La separación del sol y la luna

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La separaciรณn del sol y la luna RELATOS LIBRES DEL PACIFICO


La separación del sol y la luna Autor.

Helmer Hernández Rosales

En La separación del sol y la luna, retomo la narración que escuché de labios de una elocuente maestra de escuela. Los comportamientos y actitudes del matrimonio celestial ponen en escena los conflictos perennes que acompañan a una relación conyugal. Ilustración. Sofia Cabrera

Relatos libres del pacífico Vladimir Hernández Botina http://relatoslibres.tumblr.com

Proyecto. Dirección proyecto.

La obra escrita por Helmer Hernández y las ilustraciones elaboradas por Sofia Cabrera, se distribuyen bajo Licencia Creative Commons Atribución-Compartir Igual 4.0 Internacional.


Relatos Libres del Pacífico es una iniciativa que pretende aportar a la salvaguarda y promoción de la literatura oral del pacífico nariñense, permitiendo la libre circulación de los relatos escritos y compilados por el autor Helmer Hernández Rosales en el libro "El nacimiento de Tumaco y otros relatos del pacífico". Creemos en el compartir como herramienta para garantizar el procomún de la cultura. VLADIMIR HERNÁNDEZ BOTINA Proyecto Relatos Libres del Pacífico



LA SEPARACIÓN DEL SOL Y LA LUNA Antiguamente el sol y la luna eran marido y mujer. Vivían en un fastuoso palacio de recintos generosamente iluminados. La hermosa y vanidosa luna usaba tintes y aceites orientales, vestidos franceses y perfumes extraídos de los jardines tropicales de Angola. Sus armarios y baúles permanecían repletos de objetos lujosos traídos de diversos lugares del mundo. Tenía vajillas y cristales de Europa, adornos en oro y esmeraldas de las Américas, pieles de África y muebles tallados por los mejores ebanistas de Asia. En la sala principal del palacio había una inmensa jaula ocupada por una colección de vistosos pájaros y loros de los bosques americanos. Los corrales del reino albergaban caballos de paso fino, elefantes imperiales y fieras exóticas e indomables.


El sol tenía la misión de iluminar los extensos dominios del Creador. Cada día se levantaba muy temprano y salía con paso arrogante a recorrer los caminos del cielo. Distribuía equitativamente las raciones de luz que se requerían para alimentar la vida de los seres de la creación. En las noches volvía agotado y de mal genio, se dormía profundamente sin prestar mayor atención a su joven y reluciente esposa.




En una ocasión el sol debió permanecer muchos meses por fuera del palacio y cuando regresó, se enteró que su mujer había dado a luz a las estrellas que titilaban traviesamente en el firmamento. El no recordaba haber compartido el lecho con su mujer en los últimos tiempos. Además, meses atrás, alguien le había insinuado que la luna lo estaba engañando con otro hombre. El sol se sintió celoso y pidió explicaciones a su mujer. Ella se mostró muy ofendida, lloró copiosamente y de su llanto se formaron las lluvias de octubre. En todo caso negó cualquier indicio de adulterio.


El rey sol, como todo hombre cegado por los celos, persistió en su desconfianza y decidió llamar a unos testigos. Acudieron las nubes, el viento, el arco iris, los relámpagos y el trueno. Dieron respuestas vagas que en lugar de aclarar el asunto, lo volvieron más confuso y aumentaron los celos del rey sol. De manera imprudente, relataron algunas intimidades de la luna. Las nubes contaron que la habían visto bañarse desnuda en las turbulentas aguas del océano, el viento afirmó haberla sorprendido bailando alegremente en las fiestas de fin de año. No faltó quien dijera haberla visto embriagándose con los tripulantes de un barco pirata. Alguien más sostuvo, bajo la seriedad del juramento, haberla encontrado cabalgando por las praderas del palacio acompañada de un apuesto forastero. Sin embargo, ninguno de ellos supo dar un testimonio contundente que confirmara o desmintiera las sospechas de adulterio. Al parecer nadie quería involucrarse en ese conflicto colosal y al final la duda no pudo ser desterrada. Es más, el resentimiento se había aposentado seriamente en el corazón de su majestad, el luminoso y reluciente sol.




Como último recurso el sol y la luna acudieron ante Dios, quien para estos casos suele ser el juez incuestionable. El creador escuchó pacientemente. San Pedro ofició de secretario y anotó las quejas y acusaciones que los esposos se hacían mutuamente. La luna reclamaba coléricamente porque su honorabilidad había sido puesta en duda sin ningún motivo. El sol creía tener indicios definitivos para demostrar la infidelidad de su esposa. Ambos utilizaban expresiones hirientes que dejaban entrever el deseo de venganza. Dios percibió claramente que el odio y el rencor habían invadido los corazones de los esposos y su entendimiento estaba nublado por la rabia y el deseo de venganza. Aquellos dos seres tan poderosos no habían aprendido a dominar sus emociones e impulsos. Eran demasiados orgullosos y egoístas como para perdonarse recíprocamente. Dios concluyó sabiamente que si seguían juntos podrían hacerse mucho más daño, por tal razón tomó una decisión que dejó perplejos a todos los seres del universo: determinó que el matrimonio debía disolverse.


Para reprenderlos les ordenó vivir en el mismo lugar, recorrer idénticos caminos y hacer la misma labor, pero a cada uno le asignó una parte diferente del día para realizarla. Es por eso que el sol alumbra la tierra en las mañanas y en las tardes, y la luna hace lo mismo en las noches.




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