le parecía tan familiar, si tan solo recordara de quien era esa maldita voz, si tan solo supiera por que hablaba en plural, ¿prevenidos?, si en ese tortuoso circo de locos con forma de piscina solo estaban él y el Director. Un Hombre no entiende donde esta, lo primero que pudo escuchar en ese estado de adormecimiento fuero unas extrañas vociferaciones que retumbaban por toda el agua en la que se hallaba sumergido nadando, eran señas de director, las conocía bien, pero no tenía ni idea de donde estaba, hacía ya tiempo que no regresaba a una grabación, la última vez estaba con…, de pronto alzó la vista, lo vio, lo vio a él, vio al otro, vio a los otros, lo vio todo. Había Otros Hombres nadando a máxima velocidad en los carriles próximos, todo parecía una carrera de locura, no podía parar sus movimientos no eran más suyos que lo eran los movimientos de los otros individuos, entonces lo entendió y vio a Otro hombre en una extraña plataforma ordenando sobre su cuerpo cual capitán, cual titiritero. Muy tarde me dio cuenta del hombre enfrente mío, está parado en el mismo carril, parado en firmes y dándome la espalda, trato de frenar, si tan solo pudiera frenar, si tan solo pudiera esquivarlo, si tan siquiera pudiera cerrar los ojos momentos antes del impacto, pero no puedo, nada de eso puedo hacer, voy de lleno contra él. No puede ser, lo atravesé, en un segundo pase a través de él. ¿Prevenidos?, ¿porque habla en plural este Otro Hombre?, este director, si los dos están solos en este tortuoso circo de locos, en forma de piscina, Un Hombre lo siente, siente el movimiento del agua, siente como si “alguien”, o varios “alguien” nadaran tras de él, si tan 44
solo pudiera voltear, siente como se acercan cada vez más, y luego lo siente, aunque no sabe que sentir, un hombre lo atraviesa como si fuera inmaterial, como si no estuviera ahí mismo parado en firmes, como si solo estuviera el recuerdo de él, sabe que si tuviera control sobre su propio cuerpo estaría temblando, sabe que si este “nadador” tuviera control sobre el suyo propio voltearía a verlo atónito, pero ninguno de los dos puede, nadie puede en esta piscina de locos, ni los otros nadadores, que van a la par pero en distintos carriles. —¡Deténganse! Se escucha cada vez más potente al Director, en el acto todos se detienen, lo que dice es acatado sin objeción, Un Hombre deja su posición de firmes y nada. ¿Hacia dónde se dirige?, si este tirano que se hace pasar por director no le ha ordenado nada. Entonces, entre brazada y brazada, lo ve estupefacto, el blanco impoluto y enceguecedor que cubría la habitación completa, y la misma piscina, han cambiado, las paredes están ahora pintadas, el nada hacia una posición en la piscina, que es la más llamativa de todas porque está pintada con enormes flamas, flamas evidentemente falsas. Un hombre se encuentra envuelto en brazas ficticias pintadas en las paredes, flamas puestas para crear ilusión. Un calor avivado invade su cuerpo, pero este no es ingenio de actor, o su imaginación, realmente lo siente en sus poros. Un escalofrío le recorre la espalda, frío paradójico, pues observa como sus bellos se contraen quemados, mientras el frío le quema los tuétanos. ¿Qué es esta extraña sensación suya?, si su cuerpo no le obedece y ya no es suyo, esta sensación sí que lo es, sentía que su brazo se quemaba, pero no solo le pasaba esto a la piel, a los músculos, sino que todo lo que representaba su brazo se quemaba, si algún pensamiento suyo aun le susurraba levemente al oído que todo esto era un sueño, ya no lo hacía más, esto no era un sueño, no podía serlo, su brazo atormentado se lo decía, tiene tanta sed. No doy crédito a lo que veo, el hombre que atravesé, así de irreal como suena, está parado tras unas brazas, tal parece que como actor protagónico de esta absurda película, esta frente al escenario principal, pero tiembla, tiembla de calor, es la mejor actuación de su vida, aunque ni este presunto actor podría fingir el vapor que emerge de él, se está quemando de verdad, si es que puede haber algo cercano a lo real en esta película de mal gusto. —Ahora te toca a ti, Nadador 1. Tan fácil como eso, tan fácil como decirlo, bajo el mandato de este tiránico director solo hace falta que siquiera susurre y es acatado por mi cuerpo, que no es mío, por todos los que están aquí. ¿Acaso me ha llamado Nadador 1?, nadie me llamaba nadador o algo parecido desde hace tanto tiempo. Nado hacia una sección de la piscina, pero está siendo disfrazada de cruel invierno, con copos de nieve por todos lados, en cuanto llego a mi maldito escenario, un frío profundo que me quema hasta la existencia misma, si algún breve y distraído pensamiento aun me susurraba que esto era la “realidad”, me mentía, se equivocaba, ya ningún pensamiento me lo susurra, esto no es real, es algo más. Si este es director, y no es capitán, donde esta las videocámaras que capturan tras lente lo que no es mundo, sino, una piscina a su representación, donde están los miles de focos y reflectores para la correcta iluminación, donde están la numerosa y ruidosa muchedumbre detrás de una de esas grabaciones hollywoodenses, no la hay, nada de eso lo hay, entonces, ¿quién es este director?, que ordena y manda cual le place, ¿cómo llego aquí?, lo reconforta la idea de que sea un sueño pesado del que despertarse sudando frio, temblando de calor, mareado, jadeando, con el mundo hecho una licuadora, pero al final y al cabo aliviado de que es solo un sueño, pero no es un sueño, no lo sabe, no lo entiende. ¿Realmente esto no es un sueño?, ¿Quién es ese que llamo Nadador 1?, le resulta familiar, familiarmente desconocido. Ahora mismo Hombre 1 podía ver temblar a Nadador 1, a través de los que no son sus ojos, pero como si lo fueran, ahora mismo ya no siente el calor abrazador, vuelve a no sentir nada, de nuevo solo su mente le pertenece, ya no el sentir, todos estos re45
cuerdos interrumpidos, cortados, borrosos, ¿son suyos?, en todos hay un rostro difuso, difuso pero no por el tiempo, ni por el olvido, pareciera que la memoria se esforzara en esconderlo avergonzada… —¿Estás tan abstraído para mirar a tu alrededor? La voz más tranquila y apaciguada que se le podría escuchar al Director vocifero esto, y parecía una burla de mal gusto porque Hombre 1 no podía mirar a su alrededor libremente, a medias podía pensar, pero ni sus ojos, ni su cuerpo se movían sin permiso del Director, ahora por fin se movían y dirigían la mirada hacia la enigmática figura sobre la plataforma, había estado tan anonadado, y, por qué no, asustado, que no había notado el rostro del director, era un rostro femenino, era el rostro que con tanto trabajo buscaba recordar, y con tanto trabajo su memoria trataba de esconder, era el rostro de alguien fallecido, era el rostro de su… —¿Quién eres tú? —Hombre 1 había recobrado su voz— ¿Por qué tienes ese rostro?, ¿Acaso eres…? Una fuerte onda expansiva aventó a los nadadores y a él mismo, Hombre 1, por los aires, tanto le había costado el formular la pregunta y ni siquiera la pudo terminar. —¿Quién eres para mandar sobre nosotros de esta forma? ¿Acaso eres un Dios? —No hay tal cosa —respondió burlescamente el Director— conoces demasiado bien este rostro, pasaste demasiado tiempo negándolo que ya no lo sabes. El Director empieza a reír. Su risa es estruendosa lo llena todo, el aire, el espacio, el tiempo, todo, es como si se riera de la existencia misma, es aterradora, si pudiera temblar, sin duda lo haría. Hombre 1 logra mirar hacia abajo y lo ve, su reflejo en el agua, un hombre se mira así mismo y no se reconoce, en cambio se redescubre, empieza a levantar la mirada, lo que ve lo deja atónito, petrificado, un miedo casi primitivo lo envuelve, el Director, el nadador 1 y todos los nadadores, tienen el mismo rostro, los mismos ojos desorbitados por el miedo, la misma cicatriz en la cabeza de aquella vez cuando se pegó en la loza de la piscina, un rostro masculino que le era familiar, que había visto hasta el cansancio, pero que no veía hace mucho, su propio rostro, todos tenían su maldito rostro, ahora sí que tiembla. —Es que acaso no lo entiendes —dijo, calmado pero decidido el Director— yo soy tú. Un escalofrío le recorre toda la médula ósea, le sudan las manos, Hombre 1 está aterrado, no puede ser, se repite mentalmente, no puede ser. —Pasas tanto tiempo negando cosas, que ya no sabes que más negar —exclamó el nadador 1, con la misma voz que el director, con la misma voz que la suya, con su voz— no puedes negarlo más, está muerta. ¿De qué habla el Director?, esto es demasiado vivido para ser un sueño, pero están absurdo para… —¿Ser “real”? —lo anticipo el director, casi como adivinando sus pensamientos, solo que no lo había adivinado, eran el mismo, pensaban lo mismo— será tan absurdo como deseas. —No es cierto, no puede ser cierto. Hombre 1 está aterrado, quiere correr, pero este cuerpo no le pertenece, un nudo le presiona el pecho, hace tanto tiempo que no sentía esto, es un nudo que por años creció, escondido. El pecho le oprime demasiado, no puede respirar, ahora sí que necesita respirar, siente que va a estallar, no lo puede soportar más, tiene que sacarlo, debe sacarlo, no, no puede, no puede sacarlo, es demasiado. —Sácalo maldita sea, déjalo fluir, no lo puedes retener más, no lo puedes negar más, tu madre está muerta. Un oleaje entero de sentimientos lo arrastran como un tsunami, un tsunami de recuerdos, la piscina extraña a la que su madre lo llevaba de niño en donde nunca pudo aprender a nadar, simplemente no era lo suyo, pero su madre amaba nadar, amaba todo sobre nadar, amaba ver competiciones en vivo, amaba ver las repeticiones en la vieja televisión de cajón de su sala, 48
lo amaba cada vez más, más y más desde que su padre murió en ese absurdo accidente, lo amaba cada vez más que dejo todo de lado, nadar era su vida, y la extraña piscina su escenario, incluso nado días antes de que se… Hombre 1 se trató de contener, pero ya no era el caso, tenía que sacarlo todo, tenía que sacarlo ahora. Su mama siguió nadando incluso días antes de suicidarse, se suicidó, lo hizo, ya no lo puede negar, ya no lo quiero negar, ya no necesita hablar en tercera persona. No es culpa mía en absoluto, tantos meses culpándome, tantos meses que me aleje de lo mío que es grabar, solo para no recordar que el ultimo día antes de matarse, horas antes de matarse fue a verme al set, se veía tan feliz, tan radiante, no lo entiendo, no tengo por qué entenderlo, es absurdo, todo esto es absurdo, matándose siendo tan feliz, o al menos aparentándolo, quisiera despedirme, pero no pude hacerlo, estaba tan distraído dando órdenes como director que soy, que no me di cuenta de cuando ella se marchó del set. 49
Alberto Palestina Romero.
Nacido en Tlaxcala en 1998, actualmente estudia la
Licenciatura en Historia de la
Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM), amante del
Arte, la Historia, la Filosofía y la
procrastinación, ha participado en
proyectos tanto académicos como artísticos, firme creyente de que la vida misma nutre el arte.
No, no debo culparme, no es mi culpa, fue la decisión de mi madre, al menos eso se siente como un salvavidas en este océano de incertidumbre que es el dolor de perderla, ella se fue decidiéndolo, queriéndolo, o al menos sabiéndolo, todo esto es tan… —¿Absurdo? —la voz del director, que era su voz, lo sorprendió— sí que lo es amigo, ya nada se puede hacer, ella ya no escucha, ya no está ahí, ni para escuchar, ni para nadar en su vieja y extraña piscina, ya no es, era, pero ya no es, la debes dejar ir, solo queda llorar. El sentimiento que le aplastaba el cuerpo era tan potente que no se había dado cuenta que en la habitación solo quedaba él y el director, el director que es el mismo, el director que quiere volver a ser, mientras este último se desvanece fugaz, y lo deja solo, el sentimiento se hace cada vez intenso, el nivel de agua de la piscina comienza a subir gradualmente, como si fuera su llanto reprimido, primero le llega al cuello, luego le cubre la cabeza, y por fin, llega hasta el techo, no puede respirar más, cierra los ojos, todo desparece tan rápido como apareció, todo tan absurdo. Santiago despierta en su cuarto oscuro, el mundo le da vueltas, se siente desorientado, lo único que alcanza a ver es su despertador, ese brillo rojo que le es tan familiar dice que son las cuatro de la mañana, poco a poco reconoce su viejo cuarto, que es oscuro por la noche, ha vivido aquí desde que salió su primera película, nunca logro llenar una sala de cine pero le encanta aun así, ahora es un director con todo el rigor de la palabra. Se siente muy adormilado, producto de un sueño suyo extraño, tal vez por comer muy tarde, tal vez por el alcohol, o que se yo, el cansancio. No recuerda nada del sueño, como pasa con muchos otros. Siente las lágrimas entrando a su boca, llevaba meses evitando a la gente, evitando situaciones, evitando llorar, evitándolo todo, escondiéndose en una rutina que no era la de grabar, quería regresar al set, pero ahora no, ahora solo quería llorar, la última vez que lloro fue aquel día de su niñez en que se golpeó la cabeza en la piscina, su madre lo llamo “mi nadador” y le dio un beso en la herida, años después le cambiaria el mote a “mi director” pero el cariño era el mismo, por todo eso ahora solo quería llorar, llamar a su novia, a la que esquivo todos estos meses, y llorar. Alarga su mano para tomar el celular, pero un dolor punzante lo interrumpe, aun cuando el sentimiento de tristeza le llena todo su ser. —Qué raro —logra articular entre sollozos— no recuerdo haberme quemado la mano. 50
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Entrañas podridas Juanito Kintaro
Es triste saber que ahora también toca despedirme...
D
iez quince de la noche. Aún hay reminiscencias de lluvia en la ventana. A pesar del mutismo, son incómodos recuerdos de esa tormenta que inunda mi vida.Regreso al escritorio para seguir trabajando. Todo es inútil con este alboroto en la mente. Subo el volumen del ordenador. Oigo noticias que incrementan mi pesadumbre al saber que sigue desaparecido un hombre. Las cámaras dejaron de verlo cerca del edificio donde vivo. Cubro mi cara con ambas manos. Estoy molesta. Otra vez las sirenas paseándose por todos lados no me dejarán dormir. Cuando le doy un sorbo al café, percibo que su amargura palidece con esta que llevo en el pecho. No sé cuántas veces he limpiado el sudor de mi frente. Volteo y miro a mi pareja que está sentada en el sillón. Fiel acompañante siempre dispuesto a soportar ese inestable temperamento que me caracteriza. Dejo la taza. Me acerco sin dejar de sonreír en forma tímida. Tras un improvisado baile intentando excitarte, me quito blusa y pantalón… Sentir ese pecho desnudo es una invitación para acurrucarse. Me acomodo bajo tu brazo mientras digo que siempre estaremos juntos. Siento mucho frío. Te beso con suavidad, aunque cada día es más grande la indiferencia. No hay respuesta a las caricias pese a las incontables veces que ya pedí perdón por mis añejos arrebatos. Paso las manos por tu miembro. Desabotono el pantalón. Vuelvo a sonrojarme cuando me agacho para besar ese órgano que tantas ocasiones rechacé. No escucho gemidos ni siento venas dilatándose por el esfuerzo oral. Sigo adelante tratando de ignorar mis arcadas por el aroma tan penetrante que hay entre tus piernas. Una lágrima es crudo testimonio de este amor carente de correspondencia. No dejo de observarlo mientras estamos envueltos en la incomodidad del silencio. Cuando recorro su cabeza, miro con pesadumbre el cúmulo de cabellos que se desprenden sin cesar. Froto mi boca con insistencia porque no puedo erradicar el desagradable sabor de su pene. Le doy un abrazo. Suplico en forma pueril una oportunidad para curar esta relación que se gangrena día tras día. Quisiera regresar el tiempo y reescribir nuestra historia. Desearía borrar los gritos en la calle, cambiar golpes por abrazos, y evitar la peor ofensa que pude hacerte. Ese daño hoy es un fantasma que pasea inexorable por la habitación. Incómoda remembranza del presidio autoimpuesto por un carácter tan difícil de acallar. Tocan la puerta. Me levanto enojada pues interrumpen momentos de intimidad. Vuelvo a ponerme la ropa. Paso un pañuelo por mis labios tratando de arrancar el hedor indeleble de las acciones pasadas. Veo destellos azules y rojos en el techo. Eso indica que hay una patrulla
Juanito Kintaro. Despreciable sujeto que no alcanza ni
el cero en la escala humana. Feligrés defensor de aquel rincón libertario llamado incorrección política. Le gusta redactar irreverencias para fastidiar a cualquier
supremacista del buen decir (y si lo anterior implica
litros de cerveza con hartos cacahuates, mucho mejor).
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Imagen: Maria Eduarda Tavares, 2020
frente a la entrada del edificio.Cargo su desmejorado cuerpo con cuidado y lo llevo a la habitación. No puedo ignorar el ambiente anegado en pestilencia por su falta de higiene. Sé que las cosas mejorarán. Quizá algún día llegue a vestirme de blanco para formalizar lo nuestro. Ojalá pronto despierte de esta terrible pesadilla que yo misma alimenté con mis entrañas podridas… El arrepentimiento me quiebra una vez más cuando miro tu rostro. Te doy un beso en la frente y cierro con cuidado la hielera en la cual descansas. Lugar infestado de frigidez que intentará conservarte por toda la eternidad. Tras desearte buenas noches, atranco la puerta rogando que decidas permanecer aquí. Tocan de nuevo. Quito la cadena de seguridad e inserto la llave en el cerrojo. Mis manos tiemblan cuando escucho: «Abran la puerta, es la policía».
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La mala suerte Gustavo Adolfo Hernández
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omenzó más temprano de lo que esperaba; la noche era aún muy oscura, no parecía que fuese a amanecer pronto. El custodio lo despertó de golpe y lo llevó a un paseo por todas las secciones del lugar, creyó que era un castigo extraño como cualquier otro en ese sitio, pero resultó ser su “despedida”. Recibió insultos, algunos zapes y le arrojaron líquidos que seguramente serían orina. Irónicamente, lo que más le dolía eran las miradas y risas de los que permanecían en sus camas dedicándole señas obscenas. Llegó al primero de los filtros, a un paso de la salida; adormecido por todo lo ocurrido, seguía sin saber cómo sentirse. Luego de trece años encerrado, casi quinientos reos y se iba como llegó: solo. Claro que no había entrado de nuevo a la escuela para esperar hacer amigos allí dentro, pero era algo que debía pasar, la necesidad social está implícita. Aunque para ser justos sí tuvo amigos, cinco para ser exactos, los tuvo por casi un día a cada uno, pero a todos les estrechó la mano y murieron en circunstancias lamentables. Firmó un documento que notificaba la salida y la condena cumplida de tal periodo a tal periodo; tomó el sobre con sus copias y caminó a la salida donde reconoció a uno de los guardias. Anteriormente, el custodio que le hizo la vida aún más difícil adentro, acercándose a una distancia prudente de él, le tendió la mano; éste lo miró con repudio y con un rápido movimiento golpeó con su macana su mano y oreja. «¡Ya sáquese a la verga, puto!», le dijo. Con el oído sangrante, se alejó escuchando las risas burlonas de los guardias a sus espaldas. El verlo correr asustado, presionando su adolorida cabeza, tenía que ser muy divertido. De verdad hubiese querido estrechar la mano de aquel guardia; habría hecho las cosas mucho más fáciles y la historia hubiese terminado. Pero no era tan sencillo. No era momento de rencores; la prioridad era deshacerse de aquello cuanto antes. Mientras cruzaba por el camino de tierra que conducía a la salida, veía a lo lejos a los guardias de las rejas que conectaban a las calles, le atemorizaba tener que pasar por allí por muchas razones; una parte de él hubiese deseado quedarse. De cierta forma las cosas eran más fáciles adentro; sin embargo, no se detuvo y cruzó las rejas sin dirigir la mirada a los guardias. Una vez afuera, lo primero que hizo fue pasear distraídamente sus dedos por las rejas cubiertas de enredaderas que una vez lo mantuvieron cautivo. Avanzó siguiéndolas esperando que lo llevasen a algún lugar, hasta que la espina de una planta pinchó su dedo y lo hizo reaccionar de golpe, aunque no le importó mucho, ya estaba acostumbrado a esas situaciones. Apenas reconocía el exterior con tantos cambios y la noche dificultaba aun más recordar un camino que sólo había cruzado una vez hace trece años, aunque seguía sin ser el mayor de sus problemas. Daba por hecho que ya no tenía a dónde regresar, ni familiares ni amigos hicieron el menor intento por comunicarse, qué sentido había en buscarlos. 54
Aunado a esto, no tenía un solo peso en la bolsa; cuando lo encerraron tenía cien, pero supuso que le cobraron el boleto de entrada cuando no los vio de vuelta. Dentro ganó dinero; por años trabajó duro para costearse la cama de su celda, pero a lo más que llegó fue a cobijas viejas que siempre terminaban por robarle. El final de la valla daba a un nicho con una virgen que a su vez era rodeada por una pequeña reja blanca. Le parecía algo irónico. Pese a llamarse Jesús no era un hombre de fe, antes lo era pero ya no y, por supuesto que el encontrar esos doscientos pesos justo a un lado del nicho, no le pareció un acto divino. Dudó un largo rato en si debía tomar ese dinero por las 55
consecuencias que esto le traería; al final decidió no hacerlo pues seguramente su mala suerte terminaría por cobrársela al doble, también cayó en la cuenta de que el sobre con papeles que sostenía en su mano a la larga no le servirían de nada, eran sólo un diploma y una horrible carta de presentación que nadie querría ver. Como ofrenda dejó el sobre en el nicho, dio media vuelta y caminó sin rumbo, como esperando que su destino lo encontrase a él. En realidad no tenía a dónde ir y era todo lo que podía hacer: vagar por calles vacías de vez en cuando topándose con callejones poco iluminados que a cualquiera le resultarían peligrosos, pero que para él eran escenarios a los que estuvo acostumbrado desde pequeño. Se preguntaba si el mundo realmente había cambiado tanto, ahora había cámaras en muchas de las esquinas, pero también había carteles (de advertencia para delincuentes), muchos de ellos rasgados, así que seguro ningún método era muy efectivo. En su camino a ningún lugar se topó con un complejo departamental en construcción, no podía evitar sentir envidia de las personas que podían costearse lugares como ésos, tan bellos como inalcanzables para los de su clase; los miró en silencio por un largo rato, se imaginó viviendo en alguno, hasta que un ladrido muy cercano lo sacó de su ensimismamiento. No tuvo tiempo de correr, de un segundo a otro estaba tirado en el suelo mientras un enorme perro café mordía su pierna como si quisiese arrancársela. —¡Argos! –le gritó un hombre que corría hacía él y el perro soltó su pierna. —Perdóneme, no sé cómo se salió; además no suele atacar a menos que se lo ordene. Por favor, acompáñeme y le curaré la herida –dijo, al tenderle la mano. No lo pensó dos veces y le estrechó la mano con fuerza. Era el golpe de suerte más grande que había tenido en años, al fin podría librarse de aquello, sólo tenía que asegurarse de que pasaran veinticuatro horas; vio al horizonte, apenas amanecía, ésa sería la señal. Lo ayudó a caminar hasta su casa donde curó su pierna y su oreja creyendo que se la había lastimado en la caída; el hombre resultó ser director médico de un hospital cercano por lo que no tuvo dificultad para hacer su trabajo, tenía herramientas y medicamentos necesarios. Suturó por completo las heridas y le dio antibióticos; sin embargo, la herida de la pierna era tan profunda y brutal que le dificultaba caminar, ambos lo sabían y para él era su excusa
Gustavo Adolfo Hernández,
un mexicano más de veintiún
años a la fecha, actor y escritor
frustrado que gusta de burlarse de su existencia y de la de todo a su alrededor. Un clown y un fracaso natural.
Facebook: sabrán cómo encontrarlo
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perfecta. Luego de pensarlo unos instantes dijo abruptamente –pues no había manera sutil de decirlo–: «acabo de salir de la cárcel, no tengo a dónde ir». —Puedes quedarte esta noche, tengo una habitación libre, supongo que te lo debo –contestó, sin darle importancia a lo que acababa de escuchar. Sin duda no era la reacción que esperaba de buenas a primeras, pero facilitaba mucho las cosas, por lo que no quiso tentar su suerte pidiendo una explicación. Desayunaron juntos; el doctor preparó donas espolvoreadas de azúcar glass con un sabor a almendras que le resultaba extraño, el sujeto era extraño por sí mismo, era imposible que existiera una persona tan amable. Casi se sentía culpable por haberle dado la mano. Hizo agua natural y la endulzó con un líquido claro que dijo era almíbar, ¿quién hace eso? Comieron, cenaron y hablaron tanto que llegada la noche podría decirse que ya eran buenos amigos. Era consciente de que no faltaba mucho y se sentía terrible por eso, no dejaba de pensar en el daño que le haría; le dolía la cabeza, sentía mareos, ganas de llorar, de vomitar y el doctor notaba todo aquello. —Debes de estar tan cansado como yo, ven, te mostraré dónde puedes quedarte. Lo siguió escaleras arriba hasta una habitación que estaba literalmente libre, vacía en su totalidad. Pensó que dormiría en el frío suelo al que estaba tan acostumbrado, pero el amable doctor le ofreció una colchoneta y una cobija recién lavada. Tuvo en un solo día lo que deseó por años: comida caliente, un lugar seco y un amigo. El doctor notó eso al ver como sus ojos se humedecían fugazmente, pero no dijo nada, se limitó a despedirse con una sonrisa sincera y dio la vuelta dispuesto a salir. —Buenas noches —alcanzó a decir antes de que en un segundo Jesús cubriera su cabeza con la cobija girándola y creando un torniquete del que tiró haciéndole caer sin lastimarlo. «Tenía que sobrevivir hasta el amanecer», era todo lo que pasaba por la cabeza de Jesús. Con agilidad ató pies y manos, y lo amordazó con un trapo que robó de la sala. El doctor se retorcía queriendo decir algo, aunque sabía que ya era tarde. Notó el dolor abdominal por la mañana, los mareos a lo largo de la tarde y las náuseas hace unos instantes. —No tengo nada contra ti, incluso me duele tener que hacer esto, pero es algo con lo que ya no puedo vivir –explicó Jesús, arrepentido. —Me sorprendió que no me preguntaras por qué estuve en la cárcel. No fue mi culpa, fue sólo mala suerte. Iba con un carnal del barrio, podría decir casi mi hermano de verdad, éramos chavos y estábamos hartos de arriesgarnos robando en el transporte, nunca sacábamos lo suficiente. Mi amigo tenía una malísima suerte, pero lo admiraba porque aunque le partían su madre a cada rato, al otro día ya andaba arriba de los camiones. Era un guerrero, aunque su apodo era “La mala suerte” y nadie trabajaba con él ni lo saludaba porque decían que se les iba a pegar. »A mí eso se me hacía una mamada, por eso un día planeamos robar la panadería más grande de la colonia de al lado, el dueño siempre llegaba presumiendo su camioneta del año, a huevo se tenía que mover un buen de varo. Planeamos todo sólo nosotros dos para forrarnos chido y no tener que trabajar en un buen rato, pero un día antes, cuando me iba despidiendo se me ocurrió darle la mano y se me pegó su mala suerte. »Nunca se me habían aventado y ese día lo hicieron, y sin querer se me disparó la pistola. Nunca había patrullas y ese día no las vimos, pero había varias. Mi amigo tuvo suerte y se peló, pero a mí me agarraron y me dieron en la madre antes de encerrarme. Desde que me dio la mano me pasó la mala suerte y yo tenía que pasársela a alguien para que me dejara en paz. »Pero cada que se la pasaba a alguien se moría o me lo mataban, por eso aquí te tienes que 57
quedar hasta que amanezca, no te me puedes morir. Ya después te suelto y ya es tu pedo la mala suerte, pero de aquí no nos movemos. Minutos después salió corriendo directo al baño cubriéndose la boca. Aterrado, el doctor escuchó cómo vomitó sin control durante una hora y luego hubo un silencio, un largo silencio del que Jesús emergió tiempo después, entrando a la habitación, tambaleándose con un vaso en la mano y una jarra de agua endulzada en la otra. Se retorcía y gemía tratando de advertirle, siendo inútil cada intento. Notaba el sudor en la frente de Jesús y su mirada yendo de un lado a otro descontrolada, era el etilenglicol haciendo su trabajo. El cianuro de las donas parecía no haber hecho efecto, algo improbable incluso imposible, pero si fuera el caso podía llegar al amanecer. Se preguntaba cómo era posible que siguiese vivo. No pudo equivocarse en las dosis, las cantidades eran correctas, tenía que haber muerto al atardecer, pero estaba allí. Bebiéndose toda el agua envenenada, acortando cada vez más el tiempo de ambos con cada trago. 58
Durante las horas siguientes paseó torpemente por la habitación, llenó la jarra con agua del grifo y bebió hasta la última gota, vomitó un par de veces más y regresó cerrando la puerta tras de sí. Pálido, tembloroso y mirando la ventana dijo: —Ya está amaneciendo... sólo voy a desatar tus manos... Necesito tiempo para escapar... ¡Qué bueno que amarraste al perro! –rio mientras se acercaba, lento y tambaleándose, fue una risa corta, pero la más sincera que tuvo en su vida. Se puso de rodillas tras el doctor, sujetó el lazo que ataba sus muñecas y dio un pequeño y abrupto tirón. Se sintió una leve vibración y el sonido de un golpe hueco en el piso de madera que se extinguió rápidamente en el silencio. Silencio. Seguía atado y tras de sí yacía el cuerpo muerto de Jesús. Silencio. —¡Qué mala suerte! —pensó. 59
Nuestra primera victoria David Gómez Olmedo
É
ramos el peor equipo de la liga, pero aquel sábado, tras veinte partidos perdidos consecutivamente, íbamos arriba en el marcador. Era el segundo tiempo y Carlos ya había marcado su tercer gol. Todos estábamos dando lo mejor de nosotros; aquel partido lo jugábamos más que con la técnica, con el corazón. Y bajo aquel sol radiante de medio día, veíamos a Carlos robar el balón, driblar a un par de contrarios y disparar a puerta; así había conseguido sus tres tantos, era por mucho nuestro mejor jugador y ese día la suerte le sonreía. O eso creíamos. Aquel sábado, yo ya estaba listo con mi uniforme del River, mis calcetas hasta las rodillas y debajo de ellas mis espinilleras, mis tenis Total 90. Pateaba el balón contra la pared mientras esperaba a Carlos, tenía la costumbre de llegar siempre rozando el límite de tiempo y ese sábado no fue la excepción; me desesperaba su impuntualidad, pero en un pacto no dicho yo tenía la obligación de esperarlo y él de pasar por mí. Así había sido desde un principio y era la base de nuestra amistad. Había dicho que pateaba el balón contra la pared, bueno, en mi desesperación olvidé por completo el lugar donde me encontraba y pateé tan fuerte que el rebote fue a dar a la ventana de la pared opuesta. Sólo escuché el impacto y segundos después el ruido de los vidrios que caían al suelo. Tomé el balón entre mis manos y me di cuenta que se le había encajado un pedazo de cristal. ¡Vaya suerte!, pensé. Pero mi madre no estaba aquel día y sólo me limité a recoger los vidrios y en cuanto llegó Carlos nos fuimos al partido. Más tarde pagaría lo del cristal, pensé bribonamente. Cuando llegamos al campo, Carlos me miró fijamente y me dijo “Hoy vamos a ganar, te lo aseguro” y me agarró del hombro mientras sonreía. Siempre hacía lo mismo, en él habitaba la esperanza de un día vernos como el mejor equipo de todos. Yo ya no lo creía, pero me gustaba el optimismo de Carlos y, sobre todo, me gustaba mucho jugar con él. Mi técnica a su lado siempre parecía mejor de lo que era. Aunque la verdad es que todos éramos unos troncos y no ayudábamos a Carlos en nada. Él era una especie de Ronaldinho entre todos nosotros. Cuando marcó el tercer gol, me di cuenta de que sus palabras no eran mentira, recordé la ventana rota y mi balón ponchado, pensé que bien valdría la pena la regañada que me daría mi madre, pues estábamos a punto de obtener nuestra primera victoria. Nada importaba más que nuestro primer partido ganado. Pero noté en Carlos una agitación extraña; todos nos veíamos cansados, pero él demostraba un cansancio superior al de todos. Resoplaba sin tregua, aunque luchaba por mantenerse. El sudor bañaba su frente por completo y se enterraba los dedos en el pecho como si quisiera sacarse de una el corazón. Las cosas no iban bien para mi amigo. Me acerqué a él y le pregunté si se sentía bien, me contestó que se sentía un poco raro. Quise hablarle al entrenador, pero me detuvo y me dijo “Dame chance de una última jugada y ahorita ya me salgo”. Así fue, en su último esfuerzo marcó el cuarto gol y cuando estaba a punto de celebrar se desplomó justo fuera del área grande. Todos corrimos hacía él, el árbitro revisó sus signos vitales y después ocultando su intranquilidad nos miró a todos y nos dijo que no había nada de qué preocuparnos, pero que era necesario cancelar el partido. Una ambulancia llegó por Carlos, sólo el entrenador lo acompañó porque a mí ya no me dejaron subir. El equipo contrario poco a poco se fue retirando de la cancha, nosotros, el equi60
Fotografía del autor
po de Carlos y también sus amigos, nos quedamos cerca de una hora pensando sobre lo que había sucedido. Nadie dijo nada, pero todos estábamos preocupados. No entendíamos realmente cómo habíamos llegado hasta ese punto. A mí sólo me pasaba por la cabeza la ventana rota, mi balón ponchado, los goles de Carlos y, después sólo el sonido de la sirena que se apagaba conforme se iba alejando la ambulancia. Carlos iba en ella inconsciente; la tarde se transformó en una especie de mal sueño donde no sabes qué es lo que ocurre. Esa fue la última vez que vi a Carlos. Hoy hace cuatro meses que murió. Mi madre restauró la ventana un mes después de la muerte de mi amigo y jamás me dijo palabra alguna sobre el accidente. También hoy se cumplen cuatro meses desde que abandoné el equipo; no tuve el valor ni ánimos de regresar. Sin embargo, hoy me he vuelto a poner el uniforme, pero sé que mi amigo ya nunca más pasará por mí para ir a los partidos. De aquel día sólo me queda el recuerdo de un partido memorable del River y un balón ponchado que yace en medio del patio.
David Gómez Olmedo es un joven aprendiz de escritor. Día tras día dedica, con mucho afán, la mayor parte posible de su tiempo a la lectura: entre sus escritores favoritos figuran, Ernesto Sábato y Federico García Lorca. Su mayor sueño es que un día su escritura sea tan prolífica como sus lecturas.
La mudanza
Sergio Sansón
«¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Calderón de la Barca
E
s lunes por la mañana y los primeros rayos del amanecer comienzan a asomarse entre el espacio que dejan las cortinas color gris que contrastan con las paredes blancas. El ventanal, que está cubierto por la gruesa tela, se encuentra a un lado de la cama, a metro y medio aproximadamente, por lo que la luz que logra colarse entre las cortinas dibujaba una línea dorada en medio de ella, dejando al resto de la luz ahogarse en una laguna que queda entre el cristal y su telón, y aquel lánguido riachuelo amarillo figura como el meridiano de un lecho habitado; hacia el noreste, a un lado de la cama, se encuentra un pequeño buró y sobre éste un reloj despertador que tiene programada la alarma a las siete y media. Aún no ha sonado el reloj pero Karina despierta; cosa extraña ya que siempre tiene que escuchar un par de veces su alarma para abrir los ojos. A pesar de la somnolencia la noto desconcertada, pero parece que no le toma mucha importancia, espabila un poco, bosteza, se frota los ojos y se estira aún enredada entre las cobijas, se sienta a la orilla de la cama y medita un poco el plan que tiene para el día de hoy. Qué buena suerte despertar sin la alarma el día de hoy —se dice—, la mudanza llegará en punto del mediodía, así que tengo tiempo para arreglar lo poco que me falte. Se levanta de la cama, acomodándose la blusa que utilizó para dormir y, tratando de acomodar su rizado cabello cobrizo, se acerca a la ventana. Aquel hilo dorado ilumina levemente el café de sus ojos y con ese baño de luz le esclarecen a un tono más claro, resaltando la belleza de su mirada que me gusta tanto. Entonces abre las
Sansón. Estudiante de psicología
del IPN, se animó a escribir porque en
la universidad le decían que redactaba bien los trabajos y encontró una
primera oportunidad en un taller de narrativa y escritura breve.
Fotografía: Ariadna Morales
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cortinas y aquella laguna dorada se desborda e inunda su recámara llenándola de brillo, abre el ventanal para que el aire fresco de la mañana recorra el lugar y aquella primera brisa da un respiro a la habitación del remanente sofoco de la noche. Se da media vuelta y contempla melancólica, por un momento, las paredes vacías, pareciendo recordar cómo estaban llenas de adornos, regalos y souvenirs hasta hace unos días, pues ha quedado la huella de una parte de su vida en ellas. Ha preparado todo desde la semana anterior, pero aún así decide echar un vistazo a su cuarto y a toda la casa. —Parece ser que no queda nada más, al menos en esta pieza, siempre es bueno tener todo listo con anticipación, ¿no lo crees, Tom? Ojalá pudieras responderme, pero puedo descubrir la respuesta en tu mirada y tu ronroneo —sonríe mientras dice eso y se cambia la pijama. Las primeras dos horas del día pasaron escurriéndose como agua entre las manos mientras Karina bajaba a la cocina a prepararse el desayuno y revisaba las noticias de la mañana en su celular mientras comía. Después empezó a deambular entre los cuartos y rincones de la casa, pusilánime y buscando, si es que algo pudiera encontrar, cualquier cosa que haya podido olvidar. El ambiente de la casa se siente tranquilo, no se escucha nada que no sea ese característico sonido del silencio imperturbable, a menos que se escuchen los pasos de los pies descalzos de Karina en una casa vacía que espera el desalojamiento de su futura antigua huésped. Yo solamente la veo, me gusta ver su figura al caminar y percibir el rastro de su perfume que ha traspasado el transcurrir de la noche. —Sé que no he olvidado nada, Tom, pero tengo la sensación de haberlo hecho. He recorrido toda la casa, cada cuarto, revisando con la mirada de arriba a abajo, pero todo lo encuentro vacío, exactamente como lo dejé anoche después de terminar de empacar, entonces ¿por qué tengo este sentimiento tan extraño? No ha desaparecido desde que desperté. No incrementa, pero tampoco desaparece, no lo sé, quizá un baño me refresque la memoria. Yo sólo la escucho, no le contesto porque no quiero preocuparla más, suficiente tiene con esa incertidumbre que le atribula como para sorprenderse al oírme hablar, sin embargo, aquella sensación, agazapada hasta ahora, comenzó a cobrar fuerzas durante el último baño que la casa le dará, y aunque no puedo verla en este momento, sí que puedo escuchar la preocupación y la angustia que refleja su mojado soliloquio. «Algo no está bien… ¿Qué pude haber olvidado? Sólo falta la maleta en la que pondré la pijama. ¿Guardaste todos los libros? Sí. ¿El cargador, quizá? ¿Las tarjetas, alguna prenda, un souvenir, las cosas de Tom están completas? Las tarjetas están en mi cartera, junto con el cargador del teléfono en el buró y las cosas de Tom están listas desde ayer, al igual que todos los adornos y recuerdos. Ya empacaste todo lo que se podía empacar y enmaletado todo. Piensa… piensa… ¿Qué es lo que puede ser, si ya todo estaba listo? ¡No lo sé! No lo sé… comienzo a marearme y eso no me deja concentrarme...». Entonces Karina sale del baño, con la toalla rodeándole el cuerpo, la veo tambaleante y de semblante enfermo, hace un esfuerzo para llegar a su cuarto a secarse y vestirse, entra con un paso vacilante y se sienta en la orilla de la cama a tratar de concentrarse y recordar. 64
—Quizá sea mejor cerrar los ojos un rato, relajarme, y tal vez la epifanía llegue después, «a la fuerza ni los zapatos entran», creo que así va el dicho, así que forzándome no recordaré, aún queda tiempo antes del mediodía, pero la pesadez de la amnesia me arrulla, me siento cansada... una siesta reparadora no vendría mal ¿verdad, Tom? Me despertarás si quieres comer, o lo hará la alarma que puse a las doce. —No te preocupes, te despertaré –por fin le contesté, pero no pareció importarle oírme hablar—. Por la comida no te preocupes, ni siquiera ha sonado tu primera alarma, aún es temprano, sigue durmiendo. Entonces, con un rostro desmejorado me sonríe y cierra los ojos, apenas se durmió yo desperté y poco después sonó la alarma de las siete y media, pero ella no reacciona. No hay problema, ella siempre tarda en despertar. Me subo a la cama y me acuesto con ella. Han pasado unas horas, el hambre me asaetea y Karina no despierta, los maullidos no funcionan, incluso ha sonado la alarma de las doce y la mudanza ha tocado la puerta, ella sigue igual, pero yo tengo hambre, doy una vuelta a la casa buscando, con esperanza y no con expectativas, algo que comer… y no hay comida, pero está ella. 65
Sara Magda Gárate
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esperté como todos los días: tarde, sin muchas ganas de hacer nada. Los ojos pesados como piedras; brazos y piernas entumidos de tantas horas de sueño. Me dirigí al baño, tropezándome con el pantalón del pijama, el de bolitas que tanto odiaba Sara. Al final, todo lo que viniera de mí le era odioso. Oriné casi a la fuerza, por la costumbre de hacerlo por las mañanas, no porque tuviera tantas ganas; salieron unas gotitas ridículas, un ardor subió por mi pene hasta la ingle. ¿Anoté en la agenda la cita con el doctor? No creo que unas gotitas de sangre de vez en cuando signifiquen algo grave. Vi mi rostro en el espejo, la barba dispareja que me salía aquí y allá como un césped mal podado, mis ojos hundidos en esas ojeras como pozos sin agua. Vi el rostro alguna vez amado por Sara, besado por Sara. Ese rostro feliz se había ido, ahora era una máscara de cartón mal pintado. El rostro anodino de un cuarentón sin trabajo. Renuncié al despacho de diseño por perseguir mi sueño de ser músico. Al principio, Sara me apoyó, ella seguiría trabajando organizando banquetes de bodas, mientras yo me reestrenaba como colegial en el conservatorio de música. Fueron los años más felices de mi vida: la escuela, tocar el violín como enajenado día y noche, vivir con Sara. Ella, sin embargo, se fue opacando, se volvió irascible y fría; no me decía nada, pero sus ojos eran de hielo, sus manos dejaron de tocarme, su cuerpo se quedaba inmóvil si el mío lo buscaba en la oscuridad. Se acabaron los besos, los viernes de cine y pizza, los juegos eróticos donde nos disfrazábamos sin pudor, las visitas a nuestros amigos. Siempre estaba cansada y yo absurdamente eufórico porque la música me tenía en un estado de éxtasis continuo. Era como si todo el tiempo me envolviera un frenesí del que no podía ni quería escapar, que me hacía florecer. En ese florecimiento asombroso, yo veía a Sara secarse como una planta mal cuidada, pero mi felicidad era tan egoísta que me engañaba pensando que, una vez terminada mi carrera, me convertiría en un músico exitoso y que Sara renacería, volvería a cantar mientras cocinaba, a invitarme a la ducha con un gesto travieso, a teñirse el cabello de un color distinto cada mes, a reír estruendosamente con mis ocurrencias. Sara se fue cuando me faltaba un año para titularme. Sólo se llevó su ropa en un par de maletas rosa metálico chillante que compró para la ocasión. No quiso nada más, aún cuando habíamos comprado todo entre los dos. La salita color carne que nunca me gustó, el comedor para dos, la recámara todo a juego, los cursis accesorios para baño 66
y cocina. Era mejor así, quedarme en un cementerio de muebles a celebrar un día de muertos perpetuo con mi soledad. Cuando Sara estaba, todo era reluciente, ahora las cosas son los fantasmas de lo que eran. En el refri sólo hay frascos caducados y en la alacena paquetes abiertos de sopas y gelatinas que me ha dado flojera tirar. Ya ni siquera puedo tocar, la música se acabó para mí. Después de que Sara se fue, me salí del conservatorio y busqué trabajo en despachos y editoriales. De eso hace ya un año y aún no he logrado encontrar trabajo; de vez en cuando recibo un cheque que mis padres me envían desde Arizona, donde viven con mi hermana, o hago un trabajo ocasional repartiendo comida para algún restaurante, paseando perros o lavando salas… sé que es patético, pero sólo es momentáneo, mientras me recupero de la partida de Sara y mientras encuentro un trabajo estable.
II Otra vez me despertó el ruido de la lluvia, no ha dejado de llover en semanas; en la televisión advierten que si no es necesario salir de casa, es preferible no hacerlo. Afuera es un caos: calles inundadas, coches varados aquí y allá, colonias enlodadas, poco transporte. Por eso decidí dejar el despacho, me tardaba dos horas en llegar hasta allá y, con este caos, hasta tres o cuatro. Ahora sólo se respira lluvia, cuando abro las ventanas ese olor penetrante a tierra mojada se mezcla con el olor húmedo y ácido del interior. Y eso que ya tiré todos mis libros —y los pocos que dejó Sara—. Empezaron a reblandecerse y luego a pudrirse. Los que dejó Sara, por cierto, sólo eran basura: libros de autoestima para que el lector pudiera volverse el mejor vendendor del mundo. ¿Y Sara se creía todas esas patrañas? En el fondo era muy ingenua. Hace un par de meses la vi a través de la ventana de un café. Yo iba apresurado porque hacía frío y no llevaba abrigo, y algo me hizo voltear hacia el interior acogedor de aquel café con lámparas tipo hindú. En una esquina estaba Sara riendo a carcajadas, su hermoso cabello largo ahora parecía el de un niño, tan corto y tan revuelto que le daba un aire de frescura. Se veía mucho más joven, más delgada y, tengo que decirlo, más feliz. Al menos no recuerdo que conmigo hubiera reído con tanta alegría. Aunque hacía frío, llevaba una blusa morada de tiritas, en sus hombros morenos brillaban esas pequitas alguna
Desde la escuela primaria descubrió sus dos pasiones: escribir y dibujar. Profesionalmente se ha dedicado a la edición y la corrección de libros de texto; si las letras le han dado de comer, sus dibujitos han llenado sus horas de momentos felices. Ahora conjuga palabras y trazos, con la desfachatez y la alegría de aquella niña que descubrió la belleza de los libros a muy temprana edad. https://delosconejos.blogspot.com
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vez tan amadas por mí, tan besadas por mí. Estaba tan embelesado, que no había reparado en el tipo sentado frente a ella, el autor de su alegría. No podía verle la cara, pero algo me decía que era guapo, el cabello largo hasta los hombros, la espalda ancha, el movimiento desparpajado de sus manos al hablar, su camisa jipi. Una punzada de dolor atacó mi estómago, luego descendió hasta mi pene. Como siempre que algo me impresiona, últimamente el dolor termina ahí, con una extraña sensación de querer orinar con urgencia. Sé que debí ir al doctor hace mucho, pero lo he ido postergando. ¿De que hablarían? ¿Le estaría narrando una anécdota hilarante de cuando se rompió su paraguas bajo un chorro de agua? ¿Le estaría contando una de esas películas que tanto le gustaban a Sara y que yo odiaba por banales? “Son para reír, no intentan descifrar el origen del universo”, me decía Sara enojada cuando me burlaba porque prefería esas películas, en vez de las de autor. Fueron sólo unos minutos, pero esa escena reflejaba la nueva vida de Sara, podía imaginar su apartamento donde vivía con ese galán de cabello largo. Quizá sus muebles ya no eran naif, sino tipo oriental. Quizá habían decorado las paredes con instrumentos australianos y en lugar de sillones,
tenían alfombras y cojines para sus invitados, una bola de amigos que hablaban de sus viajes por el mundo, mochila al hombro. Quizá ahora era vegana y no había vuelto a probar la pizza. La imaginé rodando en una de esas afombras, desnuda, en los brazos de aquel hombre. La urgencia de orinar se acentuó, todo el frío que sentía fue a instalarse en la punta de mi pene. Abandoné de prisa la hermosa escena de la felicidad de Sara. Cuando llegué a casa, mientras orinaba sangre, fue la primera vez que pude llorar por la partida de Sara. Habían pasado dos años desde que se fuera, pero el tintineo de su voz seguía en mis oídos cada vez que el silencio inundaba el departamento, ahora lleno de goteras.
III Hoy recibí una llamada inesperada, me despertó el teléfono a las once de la mañana. Era Sara. Hablaba muy rápido e intercalaba risitas nerviosas entre frase y frase. Apenas podía entenderle y, cuando por fin comprendí el absurdo motivo de su llamada, me dieron ganas de estrellar el teléfono contra la pared. Se iba a casar y me estaba invitando a su boda. No, no era una invitación, quería saber si podía tocar el violín en la cremonia. Le dije que lo había dejado, ella dijo entristecerse porque ya no tocaba. Noté un leve dejo de burla en su voz. Quiso saber cómo estaba, le dije que todo marchaba bien, que tenía un nuevo trabajo en un despacho donde hacían videojuegos, que vivía con mi novia desde hace un año, que también estábamos pensando en casarnos. No sé si me creyó, ella siempre sabía cuando le mentía, pero me felicitó, dijo alegrarse de que todo fuera bien para mí. Hubo un incómodo silencio antes de que ella colgara, quizá esperaba que la felicitara, no tuve fuerzas para hacerlo. No después de que me dijera con la voz más chillona que encontró que estaba embarazada. Imaginé su bello abdomen hinchándose con el peso de un ser un humano diminuto. Literalmente sentí náuseas, después un leve mareo… cuando colgó, me arrastré como pude hasta el baño; ni siquiera pude incorporarme, sigo tirado en el baño, con el pijama húmedo de sangre en la entrepierna. Hace tres años que Sara se fue, una vez más me quedé sin empleo, tampoco es verdad que tenga novia (un par de veces salí con alguna chica, pero no pasó de un acostón), las paredes están enmohecidas, las goteras han minado casi todas mis cosas y yo quise ignorar a aquel médico que me dijo que, si no tomaba quimioterapia, el cáncer terminaría matándome. Creo que ya empezó a hacerlo. Ya es de noche, me quedé dormido o quizá me desmayé; me despertó el suelo frío del baño, intento incorporarme, pero no puedo. Podría llamar a Sara, decirle que me alegra mucho su felicidad, imagino una vez más su vientre que tantas veces recorrí con mis besos, su vientre ahora ocupado con una vida que no tiene nada que ver con la mía. ¿Se fue la luz? Una oscuridad empieza a descender desde el techo carcomido por la humedad… ahora no veo nada, mis pies y manos están adormecidos; mi garganta, seca. Desde la cocina, tomada por hongos y moho, escucho el tintinear de una voz, ¿es la voz de Sara? Suena como aquellas veces que, mientras hacía la cena, me platicaba cómo había estado su día (como aquellas veces en que yo asentía sin prestar atención a lo que decía). Me llega un olor a champiñones con mantequilla, a pan con ajo recién horneado. Sí, la típica cena de Sara. Es ella entonces quien está cocinando para mí… también quiero un vaso de vino, querida. Sí, ya voy, sólo tengo que sacar estas últimas notas de la partitura. Ya voy, amor, espera. Sólo tengo que lograr incorporarme, vencer este dolor que nace en la pelvis y esta oscuridad que me está aplastando como una piedra. 69
La muerte de la muerte Jaime A. Vázquez Repizo
«Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?». Jorge Luis Borges, El Aleph
2030. Nadie celebró el día que la muerte murió, las noticias no lo anunciaron. A diez años de la explosión en México, los efectos son el único tema. Saldo oficial, 20 millones de víctimas. El país se ha reconstruido, el crecimiento es sostenido, existen nuevas fronteras, se ha dado rostro a los desplazados y reconocido su identidad, también se ha perdido toda soberanía. ¡¿Que si hubo mutaciones?! Sucedió la mayor evolución biológica desde el comienzo de la vida misma. Las consecuencias se presentan en las más diversas formas. La muerte de la muerte es una más de ellas. Noqueado por la crisis sanitaria, el presidente Donald Trump aprovechó el emblemático 19 de septiembre de 2020 para atacar a México como estrategia de campaña para su reelección a la presidencia de los Estados Unidos. Ese día, a las 7:17 horas escribió en redes: «MAGA. US 4 us». Lo devastador fue la réplica de las 13:14 horas, cuando anunció: «I am pleased to inform you that I have signed a decree that guarantees a better future for the United States, today a new era begins without mexicans ». Tras el mensaje, un bombardeo de imágenes: redadas y detenciones masivas. Ese fue el banderazo oficial de la mayor explosión demográfica entre dos países. Por cuatro, por diez, por treinta. En tiempo real descubrimos horrorizados que, multiplicados bajo cualquier factor, recuperamos de un tuitazo las pérdidas humanas de la pandemia. El génesis superó al infierno, los 127 millones de Méxicos reaccionaron distinto cuando se esparció la información a velocidad digital. En la capital, la propagación del coronavirus fue justificación para endurecer las políticas de confinamiento dotando a la policía de facultades para preservar el aislamiento. Sin embargo, la medida encontró desobediencias inmediatas frente a una población que ya sabía de desabastos. La ciudad era un campo de batalla entre manifestantes, abusos policiales y golpizas a ladrones. Ninguna mascarilla pudo contener los contagios y al mismo tiempo filtrar el olor a sangre y gas lacrimógeno. En el sur del país, antillanos, africanos, centro y sudamericanos integraron la madre de todas las caravanas alentados por analistas que garantizaban la necesidad de mano de obra ilegal en la economía de Estados Unidos. Durante el éxodo destruyeron albergues y centros de detención migratoria. Corrieron el rumor que escondían en sus filas a ciudadanos egipcios integrantes del Estado Islámico: Terrorismo en México, la estela del cometa. En el norte, los primeros días transcurrieron en relativa calma. Repartidos en quince ciu70
dades fronterizas, 50 a 60 mil repatriados diarios, no incomodaron del todo. Finalmente, el Tío Sam no fue tan malo y pagó con dinero de los contribuyentes las propiedades de los paisanos a precios de remate, una expropiación simbólica, consideró que retornar a los mexicanos con recursos les permitiría empezar una nueva vida en México sin necesidad de volver. Sin embargo, la calma fue efímera. Al séptimo día Tijuana, Ciudad Juárez y Matamoros colapsaron, los deportados no abandonaban la zona fronteriza. Siguieron Hermosillo, Chihuahua y Monterrey. La frontera porosa era mejor opción que asimilarse en tierra azteca. El problema surgió cuando terminó la ocupación hotelera y continuó el arribo constante. Los precios se fueron por los cielos cuando se sobrepobló el norte. Así fue la mayor deportación masiva en tiempos pandémicos. Sin antros, playas, bares, o centros recreativos, con el país desgobernado por un Estado perdido. Y qué mejor para ellos que fue así, porque la cacería de paisanos no se hizo esperar. Con o sin plaga, regresaron condenados al encierro, orillándolos a la invisibilidad. En esos días, el monero de un periódico los dibujó traslucidos como fantasmas, de los que sólo sabíamos por sus pisadas: dólares y ciclistas de entrega rápida tras ellos. Pero un día el monstruo despertó. Bajo agenda oculta gestionaron los permisos neces rios para fundar Nueva América, la primera ciudad inteligente del mundo situada entre Oaxaca y Veracruz. Ni las hormigas más obstinadas podían compararse a estos migrantes que de nueva cuenta abandonaron todo en cuanto el presidente anunció con bombo y platillo la nueva zona planeada en México para un constante crecimiento. Y así, como un origami que se desdobla de adentro hacia afuera construyeron rascacielos, universidades, centros de salud, aeropuertos, restaurantes, industria y espacios recreativos. Y si no era suficiente lo que veían tus ojos, bajo tierra tenían túneles, transportes subterráneos, almacenes y fuentes de energía. La geografía de la zona les permitía alimentarse de
la pesca, practicar deportes extremos en el Papaloapan, así como exportar productos a Europa y Estados Unidos. El resto del país, que en principio se refería a Nueva América como Pochotitlán empezó a envidiar los niveles de crecimiento de la zona queriéndose integrar a ella. En principio, Andrés Manuel veía con recelo la situación; sin embargo, concedió su beneplácito a la nueva franja económica atribuyéndosela. Incluso mencionó que era resultado de una Quinta Transformación. La 5T reagrupaba las zonas económicas generando economías de escala a partir de la especialización, decía. Resultado del confinamiento, habían creado fuertes redes de comunicación. De esta forma, los migrantes se habían agrupado de acuerdo a su área de especialización en su antigua vida, los que trabajaban en la zona automotriz en Detroit, los del sector tecnológico de Silicon Valley, la industria del entretenimiento en Hollywood, el sector financiero de Nueva York, la salud en Houston, etc. Por su nivel de organización, en menos de un año, contribu eron considerablemente al crecimiento del PIB. En este punto le pido que paremos el cuento. Nos encontramos en un momento frontera, usted y yo. Conmigo culmina el proceso evolutivo, estoy a punto de dar vida a otra forma de vida. Puedo adelantarle algunas cosas. Pero antes necesito saber, ¿en qué momento de la vida está leyendo esto? Yo lo escribo en 2030, México ya es potencia mundial. La selección natural ha sido sustituida por el diseño inteligente, la vida sale del reino orgánico para dar vida al inorgánico. La bioevolución es mexicana. Investigo y trabajo con nano células. Tras el confinamiento descubrimos que el verdadero poderío está en cuidar salud, cuerpo, cerebros y mentes. Hemos creado micro drones que se injertan en los tejidos orgánicos, imposibilitan el envejecimiento de las células. Destapa tu mejor botella y celebremos, porque estamos posibilitados para detener el envejecimiento. A partir de esta fecha, solo morirán las personas que deseen morir. ¿Pasamos de 2030 sin que tuvieras noticias mías? Estoy muerto, programé este mensaje para que se difundiera en cuanto se detuviera mi actividad biológica. Orgullosamente ofrecí mi vida en nombre de la ciencia en un ambicioso experimento de ingeniería orgánica. ¿Me lees sin haber llegado a 2030? ¡Mejor aún! Muy pronto reescribiremos el código genético, tendrás nanorobots navegando por el torrente sanguíneo, te detectaran gérmenes, atacaran y destruirán cualquier virus, te eliminaran células muertas, te crearán nuevas redes neuronales, tendrás manos biónicas más fuertes que tus manos orgánicas y más. Saltándome nuestra biolegislación y con ayuda de la tecnología informática y de la inteligencia artificial logré hacerte llegar este mensaje, justo a ti. Yo lograré la bioevolución, tú eres lo más importante en tu integridad, pronto te necesitaré en nombre de la ciencia.
Jaime A. Vázquez Repizo. Nació durante la primavera
del 82 en Ciudad de México. Estudió economía en la UNAM. A temprana edad leyó el Quijote y perdió el juicio. Sueña
mucho y duerme poco. De madrugada recorre las calles en bicicleta. Le gusta la comida yucateca. Quiso ser
emprendedor y desastrosamente le fue bien, ahora su negocio le absorbe la mayor parte de su tiempo.
Como todo lo que hace, escribió este cuento pensando en Ana Sofía, su hija.
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Culpa
Carlos Alberto Matos Jiménez
B
runo despertó, estiró el brazo, desbloqueó su teléfono y vió que eran las tres de la mañana. Intentó dormirse otra vez, pero no hallaba una posición cómoda, además de que al consultar la hora, la iluminación al máximo de su pantalla le deslumbró como cuando su mamá solía abrir de golpe las cortinas por la mañana para despertarlo y que no llegara tarde a la escuela. Tras un rato de intentar conciliar el sueño, tomó de nuevo su teléfono y siguió su rutina de siempre: jugar un rato algún videojuego, entrar a Instagram a deslizarse entre las fotos de las personas que seguía y, por último, a Facebook para ver las publicaciones más recientes de sus amigos. Luego de sonreír por un meme que uno de sus amigos del trabajo compartió, se sorprendió al ver una publicación de Amelia, una ex novia de la prepa en la que decía que un antiguo amigo había sido asesinado esa misma noche. La respiración de Bruno se aceleró y tuvo una sensación rara en el estómago. Apresurado, se levantó y corrió hacia el baño. Después de vomitar se enjuagó la boca evitando mirarse al espejo. Regresó a la cama sintiéndose frágil, temeroso y arrepentido de haberse distanciado de él. De nuevo agarró su celular y comenzó a ver sus fotografías de perfil pues estaba seguro de que en alguna de ellas estaban él y su amigo; si las encontraba podría utilizarlas para escribir una publicación expresando sus condolencias. En la primera imagen sólo estaba él, más delgado que ahora, con su nuevo uniforme de la prepa a la que recién había ingresado. En la segunda, estaba la familia completa en el altar de una iglesia con motivo de la primera comunión de su hermanita. Ambas fotografías le hicieron recordar que por lo general no se sentía muy feliz a sus quince años. Al inicio de clases no se relacionaba con casi nadie, ya que como le daba demasiada importancia a lo que sus compañeros pudieran pensar o decir de él difícilmente entablaba alguna conversación con ellos; de igual manera, los fines de semana no veía a sus amigos de la secundaria sino que eran exclusivamente familiares, puesto que los sábados visitaban a alguno de sus abuelos y los domingos, al terminar la misa, iban al súpermercado y terminaban el resto del día en casa viendo alguna película juntos. Bruno pasó a la siguiente foto y en ella aparecían él y su amigo al que habían asesinado, era un poco más bajo que él y utilizaba bráquets. En la cuarta fotografía, similar a la anterior, estaban los dos muchachos haciendo gestos extraños junto con Amelia. En la quinta, había un dibujo del personaje de un videojuego que a ambos les gustaba, y en el que se la pasaban jugando hasta altas horas de la Carlos Matos es Licenciado en Educación egresado
de la UADY. Le gusta leer más antologías que novelas; en cuanto a la escritura, ya no la practica tanto como lo hacía hace algunos años, pero quiere poco a poco recuperar esa pasión. Actualmente es profesor de
preparatoria y estudiante de maestría. IG: matoscrl
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Fotografía: Juan Manuel Arana Ravell. IG: oculus_f5.6
madrugada cuando se uno iba a dormir a la casa del otro; ese dibujo fue un regalo de su amigo para Bruno, pero sus homofóbicos padres lo quemaron (junto con otras cosas) después de la golpiza que le dieron una noche que revisaron su teléfono y leyeron la conversación de WhatsApp en la que hablaban de una forma en la que se notaba que eran más que amigos. Mientras las náuseas regresaban, Bruno recordó que por la discusión, los golpes y el castigo que duró poco más de un año, no volvió a hablar con ese chico. En la escuela comenzó a ignorarle y, luego de que se hizo novio de Amelia (quien por supuesto, no sabía nada) los problemas en casa se esfumaron. Cuando Bruno pasó a segundo grado no solo había superado su timidez y se llevaba con otras personas, sino que quien fuera más que sólo un amigo, se había cambiado de escuela y perdido comunicación con todos. Bruno comenzó a llorar sintiéndose mal por haberlo lastimado y por no haber sido capaz de ser fiel a sí mismo en aquel entonces. Con tal de no ser un hipócrita, prefirió desistir de su idea de dar el pésame en una publicación y reprodujo con bajo volumen una de sus playlists en Spotify para ayudarle a dormir. Cuando Bruno sintió más ligero su cuerpo, comenzó a sonar una canción popular de su adolescencia, lo que le puso melancólico pero que, somnoliento, le hizo pensar en lo feliz que se sentía en la actualidad, en comparación de hace once o doce años. Hoy, a sus veintisiete, ejercía la profesión de abogado en un despacho ubicado a sólo unas cuadras de su departamento con los mejores compañeros de trabajo que pudo haber imaginado; en cuanto a su familia, desde que su madre enviudó, procuraba visitarlas a ella y a su hermana al menos una vez a la semana, a veces acompañado de su novio. Sin un rastro de culpa y con una sonrisa, Bruno por fin se durmió, así que me incliné, me despedí y me desvanecí. 75
Los murmullos Jesús Ruiz Villalva
«Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi». Juan Rulfo, Pedro Páramo, 1955
M
e sacudió un sonido repentino. La alerta sísmica, pensé, sobresaltado. Casi caigo de la cama. Todo estaba oscuro. Me lastimé al bajar. ¿Qué hacía una tuerca en el piso? Se aclaró mi sorpresa al descubrir que el sonido provenía de mi despertador. Lo apagué y vi la hora: 6:30 a.m. ¿Qué día es? Me esforcé en recordar. Es día en que ni los obreros trabajan, me dije. Me recosté nuevamente para tratar de dormir otro rato. Fue inútil. A los veinte minutos me levanté. Prendí la luz, no sé para qué si enseguida la volví a apagar y salí de la recámara. Recordé hasta ese momento que mi esposa se quedó dormida en el cuarto de mis hijas. Mejor así, pensé. La hubiera sobresaltado también. Preparé la cafetera, y en tanto se hacía el café, cociné un omelet de champiñones. Lo desayuné con dos piezas de pan de caja. Mientras desayunaba revisé las noticias en mi celular que, por cierto, estaba casi descargado. No encontré… ¡Mmm! Ehhh… desayuné… huevos con champiñones… café y pan…vi las noticias en el teléfono, de las cuales, por cierto, no recuerdo ninguna… Me serví otra taza de café y me fui a la sala, prendí la televisión para oírla, no recuerdo qué había. Conecté mi celular, y así conectado, me concentré en mirar la pantalla mientras abría diferentes aplicaciones, sólo para pasar el rato. Me dieron las doce. Mi esposa hacía rato que me hacía compañía. Cuando llegó cruzamos tres o cuatro palabras, se recostó y mientras dormitaba, cambiaba de canal en el televisor, sin ton ni son. Yo seguía concentrado en mi celular. Ya pasaba del mediodía, y no había ocurrido nada extraño ¿Por qué, entonces? Mediodía y sin novedad. A ver, ¿qué pasó después? Me quedé dormido con el celular en la mano, un par de horas, aproximadamente. Al despertar me incorporé súbitamente, no sé por qué, algo soñaba seguramente. Me sobrevino un 76
Ilustración: Valeria Ruiz
fuerte mareo, me volví a sentar casi al instante, ante la interrogante mirada de mi esposa, que nada dijo y nada le comenté. ¿Fue esto un anuncio de lo que pasaría después? Me levanté enseguida con la intención de… ¡Mmm! ¿En qué estaba pensando…? ¿Ya repasé lo del mareo? Creo que sí… no sé. ¿Cuántas veces me he desvanecido? ¿O se dirá, se ha desvanecido, considerando la creencia pitagórica de transmigración? No sé, pero han sido varias. Lo raro es que a veces siento que pasa mucho tiempo, y otras, que me desconecto por solo un instante. A ver… Comimos como a las cuatro, sino mal recuerdo; recuerdo, ¡qué paradoja! Pero ¿qué pasó en las dos horas anteriores? Quizá nada importante, por eso no me acuerdo. Le he de haber ayudado a mi esposa a hacer la comida, sí, seguramente eso fue; en fin, comí opíparamente, al terminar, tomamos café y vimos dos películas, que fue lo que me duró la taza de café. Al darle el último sorbo estaba frío y me costó trabajo tragarlo. ¿Acaso fue una señal? Las dos películas las había visto varias veces. Macario y su amistad con la muerte. Pedro, el Jaibo y las gallinas. Qué curioso, ésta película me recordó el corte en el ojo hecho por el mismo Buñuel, y el burro en descomposición plagado de bichos, visión traumática de su niñez, escenas de Un Perro Andaluz. ¿Fue acaso la sugestión lo que ha provocado? ¡No! No lo creo. Es demasiado trivial un pensamiento así para lo que me está sucediendo. Eran las nueve de la noche, aproximadamente, salí a la tienda en mangas de camisa. No pensé que hiciera tanto frío. En quince minutos ya había regresado. ¿A qué fui a la tienda? No recuerdo, sólo sé qué hacia mucho frío. Hasta aquí, indicios vagos, sin cohesión, sin… ¡Mmm! ¡Otra vez! ¿Qué fue lo último que pensé, qué palabra dije? ¡Mmm! ¿Sin o sino? ¿Sino? ¿Pero por qué sino? Seguramente Sino como sinónimo de Destino. Entonces hablaba de mi 77
Sino, de lo inevitable, de lo ineludible. Sino fue la palabra seguramente… A ver, a ver, a ver. Cené algo ligero, creo que fue... ¡mmm! Cereal con plátano y leche, sí, eso fue, aunque, si no mal recuerdo, fue también un plato del guisado de la comida, entonces quizá no fue tan ligera mi cena. Me fui a acostar como a las once. Puse como siempre ruido blanco en mi celular, programado para cincuenta minutos. Aunque esta noche casi no oía zumbidos. Tardé un rato en dormirme, quizá veinte, quizá treinta minutos. En tanto, cruzaban por mi mente ideas densas e incoherentes. Me dormí, y al parecer tuve un sueño muy intranquilo. Pero bueno, eso ya no importa, en mi día cotidiano no encuentro una razón o motivo de peso. La debacle comenzó, seguramente, cuando iba a amanecer… ¡Se me subió el muerto! Sí, hacia muchos años que no me pasaba. No podía moverme y sentía estar conciente. ¡Tenía una fuerte opresión en el pecho que no me dejaba respirar! Era como si alguien o algo muy pesado estuviera encima de mí. Aunque no podía moverme ni abrir los ojos, la omnisciencia me permitía ver todo lo que me rodeaba, veía mi habitación, en diferente disposición a la real. ¡Sentía una presencia fantasmal al lado mío, que algo me susurraba...! Cada vez se me dificultaba más respirar… ¡Quería tranquilizarme, pero no podía! Trataba con desesperación de moverme, ¡pero no lo lograba! ¡Y a cada momento me desesperaba más, me angustiaba más! Y de pronto, la sensación desapareció repentinamente, y seguramente me quedé dormido. Seguramente. Aquí, en este punto, después de que se “me subió el muerto”, después de que creo haberme quedado dormido, fue que inició mi dilema. ¡No sé si sigo dormido! Sin embargo, me siento totalmente conciente. Ya di un repaso a todo lo que me sucedió en el día y lo que pude recordar o inferir de la noche, y no encontré nada, solo señales intermitentes, sin cohesión, no hilvanadas, por tanto, nada. Después de “dormir”, en el tiempo que llevo así, ha habido mucho silencio. ¿Qué pasa? Me siento, como ya dije, consciente, pero no me puedo mover, porque, ¡qué raro!, no siento pertenecer a un cuerpo. Por ende, no puedo abrir los ojos, como cuando se me subió el muerto, aunque en ese trance, había una omnisciencia que lo veía todo, ahora no. Tampoco siento angustia por no poder respirar, ¡porque siento que no respiro! Me siento atrapado, mi conciencia se siente atrapada. ¿¡En qué estoy!? ¿¡En dónde estoy!? ¿¡Por qué estoy!? 78
Perdí nuevamente la “conciencia”, sentí que me desconecté, sí, eso sentí. No sé cuánto tiempo pasó. Sigo sin sentir, sólo “pienso”. Pero el silencio ominoso se ha ido, oigo murmullos, ¡son gritos! Logro distinguir la voz de mi esposa, de mis hijas, y voces extrañas, aunque no entiendo nada de lo que dicen. Logro percibir el ruido de golpes, con sonidos ahogados, sordos, como si golpearan un cuerpo. ¿Acaso será el mío? No sé. Percibo un ir y venir, rechinidos del colchón, como si alguien se sentara a mi lado. ¿Qué pasa?, cada vez son más lejanos los sonidos, se pierden, se apagan. Creo que mi conciencia o subconsciente, no sé como llamarlo, volvió a activarse o a despertarse, ¡o como se diga! Sigo sin entender por qué estoy en este trance. Esto me hace recordar los murmullos de los muertos en Pedro Páramo; la conciencia plena de la muerta que ve y siente todo lo que sucede a su alrededor, en La Amortajada; o quizá hasta la película de Los Otros; pero me siento más como La Amortajada, porque… ¡Mmm! Otra vez esos murmullos, pero ahora son varias voces que al unísono dicen algo que no entiendo, pero por el tono parecieran rezos. ¿Por qué rezos? Si yo soy… o era… ateo. Mi esposa sabía que al morir era lo que menos hubiese querido… ¿¡Al morir, dije…!? Ya lo dije y lo tengo que reconocer: ¡estoy muerto! Desconectado de mi cuerpo y con una sola conexión con el mundo: mi conciencia y los murmullos que logro distinguir. Juan Preciado distinguía las palabras, los diálogos, pero yo no, sólo percibo murmullos… ¿Ahora qué va a pasar? ¿Hasta qué momento estaré conciente? No siento angustia, no siento dolor, ¡no siento nada! ¿Hasta cuando? Quizá hasta que deje de ser materia y sea un esqueleto, ¿y mientras qué?, ¿oiré acaso el murmullo de los gusanos mientras me están carcomiendo? ¿O quizá escucharé el murmullo dialogante de los vecinos más próximos a mi tumba...? ¿Tendré cerca una Dorotea con quién pueda platicar, o por lo menos murmurar…? Este estado, ¿será Temporal?, ¿será eterno? ¿Al final me convertiré en un murmullo del pasado para sobresaltar a los vivos…? No lo sé… Qué raro, dejo de percibir murmullos, todo está en silencio. ¿Mi cuerpo en qué lugar se encuentra? Seguramente en una caja cerrada. Me siento atrapado, como el núcleo de un átomo, porque lo que soy ahora debe seguir dentro de “mi cuerpo”… Acabo de percibir un ruido, como una puerta al azotarse por una fuerte ráfaga de viento. Ahora oigo otro ruido, es un crepitar enérgico, ruidoso… No son murmullos humanos, se oye como si estuviera en medio de un bosque que se está incendiando… Sigo sin sentir dolor, ¡pero ahora siento una gran angustia! ¿¡Acaso me están…!? ¡Oh, no!
Jesús Ruiz Villalva. Ingeniero con sueños de literato. Cursó materias en la Facultad de Filosofía y Letras, tanto de Geografía como de Letras Hispánicas,
mismas que nutrieron su interés por la Literatura y la Ciencia, aunque este gusto databa ya de varias décadas. Un sobreviviente más del ¡sí se puede! y el ¡nunca es tarde!
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Mis peores fantasías Graciela R
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odo sucedió muy rápido. La última vez que te vi fue el día de tu cumpleaños, nos dimos un beso y quedamos en que nos veríamos la siguiente semana, pero la llegada del virus arruinó nuestros planes. Empezó con una serie de contagios por parte de connacionales que venían de China. Siempre tiene que ser China, dijiste. La verdad es que los has odiado desde que supiste que comían gatos, y es que tú adoras a los gatos. En realidad te gusta tener pretextos para odiar a la gente porque bien sabes que no todos los chinos lo hacen, y en todo caso, te he visto comer conejo, y es casi lo mismo. Soy vegana y me escandaliza que comas carne… pero cada quién. En fin, que ese virus se extendió como reguero de pólvora. Nadie sabía nada y bastaba con estar cerca de alguien para enfermar y morir a los pocos días, no sin antes sufrir alucinaciones severas que provocaban que la gente actuara como demente. Se estableció un confinamiento para todos. Se sabía que si morían las personas infectadas, el bicho dejaría de transmitirse y posiblemente se encontraría una vacuna. Al principio no sentíamos el paso del tiempo, luego comenzamos a hartarnos y realizamos planes locos que incluían una visita furtiva para poder vernos. Las videollamadas eran un consuelo muy pobre, sobre todo porque el internet de por sí ya era chafa, ahora con todo mundo confinado, peor. Al final sólo se quedaba en planes, ninguno de los dos quería infectarse y actuar como demente para después morir. Ambos teníamos miedo pero nunca lo dijimos abiertamente. Pasaron las semanas, incluso los meses. Durante ese tiempo, gran parte de nuestras conversaciones giraban en torno a teorías conspirativas, que te fascinaban. De pronto me parecían un poco absurdas, pero nunca se sabe. La realidad supera la ficción, siempre lo he dicho. Finalmente resultó que ninguna teoría podía ajustarse a los hechos, la verdad es que el planeta quería una purga, necesitaba deshacerse de todo aquello que le hacía daño (nosotros) y quizá por eso comenzaron a suceder cosas absurdas. Primero los norteamericanos revelaron una serie de videos donde aceptaban el hecho de que objetos voladores no identificados, habían surcado el cielo desde hacía años y que no solo era verdad que no pertenecían a este planeta, sino que además habían mantenido comunicaciones de manera constante, monopolizando así la información, los muy desgraciados. Bueno, en realidad desde hace décadas era un secreto a voces que los aliens se comunicaban con los humanos alrededor del mundo, y siempre nos hicieron pensar que eran historias locas de gente que quería llamar la atención. Debo decir que funcionó muy bien la táctica, ya que sólo ellos, los gringos, habían invertido en desarrollar la tecnología para entablar un diálogo. En fin, que cuando revelaron los videos, no nos dijeron lo que vendría después, solo fueron soltando pedazos de información poco a poco, según para no provocar el pánico. Lo siguiente que pasó, fue que hubo temblores muy fuertes alrededor del mundo. Ya, al diablo, viene el apocalipsis, dijiste. Para mí era solo coincidencia, todos esos eventos naturales tienen una explicación, incluso lo de los aliens es lógico, pensé. Solo me inquietaba el hecho 80
Ilustraciรณn @graka
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de que precisamente ahora se soltara esa información. ¿Una treta para distraer quizá? En el fondo, te alegrabas de la desgracia, siempre quisiste ver el mundo arder. Yo también en parte, porque pienso que tenemos un planeta tan hermoso y merece un respiro, y si es necesario que el humano se extinga, pues ni modo. La situación nos dio una probadita de lo que ese “respiro” significaba. A pesar de todo mi corazón de pollo me hacía tener fe en la humanidad, fe en que era posible un cambio. Te burlabas de mí por eso de vez en cuando pero aun así te quería. Cuando ya todo se convirtió en un absurdo, fue cuando el Popo hizo erupción. Fue en la noche y lo hizo tan rápido que los avisos que fue dando con antelación, no sirvieron para que la población cercana se pusiera a salvo. Todos murieron tan rápido…entre ellos tú. Fue muy irónico, querías ver el mundo arder, y uno de los primeros que ardió, fuiste tú. Tómala por hater. Hasta risa me daba, pero no pienses mal de mí. ¡La verdad es que resulta tan ridículo! Moriste junto a tus siete gatos. Bueno eso pensé yo, pero seguramente ellos al ser nocturnos, salieron corriendo y se salvaron. Tú estabas dormido así que no tuviste oportunidad alguna. El Popo no fue el único, otros volcanes hicieron su parte, y aun así no aniquilaron a tantos como el virus, que comenzó a mutar y esparcirse más rápido. Mucha gente murió así que la consecuencia lógica fue el hambre y la escasez de alimentos. Pero nos adaptamos, siempre lo hacemos. Afortunadamente yo sobreviví gracias al autocultivo que tuve que hacer extensivo y
Graciela es diseñadora de profesión pero últimamente le ha dado por
la docencia. Le gustan los gatos y los tacos al pastor. De vez en cuando escribe cuentos cortos sin mayores pretensiones que divertirse.
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adaptar mi pequeño departamento para producir lo que necesitaba. Antes de que los servicios de comunicación se fueran al diablo, los gringos hicieron una última revelación: los aliens ya les habían informado que se llevarían con ellos a una cantidad reducida de población humana, querían llevarse “especímenes” de todas partes del mundo, para conservar la variedad genética. No revelaron más, solo eso. Esto pasó ayer por la mañana y obvio estalló el caos, todo mundo perdió el control y decidió echarse un volado saliendo a las calles a riesgo de ser infectado, pero qué más daba, la mayoría sabía que venía el fin, quizá por el virus, quizá por otros desastres naturales. Si los aliens iban a venir era porque ya todo se iba ir al carajo. Todos dimos por hecho que se llevarían solo niños. Yo por mi parte decidí reunir toda la calma que fui capaz. Qué demonios, si es el fin, es el fin y ya. Te hice la ceremonia fúnebre que no pude darte cuando me enteré que te moriste. Me perdonarás pero en ese momento yo estaba haciendo pedazos mis muebles y tirándolos por la ventana para tener más espacio para mis plantas. No quise tener un momento de descanso para no pensar en el tiempo que ya no tuvimos juntos, en que ya no pude besarte, ni tocarte ni sentir el calor de un abrazo tuyo. No quise que el dolor me ahogara, quise recordarte con risas y alegría, dar gracias por el tiempo que tuvimos juntos. Todo era tan absurdo, ni en mis peores fantasías imaginé que todo terminaría así. ¿Será verdad todo esto? ¿Y si ha sido un largo sueño? Un virus mortal, terremotos, alienígenas, erupción de volcanes. Tú muriendo de la manera más irónica…. Ya es cuestión de tiempo para que los desastres naturales o la interrupción de los servicios terminen con el resto de la humanidad. Qué importa, ya no sé qué hacer con lo que reste de tiempo para que todo esto acabe. Estoy seca de lágrimas. Por ahora estoy tirada en el piso, en silencio, con los restos del pastel que hice para celebrar tu vida y la mía. Ya no acuden las ideas, mi mente está paralizada. De pronto escucho un sonido, es mi celular, alguien me ha mandado un mensaje de texto. Dice ser de la embajada norteamericana…una chispa en mi interior estalla. 83
Ellos Lilia Toledo Quero
Foto Lilia Toledo Quero IG @liliatoledo.q
Ilustraciรณn Mauricio Bustos Romero IG @rayamemau 84
Lilia, orizabeña que radica en la CDMX desde hace siete años. Colorista en el área de VFX Televisa, con ganas de aprender siempre y poder en algún momento plasmar y entender las ideas de otros por medio del séptimo arte y llenarlos visualmente de creatividad.
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esde hace meses, no sé cuántos, comenzaba mi día más feliz que antes, la despertaba con mis pasos y Ella sabía que era momento de salir un rato al patio a despejarnos, luego llegaba la hora del desayuno, Él como siempre ya estaba comenzando a cocinar mientras que Ella le decía lo rico que olía todo y no era mentira, Él lo había heredado de su madre. A mí me da mucho sueño después de comer, después de ir al patio y a la calle, a la sala, a caminar a tomar el sol, y bueno después de un rato me despertaba y ¡Él y Ella seguían en casa conmigo! No sé exactamente qué es lo que hice o estoy haciendo bien pero me encanta tenerlos conmigo, es lo que siempre había deseado, llevan unos meses trabajando desde casa, no cambiaría esto por nada. Él en su computadora dibujando Monstruos, varios de ellos son mis amigos; que ¿Por qué mis amigos? Después les cuento bien pero antes de que Él y Ella se quedaran por días conmigo en casa, Ellos salían de sus escondites para hacerme compañía, ninguno es igual al otro pero se nota que son de la misma especie, tienen tamaños distintos, unos hablan, otros no, pero espera no creas que hablan conmigo, lo hacen entre ellos, no son malos, no hacen nada, solo están ahí… Aquí. ¿En qué estaba? Ah sí. Ella dice que Él tiene mucho talento, yo creo que es cierto. Ella desde su celular siempre estaba hablando con muchas personas, es chistoso porque dice que siempre le da ansiedad antes de sus llamadas, ya sean juntas de trabajo, clases o pláticas con sus amigos, lo sé porque la siento, yo siempre la siento. Una tarde los escuché discutir, no recuerdo de lo que hablaban pero comencé a sentir a Ella muy tensa, comenzó a dormir por horas y casi no hablaba pero yo me iba a dormir a su lado, creo que así se tranquiliza un poco, al despertar tengo frente a mis ojos la ventaja y ¿saben qué más? ¡Guuuuuuaauuuuuuu, guauuuu, guaaauuu! Disculpen ustedes, sólo de recordar a esas ardillas tontas me enojo, que ¿Por qué me enojo? Guuuuuaaaaaa!! Por tontas, ya te dije, sólo vienen a robar higos además hacen mucho ruido, una vez vinieron un ejército de ellas a provocarme, ¡eran como 3! Yo las veía con calma, me alistaba para atraparlas pero eran demasiado rápidas, en lo que correteaba a una, las otras dos ya se iban por los higos y al ir por estas, la otra se iba y ¡guuuuuaaaaaa! Siempre tenían un plan perfecto. Esa vez Él y Ella dejaron todo lo que hacían y desde la ventana les tomaban fotos, estoy seguro que también las odian y usarán esas fotos para alertar al cazador. Después de haber aclarado todo con esas ardillas tontas, fui a tomar agua a la sala, Él y Ella estaban comiendo de nuevo, eso me encanta, comen a cada rato, Ella siempre me da un pedazo grande y luego otro que trago rápido y a escondidas de Él, Él también me da pero un poco menos, yo creo que es porque Él es quien tiene más hambre de los tres. Guauuuuuuuuu! Después de la nueva siesta, Ella estaba en la sala sacando un humo que huele muy chistoso, disfruto sentarme a su lado, a veces se quedaba dormida y yo igual. Desperté, Ella hablaba con él, sentí algo extraño, no peleaban pero ella estaba diferente, solo decía que no podía y que no quería regresar a ese lugar. Al día siguiente Él despertó antes, mis pasos hicieron el ruido de siempre pero Ella seguía en la cama, Él desayunó solo, abrió la puerta y se fue, después de un rato Ella se sentó a mi lado, me dio un abrazo larguísimo y comenzó: -Morgan, debemos volver al trabajo, te prometo que yo más que nadie quiero quedarme contigo, ese lugar no me trae nada bueno pero debemos comer y vivir de algo, te queremos mucho, vuelvo pronto y te prometo que buscaré la forma de trabajar desde casa ya no puedo con la presión de ese lugar! Y así hasta el día de hoy fue como pasaron los mejores días de toda mi vida, ya no se quedan horas conmigo pero recibo el mismo amor cuando vuelven Ella y Él a casa, subo a la cama y vuelvo a mirar por la ventana, -vigilaré que esas ardillas no se acerquen mientras no están. Me quedo dormido con el sonido de la televisión, Ella dice que la deja así para que las ardillas no intenten meterse en su ausencia pero yo sé que la deja prendida para que no me sienta tan solo, la verdad es que no lo estoy tanto, Ellos los Monstruos volvieron a salir, ahora vigilamos juntos la casa, ELLOS se quedan conmigo. 85
Oscuridad Alin Loman
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n relámpago me despierta de mi sueño pacífico, estiro mi mano para encender la lámpara de la mesita de noche y parpadeo varias veces para acostumbrar mis ojos a la luz, miro el reloj, las 3:35 de la madrugada, volteo a buscar a mi esposa, pero ella no está en la cama, seguramente bajó a tomar agua; sí, seguro es eso, la brisa del frío de la tormenta congela mis pies, pero me levanto para asegurarme de que los niños estén bien abrigados, me pongo mis suaves pantuflas que calientan mis helados pies, el frío comienza a molestarme, no soy fan de la lluvia ni del frío, me abruman de gran manera. Salgo de la habitación al pasillo oscuro, puedo escuchar la furia del cielo representado en esa lluvia, como si toda esa ira quisiera acabar con nosotros, miles de gotas caen a la vez y uno tras otro los relámpagos iluminan mi camino, la oscuridad empieza a pesarme, el camino se siente eterno, empiezo a sudar y no es de calor, es sólo mi pánico a la oscuridad, mis piernas tiemblan hasta que llego a la habitación de mis hijos, ellos duermen tranquilamente, nada puede perturbar su paz, ni la tormenta de afuera que amenaza con acabar con este mundo. Cuando voy de regreso a la cama un ruido en la parte de abajo de la casa llama mi atención, seguramente fue Rebeca que tiró algo, será mejor que baje a ver que esté bien; venciendo mi temor a la oscuridad me pongo en camino, poco a poco empiezo a bajar las escaleras que crujen bajo mis pies. ¿A quién se le ocurre poner escaleras de madera? Llego a la parte inferior y vuelvo a escuchar el mismo ruido… ¿Rebeca, eres tú? Nadie me contesta, los relámpagos se intensifican cuando uno enorme ilumina mi casa y alcanzo a ver unos ojos rojos que me observan, cae otro relámpago y es entonces cuando escucho una risa en el fondo que eriza mi piel; la tormenta golpea con furia las ventanas, estoy paralizado de miedo, mis piernas tiemblan, los ojos rojos se acercan a mí y una sonrisa demoniaca aparece de la oscuridad. Tomo el poco valor que me queda, debo hacerlo si quiero proteger a mi familia, entre tropiezos logro subir la escalera y corro a ver a mis hijos, el camino se me hace lejano, el aire empieza a faltarme, mi corazón se acelera, el maldito camino es tan oscuro, tan largo, puedo escuchar la risa demoniaca que viene detrás de mí, los relámpagos no dejan de caer.
Alin Génesis Martínez Loman estudió su carrera técnica en producción de radio y televisión en el CECATI 108, donde encontró y fortaleció su camino creativo. Godín de lunes a viernes, creadora audiovisual por curiosidad, escritora por vocación y siempre con ganas de seguir aprendiendo.
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Ilustración: Anahí Martínez Loman
Las manos me tiemblan, pero por fin llego a mi destino y con todas mis fuerzas aviento la puerta, puedo escuchar pasos que vienen hacia nosotros, debo tomar a mis hijos y ponerlos a salvo, pero cuando volteo a sus camas ellos no están, ¿Cómo pudieron desaparecer si hace cinco minutos dormían en paz? La risa demoniaca se vuelve a escuchar a lo lejos, de repente todo se queda en oscuridad y el silencio comienza a erizar mi piel, sólo puedo escuchar mi corazón acelerado retumbar en mi pecho, mis piernas y mis manos tiemblan, con miedo alzo la mirada para encontrarme con esos ojos rojos y esa sonrisa que empieza a acercarse a mí, puedo escuchar sus pisadas, viene por mí, se ha llevado a mi esposa, a mis hijos y ahora sólo falto yo. Dicen que cuando estás a punto de morir puedes ver tu vida pasar, pero les puedo asegurar que eso es mentira, lo único que pude ver fueron esos malditos ojos rojos que me quitaron todo; el miedo me invade y sé que es el final, la oscuridad alumbrada por los relámpagos y la furia de la lluvia golpeando mis ventanas se convertirán en el último recuerdo que me llevaré de este mundo. Tengo mucho miedo, cierro los ojos que se me han llenado de lágrimas, comienzo a gritar, como si eso me ayudara a deshacerme de ese demonio, sus escamosas manos calientes toman las mías diciendo mi nombre… ¡Enzo, Enzo, despierta! Al abrir los ojos veo el rostro de mi hermano Darío con una media sonrisa dibujada en su cara. ¿Dónde estoy? pregunto. Tengo la boca seca y estoy empapado en sudor. Darío trata de tranquilizarme. Estás en el hospital, estuviste en coma seis meses me dice. ¿En coma? ¿Seis meses? La voz me tiembla y se me quiebra… ¿Dónde está mi familia? ¿Cómo llegué hasta aquí? Mi hermano se sienta a mi lado y sé que algo malo pasó, puedo verlo en su mirada, toma mi helada mano, suspira y se aclara la voz, me mira a los ojos y comienza… Todo sucedió una noche hace seis meses cuando un adicto entró a robar a tu casa, Rebeca intentó ofrecerle un poco de dinero, pero el tipo no quería un par de billetes, así que tomó un cuchillo y la apuñaló hasta acabar con su vida. Me quedé sin aliento al saber lo que le había ocurrido a mi amada esposa, las lágrimas empezaron a caer de mis ojos, pero mi hermano no paró su relato, suspiró y prosiguió. El adicto subió a buscar joyas o cosas valiosas para robar, pero encontró a tus hijos en su camino y continuó su sangrienta masacre, fue cuando tú llegaste a casa y al encontrar a Rebeca subiste corriendo a ver a los niños y entonces te encontraste con aquel tipo, pelearon, pero ambos cayeron por las escaleras y el desgraciado se desnucó y murió y tú quedaste en coma, los doctores pensaban que no despertarías nunca. No puedo creer lo que escucho, no puedo creer que mi familia ya no está, agacho la cabeza, las lágrimas invades mis ojos, no lo puedo controlar, tengo el corazón roto, pero no quiero que Darío me vea así. Mis sollozos son silenciosos cuando de repente todo a mi al derredor se oscurece, escucho de nuevo esa risa demoniaca, puedo escuchar a esa cosa susurrar mi nombre, puedo sentir su respiración que eriza cada uno de mis poros, puedo sentir sus asquerosas manos en mi cuello… ¿Qué pasa? ¿Estoy dormido de nuevo? ¿Es efecto de los narcóticos? Un fuerte relámpago ilumina la habitación y de nuevo están esos malditos ojos rojos mirándome, una de sus manos callosas y babosas aprieta mi garganta cortando el aire, y con la otra mano utiliza su uña para viajar por cada parte de mi cuerpo, cortando y desgarrando; lucho, lo juro que lucho por despertar o ¿será que tal vez la realidad sea ésta?, ¿mi final llegará de manos de este monstruo? Tengo miedo y ya no tengo fuerzas, puedo escuchar los graznidos entre la penumbra, no puedo respirar, mi cuerpo está débil, el final ha llegado para mí, ya no sé qué es fantasía y cuál es la realidad, sólo me dejo llevar, mi corazón va cada vez más lento, mis manos dejan de luchar, vuelvo a ver esos ojos rojos que han sido mi perdición y la de mi familia. Dicen que cuando estás a punto de morir ves tu vida pasar, pero no es así, lo último que veré en esta vida será ese monstruo salido de las peores pesadillas de cualquiera, no hay ninguna luz al final del túnel, lo único que me acompaña es la oscuridad, oscuridad que envuelve mi muerte, oscuridad por la cual me dejo llevar… ya es el fin. 89
Regreso a casa Guadalupe Moreno
1995. La vida de Sonia cambiaba tan rápidamente como el agua de un río cayendo al precipicio. Unas semanas atrás había quedado viuda a los 19 años. Juan, su esposo, murió tratando de llegar a Estados Unidos y ella quedó sola con dos hijos a los que había que mantener. Le urgía trabajar pero en ese pueblo dejado por la mano de Dios no había manera de sobrevivir. Con el corazón roto tuvo que dejar a sus hijos a cargo de su madre en el pueblo que la vio nacer y viajó a la Ciudad de México con la esperanza de encontrar trabajo. Al llegar se impresionó mucho porque había demasiadas personas, más de las que había visto en toda su vida. Iban y venían como hormigas de un lado a otro, no conocía a nadie y esa noche durmió a la intemperie, en el quicio de un viejo edificio en la calle de López. Se sintió más sola que nunca pero secó sus lágrimas y pensó en sus hijos. Al siguiente día encontró trabajo lavando platos en una cocina económica cerca del Mercado. La paga era muy poca, pero le daban sus alimentos. La dueña se compadeció de ella y la dejó quedarse a dormir dentro del local con el inconveniente de permanecer encerrada toda la noche con candado hasta el día siguiente que llegaba la dueña a abrir el negocio, de momento había solucionado su vida, pero sabía que así no solucionaría la vida de sus dos hijos. Ahí conoció a Fanny una muchacha no muy guapa, pero se arreglaba tan bien que parecía que era muy bonita, casi a diario acudía a comer y comenzó a platicar con ella. Era tan simpática, tenía una risa muy alegre y pronto se hicieron amigas. Sonia le contó de su vida en el pueblo y del poco dinero que les había enviado a sus hijos, era obvio que necesitaba ganar más. Fanny la convenció de trabajar como mesera en el Bar a donde ella trabajaba, les pagaban poco, pero las propinas eran buenas y le ofreció un lugar en el cuarto que rentaba en una vecindad cercana si compartían los gastos. Al día siguiente, Fanny le prestó una falda corta y una blusa de tirantes. Sonia se sentía un poco incómoda pero pensó que todo era por sus hijos y así acompañó a Fanny al Bar. El encargado —al verla tan joven y bonita— la aceptó inmediatamente, dando instrucciones a Fanny de guiarla para que aprendiera pronto. Se sentaron en una pequeña mesa y comenzó a ver el lugar detenidamente. Había varias mesas en ambos lados a lo largo del Bar en donde, mujeres sentadas lucían vestidos llamativos y altos “tacones.” Al centro había un espacio suficiente que servía de pista para bailar, en la entrada 90
una rockola en donde se escuchaba “salsa” animando el ambiente e invitando a los hombres que pasaban por ahí a entrar al lugar. Del lado izquierdo había una escalera que conducía a los privados en donde los clientes gozaban de mayor intimidad con las chicas, quienes bailaban sensualmente en poca ropa pero sin llegar a tener sexo con ellos, ese servicio se daba fuera del Bar en los Hoteles cercanos. Había mujeres bonitas y muy diferentes entre sí, aunque a media luz “todos los gatos son pardos” como una güera ya entrada en años de ojos verdes como esmeraldas, que en otros ayeres había sido bailarina en el teatro, pero por su edad ya no le dieron trabajo y acabó en ese Bar. Fanny comenzó a darle una cátedra de cómo funcionaba el Bar, pon atención le dijo; aquí vienen los clientes a tomar y pasarla a gusto con nuestra compañía, puedes dedicarte solo a servir mesas y te darán tu propina, pero te aseguro que si te invitan a sentarte con ellos, ganaras más dinero, ¿ves a la Güera? Por cada copa que se tome con el cliente gana una ficha, esas fichas te las anota el cantinero y al final te las pagan, si te sacan a bailar te tienen que pagar, Sonia pensó que necesitaba urgentemente el dinero para sus hijos y se justificó pensando que “total aquí nadie me conoce”, los primeros días solo sirvió mesas y recibió algunas propinas buenas, pero algunos tacaños solo dejaban unos pesos, así que cuando llegó un cliente y solicitó su compañía ella aceptó. El cliente le preguntó su nombre. Después de un rato y dos copas, Sonia se relajó y recordó que la única vez que había tomado fue en su boda con Juan, el día más feliz de su vida. Se sentía sola y no sabía por qué ese hombre al que no conocía la hacía sentirse tan bien, le gustó que le dijera que estaba muy bonita. En los últimos meses, su marido se había vuelto muy seco y frío, sólo pensaba en cómo juntar dinero para irse a Estados Unidos. La vida comenzó a transcurrir en una monotonía que no alcanzaba a comprender, y pensaba que así era la vida de casada. Esa noche, Sonia salió acompañada por el cliente quien la llevó a un Hotel cercano. Estaba un poco tomada y borró de su mente a Juan, a sus hijos, a su madre, ¡todo al carajo! –pensaba-- y se entregó gozosa a ese desconocido que supo cómo amarla y hacerla feliz por unos instantes, esa primera vez en que los sentidos se nublan por los efectos del alcohol y la falta de amor, por esa necesidad de sentirse amada, deseada. Cuando el amor y la comida es poca, nadie se escapa de la putería. Al otro día, Sonia envió dinero a sus hijos y se sintió contenta, la vergüenza y el pudor se esfumaron y pronto fue aprendiendo el arte de hacer compañía, porque no todo es sexo le dijo Fanny, aquí tienes que hacerle de todo porque pagan por ilusiones y fantasías. También le enseñó a cuidarse, nada sin condón, aunque el cliente te diga que te paga el doble, es peligroso y puedes contagiarte. Nunca vayas con alguien que no te lata, nunca te alejes de la zona, que te paguen por adelantado… Sonia era buena aprendiz. Cuando el bar está sin clientes, las chicas se juntan a platicar de sus cosas. De Yamil, quien fue “señorita no sé qué” hace más de quince años y terminó en ese lugar, es muy hermosa y se siente muy por encima de las demás, tiene sus propios clientes dicen que varios son de una televisora que está a unas cuadras del bar. O de la señora “Mary” que fue la estrella del lugar hace bastantes ayeres y hoy una de sus hijas trabaja ahí, aprendió el oficio de la madre muy bien. Hablaban de las cosas terribles que un cliente le hizo a una chica de otro bar, Sonia con un nudo en el estómago, entró al baño y retocó 92
Guadalupe Moreno, cantante, titiritera y cuentera, un poco de locura corre por sus venas, le gusta ir en contra de estereotipos mundanos y disfruta la vida a su manera. Escribir es parte de su ser porque plasma ideas y sueños en palabras que no se llevará el viento (eso cree).
su maquillaje pensando que a ella no le iba a pasar algo así, ella no era tonta y se encomendaba a todos los Santos y seguro el hombre que hizo eso sería gordo, viejo y feo. Salió y se dirigió hacia la zona de mesas, el olor a humo, sexo y perfume barato le provocaron náuseas por un instante. En ese momento entró un hombre guapo, joven y muy bien vestido, esperó a que volteara a verla e inclinó un poco su cabeza clavando su mirada coqueta en él “hoy es mi día” –pensó. El “guapo” le invitó a tomar una copa era muy divertido y sus risas poco a poco se convirtieron en sensuales y ardientes besos, después de unas copas y caricias intensas, les urgía a salir de ahí. El hombre pagó la cuenta y se dirigieron presurosos a su automóvil, jamás se había sentido tan excitada y tan bien en compañía de un cliente, aún así, le pidió el pago que habían pactado. Él sacó de su cartera unos billetes que colocó dentro de su tanga, siguiendo el juego de seducción. No habían avanzado mucho cuando “el guapo” sacó de la guantera una pequeña botella de brandy haciéndole un gesto de invitación. Sonia aceptó con una sonrisa tomando un buen trago de la bebida, lo cierto es que ya iba muy tomada y no se dio cuenta cuando el “guapo” enfiló hacia las afueras de la ciudad, cuando vio que estaban en una zona que no conocía se preocupó y preguntó «¿en dónde estamos?, no conozco por aquí», pero él la tranquilizó con una caricia diciéndole -«sólo nos vamos a divertir un poco». Cuando llegaron a una zona solitaria, aparcó el coche y, sin más, asestó un fuerte puñetazo en el rostro de Sonia, quien, sorprendida, no pudo reaccionar porque ya estaba recibiendo el segundo golpe que provocó que sus oídos comenzaran a zumbar y un chorro de sangre saliera de su nariz rota, sólo atinó a rasguñarlo y trató de cubrirse el rostro pero los golpes continuaron uno tras otro y poco a poco fue cayendo en una semi inconciencia. El “guapo” la tomó por los brazos y la arrastró como un fardo fuera de su carro hacia una casucha de carrizos, Sonia sentía terror y quería gritar pero no podía, parecía como si todo lo viera desde otro espacio paralelo al real, como si su alma se hubiera desprendido de su cuerpo. Estaba aterrada. “El guapo” ya no era el tipo amable y galante, se había transformado completamente y sus ojos vidriosos brillaban, en su rostro había un dejo de locura que la estremeció aún más, comenzó a desnudarla e intento violarla pero su impulso viril nunca respondió y sintió horrorizada cómo objetos diversos hicieron su cometido brutalmente. Cuando se hastió de todo eso, sólo atinó a golpearla con mucho coraje y odio; después, gruesas lágrimas de impotencia corrieron por su cara y salió del lugar. Así como él se perdió en la obscuridad de la noche, ella se perdió en la inconsciencia. Poco a poco Sonia va despertando y se siente aturdida. Le duele todo el cuerpo, intenta recordar qué había pasado y sólo atina a tocar en su entrepierna y siente que está sangrando, el dolor es muy intenso y le cuesta trabajo respirar. Cree que es una pesadilla, tiene miedo y no recuerda por qué está aquí. Su mente se va despejando, recuerda al “guapo” y se pregunta por qué lo hizo. Deja de doler poco a poco, se ve en el camino a su pueblo, las milpas y el olor a tierra mojada inundan el ambiente, sus hijos, su madre, Juan la toma de las manos. 93
Ă“xido de hierro MarĂa No More
¡T
e mueres! Aseguro que esta vez te mueres. El dolor no cesa. Las frías sudoraciones tampoco. Hace ya un par de horas que te abandonó la calma. Has intentado todas las posiciones corporales que recomiendan en internet para aliviar este martirio: postura de mariposa, de cobra, del puente, de… ¡mejor te hubieras muerto de chiquita! ¿Cuántas pastillas has tomado?, ¿quinientos miligramos?, ¿setecientos cincuenta?, ¿mil? Tu vientre inflamado comienza a tornarse enrojecido por la bolsa de agua caliente. La angustia se ha vuelto desesperación; la desesperación, lágrimas que caen como la lluvia torrencial afuera. Tus lamentos compiten con la sonoridad de los truenos. Te arrastras al baño con el temor de que todo empeore. Al encender la luz, te da la bienvenida un intruso ¡re-pug-nan-te! Sus finas antenas se asoman por el borde del lavabo. Te adelantas a cualquier reacción y desquitas sobre el insecto tu pesar. Te resulta impensable compartir este sitio con alguien… o algo. Apestas a orégano, tienes la ropa húmeda y un aspecto lamentable. Los calambres te someten sobre el colchón. Buscas aferrarte a lo que sea que te ayude a disminuirlos: respirar profundo, cubrirse con una frazada, tomar un té, aplicar aceites esenciales. Cierras los puños con fuerza tratando de mantener alguna esperanza; aún no ves pasar el trailer de tu vida. Sin embargo, en el umbral de tu habitación, distingues el color del óxido de hierro dando forma a un cuerpo ovalado que se acerca lentamente sobre seis patas… ¡Parece más grande aún que la anterior! Le arrojas un zapato. Se percata de tu miserable existencia y huye a esconderse. ¡Esto no se puede quedar así! ¡Si alguien debe sobrevivir a esta pesadilla eres tú! Un impulso interior te saca de la cama. Encorvada, con el brazo sobre el vientre, gimes mientras con la mirada fija aguardas su reaparición. ¡Ándate tras ésta!, ¿qué esperas? Te decides por la ofensiva: te armas con una escoba, retiras el cabello pegado a tu rostro, mueves con cautela el taburete, la ves escabullirse debajo del librero. Comienzas a replantearte la estrategia de ataque, incluso consideras dejar que haga turismo entre los muebles durante tu agonía. Piensas en pactar una tregua; no obstante, la alimaña deseaba vengar a su especie. Al salir de su escondite se apresuró hacia a ti agitando sus alas. La repulsión te invadió de forma repentina y ¡prácata! Sin honores ni testamento quedó sellada su suerte. Si preguntan, fue en defensa propia. Avanza la noche junto a tu suplicio. Comienzas a divagar sobre dios, el karma, el significado de los sueños. Las contracciones se propagan hacia la espalda baja. Si te acuestas, te dan náuseas. Si te sientas, incrementa el malestar. Corres otra vez al tocador. Te tiemblan las piernas, casi no sientes las manos. ¿Vas a desmayarte? ¿Qué diablos? ¡Otra maldita cucaracha! ¿Esto es una señal del inframundo? ¿Te has muerto sin haberte dado cuenta? ¿Por qué sigues sufriendo entonces? La muerte se acerca. Te aseguras de que sea el bicho quien la reciba. La lluvia continúa, la tortura también. Los espasmos se intensifican, parece que acabarán contigo. A medianoche telefoneas a tus padres para pedirles ayuda. Tu respiración agitada les hace titubear. La descripción que les has dado, preocuparse. Les has espantado el sueño: ¡llamen a un doctor! Te piden que te calmes. ¡¿Cómo diablos vas a calmarte?! ¡Las cucarachas se han colado a tu casa! Vomitas. Lo que antes fue el desayuno flota dentro del excusado. Tu papá te devuelve la llamada con indicaciones médicas. Tu madre con palabras que pretenden aliviarte, pero “¡gomité, mamá, gomité!”, dice el meme del gatito llorón. Revuelves el cajón de las pastillas. ¿Y si te las tomas todas? ¿Cuántas horas han pasado? ¿Cuatro? ¿Seis? El malestar comenzó alrededor de las ocho; la verdadera afección… ¿qué sentido tiene saberlo? Has encontrado otra cucaracha en el baño… 95
Dice que está en la búsqueda del sentido de su vida. Diletante de manera superficial. Le gusta la vagancia, andar en los conciertos y saludar a los perritos. Odia levantarse temprano. Por obvias razones, casi no escribe.
Fotografía: María No More IG y Twitter: @maria_no_more_
Receta para la libertad Jesús Rosas U.
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ay que poner en la licuadora: dos huevos, 250 gramos de avena, 200 mililitros de leche, una cucharada de vainilla, una pizca de canela en polvo y… ¿Dónde lo puse? No recuerdo dónde está, ¿en el cajón de la izquierda?, ¿a la derecha?, ¿en la alacena..? Recuerdo muy bien aquellos días en que te preparaba el desayuno, no dejabas de fastidiar, como lo venias haciendo por días. Debía prepararte hotcakes de avena y té de limón. Habías comido eso a diario, desde que meses atrás a doña Panchita —la vecina— se le había ocurrido dártelos a probar. No sabes lo mucho que odiaba meterme a la cocina, poner el pocillo en la estufa y colocar en el agua hirviendo, la cáscara de limón que minuciosamente había quitado poco antes. Mis pensamientos se mezclaban con el delicioso aroma a cítrico y el repugnante olor a cochambre de ese cuarto que me veía entrar agobiada todas las mañanas. Mientras cocinaba, pensaba demasiado en lo que había sido mi vida. Me frustraba mucho pensar que a mis treinta años aún viviera con mi madre. No salía, mucho menos tenía pareja. Pensaba que desde que tuve memoria tu imagen estuvo siempre al frente de mí. En mi niñez no tuve amigos en la cuadra, nunca pude comer más dulces de los que permitías y si me dabas media hora para jugar, exactamente debía ser la media hora. Mi vida se limitaba en gran medida a estar en la Ilustración: Jesús Rosas U.
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misma habitación que tú y hacer lo que considerabas que una mujer debía saber hacer. Papá casi siempre llegaba borracho, yo veía cómo exigía que su plato de comida estuviera sobre la mesa. Tú, como madre abnegada, resistías los gritos e incluso los golpes. El sujeto te cantaba infidelidades y te mantenías a su lado, hasta que como religiosamente lo planteabas, la muerte los separó. El alcohol que tan fervientemente ingería tu querido esposo, se lo terminó llevando. Pasaron los años y, conforme iba avanzando mi vida, me prometí no repetir aquellos patrones que me habían marcado tiempo atrás, decidí no beber, no fumar y de ser posible estudiar lo suficiente como para lograr ser independiente. Quería en algún momento conocer a alguien, enamorarme y permanecer con esa persona únicamente por gusto. Debo reconocer que tú siempre estuviste ahí, me apoyabas y decías querer lo mejor para mí, lo repetiste tantas veces, que lo creí cierto. Decías “desear” que cuando creciera fuera alguien totalmente libre, paradójicamente me regañabas y gritabas cada vez que decidía salir a comer, beber o bailar con mis amigas. Nunca tuve novio, y cualquier chico con el que me llegases a ver no era de tu agrado. Al final, obviamente, todo estaba prohibido. Elegí estudiar la universidad relativamente lejos de casa, debía tomar transporte, por lo cual en algún momento me pareció mejor idea vivir cerca de la escuela. Te lo conté y tajantemente dijiste que no estaba lista para hacerlo. Qué error cometí cuando acepté seguir en tu casa. Al terminar la carrera de química, conseguí el empleo que siempre quise. Luego de pruebas rigurosas había logrado quedarme con un puesto en un laboratorio farmacéutico. ¡Todo parecía cambiar al fin!, parecía ser mi oportunidad para emigrar y ¡Maldita sea!, enfermaste: hipertensión y propensión a la diabetes, dijo el médico. Al escuchar las palabras del doctor Alcoba, creí que la idea de salir de ahí se había acabado y, cuando todo en esa habitación me comenzaba a parecer oscuro y frío, una pequeña flama de amabilidad brotó de tu boca. Dijiste qué si no quería quedarme por voluntad propia, no me detuviera por ti, que sabrías cómo arreglártelas sola, que no te perdonarías el truncar mis metas. Fui muy ilusa al creer tus palabras, así que me mudé. Apenas había terminado de poner los clavos para las fotografías, apenas me estaba acostumbrando a la calidez y al aire nuevo que ese departamento me daba, todo era paz y quietud hasta que mi teléfono comenzó a sonar. Eras tú, preguntando cómo estaba y cosas acerca del lugar; todo parecía fluir en una conversación agradable, hasta que muy sutilmente —fiel a tu estilo— mencionaste tus malestares de los últimos días, mezclabas de una forma magistral, sentimientos de añoranza y de nostalgia junto con tus dolores. En una de esas tantas llamadas parecías agotada, sofocada, me decías que el médico estaba en camino pues no sabías que pasaba contigo. Decidí ir a tu casa y cuando llegué, encontré en la sala a doña Panchita y al doctor revisando tu presión. Resultó que para ese entonces, no tenías ningún signo ni síntoma fuera de lo normal, en conclusión, tu malestar había desaparecido. Doña Francisca y el mismo Dr. me preguntaron el por qué no regresaba a tu casa, decían que con tu condición de salud no era correcto que no hubiera alguien que te cuidara. Cortésmente, contesté que tenía otras situaciones qué atender y que impedían que volviera. Así es, en un principio me resistí a la idea, pero cuando dijeron “es tu madre”, apelaron a mi sentimentalismo y no pude más; acepté quedarme a tu lado otra vez. Perdí el depósito, una renta del departamento y traje conmigo mis cosas. Pasaron los años y, aunque al principio parecía resistirme a la idea de seguir aquí, poco a poco me conforme con la situación. Dejé mi empleo en la farmacéutica y conseguí uno nuevo en la secundaria en la que estudié —a cinco minutos de la casa—. Tus demandas crecían con el tiempo, fueron desde llevarte un vaso con agua hasta básicamente pasar el resto de mis tardes a tu lado, sin salir, sin conocer ni convivir con nadie más que tú.
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Jesús Rosas Uribe, biólogo egresado de FES-Z UNAM. Nacido en Tehuacán, pero criado en La Paz (Edo. Méx). Retomó su gusto en el CCH por la escritura y por los cuentos. Espera seguir plasmando con letras, las ideas retumbantes de su mente y, ¿Por qué no? A la par de la biología continuar como cuentista y tener su propia obra literaria.
Preguntabas todo el tiempo dónde estaba, por qué tardaba tanto en llegar; querías de comer, de cenar, la merienda, el desayuno, tus medicinas tu, programa en la televisión ¡todo de mí, todo lo querías! te habías vuelto imposible de tolerar. Ya no sabía quién era yo ni qué estaba haciendo con mi vida porque una vez, más no tenía vida; y conforme las estaciones caminaban una tras otra, comprendí que el costo de aquel depósito y la renta no habían sido nada. Sentía que no podía seguir más, que al final mi existencia no tenía sentido, estaba hundida, sumida en un abismo del cual no sabía cómo salir. Pero entonces, en uno de los tantos días en que recorrí el mismo camino al trabajo, pensativa, deprimida y sobre todo fastidiada encontré la solución: un arbusto de ricino. En cuanto lo vi supe lo que tenía qué hacer, no tuve que pensarlo tanto. Unos cuantos días, unas cuantas semillas y extraje la cantidad suficiente de ricina —tal vez un poco más—, lo que sería por fin mi puerta de salida. No sabía cómo dártela a comer; Panchita me ayudó con eso. Aquellos hotcakes que te llevó y que tanto te gustaron, eran por fin lo que estaba esperando. Harta de ti, me dispuse a prepararte la comida. Fue suficiente con dártelo dos días en tu rico desayuno para que al tercero comenzaras a sentirte mal. Todos lo atribuyeron a tus padecimientos sin cuestionar nada; cuando por fin tu respiración cesó, sentí mi alma liberada. El velorio pasó sin nada relevante. En el cementerio quedaste en un lugar inmejorable, cerca de una esquina donde sería imposible no ubicar tu tumba. Recordarte ahí, en ese rincón, me daba tranquilidad y a su vez, me hacía creer que por fin me había librado del yugo de tu presencia, y por su puesto de todas tus ideas. Decidí vender la casa, me mudé y recuperé mi antiguo trabajo. Conocí a un buen hombre, con un buen trabajo; me casé con él y tuvimos dos hermosas hijas. Lamentablemente, después de un tiempo, nos divorciamos. Como dije, no era mal hombre, pero tenía cierta afición por el juego. Me quedé con mis hijas, creo que las he criado bien, respetan totalmente mis reglas y han crecido siendo niñas de casa. Hace una semana, después de un par de años, visitamos tu tumba. Curiosamente un arbusto de ricino nació sobre ti. Cuando pensé que todo había terminado al fin, y mientras regresábamos, mi hija mayor me dijo que quería irse a estudiar lejos de casa. Tu voz llegó a mi e instintivamente le contesté que no estaba lista. Me miré en el retrovisor del auto y moví mi cabeza de lado a lado con una mueca en la cara. Han sido días duros. Hoy, me encuentro en mi cocina, el reloj marca las 7 am. Reconocí un ligero olor a cochambre en el ambiente. He decidido prepararme el desayuno y ¡vaya!, por fin lo encontré, ese bendito frasco en el rincón de la alacena. No recuerdo cuánto use en aquella ocasión, pero tal vez aún haya suficiente para acabar por fin con lo que queda de ti en mí. Ahora sí, a licuar… ¡cierto! por poco olvido el té de limón. 100
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Reflejo de papel Angélica Ramírez Dávila
M
e levanto al baño, estoy mareada. Miro mi reflejo en el espejo mientras me reprocho por la situación. Observo con detenimiento, mi rostro se ve pálido, quizá refleja la pérdida de sangre de hace dos semanas y el no dormir intentando disimular lo que pasaba. O simplemente es mi tristeza, o algo más. Todo es gris alrededor, hay una especie de neblina que no me permite ver con claridad. Sé que Carlos se ha dado cuenta de que algo me pasa, últimamente sólo hablo lo estrictamente necesario. Parece que los tiempos de pandemia se han llevado todo de mí, sobre todo mis carcajadas que se escuchaban aún con el sonido de la campana del camión de la basura, mi sentido del humor sarcástico y mi deseo sexual. Me siento lejana y ausente, como si ahora viviera la vida dentro de una pecera llena de mis pensamientos y en la que tengo que aguantar la respiración para no ahogarme con ellos. Simplemente no puedo ser la de antes y yo creo que Carlos tampoco, él también ha dejado de hablar; sé que es mi culpa que esto se haya vuelto una pesadilla. De repente en la comida, deja escapar algunas palabras sobre sus recuerdos de hace cuatro años cuando empezamos nuestra relación; sé que lo usa como una especie de reproche para recordarme que siempre he sido fría y calculadora y que “no lo amo”; lo que él nunca ha entendido es que mi trabajo me ha costado ser quien soy y he tenido que asumir sacrificios. Al menos hace el intento por conversar conmigo, eso me hace recordarlo a él en ese tiempo. Lo que me enamoró fue la emoción que le da cualquier cosa y ese sentido protector, a pesar de que a veces es asfixiante. Siempre ha sido dependiente, inseguro, suele mostrar sus emociones de manera intensa e impulsiva, ¡ay!, ¡eso me molesta! Recuerdo cuando me hizo una escena de celos alguna vez que salimos a un bar con sus amigos, solo porque bailé con uno de ellos. Definitivamente me amargó la noche. Han pasado ya dos semanas desde que me inventé una infección vaginal y jaquecas, pretexto perfecto para que él no me toque. En estas circunstancias en lo que menos pienso es en el sexo. Eso nos ha separado aún más, hace parecer que ya no existe nada de la química que nos unía, es más, de repente creo que eso era lo único entre nosotros. Sé que Carlos ha de traer en la mente mil historias que lo hacen sentir cada día más angustiado, pero no me dice nada 102
Fotografía: David Martínez por Flickr 103
desde el ultimátum que le puse después de una pelea que tuvimos por sus celos; incluso me imagino que le hierve la sangre al querer preguntarme si Luis me ha buscado de nuevo. No entiendo cómo su mente puede ser tan básica, ¡no!, no todo gira en torno a los hombres. Me apenaba lo que estaba sucediendo, sé que llevé la relación a una caída en picada. No me había sentido bien, tosía todo el tiempo y el aire me causaba picazón en la garganta. También usé mi tos como pretexto para no hablar, tenía que guardar silencio, si le decía la verdad lo perdería y eso me daba mucho miedo. Es como si ambos supiéramos que estábamos cayendo hacia el abismo, sin marcha atrás. Antes de la pandemia Carlos estaba muy contento y orgulloso por su nuevo empleo, siempre había querido ser policía y ayudar a su país, decía. Estaba tan feliz que todo era un ritual para él, desde bolear los zapatos, planchar su camisa y pulir su arma, con esas manos que tanto extraño. Desearía encontrarme de nuevo con esa mirada apasionada con la que hace todo. Ser contadora nunca ha sido lo mejor del mundo, sin embargo, siempre pensé que era un trabajo que me dejaría dinero y me esforcé en ser la mejor. ¡Ay! Extraño usar faldas entalladas, tacones y ese labial rojo que roba miradas, pero a partir de que llegó la pandemia, hemos tenido que estar en casa por culpa de un virus. Quizá eso nos ha venido a poner a prueba para darnos cuenta de la realidad de nuestras miserias. Este virus llegó de manera repentina, nunca imaginé que llegaría desde China a México, incluso Carlos bromeaba que era culpa de los “chinos come-ratas” y que allá se quedaría. La superstición que peca de ignorancia, lo llevó a eliminar su gusto por la comida china de entrega a domicilio, pensando que eso evitaría un contagio. Nadie sabe de dónde surgió o si tendrá cura, lo que sí se sabe es que comienza por destruir la primera capa de la piel. El viernes pasado, Carlos se sentó en su sillón favorito, abrió una botella de mezcal y comenzó a beber. Siempre bebe para decir con mayor fluidez lo que sabe que me va a enojar y al otro día excusarse diciendo que estaba borracho. Desde el tercer mezcal adiviné lo que pretendía. De nuevo yo sabía que no era un buen momento para hablar de ello. Y entonces comenzó: —¿Qué te pasa?, ¿por qué estás así, tan ausente? ¿has estado hablando con Luis verdad?, ¡ya dime, necesito saber si dejaste de quererme! Lo miro y me invade una terrible melancolía, incluso siento lástima por él, quisiera tocarlo y besarlo para que se tranquilice, pero su mirada de desprecio me detiene. —¡Habla, carajo! Me grita y me empuja contra la pared. —¿Qué te pasa? Eres un imbécil, no tienes idea de lo que me está pasando. ¡Ándale!, ¡pégame!, ¿eso es lo que quieres? ¡Hazlo! En su cara noté que él no esperaba esa reacción. Al gritarle pude liberar todo lo que había contenido en mí y sentí alivio. Le insistí, me miró con duda y terminó cediendo a mi petición. Sentí muy caliente la mejilla por la cachetada. En ese momento todo cobró sentido: había tomado la decisión correcta al abortar, él no era la persona que necesitaba en mi vida, ni el padre que quería para ese hijo. Fue lo mejor para mí, incluso para él y el hijo que crecía en mis entrañas. Ese embarazo había llegado en el peor momento justo durante una pandemia. He guardado el secreto por semanas amargando mi vida. Temo al presente y al futuro. Si no le dije nada fue para protegerlo, pero él no lo entiende así, definitivamente Carlos no hubiera podido tener la cabeza fría para saber lo que había que hacer. Al final, ese golpe en mi rostro surtió efecto y me animó a contarle todo. Después de golpearme, él me miró absorto; siempre odió que los hombres fueran como su padre. Yo sabía que él no podía con su existencia ni con ese secreto que le revelé. Carlos estaba en silencio, viéndome. Me dijo que se sentía como una basura por golpearme, pero también por no haber sido suficiente para “mantener ese embarazo” en el vientre de la mujer que ama. Entonces su miedo le salió por los poros, no sé si era miedo a sí mismo o a mí. Me fui a la habitación y azoté la puerta, cerré la ventana porque parecía que había un incendio 104
cerca que me agudizó la tos. Me sentía triste, decepcionada, con miedo, pero sobre todo con un coraje que me salía como fuego por los ojos. ¿Qué está pasando?, ¡nunca pensé que esto se me saldría así de las manos!, se supone que sólo tenía que resistir un tiempo y aguantar en silencio. Me había hecho a la idea que esto sería como cuando he tenido que ocultar los malos manejos de la empresa. Estaba sobre la cama mirando al techo, sentía mi cuerpo aún vibrando del coraje ¿o del miedo? De repente imaginé al que habría sido mi bebé, que se borró con la imagen de Carlos sufriendo por no ser quién dijo que sería hace 4 años. Afuera lo escuché cómo se servía mezcal, uno tras otro. Parecía que hablaba con alguien, ¿o no? No sé. Honestamente yo sí quería un bebé, pero no ahora ni con él, a pesar de que lo consideraba el amor de mi vida. Eso debió de ser suficiente, ¿no? Creo que no fue buena idea decirle, pero ese embarazo no debió suceder, estoy segura de que es mi castigo por lo que le hice en algún momento a Luis. En ese momento sentí odio por mí, por lastimar siempre a las personas que he amado. Vuelvo la mirada a mi rostro, todo al alrededor es gris, hay una especie de neblina que no me permite ver con claridad. Revolotean cenizas en todo el baño. Veo mi rostro en el espejo, de repente brota agua por mis ojos y rueda por mis mejillas. Había olvidado lo que se sentía llorar. Mientras caen las lágrimas y se deslizan sobre mi cara, comienzan a romper mi piel y desgarrarla a su paso, creando surcos. Empiezo a sentir como se eleva mi temperatura y acelera mi ritmo cardiaco. El calor comienza a quemar toda mi piel y a deshacerla. Veo caer las cenizas en el lavabo y el horror me aplasta. Me miro con una mezcla de asombro, curiosidad y asco. Mi boca sangra, siento como alfileres en las comisuras de los dientes y trato de retirarlos uno a uno mientras me tiemblan las manos. Con la lengua siento mi boca desgarrarse también, empiezo a atragantarme con los pellejos y escupo cenizas que salen de mi interior. Levanto la mirada y veo en el espejo a una mujer detrás de mí que me pregunta: ¿Qué haces? Yo respondo: no sé qué sucede, es mucho el dolor, no puedo más, tengo que terminar con él. Poco a poco toda mi piel se transforma en desecho cayendo al piso como papel quemado, como plástico quemado, ya no soy yo, ahora solo hay cenizas. Se abre la ventana y una ráfaga de viento me levanta por los aires y me hace bailar con ella en un remolino, llevándose el sufrimiento para siempre. Carlos sigue gritando solo y abre la puerta del baño. Unos minutos después todo es silencio.
Angie Ramírez, mujer, feminista y psicóloga. No sabe qué es peor en estos tiempos, si ser una, la otra o las tres juntas. Amante del riesgo, los retos y lo nuevo. Recientemente descubridora de sí misma y de sus talentos; en búsqueda de su filosofía de vida a través del arte. Fan page: Deconstruye T @AngieRamirezPurpura
El ascensor Rous Flores
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ólo dos minutos y será la hora que Joaquín ha estado esperando desde que se despertó súbitamente en la madrugada y bueno, como le pasaba desde la última luna llena. Bien vestido y perfumado, con una esmerada pulcritud que a su vez contrastaba con la gran impaciencia y nerviosismo de sus movimientos, como la de un adicto esperando una dosis. Observaba iracundo tras su puerta, a través de ese ojo mágico. Mantenía la mirada fija, casi sin parpadear; sus músculos, masa de reacciones inconscientes; rígidos, tensos y la adrenalina no paraba de correr. La mirilla mostraba la puerta de Sofía, aún cerrada. Intentaba relajarse, pero el sudor brotaba por cada poro de su ser, que exponía su verdadero estado tras ese disfraz. Esa sensación electrizante que lo recorría era cada vez más intensa y él estaba profundamente concentrado en su respiración; como el segundo antes que un depredador capture a su presa. Durante las últimas dos semanas logró memorizar la rutina de Sofía y estaba decidido a encontrarse “casualmente” hoy con ella. Tiene la firme intención de invitarla a salir, talvez al cine, un café; el lugar es lo de menos, sólo quiere estar cerca de ella, saber a qué huele la base de su nuca, conocer la textura de su piel y el sabor de su cuerpo. De pronto, la anhelada puerta de Sofía, se abre. Ella camina un poco y llega al ascensor de ese antiguo edificio colonial del centro de la ciudad; un mesón elegante y seductor a la mirada, justo como Sofía. Joaquín sale de su apartamento y va a su encuentro a la entrada de aquel transporte vertical; se colocó atrás de ella y pudo oler el delicioso aroma a jazmín que emanaba de su piel. Y como suele suceder: se olvidó de aquello que quería recordar y recordó todo aquello que quería olvidar. Olvidó su sentimiento puro y en un instante su instinto animal se volcó sobre él. Intentaba controlar esa creciente sensación, pero su aroma lo hacía delirar y comenzaba de nuevo el tormento de imaginar. Su lujuria lo absorbió y fantasear tomándola ahí mismo lo consumía. Sentía la sangre inyectándose directamente en su miembro, podía percibir las palpitaciones de su cuerpo, su energía vital recorriéndolo y concentrándose ahí directamente. Su instinto lo traicionó y la imaginación lo acompañó, siempre como sucia cómplice, lo hizo vagar por el mar del pensamiento. Se veía así mismo, poniendo de espaldas a Sofía y levantando ese delicado vestido azul sobre el final de su espalda, hacer a un lado sus cálidas bragas y entrar salvajemente dentro de su ser, descifrando la clave de su placer. Con su ojo de la imaginación podía sentirla tibia, húmeda, palpitante, perfecta. De golpe, el timbre del elevador lo arrojó de nuevo a la realidad y una ola de vergüenza se adueñó de él, que venía de la mano con esa perversa conciencia que vulnera, de la que debilita y paraliza; vaya qué tragedia, todo ese plan tan bien elaborado, estratégico, perfecto, se vino abajo en un sólo momento. Aún así, temeroso y cohibido, estaba dispuesto a todo por tener ese encuentro. Caminó tras ella, la tomó del hombro y un sonido estremecedor cimbró por lo alto de las paredes. Era la alarma de su despertador; visiblemente aturdido se levantó de su cama, en su rostro se puede ver su desconcierto. Vaya qué terrible burla del universo, el único día que había podido dormirme por más tiempo, Sofía no dejaba de estar en su pensamiento. Sintió la humedad de un líquido tibio sobre sus sábanas y una sensación de vacío en lo profundo de su alma, presuroso comenzó su ritual, agradecido con la alarma porque ya casi son las 8:43 de la mañana. Rous Flores. Mexicana, 28 años. Nacida y criada en un barrio popular de la Ciudad de México. Madre, hija, arrullo de su abuela, abrazo de quienes ama. Grano de arena en la playa. Cuidado al pasar, bienvenidos.
Árbol de membrillos Irene Márquez Lucero
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ecuerdo. Era un día de octubre de 1985, acompañaba a mis padres a un asunto de un terreno, no había regresado desde hace años y no me atraía la idea, pero tenía que acompañarlos, arribamos al pueblo a las dos de la mañana, en casa estaban todos dormidos, excepto la tía Ana, que nos abrió el portón de madera. La noche estaba tibia y tranquila, llevábamos pesadas maletas y el cansancio a cuestas. La tía nos apresuró a pasar a la sala a través de la tienda de la casa, después de intercambiar las nuevas nos retiramos a descansar. En la habitación del fondo, bastante amplia, dormía mi prima, una chiquilla de catorce años. Me acomodé para dormir, puse mis zapatillas bajo el buró, apagué la luz, y me metí a la cama jalando las cobijas. En la penumbra vi que mi prima abrió los ojos con sueño, los volvió a cerrar y giró hacia el otro lado. Finalmente cayó en profundo sueño, inconsciente de que habíamos llegado. Miraba hacia el techo y adivinaba las largas vigas de madera que sostenían las tejas de barro, los ruidos eran los propios de la noche, los grillos junto a la puerta de madera y el tañer de las campanas de la lejana iglesia, cerré los ojos y escuche un crujido, «son hojas secas agitadas por el viento», pensé. El perro aullaba, me sentía inquieta. El ambiente se sentía pesado, «mejor me cubro con las cobijas, estoy sudando, no soy una niña y la noche pasará rápido». La oscuridad y el silencio fueron avanzando poco a poco. Estoy muy fastidiado, llevo mucho tiempo caminando, desde que ocurrió «la bola», mucho tiempo. La misma calle, las mismas casas. Fui a la Iglesia, no encontré al señor cura, no encontré al Sacristán, voy a la tienda de la esquina por piloncillo y unos Faros. Ya es de noche, la luna ya está en lo alto. Debe ser muy tarde, está cerrado pero la puerta está abierta, voy a entrar, alguien me atenderá… Como siempre no hay nadie. Ayer fue lo mismo, el mismo camino de la casa junto al arroyo a la parroquia. ¿Por qué siempre tengo que ir de noche?, si no hay nadie, no sé, ¿por qué estoy haciendo esto diario? Estoy tan cansado, ya no quiero, pero tengo que ir. Camino, me siento muy cansado, las chanclas de cuero viejas, ya no recuerdo ni cuando las compré. Arrastro los pies desgastando el suelo empedrado, pero tengo que llegar. Justo ahora veo la torre de la parroquia, suenan sus campanas sonoras, voy por el mismo camino. Solo hay oscuridad y frío, tengo mucho frío. Me gusta ir a verla, siempre que pueda, nos hemos prometido al fin estar juntos, pero siempre tiene ese temor y con el titipuchal de problemas que hay, recuerdo cuando la conocí en el Jolgorio del pueblo el día del Santo Patrono, allá en la alameda, ella paseaba junto al quiosco de brazo del General Don Manuel, ella deslumbrante con su vestido de domingo, precisamente había salido de misa, por vez primera cruzamos nuestras miradas, me enteré que a veces estaba despachando en la tienda, allá iba con cualquier pretexto a agenciarme cualquier chuchuluco. A la mañana siguiente mi tía me despertó temprano para que la acompañara al molino y al establo, yo estaba cansada, debido a que no había dormido bien, justo cuando regresábamos vi algo brillante en el suelo, era una pequeña crucecita de oro, la limpié y me la puse en el cuello, la acerqué a mi corazón y la apreté con la mano, luego transcurrió el día sin novedad. Al percatarme que avanzaba la tarde y la luz naranja del atardecer llegaba proyectando las sombras de la torre de la iglesia sobre las paredes de la fachada de la casa, sentía una irremediable incomodidad, la luz del sol nos abandonaría nuevamente y tuve temor. Como era de esperarse, no pude dormir, me escondía entre las sábanas, me puse en posición fetal y tomé con fuerza mi crucecita de oro. Me puse a rezar, cualquier sonido me sobresaltaba, el cansancio hizo que mis párpados fueran cada vez más pesados y la sensación de arena en mis ojos, de repente Ilustración: Mauricio Márquez 108
me quedé dormida pero algo me sobresaltó, escuché claramente mi nombre, Esperanza… Esperanza… Abrí los ojos y no vi nada, ya sólo contaba el número de campanadas que indicaban la hora y no pude dormir en todo el resto de la noche, luego sentí angustia y ganas de escapar, pero no lo hice. Al despuntar el alba sentí alivio al ver la claridad. Acompañé a mis padres a la presidencia municipal a hacer unos trámites, en la salida en los portales que enmarcaban el edificio, sentada en el piso había una vendedora de membrillos, su agrio sabor me dio dolor de estómago. De golpe recordé un sueño incoherente, una casa de adobe, un árbol de membrillos, una camisa blanca manchada con sangre, la agitación de unos caballos. Sentí un vuelco en el corazón y apoyé una mano en la pared, me faltaba el aire pero pronto me recuperé. Enciendo otro cigarro, sólo su recuerdo me consuela. Le compré el rebozo blanco, cuando lo recibió ¡qué bonita se veía! Se había peinado con sus trenzas, sus hermosos cabellos, su sonrisa… La abracé y me dijo: «usted, Tomás, me dejó plantada ayer y me dio mucha muina», se alejó un poco y me advirtió, « otra barrabasada de las suyas y ya no me verá más». Yo le dije «esto ya no sucederá cuando nos hayamos juido» pero ella me miró con sus ojos pispiretos y susurró «usted bien sabe que por ahora no se puede y mientras pos…, no ande de jacarandoso por allí, prométame que me va a llevar con usted», dijo tajantemente, tocando con su mano el dijecito de oro que le había regalado y yo le dije; «le prometo que soy suyo para siempre, siempre estaremos juntos aunque sea lo último que haga». Esa tarde llegaron varios familiares y amigos de mi tía a visitarnos, eso me distrajo un poco y solo de vez en cuando recordaba los acontecimientos de anoche, pero miraba al fondo la habitación oscura y rápidamente apartaba la mirada, sentía que me miraban, por ello me acomedía a cualquier tarea para no pensar. Las campanadas de la Iglesia marcaron el paso de la tarde a la noche, yo interrumpí mi sueño con una extraña sensación, sentí que se enfriaba la habitación. Un ambiente extraño invadía todo y me pareció que todo olía diferente, vi muebles que no había visto y allí junto a la ventana abierta se dibujaba la silueta de un joven, se encontraba bañado por la luz de la luna, de tono blanco azulado diáfano. Portaba un gran sombrero de palma como los que usaba la gente de antes, la camisa blanca de algodón, el pantalón blanco, brillante, todo su cuerpo traslúcido. Me miraba con interés, yo lo vi, como si siempre hubiera estado allí, ¡me era tan familiar! Súbitamente me quedé tiesa; no podía mover ni un músculo, con los ojos bien abiertos sin poder gritar, sin embargo me pareció que ya lo había visto antes. Todo se esfumó en un instante, sentí un golpe en la cabeza, no me lo podía creer, ¿qué fue eso?, ¿quién es ése?, me senté sobre la cama, mi corazón latía con fuerza, un súbito sudor frio. ¡No es posible! ¡Fue tan real!, sólo me quedé con la sensación de haber visto esa presencia. Pero ahora ya no se veía más que los rayos de la luna que se proyectaban a través de la ventana. Al despertar sentí desazón, todo el día estuve recordando esa visión, que me provocó miedo, rápidamente pensé que solo era un sueño. En la merienda tomaba un pocillo con café humeante junto con mi madre y mi abuelita, ellas me miraban y se cuchicheaban algo, luego me preguntaron por qué estaba tan ojerosa, les platiqué lo ocurrido. Mi abuelita seriamente me dijo. «Ay mijita, rece en la noche, pídale a Dios que le perdone sus pecados». Desde luego no esperaba esa respuesta pero no dije nada.«Parece que habrá tormenta», y diciendo esto cerró las cortinas y las ventanas, prendió su veladora al Santo Niño y tomó su rosario. En ese momento un fuerte rayo hizo retumbar las paredes con gran fuerza. Otra noche arrastrando los pies, me duelen, me sangran, ¡ay, Dios, por piedad!, ¡libérame de estas cadenas! Por favor, ¡llévame, ya no aguanto esto; por favor, dame paz!, el camino de siempre, del arroyo a la parroquia ¿qué he hecho? Padre Celestial perdóname, en la parroquia ya no me reciben, me arrepiento, si tan sólo… en ese preciso momento, un rayo iluminó el campanario y empezó a llover. Algunos días después mi tía se encontraba en la tienda despachando a los pequeños niños de la Escuela Federal como todos los días, ya que era la hora de la salida, mi madre y yo estábamos ayudando y mi padre sentado en una de las sillas junto al mostrador tomando el fresco. Cuando se fue el último niño llegó un anciano, su vestimenta tan antigua nos causó asombro ya que usaba 11o
camisa y calzón de manta, como sombrero de palma, faja roja y sarape. Era muy muy anciano y sus formas y modos no eran de este siglo. Mientras yo estaba en la sala contigua acomodando cajas con mercancía, el anciano pidió permiso a mi tía para sentarse en un silla de la tienda pues estaba muy cansado, entonces yo salí a la tienda y le ofrecí un refresco. Se recargó pesadamente en el respaldo, nos dijo que venía de un rancho cercano y que casi nunca salía, pero ya por su avanzada edad deseaba cumplir sus mandas e ir a varios lugares antes de que ya no pudiera, de hecho caminaba con dificultad utilizando su bastón. Su espalda se encorvaba, su piel se veía reseca por la edad. Le dijo a mi tía que hacía mucho tiempo que quería venir ya que tenía un encargo que cumplir y que venía a buscar un lugar especial, en donde había ocurrido todo, mientras yo muy atenta escuchaba junto a la puerta abierta. Comenzó a hablar, su cara tomo un aspecto serio y nos dijo « verán ustedes, mi hermano Tomás, ya saben, era muy joven y se dan estas cosas. Se robó a la mujer de un federal, la trajo a este pueblo y estuvieron escondidos un tiempo pero su marido los encontró, vinieron los federales a buscar a mi hermano. Él escapó por varias calles y se metió aquí en la tienda», señaló con su dedo hacia la habitación del fondo, para decirnos enfáticamente que había estado aquí. ¿Puedo pasar a su pieza?.... Mi tía le contestó que sí entre sorprendida y curiosa. El hombre, con mucho trabajo se levantó de la silla y caminó lentamente cruzando por la sala y el pasillo hasta el cuarto del fondo, atrás caminábamos los de la casa callados, pensativos y atentos. Yo sentía que todo se tornaba irreal. Cuando el hombre llegó a la habitación, justo donde dormía junto a la ventana recuerdo muy bien que dijo: «Aquí mesmo fué, aquí cayó mi hermano, dos balazos con el fusil fueron suficientes. Quiso huir por la puerta del fondo pero no pudo. Aquí murió ese día» y soltó una lágrima que rápido enjugó. Guardó un momento de silencio mientras nosotros nos mirábamos, después prosiguió, de ella sólo supimos que la mató ese desgraciado, estaba embarazada. Mi tía juraba que nadie le había dicho nada. Se hizo un silencio y yo sentí una tristeza inmensa, me zumbaban los oídos y sentía calambres en la planta de los pies. El anciano nos dio las gracias y por último añadió «cuando se jue, le oí decir su último deseo y ya sólo me faltaba cumplirlo», tomó su vara a manera de bastón y lentamente salió. Yo me había adelantado a la habitación contigua y escuchaba, me sentí mareada, al pasar junto, me miró y me dio nuevamente las gracias. Me entró un escalofrío, el corazón me latía rápido y con fuerza, me faltaba el aire, las piernas ya no me respondieron, instintivamente tomé mi dijecito de oro. Una voz conocida me susurró al oído. «Vine por ti, a cumplir lo que le prometí». Conocía esa voz que había amado hace mucho, mucho tiempo y todo se volvió blanco, entonces vi su mirada nuevamente y mi corazón dejó de latir. Era hora de regresar a la casa de membrillos.
Irene Márquez es ingeniera Química de la UNAM con Maestría en Ingeniería Ambiental de la UAM, habitante de la alcaldía GAM. Le gusta imaginar cómo fueron las épocas pasadas y también pensar como sería vivir la tecnología, ambiente y sociedad del futuro.
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Balance entre los mundos Jair Arturo Franco Rojas
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xisten varios universos en la infinidad del tiempo, pero hace diez mil años nuestro universo físico chocó con otro universo espiritual, esto abrió un portal entre ambas dimensiones en lo más alto del planeta sobre la copa del árbol más viejo, esto permitió el paso de los espíritus a nuestro mundo los cuales se esparcieron a lo largo de la tierra transformando el caos en paz, dotando de bendición a los seres que ya habitaban aquí, creando luces en el cielo, olas en el mar, soplando los vientos de los bosques, apaciguando la furia de los volcanes. De entre todos los espíritus había uno que era el más poderoso y del cual nacían los demás espíritus él era Tomehe. Tomehe se sintió atraído por un ser de entre todos, uno que carecía de herramientas, de forma, de dientes y garras, parecía un pedazo de masa, como líquido que se podía mover. Tomehe tomo este líquido con vida y le dio forma, le puso extremidades, dientes sin filo, uñas sin garras, ojos; lo puso en el nuevo mundo y vio que este ser no podría existir así sin alguna bendición, y lo dotó de inteligencia al darles un poco de espiritualidad a sus cuerpos, de capacidad de crear con su entorno, de construir con las rocas, de poder hacer crecer plantas y flores; lo puso en el mundo y vio que este ser sí podría subsistir, por lo tanto él les puso el nombre de humanos. Los dejó y Tomehe, como padre de los espíritus, regresó a su universo cruzando el portal, los demás espíritus se quedaron en la tierra para llenarla de dicha.
II El hombre creación nueva de los espíritus comenzó a vivir en la tierra y con el paso de los siglos, progresó viviendo en armonía con los espíritus y los animales. Construyó viviendas, y con las viviendas comunidades, de ellas pueblos enteros que a su vez crearon ciudades y con las ciudades riquezas, y de las riquezas nació la envidia en el hombre quien buscaba tesoros sin saciar. El Rey de la ciudad más cercana al portal, no saciaba su apetito de oro y riquezas, así que inicio una batalla contra los espíritus, tratando de invadir el portal con el afán de convertirse en un Dios. Cuando trataron de llegar simplemente perdieron la batalla, regresaron a su ciudad, esperando volver algún día. 112
III Mi abuela me dice que ha pasado tiempo desde que vio al último espíritu rondar en la ciudad, muchos han regresado a su mundo por el portal, y los que no han tenido esa suerte han sido asesinados, sí asesinados, ellos pueden morir; los espíritus en nuestro mundo se convierten en mortales como nosotros. A los hombres más jóvenes y fuertes se los llevan a entrenar para luchar contra los espíritus, a los que no nos gusta pelear o no podemos, nos ponen a trabajar en las minas, donde extraemos metal para las espadas y armaduras, a mí no me gusta este trabajo. Desde que el hombre se peleó con los espíritus, se ha vuelto agresivo, violento y sin valores pero es el único lugar donde se puede obtener buena cantidad de dinero, trabajo hasta tarde y siempre procuro comer bien antes de ir a trabajar pues si fallas o te cansas, los jefes mineros simplemente te desechan por los agujeros que llevan a la zona oscura donde vivían los espíritus, por eso no hay que fallar. Siempre procuro salir limpio de la mina, pues salgo con mi novia a dar un par de vueltas a la cuadra, ella se llama Zaida, es hermosa, su cabello es largo y color negro, me encanta.
IV Cuando llego a la casa mi abuelita siempre me recibe con los brazos abiertos, y una taza enorme de leche con chocolate, me preocupo por trabajar duro para poder ayudarla en todo lo que pueda, pues mis padres murieron en la última batalla que hubo entre humanos y espíritus cuando yo tenía doce años. Siempre observo la foto de mis papás antes de irme a trabajar, ellos eran grandes guerreros, aun así a mí no me gusta mucho la pelea.
V Es otra tarde pesada de trabajo más bien es la tarde más pesada de trabajo, pues el Rey quiere invadir el portal espiritual para acabar con ellos de una vez. En la última batalla, hace unos 7 años, El Rey Arturo logró herir de gravedad a Tomehe, el padre de todos los espíritus pero antes de poder matarlo Tomehe logró defenderse lastimándole un ojo a Arturo dejándolo tuerto, así que quiere buscar venganza y expulsarlos de una vez.
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En esta tarde pesadísima Zaida me trajo de cenar, terminando nos fuimos a casa para que saludara a la abuela y nos obligó a cenar un poco más, típico de ella. Cuando acabamos nos fuimos a la casa de Zaida y ahí le dije que me enlistaría para la invasión de mañana, pues no me gusta la pelea, pero quiero vengar la muerte de mis padres. Ella no quería y me insistió, pero ya estaba hecho.
VI Cuando salió el sol, ya estábamos todos listos, con las armaduras puestas y las espadas afiladas; nos formamos para marchar esperando la orden del Rey. Zaida me miraba desde lo lejos triste por mi partida, pero no pude dirigirle la mirada de vuelta, lo intenté pero no pude, el Rey ordenó la avanzada y nos fuimos. Al llegar a las cercanías del portal, la noche nos alcanzó y los árboles alrededor del camino parecían mirarnos, al parecer los animales están de lado de los espíritus pues los caballos de los comandantes huyeron despavoridos, las aves volaban sobre nosotros y nuestros perros nos gruñían, se observaban miradas desde la oscuridad. Nuestros soldados comenzaban a desaparecer entre los arbustos, el miedo nos tenía a todos dominados. El Rey ordenó la avanzada al portal y los espíritus empezaron a atacar, era una masacre, aunque los espíritus son mortales, siguen siendo una devastación al momento de pelear, uno se acercó a mí y me golpeó… todo se tornó oscuro.
VII Cuando desperté ya no estaba en el bosque, me encontraba en una cabaña llena de espíritus muy pequeños, parecían seres humanos. Uno se acercó a mí al ver que desperté, y lentamente se quitó algo que parecía una máscara, pude ver que era una persona, me quedé confundido. Al caer la tarde, a todos los que sobrevivimos nos ofrecieron de cenar como si no fuéramos prisioneros, estábamos en un salón con comedores muy grandes y cerca del portal 115
nos dijeron que esperáramos a que llegara la líder para cenar juntos. Cuando llegó todos se levantaron saludando, la comandante nos contó que los espíritus son seres nobles, que regresaron a su mundo por el portal y los que se quedaron perdieron su forma espiritual para convertirse en forma física, como vida en los pastizales, y el cantar de las aves, son la armonía de la naturaleza y sin ella el mundo caería en caos, y por lo tanto debe ser protegido, ya que en esta forma también son mortales; nos mencionó que nuestro Rey, el señor Arturo, quiere y anhela las riquezas que abundan de este lado del mundo, quiere el poder de los espíritus para volverse más fuerte, quiere cruzar el portal porque existe la creencia de que podemos convertirnos en un espíritu, pero es inútil, ningún humano puede cruzar el portal, no tenemos esa naturaleza, esa pureza, por como trataban a las personas en la ciudad, creo que Arturo sí esta envenenado de hambre de poder. Al terminar la cena, nos llevaron al salón de los Héroes, donde tienen fotos de cada guerrero que ha muerto defendiendo el portal, ahí, ahí estaban las fotos de mis padres, ellos lucharon contra su Rey aquella batalla donde murieron; si ellos se volvieron contra su rey y defendieron el portal y el balance, entonces debe ser lo correcto. Viviendo con los defensores, acepte convertirme en soldado, para defender el portal del egoísmo del Rey.
VIII Siete años más tarde, ya me había convertido en todo un experto con las armas, ya sabía cómo escabullirme, me volví muy bueno. En una tarde, entrenando a los más jóvenes, sonaron las trompetas de alarma, pues una nueva invasión por parte del Rey Arturo estaba sucediendo desde la entrada del bosque, fuimos a defender preparando nuestras espadas. 116
Ya listos para la defensa, pude ver a lo lejos, un enorme ejército, comandado por el Rey que tenia de guardia a un pelotón de mujeres, entre ellas estaba Zaida. La batalla empezó, y los defensores atacamos con valentía al ejército del Rey, el cual tenía armas nuevas que no habíamos visto antes, escupían fuego y nos estaban matando desde lejos. La batalla duró menos de lo que esperábamos, nos acabaron rápido, las espadas no funcionan contra el fuego, los escudos tampoco, ante semejante masacre quedamos pocos hombres en pie. Zaida logró verme desde lejos, y evitó que me mataran, se acercó a mí y me pregunto -¿Qué haces?- yo le respondí –estoy haciendo lo correcto, los espíritus no son malos-, fui interrumpido por el Rey quien alegaba con engaños en voz alta que los espíritus son invasores a nuestro mundo y deben ser eliminados, que nosotros al defenderlos habíamos sido poseídos en nuestras mentes, que debíamos ser destruidos igual; le explique a Zaida que mis padres entendieron la importancia del equilibrio que los espíritus traían al mundo; ella no me respondió, el Rey le ordenó asesinarme frente a todos como ejemplo del obediencia y lealtad, Zaida desenvainó su cuchillo, y cuando estaba a punto de clavarlo en mi cuerpo, volteó rápidamente tratando de apuñalar al Rey, pero este disparó al pecho de Zaida, quien llegó a mis brazos, con la boca llena de sangre en vez de saliva. Intentó decirme algo pero no podía hablar. El Rey gritó ante su ejército, que todos aquellos que quieran ser traidores tendrán un destino semejante, e insistió que los espíritus, deben ser destruidos, en mi enojo, tomé la espada de Zaida, y me levanté retando al Rey a un duelo, éste aceptó. Desenvainó con una sonrisa soberbia y una demostración de agilidad con la espada dijo –cuando acabe contigo, tomaré el portal, me convertiré en un ser poderoso y dominaré el mundo entero- Yo sin decir una sola palabra, lo ataque y cada ataque él lo bloqueaba con facilidad, lo volvía a atacar y el seguía sin recibir daño, con el mango de su espada me golpeaba en la cara cada vez que esquivaba mis espadazos. En un ataque mío, él logro quitarme mi espada, me dio la oportunidad de volverla a tomar, y continuamos peleando. Después de varios minutos, yo estaba cansado, dañado, sin fuerzas, el Rey igual, la pelea ya nos tenía a ambos cansados; en un intercambio de espadazos, logreé desarmarlo y colocar mi espada en su cuello, en el punto de matarlo, mire a sus ojos, y el a los míos, se le veía sin rencores, una mirada maldita, elegí perdonarle la vida. Cuando volteé, Zaida ya no se encontraba, había desaparecido; Arturo fue encerrado, y sus ejércitos ya no trataron de dominar, tal vez la paz haya llegado.
Nace el 24 de febrero de 1998, orgullosamente Tlaxcalteca, es un joven creativo, amante de ver películas, estudiante de administración, de la Facultad de estudios superiores Cuautitlán de la UNAM. Desde pequeño es amante de las películas y el futbol; entro al taller de “ficciones narrativas breves” donde aprendió a como plasmar en papel sus ideas e historias que tiene en la mente. Cuando no está viendo una película o comiendo algo, disfruta de estudiar en su facultad, al mismo tiempo que quiere aprender inglés, sin olvidar nunca a sus gatitos, por los que siente devoción y con los que comparte sus noches más alegres, actualmente trabaja en su licenciatura, y en convertir su cuento en cortometraje.
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Las mujeres de mi vida Ilse Mar
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tro verano más en la casa de Mónica, mi abuela. Desde que tengo memoria siempre ha sido así, con su jardín, el árbol de duraznos, los pinos y las bugambilias que cada temporada cambian su tono. Donde Alba me recibe con abrazos y panqué de naranja recién horneado, mi favorito. Me sorprende su buena memoria y el sabor que siempre ha conservado el pan. Nos ponemos al día, me cuenta los “noticiones” -como ella les dice- que han sucedido en los últimos meses: que Lalito es más alto, que Andrea cerró su estética, que Susana cada vez está menos en casa; son varias personas de las que me platica y yo ni las conozco. Vaya que han cambiado las cosas después de dos años -es lo que pienso- mientras termina nuestra charla. Es tarde, nos despedimos. Mis pasos son los únicos que escucho mientras subo a la habitación; me acuesto sobre la cama que ahora es tan ajena, con tantos recuerdos y me quedo dormida. Alba no estaba; pero dejó unas quesadillas, café y fruta como almuerzo acompañados con una nota de vuelvo pronto. En cuanto terminé de almorzar, me senté en el jardín dispuesta a meditar; pero no lo logré. A pesar de estar en una casa grande y silenciosa, no lograba concentrarme. Así que me dirigí al cuarto de Mónica y saqué las cajas donde guardaba las fotos. Es algo que siempre me ha gustado hacer, acercarme a desconocidos y familiares por medio de imágenes, que me hablen de ellos e incluso inventar historias. En la fotografía que llama mi atención, está un hombre tocando el clarinete y una mujer en compañía de mis papás y mi abuela. En cuanto regresa Alba, le preguntó por ellos y dice que no los conoce - pero no le creo- la delata su mirada. Espere dos semanas para que llegaran mis papás y preguntarles, pero fue lo mismo; sabía que me estaban ocultando algo. Así que fui a casa de mi tía abuela Elena -cuñada de mi abuela- a investigar sobre esos retratos. No fue nada sencillo al principio, tampoco quería decirme nada. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Porque nadie quiere hablar de ellos? ¿Qué es lo que ocultan? Perdí la noción del tiempo pero al fin Elena me contó la historia. La mujer que está con Mónica y tus papás era su prima Ernestina; se llevaban muy bien, prácticamente estaban juntas todo el tiempo, hasta los treinta años…cuando todo sucedió. Cada año durante la fiesta del pueblo, llegaban músicos de todas partes acompañando a la feria; entre ellos estaba Martín, el músico de la foto y amigo de ambas. Tenían una buena relación, parecía un buen muchacho. Recuerdo que eran los últimos días de celebración; Ernestina iba al circo, fue lo que dijo su hermana, pero era tarde y ella no había regresado. Acostumbraba a quedarse en casa de Mónica si ya era muy tarde, pero tampoco estaba ahí, es como si se la hubiera tragado la tierra. La siguieron buscando por días, meses y no aparecía...no había rastro alguno ni en sus cosas, ni en su cuarto para encontrar alguna pista. Pasó un año y Martín regresó con la feria aunque con un aspecto envejecido, asumimos que era el cansancio del viaje. Se encontró con Mónica, le contó lo que había sucedido con su prima -no aguantaba más- se quebró; confesó que la convenció para ir al río, nadaron un rato y la ahogó. Estaba celoso de ella porque permanecía casi todo el tiempo con tu abuela que lo había rechazado varias veces, así que la culpó de su crimen y sus celos. 118
Mónica no lo soporto: le gritó, lo golpeó, lloró y se alejó del lugar; llegó a su casa, se encerró en su habitación. Estaba confundida, sufría, se sentía culpable y quería justicia. Reunió a la familia y les contó lo que pasó, y salieron a buscarlo al río -donde les había dicho que se encontraba- creían que estaba recargado en el tronco de un árbol durmiendo, pero no fue así, al acercarse, lo movieron y estaba muerto; aparentemente se envenenó. A partir de ese día a Mónica cambio, le pesó la muerte de Ernestina, se sentía culpable. Le dolió a ella y a toda la familia. Fue algo revelador, no entendía ese secreto familiar y que generación tras generación se había ocultado. Me sentía confundida, comencé a moverme de un lado a otro de la cama hasta que desperté; tomé el celular del buró, no escuché la alarma y por el grosor de las cortinas tampoco me percaté que casi era mediodía. Lo primero que hice al bajar fue buscar esa foto en el cuarto de la abuela, pero no la encontré. A lo lejos escuché su voz, sabía que estaba por las bugambilias del jardín; me detuve a medio camino cuando noté que estaba desayunando con mis papás, Alba y Ernestina. Me tranquilicé y sonreí; fue en ese momento que me di cuenta que había tenido una pesadilla; que el jardín, sus flores y sus árboles eran los únicos que habían cambiado ese verano.
Ilse Mar es diseñadora gráfica, fotógrafa, melómana y acuariana que en su andar ha encontrado en la escritura el espacio para sus ideas.
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El proyector de Edna Tonatiuh Ademir Ortiz Moreno
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dna era una hermosa mujer de un metro setenta, piel blanca como la leche y una galaxia de pecas. Tenía varios kilos de más, unos enormes pechos, superados por su voluptuoso trasero; el cabello negro crespo y una mirada algo perversa, algunos dirían, una gordibuena. Vivía sola desde hace algunos años en un pequeño departamento de la colonia Narvarte. Le encantaba visitar los fines de semana tianguis donde vendieran antigüedades y objetos vintage, esto, antes de ir a su trabajo en la sex shop. Solía decir, que ella perteneció a otra época o que tenía un alma vieja. Inexplicablemente, le encantaba fantasear que era actriz de películas en blanco y negro, especialmente se imaginaba en una pionera película porno de la década de los 40. Cuando conocía gente nueva, evitaba hablar de su pasado y de su vida personal, decía que eso acarrea muchos problemas. Huía de todo compromiso formal con algún hombre, en cambio le encantaba tener amigos nuevos todo el tiempo, pasarla en fiestas y hacer maratones de cine en su departamento. Al amanecer, su loft parecía un refrigerador recién fumigado, en él que quedaban amigas y amigos tirados por todas partes, exhaustos, sudorosos, pegajosos y olorosos entre alcohol y humo de cigarro. Los fragmentos de su vida y su propio interior, se encontraban representados minuciosamente en cada objeto decorativo que tenía en su departamento. Junto a la ventana que da a la calle, se encontraba un sillón individual rojo cereza y una mesita de lectura que ella misma lijó y pintó con un tinte color verde turquesa, encima de este, toda la colección del Marqués de Sade. En las paredes, algunos cuadros y objetos perfecta y estratégicamente colocados para dar al hogar el aspecto más kitch, retro o vintage posible; entre ellos el clásico cuadro de perros jugando a las cartas, una estatuilla de un changuito montado en un triciclo, un payasito de porcelana de no más de diez centímetros de estatura que sostenía un letrero que decía: “deposita todo en la boca de la anfitriona” y su favorito, una fotografía color sepia de un trío porno vintage. También tenía un sillón largo color verde menta, en el cual solía tener encuentros casuales con uno que otro amante de planta que invitaba a su departamento, cuando le invadía la nostalgia, la soledad o simplemente las ganas. Recientemente, había comprado un excelente mueble que ella misma restauró, se trataba de un centro de entretenimiento. 120
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En las puertas laterales de éste, guardaba su colección de películas y compact disc, en el medio un reproductor de DVD y su viejo nintendo. Y en la parte de abajo una pecera con luz rosa, en ella se veían dos hermosos peces dorados cabeza de león que parecía que volaban. Encima a la mitad del mueble yacía un estéreo vintage color maple que no era antigüo, sino una edición nueva, que reproducía CD, cassetes y tocadiscos, en éste repetía una y otra vez “In a sentimental mood” de Duke Ellington y John Coltrane. Al costado izquierdo de dicho mueble, Edna colocaba juguetes u objetos que le encantaban, ahí habían desfilado el Delorean de volver al futuro, el cadillac rosa de Elvis Presley, el halcón milenario, un barco dentro de una botella y ahora un caracol de barro. Ella sentía que faltaba colocar algo del lado derecho, así que pensó en buscar el objeto idóneo para ese espacio, pensaba que en cuanto lo viera, sería como amor a primera vista.
Fotografía del autor 122
Un sábado, Edna paseaba por el conocidísimo mercado de las Torres, en la alcaldía Tlahúac, en donde se encuentra todo tipo de chácharas y cachivaches. Mientras caminaba por los pasillos pensaba en su centro de entretenimiento y en ese deseado objeto que completaría su decoración. Vio una escultura del David, réplica miniatura de la obra de Miguel Ángel, pero estaba muy elevada de precio. Más adelante encontró un ring de cuarenta centímetros de ancho con seis luchadores del plástico más barato que puede existir, estuvo muy tentada a comprarlo, se detuvo porque pensó que era demasiado kitch. -¡Además no estaban los muñequitos del Santo y Blue Demon! se dijo a sí misma tratando de convencerse. De pronto, a lo lejos miró un viejo proyector de video de 8 milímetros y como si estuviese hipnotizada corrió hacia él, saltando entre los puestos. El anhelado objeto decorativo color gris o verde vejiga, estaba algo empolvado y oxidado y le faltaba el disco trasero. Edna preguntó si aún funcionaba; el vendedor, algo nervioso, lo conectó para probarlo, un foquito prendió y después un haz de luz, el vendedor sonrió. Edna preguntó el precio, el vendedor no tenía idea de su valor y contestó con cara de gran conocedor de proyectores antiguos: deme ciento veinte varos, güerita. Pagó sin titubear; sabía bien que ese tipo de objetos podrían llegar a valer en internet arriba de cincuenta mil pesos si aún funcionaban. Sonrió maliciosamente, sintiendo que el timado fue el vendedor y se fue a casa feliz con su compra. Al llegar a su departamento, Edna limpió el viejo proyector y lo colocó victoriosa al lado derecho de su estéreo vintage; después realizó el aseo de su casa; al finalizar, se recostó en su sillón verde menta, mirando y sonriendo por su nueva decoración, mientras comenzaba a dormitar. De pronto, un foquito rojo parpadeaba tímidamente en el proyector, parecía como si el lente la observará. Espantada, Edna se levantó y se acercó para ver qué sucedía, no había ningún foquito prendido. Así que decidió conectarlo, dirigiendo el espectro luminoso hacia la pared blanca de su sala. Un escalofrío recorrió su espalada desde la cintura hasta su nuca, los vellos de su cuerpo se erizaron y Edna palideció, casi suelta el proyector del miedo, pues éste, estaba emitiendo una imagen en blanco y negro y no había un rollo con un film, ni siquiera tenía el otro disco, inexplicablemente se proyectaban imágenes en el haz de luz. Lo dejó conectado, jaló la mesita verde y lo puso ahí, se alejo un poco para distinguir la imagen y ahí estaba una niña como de 6 años, de tez blanca, cabello negro rizado, algo robusta, con unos ojos lindísimos y un sombrerito. Sin querer, Edna fue atrapada por la imagen, poco a poco fue dándose cuenta que se trataba de un recuerdo que había olvidado, la niña, era ella misma cuando la encargaban con la tía Andrea. Ahí estaba la pequeña Edna jugando con sus muñecas. De pronto la tía sale del departamento y el tío Arturo, se la lleva a la habitación grande. Edna observa algo ansiosa la proyección, mientras se muerde el labio inferior y recuerda el jueguito secreto que le 123
enseñó el tío Arturo. Así le decían, “el jueguito secreto”, durante cuatro años lo practicaron a escondidas y nadie se enteró. Edna comienza a llorar y exclama: ¡hijo de puta! En la película el tío se acuesta en la cama con el pantalón abajo y la niña de panza comienza a lamer su miembro erecto lentamente, para después introducirlo todo en su boquita. En otra escena, está ella con sus piernas abiertas encima del tío, brincando de arriba-abajo con el falo dentro, pero un poco más crecida, como de nueve o diez años. La proyección se detiene mostrando una pantalla negra y tras unos flashazos, comienza otra. Nuevamente es Edna, ahora en la secundaria, lo sabe porque reconoce la falda corta de cuadritos. Se mira saltando la barda con dos compañeros, después entrando a la casa de Pepe, ahí ambos varones y ella se desnudan y tienen relaciones en el cuarto de los papás. La penetran por todas partes, inclusive ambos niños al mismo tiempo, en su rostro se aprecia que ella lo disfruta mucho. Edna recuerda eso también y vuelve a morderse el labio, mientras se le escurre lentamente una lágrima del ojo izquierdo. Y así el viejo proyector comienza a mostrarle la película de su vida sexual y amorosa. Se da asco ella misma y exclama: ¡tantos hombres! La proyección sigue corriendo rápido y conforme se mira con uno y otro hombre, o con varios al mismo tiempo, se altera y se muerde más y más los labios hasta que le comienzan a sangrar a chorros, ahogándola. Inesperadamente, Edna se despierta tosiendo, corre al baño a mirarse al espejo, solo para descubrir que su nariz sangraba provocando su ahogo, presurosa comienza a hacer un tapón para detener la hemorragia nasal, enrollando una bolita de papel, una vez resuelto el sangrado, se enjuaga la boca y voltea a ver su centro de entretenimiento, su proyector está apagado justo donde lo dejó al terminar la limpieza del depa. Aun sin lograr comprender que sucede, se dice a sí misma, - ¡creo que me quede dormida otra vez, pero eso no fue un sueño!, en su memoria se encuentra el recuerdo de una cámara de 8 milímetros, una cámara fotográfica réflex antigua y un proyector exactamente igual al que compró, todo en casa de la tía Andrea. Ese proyector como una fulminante flecha activó en su memoria comatosa, ese recuerdo de aquellos años en que el tío Arturo la violó varias veces de los seis a los diez años, inclusive le parece que algunas de las escenas que soñó, ya las había visto en una pared. Se decide a visitar a la tía Andrea, con la certeza de saber, dónde encontrar los rollos de películas de 8 milímetros que grababa Arturo. Pero no hoy, porque hoy la visitan sus amigos y debe tener listos los mojitos, ellos llegaran con mariguana y tachas; le propusieron hacer un gang bang, ella aceptó, porque necesita sentirse viva, nada le parece suficiente, todo le resulta pequeño, y estar algo drogada y ser penetrada toda la noche es una experiencia que le hace sentir un poco de felicidad y conectarse con el presente. Conforme pasan los minutos, ella comienza a entrar en crisis, tiene la boca seca, no puede dejar de orinar a cada rato. Las imágenes que soñó o recordó, siguen flotando en su cabeza; su mente se va por un instante y sin querer, se hace una cortada en el dedo índice de la mano izquierda mientras corta limones. Entonces comienza a sentir un nudo en la garganta, no puede dejar de pensar en su tío, comienzan a escurrir lentamente de sus ojos tímidas lágrimas que después se vuelven tormenta, Edna deja el cuchillo, se envuelve el dedo con papel del baño, se pone su abrigo beige y mientras sale de su departamento no para de llorar. Mientras se dirige a la casa de su tía Andrea, Edna comienza a pensar que todos sus problemas de apetito sexual, su gordura, sus inseguridades, sus miedos y vacíos, nacieron cuando el tío Arturo jugaba con ella a solas. Al llegar a casa de Andrea y después de una ligera y superflua charla, pidió permiso para ir al baño, mientras la tía esperaba en la sala, Edna entró al cuarto de los tíos, abrió el closét, 124
retiró unas cajas del piso y desprendió un trozo de duela, y dentro de éste agujero encontró varios rollos dentro de cajas de latón, fotografías sexuales de ella y algunas de sus primas, todas menores de diez años y algunas otras cosas. Tomó uno de los discos del proyector de Arturo, que se encontraba dentro de un baúl y salió a toda prisa, casi sin despedirse. Mientras va camino a su apartamento, envía un mensaje de texto a su amigo Armando, para cancelar lo que tenían planeado, el tipo exaltado, le responde –no te preocupes nena, sabía que no te atreverías- y aunque ella sabe bien que si lo haría, pues no era la primera vez, no dió más explicaciones. Ya en su departamento, Edna coloca el disco y el rollo que dice Edna uno, en su viejo proyector. Mientras lo ésta enredando, piensa -¡Ese bastardo, los tenía enumerados!, ¡Dios, cuántas veces me grabó! Cuando comienza la proyección, Edna comienza a llorar, porque recuerda cómo fue que el tío Arturo le enseñó a jugar, al final de ese primer rollo la pequeña Edna de seis años, se queda mirando a la cámara con lágrimas en los ojos y una expresión de tristeza que le acompañó a partir de ese momento por el resto de su vida. En sus labios se observa con claridad que la pequeña dice: -¡Eso no era una paleta y la cosa blanca sabe feo! Y así, mientras Edna va observando en cada uno de los rollos, como el tío Arturo la violaba durante su infancia, decide hacer algo, pues está segura de que ella y sus primas de las fotografías no fueron las únicas niñas que sufrieron de la seducción y abuso sexual de ese familiar y, aunque el tío ya no vive, tiene la necesidad de hacer algo al respecto, para dejar de sentir ese dolor y vacío que le carcomen el alma y que durante años le impidieron encontrar una pareja y en cambio la convirtieron en la puta de todos. Decidida, Edna llamó por teléfono a su tía Andrea para contarle todo lo sucedido durante sus años de infancia, la tía llorando se disculpa con ella y enojada le dice: -Si te sirve de consuelo, Arturo murió con mucho dolor, sangrando el riñón por el pene; enfermó de la próstata y se volvió impotente. Después de que ambas lloraron por largo rato, Edna colgó el teléfono. Mientras suspiraba, sentada en su sillón verde menta, Edna pensó: -Nunca me imaginé que un proyector de 8 milímetros sería, además de la decoración perfecta, el objeto sagrado que estaba buscando y que me ayudaría a resolver de una vez por todas, mi desordenada vida sexual. ¡Mañana regreso al psicólogo!
Tonatiuh Ortiz es licenciado en Pedagogía, docente, conferencista y terapeuta. Entre sus pasiones además de las letras, también se incluye el dibujo, el graffiti mural, el clown teatral y la trova. Algunas de sus obras y actividades se encuentran en las siguientes cuentas de Facebook: /tonatiuhortiz /gruposhakticonsulting /psicomagicclown /VFvirtualfutura
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Fumar mata Ramón Carmona Barrios
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stoy buscándote, le pregunto a los barrenderos que todos los días veíamos. Ahora mismo estoy caminando por las calles en las que de la mano caminamos. Esta calle donde imaginábamos ser personas comunes y no esto. No esto que somos. No este olvido de la sociedad. No esto. No. No dos humanos que son un olvido caminando. Porque eso somos. Dos olvidos. Camino por esta calle donde nos imaginábamos viviendo. Porque somos dos olvidos que sueñan. Dos olvidos que desean ser algo más que olvido ¿cuántos más vagan por el mundo sin querer ser lo que son? Ahora mismo quisiera gritar tu nombre por las calles. Gritar que te extraño. Gritar que eres mi único amor. Gritar que estás perdida. Gritar que te busco. Que no tengas miedo. Que soy yo el que debe tenerlo. Tú no, porque yo te busco. Yo sí, porque no te encuentro. Tengo miedo de volver a verte. Muerta. Por eso ahora mismo gritaré tu nombre por las calles. Tu nombre que siempre te dije al oído. Tu nombre que es la salvación de mis penas. Tu nombre que, al decirlo, me hacía parte de ti. Me viene a la mente tu rostro, que no tengo, que se escapa, que me huye, que se va, dejando tu ausencia. Tu nombre que grito. Que creo que grito porque estoy caminando por las calles que caminamos. Tu nombre me hace llorar. Y recuerdo que te dije, no vayas para allá. No vayas. No vayas porque te están vigilando. Porque no nos quieren ver juntos. Te lo dije. Te lo dije, porque sabía que, si ya habían intentado matarte, no se tentarían el corazón y, ahora sí cumplirían su cometido. Te lo dije. Y ahora camino, viendo todos los rostros que creo que son tuyos, pero que no es el tuyo, porque el tuyo es único. Y es mío y, quizá ya no lo es. Pero no quiero que se aleje. No quiero que deje de ser mío. Y no quiero que otros labios supuestamente santos pronuncien tu nombre y después de él venga en coro un por Jesucristo nuestro señor, amén y me digan mi más sentido pésame. Porque sé que a nadie le importamos. Porque mi casa es una bolsa negra y la tuya son mis brazos. Por eso te busco, porque si el mundo ya nos dio la espalda, yo no te la daré a ti. Caminábamos de la mano, yo con tus cosas en mi casa. Te mudaste conmigo. Recuerdo cuando nos conocimos que me dijiste que no tenías casa. Te presenté la mía, la mía que era una bolsa negra. Una bolsa que cargaba conmigo. Con mis cosas. Y recuerdo que te dije hoy duerme conmigo. Y te mudaste. Mudar suena lindo. Me diste tu cepillo de dientes y lo guardé. Ahí, supe que esto se convertiría en amor. Ahorita vengo, voy por unos cigarros, nos hacen falta. Lo que tampoco tenemos es anforita de ron. Ya no tenemos tanto dinero. Iré por un Tonayan. Y yo te dije que me esperaras, que no salieras sola. Tenía miedo. Recuerda que tu exmarido te amenazó que si te veía te iba a matar. Que te iba a matar porque eres una perra. Eres una puta. Recuerda que solo hace una semana te han dado palazos en la cabeza. Recuerda que sólo hace tres días saliste del hospital. Recuerda, por favor que te amo, te grité. Saliste. Saliste y no te importó lo que dije. Juro que traté de salir rápido. 126
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Saliste por un cigarro. Saliste por un cigarro porque me dijiste que lo necesitabas. Que lo necesitabas… así me dijiste. Siempre te dije que fumar mataba y ya ves, tus ganas de cigarro quizá te mataron. Camino. Camino viendo a las personas. Les digo a los de la basura que me digan si no te han visto. Les digo que no he comido por buscarte. A todos les cuento que nos queremos. Les cuento cómo es que siendo de la calle nos vamos al hotel más barato. Ese que nos cobra 140 la noche y que podemos bañarnos. Que podemos dormir en cama. Que ese es nuestro mejor lujo. Les cuento cómo es que salí sin ti y te he buscado desde entonces. Y les cuento que nos amamos. Y las personas me oyen. ¡Al fin me oyen! Las historias de amor, pueden más que la caridad. Ellos, como nosotros, también están sedientos de amor. Ya ven a buscarme. Por favor ya no tardes. Sin ti no puedo pensar bien. Mujer de treinta y cinco años es hallada muerta en la calle. Se trata de un aparente suicidio. Leo en el periódico. Me espanto. Quiero creer que no eres tú. Quiero creer que esa foto no es la tuya. Quiero creer que esa mujer que tiene tu rostro no eres tú. Quiero creer que no eres tú, porque tú no tenías valor para matarte. Quiero creer que no eres tú. No eres tú. No. Mujer de cuarenta años es asesinada por su marido. ¿Eres tú? Leo las noticias. ¿Por qué mueren tantas mujeres? ¿Dios las abandona? ¿Dios es machista? Muere mujer en manos de su exmarido, la apuñala por más de cien veces. No eres tú. ¿Eres tú? puedes serlo. Puedes ser esa, un número más, de un día más, de un número
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más de periódico, de una lectura más de un hombre que dentro de sí, quiere matar a su mujer. No quiero que seas tú, quiero que no seas tú la de las noticias que leo. Me espanto de ver tu rostro. No es tu rostro, pero yo lo pongo en la noticia y la sangre me sube a la cara. Y mis manos me sudan. Y mi cabeza se siente fría. Y mis dientes se aprietan. No, no eres tú. Se parecen, pero no eres tú. No puedes ser tú. No. No. Por favor, no. Mujer es encontrada en una bolsa negra, descuartizada… Hallan a la mujer que llevaba días sin aparecer, está muerta… Hoy, como todos los días matan 9 o 10 mujeres. Matan a mujeres. Mujer muere. Muere Mujer. Mujer Muerte. Mujerte. Ya, ya no quiero leer. Camino por estas calles. Llevo ya bastante tiempo sin ti. Sin tus manos. Ya no sé dónde dejé mi casa. Ya no sé dónde estoy. Creo que también por aquí pasamos. Las imágenes de nosotros juntos vienen a mi cabeza. Golpeo mi cabeza. Me golpeo. Hace días que ya no hago magia para que me den dinero. Hace días que ya no hablo. Parece que te llevaste mis palabras. Ya no hablo de nuestra historia de amor. Hace días que como lo que encuentro en la basura. Hace días que ya no voy al hotel. Me he perdido de mí, porque te perdí a ti. Hace días que ya no sé de ti. Hace días que leo las noticias, tengo miedo de hallarte. Hace días que sólo camino. Ya no veo los rostros de los demás. Porque cada rostro es un poco el tuyo y tengo miedo. Me da miedo que seas tú la que camina a mi lado. La que me da limosna. La que me da su comida y bebida. Eres la niña que se me acerca y a quien su mamá le dice dale esto al señor, pero con miedo. Tienen miedo de mí, ¿tú tenías miedo de mí? Hace tiempo que ya no tengo conciencia de quién soy, porque ya no estás. Porque lo que me aferraba a este mundo se me fue. A veces pienso que quizá, también te inventé a ti. No, sé que no porque tú eres más real que mi propia vida. Hace días que sigo en este puente acostado viendo a la gente pasar. Hace días que ya no soy yo. Hace días que veo cómo las hojas de los árboles caen y llega el otoño. Y yo sigo sin ti, pero ya no te busco. Ya no te busco porque sé que eres libre. Porque quiero creer que sigues fumando. Las hojas caen. Las hojas del árbol caen. Llega el otoño y yo de nuevo aquí, platicando contigo. Contigo, ¿te das cuenta? Alguna vez, que no recuerdo del todo. Desperté y mi cobija/periódico ya no estaba. Voló, supongo. Encontré otro periódico en la calle y lo vi. Te vi. Quizá no eras tú o quizá sí. En este periódico también habías muerto. Te había matado un parto. Era mi hijo. Nuestro hijo. Ayer, encontré otro periódico. En ese moriste aventándote al metro. Hoy no sé cómo habrás muerto, pero yo sigo aquí, vivo, encontrando cobijas que me cuentan cómo moriste. Sigo aquí, leyéndote. Soy artista: escritor, cantante, comediante, imitador. Maestro por vocación y escritor por pasión. En la literatura me descubrí. Instagram: @ramon_escritor YouTube: Ramón Cantor
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Reflejos de una vida vacía Aydee Rodríguez
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ayla despertó de golpe al escuchar el sonido de la alarma. Eran las 6:30 am, estaba empapada en sudor y con el corazón acelerado, hacía casi dos meses que tenía la misma pesadilla cada noche. Al sacar los pies de las cobijas sintió el frio de octubre y de inmediato volvió a meterlos. Estaba lloviendo desde ayer por la tarde y según el pronóstico seguiría así al menos hasta el final de la semana. Tomó de su mesita de noche un espejo con un marco con luces y se miró en él, con la intención de limpiarse el sudor y las lágrimas provocados por aquel sueño. Dejó el espejo y tomó su celular. En Instagram vio las fotos de sus amigas juzgando en su mente cada detalle mientras presionaba el botón de me gusta. Se levantó de la cama al mirar la hora y fue al baño para continuar arreglándose. En el baño hacía aún más frío y olía a humedad a causa de tanta lluvia acumulada en el techo, vivía en el departamento del último piso. Se miró en el espejo que ocupaba casi toda la pared y se lavó la cara. Notó que su cabello era una maraña, así que lo peinó con los dedos y satisfecha con su apariencia, se tomó una foto con su celular y la publicó en su Instagram. Minutos después comenzaron a llegar notificaciones de comentarios de sus amigos: “¡Eres muy linda¡ ¡Quisiera verme así cuando despierto!” Layla se apresuró a leerlos mientras estaba sentada en el retrete. La angustia de aquella pesadilla había desaparecido. Salió a las ocho de la mañana de su casa, no sin antes dar un último vistazo al espejo detrás de la puerta de su recámara, y antes de salir, en otro pequeño redondo que estaba colgado en el recibidor, tomó el paraguas y su bolsa llena de cosméticos que nunca utilizaba pero que siempre llevaba consigo “por si acaso”. A cada paso que daba, Layla miraba atentamente su reflejo en las ventanas de las casas, de los negocios y en los coches, buscando su propia aprobación y recibiendo uno que otro alago de desconocidos que pasaban a su lado. Mirar su belleza, cuidar su aspecto, su imagen pública y sus seguidores en Instagram era su rutina. Gracias a eso tenía una vida relativamente cómoda, con ingresos por arriba del promedio y una larga lista de conocidos que le ayudaban a ser aún más popular y a monetizar su imagen. Era cuidadosa con cada detalle, nada podía quedar fuera de sus lineamientos de perfección absoluta. En su diario atribuía este aspecto de su personalidad a su madre, quien, según las palabras de Layla “siempre fue estricta conmigo, le agradezco aquella vez que me arrancó el vestido por haberlo manchado de tierra cuando jugaba, desde ese día decidí nunca descuidar mi imagen y siempre ser perfecta a los ojos de los demás”. Layla era directora de proyectos en una agencia de asesoría de imagen, gracias a esto es que mantenía y acumulaba contactos, estaba más preocupada de qué regalarle en su cumpleaños a su diseñador y supuesto mejor amigo favorito, que por la salud de su padre, abandonado en aquel asilo después de la muerte de su madre, cuando Layla tenía 25 años. No recuerda lo que había sucedido cuando aún vivía en casa de sus padres, pero sentía un odio tan intenso cada vez que pensaba en ellos, que el estómago le daba un vuelco y corría al baño a vomitar. Ilustración de la autora
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Todo el día daba órdenes de aquí para allá, dirigiendo a su pequeño grupo de 20 personas encargadas de remodelar y crear una nueva imagen de una cadena de hoteles, en un intento desesperado de los dueños de encubrir las acusaciones de evasión fiscal y lavado de dinero. Durante los pocos ratos libres que tenía para ir por un café, tomaba una foto de sus zapatos, de su atuendo o de lo que estaba comiendo para subirlo y actualizar su Instagram, leyendo los comentarios siempre encontraba los de un usuario que varias veces había bloqueado anteriormente pero que, por alguna extraña razón, lograba volver a comentar con críticas y palabras hirientes, cualquier mínimo detalle de sus fotos. Tarde por la noche, regresaba a su departamento por la misma ruta, cansada por otro largo día de sonreír y trabajar sin descaso por más de doce horas seguidas. Tres años atrás el novio de Layla había terminado su relación de noviazgo de cinco años, se fue del departamento en el que ella actualmente vivía y se alejó por completo de su vida. Ahora al volver a casa lo único que la recibía era su reflejo en el espejo del recibidor que cada mañana también la despedía. Era su hogar y su refugio, pero al mismo tiempo, su cueva y su prisión. Para no dejarse invadir por los sentimientos de soledad Layla se dirigió a su cuarto, se quitó la ropa y después tomó un baño de agua tan caliente, que su piel se tornó roja por completo, era el único calor que podía recibir, se puso la pijama y se durmió al instante. A la mañana siguiente repitió su rutina, pero al entrar al baño y reflejarse en el espejo al momento de ir al fondo para abrir la ventana, de reojo sintió que su reflejo volteó a verla, pero su cabeza no había si quiera dado ese giro. Pensó de inmediato que el cansancio y la soledad le estaban jugando una mala broma. Sin darle mayor importancia salió de casa mirándose nuevamente antes de salir en el espejo detrás de su puerta y en el espejo del recibidor sin notar nada extraño. Ese día Layla decidió tomar un nuevo camino, rodeado de tiendas de ropa exclusiva que siempre trataba de evitar para no caer en la tentación, le encantaba ver su reflejo en los aparadores como si se estuviera midiendo la ropa exhibida, y de vez en cuando, caía y entraba a comprar lo que su reflejo se había probado. Desafortunadamente eran las 8 am y la tienda seguía cerrada. Fue a su trabajo y continuó con su rutina, pensando entre una junta y otra lo sucedido esta mañana y en el vestido que la esperaba en la tienda. Salió de su oficina pasadas las ocho de la noche, después de acomodar una carpeta con diseños de jardines y recámaras de hotel, recordó el vestido y casi corriendo logró llegar antes de que cerraran las puertas. Era miércoles por la noche, no había ya gente en la tienda y los empleados estaban reorganizando la ropa desacomodada y haciendo el corte de las tres primeras cajas. Layla se dirigió sin mirar nada más, al vestido que la había atrapado en la mañana. Tomó el que era de su talla y sin medírselo, lo pagó en la única caja disponible. Sintiendo el frío de la noche combinado con las gotas de una lluvia incipiente, emprendió su camino de regreso al departamento, imaginando combinaciones posibles con su nueva adquisición, y sintiendo una mirada siempre del lado de las ventanas y escaparates de los edificios y tiendas durante todo el camino. Entró en su departamento apresurada en su intento de huida, tanto de la lluvia como de aquello que la observaba, dejó caer el bolso, se quitó las zapatillas, miró su reflejo en el espejo con recelo, lo descolgó y lo puso boca abajo en la mesita de las llaves sintiendo miedo de su propia compañía. Ya en la bañera, revisando su cuenta de Instagram mientras intentaba distraer su mente, comenzó a recibir una lluvia de notificaciones de comentarios ofensivos en todas sus fotos publicadas, no entendía quién era esa gente o por qué la atacaban de aquella manera si no había tenido ningún escándalo y no había subido contenido polémico. Sintió pánico ante la posibilidad del fracaso que ayer aún era un éxito. Bloqueó cuentas, eliminó comentarios, pero sólo los de un usuario que no lograba identificar continuaban apareciendo. 132
Salió de la bañera temblando de frio, se había quedado ahí dos horas intentando recuperar lo único que podía considerar vida. Se secó con la toalla tiritando a cada intento hasta que logró tirarse en la cama antes de desfallecer. Estaba entre el sueño y el estado de conciencia, ideando estrategias para regresar con alguna foto nueva y solo pudo pensar en ponerse el vestido nuevo que estaba sobre la silla, enfrente de su cama, quizás una foto con él podrían hacerla sentir mejor y si recibía algunos me gusta y comentarios positivos se sentiría menos ahogada. Mareada y aún algo dormida logró tomar el vestido, deslizarlo por su cuerpo débil y frío, se recogió el cabello aún mojado del lado derecho en una coleta, se puso un poco de labial en las mejillas y en los labios para disimular la palidez cadavérica que tenía a causa del cansancio y la dieta extrema a la que se sometía, tomó unas zapatillas rojas y brillantes de su closet para hacer juego con el vestido y se paró frente al espejo. Se miró por un largo rato, sintiendo la suave tela del vestido, tocando su esbelto cuerpo, su cabello húmedo y suave y su rostro frío y sin vida. Su reflejo era hermoso, pero en su interior no se sentía ella misma. De pronto, Layla comenzó a ver cómo su reflejo se movía al lado contrario que ella, la miró a los ojos, fijamente durante unos segundos que se sintieron como si fueran horas, su reflejo la tomó por el cuello, con gesto burlón la siguió mirando mientras Layla sentía su aliento frío sobre su rostro, su reflejo se acercó a su oído y le susurró: nunca fuiste tú, siempre me has pertenecido, tu debilidad me ha alimentado todos estos años que has pasado en soledad. Sin mí, hubieras desaparecido, ni tus padres, ni tu exnovio, nadie, nunca, se ha preocupado por ti. Layla comenzó a temblar de terror al escuchar esas palabras viniendo de su propia voz, su respiración comenzó a acelerarse, entró en un ataque de pánico mientras gritaba y trataba de zafarse del brazo de aquel ente que la tenía aún tomada por el cuello, luchaba con todas sus fuerzas mientras el reflejo seguía mirándola y riendo suavemente. Repentinamente logró soltarse, corrió a su mesita de noche, tomó el espejo y con él, golpeó a su reflejo en la cabeza. La sangre comenzó a manchar la alfombra, sus manos y el vestido quedaron teñidos de rojo. Layla comenzó a marearse, su vista se nubló, cayó al suelo en aquel charco rojo y tibio, su reflejo se hacía cada vez más difuso y solo distinguía la maraña de cabello lleno de sangre, hasta que se desvaneció. Cuatro días después, un compañero del trabajo de Layla reportó su muerte después de ir a su departamento por unos planos para la remodelación, el conserje le había abierto la puerta ya que nadie había visto a Layla entrar o salir en todos esos días. Al entrar, el olor a humedad y podredumbre recibió a ambos visitantes, quienes lograron contener las náuseas cubriéndose la nariz con la manga de sus chaquetas. Cuando entraron al cuarto de Layla encontraron su cuerpo cubierto de sangre, en el mismo charco, ya seco, con cristales incrustados en su cráneo y con su mano derecha, Layla seguía sujetando fuertemente restos del espejo. Aydee Rodríguez (1993) es internacionalista y escritora (y dibujante) aficionada. La curiosidad la impulsó a tomar sus primeros retos en la escritura y ahora, continúa en este camino con el propósito de encontrar en las palabras el antídoto para curar un corazón.
Esa noche Julia García
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a vi, vestía un pants, no era fea, no tenía el mejor cuerpo, pero sonreía, era agradable. Todos estaban contentos, habían pasado muchos años desde la última vez que nos vimos.Rafael trajo a sus hijos, dos críos fastidiosos que corrían por todos lados, gritando, llorando, tocando todo, no entiendo para qué los trajeron, agradezco que Sandra nunca quisiera embarazarse. Alicia se ve muy bien, qué ganas de hacerle el amor como en la prepa, aquí donde nos reuníamos, seguro que ese novio suyo se la come a diario. ¡Pendejo si no! Las cervezas se acabaron, Tomás como de costumbre de borracho, tanto tiempo y él está igual. Yo no soy igual, el trabajo me agobia. Sandra se fue, no sé por qué pienso en Sandra, sé que la pasaríamos bien, siempre la pasábamos bien aquí, a ella le gusta este lugar, por eso vine, pensé que ella estaría aquí, fue mejor así. —Vente Tavo, ya está la carne. —Gracias Irene, estás muy cambiada, no te reconocí cuando bajaste del auto. —En cambio tú estás como en la preparatoria. —Gracias, ¿es tu esposo con quién vienes? —Sí, se llama Iván, y ¿Sandra va a venir? —No, Sandra no viene, la carne está deliciosa, ¿te destapo una cerveza? —Sí, gracias. —Las tomé antes de que Tomás se las acabara. De verdad que era agradable, los niños corren alrededor de ella pero no parece fastidiarla, todos se acercaron, vi que se apartó a darle un plato de comida. —Irene, ¡ya vámonos! —No Iván, ¿por qué? ¡Cálmate! —Estoy muy cansado y mañana tengo que trabajar, dijiste que un rato y ya es tarde. —Pero apenas vamos a comer, te traje un poco de carne asada, no podemos hacer esto, no empieces. —Yo no quiero comer esto, vi un restaurante cerca, vamos ahí y nos vamos a casa.
Julia García, 37 años, orgullosa madre de cuatro bendiciones, divertida, autodidacta, con tendencia a lo positivo, prefiere la vida sencilla, pasear en moto y el bosque abatido.
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—No me voy. —¿Es en serio? ¡Allá tú! Los chamacos que no me dejaron escuchar todo. —Hola otra vez. ¿Estás bien? —No, Tavo. —Vamos deja de llorar, platícame, ¿a qué te dedicas? Siempre tuviste buenas calificaciones. —Trabajo en un súper a medio tiempo cerca de casa, a Iván no le gusta que trabaje ahí. —Vi que se fue. —Sí, tenía que trabajar, mañana viene por mí, lo malo que mi casa de campaña y mi ropa se quedaron en el coche. —Sofía viene sola, ¿por qué no le preguntas si puedes quedarte con ella? Vamos con los demás alguien trajo unas botellas de vino y están haciendo la fogata Claro que yo también traigo casa de campaña, pero no quise parecer barbero. ¡Qué bueno que se fueron los niños fastidiosos! La guitarra, las copas y las canciones de cuando la conocí, todos cantaban, yo sentía que me ahogaba. —¿Puedo pasar? —Irene, me asustaste, estaba acomodando estas cobijas. —¿Ya te vas a dormir? Se está organizando un juego en la fogata, es muy temprano. —No Irene, estoy cansado, demasiadas cervezas. Demasiado pasado. —Quería saber si puedo quedarme contigo, Sofía se quedó con Tomás, tres son multitud. —Claro Irene, aquí estarás segura. Después de un rato comenzó a llorar, quería abrazarla pero no quería que pensara que quería aprovecharme. Yo también lloro a veces. Comienza a amanecer, creo que ya todos se van a do mir, espero que el que está vomitando no esté cerca de aquí. No puedo dormir. ¿Dónde estará Sandra? ¿Ya estará dormida? —¿Tavo? ¿Alguna vez te has sentido con ganas de huir? ¿Tavo? ¿Duermes? —No Irene, ¿estás bien? —Tengo frío. ¿Crees que pronto amanezca? —Sí, ya casi amanece. —¿Me podrías llevar al metro? —Claro que sí, pero dijiste que vendría tu esposo. —Te mentí, mi vida es una mentira. Quise decirle que la mía también. Me tocaba el miembro, me moví un poco, sentí su cuerpo desnudo, Sandra tenía las tetas más grandes, metió su mano, siento la sangre agolpándose en mi cuerpo, no tenía las manos suaves como Sandra, siento cómo respira, escucho su corazón, Sandra me besaba abajo de la oreja. ¿Con quién estará cogiendo Sandra? 135
Keita L. M. Marlene
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esde hace una semana estoy en el hospital, tengo tétanos cefálico. El doctor me dice que tengo que ser paciente, porque es un tratamiento largo, me la paso acostado. Extraño jugar con mis amigos en la gran sabana donde a lo lejos se ven las jirafas. Mi madre se llama Ayira, ella me trajo una revista de National Geographic, sabe que me gusta la naturaleza y los animales, ya leí mucho de estas revistas y empiezo a aburrirme, no puedo ir a casa porque estoy bien y de repente mal, pero aun así ya me quiero ir. ¡Es hora de las visitas, mamá ya está por venir! —Querido hijo, ¿cómo estás? —Acostado, ¿Qué más puedo hacer? Creo que le respondí grosero, porque vi agachar su cabeza. —Mamá, estoy muy aburrido, sácame de aquí, por favor, quiero ser como los demás niños. —¿Como los demás niños? —¡Sí, mamá! Como los demás niños, quiero ser normal. —Hijo, tú eres un niño normal. —¡No!, no lo soy porque los niños normales juegan, corren y están con sus familias no encerrados en un hospital. —Hijo, tú eres más que un niño normal, tú eres único, especial y estás aquí para curarte. Sé que esto es difícil para ti y también para nosotros. Te gusta la naturaleza, ¿no? ¿Por qué no creas tu propio mundo en donde habrá todo lo que tú quieras? —¿Todo lo que yo quiera? —¡Sí, hijo! —¡Necesitaré muchas hojas y colores para hacer mi gran mundo! La mañana siguiente desperté y no me sentía bien, le dije al doctor que quería ver a mi mami. Tenía miedo, la enfermera llegó con el desayuno, pero no tenía apetito ella y el doctor insistían, así que me enojé y tiré la comida con gran fuerza. Suficiente para convulsionarme y desmayar. Cuando desperté, no estaba nadie conmigo pero mi mamá dejó a un lado de mi un cuaderno y muchos colores, sólo pensaba en todo lo que tendría mi mundo. Así que los tomé y empecé a dibujar jirafas bebés, elefantes, árboles y la gran sabana. —¿Doctor, cómo está mi hijo? —Su hijo está en observación por si llegase a tener convulsiones más fuertes que pusieran en peligro su vida. —Quiero que mi niño salga de esto, quiero que ya juegue con sus amigos, con su familia, ¡que siga siendo aquel pequeño alegre y risueño! —Haremos lo posible para que salga de esto. Yo me encontraba en mi cuarto. —¡Mamá ya llegaste, gracias por el cuaderno! La miré seria, pero después me empezó a hablar. —¿Qué es eso, Keita? —Soy yo, mami, tengo mi corona porque soy el rey. —¿Y qué son esos? —Son pingüinos, madre. 136
—¿Pingüinos en la sabana? —Están en la sabana porque todavía no terminó de construir su hábitat. —¡Pues más vale que te apures valiente Rey! Porque esos pingüinos se ven algo enfermos. —No están enfermos mamá, lo que pasa es que no encuentro el color negro y los coloree de verde. —Ahora entiendo hijo mío, ¿crees tener la suficiente edad para controlar este gran reino? —Ocho años son suficientes para protegerme a mí y a mi imperio de todo mal. —¡Así se habla, mi valiente rey! Muy bien, a lavarse los dientes y después a dormir. —Está bien, mamá, ¿pero mañana puedo seguir dibujando? —Claro que sí, tienes que terminar tu gran mundo. Llegó la hora de dormir, recuerdo que tuve un raro, pero muy bonito sueño. Estaba en mi habitación, salí de ella y estaba dentro del mundo que había dibujado. Había hermosos pingüinos y muchas jirafas que podía tocar y había mucho pasto verde, jamás había visto un pasto tan verde y bonito, ese pasto no lo había dibujado pero igual estaba muy bonito. Al amanecer me levanté rápido y empecé a dibujar muchos animales como leones, lobos, peces, rosas, incluso el hermoso pasto de mis sueños, pasaron los días y seguía dibujando mi mundo perfecto, ya no me aburría estar en el hospital. —Buenos días, doctor, ¿cómo se encuentra mi hijo? —El pequeño, está bajo observación. De nuevo estaba en mi mundo, los animales se veían muy contentos y los frutos muy bonitos Pero había una cueva oscura y tenebrosa, no recuerdo haberla dibujado, así que me dirigí a ella como el valiente rey que soy. Estaba a punto de entrar cuando escuché un extraño ruido cerca del pino que estaba atrás de mí y de pronto, desperté. Me sentía débil, con fiebre, cansado como si hubiese corrido, tenía agujas por todas partes. A lo lejos vi a mi mamá, le pregunté que me había pasado pero no me respondió. Así que nos quedamos callados, ella se veía triste. Después de un rato, decidió hablarme. —Cariño, lucha por ti, hoy estuviste en peligro pero lograron controlarte, tu pulso estás muy débil, sé fuerte. —Mamá, estaré bien, porque debo cuidar de mi reino, de ti y de mi familia. —Te amo, mi niño, no nos dejes. Cuando dormía era del diario soñar con mi mundo, soñé que iba caminando y de repente me perdía, no conocía ese lugar, no sentía miedo porque era muy bonito, el agua era tan clara, los peces de diversos colores y combinaciones, el polen de las flores era como polvo de diamante de tan fino y brillante. Escuché algo correr tras de mí, me espantó pero decidí seguirlo. Por poco lo pierdo pero lo vi. No sabía qué animal era, sólo sé que era hermoso, parecía un pequeño caballo dorado pero tenía cuernos y pequeñas manchas de color fluorescente. El color de sus ojos cambiaba a cada momento, también vi una pequeña mariposa, sus alas tenían plumas, no tenía patas. De repente el hermoso caballo saca su lengua y devora la que parecía ser mariposa. Su lengua parecía de víbora, salí corriendo de ese lugar, estaba muy espantado y me escondí debajo un sauce llorón, no entendía lo que pasaba. No hice ruido poco a poco me sentía mareado, sin oxígeno, cerré los ojos, me encontraba en un cuarto en el que parecía ser del hospital, había una camilla y el niño que estaba acostado era yo, vi a mi mamá que tomaba mi mano mientras lloraba y mi padre hablando con el doctor, fue muy confuso. Desperté y seguía debajo del sauce llorón. Al lado de mí se encontraba una flor muy bonita, tenía unos pétalos hermosos, el color de ésta era de un azul único con puntos que parecían brillos, parecía que la flor tenía luz propia le di un poco de agua, la cuidé y como no sabía qué tipo de flor era, ni cómo se llamaba, decidí llamarla, flor Mekira. Su nombre era relacionado al de mi madre, toda la tarde me la pasé sentado pensando en el sueño tan raro donde mi mamá lloraba. A lo lejos escuchaba voces diciendo mi nombre pero no distinguía de donde venían, al parecer seguía dormido, porque estaba en el mundo 137
Ilustraciรณn de la autora
que dibujé. De pronto empezó a atardecer, el cielo era oscuro pero lleno de colores nunca antes vistos, eran hermosos. Veía a los animales. Estos hablaban, hacían reverencias, me adoraban y respetaban como el rey. Todo era muy raro pero bonito, platicaba con ellos mientras cuidaba a mi hermosa Mekira. Después salí a caminar y vi algo que parecía ser un humano muy alto y delgado, quise verlo mejor pero me di cuenta que no era humano, tampoco un animal. Me dio miedo y salí corriendo a refugiarme lejos de ahí, empezaba a sudar y mi pulso era muy rápido, creo que me desmayé. Desperté, y mi madre, el doctor y la enfermera estaban junto a mí. Mi mamá estaba feliz y me dieron de cenar. Le conté a mamá lo que me había pasado, también le dije que encontré una flor muy bonita y la llamé Mekira, me dijo que la quería ver. Todo iba bien, dibujaba la bonita Mekira, a los animales que hablaban y quería dibujar a ese feo humano que no sé si era humano, pero mis dibujos no se parecían nada a como él era, volví a dormir y soñé mi mundo pero ya no era el mismo, habían jirafas raras, eran de colores tristes. Se veían enfermas; grandes carroñeros sin pelo y con cráneo en lugar de cabeza, colmillos de león y ni siquiera tenían ojos; pulpos con ojos y boca de humano, orangutanes con cabeza de oso hocico de lobo, reían como hienas, las flores se movían demasiado y era muy brillante su color, los árboles parecían que lloraban agua muy brillante, salí corriendo porque ese no era mi mundo dibujado, temblaba de miedo, me metí bajo una cueva. —Doctor, ¿qué le pasa a mi hijo? —Lo lamento, señora, su hijo ha empeorado, la bacteria ha avanzado más rápido, ya no responde igual que antes. Haremos todo lo que está en nuestras manos. En la mañana decidí salir de la cueva, no había ningún animal pero sí flores, se seguían moviendo una de ellas me tocó y logró quemarme. Corrí y corrí hasta que volví a encontrar a esa cosa que parecía humano. Esta vez logró verme y fue tras de mí, seguí corriendo para que no me alcanzará hasta que lo perdí, nunca había visto algo así como él. Llegué a una parte de mi mundo donde había nieve y vi muchos animales pero estaban muertos, vi una gran foca con patas de 140
oso, esta trato de comerme, pero llegó otro animal, al parecer era un gran venado que también tenía partes de otros animales, entre ellos empezaron a pelear, me di cuenta que entre todos los animales se estaba creando una mutación, quería salir de ahí y sólo corría sin rumbo. —Hola, enfermera, estoy angustiada no he dormido bien desde que Keita ha empeorado, sabe… anoche tuve un sueño muy raro. Soñé que mi hijo estaba cenando con nosotras, después me contaba que en su mundo encontró una flor con un azul único y la llamó Mekira, le dije que la quería ver, después pase de ese sueño a otro, en donde mi hijo pedía ayuda, decía que quería salir de ahí, su grito era tan desesperante, fue una horrible pesadilla, me desperté alterada y vi una sombra negra fuera de mi ventana, parecía un humano pero, era raro. No sabe cuánto lo extraño. Yo seguía corriendo y recordé a mi bella Mekira así que fui hacia donde estaba, la arranque y me la llevé, busque un lugar de salida o algo que logrará despertarme. —El paciente Keita tiene una fuerte convulsión --dijo la enfermera-- y el doctor en seguida fue. Mientras corría veía las flores secarse, el agua volviéndose sangre, los animales gritando y agonizando, las estrellas del cielo cayendo, los volcanes explotando y desapareciendo, escuchaba lamentos, gritos, distorsiones de voz diciendo mi nombre, era de día pero a la vez de noche. Veía borroso, mi corazón latía rápido, tenía espasmos que terminaron por fracturar mi mandíbula, esa cosa que se veía como un espectro con forma de humano logró encontrarme, se paró frente a mí y me observaba, se quedo quieto si yo hacía algún movimiento él lo imitaba, quería mi Mekira pero yo no se la quería dar porque era para mi mami. Se molestó, me miró fijamente a los ojos se alejo y se abalanzó tirándome y quitándome a mi Mekira. No podía respirar, me dolía la espalda y retorcía, él extendió sus dedos yo no quería darle mi mano pero insistía, no sabía si era bueno o malo, pero algo me decía que tenía que ir con él. —¿Qué pasó antes de que llegara Keita al hospital? - preguntaba la trabajadora social. —¿Qué pasó? Keita… significa aquel que adoran, el no era cualquier niño africano, tenía una gran imaginación, muy risueño, tierno, apasionado por la naturaleza, 10 días antes de internarse en el hospital estaba jugando con sus amigos cerca de un pozo viejo, su avioncito de papel quedó dentro de la cubeta cerca de la polea fija. Se subió para tratar de alcanzar la cubeta pero por poco cae al pozo. Pudo sujetar su pie a un fierro oxidado rasgándose la pierna. Empezó a sangrar así que dejó de intentar recuperar su avión. Se limpió la sangre con su calcetín y fue a jugar, pero le seguía doliendo y mejor fue a casa. Mamá aun no llegaba y él solo se echó alcohol. Poco a poco fue disminuyendo el dolor y sus días fueron normales hasta que empezó a tener fiebre, dolor de cabeza. Convulsionó y todos creímos que estando en el hospital con cuidados intensivos sanaría. Le prometí un cuaderno y colores, así que se los lleve, pero ese mismo día cayó en coma, nunca dibujó en ese cuaderno. Nosotros, tratábamos de hablarle, decíamos su nombre con la esperanza de que diera alguna señal. Una noche lo soñé, me habló sobre una flor, fue la última vez que lo soñé. Seguía en coma, convulsionó y dejó de respirar. Falleció ese mismo día, en su cuaderno noté que había una flor y era aquella flor de mis sueños llamada Mekira, muy hermosa y única en su especie. Olía a él, a mi pequeño bebé, al pequeño que me fue arrebatado en un instante, al que vi nacer, crecer y conocer y de repente ver, cómo tiembla, cómo se retuerce y lo sujetan cual animal peligroso para después estar en un largo momento de silencio y escuchar: hora de muerte 7:36 am. L.M. Marlene tiene una gran admiración por el arte y utiliza cada rama de ello para expresarse y darle al espectador diferentes emociones, espera publicar más literatura y adentrarse aun más, en el mundo artístico. Instagram: @zazil_l
Sin raza Daniela Palomeque
Collage elaborado por la autora 142
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rchie es un cachorro que vive en un refugio, tiene el sueño de ser un perrito policía y ayudar a salvar gente pero cuando la academia de policía va en busca de nuevos reclutas, no lo eligen a él y eligen a varios de sus compañeros, pero no sabe la razón por la cuál a él no. Pasan los días, él se siente solo y triste porque no lo eligieron para ser policía, él solo quería tener a alguien con quien jugar y a quien poder amar. Uno de esos días llega una chica queriendo adoptar a un cachorro y lo elige a él, no puede creerlo, está muy feliz, por fin alguien lo había escogido de entre todos los demás, por fin iba a tener una familia. Cuando llega a su nueva casa y conoce a su nueva familia, se enamora de cada una de las personas que la componen, por fin ya no se siente solo. Tiene a tres personas a las cuales amar y lo aman y se preocupan por él, tiene una casa chiquita pero bonita. Su dueña le compró muchos juguetes y un lindo paliacate el cual lo hace distinguir de los demás, a pesar de que lo ve todo gris, Archie cree que lo hace ver muy bien y le gusta. El primer paseo que tuvo con su dueña fue curioso ya que un hombre los detuvo mientras iban caminando. El hombre le preguntó a su dueña que si podía acariciar a Archie y cuando su dueña accedió el hombre le preguntó que qué raza era Archie, a lo que su dueña contestó que Archie no tenía raza. Archie no entendió lo que significaba “no tener raza” por lo que no le dio importancia, él era feliz con su dueña y los dos se querían mucho, pero él sabía que era diferente a los demás perros con los que jugaba porque nunca había visto a otro que se pareciera a él, excepto por el color café de su pelaje. Cada que alguien visitaba su casa o salía de paseo, siempre escuchaba la misma pregunta “Archie, ¿Qué raza es?”. Él no le daba mucha importancia a eso, pero había momentos en los que se sentía diferente a los demás e incluso feo, a pesar de que su familia lo ama tal y como es sin importar que continuamente lo regañan por morder los zapatos o sacar la basura, él se sentía totalmente amado y parte de la familia. La primera vez que Archie vio una película acerca de las mascotas se dio cuenta que no había un personaje parecido a él y no se sentía representado en esa película, a pesar de que había muchos perritos ninguno era como él por lo que se empezó a sentir triste y dejó de jugar con los otros perros de su calle porque se sentía diferente, se sentía que no encajaba entre ellos. Hasta que un día en uno de los paseos matutinos con su dueña por el parque cerca de su casa, vio a una perrita que estaba sola y que como a él, le gustaba hurgar en la basura, entonces se acercó a ella y se dio cuenta no tenía un collar al igual que estaba un poco sucia y se veía desnutrida, por lo que Archie supo que la perrita no tenía casa así que llevó a su dueña a donde estaba la perrita y su dueña decidió llevarla a casa con ellos. Después de un baño y de una rica cena, él, su familia y la nueva integrante de la familia, a la cuál nombraron Meryl, se pusieron a ver una noticia en la televisión donde reportaban que en la capital del país donde viven había ocurrido un temblor muy fuerte y desgraciadamente había muchos edificios derrumbados, por lo que tuvieron que utilizar a los perritos de rescate, y en cuando Archie los vio en acción empezó a dar vueltas de felicidad, porque a pesar de todo, él no había perdido su deseo de ayudar a la gente. Después de hablar sobre el temblor, transmitieron un reportaje sobre los
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perros rescatistas, Archie se dio cuenta que él no se parecía a ninguno de ellos, tal vez solo por el color de su pelaje, pero no más allá de eso. En el reportaje también dijeron que todos los perritos son de ciertas razas como labrador o pastor alemán, por mencionar algunas, y como él no tenía raza fue en ese momento cuando Archie se dio cuenta lo que significaba no ser de raza. Se dio cuenta que la raza era lo que se creía que definía su valor y sus capacidades, él sabía que podía hacer lo mismo que un perrito rescatista o policía con el debido entrenamiento, pero no podría lograrlo porque a los perritos como él no los elegían para esas actividades. Pero esta vez no se sintió tan mal porque ahora tenía una compañera con quien jugar todo el día y a su familia. Conforme el paso de los días Meryl comía mejor y ya no se veía tan flaca como cuando la conocieron, ella y Archie salían todos los días de paseo con su dueña y los dos se sentían amados por ella, pero Archie empezó a sentirse un poco celoso de Meryl porque toda la atención de la familia era para ella, porque tenían que llevarla al veterinario para que la revisaran, al igual que los primero días Meryl y Archie tenían que compartir los juguetes y muchas veces la cama, pero su dueña le explicó que ahora eran hermanos y debían compartir sus juguetes. Con el paso de los días Archie se sentía mejor y se llevaba mejor con Meryl y ya no se sentía ni triste ni celoso, ya que su familia lo amaba tal y cómo es, por lo que él empezó a aceptar no tener raza y tomarlo sin importancia, porque eso no es lo que lo define. Después de que Archie se dio cuenta de esto y de comparar su vida con otros perros, agradeció por la familia que lo adoptó, que gracias a ellas tenía un techo, comida, una hermana y mucho amor. Sabe que gracias a su familia jamás le faltaría nada y siempre tendría personas que lo aman a pesar que muchas veces se porta mal y su dueña lo regaña mucho, él nunca estaría solo ni se sentiría así. Sabe que jamás va a dejar de lado su sueño de querer ayudar a la gente pero se dio cuenta que él ya estaba ayudando de una forma diferente, amando y cuidando a su familia junto con Meryl. Ama mucho su casa, sus juguetes, le gusta mucho cantar y jugar con Meryl, por lo que ahora se siente completamente feliz de la vida que tiene junto a su familia. Daniela Palomeque intenta estudiar matemáticas y escribir sobre la vida. “No sabe lo que quiere, pero está dispuesta a conseguirlo todo”. El sol es su guía de vida. Amante de la música, los libros y la moda. Su meta en la vida es ser feliz y está trabajando en ello para conseguirlo.
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Optimismo Roberto González
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e aproxima el día. Ya han pasado diez semanas y llevo muchos, muchos kilómetros de entrenamiento, incluida la dieta, disminuir la ingesta de grasas, azúcares, tratar de dormir lo mejor posible, levantarme temprano para hacer fondos, series de velocidad, trabajar en la técnica, tanto de braceo, como de zancada, un poco de gimnasio, hacer el entrenamiento cruzado, o sea, intercalar ciclismo y en ocasiones natación, el llamado trabajo de recuperación después de los entrenamientos de intensidad, realizar cambios de ritmo, todo un esfuerzo físico y mental, todo esto para “mejorar” mis propios tiempos, y todavía hay que cumplir con las obligaciones familiares y laborales. Me encuentro listo para enfrentar una vez más el recorrido del medio maratón, esos 21.0975 kilómetros, pero además cruzar la meta en las mejores condiciones posibles. Estoy con el ánimo y la motivación al máximo. La armadura para enfrentar este reto, ya está más que lista, tan simple, pero tan importante, o sea, una playera, un short, un par de calcetas, y ese inseparable par de tenis, que soportan tanto mi peso corporal, como los más exigentes entrenamientos, desde el que dura unos treinta minutos, hasta los que duran más de dos horas. Todo está más que listo, faltan unos cuantos días, los nervios, nunca entenderé por qué, si a nadie, absolutamente a nadie le interesa lo que hago, cómo lo hago, ni para qué lo hago, ni siquiera creo que lo entiendan, tampoco soy un atleta de alto rendimiento, pero los nervios que siento cuando se acerca la fecha, el día del evento, son incontrolables, supongo que tendrá que ver con la ansiedad de soltar toda esa energía que se tiene guardada por el entrenamiento, por la ansiedad de volver a experimentar ese ambiente único que se vive en cada evento, encontrarse durante unas horas con miles de corredores, que cada uno a su modo se prepararon para participar en una carrera, todos, me parece, con la misma ilusión de trascenderse a sí mismos, de superar sus propios límites, y ahí nos reunimos todos y todas, para pasar esos momentos inolvidables. Voy contando los días que faltan para mi participación, que después de tantos años, ya no tiene un número consecutivo asignado, es entre comillas, uno más. Pero no con lo que normalmente para cualquier persona que no sabe lo que significa en esencia una carrera, esa “una más” significa, más bien, superar otro reto. A final de cuentas, lo importante es llevar a buen fin el esfuerzo, en ocasiones hasta un mal resultado es parte de todo esto que los corredores vivimos una y otra vez, pero no abandonamos este deporte, que da más satisfacciones que ninguna otra actividad, que no distingue la edad ni el sexo, ni tampoco una discapacidad, porque hasta ellos están incluidos. Y ni qué decir del estado físico y mental que provoca estar siempre entrenando al cuerpo, oxigenando el organismo. Para esta ocasión me he preparado como nunca, pero hay algo que me preocupa, los noticieros están diariamente informando sobre la aparición de un virus que está afectando a gran cantidad de personas en prácticamente todo el mundo, le llaman COVID-19, es un virus que afecta al sistema respiratorio, se menciona que se está contagiando gran cantidad de personas en Europa, y no tarda, dicen, en llegar a América. Ya han pasado varias semanas, la situación de salud, en lugar de mejorar, está empeorando, comenzaron a suspenderse eventos masivos para evitar contagios, lo peor de todo es que Roberto González es un corredor al que le gusta leer, y a veces escribir.
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comienzan los rumores de suspender todo tipo de eventos y actividades al aire libre, incluidos los deportivos, es decir, nuestras carreras urbanas también están consideradas para suspenderse, y en algunos casos, hasta cancelarse. Definitivamente, las carreras que teníamos programadas para los siguientes meses, se han cancelado, a nivel mundial, y obviamente, en nuestro país. Es un golpe muy duro para la actividad económica y social. Ya no me es posible siquiera salir a entrenar, es una verdadera crisis sanitaria, yo me siento bien de salud, y lo atribuyo a mi buena condición física y los hábitos de alimentación, pero otras personas sí que han sido vulnerables a la enfermedad, no me queda, y a los demás corredores en específico, más que esperar a que la pandemia pase, aunque el panorama no es para nada alentador, ¿cuánto tiempo tendrá que pasar para que volvamos a tener condiciones favorables?, nadie lo sabe, las autoridades sanitarias dan cifras cada vez mayores de contagiados y víctimas. Siempre he sido positivo, y esta no ha de ser la excepción, esperaré mientras me cuido, me cuidaré mientras espero, ojalá y regresemos pronto al menos a entrenar, los parques públicos han sido cerrados, al igual que los gimnasios, y una gran cantidad de negocios, sobretodo, pequeños comercios, nadie sabe qué pasará, ni hasta cuándo habrá una vacuna. Mientras tanto, no perder la calma, ser optimista es lo que me dicta la conciencia, ya vendrá el momento de gritar, a la altura del cabalístico kilómetro trece, o en el kilómetro que sea, cuando las fuerzas parezcan que se van a terminar y aún falta un tramo por recorrer, gritar “a todo pulmón”: ¡Vamos!, ¡vamos!, ¡aquí nadie se rinde!”.
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ÍNDICE Florecer bajo la tormenta / Vladimir Cano......................................................................4 Este tiempo / Mauricio Bustos.......................................................................................8 Amores clandestinos / María de Lourdes Calderón......................................................10 Apicectomía / Nevid Ascenci........................................................................................14 Casauna / Michel Jaanaí..............................................................................................18 ¿Qué rosas prefieres, mamá? / Claudia Patricia Martínez Villarreal.............................22 La familia Hyalella / Sandra García Medina..................................................................28 Dentadura / Fedra de Virgilio........................................................................................32 Dos de la mañana / Paulina Montiel Martínez...............................................................34 Ecos / Valeria Carbajal..................................................................................................38 El absurdo / Alberto Palestina Romero.........................................................................42 Entrañas podridas / Juanito Kintaro............................................................................52 La mala suerte / Gustavo Adolfo Hernández................................................................54 Nuestra primera victoria / David Gómez Olmedo..........................................................60 La mudanza / Sergio Sansón........................................................................................62 Sara / Magda Gárate.....................................................................................................66 La muerte de la muerte / Jaime A. Vázquez Repizo ....................................................70 Culpa / Carlos Alberto Matos Jiménez..........................................................................74
Los murmullos / Jesús Ruiz Villalva.............................................................................76 Mis peores fantasías / Graciela R.................................................................................80 Ellos / Lilia Toledo Quero..............................................................................................84 Oscuridad / Alin Loman.................................................................................................86 Regreso a casa / Guadalupe Moreno............................................................................90 Óxido de hierro / María No More...................................................................................94 Receta para la libertad / Jesús Rosas U.......................................................................98 Reflejo de papel / Angélica Ramírez Dávila................................................................102 El ascensor / Rous Flores...........................................................................................106 Árbol de membrillo / Irene Márquez Lucero................................................................108 Balance entre los mundos / Jair Arturo Franco Rojas................................................112 Las mujeres de mi vida / Ilse Mar...............................................................................118 El proyector de Edna / Tonatiuh Ademir Ortiz Moreno................................................120 Fumar mata / Ramón Carmona Barrios......................................................................126 Reflejos de una vida vacía / Aydee Rodríguez............................................................130 Esa noche / Julia García..............................................................................................134 Keita / L.M. Marlene....................................................................................................136 Sin raza / Daniela Palomeque.....................................................................................142 Optimismo / Roberto González...................................................................................146