El secreto de los animales - Antonio Fernández

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El Secreto de los Animales

Antonio Fernández

2 A mis padres, por tanto.

Parte I Desaparecida

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Brooklyn, Nueva York.

13 de febrero, 2017. 4 días desaparecida.

Ve a Lily en todas partes. No es como antes, cuando su fantasma merodeaba por cada uno de los pasillos de su mente Ahora es literalmente ella: su nombre, historia y fotografía aparecen en cada conversación, en todos los periódicos, en cada esquina por la que dobla ¿Supiste lo de esa chica inglesa? ¡Pero qué tragedia! le preguntó el otro día Elisa, su compañera de piso, ignorando su relación con esa chica inglesa y la fascinación constante por conocer cada uno de los detalles de su repentina desaparición. Salvador ha leído cada artículo, reportaje o cobertura existente sobre el caso de Lily, a tal punto de obsesión que terminó por perder su trabajo; las horas laborales que pasó escudriñando los detalles de la tragedia estos últimos tres días, resultaron en el descuido absoluto de sus responsabilidades, dejando de lado las investigaciones locales para el Manhattan’s Choice, el arcaico periódico para el que trabajaba hasta hace un momento. Ahora, después de su despido, regresa a casa con un gusto amargo en la boca.

En el casi desierto vagón de la línea J, Salvador abre su libreta para apuntar un pensamiento relacionado al caso. Lo olvida, sin embargo, tan pronto posa la pluma en el papel, de modo que comienza a hacer bosquejos de Lily, iniciando por sus ojos casi transparentes. Con trazos gruesos e imperfectos dibuja el contorno del semblante y el cuello largo, tan delicado como el de una dama antigua.

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No le resulta difícil visualizarla, muy por el contrario: levanta la vista y sonríe con amargura Como si no fuese suficiente con que el recuerdo de Lily aceche sus pensamientos, el destino se encarga de poner su imagen frente a él. Ahora la ve en la primera plana del periódico que un hombre hojea desinteresado en los asientos de enfrente suyo.

No necesita leer lo que acompaña al titular, «Desaparecidos aún», pues se lo memorizó esta mañana en su camino al trabajo: «aunque las condiciones indican una muerte irrebatible, la policía continúa indagando pesquisas que lleve a localizarlos con vida» Esto último le eriza la piel Ya pasaron cuatro días desde que a Lily la reportaron desaparecida y sabe que pronto los escuadrones desistirán de la búsqueda, reduciendo las probabilidades de que la rescaten sana y salva, si es que alguna vez existió esa opción.

La revuelta en el estómago le obliga a abandonar el dibujo y entonces comienza a hojear su libreta. Entre borrones y más bosquejos de Lily, Salvador encuentra el siguiente apunte: «Roy Murphy. Sam Wright. Lily Hayes. ¿Desapariciones al azar? Imposible»

Encierra en un círculo esta última palabra, enfatizando la teoría global de que los tres casos no deben abordarse por separado, sino como uno solo

Las desapariciones iniciaron con Roy Murphy, un hombre de treinta y dos años que se desvaneció del mapa el martes siete de febrero. Para el miércoles fue el turno del millonario Samuel Wright, y el jueves el de Lily, desaparición que terminó por alarmar a los escuadrones que ya se encontraban trabajando en el caso. «No es coincidencia ni accidente», piensa Salvador por enésima vez en el día, pues como se han encargado de enfatizar los medios internacionales, las tres víctimas fueron muy cercanas en su juventud; abundan fotografías de Lily en internet, aún con dientes de leche, abrazando a un pequeño de cabellos tan rubios que parecen blancos, corroborando su estrecha relación desde

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temprana edad con Sam Wright. Con Roy Murphy, sin embargo, no pareciera existir registro alguno, ya que todas las fotografías se limitan a estos dos muchachos de ascendencia inglesa y nada del apuesto hombre moreno que inició el patrón de desapariciones. Según se informó en un programa de la BBC, Roy Murphy y su padre tienen una pésima relación que los llevó a cortar el contacto y perder así cualquier posibilidad de registro de infancia.

Para Salvador esta explicación tan vaga es solo el resultado de una pésima investigación periodística. Siempre hay algo, se dice, sin importar qué tan mala sea la relación entre los padres y sus hijos. Alguna foto olvidada, una cinta de video de una Navidad que no hayan cubierto con grabaciones posteriores de un partido de fútbol. «Por último piensa , los amigos deben tener alguna foto que pueda mostrarle al mundo cómo era Roy». Pero investigar la infancia de este hombre no es lo que realmente importa, y bien lo sabe. Son muchas las incertidumbres que nacen a partir de un evento así de extraño como para detenerse en ese pequeñísimo detalle.

Voltea la página y lee con letras grandes y gruesas: «Falkland» Suspira Como si no fuera suficiente con la falta de pistas, las tres desapariciones acontecieron en las Islas Malvinas, un sitio donde la policía es escasa y no existe un buen sistema de conectividad, y mucho menos de búsqueda.

Siendo del cono sur latinoamericano, Salvador creció escuchando sobre las Malvinas y la disputa por su territorio entre Argentina y el Reino Unido. De niño nunca prestó mucho interés a estas porfías, ni mucho menos a las características geográficas o la historia del lugar. Ahora, sin embargo, ha leído cuanto encuentra sobre el archipiélago para poder imaginarse mejor el escenario.

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El interés, sin embargo, no es del todo reciente: fue cuando conoció a Lily Hayes que se sintió por primera vez atraído a saber más de esas tierras. «¿Serán todas las personas de las Islas Malvinas tan especiales como ella?», meditó hace nos muchos años, mientras Lily apoyaba la cabeza en su hombro. Contemplaban desde la azotea de un edificio viejo cómo la gente se reunía en el parque de Union Square para una proyección de El Mago de Oz que celebraba el final del verano. Habían subido a escondidas, utilizando las escaleras para incendios. Fue esa sed de aventura, esa fascinación por lo desconocido, lo que conquistó su corazón solitario No su sonrisa amplia y perfecta, no su talento indiscutible como periodista, no esos ojos incomparables que aún puede ver en sus sueños más ligeros

Era ese impulso de explorar, de escaparse de clases e ir a Coney Island para montar la Cyclone con los brazos en el aire, de disfrutar del verano en todas sus formas, de crear recuerdos en cada una de sus experiencias, de vivir al máximo cada instante. Lily es como un ave que no puede estar enjaulada, determina Salvador mientras hace bosquejos de un pájaro en su libreta. Esta idea le ayuda a no sentirse tan mal por dejarla ir hace cinco años; Nueva York se volvió muy pequeña para ella y necesitaba migrar Preparándose para descender del tren, Salvador se sitúa frente a la puerta y distingue su reflejo en el cristal oscuro. Endereza su postura y nota cómo la falta de sueño le está pasando la cuenta. Ya va siendo hora de afeitarse esa barba desaliñada y a ese cabello enmarañado le vendría bien un corte; siempre le han gustado sus rizos, pero cuando crecen con descontrol, se evidencia su incuria. Observa su abrigo: se notan los inviernos que ha estado evitando la tintorería. El sweater de rayas blancas y negras, como de preso de caricatura, ya necesita un relevo. Sus botas manchadas hace meses que perdieron la elegancia. Su pantalón es lo único que luce impecable, pero si no fuera porque el frío se colaba por los orificios del anterior, jamás hubiese adquirido ese nuevo par. Observa su

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barriga, notoria. No es que se encuentre gordo, pero el aumento de talla le indica que ha ganado peso. «Era ese maldito trabajo se justifica el que me quitó la voluntad de vivir bien» Ahora que las cosas son distintas, puede volver a encargarse de sí mismo. O al menos eso espera.

Las puertas del tren se abren y desciende a la estación. El frío no es peor que dentro del vagón, pero la inminente nevazón le obliga a sacar su bufanda de la mochila, la cual está impregnada con hedor a encierro. Inhala con fuerza para sentir el aire frío, pero es la pestilencia de la pizzería de la esquina la que inunda sus pulmones. Toma la ruta más larga, como siempre. A pesar del frío, le produce cierto placer transitar junto al jardín comunitario, el cual, si bien está muerto por el crudo invierno, conserva los murales que pintaron los niños del barrio en primavera. Saluda al anciano de la esquina, quien, sin importar la hora o las condiciones climáticas, siempre está sentado en la escalera exterior, vigilando la poca actividad de la calle. Este barrio se ha convertido en su hogar por los últimos tres años y, a pesar de haberlo odiado en un comienzo, ahora le cuesta imaginar su vida sin Brooklyn.

Todo lo acontecido en los últimos días le ha hecho recordar con mayor intensidad aquellos gloriosos momentos en que compartía la ciudad con Lily. La vida parecía más radiante entonces, como si su mera presencia iluminara hasta los rincones más opacos de la ciudad. Las caminatas por Central Park eran parte de una maravillosa rutina, como también los paseos en bicicleta de Manhattan a Brooklyn, los sabores de primavera, el patinaje en invierno, los colores en otoño, las visitas a los parques del norte del estado en verano.

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Abre la puerta del piso que comparte con Elisa. Ella está, al igual que siempre, comiendo algo junto al computador. Se remueve los audífonos para preguntarle a Salvador qué era lo que querían, consulta que a él le confunde.

Tu jefa, po aclara Elisa . ¿Esa reunión de hoy día?

Ah, eso. Nada especial miente , cambios de puesto en el piso. Ahora al menos tengo la ventana.

Elisa asiente y retoma su rutina. Salvador abre el refrigerador y busca entre los millones de tuppers algo que luzca decente como para ser ingerido, pero se rinde y decide llamar a la pizzería junto a la estación.

Una vez en su habitación se desploma sobre la cama deshecha. En el teléfono examina The New York Times y el Daily Mail sin esperanzas de encontrar algo nuevo sobre el caso. Abre Facebook para buscar novedades en las páginas de noticias y termina en uno de los eventos creados para reunir voluntarios para la búsqueda. Escudriña los comentarios en caso de haberse perdido algún detalle, cuando uno reciente, de hace dos horas, llama su atención. Elisa llama a la puerta y abre antes de cualquier tipo de respuesta:

¿Qué vai a hacer mañana?

Trabajo miente otra vez, dejando su teléfono boca abajo.

Pero en la noche, idiota… ¿Tienes planes?

¿Quieres que sea tu cita de San Valentín?

Nunca. ¿Vamos al Bonjour? Está de cumpleaños esa amiga que vino el otro día, la del taller de bicis.

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Salvador sonríe desganado, pensando en qué pretexto puede inventar mañana para evadir esa reunión social. Ya va a tener suficiente con la pequeña fiesta de despedida que organizaron sus compañeros como para ir a meterse a un ruidoso bar en Brooklyn repleto de transformistas y disidentes del día de San Valentín. Prométeme que irás. No me vengas con excusas esta vez, ¿okey?

Salvador asiente casi de forma involuntaria. Piensa que tal vez debería decirle la verdad, pero se abstiene al verla cerrar la puerta tras de sí.

Otra vez solo, coge su teléfono para continuar con lo que dejó pendiente. En el evento de Facebook una mujer llamada Tessa Bennett está reuniendo voluntarios para buscar a Lily, Roy y Sam a lo largo y ancho de toda la isla East Falkland. Bajo el mensaje agrega: «Y por favor, no más buscadores de fama, ¡esta mierda es seria!»

Revisa el perfil de Tessa Bennett, necesita averiguar si se trata de una aficionada cualquiera o de si existe conexión real entre ella y el caso. Su foto de perfil es el afiche de los tres desaparecidos. Lily, al medio, sonríe como una hermosa Gioconda perdida. Sus ojos penetrantes no le quitan la vista a Salvador, independiente del punto en que aprecie la fotografía. Sus dientes blancos asemejan a una modelo de servicios de ortodoncia, mientras que sus hoyuelos parecen el producto de dos piquetes perfectos hechos por el martillo y el cincel de Miguel Ángel. Luce tan hermosa que Salvador guarda la imagen para verla más seguido, sin detenerse a meditar el nivel de morbosidad que supone el texto «¿Me han visto?» que la encabeza, o que esté compartida junto a dos extraños más, todas víctimas de un suceso horrible.

Continúa revisando el perfil público de Tessa Bennett para hacerse una idea de cómo es esta mujer. En primer lugar, puede ver que no domina mucho la tecnología: la

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imagen de perfil está mal posicionada y los rostros de Sam y Roy apenas entran en el encuadre. Segundo, no utiliza mucho esta red social: tiene pocas interacciones y un nivel muy bajo de amigos para el promedio de usuarios. No hay tantas fotos de perfil, salvo el mismo afiche tres veces consecutivas, dos fotografías mal enfocadas de un mismo gato y una de ella en una playa. Salvador se detiene en esta imagen y le hace el zoom al rostro.

Tessa pareciera tener la misma edad de Lily; apenas supera los treinta. Treinta y cinco, como mucho. Sus cejas son gruesas y su piel tan blanca que pareciera que, si la expone al sol por más tiempo, arderá en llamas. Lo que más le llama la atención es lo rojo de su cabello alborotado, que danza al ritmo de un conveniente viento de verano. Quita el zoom del rostro y se fija en su cuerpo. La foto no revela mucho pues lleva un traje de baño de cuerpo completo. Uno de los comentarios en la fotografía es del desaparecido Sam Wright: «Hermosa».

Antes de revisar el perfil de Sam (por tercera vez en el día), Salvador continúa investigando el de Tessa, quien acaba de pasar la prueba como auténtica interesada. Quita la foto y comienza a ver las publicaciones compartidas de manera pública en su muro La actualización de estado llama su atención: «Por favor, cualquier noticia sobre mis amigos es bienvenida», y adjunta su número de teléfono. Salvador sacude su cabeza de forma melodramática, como si eso sirviera de algo para alejar los deseos de llamar y conocer más detalles sobre el caso. Con tal de quitar su cabeza del asunto por un breve instante, comienza a preparar el discurso de despedida que declamará mañana por la noche ante sus ex compañeros de trabajo. ***

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Manhattan, Nueva York.

14 de febrero, 2017.

5 días desaparecida.

Los siete asistentes levantan sus vasos para brindar por él. Salvador sonríe sin muchas ganas, alzando también el suyo, inmerso, como siempre, en el enorme abismo de sus pensamientos. No es el único mentalmente ausente; todos se pasan la mayor parte del tiempo revisando las redes sociales y respondiendo mensajes de texto en sus celulares. Una de las tantas maldiciones de ser periodista.

No fue él quién escogió el bar, pues de haberlo sido, no hubiese optado por el favorito de Lily en todo Nueva York. Aquel que simbolizó tantas alegrías durante el tiempo que estudiaban juntos en Manhattan, hoy se transformaría en sinónimo de despido, de desastre, en la clara representación de que «todo tiempo pasado fue mejor». Para el colmo de la ironía, como es el día de San Valentín, la decoración del bar se basa en una explosión abigarrada de corazones de todos los tamaños y colores, refregándole en el rostro que hasta en el amor ha sido un fracaso.

Sin embargo, está al tanto de que la coincidencia no es tan colosal: este lugar es la primera opción de casi todo neoyorkino heterosexual promedio desde que Blake Lively, Kate Hudson, y otras actrices y modelos que determinan la moda, lo calificaran como su sitio preferido para reuniones sociales.

Pero a la vez, es demasiado. No puede dejar de lado los recuerdos de cuando venían a pasar sus noches de viernes y sábados, agitando tragos exorbitantemente caros para un par de estudiantes desempleados, bailando al ritmo de la música de moda como si no les importara lo que los demás pensaran de ellos.

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Aquí también fue donde intentó besarla por primera y última vez, arruinando el ánimo de una noche de septiembre. Salvador sonríe forzando sus labios ante las cínicas palabras de despedida de Kate, su ex jefa, quien fue la encargada de comunicarle el repentino despido. Amanda, por su parte, usa clichés como «te extrañaremos» y «sabemos que tienes muchas aptitudes que podrás seguir desarrollando y fortaleciendo en otros trabajos». Leonardo usa su español oxidado para desearle suerte en el futuro y a sus mensajes positivos se suman Jacklyn, William, Ronald y Bill. Le preguntan cuáles serán sus planes ahora. El ambiente se vuelve aún más tenso al admitirles que debe regresar a Chile por falta de dinero.

No es tan terrible argumenta , en mi país voy a conseguir algo muy rápido, en especial si ven en mi currículum que estuve trabajando en Estados Unidos.

No le gusta llamarlo su país. Se siente como esas personas que vomitan patriotismo en cada oportunidad de diálogo. Todos asienten en señal de aprobación, a excepción de Kate, quien le mira directo a los ojos, lo que le hace sudar de incomodidad. Repasando su respuesta, Salvador se admite a sí mismo que volver a Chile no es exactamente lo que desea hacer con su vida. Si contara con los medios, se subiría al primer avión hacia las Islas Malvinas para desarrollar una investigación sobre el caso y hallar a Lily con vida. Pero sin el financiamiento de un periódico importante, sería incapaz de hacerlo. Tal vez regresar a casa sea lo más sensato, piensa… «Con el rabo entre las piernas». Un par de ojos persistentes que lo observan con seriedad lo sacan de su estado hipnótico.

Perdón, ¿dijiste algo? le pregunta a Kate, notando que todos lo miran.

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Que ya es tarde, ¿no tienes una cita de San Valentín a la que asistir? repite ella con su acento británico.

No realmente responde ignorando las llamadas de Elisa en su teléfono ¿Y ustedes?

Somos periodistas en Nueva York. No hay tiempo para eso ríe Amanda y todos concuerdan.

Pero, independiente de la soltería colectiva, el grupo no encuentra motivos para perpetuar el encuentro; en pocos minutos, Salvador y Kate quedan solos en la amplia mesa. Él le ofrece acompañarla a tomar un taxi, pero ella responde que prefiere caminar a casa. Inicialmente lo toma como un «déjame sola», pero comprende por su mirada que se trata de un «camina conmigo».

Transitan por las concurridas calles de Manhattan. Kate lleva con la gracia de una supermodelo un inmenso abrigo de piel sintética, el cual le hace ver como una versión más joven y atractiva de Cruella de Vil.

Salvador inhala con fuerza, respirando con gusto el frío aire invernal. Una de las pocas cosas que más va a extrañar de esta ciudad es la intensidad de sus estaciones. No tantas partes del mundo tienen tan definidos sus veranos o tan delimitados sus inviernos como esta gran ciudad cosmopolita.

Es una lástima que tengas que irte, ¿sabes? admite Kate, rompiendo el hielo.

Cuando el acento británico resuena en su cabeza, el recuerdo de Lily aflora otra vez.

Ella es la única persona del Reino Unido con quién Salvador ha pasado un tiempo

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considerable en su vida, de modo que cualquier individuo que hable con su acento no es más que un recuerdo de ella. No es por decisión mía comenta Salvador a la persona que tan solo hace un día atrás tomó la determinación de cortarlo del equipo de investigaciones. Por favor. Seamos honestos, eras infeliz… y no me guardes rencor, tampoco es algo que decidí yo responde Kate con una falsa sonrisa , simplemente tuve que entregarte la noticia.

Salvador nota la mentira en su tono y la deja pasar. Si se es honesto consigo mismo, no le tomó por sorpresa su despido. Hace meses que las cosas habían dejado de funcionar en el equipo desde que Kate asumió la jefatura del departamento. La diferencia de ideas y su imposibilidad de ejercer cambios conllevaron a la tensión en el ambiente laboral, lo cual luego se tradujo en una desmotivación indisimulable. Salvador comenzó a descuidar su trabajo mucho antes de lo de Lily.

Las luces de la ciudad iluminan la tez clara de Kate. Salvador la mira por un momento y se sorprende de casi estar entablando una conversación con la persona que más evadió durante los siete meses en que estuvo bajo su mando.

Juntos observan la multitud que se aglomera en la calle cuarenta y dos. Están llegando a Times Square, el espacio más concurrido en toda la ciudad, independiente de la hora, el día o la época del año. Las parejas manifiestan su amor de manera excesiva al sacarse fotos con sus teléfonos celulares, con tanta pasión como si en otra fecha estuviese prohibido por ley besarse en público. Las enormes pantallas de publicidad iluminan todo el espacio con un tono rosa pastel en honor a San Valentín.

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Apuesto a que no se ven cosas así en Sudamérica le comenta Kate al oído observando la masa de turistas a su lado.

Él piensa que, a pesar de haber acertado en su afirmación, sus conocimientos de la cultura latinoamericana son nulos; recuerda cómo hace unos meses le preguntó si en Chile ya había llegado el iPhone, a lo que él respondió con una sonrisa: «no son tan comunes, aún preferimos las señales de humo». Kate percibió la evidente animadversión que acompañaba ese sarcasmo y no había vuelto a preguntar sobre su país o cultura hasta ahora.

Esto es una locura agrega Salvador, observando la muchedumbre , menos mal que no hay cosas así en Sudamérica.

En casa tampoco ves cosas así. Me refiero a turistas tan revolucionados como estos.

Salvador percibe algo extraño. «¿Por qué se comporta de manera tan condescendiente? No suele ser así a menos que necesite algo». Cuando pasan el estrés de Times Square, Kate se detiene en la esquina de la calle cuarenta y nueve ¿Aquí es? . Salvador busca con la mirada cuál podría ser el edificio

No. La verdad es que vivo en East Village. Caminar desde el bar a casa con este clima hubiese sido una locura.

Salvador la contempla con seriedad, intentando disimular su confusión. Por su actitud, puede entender que algo se avecina, pero Kate le resulta impredecible.

Tranquilo, Salv, no voy a seducirte, si eso es lo que te asusta ríe.

No pensaba que fueras a hacerlo confiesa. El romance es algo que no se le da muy bien: la única mujer a la que ha amado se encuentra secuestrada, desaparecida o muerta en algún punto del Atlántico sur.

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Solo quería charlar contigo.

No necesitas preocuparte por mí. Estaré bien dice Salvador

No es por ti. Es por Lily Hayes.

Queda paralizado. Oír el nombre de Lily saliendo de los labios de Kate es tan absurdo para él como una película de Buñuel. Nunca desarrollaron artículo alguno en relación al caso, pues el Manhattan’s Choice se limita a investigar situaciones locales. Muy pocos en el departamento comentaron el suceso y a nadie pareció importarle demasiado.

¿Qué sabes del caso? le pregunta Salvador con cautela.

Sé que tú y ella eran compañeros en la NYU. ¿No es cierto?

Pues, sí asiente lentamente.

Tranquilo, Salv. No es información confidencial. Además, soy periodista, e investigar a las personas con las que trabajo es lo mínimo. ¿No crees?

Kate tiene un buen punto. Salvador sabe lo sencillo que es conseguir información de ese carácter, sobre todo si su especialidad de periodista se centra en las investigaciones, un rol que entrega cierta adrenalina policial. Un par de minutos en internet bastan para saber muchas cosas sobre un individuo, independiente del control que éste crea tener sobre su información personal.

Salv, no hemos sido muy honestos contigo. Ya sabes, Will, Amanda y los chicos.

¿De qué hablas?

En un comienzo no te lo comentamos porque, para ser sincera, no creímos necesitarte. Pero ya que estás cesante, podrías sernos de gran utilidad

No entiendo.

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Mira… Desde hace un par de meses informa Kate nos hemos ido hartando del Choice Ya sabes. Desde el conflicto con el editor jefe al hecho de que los presupuestos para investigación son cada vez menores, por no decir el número de lectores.

¿Piensan abrir su propio periódico independiente?

Una sonrisa se extiende con lentitud por el rostro de Kate. La luz artificial ilumina su rostro de tal manera que pareciera ser más pálida de lo que es humanamente posible.

Un nuevo periódico digital enfocado en investigaciones y reportajes agrega

Kate conservando la sonrisa , adaptándonos a los tiempos de redes sociales y olvidando el antiguo arte de la imprenta.

O sea, lo mismo que todos los otros periódicos, salvo el Choice

Kate saca un cigarro de su cartera y lo enciende; el humo inunda las fosas nasales de Salvador y él intenta no evidenciar su desagrado.

Disculpa. Olvidé que lo odiabas se excusa sin apagarlo. Procede . Y te equivocas. El nuestro sería diferente. Una especie de fusión entre esos blogs baratos que están tan de moda y lo mejor del Times da una larga y casi interminable chupada a su cigarrillo, luego continúa Ronald ya tiene el diseño web y William ha reunido unos cuantos inversionistas, pero aún necesitamos lo más importante de todo.

Una historia.

Que venda. Que nos haga importantes y así podremos dejar el Choice y entregarnos completamente al New World City.

¿New World City? . Salvador deja escapar una risita, preguntándose qué clase de inversionista accedería a formar parte de un proyecto con un nombre tan ridículo.

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No hemos cerrado aún el nombre. Es una idea afirma molesta, expulsando el humo por su delicada nariz sin quitar sus ojos de Salvador . En fin. Ya entiendes la idea.

Lily Hayes, la chica inglesa de la que todos hablan. Bonita, joven, alegre, de buena familia. Llama la atención. Vende. Es esa la historia que necesitamos.

La forma en que Kate habla sobre Lily como un producto publicitario le causa incomodidad, sin embargo, entiende su punto. Se prepara para comentar, pero Kate se le adelanta.

¿Por qué crees que periódicos como el Times apenas han indagado en la historia de sus dos amigos desaparecidos?

Lo han hecho bastante, pero…

A nadie le importa si dos isleños mediocres mueren interrumpe . A nadie.

Pero la señorita Hayes, en cambio, es el centro de atención para las masas. No solo fue la periodista galardonada del año, va mucho más allá de eso: las madres ven a sus hijas reflejadas en Lily. Las jóvenes, a la amiga perfecta que desearían tener. Los hombres, a su novia o esposa. Otros, a la chica con la que desearían tener sexo, pero se escapa de sus posibilidades, y los niños pequeños, a su madre. ¿Entiendes? Todos se involucran, porque a todos les importa. Los amigos pasan a ser un adorno, un detalle macabro para hacer aún más interesante este jugoso reportaje. ¿Entiendes, Salv?

Claro, aunque es algo cruel y misógino plantearlo de ese modo.

Cruel, tal vez, pero realista. A lo que voy con esto es que Lily es nuestra primicia perfecta y tú, su buen amigo, el indicado para desarrollarla. ¿Qué dices?

Quieres que investigue el caso… se repite a sí mismo, intentando asimilar la conversación.

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A fondo. Detalles turbios, verdades del pasado que nadie ha revelado aún. Quién es en verdad Lily Hayes y qué motivos la llevaron a ser una posible víctima mortal.

Le invade un surtido de emociones; «esto es lo que deseaba, ¿por qué me cuesta tanto acceder?», piensa ante la mirada inquisidora de Kate ¿Financiarían mi investigación?

Salv, si queremos que el periódico prospere, todos tenemos que hacer algún sacrificio.

¿Y cómo se supone que viaje hasta allá? Por el precio de un pasaje podría vivir aquí un mes objeta Salvador; ha revisado todos los vuelos y está al tanto de su precio.

Tu país prácticamente limita con Falkland, es mucho más sencillo para ti ir a echar un vistazo.

Kate, con todo respeto…

Tómalo como una inversión de tu parte interrumpe ella , esta historia podría no solamente ayudarnos a nosotros, sino entregarte un nombre en el mundo del periodismo. Necesitas esforzarte si quieres que eso ocurra alguna vez.

Se queda en silencio, no por el tono arisco de su ex compañera de trabajo, sino porque sabe que tiene razón Kate lanza la colilla rojiza al suelo y lo pisa con sus tacones antes de darle un fuerte abrazo, muy impropio de su carácter inexpresivo

Tienes mi correo le susurra al oído , avísame qué decides.

Besa su mejilla fría de manera coqueta, impregnándolo con el rojo oscuro de su labial, y luego extiende el brazo para llamar a un taxi.

Gracias por ser mi cita de San Valentín dice de forma lasciva pero burlona, como una prostituta que finge estar enamorada. Se sube al taxi con prisa y se marcha.

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A pesar de haber más gente por las calles, el vacío que dejó Kate le entrega una sensación estremecedora de soledad. De seguro se debe al rigor con el que se expresa su ex colega, o el modo desagradable en que ella lo observa cada vez que platican, como si lo juzgara por cada palabra mal pronunciada. No pasa ni un minuto cuando su celular vibra, indicando que ha recibido un nuevo mensaje. «Me gustó hablar contigo. Espero tu respuesta, K.».

Suspira, guarda el teléfono e ingresa a la estación de metro, absorto en la posibilidad que acaba de presentarse Aborda el tren de la línea N y comienza a evaluar los pros y contras de la oferta; saca un lápiz y la agenda del bolsillo de su abrigo y, apoyado contra el fierro grasiento, enlista metódicamente todos los pros. «Primero: continuar ejerciendo como periodista», aunque no recibiría ningún tipo de pago hasta quizás cuándo; «segundo: oportunidad de hacer algo importante con mi oficio», se acabarían al fin los artículos sobre qué local ofrece el pretzel más sabroso, o qué color está de moda en las vitrinas este otoño; «tercero el punto trascendental : estar ahí» Se imagina las enigmáticas Islas Malvinas, el escenario en donde su querida Lily se desvaneció sin dejar rastro. Tan solo su presencia en el archipiélago abriría un inmenso abanico de posibilidades Es lo que buscaba, el pretexto ideal para ir a su rescate sin parecer un completo lunático. Encapsula este punto en un gran óvalo.

No es tan descabellado si se piensa con calma se admite, ignorado por los demás pasajeros; hablar consigo mismo pasó a ser costumbre, como en la mayoría de los neoyorkinos.

Continúa enlistando los contras. «Primero, no habría dinero; segundo, tampoco lo hay ahora». Y es que invertiría la paupérrima liquidación de sueldo junto con sus escasos

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ahorros en una investigación irracional. Después de esto no tendría nada: no podría regresar

a Nueva York, debería abandonar a su buena amiga Elisa y retornar a casa de su madre, al menos hasta conseguir algo nuevo; «tercero, el New World City», y todo lo que conllevaría trabajar para Kate. Estar desempleado, no contar con seguro social o no recibir sueldo alguno, son pensamientos bastante agradables en comparación a este punto. «Moriría antes de volver a trabajar para ella», piensa, consciente de que el precio a pagar podría ser mucho peor. Sabe que Kate genera un pésimo ambiente laboral y que por numerosos motivos su empresa de seguro se irá a pique… pero a la vez, sabe que la cantidad de factores negativos que encuentre en su análisis jamás podrían hacerle el peso a la idea de hallar a Lily con vida. Podría pasar una vida endeudado y, aún así, habría valido toda la pena del mundo el simple hecho de atreverse a intentar. Sabe bien que esta es su historia, la misma que estaba esperando, la leyenda que recordaría hasta sus últimos días, la anécdota que conocerían sus hijos y nietos. El Cómo rescaté a vuestra madre, confiando en que todo resultará bien. «Lo más irónico de todo piensa , sería que su salvador lleva tal adjetivo como nombre» Sonríe. Desciende a la estación en Canal Street para combinar hacia la línea J, tomar el tren a casa y prepararse para la que de seguro será la mayor aventura de su vida.

¿Dónde mierda estabas?

Al incorporarse, Salvador bota la taza que descansaba sobre la mesilla de centro. Mira a los ojos a su amiga, que claramente bebió de más. Desde el umbral de la puerta continúa con su discurso lastimero.

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***

Lo prometiste, ¿recuerdas?

Elisa, hay algo que tengo que decirte.

No me vengas con que había mucha huevá que hacer. Nadie lee ese diario.

Me despidieron.

Elisa suelta un ligero y casi imperceptible «Oh». Entra al cuarto a paso lento y cierra la puerta tras de sí. Salvador toma asiento y recoge la taza mientras su amiga busca la mejor posición para continuar con la conversación.

¿Y qué huevá hiciste?

No fue mi culpa. Bueno, sí, pero eso ya no importa. A lo que voy es que tengo una nueva oferta de empleo.

Ah. ¡Me asusté! admite Elisa , pensé que ibas a decirme que te marchabas.

Es en las Malvinas.

¿Qué?

Bueno, no exactamente, ya que no tienen oficinas en ningún sitio… pero necesitan que vaya a investigar.

A las Malvinas… Las que están… allá pregunta con pesadez, con un evidente incremento de confusión.

No sé cuándo estaré de vuelta.

Le informa sobre su situación económica e intenta no entregar demasiados detalles del motivo por el que accedió al trabajo. Admite que debe abandonar Brooklyn y se compromete a buscar a alguien agradable para ocupar su lugar en el arriendo.

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Por mucho que me guste vivir contigo, tú no te preocupís por eso agrega

Elisa . La verdad, siempre hay gente buscando algo, aunque sea un piso inmundo en la zona más peligrosa de Brooklyn.

Ella lo abraza, deseándole toda la suerte del mundo. Luego se marcha a su habitación, dejándolo solo con sus pensamientos. En un repentino ataque de impulsividad, Salvador abre su computador y busca el evento en Facebook que reúne a voluntarios Revisa los comentarios, desbloquea su teléfono y espera varios pitidos antes de oír una voz semidormida.

¿Di-diga?

Buenas noches, disculpe la hora. Mi nombre es Salvador Villagrán. Quiero formar parte del escuadrón de búsqueda.

La llamada de seguro ha tomado a Tessa Bennett por sorpresa; en las islas Malvinas también es de madrugada. Ella toma unos segundos antes de volver a hablar:

Lo siento, eh… ¿Salvador? él asiente como si ella pudiese verlo , pero se canceló el plan de búsqueda.

¿Qué?

Buenas noches.

¡Espere! Conozco a Lily. Puedo ayudar. Búscala por tu cuenta. Buenas noches.

Tessa enfatiza en su nombre para aferrarse a su atención , por favor. Éramos amigos. Los mejores.

Bienvenido al club.

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Salvador espera un momento. No sabe cómo continuar esta conversación sin evidenciar su impaciencia.

Tessa, significaría mucho para mí poder ayudar, y juro que…

Calle Capricorn, número trescientos treinta y tres, Port Stanley. Ven mañana por la tarde.

¿Qué tal la próxima semana? pregunta entusiasmado, escribiendo en su libreta la dirección que acaban de proporcionarle

No oye respuesta y comprende que Tessa colgó el teléfono después de su veredicto. Se frustra por no haberle dejado explicar que aún se encuentra a más de diez mil kilómetros de Puerto Argentino, o «Port Stanley», como le llamó ella, y que no hay vuelos que lleguen a las islas sino hasta cuatro días más. Medita sobre volver a llamar y explicarle todo, pero opta por tomar las cosas con calma. Observa la foto de Lily que se encuentra en el perfil de Tessa. Casi sin quitar la vista de esos ojos transparentes, saca su celular y responde escuetamente al mensaje de Kate: «OK. Hagámoslo»

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