Memorias de la Estanzuela

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Memorias de la

Estanzuela Risas, rezos y canicas

FĂŠlix Lamas GuzmĂĄn 3


La presentación y disposición en conjunto de

Memorias de la Estanzuela Son propiedad del autor.

Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante ningún sistema o método, electrónico o mecánico (INCLUYENDO EL FOTOCOPIADO, la grabación o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información), sin consentimiento por escrito del autor. Derechos reservados: © José Félix Lamas Guzmán © UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA Campus Universitario del Norte Hidalgo Nº 11 Colotlán, Jalisco,México ISBN: 970-9022-58-X Impreso en México / Printed in Mexico.

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AGRADECIMIENTO Y moraleja para futuros escritores Llegar a los diez años de edad, es algo maravilloso, cumplir diez años queriendo publicar un libro, es algo triste, frustrante y humillante. Tal es el caso de este libro, que a pesar de haber tocado casi todas las puertas de las principales editoriales, universidades, organismos e Instituciones dedicadas a estos menesteres,no había logrado mi objetivo. Por esas cosas raras que tiene la vida, en una ocasión me atravesé en el camino del doctor en Antropología Andrés Fábregas Puig, le mostré mi montón de hojas encargoladas, le comenté mi viacrucis y terquedad de convertirlas en un libro; es de imaginarse el estado de dichas hojas después de haberlas traído como manojo de “jediondilla” de allá para acá, durante diez años. Para no hacer el cuento largo, en menos de quince días, después de esa plática con el doctor, mi libro ya estaba en proceso editorial en las dependencias de la Universidad de Guadalajara. Mi agradecimiento infinito y total al doctor Andrés Fábregas Puig, al doctor Cándido González Pérez, Coordinador ejecutivo del Campus Zona Norte de la Universidad de Guadalajara y del Lic. Mario Ruiz, ya que gracias al empeño que aportaron cada uno de ellos, este libro es una realidad. El autor.

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ara no caer en injusticias, mi agradecimiento total a todas aquellas personas que hicieron posible la culminación de todo este puño de hojas. Aunque me contradiga en lo escrito en los tres renglones anteriores, quiero hacer mención especial a mis abuelitos maternos, únicos a quienes me tocó conocer, protagonistas de esta historia. Y por el inmenso cariño que tuve la suerte de recibir por parte de mi abuelita María de Jesús Guzmán, a quien no le tocó leer lo aquí escrito por el gran amor que le profesaba a su esposo, ya que a menos de un año de su muerte, mi abuelita no se hizo a la idea de dejarlo solo a donde quiera que él fuera.

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Fe de erratas del autor

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in ser escritor me atreví a escribir este libro con la esperanza de que algún día llegara a ser leído, y que quienes lo hagan puedan obtener en el transcurso de su lectura, los elementos necesarios que le permitan transportarse a la añorada infancia. Por lo tanto, encontrará errores de toda índole; cuando se tope con ellos, haga caso omiso. Este montón de palabras puestas en renglones, es un pequeño tributo a mi terruño querido; aunque el destino me permitió vivir en él, únicamente los primeros ocho años de mi vida.

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Panorama parcial de la Estanzuela, con su iglesia al centro del pueblo, y parte de la zona agrĂ­cola de la mesa al fondo

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DESEO FRUSTRADO

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bril 14 de 1992. Eran aproximadamente las 4:30 de la madrugada; sonó el teléfono de mi casa.

—Félix, habla José. —¿Qué pasó, José? —Te llamo para avisarte que mi abuelito Timoteo ha muerto; me dice mi tía Cuca que por favor llames al convento y le pidas a la madre superiora que llame a Perú para enterar a mi tía Elisa, ya que nosotros intentamos llamar de aquí de La Paz y no lo hemos logrado, y que también le avises a Cuca la de Prisciliano. —Claro, yo me encargo de avisarles. —Oye José, ¿cuándo y en dónde lo van a sepultar? —Aquí en La Paz, mañana temprano. —Gracias por llamar, José. Al colgar la bocina, cruzaron por mi memoria cientos de recuerdos y calladamente medité. No es justo que lo sepulten tan lejos de la tierra que lo vio nacer; él siempre anheló vivir sus últimos días, morir y ser sepultado en La Estanzuela, pueblo que lo vio nacer, pero el destino no le permitió ver cumplido ninguno de sus tres últimos deseos.

MI ABUELITO TIMOTEO, DENTRO DEL CORRAL DE LA CASA QUE TENÍA EN EL PUEBLO

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No cabe duda que uno propone, Dios dispone y los parientes lo descomponen. La única forma de garantizar que se haga lo que uno planea, es supervisándolo personalmente, pero en el caso de mi abuelo, esta teoría no procede. La Estanzuela, mi pequeño gran pueblo donde vi la luz por primera ocasión, la que me permitió jugar, reír y soñar. Todo esto, únicamente durante ocho grandiosos años, ya que el destino me hizo emigrar. Cierto que en mi niñez para llegar a esta tierra desde la gran ciudad, en los tiempos de aguas por la abundancia de lluvias, se requerían hasta tres días y eso que estamos hablando de una distancia no mayor de 100 kms., en esa época llegaban al pueblo únicamente tres vehículos motorizados, uno era una troca de ocho toneladas de Florentino Castro, otro de cuatro toneladas perteneciente a Alejandro Aguayo y una camioneta Willys del sacerdote del pueblo; los tres vehículos en esta época del año en sus idas y venidas a la gran ciudad; por mercancías para las tiendas del pueblo principalmente, hacían también el servicio de transporte de personas, y había dos categorías en una misma unidad de transporte. La clase de primera correspondía a los dos únicos pasajeros que podían irse en la caseta con el chofer, la otra categoría correspondía a viajar en las redilas, parte de atrás de la troca, y si la necesidad de ir a la gran ciudad coincidía con que la troca llevaba puercos o vacas, sólo había dos alternativas: posponer el viaje mínimo una semana, o compartir el viaje con los pasajeros porcinos o vacunos, los cuales eran llevados a vender a la gran ciudad. Como Dios daba a entender, se hacía la separación de pasajeros, se colocaban unas tablas por encima de los puercos de lado a lado de la troca y se amarraban, y sobre éstas, se hacía el viaje, se tenían que cruzar necesariamente pequeños arroyos, pero también grandes ríos que por el temporal iban crecidos y había necesidad de esperar a que se bajara el nivel del agua para poderlos cruzar, desgracia de aquel viaje en que la lluvia no cesaba durante toda una semana, por ejemplo: en el río de San Cristóbal de la Barranca, en éste era común, aunque este río contaba con un puente colgante hecho a base de cuerdas largas de acero, un pilar enorme a medio río y piso de madera. Cuando se cruzaba a pie, apenas llevabas diez o veinte metros y ya estabas queriendo regresarte, ya que con el peso y caminar de varias personas y el viento, éste empezaba a mecerse y daba la impresión de que el puente era

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tomado por uno de sus extremos por el dios del viento, y por el otro, algún pariente de satanás, y ambos disgustados trataban de impedir que cruzáramos el río. Había temporadas en que se autorizaba a que cruzaran trocas chicas, pero cruzarlo a pie daba miedo. Imagínenselo hacerlo arriba de la troca, era como ser protagonista de una película de terror, ya que en cuanto la troca pisaba las primeras tablas, era como avanzar y tener de carpeta asfáltica el teclado de un gigantesco piano y en cada una de sus teclas ir haciendo do, re, mí, fa, sol, sostenidos, con sus respectivos bemoles, esto durante toda la travesía. Poca gente lo hacía arriba de las trocas, salvo que fueran heridos o enfermos, pero la mayoría, al llegar al puente se bajaban, esperaban a que cruzara primero la troca, y ya que veían que ésta lo había logrado, lo hacíamos nosotros a pie. Con el transcurrir del tiempo, en San Francisco California se hizo una auténtica réplica del puente de San Cristóbal de la Barranca, desde luego a mayor escala. Era común que el río estaba crecido y el puente averiado, ya que durante las sequías, no se utilizaba , puesto que el bajo caudal del río permitía que lo cruzaras por abajo fácilmente, por lo que al puente durante toda esta época, no se le daba ningún tipo de mantenimiento, y frecuentemente los sorprendía las lluvias y el puente no estaba en condiciones de usarse, ni siquiera por personas ya que tenía espacios sin tablones de hasta dos metros, pero como las necesidades de cruzar el río para ir a la gran ciudad no podían detenerse y éstas eran muy variadas, pero las más comunes eran las de trasladar heridos de bala o enfermos graves para llevarlos al doctor. Para esto se contaba con una canastilla de acero que corría a través de un cable grueso de acero que se amarraba de cerro a cerro, y con una manivela que se operaba manualmente, lo que hacía que la travesía fuera lenta, ya que para la luz eléctrica llegara a nuestros rumbos, todavía tenían que transcurrir varias décadas. Pero si cruzar el río por el puente de acero y madera era una experiencia horrible, imagínese cruzarlo en una canastilla, con el viento y la lluvia en contra y que además a medio río se trabara el mecanismo, era para hartarse de miedo. Alfred Hickok se debió de haber lamentado de no conocer este puente, ya que se hubiera extasiado con la materia prima que se producía con la sola cruzada de este puente, hasta le hubiera sobrado material para hacer un largometraje y de seguro él operaría el mecanismo de la canastilla.

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Fue muy comentada la desgracia que le sucedió a una troca de un pueblo cercano; se encontraba cruzando el río por la parte que existía propia para hacerlo; llegó a San Cristóbal de la Barranca, sus pasajeros se bajaron de la troca, éstos cruzaron por el puente, y como no les llovió en el camino, aunque el cielo estaba nublado, la troca empezó a cruzar el río, pero nunca se imaginó que río arriba había llovido en forma descomunal, de tal forma que cuando la troca apenas iba como a medio río, le sorprendió éste, que venía crecidísimo y su vehículo se lo llevó la corriente como si hubiera sido de cartón. En esta misma barranca en una ocasión empezaba a subir la segunda pendiente algo pronunciada de San Cristóbal de la Barranca, la troca de Florentino Castro, la llevaba cargada hasta donde se podía de vacas que vendería en la gran ciudad, necesariamente los choferes tenían que estar graduados en mecánica general, ya que las fallas al vehículo podían ocurrirles saliendo del pueblo o a la mitad del camino y si tenían suerte llegando a la gran ciudad. En esta ocasión Florentino Castro, sintió la falla mecánica y se detuvo para hacer la reparación correspondiente, por seguridad, bajada o subida o en lo plano se le ponían piedras a las llantas para que no caminaran y así evitar posibles accidentes y más en esta ocasión, que iban de subida y hasta el tope de ganado y le dijo a su ayudante de nombre Chuy, ponle las piedras a las llantas para mayor seguridad; Chuy era una persona, cuya principal virtud no era precisamente la de una persona despierta o dinámica, pero Florentino al escuchar que ya estaban puestas las piedras, se prestó a bajar con toda confianza pero nunca contó con que Chuy había colocado las piedras en la parte de delante de las llantas, y ellos iban de subida. La desgracia no se hizo esperar, troca y ganado rodaron por la ladera, pobres de las vacas y de la troca, quedaron para el arrastre, consecuentemente, Chuy se quedó sin chamba. CURVAS DE LA MUERTE Cruzar San Cristóbal de la Barranca era peligroso pero casi no había tragedias que lamentar durante los viajes. Todo quedaba en experiencias terroríficas que se podían platicar, pero en donde sí era diferente, fue en las curvas del Malacate ahí sí hubo bastantes tragedias, de las más sonadas en mi época fue la troca de Jesús Gaytán que venía de la gran ciudad y los sorprendió la noche en las curvas del Malacate, venía acompañado de su esposa e hija, y por cierto, Jesús y su esposa venían felices pero en la segunda curva, la más

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trágica de todas, ahí se fueron al desfiladero, y se desconoce cuántas maromas dio su troca, pero los tres cuerpos quedaron regados por todo el cerro, la única que quedó viva fue su hija, de puro milagro, ya que nadie se dio cuenta hasta el día siguiente que se rescataron los cuerpos. Su hija logró sobrevivir pero unos días nada más, ya que sus lesiones eran bastante graves y a los pocos días murió. La felicidad del Sr. Gaytán era, porque venían de la gran ciudad de comprar su troca recién sacada de la agencia; la estaba estrenando, era su primer viaje. Platican que cuando iba rumbo al precipicio le gritaron al Sr. Gaytán que saltara para que salvara su vida, pero él nunca quiso saltar o abandonar su troca. En esta misma curva, se fue al voladero un camión que iba rumbo a la Estanzuela, y nuevamente la tragedia enlutó como a más de cuatro familias, aunque de acuerdo a las fotografías tomadas de ese accidente por Don Francisco Flores. Conociendo las curvas uno se pregunta cómo es posible, que por ahí se atrevieran a transitar. En esta curva están como mudos testigos, las cruces de los que han perecido. Recabando información respecto a las tragedias ocurridas en las curvas del Malacate, existen coincidencias raras en cada uno de los accidentes, principalmente donde hubo muertos, ya que tanto en el accidente de Jesús Gaytán como en el autobús, ambos iban de subida rumbo a La Estanzuela, no me topé con información que hablara de accidentes trágicos, en los que trocas o autobuses hayan ido de bajada, que es lo más lógico, pero en estos casos no fue así. Platican que en el caso del autobús, la muerte llevaba prisa, ya que éste llegó a la ranchería del Malacate, la que está precisamente al pie donde empiezan las curvas cuesta arriba, al llegar hasta allí, era de madrugada y el chofer les dijo a los pasajeros que durmieran un buen rato hasta que amaneciera para subir las curvas con la luz del día, ya que su máquina le venía fallando y no quería correr ningún tipo de riesgo. Pero entre los pasajeros, viajaban una señora que venía del Norte, y se dirigió con el chofer y le rogó que continuaran con el viaje, que alcabo, ya estaban a unas cuantas horas de La Estanzuela, el chofer les explicó que el autobús venía fallando, la señora argumentó que quería dormir, pero en su casa y ya con la familia, insistió

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tanto que finalmente se salió con la suya, y reanudaron el viaje; todavía a obscuras, que ya casi habían librado todas las curvas y en una de las últimas, se le descompuso la flecha al autobús, con lo que éste quedó completamente fuera de control y se fue irremediablemente al precipicio dejando a su paso partes del vehículo y pasajeros. Una de las víctimas vino siendo la señora que logró convencer al chofer de que reanudaran el viaje. El total de las curvas en el Malacate son cuatro o cinco, pero dos mortales por necesidad. Estas curvas vistas desde la parte de abajo del cerro, son como dos letras “S”, encimadas, alargadas horizontalmente y embarradas sobre todo el frente del cerro ya que en ninguna de esta dos curvas que yo clasifiqué como mortales por necesidad, difícilmente se podía dar vuelta al primer intento, ya fuera de ida o de regreso. Entonces echarse en reversa para no irse

TODA LA FAMILIA DE MIS ABUELITOS, MI PAPA EXTRMA IZQUIERDA Y MI TIO CARLOS EN DERECHA, DE RECIEN CASADOS AMBOS, DE AHI EN MÁS SOLTERAS Y BEBES

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al desfiladero era una tarea por demás titánica, ya que algunos modelos eran, de cuando mi papá estaba soltero. Cuando el terror se apoderaba de los pasajeros era cuando se encontraban en las citadas curvas, dos trocas en sentido distinto, aunque esto no era común, pero llegaba a suceder. En estos casos todos los pasajeros se bajaban y algunos auxiliaban a las maniobras, otros empezaban a caminar y decían ahi nos alcanzan, otros se ponían a rezar, ya que dado el ancho de la terracería difícilmente cabía una troca; resolver el problema en ocasiones llevaba hasta horas. A pesar de que las trocas eran el transporte preferido por los habitantes de La Estanzuela, ya que éstas a diferencia de los autobuses o camiones, sí trabajaban durante todo el año, los autobuses era difícil que los viéramos en el pueblo en tiempo de aguas. Pero aún así, las trocas eran preferidas como medio de transporte, ya que la mayoría de la gente que se subía a un autobús, se mareaba, y raro era el que no regresara los alimentos consumidos horas antes del viaje, era común que alguien que fuera a viajar en autobús, conseguía o investigaba cuál era el remedio más efectivo para evitar el vómito durante el viaje, de los más usados eran: el ir oliendo y chupando un limón, otros decían que llevar en la mano una moneda de cobre de cincuenta, veinte o cinco centavos y oprimirla durante todo el trayecto, era suficiente para no marearte, doña Socorrito la que inyectaba y sugería algún medicamento para los enfermos del pueblo, ya contaba con unas pastillas que evitaban el mareo, los choferes de los autobuses, se aseguraban de que todas las ventanillas se pudieran abrir fácilmente, para que el que se mareara pudiera abrirla fácilmente, así nada más, sacaba la cabeza y a decirle adiós a los alimentos, de esa manera no ensuciaba el autobús por dentro; platican que había ocasiones que el autobús iba lleno, y que el trabajo era que empezara uno con los vómitos, como que de ver se antojaba, porque al rato casi la mitad de los pasajeros iban imitando al primero que se mareó; la bronca era cuando un pasajero de la parte de adelante del camión abría la ventanilla para regresar los alimentos, y que uno de la parte de atrás del mismo lado de su ventanilla se veía obligado a también abrir su ventanilla y hacer lo mismo, pobre de el de atrás, porque al abrir la ventanilla y sacar la cabeza, recibía en plena cara, todo el menú ingerido horas antes por el pasajero de adelante, ya que el chofer si veía que alguien iba vomitando, no se paraba, entonces con la velocidad del camión y un poco del viento, eran fatales para el mareado de la parte de atrás.

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El temor al mareo era horrible en algunas personas, como mi abuelita, ella prefería caminar o hacer el viaje a caballo aunque esto les llevara dos o tres días, a tener que subirse a un camión o troca, ese temor es hereditario, afortunadamente nosotros, superamos en poco tiempo esta debilidad. Y es que no era para menos el hacer el viaje en una troca o autobús, parecía que te subías a una lavadora de ropa y empezabas a hacer el viaje, una por el estado de los vehículos y otra por lo pésimo de los caminos, ya que no llegaban ni a terracerías, y raros eran los tramos en que tenían “carretera” recta, la mayoría era de subida y bajada y con su buena dosis de curvas y veredas. Platica mi tío Higinio, hermano de mi abuelita, que en una ocasión estaba soñando que era el chofer de una troca, y que al empezar a bajar las curvas del Malacate, como en la segunda curva, los frenos no agarraban muy bien y que en un momento dado pisó el freno con toda su fuerza para evitar que la troca se fuera al precipicio y que lo hizo con tal fuerza, que al despertar en la mañana, se dio cuenta que la cobija con la que se había cubierto, estaba prácticamente partida en dos partes, producto del afrenón que dio durante la noche en las curvas del Malacate. Como las carreteras de aquel tiempo no llegaban ni a terracerías, que más bien eran veredas, en tiempo de sequías eran transitables, pero en las lluvias era como acompañar en cada viaje a Indiana Jones. Para empezar el gobierno no hacía nada para mejorar las terracerías, todo era a base de voluntarios o los mismos choferes y su ayudante hacían labor de mejoras en sus viaje, ya que llevaban siempre consigo palas, zacapicos, barras y hasta carretillas. Las terracerías cruzaban cantidad de propiedades privadas, por lo que en el viaje se tenía la necesidad de abrir una gran cantidad de puertas, de las cuales algunas eran de alambre de púas o de madera, éstas normalmente eran pesadísimas, ya que estaban hechas de puros troncos de árbol o simples ramas de huizache, y durante todo el viaje había que abrirlas y cerrarlas, cuando el chofer llevaba ayudante a todo dar, pero cuando no, los pasajeros hacíamos esa función, así fuéramos en sección cabina o en sección redilas. En algunos ranchos los niños veían llegar la troca y corrían a abrir la puerta, y así se ganaban alguna propina, que podía ser de cinco a veinte centavos, era común cruzar por áreas lodosas, cuando la troca se atascaba, se hacían las maniobras de intento de sacarla, para esto las trocas en éste temporal se les enredaban en las llantas traseras con cadenas de acero, para que al entrar en lodazales la

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probabilidad de atascarse fuera menor, pero aún así sucedían, cuando se lograba sacar la troca con la ayuda de los pasajeros, se recurría a la gente de las rancherías por ayuda, éstos llegaban con caballos, y se hacía lo que se podía para tratar de sacar la troca, y si no se lograba, había que esperar hasta que pasará la otra troca para remolcarla.

CASI A LA GRAN CIUDAD Hasta después entendí el porqué, mi papá no quería llevarnos a la gran ciudad a Cuco y a Mí, ya que mi papá no quería llevarnos primero, por lo que significaba la travesía, pero además acababa de llevar a mi hermano Ramón el cual era ya un adolescente, con cuatro años mayor que nosotros, y recién lo había llevado a la gran ciudad y se le perdió en pleno centro, y esto lo hizo perder mucho tiempo, y no quería arriesgarse, con dos escuincles. Después de tanto insistir, mi papá acepto llevarnos, pero en el camino se arrepintió, y no nos llevó hasta la gran ciudad, nos dejó en El Tablón, una huerta propiedad de mi tío Emiliano Castro, ubicadas como a tres kilómetros antes de San Cristóbal de la Barranca. Se nos vino el mundo encima a Cuco y a mí, porque ya habíamos presumido a nuestros compañeros de salón, ya que estábamos cursando párvulo y ya habíamos hecho tanto argüende de nuestro viaje que casi todo el pueblo ya lo sabía, además era la primera ocasión que viajábamos en troca, en la salida la experiencia fue increíble, primero subirse a la troca, como digno pasajero, porque las únicas experiencias que teníamos anteriores a ésta, eran únicamente, colgarnos de la parte trasera de las trocas o los camiones, pero sin que nos viera el chofer. Había ocasiones que el chofer no se percataba de que íbamos colgados en la parte de atrás, y había veces que la troca agarraba mucha velocidad o ya se empezaba a retirar mucho del barrio y como no podíamos pedir parada, eran sendas raspadotas y cuando bien no nos iba eran tremendas revolcadas. Hasta jugábamos competencias a ver quien se colgaba más rápido, pero sin que le chofer se diera cuenta, y no ser revolcado o arrastrado. Habíamos logrado que nos llevaran a la gran ciudad, y nos dejan a la mitad del camino, pero nos resignamos, ya que no pudimos conocer la gran ciudad. Esperamos el regreso de mi papá, y esto sucedió a los tres días cuando por fin apareció la troca; venía cargada casi hasta el tope, traía refrescos, sacos

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de azúcar, arroz, sal, piloncillo, galletas de animalitos y de las caras también, cocos con cáscara gruesa pero seca; telas, calzado, dulces, frutas, legumbres y cantidad de cosas más. Ya traían de regreso más pasajeros. Todos ellos y nosotros para el viaje, nos acomodamos arriba de la mercancía. Los otros pasajeros resultaron ser, mi tío Carlos, hermano mayor de mi mamá, y unos recién casados, el novio era un señor como de cuarenta y tantos años de la Estanzuela y la novia era alguien que difícilmente llegaba a los treinta, y daba entender que conoció la Estanzuela yendo de vacaciones, y no se expresaba muy bien de mi tierra, pero para su suerte la habían conquistado y se la llevaban a vivir a nuestro pueblo. Y en cuanto nos subimos a la troca sentí que el viaje de regreso no sería nada agradable; para colmo de la nueva señora, no habíamos terminado de salir de las huertas y se atascó la troca, para pronto la señora dijo, donde yo vivo siempre viajamos en autobuses, y en asiento cómodo y no arriba de costales de arroz. Todos se veían y no hacían comentarios, y raro en mi tío Carlos, que era un señor de pocas pulgas, de personalidad recia quien desde muy joven, le declaró la guerra a la religión católica, en un pueblo en donde el 100% de los habitantes pertenece a esta religión, este porcentaje disminuyó únicamente por la deserción de mi tío, esto provocó que mi abuelo Timoteo lo desheredara cuando ambos eran jóvenes. En una ocasión le pregunté, el porqué había dejado la religión católica, y me dijo: Hace muchos años tomé un trabajo que consistió en llevar a un pueblo cercano, cal para terminar de construir un templo y fui contratado por el sacerdote de ahí. Trabajé muy duro ya que el traslado de cal lo hacía con mi recua, trabajé tan duro que en poco tiempo le acarrié el total de la cal que iban a necesitar, y metí en aprietos al señor cura, cuando fui a cobrarle me dijo: no te completo el pago pero quédate hasta la última misa; es que no te alcanzo a pagar y es demasiado dinero. Y acepté quedarme a, esta ultima, y como no tenía nada que hacer, me metí a la misa, y el padre en su sermón dijo; hermanos si quieren sacar del purgatorio a sus familiares difuntos, esto lo podrán lograr siendo bondadosos con su limosna, y con eso, lo lograrán. Así quedó la cosa, al final de la misa me dirigí a la sacristía para cobrar, y vi que el padre estaba con una ancianita, el sacerdote nunca se dio cuenta que yo estaba cerca y la ancianita; le preguntó: padre cuantó me cuesta sacar del purgatorio a un familiar. Por

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citar una cantidad el sacerdote dijo, mil pesos, hijita, pero mil pesos de aquellos tiempos. Y como que sus familiares eran unas auténticas fichitas, porque la ancianita se le hizo una auténtica ganga ya que le dijo al sacerdote, aquí tiene mil pesos por mi esposo, mil por mi hijo, mil por mi compadre, mil por mi papá, total, que lo que no obtuvo de limosnas en un mes, tranquilamente se lo sacó a esa ancianita en menos de dos minutos. Ahora, eso fue lo único que me tocó ver, y a raíz de entonces, tomé la decisión de dejar la religión católica. Aún recuerdo una tarde en que me encontraba sentado, en la cerca de piedra del corral de mi Tío Celestino, y en eso empecé a escuchar una alegata, de esas discusiones que vuelan chispas, de las que te recuerdan ciertos aniversarios importantes de la segunda semana del mes de mayo y que tú correspondes; en eso me asomé para ver quiénes eran los que discutían; era mi tío Carlos, quien estaba retando en duelo a muerte a mi padrino Juan Mariscal. Recuerdo que le gritaba: te espero en el potrero y no se te ocurra ir sin pistola, porque no me gusta que me den ningún tipo de ventaja; no le dijo eso precisamente, pero haciendo la traducción a lenguaje decente, eso es más o menos. Mi tío pasó frente a mí como a un metro de distancia, pero nunca me vio porque estaba trepado arriba de la cerca. Apenas había pasado mi tío, me bajé y me fui corriendo, todo asustado a contarle lo sucedido a mi mamá, que para pronto, me dio un pedazo de tortilla fría para el susto. Nunca supe porqué fue el problema, pero hubo algún tipo de arreglo, ya que

MI TÍA ISIDRA HERMANA MENOR DE MI ABUELITA, LOS CALIFICATIVOS RESPECTO A SU BELLEZA Y MUJER NOBLE SALEN SOBRANDO

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al domingo siguiente, me tocó verlos a los dos vivitos, no en el mismo rumbo ni tampoco de cuatachos. Además a mí no me convenía el duelo ya que hubiera sido de los directamente perjudicados, ya que ambos me daban mi domingo. Y volviendo al asunto de la novia remilgosa: razón por la cual me atreví a asegurar que mi tío ya venía harto de la novia, quizás se había aguantado por el hecho de que era mujer o estaban recién casados. Ya superado el problema de la troca en el lodazal, la novia empezó a sentirse mareada, y mi tío aparte de bravucón, era una persona sarcástica; el novio se veía preocupado, en eso le dice mi tío al novio, pero tomando una pose muy seria: no es tan grave, ella necesita una dosis de rama de varadulce. El árbol de varadulce se caracteriza por ramas muy rectas, flexibles y resistentes y hojas muy pequeñas. El novio pregunta: y dónde puedo conseguir ese árbol, para cortar una rama; no se preocupe por eso, la podemos encontrar a lo largo de todo el camino. Oiga don Carlos y cómo se aplica; mire, corta una rama como de sesenta centímetros y le quita todas las hojitas. Pregunta el novio, y las tiene que masticar? No cuando ya le haya quitado las hojitas, le aplica cinco varazos por el lomo, y le garantizo que se le quita inmediatamente el mareo a su esposa, a partir de ahí santo remedio, ya que no le volvió a aparecer el mareo ni sus aires de princesa hasta la Estanzuela. Y sin mayor incidente subimos las curvas del Malacate, cruzamos el rancho Las Vueltas llegamos al cerro del Tepeguaje, lugar donde se puede apreciar una panorámica inmejorable de la Estanzuela, no porque sea un pueblo con gran extensión territorial, sino por el contrario pueblo chico, pero desde el cerro del Tepeguaje, se ve perfectamente la torre de la iglesia, sus casas hechas de adobe o ladrillo, y la mayoría con sus azoteas de teja roja, una que otra finca sólida y con otro tipo de azotea más costosa, así como también fincas con techo de zacate, pero todas ellas con su corral hecho con piedras encimadas sin ningún tipo de amalgamiento y además dentro de cada uno, existe un árbol, que normalmente es un fresno, sauz, zapote u otro árbol frutal, que servían para amarrar las bestias o las vacas cuando se ordeñaban. El corral aparte de que sirve para albergar las remudas de las visitas o las propias, cuando se regresaba de la labor. En la ciudad sería como tener cochera para más de cinco automóviles.

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EL LADO BONITO DE TODO EL PUEBLO En tiempo de secas todo el ganado se deja en libertad, que ande por sembradíos u otro tipo de propiedades, y todo el pueblo está de acuerdo, pero empezando las aguas, todos deben recoger su ganado, los que tienen rancho cercano, se los llevan para allá, los que no lo poseen, su ganado lo encierran en sus corrales durante todas las aguas para que no dañen los sembradíos y los alimentan con rastrojo y hoja que almacenan en sus solares durante toda la sequía. El rastrojo es la parte de la milpa de la mitad hacia abajo, y la hoja es la mitad hacia arriba y esto lo almacenan en solares que los ubican en los corrales, y los hacían clavando cuatro postes de árboles rectos con una altura de unos dos metros, suficiente para que el ganado no lo alcance, y le hacían un emparrillado con otros troncos atravesados, y sus dimensiones eran como de cuatro metros cuadrados, ya terminados se suben los manojos de hoja y rastrojo, y acomodarlos de tal forma que queda una gran pirámide, dependiendo de la cosecha obtenida, ya que la intención es que dure para alimentar el ganado durante toda la sequía. Los que tenían dinerito completaban la alimentación del ganado con moloncos, que venía a ser mazorca de maíz, mal lograda. También se alcanza a observar en la parte de arriba del pueblo el camposanto, panteón de la Estanzuela a un costado de éste y un poco más arriba se puede apreciar el sauz que está enfrente de una de las yuntas de mi papá, parcelas muy grandes, las cuales cultivábamos, ya que teníamos dos. En los meses de junio y julio, la panorámica de la Estanzuela es agradable, ya que todas las yuntas en estas fechas ya están sembradas y alrededor de éstas una abundante y espesa vegetación que tapizan todos los llanos de color verde, que a lo lejos se le ven manchas rositas, amarillas y anaranjadas, porque en grandes extensiones sobresalen los mirasoles con su alegre color amarillo y azucenillas en color anaranjado y rosita, este mismo tono sobresale de los demás ya que la escobilla, popote corto, cuya espiga daba esa impresión y con este popote se elaboraban las escobas de las amas de casa y que a la fecha todavía las usan los departamentos de aseo de muchas partes de nuestro país, estas escobas en el pueblo las comercializaban las mismas personas que bajaban de rancherías a vender leña al pueblo.

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El verdear de estos campos sólo se ve interrumpido por las cercas de piedra que formaban los callejones y corrales, también los caminos venían a interrumpir este bonito tono de los campos, el surcar estos caminos en estas fechas, a lo lejos se veía como si las personas se deslizaran en patineta ya que no se notaba que dieran pasos puesto que la vegetación les llegaba más arriba de la cintura. Seguramente con este marco se lograría satisfacer al más exigente de los fotógrafos, ya que con una panorámica como esta es garantía de una excelente postal campirana. Ya que pasamos el cerro del Tepeguaje caracterizado por sus abundantes nopaleras, a éstas nos mandaban a Cuco y a mí, mínimo dos veces a la semana, ya que incluir nopales en el menú diario no representaba ningún costo. Cuco y yo nos íbamos; ya en el cerro cortábamos cada quien una vara, le quitábamos cualquier ramita u hojas que tuviera y en un extremo le dejábamos las ramitas u hojas, y así por una punta de la vara, meter la penca de nopal tierno y automáticamente se detenía en la otra punta por las ramitas dejadas; ya con nuestras sartas de nopales repletas, nos regresábamos al pueblo, había ocasiones que de las nopaleras veíamos algún autobús o troca que venía, intencionalmente nos acercábamos para que nos dieran un aventón hasta el pueblo, nos subíamos con nuestra sarta de nopales y hacíamos entrada de lujo al pueblo. Tomamos pueblo abajo con gran velocidad porque este tramo es de los más parejos y rectos que existen, en menos de cinco minutos ya estábamos entrando al callejos que nos conduciría al pueblo, los callejones que existen por este rumbo están hechos de piedras sobrepuestas y la altura no es menos de 1.20 mts. Y se hacían para que las personas de a caballo y también a pie no cruzaran propiedad privada principalmente donde existían sembradíos. Curiosamente en la historia de La Estanzuela, nunca proliferó el uso de la carreta, quizás por el tipo de terreno que no es muy parejo, pero los callejones son tan amplios que algunos los han acondicionado para que transiten trocas y tranquilamente caben hasta más de dos carriles, y eso que hay callejones hechos en el siglo pasado, éstos se pueden observar en abundancia desde La Estanzuela, ya que la población se encuentra de alguna forma, rodeada de tres cerros y por todos ellos se pueden divisar los callejones; raro es el que no

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ESTOS, ERAN LOS AUTOBUSES QUE SE AVENTURABAN A IR A LA ESTANZUELA

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luce una figura geométrica bien hecha, vistos desde lejos. Cuando recorría grandes distancias de un rancho a otro o pueblo cercano, existían dos rutas, una con comodidades, y era el hacer el viaje montado a caballo, pero era la ruta larga, ya que la mayoría del recorrido se hace por los callejones. La ruta corta es hacerlo caminando, cortando camino, brincando cercas y callejones hechos de piedra, que dividían potreros, sembradíos, pastizales etc. Para éstos se hacía un pequeño portillo, se ponían piedras grandes que pudieran servir como escalón, pero procurando que quedara de tal forma, que por allí no se pudiera brincar ganado. Hay algunas propiedades donde existen cercas de grandes distancias, y que uno se pregunta de dónde sacaron tantas piedras para hacerlas, ya que en kilómetros a la redonda no se ve ninguna. Ahora entiendo a los científicos, que no pueden descifrar de dónde trajeron las canteras con que se construyeron las pirámides de Egipto. Llegar a La Estanzuela en troca o en camión era emocionante porque, cuando los habitantes ven desde el pueblo que algún vehículo empezaba a bajar por el cerro, la gente se acercaba a la calle por donde iban a pasar y muchos niños corrían a su encuentro hasta la orilla del pueblo, para en un descuido del chofer, subirse a la troca o camión. Cuando nosotros íbamos entrando de regreso de la gran ciudad, la cual nunca se nos hizo conocer a Cuco y a mí, pero la entrada al pueblo, “de grandes viajeros” nadie nos lo quitaba en ese momento, aunque tarde que temprano nuestros amigos se enteraron que nunca la conocimos. Algunas personas se acercan a la llegada de la troca o camión, con la esperanza de que en ella viniera el papá, el hijo, esposo, hermano o pariente que un día, emigró en busca de fortuna, pero en esta ocasión no venía con nosotros ningún norteño. El recorrido que existe de la orilla del pueblo a la tienda de mi papá, era corto, tres cuadras. Como casi toda la mercancía era para la tienda de mi papá, nos dimos a la tarea de bajarla. Esta tienda todavía era producto de lo que mi papá había heredado, desgraciadamente en mi incipiente infancia me tocó vivir muy

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En primer plano parte del gran barranco o desfiladero de las curvas del Malacate, que cuando un autobus o troca que se desbarrancaba no paraba hasta kilometros abajo. Este autobus se desbarranco desde la segunda curva y donde se puede ver piezas de este en el

EN PRIMER PLANO PARTE DEL GRAN BARRANCO O DESFILADERO DE LAS CURVAS DEL MALACATE, QUE CUANDO UN AUTOBÚS O TROCA SE DESBARRANCABA, NO PARABA HASTA KILÓMETROS ABAJO. ESTE AUTOBÚS SE DESBARRANCÓ DESDE LA SEGUNDA CURVA Y SE PUEDEN VER PIEZAS DE ÉSTE EN EL TRAYECTO DE SU CAÍDA, HASTA QUE SE DETUVO EN UNA PEQUEÑA HONDONADA, Y UNA CRUZ DONDE QUEDÓ UNO DE LOS CUERPOS QUE A SU PASO IBA DEJANDO EL AUTOBUS, OPORTUNAMENTE CAPTADAS EN AQUEL TIEMPO POR EL SR. DON FRANCISCO FLORES, QUIEN FUE FOTÓGRAFO DEL PUEBLO, DURANTE CUARENTA AÑOS.

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poco de la bonanza económica de mi familia, ya que en el lapso de menos de cuatro años, viví los dos extremos, la abundancia que fue desde que tuve uso de razón hasta, como los seis años, de allí hasta cumplidos los ocho años viví la peor de las limitaciones, las cuales únicamente cambiaron de residencia por buen tiempo. Lo bueno no se olvida tan fácilmente, aún recuerdo nuestra tienda, la que difícilmente era superada por otras que existían en el pueblo, en aquella época era tan abundante el surtido, que de tanta mercancía ni se podía caminar dentro de ella, podía uno encontrar desde partes para un arado y todo lo indispensable para uncir la yunta, ya fuera de bueyes o de caballos; también por si uno necesitaba, había ropa hecha, telas, calzado, etc. Ya para aquellos tiempos en toda tienda existían las aguas negras, del Imperio Yanki, recuerdo que había gente que llegaba a la tienda y pedían una coca cola y dos huevos, a éstos les hacían un orificio le sorbían y después le tomaban a la coca o a la pepsi, o pedían un vaso, vaciaban las yemas del huevo y le agregaban la coca cola, y pa dentro, éstos eran los que se daban el lujo de comprar un refresco pero había quienes únicamente compraban los huevos y le hacían el orificio y pa dentro y se quitaban el mal sabor con unos granitos de sal, también si usted traía antojo de tequilita entraba a la tienda y se echaba un caballito, con su sal y su limoncito; seguido llegaban clientes a comprar una simple correa para reparar un huarache, empezaban con un caballito y le seguían con toda la recua. Salían de la tienda como arañas fumigadas, el área para echarse sus vinos era al fondo de la tienda y tenían prácticamente su puerta exclusiva, existían otras dos puertas, para los clientes normales o abstemios, ya que la tienda estaba en la esquina. Aún recuerdo el gran surtido que existía de huaraches; se acomodaban de tal forma que era como un árbol de navidad al revés y colgados del mostrador, y a la mano de los clientes, los había de muchos estilos; algunos tenían algún vivo en color rojo, verde o amarillo, éstos eran de los que más se vendían, pero también había los de seis correas, pero éstos se compraban en partes y consistía en comprar las suelas que eran de vil hule de llanta con una plantilla de cuero unida con clavos, excepto a la altura del talón, y donde empieza el empeine hasta el dedo meñique del pie, de tal forma que se compraba aparte, dos correas de más de un metro de largo y con esto, armaba uno su huarache de seis correas, esto era sencillo ya que consistía en pasar la

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correa por donde no se le había puesto clavos a la plantilla de cuero, se pasaba de lado a lado con seis vueltas, y para hacer el talón o parte de atrás del huarache, se le hacía una incisión a la correa para darle la forma a la talonera. Era común que la suela de estos huaraches durara varios años, ya que normalmente se rompía pero como al año, eran las correas, pero la reparación era sencilla, y se iba a cualquier tienda y se compraban las correas sueltas, se reparaban y se volvía a estrenar medio huarache, para estas fechas, todavía no me tocaba usar este tipo de huaraches, pero ya me faltaba poco, dentro de ciento catorce páginas más, este tipo de calzado sería el único que usaría. Lo que nunca faltaba en la tienda eran cajeta y ésta volaba ya que se vendía mucho el sorbete de cajeta, rico barquillo lleno de esta rica golosina, pero también teníamos una gran variedad de dulces, como eran garapiñados, colaciones, piñitas, almohadas, panales, huevitos, alfajor, y otros más. Con estas golosinas la mayoría de los que asistíamos a párvulo o a primer grado de primaria, raro era el que no llevara agua con algún sabor de todas estas golosinas y las hacíamos utilizando un envase de refresco, el que lavábamos, lo llenábamos de agua del cántaro, le agregábamos la golosina que habíamos escogido, la agitábamos y agarraba el color del dulce elegido, era común el rojo, amarillo o colores raros. En La Estanzuela en aquella época, de las dos panaderías que existían, una era de nosotros y estaba anexa a la tienda, ninguna sabía o contaba con la materia prima y tecnología para hacer bolillos, ni birote. Cuando alguien regresaba de la gran ciudad de seguro traían birotes de distintos tamaños, eramos varios que llevabamos hasta agua de birote y éramos la atracción, porque por un lado presumíamos que alguien de la familia, recién había llegado de la gran ciudad, lo cual nos hacía sentirnos importantes y se veía como agua fresca de lujo, hacíamos esto porque el llevar un refresco no estaba a nuestro alcance y no recuerdo que un solo alumno haya llegado con su refresco cerrado al salón. Otro tipo de mercancía muy vistosa y solicitada en la tienda, eran los sombreros, de los cuales había un gran surtido; sobre el mostrador se veían los enormes alteros de sombreros, todos del tipo campirano. Todos ellos eran hechos de palma, los había de un tejido de palma muy fino, también con tejido más burdo, pero todos servían para cubrirse por completo del incesante sol o de una tremenda lluvia, ya que el diámetro que tenían estos sombreros era como la del sombrero charro, de estos también existían alteros, pero en

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menor número ya que éste se usaba únicamente los domingos y por esta razón duraban mucho tiempo; en cambio los de tejido de palma eran utilizados para la actividad diaria. El sombrero era común utilizarlo desde la niñez, además de las labores del campo difícilmente se saldría bien librado, principalmente por el sol, este sombrero normalmente se guardaba únicamente cuando íbamos a la escuela. También había alteros de sombreros de los llamados tejana, pero éstos muy poca gente los usaba, ya que se arriesgaban a la crítica porque a quienes lo usaban, era como si renegaran de su origen, viene a ser como cuando Vicente Fernández se viste de cow boy, y se pone a cantar canciones de Jalisco. Otra mercancía muy solicitada en la tienda de mi papá eran los aparatos de petróleo, los que servían para contar con iluminación en las noches, ya que éste era el único sistema de iluminación nocturna. Había de dos clases nada más: El tipo de aparato económico que era hecho de una lata de a litro que normalmente eran las que se desechaban de alguna marca de aceite, chiles enlatados, jugos, etc., les adaptaban una oreja que se utilizaba como agarradera, aparte en la tapa de arriba se le soldaba un pequeño tubo de hoja de lata con un grosor como el doble de un lápiz, así los vendían, uno les echaba petróleo y se le metía un trapo hasta el fondo y se dejaba este trapo hasta el nivel del tubo de hoja lata, la humedad del petróleo subía por el trapo, ya que éste hacía la función de mecha. En las casas normalmente había dos; uno era para la cocina y el otro para la sala, ya que el diseño de las casas de aquellos tiempos, no tenían unido o comunicado lo que era cocina, sala comedor, o alguna recámara anexa, por lo que la mayoría de todas las cocinas estaban distantes de la sala, y significaba que siempre había que salir primero al patio o alguna área de estar, para después llegar a la cocina, y del baño ya ni se diga, estaba a distancias mucho más lejanas, porque para muchos la letrina venía a ser todo su corral, para los que tenían, éste consistía en un tablón con un orificio de unos veinte centímetros de diámetro con caída a su corral donde la población porcina se encargaba de hacer muy buena labor ecológica. El otro tipo de aparato de petróleo era el de lujo, tenía depósito para el petróleo y una bombilla de cristal, la que era común que fácilmente se quebrara, pero, éstas se vendían de repuesto, sin que hubiera necesidad de comprar el aparato, otra ventaja que tenía era que la mecha se podía regular por medio de una manecilla, y si quería uno la flama abundante, nada más se le soltaba más mecha, con lo cual

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la flama crecía, y si se requería poca luz, se ocultaba la mecha, dándole vuelta a la manecilla, cuando la mecha se consumía por el uso, ésta se podía comprar en la tienda de acuerdo a la medida necesitada, ésta estaba hecha de algodón tejido, como si fuera una tira de tela de trapeador, a diferencia del aparato económico, ya qué ésta mecha era elaborada caseramente con un trapo viejo que entraba a presión en el tubo de hoja de lata diseñada para éste. Platica mi hermano Ramón, que Aurelio el más grande la familia era, todo un gañán, para mangonearnos a todos, incluso a Javier que era el que le seguía con muy poca diferencia de edad, mi papá estaba consciente de tal situación por lo que Aurelio no era muy bienvenido en la tienda de mi papá, ya que mi papá sabía que si rondaba por la tienda era para vacunarlo con el dinero, por lo que casi no se paraba por ahí, pero se las ingeniaba para que sin pararse por la tienda, obtener el dinero que necesitaba, para lo que utilizaba a Javier y a Ramón, éste platica que en una ocasión Aurelio necesitaba dinero y fue a decirle a Ramón que era todavía un escuincle; Ramón, ve a la tienda y del cajón del dinero agarras un billete y me lo traes, y yo después te doy un peso para que gastes; Ramón muy obediente se fue a la tienda y en un descuido le agarró un billete a mi papá y fue corriendo a llevárselo a Aurelio, y al entregárselo, éste ve que el billete era de a cincuenta pesos, y se asusta todito, ya que cincuenta pesos, era todo un dineral, y para pronto le dijo a Ramón, no de éstos no, escoge uno de esos cafecitos, y Ramón se fue a la tienda y en un descuido, regresó el billete de a cincuenta pesos, y como había varios, tomó otro, obedeciendo las indicaciones de Aurelio, e hizo la misma operación, se fue y se lo llevó a Aurelio, al entregárselo éste ve que el billete era de a un peso, ya que estos eran de un color rojo y gris, y mas o menos se asemejaban a las instrucciones que le había dado Aurelio, pero éste le dio esas instrucciones con la esperanza de que le trajera uno de a diez pesos, pero éstos eran mas bien cafesuscos con su tehuana retratada en el billete, pero al ver que era de a un peso, Aurelio para pronto le dijo: no de ésos no. Platica Ramón que fue de las últimas veces que le hizo este tipo de mandados, no porque se le dificultara hacerlo, ya que era el consentido de mi papá, y no le significaba ningún problema, lo que no le era de su agrado, que nunca le daba gusto a Aurelio. En La Estanzuela el comercio establecido tenía una “competencia” que más que esto era un complemento del comercio fijo del pueblo, y eran los comerciantes ambulantes; no era común verlos, pero hacían sus apariciones,

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aunque, el único día que se veían éstos, eran los domingos, y eran personas que normalmente vendían mercancía de la que no tenían las tiendas del pueblo, y ninguno de ellos era del pueblo, todos eran de rancherías o pueblos cercanos. En tiempo de aguas, bajaban al pueblo, bastante gente a comerciar remudas cargadas con leña seca, la cual por el temporal era difícil conseguir, a no ser que se haya sido precavido, desde la temporada anterior, y haber almacenado bastante leña verde, en lugar techado, la que para tiempo de lluvias ya estaría completamente seca lista para usarse, había otros que llegaban al pueblo a vender pescado fresco de ríos circunvecinos, el cual llevaban en canastos, pero sin agarradera, de forma cilíndrica, y amarrado a la cabeza de la silla del caballo con un pequeño cincho, o al hombro, su mercancía, tenía muy buena aceptación, ya que de su frescura no quedaba la menor duda, porque algunos pescados todavía llegaban vivos, en una ocasión mi papá compró dos pescados y uno estaba todavía vivo y lo aventamos al pozo de la casa, recuerdo que cuando lo compramos estaba chico, y logró sobrevivir y crecer bastante, y que siempre estuvimos pendientes de no golpearlo, cuando aventábamos el valde para sacar agua; ya que los valdes de aquel tiempo, eran de pura lámina galvanizada, por lo tanto pesados, nuestro pozo, tenía su pretil circular alrededor de éste, con sus dos postes unidos con un travesaño de madera, de donde se colgaba el carrillo, que servía para con una soga sacar el agua, el pescado finalmente vino muriendo de un valdazo propinado por Ramón, cuando en una ocasión lo hicieron regar a él solo, todas las plantas de la casa, llegó, aventó el valde, y como andaba enojado por lo que le ordenaron, lo hizo con tan buena puntería que le acertó al pobre pescado. De vez en cuando veíamos en la calle uno que otro agujero, que aparte de que vendía agujas, también ofrecía en venta hilos, listones y muchas cosas relacionadas con la costura, entre ellas hilazas; éstas con una gama de colores, ya que éstas eran muy utilizadas por mujeres de todas las edades, principalmente las casaderas; en el pueblo era requisito que todo mantel de mesa, colchas o servilletas para las tortillas, deberían de tener aunque fuera un sencillo bordado hecho con hilaza, en un principio eran de manta, ya posteriormente el punto de cruz lo hacían en tela propia para éste. La manta que se obtenía de los costales de harina y azúcar principalmente era la tela con la que la mayoría de las amas de casa le hacían las camisas a su familia, y para que no se viera la camisa de vil manta, la pintaban con anilinas; el proceso

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era sencillo, en una olla con agua, se metían las prendas de manta, se agregaba la anilina, y se ponía a hervir, las prendas de manta que usaba mi abuelito y que apenas me tocó conocerle, que era camisa y pantaloncillo, a éste se le llamaba calzón de manta, y mi abuelo nunca aceptó que le pintaran ninguna de sus prendas, le gustaba lucir la manta en todo su esplendor. Había un solo comerciante que era el único que trabajaba prácticamente toda la semana, y lo hacía por la tarde, cuando ya había caído el sol. Era el panadero del pueblo; en la mañana hacía su pan y en la tarde lo vendía, se salía a caminar por el pueblo con su palangana en la cabeza y por las calles gritaba la llegada del pan, y a quien metía en verdaderos aprietos era a las mamás, ya que la mayoría tenía mínimo de tres a cinco hijos, menores de diez años, quienes al escuchar al panadero, corríamos con nuestras mamás a rogarle que nos comprara una pieza de pan, pero acompañado con leche, con lo que le quitaban la sabrosura a dicho pan; era todo un manjar ver la palangana llena de exquisitas conchas con azucarado blanco y chocolate, y qué decir de los picones con su cruzado azucarado, sus apetitosos cortadillos, sus ricas semas y muchos más. Cuando no había para pan, las mamás nos compraban un medio kilo de galletas de animalitos, que no se comparaban con el pan, pero a veces nos teníamos que conformar, pero aquellas galletas de animalitos sí eran sabrosas, y cada uno de sus animalitos estaban bien configurados, lo que nos permitía jugar con las jirafas, tortugas, elefantes changos, y demás animales del zoológico, antes de consumirlos; su sabor, consistencia y crujiente doradito, en ocasiones acompañadas con leche, era lo único que cenábamos. Estas galletas en la actualidad las hacen todas huecas, para saber qué figura de animal tiene, se requiere bastante imaginación, su color da la impresión que no pasaron por el horno, las cuales ya no tienen gran aceptación. Lo que son las cosas, estas galletas, si uno las quiere consumir en el país de nuestros primos güeritos, las encuentra uno en las maquinitas que se le echan monedas, y es un producto que no le quita status a quien las consume; a diferencia de nosotros, que si las consumimos, nos quita categoría.

LA ESPERADA FIESTA ANUAL En la víspera de nuestra gran fiesta que celebramos el 12 de enero, desde noviembre mi papá surtía la tienda de cohetes explosivos y de bengala; de los

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primeros había dos clases, uno era económico y estaba hecho de cañutos de carrizo de 10 cms., éste se rellenaba de pólvora y se enredaba de un hilo de ixtle enchapopotado, y su varilla era de alguna hierba recta, estos cohetes se utilizaban para las peregrinaciones de entre semana en el novenario previo al 12 de enero, y sábado y domingo se utilizaban los cohetes de lujo, éstos eran como de 15 cms. de cartón y varilla de madera. Los cohetes económicos eran codiciados por los adolescentes y niños que les dábamos cantidad de usos; había quienes le cortaban la varilla y los enterraban en áreas lodosas, le prendían y con la explosión dejaba un gran cráter, otros le cortaban la varilla y lo aventaban hacía árboles frondosos, que al llegar a éste explotaba y destrozaba muchas ramas, otros nada más por el placer de utilizarlos por las noches, ya fuera para asustar a vecinos o llamar la atención, y como no había luz eléctrica su utilización se veía espectacular. En las peregrinaciones, el que lanza los cohetes va haciendo punta con un tizón o cigarrillo los prende y lanza hacia arriba, las peregrinaciones empiezan normalmente al atardecer y culminan con la noche encima, para esto la gente lleva su vela en la mano para cuando les cae la noche prendan sus velas, es un espectáculo incomparable, porque entre cantos y rezos la peregrinación transcurre rápido; recuerdo que en una ocasión mi tía Amalia, a quien le correspondía cuidar el orden y disciplina de la peregrinación, vio que un niño adrede quiso quemarle con su vela la trenza a una niña, más valió que no lo hubiera intentado, le puso una regañada y un jalón de orejas, que el niño toda la peregrinación rezó con toda la devoción del mundo. Otra procesión que era espectacular y que únicamente me tocó ir en una sola ocasión, acompañando a mis abuelitos, era la que se hacía a la Ceja, una ranchería ubicada al norte de La Estanzuela, no recuerdo en honor de quién se hacía, o si fue de las últimas que se hicieron, ya que nunca me tocó repetir. La peregrinación empezaba al anochecer, y para alumbrarnos, en el trayecto utilizábamos antorchas de ocote, salíamos del pueblo y como era de cuesta arriba, se veía increíble, toda la gente con su antorcha en la mano. Ya que llegamos a la Ceja nos albergaron en el patio de una casa grande; las antorchas se colocaron alrededor del patio, y éstas alumbraban el área, como lo hubiera hecho el mejor de los reflectores. Ya que terminó todo el acto religioso toda la gente agarró camino rumbo a la Estanzuela, mis abuelitos tomaron la decisión de irnos al rancho Ojo de Agua, ya que en esa época ellos no estaban viviendo en La Estanzuela, sino en el rancho, por lo que enfilamos en ese rumbo; íbamos a menos de medio camino cruzando unos zacatales, y

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no nos dimos cuenta que era un área lodosa, y mi abuelito llevaba cerillos, pero muy pocos y en intentar prender la antorcha de nuevo, se los acabo rápidamente, como era tiempo de aguas, el cielo estaba completamente nublado, ni luna, ni siquiera una sola estrella; tuvimos que seguir adelante, aunque parezca increible, aunque limitada-mente, pero se puede alcanzar a ver en la obscuridad, ya que en esa ocasión logramos llegar hasta el rancho, sin ningún bastón o chucho que nos guiara, eso sí nos dimos unas atascadas de lodo, ya que en ocasiones nos zambutíamos más allá de las rodillas. Todavía recuerdo que para una Semana Santa iba yo por la calle, caminando tranquilamente con toda la inocencia propia de un niño, en eso a corta distancia ví un objeto quizás fue un pequeño bote de hoja de lata, llegué hasta él y le tiré una patada, y continué mi camino, y en eso siento que intempestivamente me alcanza una señora me detiene, se me para enfrente de mí, toda enrebozada hasta de la cara, se despeja su cara y me empieza a gritar; muchacho insolente, cómo te atreves a tirarle una patada a ese bote, no sabes que esa patada es como si se la dieras a Dios, yo todavía no reaccionaba al regaño, y me dije, pues a quién maté, y la señora me dice: en la noche que vayas al rosario tendrás que confesarle al padre lo que hiciste. Qué esperanzas que en esos días pudieras escupir al suelo, tirarle a un pájaro o bronquearte con alguien, si lo hacías, la gente se te iba como enjambre a recriminarte; hasta si te bañabas en esos días, cometías pecado; estrictamente prohibido practicar cualquier tipo de juego, deporte o diversión.

Josefina Guzmán Guzmán, Refugio Lamas Guzmán. Mis padres recien casados de flamante luna de miel. Antes de nueve hijos. JOSEFINA GUZMÁN GUZMÁN Y REFUGIO LAMAS GUZMÁN. MIS PADRES RECIEN CASADOS DE FLAMANTE LUNA DE MIEL. ANTES DE NUEVE HIJOS.

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Otra utilización que se les daba a los cohetes negros o económicos, era en las ristras, éstas eran un gran número de cohetes que se acomodaban en forma circular, como formando una flor, pero de color negro o también los acomodaban en forma rectangular o simples hileras de cohetes, éstos se encendían cuando el padre durante la misa levantaba el Santísimo, esta información de la hora exacta de la levantada del Santísimo le llegaba al encargado de las ristras; vía telegrama, ya que las ristras se prendían en la azotea del templo, aunque con el tiempo se tuvo que cambiar de lugar, ya que con tanta explosión de cohetes la azotea empezó a agrietarse, y las ristras hubo necesidad de cambiarlas de lugar, a la plaza anexa al templo, allí acomodaban los cohetes en el suelo, en este nuevo lugar se facilitó la avisada para que empezaran a quemar las ristras ya que todo era a base de señas y silbidos, y nunca fallaban, los cohetes empezaban a tronar exactamente, a la levantada del Santísimo. El poder ver este espectáculo era bonito; para empezar, el ruido era ensordecedor, imagínese el fuego de docenas de cohetes explotando a un mismo tiempo. Yo creo que si el diablo se alimentara de lumbre allí encontraba un exquisito buffete, pero el chamuco ni de chiste se arrimaría por nuestro rumbo, porque allá el 100%, excepto mi tío Carlos, el resto de la población éramos católicos. Lo que si es un bello espectáculo es la quema de castillos, con sus luces multicolores, algunas de sus partes de forma circular dando vueltas hasta que sus luces se terminan, ya casi para consumirse aparecen las figuras religiosas, sin faltar la virgen de Guadalupe, a quien se venera durante la fiesta, ya por último la tradicional rueda o corona que empieza a dar vueltas y sale disparada hacia las alturas. Recuerdo en una ocasión empezaba a quemarse el castillo y yo andaba estrenando una chamarra gruesa, de las que están hechas como de cobija, la mía era fondo gris con rayas rojas y azules, el clima de nuestra tierra, vaya que es extremoso; en sequías ni qué decir, un tremendo calorón, pero en invierno, como para esquimales; los arroyos se congelan, el rocío del campo se convierte en escarcha, entonces debes de andar bien abrigado. Con el castillo que apenas empezaba a quemarse, yo ponía las manos extendidas para que me cayeran lucecitas de las que aventaba el castillo y ví que no me quemaron, y me dije: estas lucecitas, no queman, y crucé corriendo por debajo de éste, me di vuelo pasando por debajo, al rato la cantidad de niños estaban

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haciendo lo mismo, hasta que el castillo se consumió por completo; yo feliz. Al siguiente día en la mañana, mi mamá nos levantaba para que fuéramos a misa temprano. Me levante, agarré mi chamarra salí, y en eso mi mamá se me queda viendo y me dice a ver ven, qué le pasó a tu chamarra; que le pasó de qué, que la voy viendo, estaba tapizada de puntitos chiquitos negros, los cuales al calor de la diversión y como en la noche todos los burros son pardos nunca los vi, mi mamá me dice: mira nomás lo que le hiciste a tu chamarra, que apenas estrenaste anoche; ven para acá. Me puso una paliza, que para mi fueron como diez, ni siquiera fue con un palo; éstas no duelen tanto ya que seguido me las ponía con el palo de la escoba, en ésta ocasión agarró una chavinda soga especial para charrería, con la cual los fregadazos duelen de verdad. Y aún así tuve que ir a misa, imagínense con qué devoción escuché la misa. De allí en adelante los castillos los veía un poco más retiradito. De las fiestas del pueblo, los castillos los gozábamos de lo lindo, pero al final de éste, lo que esperábamos con ansiedad eran, los toritos era una estructura hecha de carrizo y forrada de papel dándole la figura precisamente de un toro, pero la tapizaban de buscapiés, que no eran otra cosa que cohetes no explosivos unidos con una mecha que al encenderse ésta, empezaban a salir disparados, pero no se elevaban, se desplazaban hasta que se les acababa la pólvora, como a medio metro de altura. Lo divertido era que por dentro del torito como éste era hueco, se metía una persona y empezaba a correr hacia las multitudes, y el torito aventando buscapiés en todas direcciones, la gente corría despavorida, los buscapiés también los aventaba el castillo y la diversión era grande, las quemaduras por éstos, era frecuente ya que en ocasiones se te metía por la parte de abajo del pantalón y las quemadas eran tremendas, ya que cuando te entraba al pantalón de aquí a que querías desabrochártelo, difícilmente lograbas librar la quemadura, ya que la desesperación te hacía que oprimieras el cohete con las manos para lograr que se te apagara, pero la quemadota no te la quitabas. Lo horrible era en el caso de las mujeres, cuando también les sucedía esto y el buscapiés les entraba por debajo de la falda. La solución era sencilla, levantar la falda y dejar que el buscapiés siguiera su camino, pero el recato no se los permitía y se lo apagaban presionando la falda contra su cuerpo hasta que se apagaba; era normal que a las muchachas que les sucedía esto, no las volviéramos a ver durante varios días, sino hasta que las heridas les sanaban.

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En una ocasión, la troca de Alejandro estaba estacionada en la plaza donde se quemaba el castillo, y para protegerse de los buscapiés, los dueños de ésta, se metieron en la caseta y dejaron el vidrio un poco abajo para que les entrara algo de ventilación y poder gozar el castillo sin ninguna preocupación por los buscapiés, pero tanta fue su mala suerte, que precisamente por la pequeña abertura del vidrio, por ahí les entró el buscapiés y se integraron al show que representa ver la quema del castillo. Otra mercancía que era muy solicitada en la víspera de la fiesta eran los faroles de papel, que se colocaban en las casas en la puerta, exactamente en medio de ésta, con vista a la calle, se veían tan bonitas las calles que se sentía uno transportado a la época de la colonia, los faroles existían en una gran variedad de formas y colores la mayoría eran multicolores y sus figuras iban desde cilíndricas, cuadradas, figuras caprichosas, a mi se me hacía tan raro que a un farol de papel se le metiera una veladora, se prendía e iluminaba esplendoroso y aparte no se quemaba el papel; transcurrieron casi tres décadas, llegó la electricidad y los faroles de papel desaparecieron. Una de las tantas cosas negativas que provoca el “gran desarrollo”.

LOS JUEGOS QUE NO VOLVERÁN Algo que no podía faltar en las tiendas eran las canicas, había canicas de barro para los amolados, y las cristalinas para los pudientes, mi papá, de la tienda me daba únicamente de las de barro, enfrente de mi casa, a pocos metros se juntaban bastantes niños y uno que otro colado adolescentón, en el cuadro o círculo de juego se juntaban cantidades enormes de canicas en disputa, pero eran más de barro que cristalinas, ya que si se iba a jugar con canicas, de las caras, yo podía entrarle si pagaba cinco de barro por cada una de las cristalizadas, seguido me dejaban sin nada, pero valga decirlo había días que si corría con suerte, salía ganador con grandes bonches de canicas. El que si era más malo que el pecado mortal para jugar canicas, era mi hermano Ramón. Recuerdo que en una ocasión ya me habían dejado sin una canica a mi; se armó un juego como de diez competidores, se fueron eliminando poco a poco y yo fui uno de ellos, y por azares del destino, Ramón y otro muchacho, quedaron para disputar todo el kilo de canicas, yo no me hacía muchas ilusiones, se prolongó por buen rato el juego, el rival de mi hermano,

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ese si que era bueno, pero ándale, que cometió una falla y le quedó su canica junto a la de Ramón como a diez centímetros de distancia, el amontonadero de muchachos, y me dije, bueno hasta yo voy a salir beneficiado, porque era un mundo de canicas, no empecé a juntar las canicas porque me iba a ver muy lángaro, me dije, mejor me espero, que al cabo que el tiro, vas a ser puro trámite, a esa distancia quien va a fallar, y ándale que tira y que falla, no sé si antes de esto mi hermano ya era muy estudioso, pero a partir de allí, ya no le gustaron las canicas, pero en la escuela sacaba puro dieces y nunca los cambió por calificaciones inferiores hasta culminar su carrera de médico. El jugar a las canicas, era padre cuando ibas ganando, pero era desesperante cuando te iban pelando, y te veías obligado a hacer chapuza, pero esto únicamente cuando te lo permitían, ya que no faltaba quien se diera cuenta y reclamara. Las faltas más comunes que cometíamos era: hacer puya, otra, acercar la canica del rival cuando uno la levantaba con el pretexto de limpiar el área, para tratar de asegurar el tiro, cuando volvías a colocar la canica en su lugar, lo hacías con tal maña, que la acercabas hacia a ti mañosamente, procurando que no se diera cuenta. Esta misma chapuza la cometías cuando le ponías cerrito de tierra a la canica. Esto de ponerle cerrito de tierra a la canica del rival, pronto pasó a ser una técnica rudimentaria, ya que con la entrada de algunos medicamentos inyectados, las botellas donde venían éstos, traían una especie de tapón de hule, que normalmente era de color rojo, y

Mi mamá, Javier el segundo de la familia y Aurelio, de dos años diez meses y cuatro años respectivamente. Todavía no era mis hermanos, ya que la cigüeña me trajo hasta el quinto viaje (lugar que me corresponde en el escalafón familiar).

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sellado a la boca de la botella con un anillo metálico, y era lo que le llamábamos chonguito, normalmente para obtenerlo había que quebrar la botella, este chonguito se cargaba junto con las canicas, cuando alguien conseguía algún chonguito azul o blanco, el dueño era la atracción a la hora de jugar canicas. Pero cuando había algún juego especial por decir nada más uno contra uno, de a muchas canicas, se establecían reglas especiales, por ejemplo no se permitía utilizar chonguito, ni limpiar el área donde quedaba la canica del rival, no podías matar al rival de rebote, si lo hacías, el triunfo no procedía, y tu canica se quedaba donde había caído después del rebote, y era lo que decíamos: de rebote te quedas, lo que si estaba permitido era lo de chiras pelas, que consistía que de un solo tiro podías matar a dos o más rivales producto de una carambola, con canicas de otros rivales, pero esto era lo que llamamos chiripazos, ya que no era común, ese mismo calificativo se le daba cuando matabas a un rival desde una distancia por demás lejana o que no podías ver la canica del rival, y tirabas nomás por tirar, ya que al hacer blanco en la canica del rival era por demás imposible, pero que aún así lo lograbas. Me acuerdo que Ramón tenía muy buena amistado con un hijo de mi tío Carlos, Carlitos, hijo mayor; ellos eran de las familias acomodadas del pueblo, y era todo un adolescente, y yo un mocoso, y en una ocasión me dijo, Félix vamos mañana de cacería, le dije —claro!, nos vemos a tales horas; me previne, fui al arroyo a buscar piedras con figura algo redondeada para mi resortera, junté un buen tambache y al siguiente día me fui de cacería, con alguien que era ya un adolescente y yo todavía un escuincle, y me sentí una persona muy importante, llegó por mí, y empezamos el safari, nos brincamos al primer corral porque él vio una torcasita parada en un mezquite, yo llevaba mis bolsas atascadas de piedras, yo lo veía, a él sin mucho bulto pero en fin, y que empieza a tirarle con su resortera, hizo como dos tiros y ésta nada que volaba, yo creo que como al tercer disparo voló, así quedó la cosa, por mera casualidad pasé cerca de donde estaba la torcacita, y que veo que mi primo estaba utilizando canicas de barro como proyectiles, y yo con viles piedras del arroyo, me sentí mal, ya que yo utilizaba estas canicas para los grandes juegos que se hacían enfrente de mi casa y pagaba cinco por una cristalina, y él las estaba utilizando como municiones para nuestro safari, y terminé el safari, más a fuerzas que por convencimiento.

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Nunca fui afortunado con esta familia; en otra ocasión me fui de safari con mi primo José Luis hijo de mi tío Carlos, hermano menor de Carlos; el safari era corto prácticamente fue enfrente de mi casa, al corral de mi tío Eutiquio, el cual bordeaba el arroyo hasta el puente y éste tenía plantío de carrizo; en esa época, en la Estanzuela era común ver cantidad de parvadas de tordos; pájaros negros un poco más chicos que la torcasa. Al atardecer se veían docenas de parvadas que cruzaban en un ratito todo el pueblo, iban y venían, eran manchas negras cruzando los cielos y en un santiamén estas manchas hacían diferentes figuras en el aire, como era tardezón, no habíamos obtenido ninguna presa, esta área era lodosa, en eso veo venir una parvada de estos pájaros, preparo mi arma, apunto hacia arriba, el tiro fue tan certero que del resorterazo derribo un tordo, pero al hacer el disparo, resbalé y mis pies se sumergieron en el lodo, y al suelo; para no caer completamente, metí las manos, para esto el lodazal era de barro negro, pero antes de caer por completo, vi que mi primo también disparó, pero casi podía apostar, que él disparó cuando la parvada había pasado o sea mucho después, fue prácticamente cuando yo me encontraba en el aire rumbo al lodazal, yo abajo sabía que le había pegado a un tordo y en eso grita José Luis, le dí, pero porque el tordo ya venía cayendo por mi disparo; yo no pude correr por la presa de momento, apenas estaba haciendo trámites para ponerme de pie, fue horrible tragarme triple coraje: el haberme caído al lodazal, perder la presa, y lo peor, que me exhibieran como un pésimo cazador con los cuates y su familia, porque al regreso del safari llegó presumiendo su puntería y presa obtenida. Lo que son las cosas, nosotros con una buena tienda, y a mí en la Estanzuela nunca se me hizo andar con zapatos, los que sí utilizaban, eran Javier y Aurelio, los dos más grandes de la familia, eso sí, traían de los mejores huaraches, pero hasta ahí. Recuerdo que en una ocasión, mi papá estaba en la tienda con varios amigos y como yo no salía de ella, se me ocurrió pedirle que me regalara unas botas negras preciosas, si éstas no lo estaban, a mí se me hacían, ya que las conocía de vista nada más. Y como que a mi papá lo desbalancé con tal solicitud y me contestó: tú no puedes usar botas porque no tienes calcetines, y sí en realidad, jamás había tenido calcetines, no di contrarespuesta; en un descuido me fui corriendo a la casa como pude, llegué a la sala y del primer cajón del ropero saqué un par de calcetines, no supe si

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eran de Javier o Aurelio, como era lógico a mí me quedarían grandes, busqué las tijeras, me los medí, y lo que les sobraba, de allí les corté, ya a mi medida, como Dios me dio a entender, los surcí y me regresé a la tienda, llego con mi papá y le digo: papá, ahora sí ya me puedes dar las botas, porque ya tengo calcetines, ya los llevaba puestos; los amigos de mi papá soltaron la risa, mi papá entre risa y enojo, me regañó, me dio mil y una explicaciones, pero al final de cuentas, no me dio las botas. Era frecuente que en la tienda por las tardes hubiera bastantes amigos de mi papá, porque no había muchos lugares a donde ir, después de terminar las labores del campo, en la tienda, había un radio que nunca me tocó escuchar, y era como del tamaño de una T.V. de 28 pulgadas, pero más alargado verticalmente, quizás esto haya sido un atractivo más de la tienda. Cuando iba de visita a la casa de mi tío Carlos, ahí todos usaban zapatos, la envidia me corroía, recuerdo que en su casa, en el cuarto donde ellos guardaban los avíos, tenían un montón de zapatos que ya habían deshechado, yo los veía, y me decía: si la mayoría se ven todavía buenos y ya no los utilizan, varias veces me vi tentado a pedirles que me regalaran un par, pero mi orgullo nunca me lo permitió. Otros artículos que eran muy solicitados en la tienda, eran los baleros, yoyos y trompos; teníamos gran variedad principalmente en colores donde relucían el rojo, amarillo, azul, negro y rosa mexicano principalmente; en la familia, el que salió bravo para estos tres juegos, fue Javier mi hermano, seguido llegaba a la casa con baleros y trompos para nosotros y le preguntábamos cómo los había adquirido. En el caso de los baleros, se los había ganado jugándoles a sus amigos a ver quién hacía más capiruchos sin errar. De los trompos ya ni se diga, si éstos abundaban en colores, también en figura y tamaño, pero los más codiciados, eran los hechos de mezquite, ya que es una madera muy resistente y difícilmente se partían, a mí me tocaba verlo jugar. Había un juego en que si se fallaba cierto tiro, el trompo del que fallaba se tenía que poner al centro de un círculo, y los demás les tiraban para dañar a los trompos del centro, con el propio, era tan certera la puntería, que los partía en dos. Cuando te hacían esto, casi chillabas, pero cuando lo hacía uno, era la satisfacción total, había otro tipo de competencia de trompo. Seguido te llegaban amigos y te decían: juegas trompo “de a perderlos”, este juego era

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que se lanzaba el trompo, y el que terminara de girar primero, perdía su trompo, si por desgracia tu tiro se chisquiaba o te salía una pedrada y el trompo no bailaba, desde ahí ya habías perdido tu trompo. Otro muy común, se hacía un círculo como de metro y medio de diámetro, se jugaba de a dinero, las monedas se colocaban en el círculo y de ahí había que sacar las monedas, se lanzaba el trompo hacia las monedas, si no les pegaba, ni modo, se recogía éste girando, lo ponías en tu mano y sin que parara de girar, lo aventabas sobre las monedas, con la técnica que te favoreciera, pero el objetivo era sacar las monedas del círculo, la moneda que sacaras, ya era para ti. Otro de “a perderlos”, era aventarlo, y que no pegara en el piso, cacharlo, girando en tu mano, y el que dejara de girar primero, perdía su trompo. Seguido terminaba uno con tremendos moretones o cortadas, de parte de aquellos que su tiro de trompo se les chisquiaba y salía un pedradón marca diablo, si te pegaban en alguna parte del cuerpo que no fuera la cara, no había bronca, el problema era cuando lo recibías en pleno rostro, porque cuando la competencia era entre varios, nada más zumbaban los tiros y trompos, ya girando en la mano de los competidores, tenías que estar muy atento a las jugadas para no irte a tu casa con una alcancía gratis, producto del golpazo de un jugador que falló el tiro. La suerte más difícil de lograr era la de echarse el trompo a la uña. El yoyo no despertaba tanta pasión, pero también hacía ruido como juego. Había otro juego que se practicaba y también se armaban buenos relajos y era el de: los zumbadores, éstos se hacían con una corcholata de refresco, ésta se aplanaba de tal forma hasta que quedara perfectamente plana, después al canto de la corcholata se le sacaba filo, tallándola contra una piedra lisa o contra alguna parte que estuviera enjarrada de cemento alizado, ya que se le había sacado el suficiente filo, a la corcholata se le hacían dos orificios al centro de la misma separación, como los de un botón, hecho todo esto se le pasa un hilo de algodón, -todavía no existían los sintéticos-, por los dos orificios calculando unos 70 centímetros, y que al pasarlo por los dos orificios y uniéndolos con un nudo, queda de 35 centímetros o sea a la mitad, así ya queda listo para usarse, se inserta una punta en el dedo gordo de ambas manos, le das poquitas vueltas al zumbador, hecho esto empiezas a abrir y cerrar las manos como si estuvieras tocando un acordeón al ejecutar esta acción, el zumbador gira velozmente, y si uno le pone un papel o algo delgado, lo cortaba fácilmente, el nombre le viene precisamente por el zumbido que despide al

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estar dando vueltas. Este juego consistía en competir con otro y a ver quién le troza a quien el hilo primero. Esto si era peligroso, porque al enfrentar los dos zumbadores y chocarlos a la altura de la cara, si no calculaban uno, la fuerza podía pasarse hasta la cara del rival y hacerle buena cortada, ya que normalmente los dejaba uno muy filosos. Los papás y profesores nos veían jugando esto y nos regañaban, pero cierto es lo que dicen por ahí, lo que más nos gusta es lo prohibido, lo que mata o engorda. Otro juego muy popular, pero éstos nos los vendían en la tienda, eran los papalotes o cometas, a la entrada del pueblo había varios llanos, por los meses de febrero y marzo, ahí nos íbamos a volar los papalotes, llegaban al lugar, papalotes de papel armados con delgados popotes y engrudo, pero había algunos más sofisticados hechos de manta y hasta más de un metro de grandes, y con gran variedad de figuras, para armarlos, en lugar de popotes, utilizaban otates, una especie como de bambú o carrizo, pero éstos no eran huecos, el tamaño de la cola de éstos era proporcional al tamaño del papalote, y estaban hechas de retazos de tela delgada unidos con nudos, todos los papalotes traen integradas a las colas, mínimo dos navajas de afeitar, de aquellas que se les ponían a los rastrillos y que se colocaban entre los retazos, la navaja servía como un eslabón entre retazo y retazo, la función de las navajas era por si algún otro papalote se le acercaba, supuestamente con las navajas le cortaría el hilo. A mí nunca me convenció esta teoría, ya que el papalote se puede manipular de alguna manera, jalándolo, soltándolo, pero poder controlarlo para dirigir su cola, de tal manera que con las navajas de afeitar, lograra cortar el hilo intencionalmente de otro papalote, nunca lo vi factible, lo más que se lograba era que los papalotes se enredaran arriba, además para la invención del control remoto, todavía faltaba bastante tiempo. Cuando los papalotes se enredaban en las alturas, los dueños hacían lo mismo abajo, liándose a golpes por lo sucedido a sus papalotes, a mí me sucedió esto, pero corrí con suerte, ya que en una ocasión accidentalmente se me soltó mi papalote y se fue a enredar al de un vecino, se molestó tanto que de milagro no me golpeó y no lo hizo porque no le hubiera aguantado ni siguiera un golpe, él era un adolescente fornido y yo un escuincle insignificante. Otra diversión que practicábamos mucho, pero que teníamos que esperar a que llegara el tiempo de aguas, era la de atrapar mayates de castilla y amarrarles

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un hilo a unas de sus patas y te dabas unas divertidas de enanos, lo soltabas y te ibas detrás de él, le soltabas el hilo con lo largo que quisieras, el patio de la casa se nos hacía chiquito para volar tu mayate, hasta cuando ibas a un mandado te lo llevabas y si éste era de ir a la tienda, te lo llevabas volando y antes de llegar a la tienda jalabas el hilo, agarrabas el mayate y lo guardabas en el puño de tu mano, ya que salías de la tienda, lo echabas a volar de nuevo, estos animalitos eran bonitos, ya que su caparazón y alas eran de un verde bandera obscurón, el resto de su cuerpo era de un verde esmeralda, pero además cromado, lo que los hacía verse más llamativos para los niños; los había de todos los tamaños: chicos, medianos y grandes; en la casa abundaban los árboles frutales y a estos animalitos era seguro encontrarlos en este tipo de árboles, en la casa tenían predilección por los duraznos, y ahí era donde los cazábamos, lo feo o la chilladera venía cuando el mayate se te iba con todo y hebra.

Casi toda la familia, pero todavía faltaban por llegar tres. En el orden acostumbrado: Aurelio, Cuco, mi mamá con mi hermana Chuy en sus piernas, Ramón, mi papá, yo en sus piernas y Javier.

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Existía otro tipo de mayate de color negro, pero su aspecto no era nada agradable, lo que era su cabeza tenía una especie de cuerno como el de un rinoceronte y todo lo que era su caparazón es muy resistente porque recuerdo que uno los pateaba y por allá iban a dar, y ya que dejaban de rodar, el animalito emprendía su vuelo. Otro aspecto que no hacía nada atractivo a este animalito, era que su actividad desde que amanecía, hasta que el sol se metía, consistía en transportar por la vía terrestre pero debidamente flejado y hasta su guarida que normalmente estaba a grandes distancias, esta mercancía venía a ser todo tipo de estiércol, esta palabra en aquellos tiempos, nadie la conocía; el tener que escribir con educación e higiene, no es cosa sencilla, ya que en el pueblo a este animalito no se le conoce con otro nombre que no sea el de mayate de cagada, la que transportaban en porciones echas bola, las que poco a poco rodaban empujándola hasta su guarida, era de llamar la atención que estas bolas normalmente eran del doble del tamaño que el pobre animalito, todos admiran a la abeja por trabajadora, pero ésta se queda chiquita ante este tipo de mayate, ya que la abeja transporta cualquier cantidad de polen en sus patas, lo que no es muy pesado, lástima que el mayate no transporte polen, pero animalitos chambeadores como estos mayates, hay pocos. Durante todo el tiempo que tuvimos dinero, todo el mundo te veía bien, además no desempeñábamos el papel de ricos nada mal, teníamos una de las mejores tiendas.

NI TANTO QUE QUEME AL SANTO, NI POCO QUE NO LO ALUMBRE. También una de las dos únicas panaderías que existían en el pueblo, apenas me acuerdo, que para el día de las madres llovían órdenes de panes porque no se les podía llamar pasteles, ya que no llevaban ningún tipo de betún o adorno, se limitaban a un pan grande, redondo, cuadrado, triangular, etc. Y con un hilillo de la misma masa de harina, se le ponía felicidades o el nombre de la mamá, nos veíamos en grandes aprietos para obsequiarle algo a mi mamá, y cuando ella se daba cuenta, nos decía: a mí en lugar de todos los regalos que me quieren dar, mejor obséquienme una misa o comunión de parte de ustedes, eso es de más valor para mí. Nunca le hicimos caso, siempre le regalábamos algo material, de cualquier manera lo de las misas, comuniones e idas al rosario, no eran muy seguido, pero había que ir a

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misa todos los sábados, domingos, días festivos y por las noches las idas al rosario, las cuales eran únicamente trescientos sesenta y cinco días al año, y si uno no iba, lo teníamos que rezar antes de acostarnos, y éste lo dirigía mi mamá y en lugar de hacerlo de diez misterios, lo hacía de 15, para colmo, cantado, yo creo que duraba como media hora, pero mínimo lo sentíamos como de tres horas, total que nos resultaba mucho más barato ir en las noches a rezarlo al templo, que dejarlo para antes de acostarse. El echar mentiras todavía no se usaba, porque el hacerlo significaba caer en pecado mortal, casi era como irse directo al infierno, sin derecho a hacer escala en el purgatorio, a no ser que te fueras a confesar y que el cura anduviera de buenas y te los perdonaba mediante una buena penitencia, con lo cual te salvabas del inminente infierno. Con esto, regresaba la tranquilidad a tu persona, ya que si no te confesabas por algún pecado cometido, no andabas tranquilo hasta que ibas con el padre a confesárselo. Exagerando un poco, después de cada confesión mía, al siguiente día estaba el sacerdote en mi casa. Nunca supe si le platicaba mis pecados a mi mamá o era mera coincidencia su visita, pero de que el padre nos visitaba, era una realidad. Era tanta la relación entre el clero y mi mamá, que en el pueblo había dos sacerdotes: el padre Juan y el Sr. Cura Gracia que terminaron siendo compadres de la familia, ya que ellos nos presentaron para la primera comunión a Cuco y a mí. Para que se den una idea en la estima que tenía mi mamá al clero, si teníamos engorda de puercos, el mejor era para el señor cura, lo mismo si eran gallinas, guajolotes; también con la cosecha de maíz y frijol lo mismo, la primera remuda que llegaba cargada, se dejaba con el sacerdote, de los quesos y derivados de la leche, ya ni se diga. Los pobres padres llegaban al pueblo todos flacos o de complexión normal y salían cachetones y como con dos o tres tallas más gruesas. En ese tiempo existían dos escuelas, la de arriba y la de abajo; la de abajo era del clero y se pagaba una cuota y era la de categoría; la de arriba, era del gobierno y no se pagaba nada. Está por demás mencionar que nosotros estudiábamos en la de abajo, ésta estaba ubicada anexo al templo y se entraba por el curato, con su jardín al centro y abundante vegetación, los salones de planta baja con arquería y vivos de ladrillo rojo, salones en planta alta, y de alumnos hasta la saturación, la escuela de arriba era de una sola planta y ni siquiera así se llenaban los salones. A Cuco y a mí, nos tocó estudiar en la de

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abajo únicamente párvulo, Javier y Aurelio si alcanzaron a hacer toda la primaria en esta bonita escuela. Hubo un tiempo en que los sacerdotes no querían confesar ni dar la comunión a los padres de familia que tenían a sus hijos en la escuela de gobierno. Aurelio en cuanto terminó la primaria, emigró a la gran ciudad a continuar con los estudios de secundaria; se vino con el profesor Figueroa, un maestro, que parece ser, era sobrino del Sr. Cura Gracia; era un desgraciado en toda la extensión de la palabra, aunque en la Estanzuela se les dice de otro modo, que significa lo mismo y un poco más. Tenía una manera criminal de castigar a los alumnos, usaba una rama de varadulce, yo calculo como de unos ochenta centímetros, para castigar a los alumnos, la única ventaja que tenía era que te daba a escoger el castigo, si iban a ser cinco varazos, te preguntaba si los querías en las manos –pero éstas extendidas-, la otra opción nada atractiva era en las piernas pero con el pantalón levantado, lo peor de todo es que el castigo; te lo aplicaba al centro del jardín cuando todos los alumnos estaban formados para pasar a sus salones, y enfrente de todo el alumnado de la escuela, difícilmente no llorabas por el dolor, pero si lo soportabas, entonces llorabas por los golpazos a tu orgullo. En una ocasión a dos hermanos, Felipe y Javier, que ya casi estaban por entrar a su salón en planta alta; para esto el profesor Figueroa estaba observando desde abajo que formaditos llegaran hasta su salón, en eso sin salirse de la formación; únicamente porque Javier le dijo a Felipe algo que debió haber sido algún comentario, probablemente relacionado con la clase, esto se notó por la gesticulación al hablar y que su hermano le contestó. El profesor Figueroa se dio cuenta y mandó bajar a todo el grupo, los alineó con los demás grupos tal como estaban antes de subirse y dijo: Felipe y Javier, pasen al centro. Ya que estaban ahí, les dijo: arrísquense el pantalón, los dos se lo subieron a la altura de la rodilla, curiosamente no traía la rama de varadulce, suponíamos que por esta razón se salvarían del castigo, ya que tenían el pantalón subido, les dijo: quítense el cinturón. Utilizó los cintos de ellos para golpearles las piernas en la parte de atrás. En esta ocasión no les dio a escoger entre castigo a manos o piernas, nada más en esta ocasión se vio injusto, ya que normalmente les daba a escoger.

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Este maestro era queridísimo y estimado absolutamente por todos los padres de familia del pueblo, y de mi mamá y de mi papá ni se diga, porque a Aurelio lo dejaron venir a la gran ciudad con la condición de que viniera con el profesor Figueroa, ya que coincidía su regreso con la terminación de la primaria de Aurelio, no sin antes de que mi mamá le hiciera hincapie en que se consideraría afortunado de irse a estudiar y tener como apoyo o tutor a una gran y estimada persona, pero el deseo de superación hace que situaciones como ésta, te vieras obligado a aguantar. Ya en vísperas de la salida a estudiar de Aurelio, eran frecuentes las visitas del profesor a la casa, cuando éste llegaba, nada más porque todavía no conocíamos las alfombras rojas, si no, mi mamá hubiera ordenado como obligatorio su colocación a la llegada del profesor. Además, no se la pasaba nada mal, si era la hora de la comida, desde que le abrían la puerta del zaguán, decía: qué bonito huele. Fiel discípulo de su tío el Sr. Cura Gracia, porque para que le llegara el olor desde la cocina, estaba difícil; había que cruzar el zaguán, dar vuelta a la izquierda y como a cuarenta o cincuenta metros estaba la cocina, pero señora cocina, tranquilamente medía el total de extensión de los departamentos que se hacen actualmente para la casa necesitada, y de altura sin exagerar, la altura de dos departamentos.

Mi tío David, cuando apadrinó a Ramón en su Primera Comunión

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Entonces el olor, yo creo que apenas alcanzaba para dispersarse por toda la cocina, y el profesor salía con: “qué bonito huele”, lo que pasaba es que era un gorrón consuetudinario. Pero de que la casa era grande, ni duda cabe; para empezar el zaguán era bastante grande, al entrar a cada uno de los lados existían pretiles adosados a la pared que se utilizaban para colocar sobre ellos todos los avíos de las remudas de todos los que llegaban de visita, e incluso de nuestras remudas cuando éstas regresaban de la labor. Por ahí se ingresaba a un patio, y si continuabas de frente, se llegaba al cuarto del maíz; de amargos recuerdos para Cuco y para mí, ya que este cuarto frecuentemente mi mamá lo utilizaba como cuarto de castigo para nosotros cuando hacíamos algo indebido, nos encerraba todo el día, y la puerta únicamente se abría para pasarnos agua y comida, pero nos la ingeniábamos para pasarnos el día lo más entretenido posible, en este cuarto aparte de maíz, se guardaban todos los avíos de la labor, arados, sillas de montar, aparejos para los caballos, sobre los cuales se cargaba a la bestia de leña, costales de maíz, frijol, etc., sillas de montar para hombre y mujer, éstas muy raras, ya que en la actualidad, ya no existen. Y lo que abundaba por ahí, era precisamente el maíz y lo había en mazorca, dividido en maíz para el consumo nuestro, para semilla; éste seleccionado para la siembra del próximo año, el molonco, mazorca mal lograda y que era utilizada para el ganado como complemento alimenticio. Estas mismas variedades de maíz excepto el molonco, se encontraba ya desgranado y almacenado en grandes petacones que eran como grandes chiquihuites cilíndricos como de unos dos metros de alto por los mismos metros de diámetro, los cuales nunca supe si los fabricaban en tu propio domicilio o los compraban en algún lugar, porque para transportarlos estaba difícil, no por su peso, sino por sus dimensiones; nuestro castigo buscábamos la forma de aminorarlo. Lo difícil era cuando nos encerraban ahí y nos ponían cuota para desgranar cierta cantidad de maíz, y significaba arrimarnos como cuatro chiquihuites de mazorcas y tenerlos que desgranar, ya hecho esto, mi mamá nos levantaba el castigo, la desgranada la hacíamos pasando la mazorca con bastante presión sobre una piedra alargada y áspera, de tal forma que con la presión y lo áspero de ésta, botaban los granos. Era como estar lavando ropa en un lavadero portátil. Cuando terminas de desgranar la mazorca, te queda el olote, pieza donde estaban insertados los granos, éstos se convertían

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en un producto muy cotizado, ya que se utilizaban como combustible y lograr la lumbre en cada una de todas las cocinas del pueblo, cuando no se contaba con recursos para comprar leña, ya que ésta, se debe de cortar verde, almacenarse en ese estado, así, para el siguiente temporal de lluvias, ya estaba completamente seca, lista para ser utilizada, esto era, como en lugar de tener un par de cilindros, adquirir un tanque estacionario el cual te sirve para varios meses. Para hacerse de leña en tiempos de agua, y que no se tenía para comprar, se iba al monte por ella, se hacía cortando árboles principalmente eran huizaches, robles, encinos, etc. La cargabas en tu remuda, regresabas a tu casa y la almacenabas en lugar techado, y de ahí, hasta el siguiente año estaba en condiciones de utilizarse, ya que el árbol se cortaba verde. En una ocasión, mi hermano Ramón y yo, fuimos por leña, normalmente te vas a cerros retirados a cortar tu leña; y en esa ocasión, a Ramón lo mandaron a traer leña, él ya tenía otro plan para esa mañana, y se lo estaban arruinando, y me dijo: no hay que ir tan lejos por la leña, vamos aquí al primer potrero que está cerca del pueblo, y la idea me agradaba porque estaba cerca, ya que a mí también me asignaron como su ayudante, para esto teníamos que tumbar la cerca para que pasara la mula que llevábamos, así lo hicimos, quitamos piedras, pasó la mula, y a unos cuantos metros, empezamos a cortar un huizache, el cual era suficiente para cargar la mula. Ya habíamos tumbado el huizache, hecho la leña, estábamos cargando la mula, cuando nos llegó muy molesto el propietario del potrero. Yo me dije: conmigo no se va a dirigir porque estaba muy escuincle, esto lo tiene que resolver mi hermano. Nos dijo hasta lo que no quiso, Ramón optó por dejar la leña, pero como le dimos lástima al señor, nos dijo: llévensela, pero ya lárguense y vuelven a acomodar las piedras de la cerca que tumbaron para entrar. No nos lo dijo dos veces, y nos regresamos con la leña obtenida muy cerca del pueblo, pero a un precio carísimo, y que jamás lo volvimos a hacer. Otra función que se les daba a los olotes, era la de papel higiénico, pero cuando éstos se agotaban o llegaba el tiempo de lluvias, eran substituidos por hojas de hierbas y árboles, cuando se añoraba la presencia de pétalo, kleenex o regio, era en las secas, cuando andabas en rancho o labor y la necesidad fisiológica no se detiene por nada, y el único recurso es una piedra, pero había que escogerla lo más redonda y lisa posible, por razones obvias.

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Otros juegos que improvisábamos Cuco y yo, era jugar a montar caballos, ya que adentro contábamos con sillas de montar y todo lo que se requiere para ensillar caballos, bajábamos las sillas de donde estaban colgadas, ensillábamos los arados, y nos montábamos en nuestros flamantes corceles, también nos echábamos clavados a los petacones que contenían maíz desgranado, simulando que era un gran charco. El aburrimiento no formaba parte de nuestra rutina diaria. Cuando estábamos castigados dentro del cuarto del maíz, la puerta también se abría para concedernos el indulto, ya que era común que mi mamá necesitara algún mandado y para pronto nos levantaba el castigo. A un lado de la casa del maíz, estaba la puerta de ingreso al corral. Todo el tiempo en la casa hubo gallinas, pollos, gallos y guajolotes, y cada que se tomaba la decisión de cocinar alguno de éstos, a nosotros nos tocaba agarrarlos, y ya que los teníamos se los dábamos a mi mamá y pobre animal, lo sujetaba del pescuezo, le daba como cinco vueltas y adiós animalito, acto seguido lo ponía a desangrar al pie de la puerta del corral, el cual toda su cerca era de piedra sobrepuesta, tenía otra puerta de ingreso exactamente atrás de la casa del maíz; en este acceso, luego luego, entrando, estaba un tronco como de unos tres metros de largo y ochenta centímetros de diámetro, tenía un resacado con una profundidad como de treinta centímetros, era como una batea de las que se ponían para que en ella cayera todo lo que se molía en el metate, pero ésta, tamaño gigante, y era utilizado para echarle pastura, moloncos o maíz desgranado al ganado. Este recipiente o gran batea estaba colocado al pie de la pared de las caballerizas. Una tarde andábamos jugando Ramón, Cuco y yo, y por alguna razón mi hermano Ramón tuvo necesidad de subirse al techo de las caballerizas, iba bordeando el techo, que tenía tranquilamente cuatro metros de altura, se resbala, cae al corral exactamente adentro del tronco, Cuco y yo nos quedamos paralizados ante la escena; para nuestra buena suerte, enfrente del corral vivía mi tía Antonia, quien nos estaba viendo jugar, y cuando ve que Ramón cae, corre hacia donde había caído Ramón, éste apenas estaba haciendo trámites para levantarse, llega mi tía y con su rebozo, le cubre la cara principalmente, yo veo esa acción y se me complicó entenderlo, y me digo, éste se cae, mi tía llega y lo tapa, de qué se trata?, golpeado y tapado, si no se mató de la caída, de la asfixiada, quien sabe si se salve. Corro y le digo a mi mamá lo que sucedió, llegamos y Ramón ya estaba de pie; para no creerse:

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no le pasó nada, como si se hubiera aventado y acertado caer exactamente en el centro de la batea, porque si no hubiera caído exactamente en el puro centro de la batea, las fracturas hubieran sido inevitables. Ya después me explicaron el porqué se tapa de la cara a una persona que se ha caído o lesionado. Ramón si que nació con el santo de espaldas; en una ocasión mi tía Cuca y mi abuelita se lo llevaron al rancho “Ojo de Agua”; para esto mi abuelito tenía un burro manadero, la diferencia entre éste y el burro tradicional, es que el manadero es de color blanquizo y es más grande, muy codiciado por la hembras de su raza. Las idas al rancho de parte de nosotros eran muy continuas, ya que en la primera oportunidad que se nos presentaba, nos le pegábamos a los que fueran para allá, podía ser a mi tía Cuca o a cualquiera de los cinco hijos de mi abuelito Timoteo y de mi abuelita María de Jesús. Quien sabe si nos llevaban de buena gana, pero nos fascinaba ir al rancho. A la única persona que le agradaba vernos, no nada más a nosotros como nietos, bien podían estar en el rancho veinte nietos y con todos era igual de servicial, cariñosa, preocupona, una amor de mujer, íntegra en toda la extensión de la palabra. El proverbio popular que reza: esa persona vale su peso en oro. A mi abuelita éste le queda chiquito, es más, hasta la ofendería, si le dijeran eso. Desde que tengo uso de razón no me he topado con una mujer que a la fecha le haya hecho sombra. En aquella ocasión subieron a Ramón al burro, y mi abuelita y mi tía Cuca, harían el viaje a pie, los burros como su nombre lo dice, son burros para caminar, mi tía Cuca y mi abuelita, tenía una zancada muy larga, y en dos por tres el burro se rezagaba, y tenían que irlo esperando de vez en cuando. Ya habían recorrido como medio camino de la Estanzuela al Ojo de Agua, ya iban a llegar al rancho “La Casa Blanca” de Jesús Núñez, estaban ya dentro de su potrero, era época de secas, y una área pedregosa; en eso el burro rebasó a mi tía Cuca y a mi abuelita, pero ya no traía a Ramón encima, únicamente la carga tradicional del pueblo al rancho que normalmente es: azúcar, sal, galletas de animalitos, manteca, canela y otras cositas, pero el burro raro en ellos, las rebasó a gran galope, lo que sucedió es que en la Casa Blanca, andaba merodeando una manada de burros. En el que venían Ramón se percató de la presencia de sus parientes, de seguro empezó a

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reparar se deshizo de Ramón y a correr al encuentro de sus amigos; bueno, éstos no creo que le interesaran mucho, de seguro iba al encuentro, pero de una de las hembras de la manada. Mi tía Cuca y mi abuelita al ver pasar al burro, inmediatamente metieron reversa y se fueron a buscar a Ramón; al llegar lo encontraron tirado en el suelo en tremendo charco de sangre, ya que a los reparos del burro Ramón, debió de caer de cara, ya que se hizo una abierta en la frente, que debió de ser como de unos ocho o diez centímetros. Ya que cuando le sanó y hasta la fecha le quedó una cicatriz en la frente de más de cinco centímetros. En aquellos tiempos nada de que penicilina, suturación o antitetánicas, la versión de cómo se hizo la herida, era que al caer boca abajo, se estampó con una piedra, que nuevamente para su fortuna no fue en el ojo sino en la frente; para esto, cuando llegaron a auxiliarlo, Ramón estaba desmayado; como estaban muy cerca del rancho de Jesús Nuñez, inmediatamente que se dieron cuenta del accidente corrieron a ayudar, le hicieron las curaciones propias de la época, en lugar de agua oxigenada, limón, en lugar de gasa, trapo limpio, y duró buen rato inconsciente, y hasta que estuvo en buenas condiciones siguieron el camino rumbo al Ojo de Agua, el cual de allí estaba bastante cerca, como a unos diez minutos, transcurrió el primer domingo y Ramón no fue a la Estanzuela, para esto era imperativo ir a misa el domingo; transcurrió otro domingo y Ramón no iba al pueblo. Mi mamá, le importaba más que Ramón fuera a misa, que verlo; otro domingo y Ramón seguía en el rancho, y mi mamá les preguntaba por Ramón y mi tía Cuca y mi abuelita le contestaban, Ramón en el rancho está pasándola de maravilla, lo invitamos a la Estanzuela, y por más que le insistimos, no quiere venir. Ya como al mes, lo llevaron al pueblo, ya con su herida prácticamente sana, la cicatriz, desgraciadamente le quedó muy notoria.

BENDITO EL RANCHO Nuestras estancias en el Ojo de Agua eran muy disfrutadas, ya que prácticamente diario comíamos queso fresco, requesón, panela, leche recién ordeñada. Y sin muchas obligaciones ya que éramos visitas, pero no nos escapábamos de que por las mañanas ir al potrero a traer las vacas, y si éramos Cuco y yo, él hacía esta labor y yo me quedaba a moler nixtamal, éste era

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maíz cocido en agua, a la cual se le agregaba cal, y se hervía hasta que quedaba cocido el grano, al haber molido todo el nixtamal al final quedaba agua con cal, con lo que se había cocido el maíz, esta agua se revolvía con tierra y quedaba una mezcla resistente, y la gente la utilizaba para enjarrar principalmente la cocina o las habitaciones, aunque duraran en ello años, ya que lo hacían cada que ponían nixtamal, y alcanzaban a enjarrar un tramo muy chico, pero poco a poco las enjarraban por completo. El molino en que molíamos el nixtamal era metálico, instalado en un tronco que normalmente se clavaba al piso, cerca de la cocina este tronco se escogía en forma de “L”, se clavaba alrevés, y se dejaba como a un metro de altura, tenía una manivela en forma de “S” pero alargada; contaba con una especie de copa, ahí se depositaba el grano, y el gusano metálico que poseía dentro de la copa, al operar la manivela, conducía el grano a una pieza circular que era por donde salía ya la masa, entre más apretados se dejaban los tornillos de la parte de donde salía la masa; para hacer la tortilla del diario, se le daban dos molidas; en la primera, el nixtamal quedaba prácticamente quebradizo y no se podía tortear, entonces se le daba otra pasada en el molino, apretando un poco más los tornillos, y así salía la masa más finita, con la cual ya se podía tortear fácilmente, aunque si era pesadito lo de la molida ya que a veces se molía un balde de nixtamal de hasta seis litros, esto cuando teníamos visitas, así que terminaba uno todo dolido de los brazos, y en ocasiones preferías ir por las vacas al potrero, que la molida de nixtamal. Algo que a mi tía Cuca y mi abuelita les salía muy rico en un grado chillante, era el atole gordo, hecho con maíz negro, se cuela, pero éste sin cal; al molerlo la masa salía de un color rosita, a esta se le tenían que dar mínimo tres molidas para hacer atole, después ésta masa se mezclaba con leche, después de colado, quedaba, un líquido color de rosa, se le agregaba, para endulzarlo piloncillo o panocha, se ponía en la lumbre ahí ya se le agregaban los sazones propios del rancho, canela, flor de San Juan y algunos otros, ya puesto en la lumbre no debe de dejarse de estar batiendo hasta que esté en su punto; el recipiente que se utilizaba para su cocimiento, era un cazo de los que también se usan para hacer chicharrones; ya que el atole se había cocido, a nosotros nos encantaba limpiar el cazo, ya que a pesar de que el atole se meneaba durante todo su cocimiento, siempre a éste se le pegaba algo del atole, en las orillas y en el fondo, a nosotros nos encantaba quitarle estas adherencias, que sabían ricas, ya que era como probar ese rico atole, pero doradito.

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Por esto y muchas otras cosas nos gustaba ir constantemente al rancho. Las caballerizas que tenía mi papá eran amplias y bien acondicionadas, nosotros no utilizábamos solar para almacenar la pastura para el ganado que era básicamente, los manojos de rastrojo y hoja, y ésta la guardábamos en lugar techado y éste se encontraba anexo a las caballerizas y era la troje la cual se llenaba de manojos desde el piso hasta el techo, y era nuestro lugar predilecto para ir a jugar a las escondidas, ya que entre tanto manojo era difícil encontrarnos, también hacíamos grandes habitaciones, ya que con los manojos hacíamos originales casas habitación que según nosotros eran las casas del futuro, y nos duraban bastante tiempo o hasta que se empezaba a necesitar pastura del área donde teníamos construida la casita. Algo muy común en el pueblo era criar puercos, hasta las personas más humildes se hacían de uno o dos puerquitos que los alimentaban como podían, con desperdicios, como tortillas duras, moloncos o había quien los soltaba a la calle y andaban sueltos por todo el pueblo, y ellos solos buscaban su alimento, pero a los porcinos no les interesaba andar pueblo adentro, ellos más bien se iban a las áreas donde había lodo, de las cuales teníamos bastantes, y todas eran de lodo negro. Los puercos tranquilamente se salían de la casa de sus dueños; en el pueblo se podían ver diferentes razas y color, aunque éste último era difícil de establecer después de que el puerco se enlodaba, todos regresaban a la casa de sus dueños con nuevo look, todos negros, ya que los cerditos se daban vuelo en los lodazales. En su lenguaje porcino, seguramente entre ellos se dirían: atáscate hermano, ahora que hay lodo. Era muy peculiar ver en las esquinas de las casas que estaban cerca de lodazales, una especie de enjarre de lodo, pero éste se hacía porque los cerdos escogían las esquinas para quitarse la comezón que les provocaba el lodo al secarse y se rascaban desde las orejas hasta la cola, lo cual con el tiempo se hacía una capa, dando la impresión de enjarre. Los cuinos que criaba mi papá tenían sus buenos chiqueros de lujo, buena alimentación, que hasta el más exigente de los puercos allí se la pasaba de maravilla, excepto cuando a éste se le invitaba a una fiesta.

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Pocos se daban el lujo de matar un cerdo para alguna celebración, ya que se engordaban para hacerse de recursos y los veían como una alcancía, que los ayudaría a salir de un apuro económico. En el pueblo no existía una carnicería propiamente dicha, porque el único día de la semana que se podía comprar carne era los domingos. El local que fungía como carnicería había ocasiones que en tres domingos seguidos no mataba puerco o res. Para anunciar si para el domingo, mataría animal, desde el viernes colocaba una bandera roja en la puerta de la carnicería, y como estaba en ruta al templo, no fallaba el aviso, porque la gente de seguro, una vez mínimo al día iba al rosario o a misa. Y pensar que en la actualidad la bandera roja y negra significa: «no trabajamos», y como no era seguro contar con carne en el pueblo, la gente por su cuenta mataba el puerquito que estaba criando, esto lo hacía en la calle, para esto ya se había investigado que el carnicero no abriría, se corre la voz de quien mataría para este domingo; la promoción era de vecino a vecino, pero era tan efectiva que desde un día antes que mataran ya tenían más de medio puerco vendido, ya que llovían los vecinos y le decían al que mataría ese domingo: a mí me aparta la sangre para hacer una rica moronga, a mí la cabeza porque voy a hacer pozole, y a mí tres kilos de lomo porque voy a hacer tamales; total que para el día del sacrificio del animal, únicamente le quedaban, vísceras, algo de carne y la mayoría de manteca, ésta se podía comprar líquida, después de los chicharrones, pero había quienes la compraban en «especie» o sea la lonja del puerco, se le desprendía el cuero y quedaban lonjas muy grandes, que de acuerdo a los que le pidieran, de allí le cortaban. El sistema de empaquetado para despachar la carne a los clientes, difiere mucho a los que se usan en la actualidad. Consistía en conseguir un día antes unas tres ramas de palma, de las que su rama es circular y da la impresión de ser un abanico. A ésta se le desprendía por decir un pliegue, quedaba una tirilla como de treinta o cuarenta centímetros, ésta se insertaba en un aguja arriera, éstas agujas se utilizaban para zurcir o sellar los costales de ixtle en los que se transportaba frijol y maíz principalmente, en el tiempo de cosechas, la gente acostumbraba cargar esta aguja insertada en la copa del sombrero por la parte de afuera, todos los sombreros al pie de la copa llevan como adorno unas cintas, cordones o hilillos del mismo material del sombrero, en éstos era donde se colocaba esta aguja.

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Ya que se le había insertado el pedazo de palma a la aguja, con ésta se atravesaba la carne que se estaba comprando, ya hecho esto, se quitaba la aguja y quedaba el pedazo de palma atravesado de lado a lado, se amarraba punta con punta y ya quedaba lista la carne para ser transportada en forma prácticamente por el comprador. Era muy común llegar a comprar carne y encontrar cantidad de ésta, ya colgada únicamente esperando al dueño que la había reservado, quizás con varios días de anticipación, sin que faltara el que se quisiera pasar de listo y ofrecía mayor precio por la carne apartada, lo cual nunca lograba ya que si algo tiene de sobra la gente de La Estanzuela, es su nobleza y honestidad. Pero no todo el pueblo comía carne el domingo, ya que había gente que no le alcanzaba su presupuesto para darse este lujo ni siquiera una vez a la semana, estas personas llegan a comprar únicamente lonja, para que al freírla lograran un poco de chicharrón que te sabía a gloria con frijolitos de la olla y tortilla recién salida del comal, pero lo que se pretendía con la compra de lonja era principalmente la obtención de la manteca, lo que les permitía una o dos veces por semana cocinar con ésta. Es por eso el proverbio popular de cuando te está yendo bien económicamente o te ven repuesto con algunos kilos de más, el aludido contesta: Es que ya estoy comiendo con manteca. Enseguida de los chiqueros pegado a la cerca del corral de la casa, teníamos un árbol de zapote, del cual ninguno de la casa se escapó de una buena caída, pero la más sonada fue la que le sucedió a Aurelio mi hermano mayor, quien duró bastante tiempo inconsciente.

DESVENTAJAS DE SER NIÑO EN UN PUEBLO Para lo que más utilizábamos este árbol frutal fue para hacer columpios donde el tiempo corría velozmente, ya que los ratos de diversión pasaban rápidamente y no nos alcanzaba la diversión, cuando ésta era en la tarde, porque teníamos que regar los arboles frutales que teníamos casi por toda la casa, ya que entrando entre el zaguán y la casa del maíz estaba un árbol de duraznos, que su fruto era bastante bueno y dulce, aparte, daba tanto fruto que había años que por el peso de éste algunas ramas se vencían o quebraban,

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por este mismo rumbo había bastantes plantas de plátanos y entre todo esto abundaban flores, como rosa de castilla, belenes, perritos y una que otra silvestre, pero éste era una pequeña área a regar; lo pesado era regar todas las plantas que estaban casi al centro del patio, sobre una barra de ladrillo apropiada para colocar las macetas con las plantas; medía como veinte centímetros de altura, de ahí para arriba tenía colocado ladrillo rojo del grande, que mide como cuarenta centímetros, y estaban colocados a lo largo de la barda en forma de letra «M»; encimados tenía otra hilera de estos mismos ladrillos, pero éstos en forma de letra «W», lo que formaba uno perfectos rombos de ladrillos, y como remate y base de las macetas tenía otra hilera de ladrillos pero éstos en posición normal, que era donde se colocaba la maceta, esta barda protegía un pequeño jardín-huerto de mi mamá, adentro de éste tenía un guayabo, una parra, un membrillo y en el suelo un sinnúmero de plantas más y había que regarlos todas, tan solo en la mencionada barda a lo largo de ésta tenía, no menos de 50 macetas, y a regarlas todas; ya que habíamos terminado con éstas, seguíamos con la parte posterior de la casa, donde también había que refrescar un árbol de lima, árbol de papayos, naranjos, limones. En aquel tiempo añoré dos cosas: la invención de la manguera; ésta ya estaba inventada, pero nosotros no la conocíamos, además de nada me hubiera servido, primero porque la luz eléctrica todavía faltaban rato para que llegara. El agua para regar este inmenso vivero; la teníamos que sacar del pozo, regar todo, terminabas para el arrastre, y si esta área se encontraba sucia, había que empezar por barrer; mi mamá se portaba re bien, ya que no nos obligaba a hacerlo diario sino cada tercer día; cuando llegaba el temporal de lluvias nos caía como bendición de Dios. Había ocasiones en que buscábamos cualquier excusa para tratar de librar la regada de las plantas, y le decía: mamá, yo no puedo porque traigo torcida la mano; y la dulce de mi mamá me contestaba: la mano no te la torciste cuando fuiste a misa, verdad? entonces vas a hacer un poder de palo, porque de mi cuenta corre emparejarte la otra mano a escobazos; la torcedura desaparecía como por arte de magia. En el pueblo la mayoría de la gente contaba en su casa con un pozo de agua, el agua de estos pozos normalmente era cristalina, al menos de quienes lo tenían bien cuidado y limpio, pero lo curioso es que este tipo de aguas nadie la utilizaba para tomar; le llamaban agua mala, y el agua que se utilizaba para tomar tenía que ser zarca y no cristalina. Par conseguir agua zarca había dos lugares en el pueblo y era en los veneros de Buena Vista donde había

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bastantes, otro lugar era al pie de la propiedad del abuelo de mi primo Manuel Mariscal, aunque este venero su agua no tenía mucha aceptación en la gente, por lo que, casi todo el pueblo iba a Buena Vista, lugar ubicado fuera del pueblo; yo calculo que estaba mínimo como a dos kilómetros de distancia, pero el ir por el agua hasta allá, se nos hacía lejísimos, y los únicos recipientes que se utilizaban para traerla, en las mujeres era el indiscutible cántaro, y para el sexo rival, era en valdes de lámina galvanizada, u ollas de peltre, el aluminio y plástico todavía no aparecían; cuando mi mamá nos mandaba a Buena Vista por agua, renegábamos con ganas, pero nos sacábamos lo mismo, de todos modos teníamos que ir, era toda una friega, primero porque los que íbamos éramos puros escuincles, ya que el que pasaba de adolescente ya no lo enviaban, por lo tanto acarreando agua nunca se veía a un señor, o adulto, eran puras mujeres, éstas si de todas las edades y niños nada más. Era toda una refriega ir por el agua, ya que en Buenavista había varios veneros, pero al llegar allí, cada venero ya tenía una buena fila de valdes, cántaros y ollas, por lo que había que esperar a que te tocara tu turno; a los veneros les salía un chorro muy chiquito, por lo tanto la llenada de un valde tardaba eternidades, para esto había la creencia de que a un venero no había que estarle viendo la salida del agua, porque si se hacía, el chorro no avanzaría y tu valde tardaría en llenarse, razón por la cual dejabas tu valde en el chorrito del venero y te retirabas para no verlo; estos chorros aparte de que tenían calor, eran vergonzosos. Había varios tipos de veneros, unos que al pie del nacimiento del agua tenían un pequeño estanque, y de éste la gente tomaba el agua con un jomate, que venía siendo un recipiente que se hacía de partir por la mitad en forma vertical un guaje o jícara pero de los chicos, que no midiera más de dos cuartas de la mano, había otro tipo de venero que nacía incrustado en una ladera o pequeña peñita, a éstos la gente le colocaba una penca u hoja de maguey, la insertaba al pie del nacimiento del venero, el agua tomaba el canal de la penca del maguey, lo que permitía que cayera ya en forma de chorro al valde o cántaro. Ya que por fin habías logrado llenar tus valdes, enfilabas rumbo al pueblo; como el trayecto era largo, procurabas no utilizar los callejones, ya que hacerlo era utilizar la ruta larga, y nosotros utilizábamos la ruta corta, la cual era brincar las cercas de piedra de los callejones, lo que nos permitía recortar la ruta, casi en un cincuenta por ciento, pero el precio era caro, ya que con la brincada de los potrillos de las cercas, con las subidas y bajadas, el agua de los valdes normalmente se te tiraba algo de agua, lo que al

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llegar hasta la casa, el pobre valde ya casi iba a la mitad, lo peor del caso es que nuestra obligación, era tener por regla; dos cántaros de agua para el consumo diario, y si nuestros valdes no alcanzaban a llenar los dos cántaros, vas para atrás otra vez. Lógica infantil castrada: recuerdo que en una ocasión regresaba de la escuela y en el camino me encontré un lápiz para colorear, y era de un tono entre cafecito y rojizo, llegué a mi casa y no estaba nadie, yo gustoso por mi hallazgo, agarré mi cuaderno de dibujo, y establecí el tono del lápiz de colorear, y éste coincidía con el color del agua del arroyo que pasaba prácticamente enfrente de la casa, ya que en contraesquina estaba un pequeño llanito, dentro de éste dos pozos de agua públicos, los que usaban las señoras del barrio para ir allí a lavar su ropa, el agua de estos pozos era transparente, de la que le llamábamos agua mala, pero la del arroyo que bordeaba el llanito era rojiza, cafesuzca, ya que este arroyo pasaba por tierras rojizas, por lo tanto al pueblo el agua llegaba de éste mismo tono; tuve la brillante idea de colorear con el lápiz encontrado, todo lo que apareciera en el libro, que fuera agua, si era un río lo coloreaba rojizo, si eran barcos en el mar, el agua la pintaba rojiza, si veía un niño llevando cubetas de agua, también ésta la pintaba rojiza, y así lo hice con todo lo que fuera agua, satisfecho porque había hecho una gran tarea; en cuanto llegó mi mamá corrí a darle dos noticias: una que me había hallado el lápiz de color y segundo que había coloreado absolutamente todo el libro donde apareciera agua, para pronto que se lo enseño a mi mamá, empezó a hojearlo, en las primeras hojas; la veo que empieza a pelar los ojos, sigue hojeando y los ojos, como si estuviera viendo en el libro, al diablo dibujado. Para pronto que me dice: muchacho desgraciado, mira lo que hiciste con el libro. Entre mí dije, colorearlo, ya que tuviera lápiz de colores en todos los tonos, ya nada más completaría la coloreada de los dibujos, porque lo que se refiere a colorear el agua yo, ya lo hice, y siguió con el sermón, y luego qué no sabes que el agua del mar, de los ríos, de las llaves, de los valdes, va de color azul, en ese momento me cuestioné a mi mismo; para empezar el agua del mar ni la conozco, sé de la existencia de éste, pero por lo que decía el padre en el evangelio o por lo que nos enseñaba la catequista en la doctrina, de que el mar se abría para que pasara la gente, pero ni el padre, ni la catequista, nos decían que el agua del mar era de color azul; podría mi mamá haberse imaginado que yo ya conocía el mar en foto, pero las fotos de aquel tiempo

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eran blanco y negro nada más; T.V. cine menos; había un cine que tenía una pequeña planta de luz propia, pero tódas sus películas eran blanco y negro, además a las únicas películas que nos llevaban a ver, eran de las de crucifixión de Cristo, o del nacimiento de Jesús. Allí quien decidía qué películas podíamos ver era el señor cura. Recuerdo que en una ocasión nos llevaron a ver una película de Cristo, transcurría la trama de Jesús por el calvario con la cruz, una caída, otra, latigazos, las blasfemidades que le decían, y toda la gente en el cine callados, ya casi para llegar Cristo al cerro para su crucifixión, Cristo apenas llegaba, en eso pasan un acercamiento de cámara, diría mi primo Charly, un close-up de un judío que llevaba en la mano la caja de madera donde sobresalían los clavos y martillo, con los cuales crucificarían a Cristo, la gente se enfureció tanto, que unos chiflaron, otros gritaron recordándole el festejo maternal del quinto mes del año, otros golpearon las bancas de madera donde estaban sentados, hubo quienes aventaron a la pantalla lo que estaban comiendo, se armó un relajo en grande con ese acercamiento de cámara; la calma regresó cuando la crucifixión. Al cura, el cine no le simpatizaba nada, y seguido desde el púlpito aventaba pestes contra ellos, empezando, por el nombre, ya que se llamaba cine Juárez. En una ocasión este cine se quemó, las llamas lo dejaron inservible, el padre en la primera oportunidad que tuvo les dijo al pueblo, que el cine se había quemado porque ahí pasaban puras películas con pecado y que por eso se había quemado. Si el Indio Fernández lo hubiera escuchado, quién sabe cómo le hubiera ido a nuestro cura, ya que éste decidía qué películas podía ver el pueblo, por lo tanto las de clasificación «C», difícilmente las programaban, ya que el padre estaba muy atento a la llegada de las películas, el programarlas significaría la quiebra. A pesar de que en nuestra casa abundaba la jardinería, qué esperanzas, que dentro de la sala, se pudiera colocar una planta, ya que era peligroso, porque a Aurelio y Javier, en el sexto año de primaria les había dicho el maestro que las plantas en la noche roban oxígeno, por lo tanto era de sumo peligro tenerlas en la noche en la «recámara», este término lo conocíamos como sala. A mí se me hacía imposible que una planta pudiera acabarse el oxígeno de la sala de nosotros, ya que ésta era inmensa, porque en ésta tranquilamente

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cabrían unas seis camas matrimoniales, no porque las hayamos tenido, pero de que era grande lo era, además la altura del piso al techo era tranquilamente de más de tres metros, recuerdo que su techo era de puras vigas rectangulares muy gruesas, colocadas por todo el techo con una separación de treinta centímetros, en todos estos espacios se sentaba un ladrillo rojo de los grandes, y sobre éste tenía un hormigón hecho de arena de río y cal, en una de las vigas y por uno de los cantos tenía un letrero que decía, quién había hecho esta construcción y la fecha, ésta era Marzo de 1898, para la época de mi infancia estas vigas, ya empezaban a vencerse, y mi papá mandó ponerle vigas de madera en forma transversal y dos verticales, para que el techo no presentara peligro, ya que aquí era donde dormíamos prácticamente toda la familia, esto a raíz de que un techo de una finca cercana, se vino abajo y mató a una señora. Anexo a la sala estaba un cuarto más, y casi nadie quería pasarse ahí a dormir. En una ocasión me fui a dormir a este cuarto junto con mi hermano Ramón, pero como soy medio inquieto para dormir, que me caigo de la cama, como de dio miedo levantarme, mejor me quedé a dormir debajo de la cama todo lo que faltaba de la noche o la madrugada. El temor a esta habitación era porque mi abuelita materna ahí había muerto, y que en las noches se aparecía. Además entraba uno y era un cuarto que en el día era casi obscuro, tenía puerta a la calle pero nunca se abría y el acceso era por la sala. Ahí estaba una petaquilla repleta de ropa y otras pertenencias de mi abuelita, estaba también un ropero de esos grandes con madera tallada, allí mi mamá tenía guardados vestidos que yo me imagino eran los que usaba de recién casada, ya que se veían de tela fina, algunos con adornos de chaquira, otros con adornos de pedrería de colores; ropa de mi papá también muy elegante, también había paraguas y calzado fino; total era un rincón de recuerdos, para mi mamá y mi papá, y raras veces los veía adentro de este obscuro cuarto. Quizás porque allí estaban vestigios de una gran vida para ellos, que nunca volvió. La abundancia de juegos de la infancia, los lleva uno de recuerdos para toda la vida, aunque suene a exageración la casa de nosotros se nos hacía chiquita para disfrutar de todos ellos, empezando por el jugar a las escondidas; que la única persona en esa casa que no gozaba tanto era mi mamá, porque sus macetas o plantas, seguido las quebrábamos o maltratábamos; en ambos

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casos pagábamos la cuota de una tremenda fajiza, paliza, riatiza, cuartiza o huarachiza, pero también buscábamos la forma de desquitarnos, por ejemplo cuando jugábamos al fajo escondido, normalmente escondíamos el cinturón en el zaguán o en el patio entre las macetas, era padre este juego porque si algún niño te caía gordo, lo invitabas a jugar fajo escondido, esperabas la oportunidad de encontrar el fajo y empezabas a tirar cintarazos y de volada te dirigías al que no te simpatizaba y diplomáticamente te desquitabas el coraje que le tenías. Dentro de la gran gama de juegos en la infancia, como la roña, que consistía en que tocaran y así ya, tú la traías, tenías que tocar a otro niño para transferirla y cuidarte de que no te volvieran a tocar; otro juego muy practicado era, jugar a los encantados, a la culebra y muchos juegos más que en la actualidad son suplidos por la t.v., nintendos, juegos a control remoto, que lo único que hacen es limitar la imaginación y la diversión de los niños.

LAS MALDITURÍAS En esta edad es común que aparezcan los sobrenombres sin ton ni son, los cuales algunos se te quedan para toda tu vida. En el caso de nosotros Aurelio a mi hermano mayor le decían la chiva, en consecuencia a toda la familia nos decían la chivas güeras. Pero entre hermanos también nos bautizábamos con nuestros respectivos sobrenombres, por ejemplo Ramón mi hermano me bautizó como el sapo, nunca supe el porqué, pero cuando yo lo hacía enojar a éste, me decía, me las vas a pagar relingo sapo, lo de relingo, era como decir en lenguaje decente desgraciadísimo, porque para esa época éstas eran de las palabras más altisonantes que existían, pero con el paso de las décadas y la ayuda del cine, t.v. y revistas, la gente del pueblo ya su vocabulario, tristemente es: de qué onda; chido carnal; cámara ese, etc. A Cuco mi hermano le decíamos la cucaracha; recuerdo que en una ocasión, nos dimos un buen agarrón, en eso estabamos cuando llegó mi mamá, y con su dulzura característica para pronto que nos aplaca, nosotros estábamos en el patio, mi mamá se fue al zaguán, ahí donde estaban los avíos de la labor, agarró una reata, y con esta soga nos aplicó una dosis de «estate quieto» que de volada, se nos quitó, las ganas de seguir peleando, porque teníamos que

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atender los dolores intensos de los sogazos que a granel y por todo el cuerpo nos dio mi mamá; aparte teníamos que llorar por un buen rato, aún así, a mi el coraje del pleito con Cuco no se me bajaba por completo, ya que cuando llegó mi mamá, yo iba perdiendo el pleito. Ese mismo día andaba en la casa un señor haciendo trabajos de albañilería, y una de las reparaciones fue en el zaguán, y consistió en un enjarre de cemento alisado, éste estaba aún fresco, y yo todavía chillando y calientito por el coraje que le traía a mi hermano, puse sobre el cemento fresco, con la ayuda de un clavo, un letrero que decía: «cucaracha», pasaron como dos o tres días y nadie vio el letrero, pero como al cuarto día que ve mi mama el letrero y nos manda llamar a Cuco y a mí, y preguntó quién puso el letrero, para esto el cemento ya estaba seco. Todo apuntaba a mí, y como las mentiras todavía no se usaban, nuevamente me tocó bailar con la más fea, irremediablemente se me aplicó otra dosis de «estate quieto» con una pequeña variante, que la reata o soga mi mamá la remojó metiéndola a un valde con agua, para así asegurarse de que la aplicación de la dosis, tuviera los efectos deseados, y hecho esto me envió a la casa del maíz a mí solo, ya dentro y habiendo pasado los intensos dolores de la golpiza, me acosté en el maíz desgranado, a esperar que cayera la tarde, ya que era cuando me levantaban el castigo y recobraba mi libertad automáticamente. Cuando caía yo solo a la casa del maíz, la esperanza de salir bajo fianza, desaparecía, ya que ésta se lograba cuando mi mamá tenía necesidad de algún mandado, pero si eso sucedía el mandado lo hacía Cuco, y yo seguía encerrado. De los sobrenombres que perduraron hasta nuestros días fue el que le pusieron a Ramón, ya que el apodo que le pusieron fue el de «la flaca tirica y siaca», por su físico esquelético, con el tiempo, lo de tirica y siaca, desapareció y nada más le quedo el primero, y cuando el enojo era grande, todos utilizaban el auxiliar relingo(a). Mi papá murió en 1985 a la edad de setenta y cuatro años, y durante toda su existencia la palabra más obscena que le escuché, que él dijera fue «muchacho babieco». Era más fácil que alguien se fuera al panteón por una mentada de madre, que por el pleito, por una mujer o herencia. Aún recuerdo la única vez que mi papá me golpeó, esto fue porque en una ocasión estaba en la tienda, y el cajón del dinero estaba un poco salido, donde se podían ver todas las monedas que contenía, en esa ocasión yo andaba

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sin ningún cinco en la bolsa, es muy cierto lo que dicen que la oportunidad hace al ladrón; mi papá debió salir de la tienda por algún motivo, yo estaba solo, cajón abierto y yo sin dinero, pense ésta es una buena oportunidad para hacerme de dinero, volteé para todos lados, me aseguré de que nadie me viera, y me dispuse a tomar dinero, y me dije a mi mismo, voy a comportarme como un ladrón decente, y en lugar de tomar una moneda de a peso, o un tostón, moneda de veinticinco centavos o una moneda de veinte centavos, de aquellas que eran de color blanco, que se veían como de pura plata, y que por un lado traían el calendario azteca y por el otro el escudo nacional, la tomé todo nervioso, ya que si decir una mala palabra, o echar una mentira era delito grave, entonces robar, era como hacerse acreedor a la pena capital. Llegó la hora de la comida, yo me adelanté a la casa, me encontraba jugando en el zaguán y en eso llegó mi papá, me llamó y me dijo, por qué agarraste los diez centavos del cajón? me quedé helado por dos razones, primero porque según yo, me había asegurado de que nadie me había visto, segundo porque se dio cuenta de cuánto y qué había tomado; no recuerdo que le contesté o si me dio la oportunidad de hacerlo, pero me tomó de una mano y con su mano izquierda, ya que era zurdo, me soltó un manotazo en las sentaredas, yo creí que a ésta le seguirían una buena tanda de nalgadas, pero no fue así, me dio solo una, que a mi físico no le hizo el mínimo daño, pero mi orgullo si que me lo dejó hecho pedazos, ya que ésta fue la primera y la última vez que mi padre me pegó. Situación muy distinta con mi mamá. Otra paliza que me puso mi mamá y que la fecha no se me olvida; fue la vez que: ya había terminado de fabricar mi pistola lanza-clavos, la cual se hacía de una tabla común y corriente, le dibujábamos una pistola con lápiz, después con un serrucho la recortabas, ya que la tenías hecha, en la punta del cañón, pero por la parte de arriba le colocabas un clavo, de los más chicos, luego a este clavo se le amarraban, mínimo unas tres ligas, en la parte de la cacha de la pistola, le amarrabas también con ligas una tablita, a ésta previamente se le hacía un resaque diagonal el cual al adosárselo a la cacha con las ligas, la tablita hace la función de gatillo, y la forma de cargarla consistía en la utilización de clavos de los chiquitos o también de hasta una pulgada, éste se insertaba entre la parte de la cacha y la tablita con el corte diagonal, el clavo quedaba apenas asomando la cabeza, de ésta se sujetaban las ligas, de esta forma ya quedaba cargada la pistola, se apuntaba al blanco y el mecanismo de disparo era sencillo: se presionaba la tablita contra la cacha, y como tenía

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un corte diagonal en la parte de abajo, al presionar, se le daba libertad al clavo que estaba jalado por ligas y ¡bang!. En aquel tiempo las ligas eran de colores, así que te sentías soñado luciendo por la calle tu flamante magnum, ya que en los adultos era común que portaran su buen cinturón lleno de balas y su flamante pistola, aunque algunos nada más la lucían cuando iban a misa, ya que en aquel tiempo, no existía autoridad que regulara el uso de estas armas, por eso, seguido las trocas hacían el papel de ambulancia. Lo que más me dolió en esa ocasión, fue que mi mamá, tomó mi pistola, la cual me había costado tanto trabajo hacerla, se la llevó a la cocina y la aventó a la lumbre donde se estaban cociendo los frijoles, y mi pistola casi cae dentro de la olla. La razón fue que en esa ocasión andaba fascinado con mi pistola y mi hermana Chuy me la pidió prestada, y yo no se la quería prestar pero después de tanto insistir, decidí prestársela y le dije, nada más deja cargártela, y procedí a ponerle el clavo, jalé las ligas, con esto la pistola se disparó sola, por el exceso de fuerza de las ligas, como mi hermana estaba exactamente enfrente de mí, el clavo disparado se fue a incrustar exactamente en la nariz de mi hermana, para pronto que empieza a llorar, lo primero que se me ocurrió fue sacarle el clavo, al hacerlo le empezó a salir sangre y mi hermana, más se asustó, y lloró más fuerte; nosotros estábamos en la sala, y con los gritos, mi mamá que estaba en la cocina torteando, se dejo venir, se tenía que salir al patio para llegar a la sala, y como estaba torteando, tenía que salir con la cara cubierta con el rebozo, ya que de no hacerlo, el aire fresco les hacía daño, por lo tanto salió de la cocina con la cara tapada y casi así llego hasta la sala, se quita el rebozo de la cara y ve a mi hermana sangrando; se tranquilizó un poco cuando le dije que había sido con un clavito. Ya que le limpió la sangre, y volvió un poco la calma, me tocó el turno de que me atendiera a mi, con su dulzura que le caracterizaba, se fue hasta el zaguán donde estaban los avíos de la labor, y se trajo una cuarta, instrumento hecho de cuero tejido de un grosor como de una macana de la policía pero más corto, de un extremo tenía una correa donde se metía la mano, en el otro extremo tenía cuatro o cinco correas, como de cuarenta centímetros de largo, ésta se insertaba en la mano y era parte del equipo de todo aquel que montaba a caballo, y servía para golpear a éste cuando no quería que el corcel galopara o fuera más aprisa, era el equivalente, en un automóvil a una primera reforzada.

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Cuando vi venir a mi mamá con la cuarta en la mano, lo primero que se me ocurrió fue correr; así lo hice, la esquivé, agarré rumbo al zaguán, pero para mi mala suerte la puerta tenía doble seguro, uno era de acero y era sencillisímo de quitar, nada más con un dedo, una especie de aldaba que se levantaba para abrir y para cerrar se dejaba caer y era todo, pero yo no contaba con la astucia de mi mamá, quien le había puesto la palanca en la parte de abajo, ésta era una tabla como de setenta centímetros de largo y por medio de dos orificios hechos a ambas hojas de la puerta, por la parte de adentro en lo que es su estructura. Este era el seguro que se le ponía a la puerta en la noche, cuando llegué velozmente a la puerta quité la aldaba, pensé entre mí, ya la hice, pretendo abrir una hoja de la puerta y veo la palanca puesta, ni siquiera hice el intento de quitarla, sabía que el tiempo no me alcanzaría, me resigné a recibir la paliza, más bien cuartiza; hasta eso corrí con suerte ya que después de la cuartiza no me encerró en la casa de maíz, no sé si fue por compasión o porque no podía cargarme desde el zaguán hasta la casa de maíz, ya que los cuartazos te hacían que te revolcaras del dolor y ahí te quedabas tirado un buen rato, si no era por el intenso dolor, al menos chillando te quedabas un buen rato. Nunca entendí más a los caballos, que durante mi infancia, ya que el golpearlos con la cuarta era algo «normal» desde que te montabas hasta que te bajabas del corcel. La cuarta tenía su uso bien específico durante la semana, de lunes a viernes, se la llevaban los que montaban a caballo rumbo a la labor, sábado, domingo y días festivos mi mamá se la llevaba pero a la cocina y ahí la colgaba, ya que mi mamá era una persona muy práctica, y no le gustaba tener que ir de la cocina hasta el zaguán por la cuarta constantemente, raro era el día que alguien de nosotros no recibiera una buena dosis «de aplácate un ratito». Lo que me gustaba del profesor Figueroa, es que era «justo» para castigarte, ya que te daba a escoger tu castigo, pero en el caso de mi mamá, no sabía de qué te iba a llover la tranquiza, si iban a ser escobazos, con la cuarta, con la soga, y cuando no tenía absolutamente nada de esto a la mano, se imaginaba uno con indulto pero no, se inclinaba poquito se quitaba uno de sus huaraches, y la misma dosis, nada mas con diferente medicamento.

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MODUS VIVENDI La rutina de los habitantes de la Estanzuela, la podemos clasificar anualmente en dos periodos básicamente: Tiempo de aguas y tiempo de secas. El primero empieza por el mes de Mayo, normalmente en aquel tiempo la mayoría de la gente, poseía su casa en el pueblo, mínimo una yunta donde sembraban, y bastante gente tenía su rancho. Desgraciadamente a mí no me tocó conocer el de mi papá, ya que mi infancia coincidió con la debacle económica de la familia. En las secas toda la gente vivía en el pueblo, empezaban las aguas y toda la gente se iba a su rancho, ya que es época próspera para todos, los que tenían yuntas, salían a prepalarlas para la siembra, y esto sucedía desde abril o mayo, y se comenzaba por tirar abono por toda la yunta. En aquel tiempo, por fortuna todavía no hacían su aparición los fertilizantes químicos. Y el único fertilizante, era natural y éste venía siendo principalmente el estiércol de gallina y ganado vacuno, se recolectaba de los corrales donde encerraban ganado, los que no tenían potreros o espacios donde su ganado pudiera contar con pastizales, ya fuera tiempo de aguas o en las secas; entonces una vez al año se junta todo el estiércol del ganado, que para estos meses está completamente seco y de tanta pisada del mismo ganado, se confunde con la tierra. Se rejunta en un solo lugar, y es tanto el que se acumula que se hacen grandes montones; se va a los gallineros y se hace los mismo, posteriormente se enconstala, y así en la remuda transportarlo hasta las yuntas, allí se tiran de tal forma, que se haga una buena distribución, en caso de no alcanzar con el abono, se le compra a un vecino que no haya sembrado, o le hubiere sobrado. Ya abonada la yunta, se le pasa el arado para hacer lo que se le llama «voltear la yunta», al pasar el arado por donde se tiro el abono, los montones de éste, empiezan a dispersarse, de esta forma ya queda abonada y volteada la yunta, lista para en cuanto cayera la primera lluvia, vuelvan a entrar los arados, pero ahora para sembrar. El inicio de las siembras, era exactamente al siguiente día de la primera lluvia, para esas fechas, ya deberíamos tener listo: los arados, medio costal de «semilla» de maíz y otro tanto de «semilla» de frijol, a éstas se les revolvía un puñito de semillas de calabaza y de guajes, todas estas siembras, logradas, serían la garantía alimentaria del próximo año. También incluíamos capotes de palma para protegernos de la lluvia, éstos normalmente los hacía mi abuelito

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Timoteo, actividad que como a treinta páginas más adelante, yo dominaría; también llevábamos cuatro jícaras con colgaderas, las que utilizaríamos Cuco y yo para sembrar. Por lo tanto las canicas, trompos y demás juegos, esperarían buen rato, para volver a jugarlos. Las jícaras y guajes son plantas hermanas, parientes directos de las calabazas, nada mas que no son comestibles. La diferencia entre el guaje y la jícara, es que el primero tiene la forma como de guitarra, y nosotros los utilizábamos para transportar agua, para las grandes travesías o para el agua de consumo en la labor, previo al uso de éste se tiene que curar el guaje, esto consistía en hacerle un orificio, un poco más grande, que el de una botella de refresco, y por allí había que sacarle la semilla, con algún tipo de varilla, después se le echaba un buen puño de piedras que le cupieran por orificio hecho, se le agregaba poquita agua, y se le batía para que salieran las semillas, ya que si se le quedaba algo de esto, el agua sabía amargosa, razón por la cual se les dejaba hasta un mes llenos de agua y después se le cambiaba hasta que el agua no supiera amarga, el tapón, se hacía de un olote, de mazorca de maíz. Las jícaras normalmente eran esféricas, y el tratamiento para curarlas era exactamente el mismo que se les hacía a los guajes. Las jícaras también tenían varios usos, pero el principal era el de tortillero, ya que las conservaba calientitas por bastante tiempo. Otros usos eran de saleros, pero con jícaras mas chiquitas; había quienes con ellas hacían básculas o balanzas, y para saber el peso, previamente se seleccionaban piedras de a cien gramos, medio kilo y un kilo, las cuales se establecía su kilaje con la báscula de algún vecino que tuviera una báscula en toda la extensión de la palabra, teniendo estas piedras ya se contaba con báscula o balanza, de un lado se ponía la mercancía a vender y del otro las piedras que darían el kilaje deseado. La mayoría de la gente contaba con una, y la utilizaba cuando mataba alguna res o un cerdo, de esta manera vendían su carne kiliada. Cuando se quería pesar un cerdo o vaca completa, se utilizaba la balanza romana, ésta se colgaba de un árbol, se amarraba al puerco o res de tal forma que se pudiera colgar a un gancho especial que tienen estas balanzas, y así se vendían los puercos o reses vivos, en canal.

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Los guajes, aparte de utilizarlos para transportar y mantener fresca el agua, también eran utilizados como salvavidas, para alguien que empezara a aprender a nadar, se lo amarraban en la espalda y así ya no se hundía y se le facilitaba el aprendizaje, había algunos que no necesitaban bules para nadar. En aquel tiempo los únicos con licencia para conducir arados eran, mi papá, mis hermanos Aurelio, Javier y Ramón apenas empezaba. Platican que en una ocasión mi papá andaba volteando la yunta con un arado jalado por bueyes, y como la yunta era bastante larga, y para que los surcos quedaran derechos, eran necesarios que alguien fuera adelante de los bueyes como guía, recargando un palo de otate en el yugo que unía a los dos bueyes, a éste se le amarraba el arado, y así los bueyes lo jalaban y, que al enterrarlo en la tierra y los bueyes jalando, se hacían los surcos. Para arrear los bueyes se utilizaba otro palo largo de otate, al que en la parte mas delgada se le colocaba una punta de acero, y con ésta se le picaba al buey, cuando no quería caminar o para que lo hiciera más aprisa; viene a ser como el dual para una troca o trailer; pobres bueyes cuando terminaban las siembras, les quedaban las partes más blandas de atrás, como coladera. En esa ocasión le tocó ir al frente de los bueyes a Ramón; empezaron normal el surco, Ramón al frente para guiar los bueyes, era común que en ocasiones el arado se atorara en alguna piedra, se te metiera tierra al huarache, desperfecto en el arado o que se desamarrare éste, y había necesidad de pararte, arreglar la falla, para poder continuar, algo de esto le sucedió a mi papá, y Ramón no se dio cuenta, y siguió su paso hasta la orilla de la yunta, al voltearse Ramón para que los bueyes dieran la vuelta para regresarse y empezar nuevo surco, se dio cuenta que se aventó la travesía de toda la yunta, caminando solo, ya que a mi papá se le averió el arado, apenas empezando el surco. La actividad en un pueblo empieza a las cinco o seis de la mañana, de tal manera que al amanecer ya debes de estar al pie de la yunta. Cuando enfilábamos rumbo a la labor, los pobres caballos normalmente iban hasta el tope de carga y todavía faltaba que nos montáramos; pobres animales nada mas porque no hablaban, empezábamos la travesía, las dos yuntas de mi papá estaban cuesta arriba, la subida no tenía una gran pendiente, pero de todo modos el camino era largo de subidita. Ya cuando llegábamos a la yunta los pobres animales llegaban cansados, y pensar que apenas al llegar ahí iba a comenzar la buena friega, ya que ellos jalarían los arados, hasta caer la tarde.

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Siempre que empezábamos una yunta ya fuera para, sembrar, escardar, asegundar, pizcar, corte de hoja o rastrojo, siempre empezábamos de la parte alta y así ir bajando. Cada que comenzábamos una yunta, yo la veía y se me hacían enormes, y como difícil para que algún día termináramos, pero de surco en surco, al poco tiempo ya estábamos en la mitad, allí ya le veías la orilla a la tarea, aun así la yunta se te hacía casi interminable, y más larga que la cuaresma. Pero la previa volteada que se le había dado a la yunta, facilitaba la sembrada, cuando trabajamos con dos arados los sembradores éramos Cuco y yo, nos colgábamos las jícaras, dos cada uno, en una cargábamos maíz y en la otra frijol, no las colgábamos al hombro pero en forma cruzada, de tal forma que las colgaderas nos quedaran como carrilleras de revolucionarios, era para que las colgaderas de las jícaras no se zafaran fácilmente del hombro, cosa que sucedería si no se cruzaban las colgaderas. Nuestra labor consistía en ir detrás del que iba arando haciendo surco, y nosotros aventando dos granos de maíz y dos de frijol o dependiendo de lo que se pretendiera cosechar más, podía ser tres y dos. Ya aventada la semilla, pasaría nuevamente el arado, y con éste cubrir con tierra la semilla aventada y así quedaría enterrada, lista para germinar. Ya habiendo sembrado las dos yuntas, se dejaba que germinara el grano, se esperaba a que creciera la milpita unos quince o veinte centímetros, y nuevamente se volvía a pasar el arado para arrimarle tierra; era lo que llamábamos asegundar, para esto a las bestias se les cubría el hocico para que no se comieran las milpitas recién nacidas. Después de esto viene la escardada, que consistía en quitar con un azadón toda la hierba o zacate que hubiera dentro de la yunta, el quelite y las verdolagas que de seguro nos tocaba quitarlas, ocasionalmente nos las traíamos a la casa, mi mamá las cocinaba, y serían parte del menú de la comida del día siguiente. Para esto también agarraba uno corte parejo, empezando de la parte de arriba y la escardada se hacía surco por surco, los adultos agarraban de a dos surcos o más y a nosotros nos dejaban de a un solo surco; era agradable en la mañana, llegabas y hasta competencias jugabas, a ver quién llegaba primero a la otra orilla, pero ya como a la una de la tarde, tus fuerzas habían decaído, y no parabas de voltear hacia el sol, para ver la hora, y ansiando la hora de comer. Cuando llevábamos desde la mañana para la comida había que hacer una lumbrada para calentar los tacos de frijoles. Había ocasiones

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en que habíamos gente de sobra y alguien se iba al pueblo por la comida, y éstos podíamos ser Cuco, Ramón o yo, y como esto era algo cansado, se optaba que el que fuera a llevar de comer, no se fuera a la labor desde la mañana, sino hasta el medio día, pero ya con la comida. Llevar de comer era toda una danza, para empezar debíamos de utilizar un caballo completamente manso, que no se asustara tan fácilmente, ya que los cargábamos hasta con el molcajete, el menú normalmente era, frijoles de la olla recién hechos, una jícara repleta de tortillas, en ocasiones papas en alguna salsa, chile de molcajete, jocoque, queso, chiles verdes sueltos, ocasionalmente postre que consistía en arroz con leche endulzado con piloncillo, el menú nunca incluía carne, salvo que a mi abuelo se le desbarrancara alguna res. Para acomodar en la montura del caballo: ollas, canastos, platos, guajes con agua, pocillos, cucharas, jícaras, etc., era ir haciendo circo por todo el trayecto, ya que tenías que ir pendiente de dos cosas básicamente: primero que no se te tirara nada, principalmente de los platillos caldudos y cabalgar muy pendiente de no hacer ningún tipo de ruido extraño con ollas, cazuelas o cucharas, porque de los contrario el caballo MI TÍO HIGINIO, AL CENTRO SU ESPOSA, ENSEGUIDA LA se asustaba fácilmente y empe- MAMÁ DE MI ABUELITA, A LA CUAL ÚNICAMENTE ME TOCÓ zaba a reparar hasta quitarse ji- CONOCER A TRAVÉS DE LAS PLÁTICAS DE MI ABUELITA Y DE nete y carga, o empezaba a co- ESTA FOTOGRAFÍA. COMPLEMENTAN LA FOTO, LAS NENAS DE MI TÍO HIGINIO.

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rrer desbocado hasta lograr el mismo objetivo, y pobres de los que ansiosamente esperaban mi llegada con la comida, se tenían que regresar en ayunas. A mí no me gustaba llevar de comer, pero desgraciadamente casi siempre me escogían. Las desventajas de hacer bien las cosas. Por otro lado la comida no te sabía igual si tu la llevabas, porque en el trayecto ibas picoteando de todo, y al sentarte a comer cuando llegabas, ya no traías apetito, en cambio cuando a mí no me tocaba llevar la comida, ésta la gozabas de lo lindo, ya que las labores del campo te sacan un apetito que parecen cuatro, y lo que te llevarán de comer te sabía a gloria, sin importar lo reducido del menú. Aún así nadie le hacía el feo a unos frijolitos de la olla con su caldito rojizo claro, un chilito de molcajete recién hecho, una panelita, queso todavía fresco, o un espeso y rico jocoque y para rematar te ponen enfrente una jícara hasta el tope de tortillitas todavía calientitas hechas a mano o con máquina de madera y como postre un exquisito arroz con leche endulzado con piloncillo y sazonado con canela, o también un requesón endulzado con rebanadas de piloncillo, quedaba tan sabroso que ni el mejor de los yugurts le haría sombra. Este menú era en circunstancias normales; en época de vaca flacas se reducía el menú a frijoles y tortillas con un chile verde y quizás un jocoque que lo revolvías con tus frijolitos, y no te sabían nada mal. Cuando el lugar de la labor estaba muy retirado o era una travesía muy larga, ahí se la rifaban uno con puros tacos de frijoles fritos, que se calentaban en las brazas de una fogata hecha en el camino o en la misma labor y nuevamente con un chilito verde. Ya al caer la tarde juntabas todas tus chivas y emprendías tu regreso, había ocasiones que te sobraban tortillas y sal y de regreso les dabas matarile, tortilla fría con sal, pero aparte le poníamos hojitas de jocoyol, una plantita de sabor agrio, así tu taco no te sabía tan mal, el jocoyol aparte que te comías sus hojas por su sabor a limón, también de manera silvestre se daba una especie de zanahoria, pero pequeña casi de color transparente, que le llamábamos cristales y eran de un sabor dulce muy agradable, pero para poderlos disfrutar tenía uno que escarbarle al pié del jocoyol y sacarlos, se daban tanto en el campo como dentro de las yuntas, cuando nos dábamos una apalancadotas de cristales, era cuando volteaban la yunta con los arados, Cuco y yo nos íbamos detrás del que iba arando y a puro juntar cristales, al final los dos con las bolsas repletas nos dábamos nuestros banquetazos de cristales.

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Cuando uno estaba escuincle un ambigú obligado era: el famoso burrito hecho con una tortilla recién sacada del comal, cuando ya se esponja ésta se saca se le pone poquita sal, se apelmazaba en la mano y le hacías orejitas y ya quedaba listo tu burrito. Este era común que te lo dieran cuando estabas chillando y no te callabas por nada del mundo. También te lo daban cuando ibas de visita a otra casa, era obsequio de cortesía obligada a todos los niños que estaban en casa ajena, también se te daba cuando andabas de un latoso subido y para que te aplacaras te daban el burrito y te decían: toma tu burro y te aplastas ahí a comértelo; tenías que obedecer, como una forma de corresponder al obsequio, lo malo era cuando te lo daban y no traías nada de hambre y tenías que aceptar la estrategia de sometimiento por parte de las que estaban torteando. Ya escardadas las yuntas, se esperaba la llegada de elotes, éstos se lograban al mismo tiempo que las calabazas, lo que permitía que nos diéramos unos banquetazos; en ocasiones se ponían a cocer juntos los elotes y calabazas en un mismo recipiente, el elote sabía rico con queso, cuando la calabaza se cocía en recipiente aparte y se le agregaba piloncillo o panocha, nos hacíamos un rico taninole, que no era otra cosa que poner calabaza en un plato, batirla con leche y agregarle miel de piloncillo al gusto, que se obtenía del recipiente donde se había cocido la misma calabaza. Otro platillo rico que se hacía con elotes, pero cuando la mazorca ya estaba un poco dura, eran las tacazotas, que podías hacerlas en tamal, o como gordita. Primeramente se rebanaban los granos en una batea de madera, se les agregaba piloncillo o azúcar, se molía, ya hecha la masa, se procedía a su cocimiento. Pasada la temporada de elotes había un pequeño receso. Se esperaba a que las mazorcas de la milpa estuvieran bien secas, lo mismo que la vaina del frijol. Se empezaba a recolectar la planta de frijol, agarrábamos surco por surco, los adultos agarraban de a dos, y consistía en agarrar la planta del frijol desde el tallo, se jalaba y salía con todo y raíz esa misma planta se enredaba hasta en dos milpas, desde abajo hasta la espiga, y había que quitar todas las guías, ya que éstas estaban tapizadas de vainas con el cereal adentro, con una mano se jalaba la planta, se le desprendía a la milpa, y con la otra se iba deteniendo lo recolectado,

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ya que se había juntado un buen tambache, se concentraba en un solo lugar, normalmente era al centro de la yunta, se desojaba un área preferentemente circular, se emparejaba, ya que ahí había puros surcos. Normalmente los tambaches de mata de frijol se dejaban a la orilla de la yunta, al terminar cada surco, ya fuera que al final de la jornada, todos los tambaches de mata de frijol, entre todos los llevábamos al centro de la yunta, o también sucedía que se hacían comisiones, cuya labor era exclusivamente llevar tambaches al centro de la yunta, y que normalmente éramos Cuco y yo. Ya terminada la recolección del frijol, al final quedaba al centro de la yunta un gran cerro de plantas de éstas, y la labor de desgranado o sacado de su vaina, esperaba un buen rato, porque todavía faltaba el corte de hoja que consistía en cortar la mitad de la milpa, de las mazorcas hacia arriba, ya que la milpa da de a dos, de esta manera ya quedaba lista para la pizca de maíz que consistía en la recolección de mazorcas, y ya por último venía el corte de rastrojo, y consistía en cortar la otra mitad de la milpa que quedaba, se hacía casi desde la raíz. Pero si se disponía de suficiente mano de obra se hacían comisiones, unos para continuar con el corte de hoja, y otros se dedicarían a desgranar el frijol, las técnicas de desgranado eran muy variadas, primeramente hacíamos un cerro como de dos metros o más de alto, de planta de frijol, la altura de éste montón estaba en función de qué tan bien había resultado la cosecha y para desgranarlo utilizábamos garrotes bastantes largos, y con éstos golpear todo alrededor del montón, con los golpes las vainas se abren y cae el frijol. Cuando ya se ha golpeado bastante se revisa si ya se abrieron todas las vainas de la capa golpeada y si así es, se retira toda la paja, dándole una buena sacudida para que no se le quedara ningún grano adherido de frijol, ya quitada esa capa y si el cerro ya no quedaba muy alto, se subía arriba del cerro a los caballos para que pisaran el cerro de plantas de frijol, a la vuelta y vuelta. Y la misma operación ya cuando está bastante pisado el cerro se vuelve a retirar otra capa de paja, y se continuaba así hasta que, no dejar nada de paja, y que al final quedara el cerro de puro frijol sin nada de paja o vainas, se baja a las bestias, venía la labor de limpieza, ya teniendo prácticamente puro frijol desgranado, se le daba la limpieza final, que consistía en utilizar dos chiquihuites, y se ponía uno de éstos vacío en el suelo, se levantaba el otro lleno de frijol, se dejaba caer sobre el chiquihuite que quedaba en el suelo, con esta acción en repetidas ocasiones y la ayuda del viento, el frijol quedaba prácticamente limpio, listo para ser encostalado y transportado a la casa, no

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sin antes olvidar que la primera carga de este cereal sería para el Sr. cura, necesariamente en el círculo donde se desgranó éste, quedaba bastante frijol regado, tapado con tierra y que con el paso de los días el viento los destaparía y dejaba los granos a la vista. Las familias del pueblo que estaban muy amoladas o que no sembraron, mandaban a sus hijos a «pepenar», lo que consistía en ir yunta por yunta, localizar el lugar donde se desgranó el frijol, y recolectar el frijol que dejaron los dueños, esto sucedía cuando las yuntas ya estaban completamente pelonas, sin rastro de milpa. Había padres de familia que enviaban a sus hijos a pepenar simplemente porque no los aguantaban en su casa. Mi abuelo era común que no aguantara a sus nietos, o estaba muy ocupado y le estorbaban los niños, agarraba un cuarterón, medida que se utilizaba para cuando a alguien se le vendía maíz o frijol, era un recipiente de madera. Agarraba éste, echaba unos tres puños de maíz y otros tantos de

EL RUN RUN DE LA REVOLUCION Y LA CRISTIADA OBLIGABA A DARLE PRIORIDAD A PORTAR REVOLVER O MINIMO UN ARMA BLANCA, O COMO DON GREGORIO PRIMO DE MI ABUELO, PORTABA AMBAS.

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frijol, y nos decía, a ver vengan para acá, sepárenle estos granos a su abuela, y así lo hacíamos, y se lo llevábamos a mi abuelita. Llegábamos con mi abuelita y le decíamos: aquí está su frijol y maíz separado. Mi abuelita extrañada nos preguntaba cuál maíz y cuál frijol. Otra actividad en el pueblo por parte de nuestros padres, indistintamente en época de secas o en tiempos de aguas, era la de hacer familia, ya que a reserva de algún defecto de fabrica o de que el marido se la pasaba años en el norte, lugar al que partía la mayoría de hombres, terminando de cosechar, ya que terminada esta labor no hay gran cosa por hacer en el pueblo, y que su actividad empezaría hasta el próximo temporal de lluvias. Había señores que su ciclo anual era: la cosecha, irse al norte y hacer familia. Para las mujeres todavía no existía la cuarentena, incapacidades médicas o el espaciar la llegada de la cigüeña cada dos años, el primer hospital llegó muchos años después, aún así a las mujeres no les gustaba aliviarse con asistencia medica, preferían a la comadrona o a su mamá como única asistencia. Había mujeres que al siguiente día de haber llegado el ave picuda, ya andaban cumpliendo con sus labores diarias, de ir a ordeñar, tortear, hacer comida, etc. A mi corta edad me di cuenta que mi mamá no era de esas mujeres, ya que ella sí guardaba su reposo, recuerdo muy bien, que como a los cuatro días de que nació Saúl, mi mamá me mandó a comprar como veinte o treinta centavos de franela para hacerle alguna sábana al recién nacido, ella seguía encamada, me dio el dinero y me fui por la franela, pero al salir de la casa, vi que la jugada de canicas en el llanito de enfrente de mi casa estaba en pleno apogeo ya que participaban un gran número de jugadores, me llamó la atención y me acerqué a ver únicamente porque no traía canicas, me entretuve un buen rato, y cuando tomé la decisión de enfilar nuevamente rumbo a la tienda, como a medio camino me dí cuenta que ya no llevaba el dinero, éste se me había extraviado o alguien me lo había robado, de momento no supe qué hacer porque ya sabía la golpiza que me esperaba de parte de mi mamá, por más que lo pensé, no había otra alternativa, mas que regresar y presentarme ante mi mamá, así lo hice, llegué a la sala, como el sentenciado a muerte, y que la acepta con resignación. Me acerqué a donde estaba encamada, y me hizo la pregunta obligada, ya trajiste la franela, y como pude, todo tembloroso le dije que el dinero se me había perdido. Y dije entre mí, ahorita suelta al recién nacido y no va a parar de tirarme golpes durante buen rato. Cual va siendo mi sorpresa que nunca reaccionó así. Yo me quedé pasmado del asombro, no lo podía creer que

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no pusiera mi golpiza. Ya me daban ganas de decirle deme aunque sea un par de cachetadas, ya que me había preparado para lo peor, y nada, como para Ripley. Sucedido esto me di a la tarea de investigar el porqué no me había pegado, siendo que por situaciones menores, me ponía unas tremendas palizas, se lo platiqué a mi tía Cuca hermana de mi mamá, y ella me dijo que mi mamá no me había pegado, porque Dios no les da permiso que lo hagan, cuando recién reciben a la cigüeña, aunque todo regresaba a la normalidad, como después del mes de la llegada del nuevo hermano. Cuando se acercaba la hora de llegada de un nuevo hermano, parecía que iban a asesinar a alguien, en lugar de que fuera a nacer, se manejaban con un misterio hicockquesco, era una corredera de gente para todo lados de la casa, a nosotros nos encerraban o nos enviaban a la casa de mis abuelitos. A mí me tocaron estas danzas con el nacimiento de Saúl y Héctor. En el pueblo todas las familias se daban a la tarea de tener mínimo diez hijos, era el equivalente a en la actualidad tener dos. En la casa fuimos únicamente nueve, pero fue porque mi papá y mi mamá nunca se la llevaron bien, todo el tiempo se la pasaban de la greña. A Cuco y a mí nunca nos tocó andar de pepenadores, pero recuerdo que en una ocasión, ya teníamos prácticamente todo el frijol encostalado y me dejaron a mí solo cuidando la cosecha de frijol, esto para cuidar que llegaran acomedidos y se robaran granos, mientras los demás se fueron al pueblo a llevar varias remudas cargadas de costales de frijol hasta la casa; en eso llegaron los huaracheros, su apodo era precisamente porque su familia se dedicaba a la fabricación de huaraches, un par de hermanos que andaban de pepenadores, estos hermanos tenían una rivalidad casi enfermiza contra nosotros, y esta familia estaba integrada por puros varones, en igual número de hermanos que nuestra familia, de tal forma que todos nosotros teníamos un rival de la misma camada de los huaracheros, esta rivalidad nunca supe como nació, pero debió haber sido con mis hermanos Aurelio y Javier, la cual nunca terminó, y para Ramón fue lo que aceleró su salida del pueblo, después de un incidente con ellos, y cada vez que nos veían en el pueblo nos buscaban pleito y casi siempre salíamos perdiendo, y mejor optábamos por sacarles la vuelta cada vez que los veíamos, porque para empezar, nosotros no éramos de pleito porque así nos habían educado, y la iglesia lo prohibía, y aunque no fuera así, éramos malos para el pleito.

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En esta ocasión estaba yo muy tranquilo cuidando el frijol y que veo venir a los huaracheros, eran dos hermanos, uno como de mi edad y el otro un poco más grande, en ese momento quise que la tierra me comiera, en el pueblo no podía con un huarachero de mi edad, en el campo yo solo y con dos y de pilón uno más grande que yo. No sé cómo pero me apresté a afrontar la situación, llegaron, me saludaron, vieron el montón de frijol ya limpio, y costales llenos listos para trasladarlos al pueblo, y me dijeron: qué buena cosecha tuvieron; y en realidad así había sido. Se dirigieron a mí con su rivalidad acérrima, les vi sus morrales vacíos, señal de que les había ido mal en la pepenada, y me dije les ofrezco frijol y me ahorro una buena paliza, y así lo hice, les llené sus morrales de frijol, lo que fue de su completo agrado y así libré una gran bronca. Pasado esto, mi corazón regresó a su pulso normal. Cuando regresaron mis hermanos, nunca les dije lo sucedido, porque no había necesidad, ya que el frijol obsequiado no se notaba, y hacerlo significaba encender la mecha, para un buen rato de venganzas, por parte de Javier y Aurelio. Había ocasiones que el desvainado del frijol se hacia hasta después de haber terminado la pizca de maíz, el corte de hoja y rastrojo, pudiendo ser porque, la vaina todavía no estaba completamente seca, o porque la poca mano de obra no lo permitía y necesariamente se tenía que dejar hasta el último. El corte de hoja empieza cuando las milpas ya están casi secas, en consecuencia sus mazorcas también. Esta actividad si era exclusivamente para adultos, ya que a Cuco y a mí por la estatura no podíamos ejercerla, ya que el corte de hoja se le hace a la milpa de las mazorcas hacía arriba, y a nosotros éstas nos llegaban al hombro, o sea aunque quisiéramos hacer esta labor no la podíamos desempeñar. Para esta actividad mis hermanos los grandes y mi papá, ya le habían sacado filo o comprado nueva rosadera o cazanga, también llamada hoz, que mas bien se las volaban de la tienda de mi papá. Para el corte de hoja necesariamente se tomaban de a dos surcos, con una mano se corta y en la otra se va cargando la mitad de milpa cortada, ya cuando lo cargado en el brazo es demasiado, se deja al piso y se sigue cortando, y con la siguiente brazada normalmente se completaba un manojo, o dependiendo de lo grande que se pretendiera el manojo, éste se flejaba con un cordón grueso que se improvisaba sobre la marcha con zacate o yerbas que abundaban dentro de la yunta o por la orilla de ésta, normalmente esta

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era la actividad de Cuco o mía, cortar zacate y yerbas para los flejes, o recolectar la hoja dejada en el suelo, por los cortadores y hacer montones, calculando suficiente hoja para hacer los manojos, dejábamos montón de hoja y zacate y yerba, de esta manera, ya pasaba un adulto haciendo manojos, los cuales para cuando nos agarraba la lluvia, o para cuando alguien se quedaba a dormir en la yunta, para cuidar los avíos, frijol desgranado o el cerro de mazorcas producto del total de las pizcas, y que su traslado al pueblo no se hacía día con día, sino que se esperaba hasta la recolección total. Aún recuerdo cuando cursaba el primer año de primaria, ya no había recursos para estudiar en la escuela de la Iglesia, y lo hacíamos en la escuela de arriba, en esa ocasión ya había terminado el recreo. Como la escuela estaba en un terreno que se encontraba de subidita, el patio de ésta daba hacia los corrales de varias casas, uno de ellos era el de Chonito, un señor tranquilo, como la mayoría, buena gente; en su corral por desgracia el solar donde tenía guardados todos los manojos de hoja para el consumo alimenticio de sus animales, durante todo el año, un alumno por pura maldad y sin medir las consecuencias aventó un papel con lumbre al solar, el cual con la ayuda del viento, el fuego lo consumió rápidamente; fue muy triste ver a don Chonito y su esposa cómo observaban el fuego, el trabajo de toda una temporada convertirse en cenizas, y más para él, que era ya un señor de edad, era desesperante ver aquellas escenas, todos los vecinos empezaron a llegar con baldes de agua, pero todo era en vano el fuego era más poderoso que los buenos deseos de los vecinos, los niños todos asombrados veíamos cómo el fuego en poco tiempo redujo el solar a cenizas. Al siguiente día pasó el director de la escuela a decirnos dos cosas: que lo que había hecho uno de nuestros compañeros era por demás reprochable, y la otra era que solicitaba de todos nosotros la cooperación para que al día siguiente trajéramos un manos de hoja por alumno, fue tan padre ver a todos los alumnos a la mañana siguiente llegar con su manojo cargándolo como podían, ya que algunos manojos eran más grandes que ellos, en muchos casos el que venía cargando el manojo, era el papá del niño; hubo papás que llegaron con un manojo en cada mano, los maestros cargando su manojo era normal, pero las señoritas profesoras trajeran su manojo, era conmovedor, hubo padres de familia que llegaron hasta con un caballo cargado con manojos de hoja, hubo familiar que no tenían hijos en nuestra escuela y aún así mandaron a sus hijos con un manojo de hoja. El solar en menos de tres días ya se había recuperado. Don Chonito con lágrimas

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en los ojos, agradeció a todos su gratitud y cooperación, tal solidaridad yo no la volví a ver, hasta el terremoto de México en 1985. Ya terminado el corte de hoja, inmediatamente se comienza la pizca del maíz, para lo cual se utiliza dos herramientas básicamente, acompañadas de un desgaste físico descomunal, lo que no sucede con las otras actividades de la cosecha, ya que tienes que cargar para la recolección de mazorcas un canasto grande, que tiene exactamente la forma de campana, nada más que al revés, se cargaba en la espalda sujetado con dos cinchos de ixtle, algodón o baqueta, que se cruzaban al pecho del pizcador, y un tercer cincho del canasto a la frente de éste, el cual se utilizaba cuando el canasto se empezaba a llenar, y si el canasto no era muy grande, por lo tanto no era pesado, en esos casos no se utilizaba el tercer cincho, pero la gente normalmente como quería avanzar los utilizaba bastante grandes. Ya que llenaban el canasto, se iban y se vaciaba el contenido, al igual que el frijol al centro de la yunta, en donde se llegaba a formar un gran cerro de mazorcas, para posteriormente trasladarlo al pueblo sin desgranarlo, la mazorca entera se encostalaba y se llevaba a la casa. La otra herramienta que se utilizaba era el pizcador, tenía la forma como de un pez puntiagudo y algo cóncavo, con una o dos incisiones por donde se le pasaba una correa, la cual servía para sujetarse a la mano y así poder pizcar, esto consistía en atravesar las hojas de la mazorca de la parte de arriba, ya atravesadas las hojas, el pizcador se jalaba hacia arriba, así ya quedaban las hojas de la mazorca divididas en dos, se agarraban estas dos puntas y se le daba un jalón fuerte hacia abajo, lo que dejaba la mazorca completamente libre de hojas, ya nada más se doblaba la mazorca hacia abajo y el cañuto que sujeta a ésta con la milpa, se quiebra y la mazorca se avienta hacia arriba y al paso del pizcador con el canasto cae, con certera precisión. Era todo un espectáculo ver a unas cuatro o cinco personas cuando van pizcando, ya que normalmente todos empiezan al mismo tiempo los cinco surcos, cada quien el suyo, desprenden la mazorca, los cinco prácticamente al mismo tiempo avientan hacia arriba, las cinco mazorcas, pero esto con una rapidez increible, y sin apurarse a ver si le atinan al canasto, o que volteen para ver si van coordinados, ellos parece que van caminando, y se ve que las mazorcas vuelan y caen directamente a su canasto.

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El levantar una cosecha por alguien que no tiene hijos o que está recién casado, y que no tiene hermanos, amigos o pariente que le ayuden, es una bonita friega lograrlo.

EL DEBACLE ECONÓMICO En las cosechas fue cuando yo me dí cuenta que ya estabamos bien amolados; todavía recuerdo cuando mi papá para esta actividad llegaba a contratar hasta diez trabajadores, lo que hablaba de la capacidad económica de nosotros, estos mismos trabajadores eran de rancherías cercanas y cada año regresaban a la casa en vísperas de cosechas para ver si iba a haber trabajo en la próxima levantada de cosecha, y tristemente se regresaban, ya que se les decía que no. Mi papá de ser el que contrataba, se tuvo que ir al norte en busca de salvar la situación. Mi tío Carlos por las mismas fechas se fue a La Paz, a poner un negocio de paletas en sociedad con mi tío Samuel, el hermano más chico de mi mamá, la familia de mi tío Carlos siguió viviendo en el pueblo. Aurelio mi hermano mayor, ya tenía como un año en la gran ciudad estudiando la escuela secundaria, ya que en el pueblo no contábamos con este grado escolar. La situación empeoraba, a mi papá no le iba nada bien en el país vecino, al frente de la familia quedaba Javier, y como no era fácil sacar una cosecha solos, nos asociábamos con mis tíos, hermanos de mi mamá, de esa manera tratábamos de sacar las cosechas, íbamos a las parcelas de mi abuela y trabajábamos unos días, nos regresábamos y le avanzábamos a las nuestras, y así le hacíamos desde la siembra hasta el levantamiento de las cosechas, parecíamos gitanos de un lado para otro, ya que en cada cambio había que trasladar arados, azadones y todos los avíos necesarios para cada actividad que realizábamos. Para estas fechas lo que fue nuestra gran tienda, estaba en total bancarrota, ya que mi mamá la abría en ratos, por un lado tenía que atender las actividades

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propias del ama de casa, y que eran de irse a ordeñar a un potrero muy grande que estaba fuera del pueblo un poco antes del cerro del Tepeguaje, ya que ahí era como un potrero comunitario, varias familias pagaban una pequeña cuota y podían meter su ganado para que pastara y ahí se recurría también a ordeñar, desde muy temprano. Hasta que mi mamá regresaba con su jarra al hombro de ordeñar, hacía el quehacer de la casa, terminado éste se iba a abrir la tienda, la cual ya estaba toda trespeleque, había uno que otro artículo, no era ni la sombra de aquella tienda que no tenía rival en el pueblo, y que a mi corta edad a mi me daba lástima, ya me imagino cómo se sentían mi mamá o mis hermanos grandes. El poco ganado que teníamos por necesidad se vendió todo, de caballos nos quedamos con tres y una mula. Al poco tiempo vienen mis tíos y se llevan a Javier a La Paz, la familia queda sin papá, sin los dos hermanos más grandes y la situación económica nomás no levantó. Mis abuelitos iban y nos visitaban, pero nunca llegaban con las manos vacías, llevaban quesos, leche, y si era domingo, de la plaza nos llevaban algo de fruta o verdura. Recuerdo que los festejos anuales que más esperábamos era la llegada del Niño Dios, ya que nos traían buenos regalos y el otro evento era la fiesta del 12 de Enero. Los últimos arribos del Niño Dios en La Estanzuela fueron muy raquíticos, porque de ser ropa, juguetes y golosinas, en los últimos años eran únicamente de estas últimas, las cuales las aceptábamos con gran alegría, y ni decíamos que eran pocas o que nos faltaban más, el encanto de que te amaneciera algo en Noche Buena no tiene punto de comparación. En gran aprieto me vi una Navidad, porque las cosas que te trae el Niño Dios te las dejaba en tu calzado, mayúsculo fue mi problema ya que el día 24 de Diciembre en la tarde jugando en el arroyo que bordea el llanito que estaba en contra esquina de la casa, me robaron mis huaraches, ya que me los había quitado para jugar en el arroyo y no mojarlos, andábamos bastantes niños y jugamos durante buen rato, cuando decidimos retirarnos fui a ponerme mis huaraches, y éstos ya no estaban fue algo horrible ya que no preocupaba en lo mas mínimo la paliza que me iban a poner por haberlos perdido, la primer bronca por resolver, que pasó por mi mente era tener huaraches antes de que amaneciera, y el sol ya se estaba ocultando, la tienda

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de nosotros ya había quebrado y estaba cerrada, por lo tanto las posibilidades de que me compraran huaraches antes de la llegada del Niño Dios, se reducían a cero, primero porque ya estaba obscureciendo, segundo no estábamos sobrados de dinero. Pero antes de todo tenía que enfrentar a mi mamá, tarea nada fácil, pero no tenía ninguna otra alternativa, llegué a la casa, Cuco fue el primero que se enteró, se lo platicó a Ramón y los dos sabían que enfrentar a mi mamá iba a ser problemático, estábamos en sesión plenaria para establecer la estrategia para decirle a mi mamá de la robada, cuando llega ella, ese plan no lo habíamos contemplado, para pronto que nos pregunta, qué están haciendo, nos quedamos mudos, para colmo yo quedé enfrente de ella, apenas le iba a decir que me habían robado los huaraches, pero ella se me adelantó, ya que me vio descalzo y me dijo: ¿y tus huaraches? con cara de yo no fui, le contesté que me los habían robado, pegó el grito en el cielo, a punto estuvo de ponerme una paliza, pero como que reaccionó, ya que iba a ser Noche Buena, se comió su coraje y dijo, pues ahora el Niño Dios, no te va traer nada ya que no tendrás donde te lo deje, y se salió de la sala; por segunda vez en mi vida, mi mamá me perdonaba una paliza, no era tan dulce como para perdonar, mas bien me las ahorraba y posteriormente me las regresaba con todo, incluyendo intereses. Era preferible no aceptar el perdón. Esa noche llegó mi tía Cuca de visita se estuvo un ratito y se retiró, mi tía Cuca siempre fue una mujer niñera, a todos nos cotorreaba y abrazaba, le encantaba agarrarnos los cachetes y retorcérnoslos, ella desgraciadamente nunca tuvo familia y toda su vida la sacrificó cuidando a mis abuelitos. En cuanto se retiró mi tía Cuca cité a otra junta plenaria a Cuco y a Ramón, ya que necesitaba que me ayudaran a resolver mi falta de huaraches, ya que yo quería que el Niño Dios me trajera algo, me sugería Ramón que pusiera un zapato de los de Aurelio, ya que él tenía zapato y huaraches y si yo le pedía prestado un zapato no creíamos que se fuera a negar. La prestada del zapato a mí no me convenía, ya que el Niño Dios nunca me había visto a mí con zapatos salvo a la edad de brazos, y yo no creía que tan fácilmente lo íbamos a hacer guaje, y que tal si veía los zapatos de Aurelio en mi lugar, y se los llevaba a Aurelio y éste recibía doble regalo, en zapato y aparte en su huarache, descartamos esa posibilidad, Cuco me decía: en la casa del maíz hay unos huaraches viejos míos, les das una limpiadita y los pones debajo de tu cama y problema resuelto; Ramón también tenía otras chanclas y me decía

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lo mismo. Me decidí por los huaraches desechados de Cuco, me fui a la casa del maíz, los localice les dí una manita de gato, y los puse debajo de mi cama, llegó la hora de dormirse, todos se fueron a sus camas contentos a esperar la llegada del Niño Dios, yo no pude hacer lo mismo ya que tenía mis dudas de que el Niño Dios me favoreciera sin contar con calzado propio, la noche se me hizo eterna. Para antes de que hubiera amanecido por completo, yo había despertado, inmediatamente bajé la mano para tocar «mis huaraches» y no pude tocar nada, inmediatamente me dije, sabía que no iba a funcionar eso de ponerle al Niño Dios huaraches que no eran míos. Me bajé apresuradamente de la cama me agaché, y en realidad no estaban los huaraches, pero un poco más adentro se veía algo, estiré más la mano y jalé el objeto, que resultó ser mi sombrero, lo jalo hasta mí, y con gran regocijo, primero porque el Niño Dios no se había olvidado de mí a pesar de mi tragedia del 24 en la tarde, aparte porque estaba lleno de cacahuates en lo que era la copa del sombrero, abajo de los cacahuates venían dulces de colaciones, piñitas y garapiñados y hasta el fondo una moneda de a veinte centavos, lo que coronó mi felicidad, y yo no cabía de contento por la gratitud al Niño Dios, que a la postre vino a ser mi tía Cuca. Ese mismo día vi las chanclas de huarache que había utilizado, estaban tirados en el corral. Otra Navidad de grato recuerdo, fue cuando el Niño Dios me trajo una ambulancia de hoja de lata en color gris con sus señalamientos de que era una ambulancia de color rojo, las puertas traseras se podían abrir y sacar una pequeña camilla, en la cual colocaba los tradicionales soldaditos o monitos de plástico los cuales quedaron como mandados a hacer a la camilla que traía mi ambulancia, se me hizo un regalo del Niño Dios increible, a la postre el que me lo había traído de la gran ciudad fue Aurelio, ya que se iba a pasar las vacaciones de su escuela al pueblo con nosotros, y de seguro se debió de haber llevado la ambulancia, ya que en el pueblo no había de ese tipo de juguete. Además si en aquel tiempo me hubieran dicho: este regalo te lo trajo Aurelio, siento que no lo hubiera gozado tanto, para empezar la cuidé tanto que para la siguiente Navidad todavía la tenía, yo era feliz, si me enviaban a algún mandado, iba con mi ambulancia en la mano. Mi mamá se iba a lavar la ropa a los pozos que estaban a la orilla del llanito que estaba en contra esquina de la casa, yo me daba vuelo jugando ahí con mi ambulancia hacía caminitos de subida, de bajada, con curvas, caminos sinuosos, recogía y entregaba heridos, unos eran soldados otros eran vaqueros, apaches, mi vehículo de

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atención médica no descriminaba a nadie, a todos se les curaba, trasladaba y atendía por igual, me acuerdo que en bastantes ocasiones tenía que acompañar a mi mamá mientras ella lavaba; una vez le dije: mamá me das dinero para comprar un plátano, y como que andaba de buenas o de antojo y me dijo: ve y compras dos, uno para mí y otros para ti; pero los plátanos que debía traer, eran del que le llaman costillón, fui a enfrente de la plaza donde estaba una señora que vendía naranjas, cacahuates y plátanos básicamente, llegué escogí dos de buen tamaño y que estuvieran pasaditos de maduros, este tipo de plátanos su nombre le viene precisamente porque tiene franjas esquinadas que figuran una costilla, en la actualidad los utilizan para dárselos a los pájaros, pero dejándolos pasar un poco maduros, quedan mucho más sabrosos y dulces que el plátano tradicional; ya que había comprado, los dos plátanos, en el regreso de volada que me devoró el que iba a ser para mí, pero me quedé con ganas de mas plátano, y no me aguanté las ganas, empecé a ablandar el plátano que sería para mi mamá, ya que estaba bastante blandito, le hice una incisión exactamente en la raya que hacía la costilla de tal manera que no se notara tan fácilmente, y por ahí le empece a sorber el contenido del plátano, que cuando llegué con mi mamá el pobre plátano ya estaba todo chupado, y que para mi buena suerte mi mamá nunca se dio cuenta, ya que con el restregado de la ropa sobre los lavaderos, que eran de piedras planas y alargadas, y la plática con las otras mujeres que lavaban también alrededor del pozo, favorecieron a que yo me echara como plátano y medio. Una de cal por todas las de arena. Bastante gente bajaba al pueblo a surtirse de productos para una semana y había quienes bajaban cada mes, lo que compraban básicamente era sal, azúcar, piloncillo y canela y uno que otro llevaba manteca, los que llevaban algo de fruta, era común ver algunos que se comían el plátano pero, sin pelarlo, se lo comían con todo y cáscara. Por eso, si nosotros nos considerábamos amolados, comparados con ellos, verdaderamente estábamos en la gloria. La familia ya reducida, sin la presencia de mi papá, ni la de los dos hermanos mayores, las siembras y las cosechas ya no se podían llevar a cabo, ya que el más grande de la familia era Ramón y apenas pintaba para adolescente, y lo único que nos quedaba era fusionarnos con nuestros tíos para servirles de ayudantes a ellos y lograr algo de las cosechas, para irla pasando.

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MI PRIMER SUELDO Recuerdo que mi tío Eutiquio hijo de mi tía Antonia quienes vivían a un costado de nuestra casa, y su corral bordeaba el arroyo y por toda esta área tenían grandes plantíos de carrizo, en donde por las noches se iban a dormir todos los tordos, que por las tardes sobrevolaban el pueblo y que nosotros seguido los esperábamos con nuestras resorteras con la esperanza de cazar alguno y que en pocas veces lo lográbamos, había ocasiones que ya prácticamente a obscuras íbamos y les tirábamos a los tordos, los cuales casi tapizaban el carrizo, de tal manera que si le atinaba uno al carrizo, ya le habías pegado a un tordo y te brincabas la cerca y lo recogías, y te lo llevabas a presumir, nada mas, porque la carne de este pájaro nadie se la comía, en pocas palabras simplemente lo matabas por placer; me acuerdo que había señoras que pasaban rumbo al templo a rezar el rosario y nos decían, muchacho malvado ya deja dormir a esos pobres pájaros. Estos carrizales mi tío Eutiquio pagaba porque se los cortaran, en ese año andaban cortándolo dos jóvenes como de unos veinticinco años; el corte se lo aventaban en una o dos semanas, como yo estaba de vacaciones, me brincaba a su corral y me iba hasta donde estaban ellos cortando el carrizo y les ayudaba sin ningún compromiso, pero lo hacía con tanto empeño, estaba empezando la semana y el par de hombres me veían tan atareado, y como que acordaron darme una cantidad y así me lo hicieron saber y uno de ellos habló conmigo y me dijo: mira Félix síguenos ayudando y el sábado te vamos a pagar quince centavos, yo me sentí que era un individuo de utilidad y que me habían contratado, terminando la jornada me fui a platicarle a mi mamá, que ya tenía empleo y que el sábado me iban a pagar quince centavos, lo vio con agrado y satisfacción, transcurrió la semana, llegó el sábado, lo que significaría mi primer sueldo a mi incipiente vida. Dicho y hecho el sábado a medio día acabamos la jornada, mi labor consistía básicamente en hacer montones del carrizo que cortaban ellos, y ya después llegaban con las remudas y se lo llevaban en caballo y burros que los cargaban hasta el tope, pobres bestias, les echaban a cada lado tercios bastante gruesos, se los amarraban a los lados, y la carga de carrizo necesariamente tenían que arrastrarla por lo largo de los carrizos. Por fin llegó la hora de la paga y uno de ellos me llamó y me dijo: Félix aquí tienes tu pago tal y como lo habíamos acordado, y me da una moneda de

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a veinte centavos, la tomo y le digo, pero yo no tengo cambio para regresarle cinco centavos, y él me dice, todo es para ti; me quedé mudo porque me habían pagado más de lo acordado. Les dí las gracias y para pronto que me fui corriendo a mostrarle a mi mamá el primer sueldo de mi vida, mi mamá lo toma, y se siente orgullosa de mí, y me dice: este dinero es todo tuyo, te lo voy a guardar y a la hora que tú lo quieras, será suficiente que me lo pidas y te lo regresaré íntegro, hubiera apostado que si en ese momento le hubiera dicho, mamá necesito cincuenta centavos, ella me los hubiera dado. Como el corte de carrizo ya se había hecho por completo yo ya no tendría trabajo para la siguiente semana. Y como la sensación de sentirse alguien ya lo había probado, yo quería seguir bastándome con el mismo ego, y me dí a la tarea de buscar otro empleo que me brindara la misma satisfacción, pero a la edad de casi siete años no era fácil lograrlo, le busqué y no pude encontrar nada. Pero cruzando el arroyo después de una propiedad de mi tío Carlos, había unas ladrilleras, fui y busqué a los dueños de éstas, que seguido prendían hornos para cocer ladrillos y nunca los encontré, pero me topé con sus peones y ellos me dijeron que no necesitaban ayudantes, y se me acabo el ánimo por buscar trabajo. Pero me dijeron aquí no hay chamba pero puedes traer pasojo, esto era estiércol seco de caballo, que ellos utilizaban para hacer el ladrillo, y me dijeron júntalo y por cada cinco costales que traigas te pagan veinte centavos y sin pensarlo me puse a recolectar pasojo, pero antes les pregunté porqué no utilizaban la buñiga, que era el estiércol de vaca, pero seca, ellos me contestaron, que no utilizaban ésta porque no se mezclaba con el barro tan fácilmente, y en cambio el pasojo si se adhería fácilmente al barro, y que la buñiga mas bien la utilizaban como combustible para pretender el horno en su fase inicial, ya que el cocimiento del ladrillo lo lograban con leña de huizache, roble o encino y era muy efectiva. Sin hacer ningún acuerdo previo empecé a recolectar pasojo por todos los alrededores del pueblo, me salía desde temprano echaba viajes, al medio día iba a la casa a comer, me acuerdo que al completar diez costales me fui con el dueño de la ladrillera a ofrecerle mis diez costales y cobrar veinte centavos, llegué con el señor a ofrecerle mis diez costales, me ve, y me dice: ven para acá, me lleva para atrás de los hornos y me muestra un mundo de costales de pasojo y me dice: todo este pasojo no me lo acabo ni en dos meses, ya viéndome perdido, le dije: páguemelo a menos precio

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no importa, y me contesta tajante, no me interesa tu pasojo. Con todo el coraje del que era capaz de emanar me tuve que regresar sin lograr vender mi mercancía, todo fracasado llegué a la casa, le platiqué a mi mamá el fracaso sufrido, y con todo el dolor de mi corazón el pasojo se quedo tirado en el corral de mi casa, donde estuvo por bastante tiempo, y cada que lo veía, me acordaba de mi fracaso. Para estas fechas había nacido mi hermana Bertha, producto de las estancias pasajeras de mi papá en sus idas al Norte. Ella ya tenía como dos años cuando le atacó una enfermedad que por pláticas posteriores fue una infección estomacal grave, ya que ella en descuidos se salía al llanito, donde estaban unos montones de barro seco de color negro, y ella se salía corriendo de la casa y se iba a estos montones de barro, y se ponía a comer terrones de este lodo seco; pasó el tiempo y en los descuidos, ella seguía yéndose a los montones de lodo seco a hacer lo mismo, parece ser esto le provocó una infección tal que apenas había cumplido dos años y murió. Tengo muy presente cuando la velaron en la casa, su ataúd lo colocaron en el centro del zaguán, su cajón chiquito lo pusieron sobre la mesa muy grande, me acuerdo que estaba bastante alta me quedaba a la altura de la cara, esta mesa, la tenía mi papá arrumbada, y era la que se utilizaba para hacer pan en nuestra panadería, la cual ya era historia, porque tenía dos años de haber quebrado; el cajón de Bertha se veía chiquito en semejante mesonón. Llegaba la gente con flores en la mano y las colocaban sobre la mesa, fueron tantas flores que rodeaban su ataúd, que éste se perdió entre tanta flor. Yo veía que mi mamá lloraba y no me explicaba el porqué, fuimos al panteón a enterrarla, recuerdo que mi mamá no fue al panteón, no sé cómo estuvo pero yo fui de los primeros en regresar a la casa, y llegué bien alegre y lo primero que hice, fue buscar a mi mamá y le dije: mamá ya enterramos a Bertha, todavía no terminaba de decírselo, y mi mamá soltó el llanto, yo no entendía el porqueé pero no le pregunté a ella, como que medio entendía la situación, hasta que le pregunté a Ramón por qué lloraba mi mamá, me explicó, el porqué, pero no lo captaba muy bien. Transcurría el tiempo y el panorama seguía sin pintar bien para la familia, mi papá iba y venía al país vecino a la pizca de manzana, pera, jitomate, naranja, etc. Quién iba a pensar, que mi papá, de contratar peones para levantar sus cosechas, él se iba a hacer esto a tierra lejanas.

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Aurelio en la gran ciudad, sin contar con ayuda económica se ve en la disyuntiva de regresarse al pueblo o continuar con sus estudios, pero haciéndose de sus propios recurso, y se decide por esto último. Nosotros en el pueblo, de mal en peor y para hacer más interesante el asunto, mi mamá en menos de dos años manda traer dos hermanos más, a Saúl y a Héctor, quién sabe como le harían mi papá y mi mamá, ya que todo el tiempo andaban de la greña, pero como que al llegar la noche se les acababa el rencor. Mi mamá con dos niños de brazos, la situación se hace más desesperante, la situación llegó a estar tan precaria que mi tía Cuca se ofrece a continuar con la crianza de Saúl cuando éste ya caminaba, yo me dí cuenta de la negociación, hasta mucho tiempo después, parece que todo fue de común acuerdo, mi mamá aceptó y se llevaron a Saúl a vivir al rancho con mi tía Cuca y mis abuelitos, Ramón, Cuco y yo, vimos que se llevaron a Saúl, se nos hizo normal, ya que continuamente no faltaba quien de nosotros se fuera con los abuelos y durara hasta semanas con ellos en el rancho. Pero a mi mamá no tardó mucho tiempo en llegarle el amor de madre y que se arrepiente, y así se lo hace saber a mi tía Cuca, quien no tiene otra alternativa y con todo el dolor de su corazón regresa a Saúl a la casa, únicamente para continuar con el viacrucis. Llegaban los domingos y nosotros sin ningún cinco para comprar algo en la plaza, Cuco y yo nos íbamos al gallinero y buscábamos huevos, y si no había ninguno, nos esperábamos hasta que a alguna gallina se le ocurriera poner, había ocasiones que nuestra espera se prolongaba por horas, pero la cara se nos iluminaba cuando veíamos entrar una gallina a su gallinero, y como un blanquillo no nos ajustaba, nos esperábamos a que se juntaran dos blanquillos, por lo tanto esperábamos a que entrara otra gallina, y así ya con dos blanquillos, los venderíamos y las ganancias se dividirían entre dos. Ya que teníamos la mercancía nos íbamos a vendérsela a la tienda de don Donado Guzmán, tomábamos los dos blanquillos; en una ocasión llegamos a la tienda, la dije a Cuco toma la mercancía, tú ofrécela a don Donato, entramos a la tienda y le dice Cuco a don Donato «me vende estos blanquillos», don Donato que era un señor de edad avanzada le dice, cómo que te los venda si los traes en las manos, pero Cuco se equivocó de palabra por el nerviosismo

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que le invadía ya que nos habíamos volado los blanquillos, y andábamos de mercaderes a escondidas de mi mamá. Don Donato lo corrigió, dirás que te los compre, y los dos movimos la cabeza de arriba a abajo dando a entender que era la palabra correcta, a don Donato nada más le dio risa, tomó el dinero y nos dio diez centavos por los dos blanquillos, nos lo repartimos, nos fuimos a la plaza y ahí compramos gusgueras. Lo de ir a vender huevos era común, ya que mi mamá nos mandaba continuamente, pero nos mandaba mínimo con diez huevos, y no con uno o dos. Es por eso que don Donato ya sabía cuándo nos enviaba mi mamá, y cuándo nosotros andábamos haciendo de las nuestras, de todo esto para poder dormir tranquilos teníamos que ir a confesárselo al padre, nos daba la penitencia, la cumplíamos y quedábamos listos para la siguiente.

LA PRIMERA MUDANZA Sin la presencia de mi papá, y con la situación precaria y sin ninguna mejoría, mi abuelo toma la decisión de llevarnos al rancho con ellos, argumentando que allá al menos de comer no nos faltaría. Cuco y yo no recibimos con agrado la decisión de mi abuelo, pero en realidad él tenía razón, nos veía tan amolados que ciertamente nos estaba haciendo un favor, a Ramón le cayó como balde de agua fría, ya que él se veía en la necesidad de abandonar la escuela, estaba por ingresar al cuarto año de primaria, se defendió como pudo, argumentando que él podía ir y venir diario, que se quedaría en el pueblo con algún familiar, pero mi mamá fue tajante y dijo, no. Total que todos andábamos molestos con el cambio al rancho, a mi hermana Chuy le era indiferente, ella casi no tenía amigas, pero nosotros, si íbamos a extrañar a toda la palomilla del barrio. Y hasta a los huaracheros que a cada rato nos ponían tremendas corretizas. A pesar de todo los pesares, llegó el día del traslado al rancho, para el traslado se utilizaron, cuatro bestias que aún nos quedaban y que era una yegua rosilla muy mancita y noble, dos caballos alazanes matalotes, y una mula, mi abuelito llegó en un caballo blanco que tenía y un macho, que por cierto nada mas veía por un ojo ya que estaba tuerto, para las siete bestias hubo carga, no cargamos con el perico nada mas porque no teníamos, pero

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de ahí en mas cargamos con todo, cazuelas, metate, molcajete, burros de madera, para las camas de otate, éstas se hacían recortando los otates, de un largo como de un colchón, ya recortados, se unían con hilo de ixtle uno por uno, y para el ancho, dependía de como se quisiera, cama individual, “queen size o king size”, mas bien su ancho lo determinaba el tamaño de los burros de madera donde iba a ser colocada la parrilla de otates, esas eran las flamantes camas de aquella época. Llevábamos también un cazo, canastos llenos de cosas, costales con ropa, chiquihuites, aparatos y lámpara de petróleo para alumbrar. Ya que por fin todo estuvo cargado, empezamos nuestro peregrinar, para tomar rumbo al rancho de mi abuelo, necesariamente teníamos que cruzar el pueblo, pasar por la plaza principal, fue feo porque la gente por menos que quisiera al ver siete caballos cargados hasta las chanclas, no iban a pensar que íbamos de pic-nic, nos íbamos por alguna razón, a mi me echaron a la yegua rosilla que llevaba menos carga y llevaba en ancas a Saúl, éste como de tres años, aún recuerdo, que habíamos cruzado la plaza y a la siguiente cuadra estaban dos compañeros de la escuela y cuando me tocó pasar cerca de ellos, sin que se diera cuenta la demás caravana, simularon el bramido de una chiva, volteé y se escondieron, no porque me tuvieran miedo, era común que en el pueblo, al pasar uno de nosotros y si estaban en bola muchachos, nos hacían lo mismo. El cruzar el pueblo no creo que nos llevara más de quince minutos, pero en esa ocasión se me hizo que duramos horas para hacerlo, ya que ibas pasando y bastante gente salía a ver nuestra caravana, si ellos nos veían con tristeza, es de imaginarse cómo nos sentíamos nosotros, que en contra de nuestra voluntad, dejábamos el pueblo. Ya que el destino de la mayoría que nace en La Estanzuela es emigrar, ya sea a otro país, ciudad o estado, yo creo que los que nos veían pasar de seguro se preguntaban, cuándo nos tocará el turno a nosotros, ya que el emigrar hacia nuevos horizontes era común en el pueblo. El ingreso a la Estanzuela por todos los puntos cardinales es a través de callejones con cercas de piedra, las cuales dividen las propiedades, y que normalmente eran los corrales. Exagerando un poco es como si fuera un pequeño laberinto con un pueblo al centro, por el hecho de estar rodeado de callejones. Es por eso

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que ir al rancho de mis abuelos se hacía más tiempo a caballo, ya que únicamente puedes transitar por los callejones, casi a lo largo de todo el camino, en el pueblo las cercas de los corrales formaban los callejones, y en llano abierto, las cercas que dividían los grandes potreros, los mismos dueños dejaban un pequeño espacio entre propiedad y propiedad y así se formaban los callejones largos, casi interminables, así los dueños de, potrero, pastizales o sembradíos evitaban que atravesaran sus propiedades. Por eso cuando uno llevaba prisa, era preferible irse a pie, que a caballo, ya que a pie se brincaba uno las cercas, para lo cual, si era ruta, ya existían los portillos, que hacían más fácil la brincada de las cercas.

MARIA DE JESÚS, HÉCTOR, MI MAMA, SAÚL Y RAMÓN, CUANDO NUESTRA ESTANCIA EN EL RANCHO «OJO DE AGUA», YA ERA DE TIEMPO COMPLETO. RAMON EN SU CARA, REFLEJA LA DESGRACIA DE HABER DEJADO LA ESCUELA PRIMARIA. YA QUE ESTA FOTO DATA DE CUANDO ESTÁBAMOS RECIEN LLEGADOS AL RANCHO.

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No se me olvida la ocasión en que llegó Ramón todo mojado a la casa, lo vio mi mamá, y ni para que ampliar más, le puso su paliza, ya al rato que estaba recuperado, le preguntamos, qué es lo que le había pasado, y nos dijo que se había hecho la pinta y se fueron a las cebolletas, unas llanura cercas del pueblo, el nombre le viene por el hecho de que allí año con año en tiempos de lluvias nacían sin que nadie las sembrara, unas cebollitas chiquitas mas pequeñas que las cambray. Por esta área cruzaba el arroyo, éste con el paso de los años ya tenía hechas grandes zanjas por donde corría el agua, al grado que tenía uno que buscar partes accesibles para bajar al arroyo, y nos encantaba jugar allá abajo, entre paredones y el arroyo, no a todo lo largo del arroyo había paredones, pero sí en algunas partes, en algunos tramos del arroyo ésta corría al ras del suelo prácticamente y tenía partes donde el arroyo se abría bastante y se formaban grandes montones de arena, y era muy común que como al medio día uno se metía al agua y salías y te daba bastante frío y para amortiguarlo te hincabas en la arena que estaba calientita por los rayos del sol, hacían un buen montón de ésta y te la echabas sobre el cuerpo, con lo tibio de la arena amortiguabas, el frío sabroso que hace por éstos rumbos, había ocasiones que el mismo arroyo formaba buenos cerritos de arena, por lo que no había necesidad de hacerlos con los brazos, en una ocasión andábamos bañándonos bastantes niños y yo, nos habíamos divertido durante buen rato, no salimos del agua, a mí me dio frío, y me apresté a echarme arena calientita para calmar el frío, me dirigía a unos montones de arena muy bien formaditos y velozmente me eché arena sobre mi cuerpo, pero para sorpresa mía, algún desgraciado de la palomilla se nos había adelantado, y en el cerrito de arena, pero muy bien camuflageado hizo sus necesidades fisiológicas, me dí cuenta hasta, que ya estaba todo embarrado, la bronca fue para quitarme el olorcito ya que éste con la pura agua no era suficiente, busqué plantas que olieran bonito y me las restregué por donde me había puesto arena calientita. A partir de ese día, tomé mis precauciones para volverme a echar arena calientita, ya mejor optaba por aguantarme el frío. En otra ocasión a Ramón le dio su buena mojada el arroyo, porque resulta que él andaba haciendo tiempo para calcular la hora de salida de la escuela y así regresar a la casa, ya que se fue de pinta, se había arriscado los pantalones para no mojárselos, pero nunca contó que arroyo arriba había llovido a cántaros, y le llegó el arroyo crecidísimo, sin que el se diera cuenta, aparte de la mojada, también le dio su revolcada, llega a la casa titiritiando de

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frío, y mi mamá se encargó de darle su buena calentadita con su cuarta predilecta. Regresando a nuestra caravana rumbo al rancho, cruzando el arroyo de los horconcillos estaba el rancho de mi tía Santos, hija de una hermana de mi abuelita Chuy, donde seguido llegábamos para dar algún aviso, o cuando nos agarraban en el camino aguaceros tipo chubasco, de ésos que no te permiten ni siquiera caminar, ya que habíamos subido por el callejón de los horconcillos, por cierto bastante pedregoso y disparejo, ya que había partes donde las bestias que se llevaban cargadas de lo que fuera, teníamos que hacerlo con cuidado, ya que por este callejón con las lluvias, los arroyuelos hacían buenas zanjas que muchas veces era por donde se pasaba, y con una que otra piedra grande a un lado y estorbaban a las bestias cargadas, ya quedando atrás los horconcillos empezaba a caer la tarde, y nosotros seguíamos nuestra marcha rumbo al Ojo de Agua, cruzando estas llanuras, nuestra caravana se veía como las que iban a poblar el Viejo Oeste. Pero con dos diferencias muy claras; una que nosotros no llevábamos carretas, sino únicamente caballos, la otra era la expresión de la cara de los integrantes de las caravanas, los que iban a poblar el Viejo Oeste, sus caras de seguro se veían llenas de ilusiones, porque iban en pos de la tierra prometida, a diferencia de nosotros que íbamos en calidad de asilados o buscando refugio, que nos había brindado mi abuelito Timoteo y mi abuelita Chuy. La cara de cada uno de nosotros era de incomodidad o disgustó, mi mamá con Héctor en brazos no ocultaba la tristeza, Cuco, María de Jesús y yo, tristones, Saúl a quien llevaba en ancas de apenas tres años indiferente no captaba el motivo del viaje, Ramón era el inconsolable porque suspendía su escuela primaria. Ya estábamos por llegar, en el rancho Casa Blanca de don Jesús Nuñez, y prácticamente en su propiedad, cuando uno de los caballos, como que le empezó a picar algún artículo de los que llevaba de carga, y empezó a reparar y a correr desbocado, tirando por los aires todo lo que llevaba de carga, mi abuelo, Aurelio y Ramón trataron de detenerlo, pero fue en vano, éste no dejó de correr hasta que tiró toda la carga que dejó por casi todo el potrero de la Casa Blanca, tuvimos que hacer escala, y a recoger todo lo que traía el caballo y volverlo a cargar, esto nos llevó buen rato, y eso que don Jesús Nuñez y sus hijos nos ayudaron, afortunadamente el Ojo de Agua de ahí ya

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estaba cerca, y continuamos nuestro viaje, al ir llegando al potrero del rancho Ojo de Agua, en la esquina donde está la cerca, hace callejón con la cerca del potrero de don Ignacio Caloca, este callejón desemboca exactamente en un barbecho del rancho, y pasa exactamente a un lado del pozo que mas bien es noria, ya que tenía agua todo el año a diferencia de muchos pozos de agua que había por todo el camino, que en épocas de no lluvia, para pronto se secaban, lo de Ojo de Agua le venía precisamente por este pozo, tenía agua durante todo el año, e incluso en las tremendas sequías, aquí era el lugar donde se abastecían de este vital liquido todos los que transitaban, rumbo a las rancherías de aquel rumbo, ya que ahí llenaban sus vasijas o guajes para alcanzar a llegar a La Estanzuela, o rumbo a sus propiedades o rancherías, este pozo estaba en un pequeño recoveco que se hizo a la cerca del potrero de don Ignacio Caloca y a la propiedad de mi abuelo. Cuando íbamos al rancho a pie, no llegábamos por el callejón al rancho, lo hacíamos brincando un portillo hecho prácticamente al pie de una ermita que existe en la esquina del potrero, y dentro de un nicho, que ésta tenía, un montón de piedritas, y en una ocasión le pregunté a mi abuelita, el porqué tenía ese montón de piedritas dentro, y me dijo, que eran oraciones que algún familiar, amigo o caminante le rezaba en honor del difunto, la piedrita la recogían del camino, aún si estaban muy lejos, le rezaban un rosario, un Padre nuestro, o cualquier pequeña oración, pa-

TRAJE CAMPIRANO PROPIO PARA LOS DOMINGOS, LO PORTABAN UNOS CUANTOS, YA QUE ERA UN GRAN LUJO. CON LA ESCUELA DE ABAJO Y PARTE DEL TEMPLO DE FONDO.

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sabas por la ermita y depositabas en el nicho la piedrita. De este tipo de ermitas abundaban y muy comunes pegadas a cercas de piedra de callejones o potreros ya que se prestaban para que el verdugo se escondiera y esperara tranquilamente a su víctima, ya que la mayoría de las cercas cubrían tranquilamente a un caballo y a su jinete, se podían dar el lujo de esconderse montados en su caballo, hasta que llegara el que iban a enviar al eterno descanso, esa era la forma de venadear a los rivales en amores, por pleitos de herencias, o alegatas de cantinas. A nadie nos gustaba llegar al rancho ya obscureciendo por temor a que el ánima del difunto de la ermita se nos fuera a aparecer. En una ocasión accidentalmente me dí cuenta como habían matado al señor por el cual erigieron la ermita en la esquina del potrero del rancho, este señor vivía en el rancho de la loma, una ex-hacienda que a principios de siglo tuvo un auge económico muy importante en la región, y que para estas fechas ya estaba en completo abandono, quedando prácticamente las ruinas de aquella gran hacienda, la cual estaba prácticamente enfrente del rancho de mi abuelo, pero para llegar hasta allá era bastante tardado, ya que donde iniciaba el potrero de mi abuelo, ahí nacía una gran pendiente que terminaba hasta un arroyo que se encontraba cuesta abajo, llegaba uno hasta este arroyo emprendías la subida y hasta en la parte alta, a la altura del Ojo de Agua, allá estaba la exhacienda La Loma, ahí vivía el señor de la ermita; resulta que mi tía Cuca en una ocasión, platicando con la esposa del difunto, le dijo que en una ocasión escuchó un disparo, esto era común ya que el rancho estaba prácticamente al bordo de una cañada, entonces todos los disparos hechos a lo largo y ancho de ésta hacían bastante eco, y se escuchaban a muchos kilómetros de distancia, platicaba mi tía Cuca, que la esposa de este señor estaba en la loma en su casa haciendo las labores cotidianas y escuchó un disparo a gran distancia, y que ella sin imaginarse la tragedia dijo, lo bueno es que esa bala no le tocó a mi viejo, ya que él se fue al rancho La Tetilla, ubicado a gran distancia de ahí, pero para su mala suerte, su esposo había regresado antes de lo planeado, y por la parte de adentro de la cerca del potrero de mi abuelo, de ahí lo estaban esperando para darle muerte. El castigo para un asesino prácticamente no existía, ya que en la Estanzuela ni juez ni policía rural había para enjuiciarlos, había que llevarlos hasta Tlaltenango, y para llevarlos hasta allá se hacía con voluntarios y nadie aceptaba, ya que la travesía sería por la sierra, y las

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venadeadas por parte de familiares o amigos del asesino eran tan comunes, que difícilmente llegaban a su destino los presos. La otra era esperar a que enviaran policías rurales desde Tlaltenango para que se llevaran custodiado al asesino, pero el tiempo que tomaba esto, el asesino tranquilamente se echaba a otros dos. Lo más común era que el asesino tomaba la decisión de desterrarse del pueblo voluntariamente y se iba a vivir a tierras lejanas, quedarse no era buena decisión, aunque podía seguir viviendo en el pueblo, pero toda su vida andaría a salto de mata, ya que el papá, hermano, amigo o conocido de la víctima, tarde o temprano cobraría venganza. La llegada de nuestra caravana al rancho fue prácticamente en la noche, el pasar por la ermita acompañado no representó ningún miedo, entramos al callejón el cual ya nos ponía prácticamente en la entrada al rancho, salía uno del callejón y entrabas al barbecho, parcela que rodeaba por la parte de arriba al rancho, éste con sus paredes de adobe, aunque las paredes de la cocina eran de piedras encimadas pero por dentro enjarrada con lodo, para que no quedara ningún orificio con su típica teja roja, excepto la casa de los avíos para sembrar, las paredes eran igual que las de la cocina y el techo era zacate en forma de dos aguas, casi enfrente de ésta había un árbol de zapote que sobresalía de todo el rancho, y donde hacíamos nuestros columpios, a un lado de la cocina estaba un guayabo y a un lado de éste estaba el gallinero cuya entrada para los plumíferos era por la parte del potrero; en la parte de enfrente del patio estaba un corralito prácticamente para el solar con los manojos de hoja y rastrojo, en este mismo corralito estaba un árbol de zarzamora y aun lado de éste uno de durazno, los que dejábamos temblando en cuanto tenían algo de fruta, curiosamente el rancho para su ingreso al patio, tenía tres entradas, ya que todo el patio estaba delimitado con una cerca de piedra, y una entrada estaba a un lado de la cocina entre ésta y el guayabo con un portillo propio para brincarlo fácilmente si llegaban visitas a caballo, los animales los amarraban de las ramas del guayabo, otra entrada era enfrente de la cocina entre el gallinero y el corral donde estaba el solar, que era el ingreso cuando uno llegaba a pie de La Estanzuela, la tercera entrada la de más uso era la que estaba entre la casa de los avíos y el árbol de zapote, este ingreso era el de más uso ya que exactamente en esta dirección cruzando el barbecho estaba el pozo a donde se iba por toda el agua para el consumo diario, por lo tanto el portillo de ingreso era más bajito de tal manera que podíamos brincarlo fácilmente hasta con un balde con agua en cada mano.

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Por aquí fue precisamente el ingreso de nuestra caravana, mi abuelita salió a nuestro encuentro, y como siempre, preocupada porque ya casi anochecía y nosotros no llegábamos. Con nuestra llegada, se le acabó el encanto al rancho, ya que a nosotros nos fascinaba ir al rancho, pero de visita, y en esta ocasión estábamos llegando como residentes y la cosa sería muy distinta. Las habitaciones eran dos únicamente, una era la casa del maíz, donde estaba guardada toda la cosecha obtenida, del techo estaba colgado un zarzo, donde se guardaba el queso, que durante las aguas prácticamente se hacía a diario, y en tiempo de secas apenas cada semana, los zarzos se hacían de otates un poco mas delgados que los que se utilizaban para hacer las camas, y era utilizada la misma técnica, se recortaban los otates a una sola medida, y con un hilo de ixtle, pero era mas común éste hilo hacerlo de palma, mi abuelito tenía una técnica muy depurada para hacer hilos o mecates de palma, ya que contaba con la materia prima para hacerlo, y los de ixtle había que irlos a comprar hasta la Estanzuela, lo curioso era que los quesos guardados en los zarzos duraban de un año para otro; cuando se guardaban para largo tiempo mi tía Cuca los cubría de una salsa roja hecha con chiles y especies, lo que permitía que el queso durara hasta un año guardado en el zarzo. Ya cuando se habían cortado los otates a una sola medida se tendían en el suelo, y se empezaba a unirlos uno por uno, con tres lazos, uno de cada orilla y el tercero por el centro, ya que se tenía el emparrillado de otates, por la parte de abajo se le colocaban cuatro otates más como si fueran un marco, alrededor del zarzo y dos contraesquinados, éstos se dejaban un poco saladitos o mas grandes, ya que de ahí se sujetarían las sogas para colgarlos al techo, y uno más atravesado enmedio, como los roedores son fanáticos del queso, había que protegerlo de ellos, porque el hecho de que el zarzo estuviera colgado del techo no significaba completamente a salvo de los parientes de Mikey, éstos se las ingeniaban para subirse por las paredes y llegar hasta el techo, donde estaba la soga con la que estaba colgado el zarzo, y por ahí se deslizaban tranquilamente al zarzo. Pero para que esto no sucediera, al colocarle las cuatro sogas, amarradas una en cada esquina, éstas se unían con un gran nudo, así el zarzo ya quedaría listo para ser colgado. Para evitar que los ratones llegaran hasta el queso, de un guaje de los que se utilizaban para llevar agua a

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la labor, éstos tenían forma de guitarra, a este guaje se le hacía el agujero normal como si lo fuéramos a utilizar para el agua, después se recortaba horizontalmente haciendo el corte un poquito arriba de la cintura del guaje, así ya quedaba como una especie de campana, pero con orificio en la parte de arriba, esta campana se colocaba exactamente donde se hacía el nudo uniendo las cuatro sogas que sostienen el zarzo, y por el orificio de la campana salía otro pedazo de soga que sería con el cual se colgaría al techo, con esta campana, el ratón podía llegar fácilmente al zarzo, ya que treparse por las paredes que eran de adobe, no le significaba problema al roedor, llegaba hasta la soga donde estaba colgado el zarzo, empezaba a deslizarse sin problema, pero al llegar a la campana del guaje, como estaba completamente lisa, el ratón necesariamente resbalaba y caía hasta el piso, pero para asegurarse que cayera hasta el piso, se necesitaba que la campana del guaje fuera grandecita, porque si no se colocaba de buen tamaño o correctamente, se corría el riesgo de que el ratón cayera en el mismo zarzo, y el ratoncito se aventaba tremendo banquetazo, aparte que se daba el lujo de llegar al buffete por resbaladeros. En el rancho había cuatro zarzos los cuales en tiempo de aguas, los cuatro tenían queso, panela, requesón, venía a ser el refrigerador del rancho; tenían uno en la casa del maíz, otro en donde dormíamos, uno más en una especie de sala de estar, y el cuarto estaba en la cocina, aunque éste estaba muy chiquito, hasta parecía de juguete. Aparte en la casa del maíz, era una especie de bodega allí mi abuelo tenía herramientas, almacenaba los cueros ya salados y disecados de todo el ganado que se le desbarrancaba, y que en su oportunidad se llevarían a curtir a la gran ciudad. El otro cuarto, y único utilizado como recámara, era el de a un lado de la casa del maíz, ahí era la recámara de todos y únicamente había dos camas, las dos con box spring de otates, después de los otates lo único que tenías eran baquetas que amortiguaban un poco a los otates, aunque no molestan en lo mas mínimo, no termino de explicarme cómo cabiamos tanta gente en tres camas únicamente, la tercera cama estaba exactamente «afuera» del que llamábamos cuarto de mis abuelos que era un corredor como de sala de estar, que iba desde el cuarto de mis abuelos hasta la casa del maíz, estaba bastante largo, la entrada a esta sala de estar o pasillo, desde el patio no tenía ninguna puerta, el acceso era bastante amplio ya que tenía todo lo largo de la casa del

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maíz, por lo tanto los que dormíamos en la cama ubicada en la sala de estar, estaba colocada, entrando del patio a mano izquierda y aún estando hasta el rincón, en invierno el frío era terrible, por más cobijas, chanitas, gabanes, etc., que se echara uno encima, el frío era endemoniado. Yo a la fecha hago cuentas de cuántos dormíamos en esas tres camas, porque nunca me acuerdo que se haya improvisado una cuarta cama, aunque hubiera visitas, ya que a nuestra llegada, la población fija en el rancho eran, mi abuelita, mi abuelito, mi tía Cuca, mi mamá, Ramón, Cuco, María de Jesús, Héctor, Saúl y Yo, o sea diez personas, para únicamente tres camas, no cabe duda que Dios es grande, constantemente mis abuelitos tenían visitas, mínimo de dos de los diez hijos que tuvieron, y no se aumentaban camas, y éstas no era lo que se llamaba “king size”, entonces era como para Ripley lograr tanto acomodo «percamita». De lo que sí me acuerdo, era que si aumentaban las visitas, entonces si dormíamos atravesados en las camas, para caber más.

Mi tía Elisa, tío Amado, tío Samuel y mi tía Carmen; en esta época los cuatro ya habían salido de La Estanzuela, y regresarían únicamente a visitar a los abuelitos por cortas temporadas. Cada uno ya había decidido que camino tomar. Para estas fechas mis tías ya regresaban de visita convertidas en monjas.

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Para estas fechas de los diez hijos que tuvieron mis abuelos, de los cuales cuatro fueron mujeres y seis hombres, en casa ya nada mas quedaba mi tía Cuca, de los hombres ya habían emigrado todos; en ese tiempo los únicos casados eran mi tío Carlos y mi mamá, de ahi en más todos solteros, pero nadie con mis abuelitos. Mi tía Carmen y mi tía Elisa, ya habían transcurrido varios años que habían dejado el pueblo para irse al convento de la gran ciudad, por lo que intuía, parece que muchos años atrás llego un sacerdote a La Estanzuela, me imagino que con mucho ángel o poder de convencimiento, ya que se trajo como unas dos trocas llenas de muchachas para el convento, ya que a mi abuelito le quitó dos hijas, a mi tío Consa y tío Panchito los dos hermanos de mi abuelito, también les quitó hijas, investigando más sobre el caso, ya que me llamó la atención la salida de tanta mujer al convento, por un lado era el emigrar por inercia, pero esto era común en el hombre, pero lo sumisa de la mujer de La Estanzuela, no le permitía tomar decisiones de ese tamaño, quizá lo hicieron como venganza, ya que ellas difícilmente saldrían del pueblo, quien me vino a aclarar la situación fue el profesor José de Jesús González Martínez (Q.P.D.), profesor muy querido en el pueblo, contemporáneo de mi abuelito Timoteo y quien tuvo la suerte de saber leer y escribir a muy temprana edad, y como en su tiempo no había escuela, menos maestros, el pueblo le solicitó que enseñara a leer a los niños y él sin pensarlo dos veces con agrado acepto, en enseñar a leer y a escribir, así siguió con su labor altruista durante muchos años, hasta después de mucho tiempo se le reconocieron sus acciones, y al existir la primera escuela en el pueblo él fue el director, puesto que tuvo que dejar para irse a formalizar sus estudios de profesor, título que obtuvo con el paso del tiempo. Me explicó el profesor González que en efecto, el padre que se llevó muchas señoritas al convento, y que la mayoría estaba de muy buen ver, pero que en aquella ocasión la razón por la que el famoso sacerdote se había traído un buen racimo de muchachas, obedecía a que este cura se había metido con una muchacha del pueblo y ésta salió embarazada, entonces le dijo a la «pecadora» que para calmar los rumores en el pueblo, la enviaría de monja, y para disimular un poco, embaucó a otras muchachas para llevárselas al convento. No por nada, pero mi tía Elisa y mi tía Carmen estaban más propias para fuera del convento, que para dentro de éste; ninguna de las dos medía

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menos de uno ochenta, de las demás medidas ni hablar, en una ocasión le pregunté a mi papá; que porqué se había fijado en mi mamá si tenía un carácter de los mil diablos, y me contestó: yo nunca me fijé en ella, mi tirada era con tu tía Elisa; curiosamente el profesor González fue quien acompañó a mi papá a pedir la mano de mi mamá, y lo cuestioné (del verbo regular to cuestión) al respecto: oiga don Jesús, qué supo usted, de que la tirada de mi papá era con mi tía Elisa y me contestó: sí es cierto; lo que pasó es que tu tía Elisa era muy joven en ese entonces, y lo juzgo, y recalca: tu tía Elisa era muy bonita, morena clara, pelo largo, con su estaturota y todo lo que eso conlleva, y la comparó con una exquisita y jugosa manzana. Continúa diciendo, tu mamá era bajita, pero era muy bonita. Lo curioso era que cuando mis tías llegaban al pueblo de vacaciones, llegaban con su flamante e impecable vestimenta de monjas; recuerdo que nosotros les besábamos la mano, como si fueran sacerdotes. La fama de los sacerdotes que desfilaban por La Estanzuela eran algo serio, ya que no todos cumplían cabalmente con su función de pastor. Aunque cabe señalar que el desarrollo de un pueblo en aquellos tiempos estaba en función del cura, ya que era la persona más letrada y la que tenía constante comunicación con el mundo civilizado, cuando el cura cumplía cabalmente con su labor todo el mundo salía beneficiado, ya que este era el consejero familiar, asesor financiero, político y moral. Con él acudía el futuro esposo para pedirle consejo para afrontar su nueva vida o para preguntarle que si aprobaba la unión; una forma de asegurar que dieran a la novia para el casorio, era hacerse acompañar por el cura el día en que se pidieran; el papá de la futura esposa iba y le pedía al cura su parecer respecto a su futuro yerno, la mamá del novio también acudía con el cura para que éste bien aconsejara a su hijo, también era el sicólogo, abogado, siquiatra y en la mayoría de los casos, el amigo buscado. De chico te inculcaban a que le tuvieras miedo a dos personajes determinantes en la vida de la niñez de a Estanzuela, uno era el diablo y el otro era a Dios y a los dos había que tenerles bastante miedo, no digas malas palabras porque te lleva el diablo, no digas malas palabras porque te castiga Dios, total que te ponían en una encrucijada, que ni a cuál irle, con los dos te

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iba mal, pero como que te convenía más con el diablo, ya que éste no te castigaba cuando hacías algo malo, de lo contrario te lo festejaba con tal de que pasaras a su bando, al menos eso te obligaban a intuir a esa corta edad, ya que el fanatismo con que se ejercía la religión era algo serio. Hay un proverbio que en lo personal me hizo mucho ruido, ya que decía que si te pegan en una mejilla, pon la otra; si de la escuela regresabas con mejilla y jeta inflamadas y sin ofrecerlas, ya me imagino si te les ponías de pechito, era común que a alguien le caigas gordo, o te caía o simplemente los otros niños te conseguían rival gratis, o también cuando estabas enfrentado con tu rival y que nadie se animaba a tirar el primer golpe, no faltaba el acomedido que llegara y ponía la palma de su mano a la altura de la cara de los dos rivales y decía: el que escupa primero la mano, la escupía alguno de los dos, el acomedido sacaba la mano a tiempo y el salivazo se embarraba en la cara del rival, otra forma de provocar o iniciar un pleito, era cuando un niño mal intencionado le decía otro, a ver si eres tan hombre, tiéntale el bigote a fulanito de tal, y este todo incrédulo, para que no dijeran que era una vieja, iba y le tentaba el bigote al otro niño, con lo cual daba inicio la batalla y no terminaba hasta que, llegara el maestro o director.

RECUA CARGADA CON LEÑA, QUE BAJABAN LOS DOMINGOS A VENDER AL PUEBLO.

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Aparte de que te venía un castigo ejemplar delante de todos los alumnos, te seguiría otro llegando a tu casa por parte de los padres, en la casa esto ocurría por cuenta de mi mamá. El irse de pinta, cuando nosotros estábamos en primero de primaria, era para agarrar rumbo a los arroyos a bañarnos, a jugar canicas, meternos a los corrales a montar becerros o caballos, también para irnos a robar fruta en las pocas huertas que existían en el pueblo, pero lo que más nos jalaba para hacernos la pinta, era para irnos a torear jicotes, éstos eran apiarios que se alojaban en rincones o huecos de paredes, el animalitos era como tres veces más grande que una abeja, y su picadura era brava, en esa misma proporción, eran de color negro con vivos amarillos, su parentesco con las abejas, radicaba en que estos también producían miel, pero sus panales almacenaban ésta en una especie de jarritos en miniatura, pero el objetivo no era tanto la miel, sino torear al jicote, esto era un pasatiempo, como venía a ser el jugar a las canicas o al trompo, para hacer esto, uno se armaba con un buen ramo de hierbas en cada mano, que te servían para quitarte a los jicotes, cuando éstos te seguían, se designaba al mas «valiente» para que se acercara al orificio donde

EL PANTEÓN DE LA ESTANZUELA.

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estaban saliendo los jicotes, para que fuera a cucarlos, «el valiente» se dirigía al orificio y si no había ningún jicote afuera del orificio de entrada a su panal, tenía que cucarlos a que salieran de su refugio, para lo cual, con los manojos de hierbas que se traían en cada mano, los cuales, los sacudías y restregabas sobre el orificio, haciendo esto no tardaban en salir los jicotes. Los padres de familia cuando se daban cuenta de la existencia de un panal de jicotes, inmediatamente tapaban el orificio por donde entraban los animalitos voladores, ya que sabían de lo codiciados que eran éstos, para los muchachitos del pueblo para entretenerse o demostrar que se era muy valiente, ya que era común que los muchachitos más grandes o más bien más aprovechados, les decían a los más chicos, si en verdad eran tan macho ve al orificio de los jicotes y cúcalos, mientras todos los demás que se habían hecho la pinta, se escudaban en la esquina de la calle o detrás de un matorral o una piedra grande, mientas «el valiente» iba a cucar a los jicotes, cuando eras elegido para ir hasta el orificio, y si se te venía encima un buen número de jicotes, era obligación de que los que estaban escondidos, salir en tu ayuda, y con sus ramos de hierbas quitarte los jicotes que te siguieran, cuando te seguía únicamente uno o dos tú solo te los podías quitar con tus ramos de hierbas que traías en cada mano, con solo agitarlos cerca de tu cuerpo, con estos movimientos el o los jicotes se te retiraban, la bronca mayúscula era cuando te tocaba ir a cucarlos y que se te venía todo un enjambre encima, y te dejaban morir solo, ya que los amigos al ver el enjambre no se animaban a auxiliarte. En una ocasión invité únicamente a un amigo, a que fuéramos a torear una jicotera que estaba cerca de la escuela, y que un día antes un señor la había tapado con barro, para que ningún niño fuera a torearlos, pero yo me dí cuenta accidentalmente de la existencia de esta jicotera, le dije a mi amigo, vamos a torear jicotes, y para pronto me dijo que si, enfilamos rumbo a la jicotera en el camino nos hicimos de buen racimo de hierbas en cada mano, al llegar a la jicotera no había ninguno merodeando el orificio, ya que un día antes lo habían tapado con barro, y le dije a mi amigo deja quitar el barro para poder torear algún jicote, mi amigo se ocultó en una piedra grande que estaba muy cerca, y yo me fui a quitar el barro, recuerdo que eran unas plastotas grandes, pero como pude las empecé a quitar, y como no sabía dónde estaba exactamente el orificio, empecé a quitar placas, el lodo ya seco, sin ton ni son, en eso quito una placa de lodo algo grande, y como si hubiera destapado una pepsi, bastante agitada, que sale el enjambre de jicotes, y empiezo a correr

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agitando mis ramas de hierbas, en eso salió mi amigo en mi ayuda, para pronto los dos nos vimos envueltos en una lucha encarnizada contra los jicotes, entre los dos poco a poco empezamos a ganar la batalla, pero cuando obtuvimos la victoria, ya estábamos todos picoteados, cara, cabeza, manos y toda parte del cuerpo que traíamos al descubierto, quedamos tapizados de picaduras, pero los jicotes se encajaron más con mi amigo, ya que al empezar a caminar rumbo a nuestras casas, él se desmayó, para esto una vecina nos había visto, y solicitó ayuda para llevar a mi amigo a que le aplicaran algún tipo de asistencia médica, mas bien tipo paramédico, ya que en el pueblo no había doctor, quienes hacían esta función era doña Socorrito y su esposo, quien a la vez era el encargado del correo en el pueblo, después de la tragedia, como pude me fui a mi casa, pero en el camino , mi mayor temor era enfrentar a mi mamá, y en las condiciones que iba yo, difícilmente podría soportar la paliza de rigor de parte de mi mamá, ya que la hora en que me estaba presentando en la casa, me estaba delatando que me había hecho la pinta, lo cual no me importó ya que las picaduras de los jicotes ya se me empezaban a hinchar, cuando llegué a la casa, me sentía como el hombre elefante con bolas por dondequiera, porque la característica del piquete de jicote era que en poco tiempo se te hinchaba de a feo, cuando te picaban en la cara, los ojos para pronto se te cerraban, quedabas como si te hubieras enfrentado a Maike Tayson, antes de que éste fuera a la cárcel. Pero las picaduras de los jicotes sirvieron para que mi mamá me perdonara una paliza y un ingreso más a la casa del maíz. Yo no sé si a mi abuelo, le tocó vivir penurias con sus hijos cuando estudiaban, pero resulta que en la época de ellos no había escuelas, la forma de aprender a leer y a escribir, era transmitida por los que gozaban de este privilegio, a través de reuniones informales, era la forma en que se hacían de estos conocimientos. Un acontecimiento que hizo que la felicidad de mis abuelitos se desbordara por completo, fue cuando mi tío Rubén dejó el pueblo para irse al seminario. Mi tío no tardó mucho en recibirse de padre, y tuvo tres ejemplares hijos, y su carrera de sacerdote quedó truncada, a escasos casi dos años de su culminación. Otro hijo de mi abuelito, y que el destino no me permitió conocer, ya que lo vinieron matando, antes de que yo naciera, platica el profesor Jesús

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González Martínez, quien lo llegó a tener de alumno, que era un muchacho muy inquieto y despierto, y esto mismo lo llevó al lugar, donde moriría asesinado, ya que él salió del pueblo, en busca de mejores horizontes y fue a parar a Ixtlán del Río, Nayarit, donde se topó con el papá de su novia, que nunca aceptó que anduviera con su hija, y que en una ocasión que mi tío estaba esperando a su novia, precisamente en la esquina de la casa de ésta, le llegó el suegro y por la espalda le descargó todas las balas de su pistola, la evidencia de que fue por la espalda todavía la guardan mis abuelitos y es su sombrero que tienen los orificios en la parte de atrás, sin ninguna otra salida, mis abuelitos nunca solicitaron castigo para el asesino, ya que decían que con eso no le iban a regresar la vida de su hijo. De los demás hijos restantes entre ellos buscaban la forma de organizarse para que mínimo uno, regresara a sembrar, llegaba el otro u otros, a cosechar, de tal forma que año con año no les faltaba de comer a los abuelos. Aunque en el rancho difícilmente podía suceder esto, nosotros ya como residentes del Ojo de Agua, de inmediato asumimos responsabilidades propias del lugar y de acuerdo a la edad y época del año se asignaban éstas, las que no cambian durante los trescientos sesenta y cinco días del año eran: ordeñar, moler nixtamal, desgranar maíz, ir por leña, traer agua, ir por los becerros lo mismo que por la vacas, mas aparte si era época de sembrar, llevar de comer. La actividad que más me gustaba era cuando se iba a herrar a los becerros, ya que a mí me daban la oportunidad de lazarlos y empezar la maniobra de tumbarlos para ponerles el fierro al rojo vivo y que era la letra «T» de Timoteo, garigoleada, con lo cual se marcaba a su ganado, para identificarlos cuando éstos se iban con otra manada o se extraviaban. Otra actividad algo similar pero tétrica, era la capada de novillos, pobres animales, los dejaban eunucos a muy temprana edad, había ocasiones en que se llenaban dos baldes de puros testículos de toro. Eso sí; guisados con chilito, sabían ricos. En los restaurantes de las ciudades aparecen en el menú con el nombre de «criadillas». Exactamente enfrente del rancho estaba el potrero de mi abuelo, con algunas hectáreas para que pastara el ganado, mi abuelo quien sabía explotar sus conocimientos de ganadero, ya que de un año a otro las cabezas de ganado se incrementaban bastante, aparte que tenía visión para esto, procuraba estar al día de cualquier novedad en esta área, al grado de que fue de los primeros

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DE IZQUIERDA A DERECHA: MI ABUELITO TIMOTEO, MI TIO SAMUEL CUANDO ÉSTE ERA NIÑO, MI TIO CONZA, MI TIO PANCHITO Y MI TIO PANCHO, TODOS HERMANOS DE MI ABUELITO; LO CURIOSO, QUE EN UNA MISMA FAMILIA HABIA DOS FRANCISCOS (EN AQUELLOS TIEMPOS ERA COMÚN). ESTA FOTO FUE RETOCADA POR UN FOTÓGRAFO A FINALES DE LOS CINCUENTAS, Y POR CUENTA DE ÉSTE CORRIERON LOS ZAPATOS DE TODOS LOS QUE APARECEN EN ELLA, YA QUE EN LA ORIGINAL TODOS POSARON CON HUARACHES Y LA ROPA ESTABA UN POQUITO MAS AMOLADITA PERO TAMBIÉN LE DIERON SU MANITA DE GATO.

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en tener un toro cebú en la región, todavía me acuerdo cuando llevaron el primer semental cebú al rancho, era de color blanco, con el cuello y ojeras negruzcas, tenía una gran bola en la espalda, yo lo veía y con lo único que le encontraba parecido era con el diablo, y así se lo hice saber a mi abuelita, no lo hubiera hecho: porque me santigüo, me dio agua bendita para que hiciera gárgaras, la palabra diablo en el rancho estaba vetada, este toro cebú fue un golpe mortal para los sementales o toros jóvenes del rancho, los tuvieron que castrar; pobres toros, recuerdo que fueron como unos veinte toros, empezaron desde temprano y acabaron después de medio día, mi abuelo era experto para esto más tardaban en agarrar al toro tumbarlo y dejarlo listo en el suelo, que mi abuelo en caparlo; los testículos los echaba a un balde de regular tamaño, el balde se llenó más de a la mitad, cuando acabaron mi abuelito me dijo: llévaselos a tu abuela para que los cocine, yo no sabía que se comían. Mi abuelo cuando tenía cría de puercos, él mismo se encargaba de castrar tanto al puerco como a la puerca, para empezar a engordarlos, triste recuerdo de una gata que teníamos, y para su desgracia había tenido gatitos dos veces muy seguidas y fueron bastantes, y en las dos ocasiones nos tuvimos que dar a la tarea de ofrecerlos por todas las rancherías que están rumbo a La Estanzuela, batallamos para conseguirles hogar a los gatitos, pero sí logramos acomodarlos, mi abuelo se cansó de esta situación ya que la gata era muy prolífica, y no quiso darle una tercera oportunidad de tener familia, y le dijo a mi abuelita: voy a castrar a la gata, mi abuelita creía que era broma, era tan en serio que agarró a la pobre gata y para pronto que la castra, la experiencia en este tipo de cirugía de parte de mi abuelo, era en ganado y porcinos, jamás en gatos y mucho menos en gatas, pobre animalito no sobrevivió ni dos días. Hubo épocas en que el abuelo sacaba buenas engordas de puercos, éstos no se la pasaban nada aburridos en el rancho, ya que en la parte de abajo de éste, de donde terminaba el corral de los becerros, casi enseguida existían unos lodazales donde estos animales eran felices, tarde se les hacía que amaneciera para irse a los lodazales, eran tan felices ahí que ni de comer se acordaban, ya que mis abuelos decían: vayan a llevarles de comer a los puercos, teníamos que llevarnos mínimo como dos baldes de maíz desgranado, llegábamos a los lodazales y teníamos que rogarles para que comieran, había ocasiones que llegábamos y los puercos ni nos fumaban, teníamos que rogarles para que comieran, y la forma de llamarlos era agitando el balde con el maíz adentro,

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esto provocaba un ruido que ellos ya conocían, pero aparte uno tenía que hablarles, al agitar el balde les gritaba uno: chino; allá a las mil quinientas salían del lodo a comer, para ellos era algo así como el Can Cun porcino. La preocupación de mi abuelo porque los cuinos comieran obedecía a que los tenía en engorda y había que atenderlos bien, para que pronto estuvieran listos para llevarlos a vender a la gran ciudad. La engorda de ganado no era común; más bien éste se llevaba a vender en los tiempos de aguas, que era cuando éstos se reponían de las prolongadas sequías, aunque las ganancias no eran muy buenas ya que el precio de la carne era bajo, ya que toda la gente hacía lo mismo. El efecto de oferta y demanda, los perjudicaba en la mayoría de las veces. En todas las actividades en el rancho, nuestra arma inseparable era la resortera, nuestros principales clientes eran las lagartijas, únicamente por hacer la maldad, porque ni se comían, pobres animalitos los agarraba uno tomando el sol en las cercas de los corrales y “bang”, nomás volaban los pedazos de cola o la lagartija completa. En ocasiones sí llegábamos al rancho con dos o tres torcasitas y mi tía Cuca o mi abuelita nos las cocinaban, era prácticamente la única ave que se podía matar con resortera y que se comiera, ya que una güilota o una codorniz no se alcanzaba a morir de un resorterazo, a no ser que la agarraras a boca de jarro, pero para que sucediera esto, el ave tenía que estar sorda y ciega. La abundancia de aves por nuestro rumbo se da prácticamente en tiempo de aguas, en el pueblo era común que en la mayoría de las casas tuvieran algún pajarito preferentemente cantador, recuerdo que en una ocasión le pregunte a mi tía Cuca, que cómo le hacían para agarrar estos pajaritos porque no se me ocurría cómo los atrapaban, ya me explicó que puede ser accidentalmente, por ejemplo cuando un pájaro todo norteado se metía a tu casa, cerrabas la puerta y con una pequeña sábana lo atrapabas, o también cuando estaban polluelos y apenas empezaban a volar, o se caían del nido. Mi tía me vio tan entusiasmado con mi interrogatorio, y me dijo: quieres atrapar un pájaro sin utilizar tu resortera, y aparte sin lastimarlo? se me hacía algo imposible pero en fin, le dije que claro que me gustaría. Me mandó buscar un chiquihuite e hilo de ixtle y un palito como de 20 centímetros de largo, nos dirigimos al área donde se le daba de comer al

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ganado y a los puercos donde normalmente llegaban gran cantidad de pajaritos a comerse las morusas de alimentos que dejaban los puercos y ganado. Me dijo: pon el chiquihuite y métele el palito de tal manera que el filo del chiquihuite quede sostenido en el palito, al centro por debajo chiquihuite pon un puñito de maíz quebrado, ahora entierra el hilo en dirección de aquellos matorrales y así lo hice y nos colocamos detrás de los matorrales, no tardaron en llegar las pequeñas aves, y me dijo, vamos a esperar a que las aves le pierdan el miedo al chiquihuite y cuando empiecen a comer del maíz quebradizo que dejamos al centro, le jalamos al hilo cae el chiquihuite y atraparemos mas de uno. Y así lo hicimos y atrapamos dos torcasitas, ya dominada la técnica yo lo hacía por mi cuenta, pero en poco tiempo esta técnica me aburrió y regresé al uso de la resortera, como se me hacía dispareja la forma de cazarla, mediante engaños, me sentía más a gusto cazarlas al vuelo, paradas en un árbol o cerca, como que las cosas fáciles te aburren. A mi abuelo le iba tan bien como ganadero, que su potrero ya no era suficiente para que pastara su ganado, y no sé cómo le hizo pero se compró un potrero anexo, más grande que el que tenía, y estaba dividido precisamente por la misma cerca de piedra del potrero de mi abuelo, por la parte de abajo

Mi papá de recién casado, cuando fue a pagar una manda a la Virgen de Guadalupe, a la Ciudad de México.

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y llegaba hasta el arroyo, era del mismo largo, ya que los dividía la misma cerca, pero éste un poco más ancho, y curiosamente no le tocaba nada de agua del arroyo, el único que gozaba de este vital líquido para su ganado era Pedro Castro quien nunca cedió ni un charco de agua para el potrero de mi abuelo, ya que a Pedro Castro mi abuelito le quería hacer sombra como ganadero, por que este señor si que tenía abundantes reces, y a la entrada de los cebúes, él compró tres y eso que costaban un buen billete. En cuestión de terrenos o potreros por el rumbo, ahí andaban mas o menos ya que mi abuelo, tenía como propiedad, dos potreros cuesta abajo hasta el arroyo, y don Pedro Castro tenía uno solo pero era desde el arroyo cuesta arriba hasta la Ex – hacienda La Loma y parte de ésta era de él, además don Pedro Castro, arroyo abajo también tenía mas propiedades, allá en el arroyo del zapote, aunque zapotes había como tres, y arboles de guayabos había por cientos a tal grado que cuando era época de ésta fruta, de la Estanzuela salían expediciones exclusivamente a traer guayabas, la gente llegaba con costales, baldes, sacos o bolsos de ixtle y se regresaban con éstas llenas, y nosotros ya ni se diga, continuamente íbamos por guayabas, ya que el arroyo del zapote estaba prácticamente al final del potrero de mi abuelo, las guayabas normalmente eran utilizadas como postre, se cocían con piloncillo o panocha, se le daba el sazón tipo almíbar, se servían en un plato hondo, se le agregaba leche, lo que las hacía ricas y además nutritivas, durante la época de guayabas, desaparecía del menú el arroz con leche, y entraban las guayabas. Don Pedro Castro era rico de nacimiento, y mi abuelo apenas quería tomar ese rumbo. Mis abuelitos tenían un perro, que les hacía compañía, cuya nobleza hacía que el perro negro de Felipe de La Piedad Michoacana, se quedara chiquito, para empezar era más bonito que el purépecha ya que era negro pero con grandes manchas blancas, y le pusieron por nombre el Coronel, se ganaba el cariño que se le tenía, era celoso guardián del rancho, cualquier extraño que se le arrimaba no salía muy bien librado. El Coronel era un perro que aparte de que cuidaba el rancho celosamente, les ayudaba a mis abuelitos con las actividades propias del rancho, ya cuando caía el sol mi abuelito le decía al Coronel, ve a traer los becerros, y el perro obedientemente corría por el potrero y se perdía, y al rato llegaba,

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absolutamente con todos los becerros, ya que había que encerrarlos en el corral para a la mañana siguiente tempranito, ordeñar las vacas, éstas se tenían en el potrero de abajo, y en el de arriba los becerros y los caballos. El Coronel a donde fueran mis abuelitos él los acompañaba, se iban a la Estanzuela, de visita a algún rancho, a lavar al arroyo o al Ojo de Agua, ahí estaba el Coronel, ya tenía como siete años de edad, vino muriéndose a los trece años, es el primer perro que me ha tocado ver morir de viejo, es muy triste, ya que éste cuando empezó a ver la muerte cerca, por su edad ya casi no salía del patio del rancho porque al hacerlo tenía necesariamente que brincar un portillo, de salida como quiera lo hacía, porque era un poco mas fácil, pero de regreso, éste si estaba un poco mas alto, lo suficiente para que ni vacas, caballos y puercos se metieron al patio. El pobre de regreso llegaba al portillo y nos ladraba para que lo subiéramos, y todos con gusto lo hacíamos, llegó el día en que se salió el Coronel y notamos que cayó la tarde y no regresó, fuimos a buscarlo a su lugar preferido para echarse, que era a un lado del horno, donde mis abuelitos hacían lo que llamábamos gordas de horno, que estaba como a unos ciento cincuenta metros de distancia, fuimos a buscarlos y en realidad ahí estaba el pobre, lo quisimos abrazar para llevarlo adentro del rancho, al tocarlo ladraba muy feo, lo soltamos y dejaba de ladrar, optamos por dejarlo ahí, le llevamos unas garras para que no tuviera tanto frío, al siguiente día fuimos a llevarle de almorzar, y ya estaba muerto, lo que significaba que él con sus ladridos, cuando lo quisimos llevar adentro del rancho, era que le permitiéramos morir en el lugar que tanto le gustó, donde por años espiaba a los conejos, liebres y hasta coyotes que merodeaban cerca del rancho, ya después nos dio gusto haberlo dejado morir, donde el quiso hacerlo.

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Las gordas de horno, las hacían como dos o tres veces al año y era labor desde que amanecía hasta caer la tarde. Desde tempranito se comenzaba a moler el nixtamal, se le daba tres pasadas a la masa, para que esta quedara finita, desde un día antes se dejaba agriar una buena cantidad de leche, la cual se mezclaría con la masa y bastante piloncillo, más los olores y sazones propios del rancho, se dejaba reposar la masa con todos los ingredientes, a Cuco y a mí nos enviaban a buscar hojas de clavellina, éste era un árbol que no daba ningún tipo de flor o fruta codiciada, lo que si era codiciado eran sus hojas, las daba desde para hacer una gordita del tamaño de un bisquet hasta como para hacer una gordita como para tres personas, las virtudes de estas hojas eran varias, no se quemaban tan fácilmente al meterlas al horno, con alto contenido de teflón natural ya que no se les adherían a la gordita, además no alteraba para nada el sabor de la gordita, aunque no era abundante la existencia de estos arboles, pero se daban cerca o a un lado de los arroyos, así que Cuco y yo nos íbamos hasta el arroyo, y lo bordeábamos hasta que lográbamos llenar como dos o tres sacos o morrales de ixtle, y teníamos que estar de regreso antes del medio día. Hasta eso nunca fallamos. El horno se empezaba a calentar desde temprano, se le metía leña hasta el tope, el horno estaba construido encima de una gran piedra larga y alhajada, sus paredes eran de piedra amalgamada con lodo, y completamente enjarrado del mismo, tenía la forma como la del caparazón de una tortuga con su puerta al frente, y otra atrás y un pequeño respiradero en el centro por la parte de arriba, ya después de varias horas de estarse calentando, se le sacaba gran parte de la ceniza generada por la quema de la leña, y se dejaba dentro del horno un buen montón de brazas hasta el fondo, las que permitiría, mantener la temperatura, para hornear todas las gordas, que mínimo eran unos tres chiquihuites. El que horneaba era mi abuelito, y mi abuelita, mi mamá o mi tía Cuca, elaboraban la gorda; se arrimaban las bateas llenas de masa, tomaban una hoja de clavellina, le ponía la masa, tomaban la hoja por cada uno de sus extremos y la dejaban caer sobre una piedra plana, la levantaban y repetían la operación; esto era para que la masa colocada al centro de la hoja de clavellina se esparciera por toda la hoja, o dependiendo del grosor que se pretendiera la gorda, hecho esto se colocaba la gorda en una pala con la cual mi abuelito acomodaba las gordas, logrando optimizar el espacio dentro del horno; ya

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lleno el horno éste se cerraba, la puerta era una piedra laja y se sellaba con lodo, para lograr un adecuado y pronto cocimiento; mi abuelo sabía exactamente cuando debía de abrir el horno para sacar las gordas y preparar la siguiente horneada, eran tan sabrosas que no parabas de comer sin enfadarte, todos los días que duraban las gordas, que no duraban ni siquiera una semana, porque aparte no faltaba a quien se le regalara un tambachito de gordas de horno, que generalmente era a alguien a quien se le tenía gran aprecio; era común que la elaboración de estas gordas como del atole gordo se hacía cuando algún tío o tía había ido de vacaciones al rancho, y cocinar cualquiera de estas dos cosas, era su despedida, y también se llevaban su buena dotación, al lugar donde estaban como residentes. La vida del rancho comienza todos los días desde obscuras la mañana, yo nunca supe cómo diablos, Dios le permitía a mi abuelita levantarse tan temprano y lo curioso era que a diario como a las cinco de la mañana a más tardar, mi abuelita ya andaba en friega, varias veces le preguntábamos; cuál era su reloj, en otras palabras me dio a entender que la mujer gozaba de esta virtud, pero para saber qué hora era nos decía que su guía eran ciertas estrellas; la ventaja de haber sido niño, era que se nos permitía levantarnos ya que había amanecido, a diferencia de los adultos, que a estas horas ya deberían de andar en la labor. Raras veces a Cuco y a mí nos llevaban de madrugada a la labor, mas bien nos dejaban, a que ayudáramos con las actividades matutinas del rancho y que eran básicamente, moler nixtamal, ir a traer las vacas para ordeñarlas, estas actividades nos las alternábamos Cuco y yo; cuando me tocaba ir por las vacas en los meses de diciembre, éstas pastaban en el potrero de abajo y como cosa adrede las vacas se iban hasta el de mero abajo cerca del arroyo del zapote, y hasta allá tenías que ir por ellas, recuerdo que en estas fechas, todo el rocío del zacate se congela, y si éste estaba grandecito, toda la escarcha al pisarla te caía en el huarache y parte de abajo del pantalón, yo creo que en aquel tiempo todavía no se inventaban las gripas o resfriados, ya que no recuerdo que alguna de éstas me haya dado con ganas, a diferencia de hoy que si no piso el suelo con sandalias, hasta pulmonía me anda dando, eso sí cuando me tocaba ir por las vacas me ponía mi buen sombrero y gabán, y el frío ni lo sentía, o te habías acostumbrado a regresar con los huaraches y parte del pantalón bien mojados, por la escarcha del zacate; ya que habías arrimado las vacas al corral donde se

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ordeñarían, nuestra labor consistía en pialar y detener la vaca mientras mi tía Cuca o mi abuelita ordeñaban. El amamantar el becerro, que consistía en dejar que éste se le pegara a la vaca, pero únicamente para que le bajara la leche a la vaca, y facilitar la labor de la ordeñada, ya hecho esto se le desamarraba de los cuernos al becerro, para que éste le continuara sacando un poco más de leche a la vaca; recuerdo que cuando Saúl ya estaba grandecito, mi abuelita le dijo: mijo piálame la vaca para ordeñarla, para esto todas las vacas se les bautiza, y se le llama por su nombre, era común escucharnos a todos decirle a las vacas por su nombre, las más famosas, la abeja, la ballena, la toronja, la uva, la gardenia, la paloma, la azucena. Por ejemplo cuando las íbamos a encerrar en el corral, era común escuchar decirles: abeja corral, o también si te tumbaba o pisaba, le decías, maldita abeja, hija de tu vaca madre, bueno este tipo de palabras todavía no se usaban; en una ocasión Saúl se presto a pialar la vaca, tomó el lazo, éste se lo pasaba uno a la vaca, de lado a lado pegado a las patas ya que la pialada, consistía precisamente en amarrarle las patas a la vaca y pegadas a éstas también le amarraba uno la cola, lo cual permitía ordeñarlas, sin temor a que cuando estuvieras haciendo esto no te fuera a tumbar, o meter la cola en el balde de la leche, Saúl conocedor del oficio de pialar, le pasó el pial a la vaca y empezó a amarrarle las patas, pero como que se tardó algo de tiempo en amarrarle la cola a la vaca para sujetársela a las patas, ya que a la vaca le dio por hacer sus necesidades fisiológicas y Saúl no se dio cuenta, hasta que le cayó ésta, exactamente en el centro de la cabeza de Saúl, de seguro Saúl si le dijo, aunque nomás de dientes para adentro, hasta de lo que se iba a morir la vaca, primeramente porque se tenía que bañar inmediatamente, y con el frío que hacía, y peor cosa por la mañana, ya que el baño se establecía por ley, cada sábado, lo necesitáramos o no lo necesitáramos, pero éste lo tomábamos siempre por las tardes, jamás en las mañanas. Para bañarnos en tiempo de lluvias nos íbamos al arroyo únicamente con nuestro jabón de lejía, lo de toalla, acondicionadores y desodorantes, todavía faltaban buenos años, el día que se establecía para tomar el baño era los sábados en la tarde, o si había algún día de fiesta, pero religiosa y que cayera entre semana, era la excepción de bañarse en otro día que no fuera sábado. A la fecha, Saúl es el de la familia que goza de más cabello, quizás gracias al favor que le hizo la susodicha vaca. Cuando era tiempo de secas, el baño lo tomábamos a un lado del Ojo de Agua, pero detrás de la cerca, que pasaba precisamente por el pozo, se llevaba

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uno su tina o baldes, sacaba uno el agua y con un jomate o jícara, que venía a ser una jícara partida a la mitad, o un guaje pero de los chicos también partido a la mitad pero éste en forma vertical, el cual quedaba hasta con agarradera y era con lo que nos echábamos el agua. Nada más sano que el baño de agua fría a jicarazos y como el lugar donde nos bañábamos era precisamente atrás de la cerca del callejón que iba a la loma, seguido pasaban personas que iban o venían, y si nosotros nos estábamos bañando no había bronca, el problema era cuando se estaban bañando mujeres, veían venir a alguien y no hallaban dónde esconderse de vergüenza, ya que si bien la cerca era de piedra, sentían que ésta no era suficiente, para esto las mujeres se bañaban con su fondo puesto, que las cubría de arriba abajo, había personas que pasaban por ahí y tenían su hora exacta para hacerlo, al grado que las mujeres decían, tengo que esperar a que pase fulanito para poder bañarme, la sorpresa era cuando los que tenían hora fija para pasar, se adelantaban o se atrasaban por alguna razón. Ya que Cuco y yo habíamos cumplido con las labores matutinas, desayunábamos y nos íbamos a llevar de desayunar a los que andaban trabajando en el plan, ésta era una parcela de tierra que tenían mis abuelitos, y estaba ubicada exactamente atrás de la ex-hacienda La Loma, de aquí al plan existían unas nopaleras muy espesas, cuando era tiempo de tunas, uno podía escoger todo tipo de éstas, había variedad de tamaños, colores y sabores, todas ellas de las llamadas silvestres; perdido entre toda la nopalera, curiosamente encontramos un nopal que daba tunas de castilla, así se le llama a la grande propia de San Luis Potosí, de este nopal llevábamos pencas para plantarlas en el rancho y jamás prendieron, como que la tierra roja nunca les benefició, el amor por el cultivo de plantas de mi mamá le venía por parte de mi abuelita Chuy, ya que el patio del rancho, al pie de la mayor parte de la cerca de éste, tenía plantado, desde yerbabuena, plantas de chiles, ruda, belenes, perritos, rosales y muchas variedades más y todas ellas frondosas, entre plantas medicinales, para condimento de ornato, aquello lucía bonito, hasta en tiempos de las secas. El plan era una parcela de tierra muy grande que estaba de bajadita, y muy pedregosa, con un poco de exageración, era rara la piedra que levantaras y no soliera un alacrán; en algún tiempo a la parcela le dieron una buena escombrada de piedras, y éstas las juntaban dentro de la misma parcela haciendo una especie de cerca de piedra pero como de un metro de grosor, y

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era para de alguna forma acomodar tanta piedra y así por toda la parcela había varias cercas, y era un escondite muy propio para conejos y liebres, que cuando se escondían ahí tarde que temprano los sacábamos, había ocasiones que nosotros andábamos trabajando y escuchábamos ladrar al Coronel, ya sabíamos que había perseguido a un conejo o liebre y éstos se habían ido a refugiar a estas gruesas cercas, corríamos, lo sacábamos, y era el platillo para la cena. A pesar de que en algún tiempo se le había escombrado de piedras éstas abundaban dentro de la parcela y era común que las moviéramos para quitar el zacate o para arrimarle tierra a la milpa, seguido se nos subían por el pie los alacranes, pero con tanta suerte que inmediatamente los sentíamos y nos lo quitábamos, Cuco era medio sátiro, ya que les cortaba parte de la cola por donde avientan el veneno, después los agarraba y se los colocaba en la palma de la mano, procuraba agarrarte desprevenido y te decía: toma guárdame esto, estirabas la mano y te daba el alacrán, pero en una ocasión, que le pica uno, recuerdo que andábamos Ramón, Cuco, Aurelio y yo, y Cuco por alguna razón venía limpiando su surco de zacate y yerbas, y se había quedado atrás, y nos gritó, que fuéramos con él porque le había picado un alacrán, fuimos corriendo, para esto él ya había matado al animal, entre mí dije a éste ya se lo llevó la tristeza; Aurelio le dijo, arríscate los pantalones y métete al estanque, así lo hizo Cuco, pero el maldito estanque estaba lleno de un chorro de animales propios de un estanque, y Cuco le hizo ver eso a Aurelio, y le recalcó; usted métase, yo me imagino que Aurelio estaba seguro que ningún animal de ahí era ponzoñoso, y como que estaba seguro de que metiendo los pies al agua, el veneno del alacrán no le haría efecto, Cuco obedeció y nosotros nos regresamos a continuar con nuestros surcos, pero yo volteaba a cada rato, para ver a qué horas se empezaba a doblar o a retorcer Cuco, pasó un buen rato y nada, llegaron con la comida y él tan campante en el estanque, que hasta que Aurelio le habló para que se viniera a comer, quizá a Cuco le valió, por un lado que el agua fría no permitió que corriera el veneno o que su carácter le ayudó, ya que dicen que a las personas que son corajudas no le hacen los piquetes de alacrán, que de lo contrario, que el que se muere de volada es el animalito, eso no lo pudimos constar porque cuando llegamos a ver el alacrán, Cuco ya lo había matado. Es malo ser exagerado pero a veces el destino te carga la mano, recuerdo que andábamos escardando en el plan, yo iba con mi azadón al que recién le había sacado filo y como a medio surco, y por lo mismo pedregoso del terreno

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tiré un azadonazo a un montón de zacate y por lo frondoso de éste, no vi que al pie del zacate estaba una piedra, le tire el azadonazo, estos son siempre hacia arriba y como que lo jalas hacia ti, pegó el azadón en la piedra, de rebote me fue a pegar exactamente en la uña del dedo gordo del pie derecho, con tal precisión que me levantó la uña, como quien destapa un refresco y cae la corcholata, me dolió hasta el alma y más allá; era común que te rebotara el azadón y frecuentemente te pegaba en el huarache, pero atinarle al dedo gordo que es el único que sale un poco del huarache, no tanto que salga sino que está algo descubierto, y para atinarle con intención, no era problema, pero atinarle sobre la marcha, eso si era chiripa. Ya sin uña y con las dolencias propias de mi herida, tuve que seguir trabajando nada que te incapacitabas, ni siquiera fui a lavarme la herida, para esto las levantadas de uñas no son tan sangronas, ya que cuando mucho uno se arrimaba un pedazo de trapo, pero esto hasta que llegabas al rancho, por lo tanto, a la herida le caía bastante tierra lo cual le formaba una capa de lodo que en mi caso nunca se infectó; lo que venía a ser el equivalente al alcohol en el rancho era el limón exprimido en la herida, la desinfectada de instrumentos metálicos para tratar heridas como: agujas, navajas, cuchillos, etc., era ponerlos en la lumbre para desinfectarlos. Ya por la tarde enfilamos rumbo al rancho, llegué y le enseñé a mi abuelita mi dedo sin uña, ya todo negro, no por cangrena sino porque la tierra del plan era de ese color, a diferencia de la del Ojo de Agua, que era tierra roja, y me dijo: ya que te vayas a acostar te voy a curar, la curación consistía en poner a asar cebolla y casi directo de la lumbre, me la puso en el dedo, me decía mi abuelita que entre más caliente, era más efectiva la curación, y estas curaciones duraban hasta tres o cuatro días, y si se te acumulaba pus, cambiaba la terapia y el dedo o lo que se infectara había que meterlo a un balde de agua caliente donde previamente se le había echado un buen puño de sal; te duele hasta mas allá del alma, pero era efectivo el tratamiento, mi abuelita sufría más que los heridos, cuando los curaba. Como que el pie sano se sentía incómodo de verse lleno de salud y que su compañero, sin uña del dedo gordo, el colmo de la exageración fue que al tercer día, otro azadonazo, pero directamente al dedo gordo del pie sano y otro corcholatazo, la uña salió completita, apenas había chuequado durante dos días y al tercero ya no puede hacerlo ya que los dos pies no tenían uña, y nuevamente a comenzar el tratamiento, mi abuelita me dijo ¿y luego que no te persignas cuando te levantas?, y yo le contestaba, claro que sí abuelita, y cuando me curaba no

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aguantaba las dolencias y mi abuelita me veía, como hasta que sudaba, y para animarme me decía: mijo esto no es nada comparado con lo que le hicieron a nuestro Señor en la cruz, cuando fue clavado, martirizado y atravesado con una lanza; me enumeró otras cosas que le hicieron yo entre mí decía: sí, pero a lo mejor cuando le hicieron eso, ya estaba muerto así ya no duele, pero ni cuando que yo le contestara algo semejante, a mi abuelita, aunque yo estuviera convencido de tener la razón, nunca lo hubiera hecho, ella buscaba cualquier frase para reanimarnos, recuerdo que en aquella ocasión, cuando me estaba poniendo las cebollas calientes en ambos dedos me veía casi llorar, y me decía, mijo dedícale tu sufrimiento a nuestro Señor, quien a veces si carga la mano, como en esa ocasión conmigo, y que nunca fue por falta de devoción ya que mi abuelita nos levantaba rezando. Mientras uno molía el nixtamal y cuando ordeñábamos era común hacerlo rezando, y por las noches antes de dormir, el rosario era obligatorio para todos, normalmente lo encabezaba mi abuelita, y era rosario cantado, y si por algún motivo habíamos hecho enojar a mi abuelito durante el día, éste le ordenaba a mi abuelita que hiciera el rosario de quince misterios en lugar de diez en castigo, aunque este lo aumentaban también cuando se le dedicaba el rosario a algún difunto reciente, para que tuviera un eterno descanso. La rezada también era de cajón cuando íbamos a La Estanzuela los domingos en la mañana, de tanta rezada en el camino llegábamos casi convertidos en santos al templo porque decía mi abuelita, vamos rezándole un rosario a tu tío Samuel para que le siga yendo bien, había ocasiones que recorríamos a toda la familia dedicándole alguna oración o rosario y La Estanzuela no aparecía y decía mi abuelita y ahora por el enfermito fulano de tal, para que Dios le de pronto alivio, y así transcurría nuestro caminar, entre veredas, caminos, brincadas de cercas, cruzada de potreros, cuando menos pensábamos ya estabamos entrando a la Estanzuela, mi abuelita era tan católica que si en el camino veía dos varitas o popotes de zacate haciendo una cruz, se regresaba y desbarataba la cruz, para que nadie fuera a pisarla. Por estas fechas mi tío David estaba recién casado con mi tía Lupe, ellos se fueron a vivir al plan en un jacal que mi tío había hecho, cuyas paredes eran de pura piedra encimada, como si fuera una cerca, nada más que enjarrada con lodo por dentro para que no tuviera ningún orificio y el techo era a dos

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AL FRENTE MI TÍA PATROCINIA, ATRÁS DE ELLA MI ABUELITA, ENSEGUIDA MI TÍA CARMEN, Y A UN LADO DE ELLA MI TÍA SANTOS, LOS DUEÑOS DEL RANCHO LOS HORCONSILLOS. NÓTESE SOBRE EL PRETIL, LOS UTENSILIOS DE COCINA DE AQUEL TIEMPO, LA OLLA DE FRIJOLES, BALDE CON NIXTAMAL, MÁQUINA DE MADERA PARA HACER TORTILLAS, Y A PESAR DE ESO, LA TORTILLA LA ESTÁN HACIENDO CON LAS PURAS MANOS, LES GUSTABA MÁS TORTEARLAS QUE HACERLAS CON LA MÁQUINA; SU INSEPARABLE METATE, LA JÍCARA PARA LAS TORTILLAS, Y DEMÁS CACHIVACHES QUE SE REQUERÍAN EN LA COCINA.

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aguas hecho de puro zacate, vivieron ahí poco tiempo y no era para menos, yo no se cómo aguantaron arrinconados hasta allá; mi tío David se salía a sus actividades de la labor y mi tía Lupe tenía que quedarse sola, yo no se cómo le hacía para no asustarse en aquel lugar tan apartado donde kilómetros a la redonda no se veía ningún cristiano, los vecinos más cercas eran hasta la loma, yo creo que sí se asustaba, lo que pasa es que nunca le preguntamos cómo se las pasaba, aparte mi tía Lupe era una mujer de muchas faldas, curiosamente a ella y a mi tío David fue a la primera pareja que vi que caminaran abrazados, pero esto dentro del patio de la casa de mis abuelitos, la que tenían en La Estanzuela; hacer esto por las calles, era equivalente al destierro del pueblo, pero mi tía Lupe me caía bien porque ella era la que le ponía la pimienta a su matrimonio, pero lo brava nadie se lo quitaba, en una ocasión estaba de visita en el rancho, mi abuelita procuraba tener suficientes gallinas, por lo que era común ver a gallinas empollando huevos, o a más de dos gallinas con un montón de pollitos y estos corriendo detrás de la mamá, iban y venían por todo el patio, las gallinas raras veces se salían al corral ya que al hacerlo corrían el riesgo de regresar con menos pollitos, ya que estos eran exquisitos platillos de algunos tipos de culebra y roedores principalmente; llegó a haber ocasiones en que nos íbamos a misa a La Estanzuela el sábado y al regresar el domingo encontrábamos el gallinero con una que otra gallina, y un plumerío por todo el patio y parte del potrero, y resultaba que como nos habíamos llevado al perro o perros que teníamos, los coyotes habían tenido buffete, ya que el gallinero se dejaba abierto para que entraran las gallinas a dormir, pero en un mes o dos mi abuelita los recuperaba, ponía a empollar a tres o cuatro gallinas y recuperaba el stock, porque aparte de huevo, lo que se pretendía de vez en cuando era echarnos un caldo de pollo o gallina. En una ocasión mi abuelito sorprendió a un coyote llevándose una gallina, ya que éstas si se salían de los corrales y merodeaban o por el barbecho o por el potrero, por suerte escucharon el cacaraqueo desesperado de una gallina, la cual ya la llevaba el coyote, mi abuelito para pronto que agarró un rifle veintidós que tenía, brinca el portillo, le corta camino por un corral al coyote, éste se da cuenta, soltó la gallina y se perdió entre los matorrales sin dar oportunidad a que mi abuelito le hiciera un disparo, mi abuelito como vio que ya se había perdido entre las yerbas, hizo un disparo a los matorrales para que el coyote se asustara y no regresara, y así quedó la cosa; al siguiente día mi tía Cuca pasó por los matorrales y se topo con un coyote muerto de certero tiro, el cual había hecho mi abuelito, pero únicamente para asustarlo.

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En la ocasión que estaba mi tía Lupe en el rancho, habíamos varios niños y como a todos nos encantaba jugar, corríamos de un lado a otro, mi tía Lupe nos vio y nos dijo tengan cuidado con los pollitos, porque si pisan uno, hago que se lo coman a mediodía, dicho y hecho al ratito que pisamos un pobre pollo, que nos ve mi tía Lupe y nos dijo: quiubo qué les dije, tomó el pollito todo destripado, todavía agónico, y lo colgó de la pared con las patas para arriba con la remota esperanza de que sus vísceras mediante un milagro se acomodarán en su lugar, ya que en algunas ocasiones sí se salvaban, y mi tía nos reitero, pídanle a Dios que se alivie, sino ya saben, se lo van a comer. A sí quedó la cosa, nos fuimos a jugar al corral, y nos olvidamos del pollito, hasta que nos hablaron a comer, llegamos nos sentamos, y para pronto mi tía Lupe nos sirve el pollito ya cocinado, y se nos puso enfrente y nos dijo, se los advertí, y nadie queríamos entrarle al pollito, pues a fuerzas nos lo tuvimos que comer. Mi tía Cuca era otra que no se medía en su valentía; en una ocasión estábamos en la casa del maíz y que nos sale una culebra de muchos colores; sobresalían el rojo, negro y un claro, todos en forma de anillos, era de la que le llamaban coralillo; al grito de: tía una culebra!, entró ella a la casa del maíz, y sin titubear siquiera un segundo, agarró la culebra de la cola y con una velocidad increible la empezó a azotar de un lado a otro contra el piso; pobre animalito no aguantó ni cinco golpes, pero ese animalito impresiona por dos cosas: una por sus colores que lucen de maravilla y la otra por lo fulminante de su veneno cuando ataca a un animal o persona, difícilmente se vivía para contarlo. A propósito de mujeres valientes, en mi pueblo había por docenas, cabe mencionar lo que le pasó a mi tía Reginalda, hija de una hermana de mi abuelita Chuy, en una ocasión que mi tío Teódulo, esposo de mi tía Reginalda se fue al norte, y que por lo tanto mi tía se había quedado sola y con sus hijos todavía muy chicos, y que en una noche llegan y tocan a su puerta a altas horas de la noche, mi tía que al escuchar los toquidos se levantó a ver quién tocaba, y mi tía preguntó: ¿quién es?, soy Teódulo, le dijo, y como mi tía conocía muy bien a su esposo, en voz y forma de tocar, y de inmediato se dio cuenta que no era su esposo, para esto todas las puertas del pueblo eran de madera y con doble seguro, uno era una tranca por dentro de la puerta, y el otro era la llave normal de aquel tiempo, y estaba hecha de puro acero y

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medía de veinte a treinta centímetros tranquilamente; como armas blancas éstas eran mortales, ya que dos golpes en la maceta difícilmente los aguantaba un cristiano. A un lado de estas puertas por precaución en la noche se dejaba un machete, palo largo, y los que tenían para pistola o rifle, esto era lo que colocaban. Como mi tía ya se había asegurado de que no era su esposo, le contestó al intruso, ahorita te abro, rápidamente mi tía alcanzo un rifle que tenía para defenderse en casos como estos, le apuntó exactamente en dirección de la cerradura, de la mencionada llavecita, y le soltó el plomazo, al disparo se escuchó el quejido del intruso, que como pudo se retiró del lugar, a la mañana siguiente, se levantó mi tía, y vio el rastro de sangre que se perdió en la brincada de cercas. Este intruso debió de ser algún pretendiente de mi tía cuando ella era soltera. No porque fueran mis parientes, pero todas las hijas de mi padrino Juan Mariscal, eran codiciadas por todo el pueblo y hasta pueblos vecinos, ya que en una ocasión un fulano de un lugar cercano, llegó y le robó a una de sus hijas, se armó la rebatinga y finalmente el atrevido galán nunca logró su objetivo, precisamente, por la bravura de la hija de mi padrino Juan. En los alrededores del rancho, en tiempo de aguas los zacatales y lo abundante de la maleza, facilitaba que coyotes, zorros y hasta culebras se llevaran gallinas del rancho, ya que éstas durante el día se retiraban algo del corral, lo que facilitaba que estos intrusos se llevaran en repetidas ocasiones una buena presa, y aún en las secas se contaba con su visita, ya que el zacate y maleza seca los alcanzaba a proteger, lo único que dejaban de las pobres gallinas, eran las plumas, las que por montones quedaban a poca distancia del rancho, pero también contábamos con visitas que nos hacían comer carne, aunque no fuera domingo, y eran conejos, liebres, güilotas, codornices, las que raras veces se deja ir vivos, ya que mis tíos e inclusive mi abuelito eran buenos para la caza con un rifle que se tenía en el rancho. En una ocasión estaba en el barbecho, sosteniéndole un caballo a mi tío Amado, mientras él lo cargaba con costales de maíz que llevarían a La Estanzuela, era en tiempo de secas, y el zacate y la maleza ya estaban completamente secos, caídos y pisoteados por el ganado, recuerdo que yo andaba descalzo y deteniéndole la bestia a mi tío, sentí que algo se movía debajo de la planta de mi pie, en un principio, pensé que las hierbitas secas debajo de mi pie se empezaban a quebrar, y como que las hierbas se

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reacomodan, lo cual era normal, moví un poco mi pie para que las varitas se reacomodaran, y la sensación de movimiento debajo de mi pie persistió, entonces me vi obligado a voltear a ver qué sucedía debajo de la planta de mi pie, al hacerlo, vi que estaba trepado en tremendo culebrón de color negro, de inmediato pegué el brinco, y la culebra al sentirse liberada, se retiró asustada, yo todavía no me recuperaba de tal impresión, le correspondí con la misma acción ya que me sacó buen sustote; en otra ocasión en el plan estábamos por iniciar labores, era temprano estábamos dejando al pie de un árbol los guajes de agua, el rifle y otras chucherías, para empezar a escardar, la maleza en esa época es espesa, entre zacate, yerbas y flores silvestres; estábamos en eso cuando sale un culebrón, que comparado con el que provocó a Adán éste era una lombriz, tranquilamente tenía el grosor de una botella de refresco y de color azul negruzco, era algo que daba mucho miedo, todos la vimos ya que por la movida que hacía del zacate al deslizarse, provocó que todos volteáramos hacia el reptil, mi tío Amado que ya traía su azadón en la mano, nos dijo, no se muevan, yo dije ahorita le suelta el azadonazo y la parte en dos, pero no se movió a donde había dejado el rifle que por suerte casi estaba a la mano, le apuntó y con un solo disparo tuvo el pobre animalote; entre muchas de las virtudes que poseían todos mis tíos, la de buenos tiradores era la MI ABUELITA Y MI TÍA CUCA CON UN BALDE DE LECHE EN CADA que a ninguno les fallaba, MANO, PRODUCTO DE LA ORDEÑA, DE UNA MAÑANA CUALQUIERA, seguido llegaban al EN EL RANCHO OJO DE AGUA. COMO FONDO, A LA DISTANCIA PARTE rancho cargados de DE LOS CERROS AZULES, DODE ESTABA UBICADA LA CAÑADA DE infinidad de animales, LOS MISERABLES.

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dependiendo de la época, si ésta era de güilotas o codornices, llegaban con sus buenos racimos. Aunque fuera tiempo de secas mis tíos llegaban con sus conejos, liebres; los venados no eran común verlos por nuestros rumbos pero de vez en cuando nos visitaban. En tiempo de lluvias llega la abundancia por todos los campos y nos encontramos berenjenas silvestres, jaltomates que vienen a ser un “fruto” adulzado de color violeta obscuro, son parecidas a las uvas pero un poco más chicas, estas matas abundan al pie de las cercas de los potreros, cuando uno las encontraba y tenía esta “fruta” madura, nos dábamos unos banquetazos ya que las matas llegan a medir hasta más de un metro y si nadie las ha encontrado, unos las hallaba repletas de su fruto. En el campo uno no pasa hambres hasta cuando uno surcaba por cañadas o laderas se topaba uno con que comer en estos lugares. Sobresalía una flor roja como si fuera un rosal y da unas jícamas tan ricas, que difícilmente dejábamos una planta de pie, ya que su fruto estaba prácticamente a flor de tierra y no había necesidad de escarbarle mucho para obtener su codiciada jícama. En esta época también se topa con los árboles de pochote, esta es una “fruta” que tiene la forma como de un balón de futbol americano pero como del tamaño de un mango, en su interior da unos granos lechosos que se comen, estos granos están almacenados dentro del “fruto” en una especie de algodón, había otro árbolito que le cortábamos las ramas de preferencia donde la rama estuviera lo más recta posible y cortábamos trozos como de 30 centímetros, la característica de este árbol en su tronco y ramas es que se le podía sacar una tira lechosa del centro o corazón, y que de los trozos cortados ya sacado su producto quedaba la rama hueca con un orificio por donde apenas pasaba un chícharo. Con esta ramita hacíamos un juguete que se llamaba trabuco y con el que se disparaba, y hacía el tronido de una pistola, las municiones eran bolitas de copal, unas bolitas verdes que se daban en árboles que normalmente no existían dentro del pueblo y tenía uno que ir a buscarlas al cerro; lo más difícil de elaborar para poder utilizar este juguete-arma, era hacer la varilla, con la cual empujabas la bola del copal a través del trabuco, ya que ésta tenía que ser del grosor de un lápiz y aparte configurarle el mango ya integrado; se hacía con la famosa vara dulce, se escogía una rama un poco más gruesa que un marca textos y se empezaba con dejarle un mango, y a partir de éste y con toda la paciencia del mundo se

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empieza a rebajar el grosor de vara dulce hasta que quede el grosor de un lápiz, hacerlo sin torno o sin la invención de la lija, no era cosa fácil, esta pieza tenía que quedar casi como un desarmador pero sin ningún tipo de punta; ya hecha, queda lista para usar el trabuco; se ponía una bola de copal en la entrada del trabuco y con la vara dulce se empuja despacio hasta la otra orilla del trabuco, ya estando en esa posición, se pone otra bola de copal en la entrada del trabuco la encamina uno con la vara dulce un poquito, así ya queda cargado el trabuco, la acción de sumir con fuerza la segunda bola de copal que está en la otra punta del trabuco sale disparada haciendo un tronido como de pistola; la técnica por la que no salen las dos bolas de copal disparadas, es porque la varadulce fue cortada como dos centímetros más corta que el trabuco; con la presión del aire sale la bola de copal de la punta y queda la otra exactamente en la salida, lista para el próximo disparo. Este tipo de trabuco era el de niño, pero el de adolescente era más sofisticado, ya que éstos traían un cargador con bastante parque de repuesto y este lo hacían con un cañuto de carrizo del grosor de las bolas de copal. Le hacían una incisión al trabuco como a los cinco centímetros de la boca del trabuco, ya hecha se le pegaba el cañuto de carrizo en forma vertical, la pegazón la hacían con cera de colmena, así quedaba listo el trabuco con su cargador para disparar de forma continua las veces que se quisiera, ya que al disparar una bola de copal automáticamente caía al trabuco la siguiente, era como el cargador de una ametralladora cuerno de chivo, pero éste en lugar de estar por la parte de abajo, su cargador quedaba por la parte de arriba. Este juguete prácticamente no hacía ningún daño a no ser que se disparara a boca de jarro, como las municiones se conseguían prácticamente en el cerro, el parque se improvisaba con hojas de unas yerbas que se daban al pie de las cercas y las municiones se hacían amasando las hojas y haciendo las bolitas del tamaño de las bolas de copal. Es curioso escuchar a la gente decir, no me gusta circular por esa calle, porque es muy trabuca, sin imaginar el origen de la palabra trabuco. Otro alimento muy común en tiempo de aguas eran los jahuites, éstos se daban en áreas muy húmedas casi tirando a lodazal, tenían la forma y el tamaño de una cebolla cambray, pero para llegar a su contenido tenían que pelarlos y su cáscaras eran igual a la de un ajo, pero ésta de color negro y su contenido era de color blanco; se cocían o tatemaban y bastante gente los comercializaba en la plaza los domingos, los vendían en manojos como de a

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tres kilos; se acostumbraba a comerlos en el desayuno acompañados con leche, quién sabe si eran nutritivos, pero si eran muy sabrosos, la ventaja que tenían era que al igual que los nopales, los hongos, camotes de cerro, calabazas silvestres, etc., no te costaban un cinco, porque te podías ir a los campos y recogerlas gratuitamente. El campo es tan noble que difícilmente te deja morir de hambre, a no ser que no quieras ni estirar la mano para alimentarte. Cuando uno terminaba de sembrar o asegundar los arados, se los tenía uno que llevar al rancho, había quienes lo hacían a diario, nosotros lo hacíamos hasta terminar, en una ocasión veníamos del plan, por el callejón entre los potreros de Pedro Castro e Ignacio Caloca, ya de bajadita de la loma, los callejones eran tan amplios al grado que dentro del mismo callejón se hacen caminitos y veredas, ya que por lo amplio de éstos no se utilizaban en todo su ancho, lo que permitía que dentro de ellos, nazcan nopales, huizaches y gran variedad de árboles; veníamos en varios caballos, en uno veníamos Cuco y yo, y Ramón venía en otro solo, pero traía un arado atravesado entre la cabeza de la silla y él, veníamos en amena plática, que debió de estar muy interesante ya que Ramón nunca vio que iba a pasar en medio de dos huizaches que no tenían ni metro y medio de separados, su caballo no necesitaba que lo guiara uno al rancho, el caminito se lo sabían de memoria, al grado que se podía uno subir a su caballo, y no necesitaba rienda para dirigirlos, era como subirse uno al caballo y poner en operación el piloto automático y así llegabas al rancho, el caballo de Ramón cruzó por los dos huizaches, y volteamos para continuar la plática con Ramón porque sentimos al caballo a un lado caminando, pero resulta que ya no traía jinete, volteamos para atrás y vimos a Ramón todavía jugando luchas con el arado, ya que al llegar a los huizaches se embarró el arado, y mandó al suelo a Ramón, y todavía el arado le cayó encima. Por todos los callejones de rancherías o cerros vecinos era común escuchar a grito abierto, canciones de moda de la época, cantadas por los jinetes que transitaban por esos rumbos, primero cantaban luego ellos mismos se acompañaban o requintaban la canción con su silbido, lo que hacía un concierto a campo abierto muy agradable. Del Ojo de Agua era un excelente palco para este tipo de conciertos, ya que su ubicación prácticamente al filo

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de una gran cañada que empezaba en el potrero del Ignacio Caloca y terminaba hasta el arroyo del zapote, la acústica de esta área favorecía para poder disfrutar de estos conciertos, de los jinetes que pasaban por el rancho rumbo a la Loma, o regresaban de La Estanzuela, como la hondonada que hacía el arroyo era larga, tanto de bajada como de subida, en tan sólo este tramo, el jinete se aventaba hasta más de dos canciones, era más fácil identificar a los lejos, a un jinete por su canto, que por su silueta, por eso mi abuelita cuando escuchaba alguna voz cantando, bajando por el callejón de la loma decía, ahí viene fulanito de tal, y cuando estos jinetes pasaban a un lado del rancho, suspendían su canto en ese pequeño tramo y lo reanudaban prácticamente pasando el barbecho de mi abuelito, eso mismo hacíamos nosotros en nuestras idas y venidas a La Estanzuela, y que íbamos rezando, veíamos venir a alguien y a unos cuantos metros de encontrarnos, suspendíamos la oración, saludábamos cómo está la familia, los enfermos, algunas novedades, si se prestaba, se echaba un ratito de chisme, y reanudábanos nuestra marcha y también el rezo. Aún recuerdo cuando era un escuincle y que le pregunté a mi abuelita, el porqué unos cerros que estaban a los lejos, los habían pintado de azul, mi abuelita me dio una gran explicación, pero a mi edad no me caía tan fácilmente el veinte, aunque de grande no hubo mucha mejora. El miedo en la infancia es algo especial, recuerdo que mi tío David conocía tan

MI ABUELITO Y MI TÍA CUCA, CON MI ABUELITA AL FONDO, DEL LADO IZQUIERDO, EN SUS ÚLTIMOS AÑOS DE ESTANCIA, EN EL RANCHO OJO DE AGUA.

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bien nuestro terror a la obscuridad, la desventaja de haber nacido donde no había luz mercurial, ya que la única existencia era la “petroliferial”; el aparato de petróleo hecho con bote de aceite de a litro y una mecha, para aquellos tiempos era una lámpara. Del rancho al pozo Ojo de Agua existía mas o menos la misma distancia que al horno donde se hacían las gordas de horno, el cual estaba enfrente del rancho y el pozo estaba exactamente en sentido opuesto, para llegar hasta el pozo había que cruzar el barbecho, y mi tío David nos decía cuando ya había obscurecido por completo: si van ahorita mismo a traerme un balde de agua, les doy cien pesos, que para aquel tiempo era casi todo el dinero del mundo, y lo peor era que nos enseñaba todos los billetes que completaban cien, íbamos y nos acercábamos a la cerca que daba al barbecho y ni siquiera la brincábamos, ya que cruzar el barbecho, sí era para tener miedo, ya que el camino hasta el pozo era prácticamente un surco, la milpa estaba en plenitud con frondosas hojas, grandes elotes, flamantes espigas, tenían de alto casi lo doble de nuestra estatura, si en el día te daba algo de miedo, ya que te metías al surco y no veías orilla, era como si entraras a un túnel todo verde, el cual desembocaba a unos cuantos metros del pozo, cruzarlo en la noche era imposible, si para salir a orinar en la noche, nos daba miedo y eso que era dentro del mismo patio, pero hasta el fondo, casi en el portillo rumbo al pozo estaba una higuerilla y entre ésta y la casa de los avíos, era el espacio que utilizábamos de mingitorio, el ir hasta ahí en la noche era toda una hazaña, regaba uno la higuerilla a medias, ya que el miedo te hacía regresar corriendo, por temor a que te agarrara el diablo, la bronca grande era cuando en la noche te daban ganas de hacer del dos, ya que el wc estaba ubicado en todo el rededor de la cerca que rodeaba el rancho y si no le ajustaba a uno, teníamos todo el potrero, el barbecho y dos corrales más que tenía el rancho, cuando esto te sucedía en la noche tenías dos alternativas; una aguantarte hasta el día siguiente, o convencer a alguien para que te acompañara alumbrándote con un aparato de petróleo hacia el potrero o hacia el barbecho, el problema mayúsculo era cuando andabas en esto, y llegaba una manada de porcinos, en busca del postre nocturno. Mi tío David seguro de que jamás iríamos por un balde de agua en la noche, y como debía ser sin alumbrarse con el aparato de petróleo, recuerdo que yo me ponía a practicar mi valor; iba en el día por agua, me detenía en el trayecto, meditaba, pero cómo es posible que no haga yo esto mismo en la noche, me armaba de valor y le decía a mi tío ya en la tarde: tío de por perdidos

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sus cien pesos, hoy en la noche voy a ir por un balde de agua; caía la tarde y todavía iba yo tranquilamente por el agua, ya cuando cayó la noche mi tío me dijo: ¿listo para ganarte los cien pesos? ya mi respuesta no era tan agresiva como en la tarde, mi tío me dio el balde enfile hacia el pozo, pero en cuanto brinqué el portillo para entrar a la milpa, tal como caí al otro lado, así, de bote pronto eché el brinco de regreso, y mi tío jamás perdió sus cien pesos. Para provocarse uno mismo el terror, la imaginación no tenía límite, recuerdo cuando mi papá todavía tenía la tienda, ésta se encontraba ubicada a una cuadra, por llamarle de alguna manera, pero era bastante larga, y a ambas aceras había prácticamente puros corrales, cuya cerca era de piedra, la calle estaba tapizada de hierbas y zacate, caminitos hechos por el constante pasar de la gente, pequeños zanjones hechos por el correr del agua durante la lluvia, en esa ocasión ya había obscurecido y mi papá estaba con unos amigos en la tienda, y sintió como que iba para largo su estancia en la tienda, y me dijo: vete para la casa, yo me voy hasta más tarde, yo no me quería ir por temor a la obscuridad, pero mi papá me insistió, me armé de valor, salgo de la tienda volteo rumbo a la casa, recuerdo que hasta estaba nublado, así que ni la luz de la luna, ni estrellas, yo creo que esa cuadra no era tan grande, pero en aquellas condiciones, se me hacía más larga que la cuaresma, y no hubo otra mas que empezar la travesía, iba como a media cuadra cuando veo que algo se movía enfrente de mi, haciendo como si la letra “s” se deslizara por entre la yerba y el zacate, para pronto quise meter reversa, pero si lo hacía, era garantía que los amigos de mi papá me iban hacer la burla hasta hartarse y aparte me dirían que las mujeres eran las únicas que tienen miedo, entre los amigos de mi papá, había uno que era muy cargadito, ya que cuando me veía en la tienda le decía a mi papá, oye Cuco dame permiso de capar a este muchachito para que se ponga gordito y echarlo en chicharrones el año que entra, recuerdo que lo veía venir y corría adentro de la tienda cerraba el mostrador y no me salía hasta que este hombre se retiraba, esto era seguido ya que en el pueblo había tres lugares a donde acudir después de las labores del campo, una el templo, otra la Piedra Lisa, lugar donde se sabía vida y milagros de cada uno de los habitantes del pueblo, era el equivalente al café Tacuba en la ciudad de México, pero sin mesas, sillas, tazas de café, ni meseros, era a la intemperie y el tercero era precisamente la esquina de la tienda de mi papá, ya que era el punto de reunión de los señores del barrio de abajo.

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Como ya estaba a medio camino, con todo el pánico del que es posible soportar un ser humano, decidí continuar rumbo a la casa, lo primero que hice fue sacarle la vuelta a lo que se movía, ya que el ver culebras en el pueblo era común, y nunca capté que ellas se asustaban cuando nos veían, y lo mismo hacíamos nosotros cuando nos topábamos con ellas, le rodee un poco al zacatal, y no me quedé con las ganas de tratar de ver qué tamaño tenía la culebra que había visto deslizarse por el zacatal, pero al voltear noté una lucecita, y me quedé sorprendido ya que yo nunca había visto culebras, que aventaran fuego por la boca, hasta que me fijé bien, y era una bachicha de cigarro que alguien a su paso tiró ahí, y lo que yo había visto que se deslizaba entre las hierbas, era el humo de una bachicha de cigarro tirado por alguien que había pasado por ahí antes que yo. Me considero afortunado que en aquel tiempo, nunca supimos de Frankestein, Drácula, Freddy, Hombre Lobo, etc., nomás de imaginarme a uno de ellos al obscurecer detrás de una cerca o que me saliera de improviso en las espesas nopaleras, o entre los milpales de los sembradíos que constantemente teníamos que cruzar. De las primeras idas al Ojo de Agua, ya al anochecer se escuchaban un griterí de niños, arroyo abajo, y yo le dije a mi abuelita que quería ir a jugar con ellos, y me tuve que quedar con las ganas, ya que mi abuelita me explicó, que eran manadas de coyotes, que se juntaban, y por el júbilo de verse reunidos armaban ese tipo de escándalo, que parecían gritos de niños.

SEGUNDA MUDANZA La vida en el rancho transcurría normal, hasta que un día dijo mi abuelo, nos vamos a ir a vivir a la sierra, el “nos vamos” no quedaba muy claro; ya después explicó, se va la tía Cuca, la abuela, yo y uno de los niños, yo no me preocupé mucho, ya que de los tres candidatos que éramos Cuco o de Ramón, al que se lleven, ni modo, pero en eso mi abuelo terminó con mis conclusiones, y dice: nos vamos a llevar a Félix, pocas veces a uno se le antoja darse de topes contra la pared, pero en esa ocasión, yo no quería hacer eso, mas bien quería morirme, ya que el hecho de haber salido de La Estanzuela para irnos al rancho, fue un cambio de más de setecientos veinte grados apenas empezaba a digerir la estancia en el rancho, cuando llega otro cambio de residencia, pero ahora hasta el quinto infierno de retirado, el lugar estaba ubicado,

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exactamente enfrente del rancho, pero detrás de los grandes cerros azules, recuerdo que salimos rumbo a la sierra con la obscuridad de la mañana y llegamos allá al anochecer. Mi abuelito se veía entusiasmado, mi abuelita, ella era feliz al lado de mi abuelito a donde fuera; mi tía Cuca aceptaba resignada el cambio de residencia, al que habían desgraciado por completo era a mí, ya que eso significaba que el volver a jugar trompo, canicas o balero quedaría atrás, ya que esto difícilmente lo hacían en el rancho con mis hermanos o niños de parientes o vecinos cercanos, que nos visitaban, pero con la ida a la sierra el panorama pintaba horrible, recuerdo que tenía canicas guardadas y ni siquiera me las quise llevar, por lo mismo molesto que andaba por el viaje, esto sucedió como un mes de mayo, y me llegó una preocupación que me mantuvo pensativo durante buen rato, ya que se me hacía imposible que el Niño Dios pudiera llegar hasta allá a llevarme regalos exclusivamente a mí, ya que en aquel entonces el Niño Dios le traía regalos únicamente a los niños, y por esa razón me hacía a la idea que no iría a llevarme regalos en Navidad, el que nos visitara en La Estanzuela y aún en el rancho era normal, pero que el Niño Dios fuera a llevarme regalos únicamente a mí mas allá de los cerros azules, lo veía imposible. A pesar de todos los pesares, se inició la ida a la sierra, primeramente se llevaron el ganado, mi abuelito escogió como a diez vacas, entre ellas ya iba una, producto de la cruza del cebú que había comprado mi abuelito, y era la ballena, daba más leche que todas las otras vacas. Ya con el ganado en la sierra, mi abuelo, regresó por nosotros; recuerdo que a una bestia la cargaron con maíz desgranado y frijol, otra llevaba casi medio costal de azúcar y medio de sal, en otra irían todos los implementos de cocina, metate, molino, molcajete, cazuelas, ollas, cucharas de madera, una hacha y demás implementos, y yo de jinete; otra bestia sin mucha carga, para que en ratos se subiera mi abuelita o mi tía Cuca, la cual nuca utilizaron, nunca supe el porqué ellas preferían hacer los viajes caminando, que montadas a caballo, no se me borra de la memoria su zancada larga, cruzando por los campos, su sombrero de palma, ligerito, que el viento seguido se los volaba, cuando no traían el barbiquejo puesto, sus vestidos largos y huaraches con toque de femineidad. Se inició el viaje y nuevamente integrante de otra caravana, pero ahora el viaje sería de un día completo sin parar, salimos apenas había amanecido, fue una de cruzar

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cerros, ríos, arroyos, veredas y caminos casi nunca transitados, quedaba atrás el Ojo de Agua y todavía más lejos La Estanzuela, suspiraba y cuándo los volvería a ver, tendría que pasar un buen rato. En la actualidad viajar todo un día en camión, se te anda borrando hasta la raya de en medio, pero viajar todo un día a caballo, esa raya se convierte en Cañón del Colorado, por lo rojo y adolorido que te queda toda la región nalgal. Ya como a medio día de viaje le preguntamos a mi abuelito que si faltaba mucho para llegar y nos dijo; no, ya mero, es delante de aquel cerro, nos apuntaba y se veían como cinco cerros seguidos, parecían como cuando se pierde en la casa de los espejos y que tu figura se prolonga a todos los espejos, así sucedía con los cerros, uno tras otro. Ya casi obscureciendo nos dice mi abuelo, ya llegamos es después de aquel pequeño llanito, en efecto al terminar el llanito se entraba a una gran cañada, que como la gran parte de su sierra, estaba tapizada de árboles de encino principalmente; hasta el fondo corría un arroyo, una subidita corta y y estaba un paraje, con la misma pendiente del arroyo, el paraje se incrustaba en el cerro de enfrente y en ese espacio se veía dos fincas, una ya habitada,

MI TIA ELISA LA HERMANA MENOR DE MI MAMA, YA CON VARIOS AÑOS EN EL CONVENTO. EL AMOR PLATONICO DE MI PADRE.

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con su típico corral y lo que era la casa, la que sería de nosotros, tenía las mismas características, mas aparte un árbol dentro del coral a unos pasos de la entrada de la casa, los techos de estas fincas eran de zacate o tierra especialmente preparada, bajamos hasta nuestro nuevo hogar, la panorámica de allá abajo se veía distinta, nuestra finca tenía prácticamente enfrente el cerro y el arroyo, para una casa de descanso, ésta quedaría fabulosa, ya que al abrir tu ventana y toparte con un arroyo y con prácticamente un cerro al pie de tu casa sería algo único, pero para nosotros, no; para empezar la casa no tenía ninguna ventana, tenía su acceso normal pero sin puerta, con el tiempo se improvisó algo equivalente. Como ya prácticamente había obscurecido a nuestra llegada y estábamos muertos del cansancio, nos acomodamos como pudimos para pasar la noche, al siguiente día, lo primero que hice fue el reconocimiento del área, el sol nos llegaba ya tardecito, porque estabamos prácticamente en medio de la cañada, me fui a visitar la casa vecina que por cierto en aquel momento no vi a nadie, seguí caminando cañada abajo; después de la casa de los vecinos estaba un corral con cerca de piedra algo amplio, prácticamente a un lado de éste estaba un bambilete giratorio y me dije qué padre, para jugar, pero el encanto se acabó cuando la lógica racional, me dijo que para poder utilizar el bambilete se necesitaba otro niño, por lo tanto como diversión tenía que descartarlo, descubrí que terminando el corral empezaba una laderita y ahí estaba otra finca y como que la estaban terminando de construir, y estaba hecha de puros palos y zacate, incluso sus paredes y techo, y todavía no estaba habitada. Ya transcurrido mucho tiempo bauticé el lugar como “La cañada de los miserables”. Ya que en esta cañada habíamos únicamente dos familias y la finca nueva o sea tres. Nosotros íbamos como colonizadores a crear derecho y después reclamar tierras, los del corral de abajo no era tanto esa su misión, resulta que como a la media semana ya estaba la familia, y como era lógico iba uno a llevar o a traer algo entre las dos familias. En uno de esos viajes, por llamarle de alguna forma, pero la distancia era como de una cuadra nada mas, en una ocasión me llamó la atención que del chiquero de esta familia se movían las ramas que tenía éste como techo, y me dije, éstos vecinos tienen porcinos muy desarrollados ya que pegan en el techo, y no aguanté mi curiosidad y fui a

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verlos, me asomé y quedé estupefacto ante aquello, eran dos seres humanos como de unos veinte años de edad, dentro de un chiquero, por lo tanto, ahí hacían todo tipo de necesidades y con su instinto sexual que por naturaleza les correspondía, ante tal escena, sin asimilarlo, inmediatamente corrí con mi abuelita y le platiqué lo que había visto. Ella vio que llegué asustadísimo, lo primero que me dio fue un pedazo de tortilla, para que se me bajara el susto, y me explicó que esos muchachos que yo vi, eran dos hermanos que desde su nacimiento ya traían un retraso mental muy marcado, y tenían una carencia total de razonamiento; ya calmado medité el porqué tanta desgracia a una sola familia, con el tiempo me acostumbré a su presencia. Esta misma familia contaba con dos hijos más y que en la fecha de nuestro arribo no se encontraban ahí, uno era más grande que los dos hermanos enfermos, el otro como de mi edad, y era la esperanza de mi abuelito para que yo tuviera con quién jugar, y hasta que llegaron ellos, yo me sentí con alguien para jugar, aunque allá en aquel lugar no había días diferentes, el lunes era idéntico al sábado o al domingo, mis abuelitos acostumbraban a cargar con calendarios de esos que obsequian en las tiendas de la gran ciudad, y que tenían un gran colorido, donde aparecían mujeres vestidas con trajes típicos, sin faltar aquellas o aquellos con su flamante sombrero charro, también acostumbraban a utilizar el calendario Rodríguez, que era una especie de librito con pasta de color anaranjado y que tomaban como guía, ya que éste traía fechas tentativas de la entrada de las lluvias, recomendaciones para la agricultura y la ganadería, lo que permitía saber a cuántos estábamos y en qué día de la semana nos encontrábamos, ya que yo de vez en cuando les preguntaba el día mes, y cuanto faltaba para que llegara el Niño Dios, así yo mas o menos llevaba mis cuentas, pero mi incertidumbre era grande ya que veía difícil que el Niño Dios nos visitara hasta allá, pero me sentí más animado cuando llegó el otro niño, y me dije, el Niño Dios por un niño quizás no venga, pero por dos como que ya le desquitábamos su viaje, lo que me daba más ánimos, recuerdo que llegó la Navidad, y como todos los niños del mundo puse mi huarache, para estas fechas mis huaraches ya eran de seis correas únicamente, porque en la sierra es el único huarache que resistían, los otros que se podían considerar de lujo, en ese lugar no duraban ni para el arranque, llegó el veinticuatro de Diciembre me acosté temprano, es un decir ya que la acostada temprano era todos los días, ya que después de obscurecido, ya no hay nada que hacer, por fin amaneció me dejo ir directamente a mi huarache, y ahí

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tenía un buen puño de dulces, que por presentación, necesariamente eran desde que nos cambiamos del Ojo de Agua, ya que desde esa fecha nadie había ido a La Estanzuela o a Huitzila que eran los dos pueblos más cercanos donde había tiendas, los dulces estaban entremezclados por el ajetreo del viaje o se les humedecieron en alguna ocasión, ya que las colaciones estaban pegadas con las piñitas y los garapiñados, total que aquello era una amalgama, con la gran variedad de golosinas, recuerdo que fue lo único que me trajo el Niño Dios, pero causó una alegría y felicidad inmensa. Yo considero que nuestros antepasados los mayas, aztecas, olmecas entre otros, fueron grandes civilizaciones y que en muchos aspectos se adelantaron hasta nuestros días, con la invención del cero, el Calendario Azteca, sus famosos centros astronómicos, pero donde si fallaron fue, en no habernos dejado a un dios que se llamara de la gratitud, la abundancia, o de los deseos, y festejarlo en año nuevo a medio año o cuando fuera, ya que gracias a ese descuido le pedimos los regalos a Santa Claus, un señor que para empezar ni se llamaba así, unos lo llaman Santa Clos, otros Santo Clos o era santo o era santa, o como decía la frase trillada de los setentas, o todo lo contrario, es de un país que ni nos va ni nos viene, que no tiene ni una pispirria de rasgo con nosotros. Qué lastima que por necesidad, por borregos o por

ESTA FOTO DE MI TIO DAVID, HABLA MÁS QUE UN MONTÓN DE PALABRAS.

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status tenemos que pedirle los regalos al Sr. Clos, qué distinto fuera, que los niños dijeran, voy a portarme bien para que San Netzahualcóyotl, o San Tlaloc o ya de perdida a la Reverenda Malinche, me traiga muchos regalos. Qué diferente sería que los niños de México le pidiera los regalos al Sr. Cantinflas en Navidad, ya que la imagen del Sr. Cantinflas es más prolífica, que la del Sr. Clos únicamente se le conoce en su trineo, a diferencia de la del Sr. Cantinflas, que podría llegar a los hogares de México con, su carro de bomberos repleto de regalos, con su patrulla 777 repleta de sorpresas, con su pequeño carrito de la basura también hasta el tope con presentes, y porque no cartero diplomático con su respectiva balija o maletín repleta de sorpresas para los niños, y si le seguimos nos tapamos con todas las variantes que se requieren para visitar a todos los hogares de México, sin tomar en cuenta estrato social y llevarles alegría en Navidad. La rutina en la sierra prácticamente era la misma que en el Ojo de Agua, con algunas variantes por ejemplo una labor diaria mía era ayudar a ordeñar, terminábamos y dejábamos vacas y becerros juntos en el corral, nos íbamos y almorzaba, regresaba al corral sacaba las vacas y las arreaba cañada abajo, hecho esto volvía por los becerros y me los llevaba cañada arriba y no muy retirado de la casa los cuidaba para que pastaran, y que no se los echara algún lobo o coyote a los becerros chicos, además para que los becerros no se fueran cañada abajo con sus mamás, porque entonces se juntaban y el becerro se echaba toda la leche de la vaca, y al siguiente día, ya la vaca llegaba ordeñada, sin nada de leche; en el Ojo de Agua, esta actividad, se eliminaba con aventar las vacas al potrero de abajo y los becerros en el potrero de arriba, y como estaban divididos por cercas de piedras muy altas, ni cuando que se juntaran. Como la cuidada de becerros era prácticamente todo el día, tenía que buscar la forma de pasarla lo menos aburrido posible, ya que la labor consistía en llevar a pastar a los becerros y cuidarlos que no se retiraran mucho, esta labor se complicaba cuando a una vaca por primera vez le quitas el becerro, esto se hace cuando el becerrito ya está grandecito y que pueda pastar y que la leche de la mamá nada más la utilice como complemento alimenticio, el separarlos es triste porque la mamá no se resigna a dejarlo en nuestras manos, para llevarlo a pastar y el becerrito, no para de bramar, hasta algunos días después, es prácticamente la misma escena como cuando una mamá lleva por

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primera vez su hijo al kinder, y por detrás del alambrado el niño llorando le suplica que no lo deje en la escuela. En la jornada de pastor procuraba mantenerme ocupado dedicándome principalmente a la caza de todo tipo de aves o lo que se pudiera cazar con una resortera, aunque la duración de las únicas dos resorteras que llevaba, fue muy poca, y ni como correr a la tienda por otra o por unos metros de resorte, ya que existía esa facilidad en las tiendas, comprar repuesto de resorte por metros, a falta de esto metí en gran aprieto a mi abuelo, pero él, para pronto resolvió el problema, con un lazo de algodón que andaba rodando por ahí me hizo una honda, para que yo pudiera ejercer la cacería durante el pastoreo de los becerros, pero el adquirir habilidad a manejarla no fue nada fácil, eso de que David debió practicar durante años, ya que atinarle a un cristiano en la pura maceta, requiere de mucho dominio de la honda, aunque David la tenía fácil ya que la testa de Goliath estaba de muy buen tamaño, y atinarle no era mucho problema, pero atinarle a un conejo o a un pájaro, si que se requería buena puntería y muy buena suerte, ya que para asegurar el tiro, influía hasta el tipo de piedra a utilizar, ya que ésta debería tener la forma lo más parecida a un huevo, porque de no ser así, la piedra al salir disparada por la honda, cruza los aires haciendo un zumbido por los posibles filos que tenga o que este laja, el zumbido necesariamente asusta a la presa, pero yo tan sólo en el manejo básico de ésta me acabé la honda de algodón, y para pronto que le digo a mi abuelo que la honda ya se me había acabado, pero los abuelos inmediatamente resuelven todo, se fue cañada abajo y trajo varias ramas de palma, y como tenía gran habilidad para hacer sogas, lazos y capotes para protegerse de la lluvia, precisamente de palma, me hizo mi primera honda, me explicó muy bien cómo se hacían, paso por paso, al grado que el hacer hondas, pasó a ser una de mis especialidades, con el tiempo me enseñó a hacer lazos y capotes, y estas actividades las hacía durante el pastoreo de los becerros; algo que también me enseñó mi abuelo fue el hacer reparaciones de correas en huaraches averiados, me quedaban tan bien que procuraba que no quedaran a la vista y que no molestaran al pie, a la postre fui el reparador de huaraches de la familia, ya que hasta los de mi abuelita y mi tía Cuca yo los restauraba y cuando de plano no programaba alguna actividad durante el pastoreo, mi abuelita siempre se aseguraba que yo trajera un rosario conmigo, y me ponía a rezar mi rosario, llegaba con mi abuelita y le decía: abuelita durante mi pastoreo recé dos rosarios, y ella se alegraba todita, me elevaba

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casi al grado de santo y me decía, entonces en la noche ya no rezarás con nosotros el rosario, nada más cenas y te acuestas, y esto era un gran alivio, ya que los rosarios en la noche rara vez no los prolongaban, con oraciones o alabanzas que adornaban el rosario o que lo hacían cantado, lo que el rezo de un rosario se hacía eterno. Al final de la jornada juntaba todos mis becerros y al llegar, mi abuelo iba al corral y contaba todos los becerros; en una ocasión, regresó a la casa y dijo: falta una becerra, y fue y me preguntó a mi, y le dije que yo los había metido completos al corral, esta becerra o brincó la cerca o se me quedó desvalagada en el camino. Yo vi que mi abuelito se fue hasta donde guardábamos los avíos y tomó una chavinda, que es una soga para lazar animales, pero soga fina, yo me dije, mi abuelo cogió la soga para ir a buscar la becerra, pues no fue así, se dirigió a mí, con un buen tramo de la soga desenrollado en la mano, y que empieza a darme latigazos, recuerdo que la soga estaba hasta mojada ya que se había utilizado en la mañana, y estábamos en épocas de lluvias, para pronto me dejó como santo Cristo, en eso estaba mi abuelo a latigazo y latigazo, y mi abuelita salió en mi defensa, y le dijo: ya déjalo Timoteo, es apenas un niño, además yo escuché a la becerra bramar en la tarde, aquí enfrente por la ladera, no ha de tardar en llegar; todavía mi abuelita no terminaba de decir eso, cuando dice mi abuelo, ah con que tú la oíste, y se le dejó ir a mi abuelita y le aplicó la misma dosis que a mi de sogazos; para mi no era nuevo el que me golpearan, ya tenía hasta callo, pero que golpeara a mi abuelita, era algo que yo jamás había visto, ni mi papá a mi mamá, ya que ellos siempre andaban de la greña, para mi, lo que hizo mi abuelito fue un sacrilegio. Pero el grado de sumisión, de las mujeres de aquel tiempo era increíble, no confundir con falta de valor de ellas, esto sucedió prácticamente obscureciendo, llegó la hora de cenar y mi abuelo, como si nada, bendijo los alimentos, y como a diario, después de rezar el rosario antes de acostarnos, cuando lo estábamos rezando, yo decía y para qué lo reza mi abuelo, si con lo que le hizo a mi abuelita de seguro está condenado. Pero lo que yo no sabía a esa edad era que por ahí la Biblia todo esto lo tiene contemplado, ya que hay enunciados que rezan: el cielo es de los arrepentidos, entonces para mi abuelo la situación no era tan grave, con dos o tres golpes de pecho, una confesión de arrepentimiento con el cura, en su primera oportunidad y problema arreglado.

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Otra paliza de las que nunca se olvidan, fue cuando una mañana terminamos de ordeñar, y la ballena, la vaca fina, nunca apareció, y dijo mi abuelo, otra vez falta la ballena, y me dijo: Félix ve a buscarla, de seguro está, en el llano grande, este llano estaba bastante retirado, ya que tenía que cruzar dos cerros y un paraje bastante grande, yo todo titubeante le dije que sí, y enfilé rumbo al llano, pero yo jamás había ido hasta el llano grande, solo; este llano era más grande que una cancha de fut-bol y rodeado de árboles, su pasto no le pedía nada al del estadio Azteca en lo parejita, ni el la calidad del pasto, estaba como si lo hubieran diseñado ex profeso para algún evento deportivo. Me dije voy a ver si está por aquí cerca, crucé el primer cerro y nada, y no me atreví a seguirle, ya que no sabía a qué tenerle miedo, pero lo tenía; lo que hice fue sentarme al pie de un árbol a esperar y calcular más o menos el tiempo que me hubiera llevado ir hasta el llano, y así lo hice, ya cuando consideré que había transcurrido el tiempo necesario, emprendí el regreso, llegué, y simulando agitación por el largo recorrido, le dije a mi abuelo que había ido hasta el llano y que ahí no estaba la ballena, mi abuelito dijo: a que caray, ni modo voy a irla a buscar, bordearé los cerros para ver si la veo desde arriba; ya casi como a medio día llega mi abuelo con la maldita vaca, para MI TIO AMADO, CASI UN ADOLESCENTE, EN ESA EDAD esto mi abuelo se había llevado una EL ÚNICO OBJETIVO ERA IRSE DE NORTEÑO, LA MANCHA BLANCA EN EL OÍDO IZQUIERDO NO FUE PARA pequeña soga, por si la vaca no TAPARLE NINGUNA ARRACADA O ARETE, LO QUE PASA quería venirse, llego, metió la vaca ES QUE ESTA FOTO YA ESTABA ALGO MALTRATADA. al corral, y se dirigió a donde estaba ADEMAS EN AQUELLOS TIEMPOS, RICKY MARTIN, yo, y me dijo: con que no estaba en EDUARDO PALOMO Y LA TELEVISIÓN TODAVÍA NO el llano, y me empezó a dar de NACÍAN COMO PARA IMITARLOS.

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latigazos con la soga, y me decía, para que se te quite lo mentiroso, y me golpeó hasta que se hartó, y no tenía de otra más que recibir la golpiza, quizás en el Ojo de Agua hubiera, corrido rumbo a La Estanzuela a refugiarme con algún pariente y en unas horas estaba en el pueblo, pero allá en la sierra, el pueblo más cercano estaba a un día de distancia. Meses iban y meses venían y la rutina no cambiaba, en varias ocasiones fuimos a visitar a mi tía Patrocinia, esposa de mi tío Panchito hermano de mi abuelo, para estas fechas ya fallecido, su rancho estaba todavía más metido en la sierra, pero el de ellos, sí era un lugar más agradable; recuerdo que estaba ubicado al pie de una gran pradera como de unos dos kilómetros de largo, y precisamente en su base una gran llanura a todo lo largo y como en medio estaba su rancho, el tipo de llano era como el que le gustaba a la ballena ir a pastar, yo creo que lo único que le faltaba para que fuera idéntico a una postal de Holanda, nada más le faltaban los molinos de viento y los tulipanes, porque de ahi en más todo era idéntico, no porque conozca Holanda, sino porque así he visto sus postales, calendarios y películas. A este lugar eran nuestras únicas salidas, aunque en una sola ocasión mi abuelito nos llevó a misa a Huitzila, un pueblo un poco más cerca que La Estanzuela, ya que iba a celebrarse el día de un santo, de los meros chipocludos, pero del cual no recuerdo su nombre. Salimos rumbo a este pueblo como a medio día, yo no sé cómo mi abuelo, ubicaba los rumbos para ir a ciertos lugares, ya que para guiarse no existían caminos ni veredas que te ubicaran en la dirección correcta, era una de cruzar cerros y valles, y mi abuelo nos decía, allá enseguida nos toparemos con el arroyo fulano y el cerro perengano, pero en el viaje él nos decía que de joven había sido arriero y con sus recuas había recorrido todas esas sierras durante mucho tiempo llevando, y trayendo mercancías principalmente dulce de piloncillo que comercializaban en La Estanzuela, razón por la cual conocía todas esas sierras al revés, y al derecho, pero en ese viaje nos agarró un tormentón, casi, casi tirándole a diluvio, ya que lo que eran simples arroyitos se convirtieron en uno dos por tres en caudalosos ríos, y en varios nos tuvimos que esperar a que el caudal de estos bajara un poco y así podernos cruzar, para esto ya íbamos con los pantalones arriscados y mi abuelita y mi tía Cuca con las enaguas recogidas, para que nuestras ropas no se fueran a enlodar, y poder asistir a misa más o menos presentables, pero lo crecido de los arroyos nos hizo demorar bastante en el

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viaje, ya que para cruzar los arroyos, éstos no debían llegarnos más arriba de las rodillas, lo cual pocas veces lográbamos, ya que mi abuelo hacía punta, primero sondeaba el arroyo, lo cruzaba y regresaba por nosotros, así ya lo seguíamos, pero en varias veces como a medio arroyo nos llevaba el caudal de improviso y el agua nos llegaba hasta más arriba de la cintura, a mí ni se diga, casi me tapaba, pero entre mi abuelito y mi tía Cuca cuando sucedía esto me levantaban, ya por fin salíamos de tanto cerro y llegamos a planicies, donde también había arroyos, pero ya insignificantes, en unos de estos parajes divisamos con unas cuatro casas, y mi abuelo nos dijo, ahí viven los hijos del difunto zutano, para esto ya empezaba a obscurecer y nos vimos en la necesidad de llegar, como no queriendo a pedir posada, los habitantes de ahí nos avistaron desde lejos, y al llegar junto a ellos, uno identificó a mi abuelo, yo dije ya la hicimos aquí dormimos y mañana seguimos el viaje, ya que continuarlo sería imposible, ya que las travesías nocturnas sí las hacíamos pero con cielo estrellado y la luna con pleno esplendor, pero con lluvia y sin posibilidad de conseguir árbol seco, para hacer antorcha y así poder continuar con el viaje. Empezó la saludadera, cómo estás Timoteo, y tú Chuy, Cuca, qué milagro, ya mi abuelo dijo este muchachito es de Josefina, y cómo están allá, yo qué podía decir tenía un buen rato de no verlos, total el protocolo de rigor, pásense mira como vienen, lo primero que nos ofrecieron fue ropa, ya que nos vieron todos estilando, parecíamos ratones salidos de un charco de agua, ropa para mi abuelita y mi tía Cuca no hubo problema, ya que las señoras les prestaron, a mi abuelo lo mismo, le trajeron ropa de los señores, y para mi no me imaginaba de dónde iban a sacar ropa, ya que a la llegada únicamente vi niños de brazos, y niñas me dije: no me vayan a decir ponte este vestido mientras se seca tu ropa, ya después en la plática salió que si tenían un hijo como de mi edad, pero que no se encontraba porque había ido a traer las vacas, en eso estábamos cuando entra el escuincle, y si era prácticamente de mi edad, al mismo tiempo sale la mamá y me dice ponte este pantalón de mi hijo, yo estaba de espaldas por donde salió la señora con el pantalón en la mano, me volteo para recibirlo y veo que es un pantalón nuevecito sin usar y todavía con etiquetas, me doy cuenta de eso, inmediatamente le digo, que no, que por favor me diera otro pantalón que no fuera ese, es que yo sabía la ilusión que representaba estrenar algo, lo que fuera, ropa, huaraches, sombrero; chones no porque los niños no usábamos, esto era privilegio del adulto nada más, si yo me acuerdo que estrenaba algo y mínimo hacia

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argüende todo el primer día, al niño le caí bien porque me negaba a ponérmelo, pero a su mamá al ver que insistía, la veía con ojos de lumbre, total que dijo la señora o te lo pones o te lo pongo, yo he de haber tenido entre seis y siete años, y dije eso si que no, yo ya soy grande para que una mujer me quite la ropa, con todo y pena estrené pantalón; al día siguiente temprano reanudamos el viaje y como nuestras ropas todavía estaban mojadas, nos fuimos al pueblo con ropa prestada, yo hice la entrada a Huitzila con pantalón nuevo. Lo que recuerdo de este lugar, es que ingresamos al pueblo por un camino tapizado de pedernal negro, asistimos a misa, al salir fuimos a hacer algunas compras, yo no sé por qué mis abuelos no visitaron a los únicos hermanos que le quedaban a mi papá en ese tiempo, ya que nos regresamos, en cuanto terminamos las compras, como al medio día llegamos con las familias que nos habían prestado las ropas, para estas horas las nuestras ya estaban completamente secas, nos cambiamos, nos ofrecieron de comer, aceptamos, ya con panza llena emprendimos el regreso, éste fue de lo más tranquilo, ya que ni lluvia ni nada nos entretuvo.

MI TIO JUAN, QUIEN MURIÓ ASESINADO POR EL QUE IBA A SER SU SUEGRO Y MI TIO CARLOS, AMBOS HERMANOS DE MI MAMA.

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Durante los meses de julio y agosto las lluvias eran algo serio, pero las tormentas en sí, no asustaban tanto, a lo que si había que temerle era a


los rayos, ya que estos frecuentemente mataban a campesinos que eran sorprendidos en sus parcelas, o camino a su casa, ni el ganado se escapaba de morir partido por un rayo, eso del que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija, en estas épocas no procedía, la gente decía que uno no se protegiera de la lluvia bajo un árbol, porque estos son propensos a los rayos, pero ya que te tocaba, ni quien te salvara, ya que en una ocasión un rayo mató a un señor en pleno llano, la gente más bien decía que el diablo se había soltado. Recuerdo que en una ocasión nos fue a visitar a la sierra Aurelio y mi tío Rubén, y para mala suerte de mi hermano cayó en cama, de tremenda pulmonía de la que tardó buen tiempo en recuperarse, y era tiempo de lluvias, y una tarde cuando él estaba encamado, ya empezaba a obscurecer, y estaba muy nublado y empezaba a relampaguear, mi tía Cuca empezó a limpiar de cenizas el fogón donde cocinaba, y echo éstas a una especie de recogedor, que no era otra cosa que una tapadera de las latas grandes cuadradas, mi tía recogió su ceniza, salió de la casa y fue a tirarlas prácticamente al pie del árbol que teníamos enfrente de la casa, y estaba a unos cuantos pasos, se fue y las tiró ahí, y se regresó, cuando estaba a punto de entrar a la casa, se escuchó un tronidazo acompañado de una luz intensa, y todos como muñecos de trapo rodaron por los suelos; yo estaba cerca de la puerta cuando iba entrando mi tía Cuca y vino a quedar tirada a un lado de mí, lo curioso es que todos cayeron redonditos, excepto yo; otro que no cayó al suelo fue Aurelio pero él porque estaba encamado y hasta el fondo de la casa, la explicación más razonable a la que se llegó del porqué no me había tumbado el rayo, fue que mi estatura era muy baja, Aurelio también fue de los más asustados, ya que él estando hasta el fondo, al momento de caer el rayo, volteó y nos vio a todos bañados en fuego, pero afortunadamente no fue eso, lo que sucedió, ya que al caer el rayo tan cerca, todos quedamos bastante iluminados, por lo que Aurelio nos vio como si estuviéramos cubiertos por fuego, la hipótesis que se estableció fue que el rayo cayó porque mi tía Cuca al sacar las cenizas, entre éstas iban brazas todavía con buena lumbre, ya que volvió la calma, no digeríamos lo sucedido, nos revisamos de que estuviéramos bien, pero del enfermo que estaba hasta el rincón nadie se acordó y como él también estaba impresionado, nunca habló, ya por fin alguien dijo: ¿y Aurelio? y todos nos fuimos con él, no estaba en ningún cuarto anexo, la casa era un solo cuarto algo largo y ahí era sala, antesala, recámara, comedor, cocina, bodega y hasta

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biblioteca, ya que mi abuelita y mi tía Cuca si sabían leer y siempre tuvieron un libro donde venían varios pasajes de la Biblia, era un libro de religión católica, no precisamente la Biblia porque ésta en aquellos tiempos los curas, prohibían leerla, nunca supe el porqué. Este libro traía varias ilustraciones, las que más recuerdo es cuando la ballena devuelve a Jonás, y cuando Cristo trae asados a golpes a los mercaderes que agarraron su templo como central de abastos, y traía muchas cosas más. Ya que todos nos habíamos recuperado, salimos a ver en dónde había pegado el rayo, y éste pegó en el árbol que teníamos enfrente y lo vino cuarteando por todo su tronco, desde donde empezaban sus ramas hasta su raíz, nada más porque el encino estaba grande y de tronco grueso sino lo hubiera partido en dos fácilmente, en eso llegaron nuestros vecinos corriendo, apurados porque creyeron que el rayo nos había hecho daño, pero afortunadamente fue el puro susto, y pudimos platicarlos. Esa noche antes de acostarnos rezamos como cuatro rosarios.

UNA CARAVANA MÁS Pasó el tiempo y habiendo vivido ahí todas las aventuras posibles, llegó el día del regreso, yo no cabía de júbilo ante tal hecho, recuerdo que mi tío Rubén y mi tío Amado fueron por nosotros para ayudarnos en el viaje de regreso, para el cual nada más se contaría con cuatro bestias, que resultaron insuficientes, al grado que yo tuve que hacer el viaje en enancas, en la mula que montaría mi tío Rubén, a pesar de que este animal no era de en ancas, y sería la primera vez que alguien la montaría con pasajeros atrás, me subieron a la mula y nada pasó, ya que todo estuvo listo empezamos nuevamente nuestra caravana, empezamos a subir la ladera para salir de la cañada, a la salida inmediatamente estaba el llanito, apenas entrando a éste empezó a reparar pero con ganas la mula, como que se acordó que ella no era de enancas, mientras mi tío trataba de controlar al animal, yo volaba como hilacho pero bien prendido de unas correas que traen las sillas de montar, y las traen en ambos lados en la parte trasera de la silla, las que utilizan para sujetar cosas en la parte trasera de la silla, y lo más común que se carga ahí es una cobija o un gabán enrollado, ya que el frío por el rumbo si llega con ganas, pero cuando uno viaja en enancas de allí se sujeta, lo cual le permite al jinete hacer un viaje más cómodo, en uno de los reparos las correas de un lado se desprendieron,

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y hasta allí llegué, en el siguiente reparo salí volando por los aires, a pesar de lo aparatoso de mi caída, no me pasó prácticamente nada, fue mas el susto, que la caída, ya por fin mi tío logró controlar a la mula, recogí mi sombrero, y el de mi tío Rubén, ya que éstos volaron a los primeros reparos, fue de agradecérsele a la mula que su inconformidad de llevar pasaje enancas, lo haya hecho en el llanito, ya que si lo hubiera hecho en otro lugar, quién sabe cómo me haya ido. Fue necesario que yo hiciera el viaje en ancas pero en el caballo que montaba mi abuelo, como el viaje fue en épocas de no lluvias, esto permitió que nuestro viaje hasta el Ojo de Agua ocurriera sin ningún contratiempo. Empezamos a pasar los cerros azules que se veían desde el Ojo de Agua, ya con el sol prácticamente ocultándose por fin divisamos el rancho Ojo de Agua, fue agradable entrar al potreo del rancho, ver ganado de mi abuelo, que fueron los primeros en darnos la bienvenida, ya que nos siguieron hasta la puerta del rancho. Las noticias en el Ojo de Agua eran muy buenas ya que mi papá, no quería que estuviéramos en el rancho, y prácticamente regresando nosotros, iniciamos el retorno a La Estanzuela, viaje que no resultó difícil ya que antes de que regresáramos nosotros de la sierra, mi familia ya se había acarreado prácticamente todas nuestras cosas. Para todos nosotros el regreso a La Estanzuela era lo más agradable que nos podía suceder, ya que significaba muchas cosas: regresar a la escuela, volver a tener amigos, en otras palabras, volver a ser niño. Y nuevamente era integrante de una caravana más, para regresar a La Estanzuela, se cargaron tres bestias con los tiliches que todavía nos quedaban en el rancho y por fin iniciamos el tan añorado viaje de regreso a La Estanzuela, todos hicimos el viaje a pie por lo cargado que iban los caballos, para pronto cruzamos el rancho de la Casa Blanca en un dos por tres, ya estabamos entrando al callejón de piedra de los horconcillos que estaba de bajada, y era el primero de una serie de callejones que desembocaban en el pueblo, al ingreso de este callejón se puede apreciar una excelente panorámica de La Estanzuela, al avistarla hasta suspiré, y me dije: pueblo mío, aquí estoy nuevamente, a ver ahora quién nos separa. Regresamos para continuar siendo de la historia de cada día de La Estanzuela. Al hablar de historia de mi pueblo, ésta es corta y triste, ya que es

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muy poco lo que hay escrito, y por otro lado ya nadie la llama “Estanzuela”, ahora ya es “García de la Cadena”, únicamente, a pesar de que la razón por la que sepultaron el nombre de “Estanzuela”, no es nada agradable. Nos remontamos hasta el año de 1870, cuando los habitantes de aquel entonces y aconsejados por un estudiante que realizó estudios en Zacatecas, pensaron formar un pueblo o al menos tener o pedir al gobierno del Estado un pedazo de tierra, donde fincar su propia casa, y a este proyecto le llamaron “fondo común”. Estos señores fueron hasta la ciudad de Zacatecas, para hablar con el entonces Gobernador del Estado; el General José Trinidad García de la Cadena, y estos señores al llegar con él, para empezar ni los recibió, los mandó por un tubo y los turnó a los que en aquel tiempo llamaban Consejo de Estado, y que como a las mil quinientas, los atendieron, ante este Consejo, explicaron su problema de peticiones de tierra, el Consejo les puso las trabas que ameritaban el caso entre ellas, eran que necesitaba que la Estanzuela se hiciera municipio, y como Dios les dio a entender, mis paisanos cumplieron con todos los requisitos, y regresaron a Zacatecas con el susodicho Gobernador, con la esperanza de lograr el objetivo, no se sabe

MI ABUELITO Y SU PRIMO HERMANO CRISTOBAL CUANDO FUERON A VISITAR A LA VIRGEN DE GUADALUPE.

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si los volvió a mandar por un tubo a su llegada, pero lo bueno fue que les autorizaron su proyecto. A uno de los que integraban la comitiva que realizó los viajes para lograr que fuera municipio, se le ocurrió sugerir que a la Estanzuela, se le quitara el nombre y en cambio ponerle: García de la Cadena, hubiéramos preferido que en el lugar de García de la Cadena se le hubiera puesto el nombre y apellidos del presidente de la comitiva que realizó los trámites ante este gobernador, o cualquier otro personaje histórico nacido en nuestro Estado, ya que no es justo que alguien que ni los recibe y que jamás aceptó visitar La Estanzuela, lleve su nombre, quizás es una arbitrariedad establecer un juicio con este veredicto, pero no es justo que a un pueblo se le quite, el nombre así de fácil. El único letrado, años después de estos acontecimientos, fue el profesor Jesús González Martínez (Q.P.D.), y que por lo retirado nuestro pueblo de la capital del Estado, y de que un periódico ni de chiste llegaría a La Estanzuela, los rumores que llegaban del General García de la Cadena, no eran del todo buenas, ya que se decía que su relación era muy estrecha con el General Porfirio Díaz, razón por la cual el general García de la Cadena no era bien visto en el pueblo. En el sentir de bastante gente aún persiste la inconformidad por el cambio de nombre, pero si cayó el Muro de Berlín, algo que se veía imposible, se desintegró la Unión Soviética, ya en cualquier parte del mundo, la voluntad del pueblo es lo que rige. Ya hasta gobernadores del PAN tenemos, lo de regresarle el nombre a La Estanzuela, es mero trámite. Un pequeño consenso, un oficio y unas cuantas firmas que lo avalen, el resto es labor del presidente municipal o su secretario. Y así algún día mi pequeño gran pueblo tenga el nombre que sus habitantes verdaderamente sienten. Para darnos una idea de lo que era en aquel entonces La Estanzuela, tomaremos en cuenta que Tlaltenango estuvo más poblado que nuestro municipio cuando menos cuatro veces más. En aquellos tiempos Tlatenango tenía tan solo 125 habitantes, incluyendo dos españoles que ya andaban a ver a quien jodían, si Pitágoras no miente La Estanzuela en aquel entonces contaba como con treinta y un habitantes.

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Se dice que uno de los primeros españoles que llegaron por este rumbo y que empezaron a aceptar y a respetar a nuestros antepasados fue el cura o vicario Don Francisco Manuel de Zauceda Herrera. Ya para este tiempo existía un camino que comunicaba a la ciudad de Zacatecas, con Colotlán, Tlaltenango y Guadalajara. La ubicación geográfica de nuestro municipio era un punto estratégico en la vía de Zacatecas a Guadalajara, La Estanzuela era escala obligada para todos los arrieros que comerciaban entre estas dos ciudades. Después de la llegada de los españoles, surgieron por todo el país las haciendas, el origen de nuestro municipio fue precisamente una hacienda, cuya dueña era una señora que se llamaba Átala, de origen europeo, estamos hablando de 1700, la extensión de esta hacienda era precisamente todo lo que hoy es nuestra cabecera municipal, Doña Átala construyó enfrente de su hacienda, una casa larga, la que utilizó para practicar actos de índole religioso, esta casa estaba ubicada en lo que hoy es la parroquia del municipio, de hecho parte de esta casa grande en la actualidad es construcción de nuestra parroquia actualmente y es una ala del templo por la parte oriente. En las primeras décadas de 1800 esta hacienda cambia de dueño, se desconoce cómo fue esta transacción, y el nuevo dueño de la hacienda La Estanzuela pasa a ser el Señor Don Tomás Ignacio Robles Castillo; este señor era originario de Guadalajara, y la hacienda la utilizó básicamente para cultivo de tierra y a la cría de ganado vacuno, cuando el señor Robles tomó posesión de la hacienda había pocos peones para que le trabajara, estos fueron precisamente los primeros habitantes de nuestro municipio y así fue como surgió nuestra comunidad. Con el tiempo llegó más gente de pueblos o rancherías cercanas a pedirle chamba a Don Nacho, se quedaban y pasaban a engrosar la población de nuestro municipio. Los que llegaron de peones con el tiempo fueron escalando puestos en la hacienda, y algunos se convirtieron en hombres acaudalados de nuestro municipio. Don Ignacio era un hombre medio cácaro ya que a ninguno de sus peones les dio tierra para que hicieran su casa, por lo que los peones únicamente trabajaban para sacar lo de la comida, y las finanzas de Don Nacho crecieron tanto que en corto tiempo se hizo de otra hacienda llamada La Loma, que estaba precisamente enfrente del Ojo de Agua.

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Fue entonces cuando los peones fueron aconsejados para que fueran a Zacatecas con el Gobernador García de la Cadena, a pedirle tierras para ellos, quien por cierto ni los fumó, pero la comitiva que fue Zacatecas, finalmente logró su objetivo, y el gobierno aceptó darles tierra. El gobierno envió a la hacienda una comisión, para trazar calles, para esto no utilizaron el sistema métrico decimal, sino que utilizaron la medición por vara, la que tenía una medida aproximada a 80 cms. Y estos señores formaron un cuadro con las siguientes medidas: 1,200 varas por el norte, 1,200 varas por el sur, 1,000 varas por el oriente y 1,000 varas por el poniente. Con este cuadro se formaron cuatrocientos solares, cada solar medía 44 metros y cuatro solares forman una cuadra o manzana, ésta mide 84 metros por cada lado y entre una manzana y otra se dejaron 9 metros de calle. En cuanto Don Ignacio Robles se dio cuenta de lo que estaba haciendo el gobierno con su hacienda, se fue a quejar inmediatamente con el gobernador, quien al parecer lo recibió a la primera, y logró que le pagaran $1.25 por cada solar, ya que le debieron de dar la cantidad de $500.00, pero que no fue así, sino que le dieron $511.00 y que de todos modos no quedó conforme y recaló con todos los peones, y les dijo, ahora ya tienen tierras para hacer su casa propia, a ver de dónde comen, ya que yo no les voy a dar trabajo, ni tierras a medias para trabajar. Como la situación para los obreros se tornó crítica, su única esperanza era ir nuevamente a Zacatecas, con el consejo que les había otorgado las tierras, y se fueron y plantearon lo que estaba sucediendo en la hacienda, y de nuevo vinieron personas del consejo del Estado de Zacatecas y le quitaron al hacendado, lo que era un cuarto de hacienda, se dice que no era ni un cuarto pero así le llamaron, y este cuarto de terreno, uno sería destinado para siembra y otro para potreros, la parte de tierra que era para siembra era lo que hoy se le llama La Mesa, que se encuentra al norte de nuestra población, y para potrero era una parte del cerro De Mata y otra parte del cerro Buena Vista. Estos terrenos se repartieron de la siguiente manera: a cada familia le dieron cuatro hectáreas de tierra para sembrar y cinco para potrero. Con el tiempo Don Ignacio Robles reconoció que la había regado, con los que lo habían hecho todavía más rico de lo que estaba, se retractó, y siguió ocupándolos en lo que le quedó de tierras.

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La tranquilidad de La Estanzuela se vino a ver un poco perturbada por la revolución, ya que por su ubicación geográfica, prácticamente se tenía que pasar obligadamente por ahí, no encontré nada escrito al respecto pero platican, que por allí transitaron bastantes revolucionarios con rumbo a la capital del Estado o a Guadalajara, pero sin perturbar la tranquilidad del pueblo. De acuerdo al profesor Jesús González Martínez (Q.P.D.), lo que si acabó con la tranquilidad de La Estanzuela fue la época de Los Cristeros ya que en repetidas ocasiones la población fue víctima de las atrocidades, producto del problema religión y gobierno. El profesor Jesús González Martínez, le tocó ser testigo de este tipo de actos por parte de los Cristeros, platica con tristeza, que el 29 de junio de 1929, fecha en que se firmó el armisticio, que venía a poner fin a las hostilidades, entre gobierno e iglesia, platica que esta noticia llegó al pueblo por fuentes fidedignas, La Estanzuela recibió la noticia con beneplácito, al grado que la cantina del pueblo estaba hasta el tope, en eso estaban cuando llegó una banda de cristeros, para desgracia ya conocidos en el pueblo y capitaneados por Porfirio Sandoval, el cual ya tenía azorada toda la región, para pronto se empezó a correr la voz de que estaban entrando los cristeros de Porfirio Sandoval nuevamente al pueblo, siendo que ya estaba firmado el armisticio, lo que a estos hombres, les dio lo mismo, ellos decidieron actuar por cuenta propia. De inmediato el pueblo tomó medidas para repeler la agresión y los que organizaron esta defensa, entre otros fueron: José Larios a quien apodaban el pajarito, Nazario Guzmán, Juan Larios Velarde, Ignacio Guzmán, Rafael Guzmán y Fernando Guzmán y se armaron y pertrecharon arriba del templo, se dice que José Larios, el pajarito, le tenía tanto odio al jefe cristero, que a iniciativa propia, y sin importarle las consecuencias, se le atravezó al paso, se paró enfrente del jefe cristero, y casi al pie de su caballo, sacó la pistola y accionó el gatillo en tres ocasiones y en ninguna de las tres funcionó su pistola, el jefe cristero se creyó muerto, pero como no fue así, éste en cuanto pudo reaccionar, ya que la acción surgió intempestivamente el cristero sacó su pistola y le dijo a José Larios: a ver si ésta si sirve y le descargó toda la pistola dejándolo muerto al instante, como el grupo que repelería la agresión era muy reducido, no pudieron contener la embestida cristera, ya que al parecer eran demasiados, y fácilmente los acorralaron y los fueron matando uno por uno, al ver esto la demás gente principalmente los papás de

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los acorralados, alentaron a la gente para que entre todos repelieran la agresión, al precio que fuera, ya que la pérdida de la vida de sus hijos sería en vano, así se armó una lucha encarnizada en la que murió mucha gente de La Estanzuela, dice el profesor González Martínez, que de puros muertos del lado de los cristeros fueron como treinta, entre los muertos de este bando, quedó el jefe cristero. Continúa diciendo que los muertos quedaron por montones y que hubo necesidad de prenderles fuego, para evitar epidemias, y que hasta en el corral de su casa se les prendio fuego a algunos montones, y le tocó ver como el cuerpo humano es fácilmente consumible por el fuego, ya que algunos cuerpos que no estaban rociados con petróleo, aún así se consumían por la llamas fácilmente. Que la reacción del pueblo fue porque ya estaban cansados de tanta atrocidad por parte de estos malvados, aunque el profesor los llamaba bribones, aunque el calificativo correcto, es el que le nace a uno decir, y que no se debe escribir, ya que cada vez entraban al pueblo cometían todo tipo de atrocidades, las mujeres eran principales víctimas, no les importaba si eran señoras, niñas, o señoritas, y a los hombres, que ponían algún tipo de resistencia, los mataban con la peor de las sañas, ya que a algunos no los mataban a balazos, sino que los martirizaban con arma blanca, y los degollaban desde el cuello hasta sus partes genitales, las cuales las desprendían de sus cuerpos, en ocasiones aún estando vivos y en presencia de sus familias. Yo considero que los mártires de esta que fue la última batalla, debería de reconocérseles de alguna forma, ya que ofrendaron sus vidas por defender a su pueblo, independiente de que el movimiento era de carácter religioso, esto no autorizaba a estos malvados a cometer este tipo de delitos. Por ejemplo la acción heroica de José Larios, el pajarito, es como para que por lo menos una calle, plaza, escuela o el mismo pueblo llevara su nombre, y no el de García de la Cadena. Cabe hacer destacar la labor hecha por Don Ignacio Caloca, hombre nacido por nuestra región, y quien a pesar de no ser originario de La Estanzuela hizo bastante por el pueblo, en esa época, ya que su vasta carrera de militar, con las vicisitudes propias de su oficio, probó gloria e infierno, en el terreno militar y familiar, su carrera en el ejército alcanzó sus mejores logros en la

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ciudad de México. Y de alguna forma mantenía arraigo en nuestra región, a la que proporcionó armas, para que se defendieran, cuantas veces le solicitaron, a su retiro de la carrera militar, se dedicó a la política, llegando a tener varios puestos importantes en el gobierno de Zacatecas, y en repetidas ocasiones ocupó interinariamente la gubernatura del Estado. Después de la época de los cristeros, y hasta nuestros días, La Estanzuela ha sido un pueblo que ha vivido en santa paz. Con nuestro regreso a La Estanzuela, Cuco y yo continuamos nuestro primer grado de escuela, Ramón también feliz ya que podía reanudar sus estudios, él entró nuevamente a cuarto grado, desde luego, ya a la escuela de arriba. Se reanudaba absolutamente todo lo bueno y lo malo, mi mamá, tardó en tratarme con su cariño salvaje, la razón era que yo había dejado de ser su hijo, por un buen rato, y quienes pagaban los platos rotos eran Ramón y Cuco, pero este trato privilegiado me duró poco tiempo, mi papá seguía con las idas al norte, la situación económica no mostró gran mejoría. Recuerdo que nuestras libretas para la escuela eran en dos presentaciones, una era de lujo pero de pocas hojas y sin espiral, y la más común en nosotros y la de otros niños eran hechas de papel estraza, del que usaban en las tiendas para envolver mercancías, con un pliego alcanzaba para hacer una “libreta” de regular tamaño y grosor. Al poco tiempo de haber regresado nosotros a La Estanzuela, mi tío Carlos, ya prosperaba en sus negocios, y tomó la decisión de llevarse a su familia a la Paz B.C.S., pero mi tío Carlos por alguna razón no pudo venir por la familia, y le pide a mi tío Amado que le hiciera el favor de llevar a su familia, eso estaba sucediendo y coincidió, que Ramón había tenido un enfrentamiento muy duro con un huarachero. Platica Ramón que iba muy tranquilo rumbo a la casa y le salió al paso uno de los huaracheros, y lo reto a pleito, y Ramón jamás había sido bravucón o peleonero, y no respondió al reto, pero que el rival lo persiguió hostigándolo a que le hiciera frente, y Ramón enfiló a escudarse a la tienda de Don Toribio, donde sería un refugio seguro, ya que este señor era su padrino, pero parece que éste estaba ocupado y no se percató de la presencia de Ramón, situación que aprovechó el huarachero para provocar a Ramón, él dice que no supo de dónde sacó fuerza

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y valor, pero que le tiró un golpe que se lo acertó en la pura cara, pero con tanta efectividad que el huarachero cayó redondito, y que ya, éste en el suelo no se movía, al verlo en ese estado mi hermano, salió corriendo de la tienda, y no se fue a la casa, sino que se fue con mi tío Carlos, ya que era muy amigo de Carlos, su hijo; al llegar se dio cuenta que estaban ya preparándose para viajar, y que les preguntó que a dónde iban, y ya le dijeron a dónde, pero le insinuaron que si no quería irse con ellos, y que para pronto les agarró la palabra, ya que lo que le había hecho al huarachero, en el pueblo no iba a estar nada tranquilo, si de a gratis nos traían en friega, ahora con motivo. Que para pronto se fue con mi mamá y le dijo que si lo dejaba irse a La Paz con la familia de mi tío Carlos y que mi mamá le contestó que si; platica Ramón, que a mi mamá le pesó más, un dinero que le dio, que su misma partida, normal en mi mamá, ya que así era de cariñosa con todos. Llegó la hora de la partida, en aquel entonces la familia de mi tío Carlos la integraban dos hombres y cuatro mujeres, de éstas dos ya casaderas, nadie supo cómo, pero a la salida, ya faltaba una de las muchachas, Jesusita que andaba cumpliendo apenas los quince años, se armó la búsqueda en grande, con bastante gente para encontrar al atrevido Romeo, pero la búsqueda fue inútil. El viaje sufrió un pequeño receso; a mi tío Carlos no querían decirle, porque ya se imaginaban como reaccionaría. Por fin mi tío Amado le preguntó que si continuaba con el viaje, y que mi tío Carlos les contestó, a su estilo, pero traducido al lenguaje decente, desde luego que sí, porque a ese paso, vas a llegar acá sin nada. Ya con nosotros en La Estanzuela, al rancho Ojo de Agua, le regresaron todos los atractivos que habían desaparecido con nuestra estancia en él. El apoyo de mi abuelo para con nuestra familia siempre existió, en aquel tiempo en la casa prácticamente éramos seis escuincles y dos de biberones. Llamarles biberones era un decir, ya que éste era una botella de vidrio, que en ocasiones era una botella de algún jarabe, de vino e incluso de refresco; la lavaban, compraban una mamila, se la ponían a presión a la botella y los bebés encantados de la vida, ya que ellos no sabían diferenciar entre una buena marca de biberón o simple botella de refresco, la ventaja de que los bebés no sepan leer a esa edad.

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Mi abuelo ofreció regalarnos la leche para consumo diario de la familia, el único requisito que puso, era que había que ir por ella al rancho, entonces no sé cómo estaría la elección, o fue dedazo, pero me asignaron tal tarea. Yo dormía en el Ojo de Agua, ayudaba a ordeñar, almorzaba, me echaba mi cántara y un morral a la espalda, y salía rumbo a La Estanzuela; en media mañana, ya estaba en el pueblo, pero como mi pasión era jugar a las canicas, al entrar al pueblo había un lugar donde se juntaba bastante palomilla a jugar, llegaba con mi carga rápidamente acomodaba mi cántara y morral donde hubiera sombrita, para que no se fuera a echar a perder la leche, y demás cosas que traía, dependiendo de cómo me fuera, me retiraba, había ocasiones que para pronto me pelaban y ya no tenía caso quedarme, iba dejaba la leche a la casa, comía y enfilaba nuevamente hacia el rancho, no sin antes jugar un buen rato canicas y después enfilaba rumbo al Ojo de Agua. Recuerdo que en una ocasión salí muy temprano del Ojo de Agua con toda la intención de jugar un buen rato canicas, pero ya llevaba mi plan bien hecho, mi tirada era: entrar al pueblo no jugar canicas llegando, sino que me iría de filo hasta la casa, dejaría la leche, y me regresaría inmediatamente, mi mamá de seguro me diría que me esperara hasta que comiera, y así ya agarrar rumbo al Ojo de Agua, pero yo ya llevaba armada mi respuesta, y ésta consistía, en que mis abuelitos me habían mandado temprano para que regresara rápido, ya que ellos querían que yo los acompañara al plan a traer unas vacas, todo sucedió tal como lo planee, salí de la casa con mi cántara y morral vacíos, rumbo al Ojo de Agua calculo que eran como la una de la tarde, enfilé velozmente a donde se encontraba la palomilla, de seguro estaban jugando canicas, y estaba aquello como diario, en grande la cosa, llego, acomodo mis cosas, y a jugar, ya como a las tres de la tarde, casi no había rivales, todos poco a poco se fueron retirando a comer, y decían nos vemos al rato, llegó el momento en que me quedé solo, y para colmo traía un hambre que parecían dos, algunos me dijeron, ¿y tú no vas a ir a tu casa a comer? y les contestaba: no, yo ya comí; es que, como llegué del rancho, con la caminada te da hambre más temprano. Total que llegó la hora en que me quedo solo, y el hambre se me olvidaba nada mas con tentarme mis bolsas del pantalón, que casi reventaban de tanta canica, ya que a casi todo los había pelado, después de un buen rato empezaron a regresar casi todos, y el juego de canicas se reanudó, juegos empezaban, juegos terminaban, total que la tarde cayó intempestivamente, cuando me di cuenta el sol ya se estaba metiendo, y lo peor era que ya casi me

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Mi tĂ­o Amado, Apasionado por los caballos y su buen porte

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habían rapado todas mis canicas. Recuerdo que me fue difícil tomar la decisión de qué hacer, y mis alternativas eran: regresarme a la casa, en donde la paliza por parte de mi mamá, ya estaba asegurada, porque me había salido prácticamente desde la mañana rumbo al rancho, y la otra era agarrar camino rumbo al rancho, a sabiendas de que la noche me agarraría tranquilamente a la mitad del camino. No se de donde agarré valor, pero enfilé rumbo al rancho, mi temor principal era que se me fuera a aparecer el diablo, detrás de alguna cerca o al brincar un portillo, o que alguna ánima en pena, que se le antojara andar desvalagada por el rumbo. Inconscientemente mis abuelos me habían infundado este temor, a través de su labor altruista la cual se daba hasta en el terreno religioso, ya que cuando rezábamos los rosarios a diario en la noche, siempre eran encomendados o en honor de algún difunto pariente, y cuando éstos se agotaban, también eran benevolentes hasta con los difuntos que no nos llamaban nada, también les dedicaban su rosario. Había ocasiones en que mataban o se moría alguien que en vida había sido un malvado, también mi abuelita decía, vamos a rezar este rosario, para que el alma en pena del difuntito fulano descanse en paz, aunque el fulanito antes de irse de este mundo, se hubiera echado a dos o tres cristianos. Yo le preguntaba a mi abuelita si ese señor después de lo que había hecho en vida tendría posibilidad de algún día entrar al cielo, y ella me contestaba, que la posibilidad existía, nada más que tendría que hacer una especie de antesala, en el purgatorio, que era el lugar a donde paraban todos los maleantes y las amigas de éstos también, como que allí nuevamente hacían de las suyas, y de seguro aburridos nunca se la pasaban. Ya que en el rancho tenían un cuadro donde se veía el purgatorio, y una larga procesión de pecadores y pecadoras iban en fila rumbo al purgatorio, había unos que se les veía con botella en la mano, y las mujeres de la vida galante se veían con sus mejores garras. Yo le preguntaba a mi abuelita que cuál trámite se hacía para que los que estaban en el purgatorio, pasaran al cielo, y ella me contestaba que para que un ánima del purgatorio se colara rumbo al cielo, esto estaba en función de los que estábamos vivos, y que si rezábamos en honor de ellos con bastante devoción, los podíamos sacar de ahí. Por eso; si por las noches sucedía algún fenómeno, como ruidos, luces, llantos etc., y no encontraban una explicación lógica; decían es el ánima en pena de fulanito de tal, pero se rezaba y los fenómenos desaparecían, y la explicación era que como se le había rezado, ésta anima, ya estaba en paz.

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A la llegada de la luz eléctrica, desaparecieron todas las ánimas, almas en pena, y los fantasmas que abundaban en el pueblo. Regresando, con mi travesía emprendí mi viaje, yo creo que ni el polvo se me veía, si cuando hacía el trayecto de día, en algunos lugares, me daba cuz, cuz, mi temor principal era la ermita que estaba al llegar al portero de mi abuelo, al empezar a caer la noche, lo que me daba miedo era la brincada de los portillos de las cercas de piedra, que en esa ocasión, hasta los conté, y del pueblo al Ojo de Agua tenía uno que brincar once portillos; lo bueno fue que cuando ya me había agarrado la noche, prácticamente todos los portillos ya los había pasado, mi obstáculo mayor era pasar por la ermita que estaba al brincar la cerca para entrar al potrero de mi abuelo, al irme acercando a la ermita, le saqué la vuelta buen tramo, y como estaba esta área, toda enzacatada y mucha hierba, por zacatón llegué al rancho con mi pantalón todo lleno de abrojos y espinado, al llegar al rancho, por mera casualidad andaba mi abuelita con un aparato de petróleo en la mano para alumbrarse, y estaba bajando a las gallinas que estaban trepadas en el guayabo, para meterlas al gallinero, ya que las gallinas dormían más a gusto en el guayabo que en el gallinero, pero si las dejaban en el guayabo no había garantía de que amanecieran al siguiente día, ya que los coyotes principalmente hacían visitas durante la noche y su platillo favorito, eran precisamente éstas. Al llegar yo y hablarle, se asombró y me alumbró y me ayudó a brincar para adentro del patio, se dio la enojada del día, y me dijo, cómo es posible que tu mamá te mande a estas horas y a ti solo, este domingo no tenía pensado ir al pueblo, pero voy a ir exclusivamente con tu mamá, porque esto que está haciendo es una barbaridad, mira que mandarte a estas horas. Por cierto que no salí tan raspado a la hora de las aclaraciones. Hacer estas travesías en caballo era más fácil, aunque un poco más tardado, ya que no se podía cortar camino, mis dos problemas mayores cuando utilizaba caballo, era primero para ensillarlo y que no había un adulto que me ayudara, arrimaba el caballo al portillo del corral, subía la silla al portillo, y de ahí, se la dejaba caer al caballo, ya nada más, apretaba cinchos y listo, cuando estaban mi abuelito o mi tía Cuca, ellos me ensillaban el caballo. El otro problema era ponerle el freno al caballo, porque si yo trataba de ponérselo, el caballo nada más levantaba la cabeza y ni cuando que lo alcanzara, otra solución era, arrimarlo a la cerca y de allí tratar de ponérselo, pero el caballo con cualquier movimiento de cuello o te ibas al suelo en el intento, o definitivamente no podías ponérselo, y tenía que hacer el viaje sin freno, para esto se procuraba

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que aparte del freno, el caballo llevara un pequeño lazo al cuello para cualquier imprevisto como el de darle agua, o “parkearlo” en la plaza, amarrándolo a un árbol. El hacer el viaje en caballo, y éste únicamente con el puro bozal, era como conducir un automóvil en pura primera, imagínese en la autopista México-Querétaro y en primera. Esta misma bronca me sucedía cuando hacía la travesía en caballo, con puro bozal, el caballo para decirte que tiene sed, al cruzar un arroyo se para a un lado del agua y ya no quiere caminar, entonces le tenías que quitar el freno para que tome agua, y allí no había quién me ayudara a ponérselo, pero le hacía la lucha, y en ocasiones lo lograba, pero había caballos de mi abuelo, que me agarraban de barco, y nunca pude ponerles el freno, y con lo único que continuaba el viaje era poniéndoles un bozal.

DESFILE A CABALLO DURANTE UN 16 DE SEPTIEMBRE, ALREDEDOR DE LA PLAZA PRINCIPAL.

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Otra época bonita fue cuando serví de monaguillo en la iglesia del pueblo, el primero que entró a este oficio fue Ramón, y de inmediato, a Cuco y a mí nos entró la vocación por ser acólito, recuerdo que a Ramón no le agradó la idea, ya que estábamos muy escuincles, pero después de mucho insistir, llegó el día de nuestro debut, lo hicimos en una misa nocturna, al terminar me pusieron una tremenda regañada, porque resulta, que estábamos en plena misa, yo estaba cumpliendo muy bien con mis obligaciones, pero me llamó la atención, la música que se estaba tocando para dicha misa, yo no sabía de la existencia de pianos, cuando yo


asistía a misa y la gente cantaba, se me hacía normal, pero en esa ocasión había acompañamiento musical con piano, y yo estaba cumpliendo con las obligaciones de monaguillo pero volteaba constantemente hacia atrás, y buscando en la parte alta donde se colocaba normalmente a los coros, y la visibilidad no era mucha, ya que la única forma que se utilizaba para alumbrar el templo eran velas o veladoras, y yo no cesaba en voltear, para tratar de identificar al de la música y a los coros, ya que yo me imaginaba, que esta música llegaba del cielo, y que allí estaba un coro de ángeles cantando, y yo quería verlos, y durante toda la misa no logré mi objetivo, por más veces que voltee hacía atrás. Ya después de la regañada me explicaron, lo de los coros y del piano, el cual tuve que ir a conocer para darme una idea completa de cómo era. En ese tiempo había monaguillos ya con antigüedad y eran quienes asistían al padre en las principales misas, a nosotros nos dejaban las misas de poca asistencia, estos monaguillos también eran dos hermanos, les decían los “armadillos”, el más grande se veía un poco mayorcito que Ramón, y ya tenía años en el oficio, era tal su habilidad, que cuando teníamos que prender el incensario, se le colocaban las brasas, y con las cadenitas que sostenían este recipiente, recuerdo que era de cuatro cadenitas como de 80 centímetros de largo y una quinta se utilizaba para jalar la tapadera de éste, era como un cáliz con tapadera, lo tomaba uno de las cadenas y lo movía uno como un péndulo, hasta que las brasas estuvieran buenas, listas para echarle incienso y éste era granulado, se los aventaba uno sobre las brasas y despedía un humo con olor muy agradable, llegaba un momento de la misa que el padre te pedía el incensario, cogía la cadena algo corta, en forma pendular movía el recipiente, santiguaba casi todo el altar, y quedaba en toda esta área un humo blanco con olor agradable. El armadillo mayor, tenía tanta práctica para preparar el incensario, que después que le echaba el carbón y le prendía, para que las brasas se pusieran buenas, no movía el incensario en forma pendular sino que le daba la vuelta completa al recipiente con tanta habilidad que no se le caía ni una ceniza, no digamos un pedazo de carbón. Esto de estar preparando el incensario, era con vista a los asistentes a la misa, así que este monaguillo montaba su show aparte y le robaba cámara al sacerdote. Al rato de estar en estos menesteres, se me ocurrió imitar al armadillo, en eso de darle la vuelta completa al incensario, pero lo hice tan mal que en el intento como que hice nada mas un medio círculo en el aire, lo que provocó que rodaran todas las brazas del incensario

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por el piso, y nuevamente me llevé tremenda regañada, tanto por el sacerdote, como por mi mamá. Aún recuerdo la ocasión en que estaba un día por la tarde en el curato, ya que como monaguillos teníamos algún tipo de tareas antes o después de las misas, en eso andaba cuando llegó la mamá de Manuel, un chavo como de mi edad, llegó buscando al padre porque su hijo estaba muy grave y ella quería que el padre fuera a ponerle los santos óleos, ya que la mamá no quería que su hijo se muriera sin la bendición del sacerdote, al doctor no se recurría, ya que éste no existía en el pueblo, pero aún así, primero era la asistencia religiosa y ya hecho esto, venía “la asistencia médica” que consistía en remedios caseros, o alguna pastilla recetada por doña Socorrito. Ya que la mamá le explicó al sacerdote lo grave que estaba su hijo, el cura se hizo de sus atavíos, y salimos rumbo a la casa de Manuel que estaba a la entrada del pueblo por el rumbo de la cruz verde. Para esto, cuando el sacerdote salía a hacer un servicio de este tipo, se hacía acompañar de un monaguillo y éste por la calle va sonando la campanita que se utiliza en el templo para indicar a los asistentes, que se deben hincar o parar durante el transcurso de la misa, cuando el monaguillo pasaba sonando la campana acompañado del cura, toda la gente a su paso, tenía que quitarse el sombrero en el caso de los hombres, hincarse y persignarse, y por lo regular al paso de la campanita toda la gente salía a la puerta de su casa y cumplía con este rito, y ya sabían que al siguiente día habría entierro con este rito, ya que cuando un sacerdote te visita para ponerte lo santos óleos, es porque alguien está cumpliendo con los últimos trámites para pasar a mejor vida. Cuando llegamos a la casa de Manuel en verdad se veía mal, llegó el padre y cumplió con sus obligaciones, invitó a Manuel a la resignación para afrontar la muerte, y el padre a rece y rece, y Manuel yo creo que apenas se percataba de nuestra presencia, ya que el padre cumplió con lo suyo, nos retiramos. Al siguiente día en la primera misa de la mañana, al estar dando la hostia a los que iban a comulgar, cuál va siendo la sorpresa, que ahí estaba Manuel completito y sanito, y la gente tuvo que aguantarse el sepelio de un muertito hasta en otra ocasión. Como monaguillo acompañar al padre era algo suave, porque eras protagonista del rito, eso de ir por la calle y que salga toda la gente a presenciar

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GENTE SALIENDO DEL PUEBLO, CRUZANDO EL BAJÍO EN PROCESIÓN LLEVANDO EL CRISTO AL CERRITO DE LA RIQUEZA, PROCESION QUE SE EFECTUABA EN EL MES DE MAYO, CUANDO EL TEMPORAL DE LLUVIAS NO LLEGABA.

PROCESION YA EN LA CUMBRE DEL CERRITO Y DISPONIÉNDOSE A REGRESAR.

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a tu paso, te hacía sentirte importante. Esta obligación no era tan agradable cuando llegaban con el cura para avisar que alguna persona se estaba muriendo, pero que este afortunado vivía en un rancho o en plena sierra, casi siempre este tipo de salidas eran porque habían agarrado a balazos y algunos habían quedado heridos, había que cumplir, el padre solicitaba que le ensillaran los caballos y nos íbamos a cumplir con nuestras obligaciones, cuando eran balaceados, al terminar con los ritos, los parientes nos trataban a cuerpo de rey, se desvivían en agradecimiento para con el sacerdote, comida la que quisiera, en la despedida le daban al padre lo que tuvieran, queso, panelas, huevos o carne seca, el padre consciente de su pena y situación económica, procuraba no tomarles cosas que después a ellos les fueran a hacer falta. Recuerdo que para un mes de Mayo, hubo algún evento en el templo y asignaron tareas, para adornar el templo; a mi mamá le asignaron arrimar las flores que se utilizarían, para esto eran flores silvestres, y mi mamá le dijo a Ramón y a mí: se van al cerro y traen cuatro canastos de flores, agarramos un caballo, y cada quien con dos canastos, dos en cada lado del caballo, estaban tan escasas las flores que hubo necesidad de retirarnos bastante del pueblo, subimos un cerro, a otro y a otro y casi nada de flores; cuando quisimos emprender el regreso, ya habíamos perdido la brujula, ya que iniciamos éste y fuimos a salir a un área que ni conocíamos, le dimos para otro lado, y lo mismo, no encontrábamos la ruta correcta para regresar, nos asomamos a una ladera y a lo lejos vimos un jacal; la tarde ya estaba cayendo y el asunto se empezaba a complicar, nos dirigimos al jacal, al llegar a éste, resulta que apenas lo estaban construyendo y era un matrimonio ya madurón, llegamos, saludamos, y les platicamos qué andábamos haciendo, y que nos habíamos perdido, que si nos decían cómo le hacíamos para llegar a La Estanzuela, nos indicaron qué dirección tomar, alguna señas, con las cuales logramos regresar al pueblo. Transcurrido un rato de esto, le platiqué a mi abuelita lo que nos había pasado, y ella me dijo: mira mijo, esa pareja que se encontraron ustedes era, el Señor San José y la Virgen, y se les aparecieron para indicarles el camino correcto a La Estanzuela. Ya retirados de monaguillos, de vez en cuando el padre nos mandaba llamar, principalmente cuando había que atender balaceados; el padre optaba por llevar monaguillos con experiencia, ya que el ambiente era de misterio, el deseo de venganza se les veía en los ojos y era un hermetismo total, pero aún

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así al cura se le veía con enorme respeto, cuando éste se retiraba, presentía que las matazones iban a continuar, y hacía énfasis en que las venganzas no llevaban a ningún lado y que no era justo que siguieran sacrificando vidas inocentes, en algunos casos sus palabras si eran escuchadas, pero en ocasiones era como atizarle a la lumbre. Tristemente recuerdo la ocasión en que fuimos a llevar los santos óleos a un muchacho que habían balaceado, pero antes de llegar a su casa nos dimos cuenta que el muchacho ya había muerto, ya que el llanto de su mamá lo escuchamos a gran distancia, al llegar el cuadro que representaban las escenas era de tristeza, amargura, impotencia ante tal tragedia, porque para empezar el muchacho era un joven sano sin ningún vicio estimado por todo el pueblo, para colmo hijo único y aparte, huérfano ya que su papá tenía rato de haber muerto, como que tanta tragedia para una sola mamá no era justo, desde esa edad uno ya se preguntaba; qué hay que hacer para nunca sufrir tragedias como la de esta señora. Este tipo de tragedias o injusticias se daban de vez en cuando, y no todo el tiempo tenían el tinte de venganza, mas bien era de una ignorancia propia de la época. Un amigo mío de un pueblo cercano le tocó convivir durante algún tiempo con el hijo del presidente municipal, apenas un adolescente y ya usaba pistola, que en una ocasión andaban en un arroyo y arroyo arriba andaban jugando otros niños, y le dijo el mozalbete; para que veas la buena puntería que tengo; ¿ves al niño que está de pie?, lo voy a tumbar al primer disparo, y así lo hizo. Como que el crimen del muchacho huérfano debió de ser alguna situación semejante, ya que nunca se supo quién lo mató y porqué. Los eventos de La Estanzuela transcurrían como estaba escrito, recuerdo la procesión al cerrito de la riqueza la que sucede en el mes de mayo, cuando el temporal de lluvias no llegaba con lo cual se veía afectado el proceso de cultivos, cerro ubicado al oriente del pueblo; se tenía que cruzar una planicie que le llamamos el Bajío, terminando ésta empieza la cuesta arriba al cerrito de la riqueza, desde que inicia el trayecto entre todos los feligreses, iban lo que llamábamos “los morenos” éstos llevaban entre su atuendo una máscara de madera con expresiones macabras, aparte utilizaban un látigo, con el cual latigaban al aire, provocando un tronito muy fuerte, ya que al látigo se le

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deshilaban las puntas, con lo cual se lograba el tronidazo, como si alguien disparara una pistola, esto provocaba que yo los viera con un gran temor, en esa ocasión yo iba con mi abuelita, y cuando veía que un moreno pasaba cerca de mi, iba y me escudaba en ella, en una ocasión esa actitud mía llamó la atención a uno de los morenos, el cual se dirigió a donde estaba yo, de inmediato me fui a escudar en mi abuelita, y hasta ahí me siguió, ya que estaba bien oculto entre las faldas de mi abuelita, “el moreno” me dice: Félix no te asustes, al decirme esto yo me sentí famoso y honrado, ya que el moreno se dirigió a mí por mi nombre, yo me dije: ¿y este moreno cómo sabe mi nombre? al tiempo que, él se quita la máscara horrible que traía y me dice Félix no te asustes, soy Hilario, quien era hijo de mi padrino Juan Mariscal, los que vivían por la misma calle donde vivíamos nosotros, pero una calle arriba. Yo fui el más sorprendido, yo no cabía en mi asombro, Hilario se volvió a poner la máscara, continuó cumpliendo su papel. Otro recuerdo macabro que sucedió en la casa fue cuando un tío de Huitzila llegó a la casa, llevando consigo en una parihuela a un amigo suyo; las parihuelas consistían en una especie de camilla hecha en ocasiones de pura ramas y lazos y quizás una cobija, en la actualidad, sería como una camilla, pero en aquel tiempo jalada por caballos, servía para transportar heridos por los cerros, para llevarlos con el médico más cercano. Recuerdo que llegué de la escuela, y vi tres caballos desconocidos en el corral, para pronto que me meto a la casa para preguntarle a mi mamá de quién eran esos caballos, y al entrar desde el patio escuché unos lamentos horribles de un adulto, y le pregunté a mi mamá, que quiénes eran ellos y me dijo, llego tu tío, hermano de tu papá y trae a una persona herida, lo primero que me imaginé es que era alguna persona balaceada, pero resulta que no era eso, sino que una persona vecina de mi tío de Huitzila, que se dedicaba a tumbar árboles de pinos bastantes grandes, quien al estar haciendo esto, le cayó un pino en su pierna, y se la había destrozado por completo, habían llegado al pueblo para buscar una troca que los llevara a la gran ciudad para que curaran al herido, para mala suerte de éste, el propietario de la troca andaba en su rancho, bastante lejos del pueblo, tuvieron que ir por él, para que hiciera el servicio de ambulancia, lo localizaron lo más rápido que se pudo, y se llevó al herido. Con el tiempo nos dimos cuenta que a esta persona le fue tan bien que hasta salvó su pierna de la amputación, esto fue increíble, ya que en aquel tiempo la penicilina apenas se le encontraban sus bondades y a este herido nunca se

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Cuando hizo la Primera Comunión mi hermana María de Jesús, a la edad de siete años. Es la primera de la derecha, de las niñas que están sentadas.

la aplicaron, ni en Huitzila, ni tampoco en el pueblo, ya que no existía ningún doctor, que pudiera hacer algo por algún herido. Y en el caso de este señor, como que se encomendó a Dios con ganas, ya que el traer una pierna completamente destrozada, llegar a La Estanzuela y de ahí hasta un hospital, yo no me explico como no le cayó mínimo cangrena en su pie, ya que, dudo que desde que le pasó el accidente hasta que llegó al hospital transcurrió mínimo un día; yo recuerdo que me asomé a la cama donde estaba y el señor se quejaba como si estuviera ya haciendo trámites para irse al otro mundo, no cabe duda que Dios es grande. Los meses iban y venían, se acercaba el mes de enero, y se preparaban las fiestas del pueblo. No sé a quién se le ocurrió, pero para esa fiesta quisieron hacer algo diferente, resulta que el evento central de estas fiestas, sería con pelea de box,

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la que se llevaría a cabo en “la plaza” lateral del templo del pueblo, que era un área plana terregosa, a donde llegaban los camiones que venían de la gran ciudad, ya que era un recuadro y ahí se encontraba el mesón, de don Francisco Flores, resulta que sería una pelea de box en la cual yo sería uno de los protagonistas y llevaría de rival a Simón Torres, quien era vecino del barrio de abajo, gran amigo mío, ya que siempre andábamos juntos, yo no salía de su casa, ya que su familia y la mía nos veíamos muy bien, recuerdo que en su casa tenían un árbol de zarzamora o mora, las cuales casi nunca llegaba a tener esta fruta madura, ya que nosotros, nos encargábamos de que esto no sucediera, ya que en cuanto estaban apenas medio sazonas, así las consumíamos, para el señor Jerónimo Torres, su papá, Simón era su brazo derecho, ya que a su corta edad, él cursaba el segundo año de primaria y yo el primero. Simón era un consumado vaquero, lo recuerdo en un caballo que tenía muy amaestrado, ya que se paraba en la silla del corcel cuando necesitaba subirse a una barda o asomarse a una parte alta, y el caballo ni se movía. La noticia de la contienda sorprendió a todo mundo, aunque el tener la categoría de escuincle no te daba derecho a opinar al respecto, lo aceptabas o lo aceptabas, para esto, yo era el favorito del pueblo, Simón y yo estábamos de la misma estatura nada más que él estaba todo flaquito, pero me llevaba como con año y medio de edad mayor que yo, nos notificaron el combate y aceptamos por inercia, ya que ninguno de los dos mediamos las consecuencias posteriores. Empezaron los preparativos, anunciaron al pueblo, del combate, a mi mamá la metieron en aprietos ya que tenía que hacerme unos calzoncillos para la contienda, recuerdo que estaban bien bonitos, eran de color rojo, con vivos azul rey, Aurelio y Javier se daban a la tarea de entrenarme, me decían: cómo debía de mantener la guardia, tirar los golpes, desplazarme para no recibir tanto castigo, esto era día con día antes del combate, esto hizo darme confianza y esperar el combate, del cual estaba completamente seguro de ganar, primero por el entrenamiento recibido de parte de Javier y Aurelio y por otro lado, a Simón Torres, lo empecé a ver insignificante, ya que todo flacucho, me decía que no me duraría mucho. Por fin llegó el día del combate, llegué a la plaza temprano con mis apoderados, entrenador y sparring correspondientes, un señor que tenía su casa alrededor de la plaza, ofreció ésta para que sirviera de camerino a los contendientes, nos desvestimos para

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ponernos nuestros flamantes calzoncillos, los guantes, sin zapatillas ya que la pelea sería descalzos y sin ring, éste sería todo el centro de la plaza, a mi equipo de saparrings y asistentes, se agregó esa noche, un joven que el gobierno había enviado para hacer campañas de salud, y consistían en rociar las casas con algún pesticida, creo que era campaña contra el paludismo. Las fotografías de rigor nos las tomaron en “el camerino”; toda la ceremonia previa al combate, yo calculo que duró mínimo unos cuarenta y cinco minutos, por fin llegó la hora, salí a la plaza y estaba abarrotada, caminamos los contendientes al centro de ésta, y la plaza se me hacía inmensa; el estadio de Maracaná o el Azteca, se me hacían chiquitos comparados, con el gentío que veía alrededor, estaba la plaza a reventar, gente en las azoteas de sus casas, total que no cabía la gente, después de todas las ceremonias empezó la pelea, yo calculo que difícilmente había transcurrido un minuto cuando Simón Torres me envío un cruzado de derecha o izquierda, que me explotó en la mera punta de la nariz, yo sentí el golpazo y seguí boxeando con bravura, pero como resultado me empezó a salir sangre a chorros, yo sentí que con el golpe me había fluido algo de la nariz, pero supuse que era flujo como cuando uno anda engripado, y no le di importancia y seguí combatiendo, la molestia se acrecentó, me limpié el líquido con el guante, y como éste era rojo no me di cuenta que era sangre, y continúe con el combate, llegó el momento en que el líquido me fluía bastante, me lo volví a quitar con el guante, para mi sorpresa me di cuenta que el líquido era sangre, en cuanto me percaté de esto, solté el llanto; para pronto pararon la pelea, llegaron mis asistentes, me limpiaron la sangre, ellos con la idea de cortar la hemorragia, para que yo regresara al combate; la hemorragia para pronto me la cortaron, pero nadie se preocupó por cortarme el llanto, y yo no paraba de chillar, y eso que ya no me salía ni un agota de sangre, yo ni de chiste pensaba en regresar a la pelea, toda “mi esquina” se las ingeniaba para tratar de parar mi llanto y nadie lo podía lograr, lo de la hemorragia ya estaba superado, al rociador se le ocurrió una idea, sacó un billete de a peso y me dijo: si dejas de llorar el billete será tuyo, entre toda la confusión, lo entendí perfectamente y para pronto dejé de llorar, pero ya que tenía el billete en mis manos, todos esperaban a que regresara al combate, pero a pesar de que insistieron y que ya tenía el billete en mis manos, nadie pudo convencerme, con esto “mi esquina” desistió en que continuara con el combate, pero yo, ya había asegurado una gran bolsa, y era el peso que me había dado el rociador, para esto yo tenía en mi casa fabulosa cantidad de

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diez centavos, y que con el billete recibido, hacían la suma de un peso con diez centavos, que para mi eran todo el dinero del mundo. Pasaron varios días para que yo lo gastara, ya que me gustaba presumir que tenía toda esa cantidad junta, además había un dicho muy cierto que decía: “el dinero y los chismes, son para contarlos”. Sin que nadie lo pudiera evitar, el combate llegó a su fin, con la aplastante victoria de Simón Torres. A partir de allí empecé una campaña en contra de Simón para enmendar mi reputación, la que había quedado por los suelos, cuando me decían o hacían burla de mi derrota, lo primero que alegaba, es que Simón era mucho mayor de edad que yo, pero este argumento no convencía a nadie, y yo seguía buscando el desquite, pero ya sin guantes y cada que veía a Simón lo provocaba, para tratar de sacarme la espina, lo cual nunca logré, y la gran amistad que existía entre Simón y yo desapareció durante

EL DIA 12 DE ENERO YA PARA CAER LA TARDE, TODA LA GENTE REUNIDA DABA INICIO A LA PRECESIÓN POR TODO EL PUEBLO, NÓTESE EL RECATO O SUMISIDAD DE LA MUJER DE AQUELLOS TIEMPOS, POR EL ACOMODO DE SU REBOZO Y EL LARGO DEL VESTIDO, YA QUE ELLAS, NO DEBÍAN ENSEÑAR DEMASIADO EL TOBILLO. SI NO VESTÍAN ASÍ, NO SE LES PERMITÍA LA ENTRADA AL TEMPLO. COMO FONDO, LA ESCUELA DE ABAJO Y ENTRADA LATERAL DEL TEMPLO.

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largo tiempo hasta que digerí mi derrota y continuábamos siendo grandes amigos y con el paso de los años esta amistad se consolidó y hasta la fecha su familia y la nuestra gozan de una gran estimación. Durante muy poco tiempo gocé el uso de los calzoncillos que mi mamá me hizo para la pelea, ya que para mi era la primera vez en mi vida que usaba este tipo de ropa interior, ya que los niños nunca usábamos. Para estas fechas a Ramón mi papá le había prometido llevarlo a la gran ciudad, y al pueblo llegaba el rumor de que si alguien ahí andaba sin ropa interior lo metían a la cárcel, y como Ramón no quería correr ese riesgo, para pronto empezó la labor de hacerse de mis calzoncillos, primero me los pidió prestados explicándome el porqué, cuando me di cuenta para qué eran, menos se los presté, y fui y le dije a mi papá, que me llevara a mi a la gran ciudad ya que yo sí tenía calzoncillos, lo cual nunca conseguí, terminé vendiéndoselos en veinte centavos. A pesar de que la familia ya estaba desmembrada, puesto que Aurelio, Javier y Ramón ya habían emigrado, la situación económica no mejoraba, y en ese tiempo hubo necesidad de vender una de las dos yuntas que teníamos en la mesa, y el dinero se convertía en nada, la otra yunta ya nadie de nosotros la podía sembrar, ya que el mas grande de la familia que quedaba era Cuco y era un año mayor que yo, lo que hacía imposible que Cuco y yo sembráramos, por lo tanto teníamos que comprar todo para comer, maíz y frijol que era el alimento base del pueblo, entonces por ahí se iba un buen dinero, y eso que mis abuelitos nunca nos desampararon, y queso, leche, panela y requesón los consumíamos con bastante frecuencia en la casa, aunque durante las secas todo escasea, y se limita la alimentación a frijoles, tortilla y un chilito de molcajete, recuerdo que cuando estaba Ramón, en una ocasión estabamos cenando Ramón, Cuco y yo, mi mamá debió de tener enfermo a Héctor o Saúl, los dos prácticamente de brazos, por lo que nosotros estábamos cenando solos, era común que si no se contaba con chilito de molcajete, y si se tenía cebolla, ésta suplía al chile, y los frijoles eran acompañados con un mordisco de un pedazo de ésta, en eso estábamos y a la cebolla le cortábamos un pedacito cada uno, esta cebolla era chica como del tamaño de un limón, a mí se me ocurrió esconder la cebolla, para jugarles una broma, y tuve la brillante idea de escondérmela adentro de mi boca, se les acabó su pedazo de cebolla a Ramón y Cuco, y comenzaron a buscarla, revisaron todo el pretil, a un lado

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de sus platos, detrás de la jícara de las tortilla, abajo del metate y nada, yo no podía reírme a gusto, ya que traía la cebolla adentro de mi boca, esto me hizo delatarme y vieron que yo la traía en la boca, yo sonriente me la saco de la boca y se la doy a Ramón para que tomara su pedazo, y me la regresa, pero bastante molesto y me reclama enérgicamente y me dice: que no sabes que no debes de hacer eso, ya que todos tus microbios nos los comeríamos nosotros, escuché la palabra microbio y de inmediato me los imaginé como del tamaño de una mosca o algo así, y me asombró que Ramón me los hubiera visto tan fácilmente. Para mí los microbios, las brujas y los brujos, entre más se crea ellos más te dañan, yo tuve un amigo con el cual jugaba canicas y tenía una manera muy peculiar de lanzar la canica, ésta consistía en meterse la canica a la boca, y se ensalivaba prácticamente todos los dedos, y ya que había hecho esto se colocaba la canica en medio de los dedos, colocándolos éstos como cuando uno le decía a otro chavo, tienes futis, futis, ya que tenía los dedos en esta posición, pero la canica un poco hundida entre los dedos, para hacer su tiro él presionaba la canica y ésta salía disparada para tratar de hacer blanco en la canica del rival, y por cierto su puntería era de envidiarse, ya que era de los rivales a vencer, y a diario jugaba canicas y nunca cambió la técnica para jugar, sin exagerar, yo calculo que por día se metía la canica a la boca mínimo en unas cincuenta ocasiones, nosotros obviamente jugábamos en tierra suelta, por donde pasaban vacas, puercos, caballos y demás animales y más de uno al pasar por donde jugábamos canicas, debió de hacer mínimo chistes, o dejar a su paso un buen número de microbios que de seguro llevaban en sus pezuñas al pasar por ahí dejaban en la tierrita, donde jugábamos canicas, a este muchacho yo nunca me di cuenta que tuviera dolores de estómago, dolor de cabeza o algo parecido, en la actualidad, es padre de familia y su salud que tiene ya la quisieran varios. Yo creo que así como los microbios adquieren inmunidad a ciertos medicamentos, el cuerpo también adquiere algo semejante ante la exposición constante a estos. El lavarse las manos antes de ir a comer y después de ir al baño, era algo imposible ya que en el campo cuando mucho, hay agua para tomar, lo de la lavada de manos era algo inalcanzable, además a mi esto nunca nos lo inculcaron ni en la escuela ni en la familia; al salirme Ramón con estas reglas de urbanidad, me dejó de a cuatro, en ese momento la palabra microbio se me quedó grabada, con un temor endiablado y me imaginé que tenía como cáncer o algo equivalente, mi duda no la podía aclarar con Ramón ya que

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estaba que echaba lumbre, y para pronto me asignó un castigo, y me dijo: ahora para que se te quite te vas a comer toda la cebolla, eso acrecentó más mi temor, y me dije, entonces sí tengo una enfermedad grave, contra toda mi voluntad me tuve que aventar toda la cebolla, la que me hizo daño, pero más bien por la reprimenda recibida que por la cebolla en sí. Esa noche casi no dormí por los microbios que yo traía consigo, inmediatamente al siguiente día me di a la labor de investigar qué eran los microbios; le pregunté a Cuco y no me supo decir, me fui con mi mamá y me explicó como estaba la situación de los microbios, con lo que la calma regresó a mi, aunque de vez en cuando iba al espejo del ropero y me buscaba a ver si me podía detectar algún microbio, pero todo fue en vano.

MI TÍA CUCA, UNA SOBRINA Y MI ABUELITA EN EL PATIO DE SU CASA EN LA ESTANZUELA. ROBANDO CÁMARA EL PERRO SOLOVINO, NOMBRE QUE LE PUSO MI ABUELA, YA QUE ESTE CHUCHO LLEGÓ SOLO AL RANCHO, SE ENCARIÑÓ CON LOS ABUELOS Y AHÍ SE QUEDÓ, SIN QUE NADIE LO RECLAMARA O QUE ÉSTE TOMARA LA DECISIÓN DE IRSE.

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Aunque en el pueblo, cuando alguien se moría sin enfermedad definida, la gente decía; se murió de cáncer y todos los que querían ir al entierro tendrían que hacerlo sin bañarse, ya que hacerlo recién bañado, corría el riesgo de contraer el cáncer. La resistencia al baño en el pueblo como en el rancho, era muy marcada, para empezar el baño era obligatorio cada fin de semana únicamente, lo necesitaras o no. En días santos era pecado mortal si te bañabas, cuando ibas a un entierro tampoco, porque a pesar de que supieras, que no había muerto de cáncer, nadie corría el riesgo de ir bañado a un entierro. Mi mamá tenía una norma establecida, y consistía en que si, en el camino regreso a casa nos agarraba la lluvia, y aunque ésta nos hubiera mojado únicamente la cabeza y los brazos, mi mamá nos hacía que a fuerzas nos bañáramos por completo, porque si no de lo contrario nos podía agarrar una pulmonía, había ocasiones que llegábamos de la labor con tremendo aguacero, pero veníamos bien cubiertos con nuestro capote y sombrero de palma y mi mamá nos hacía que nos remojáramos por completo, nos daba un coraje hacerlo, pero donde manda capitán había que fregarse. En una ocasión veníamos del plan de regreso al Ojo de Agua y nos agarró un tormentón marca diluvio, para esto veníamos bien abrigados, y al llegar al arroyo que estaba antes de llegar al rancho, tomamos la decisión de sambutirnos en el agua, porque llegando, mi mamá nos obligaría a bañarnos, y además, el agua del rancho estaría muy fría, a diferencia de la del arroyo con agua recién llovida, ésta era tibia o menos fría, así lo hicimos, y cuando llegamos al rancho le dijimos a mi mamá, que para que no nos hiciera daño la mojada, ya nos habíamos sambutido en el arroyo, con el cariño que le caracterizaba a mi mamá, nos dijo: a mi me vale, que ya lo hayan hecho, aquí se vuelven a bañar, ya íbamos medios acaloraditos y secos, pues, no tuvimos que bañar de nuevo. De regreso del plan al rancho, los sábados nos llevábamos jabón de lejía para que al terminar nuestra jornada, y ya de regreso hacíamos escala en el arroyo, en una parte de éste, donde estaba la clavellina; el arroyo ahí tenía cascada y al pie de ésta un gran estanque donde continuamente íbamos a nadar, y era el lugar oficial para que los hombres fueran a bañarse, ya que si no se quería nadar, únicamente te metías a la cascada te enjabonabas y en un ratito ya te habías echado un buen baño, el lugar para bañarse de las mujeres era arroyo arriba o en el Ojo de Agua. La clavellina fue el lugar donde la mayoría de las generaciones de mi abuelo, aprendieron a nadar, con bules o

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sin ellos, ya que aparte de la cascada, enfrente de ésta cruzando el estanque, estaba una piedra bastante grande que te permitía aventarte tus clavados, el cruzar la clavellina nadando era el examen de aprobación para que dijeran, tú ya sabes nadar. Rumbo a la Estanzuela había una presa que se hacía con la lluvia del temporal, y en una ocasión nos fuimos a nadar Ramón, Cuco y yo; nos fue de la patada, ya que para empezar yo me les perdí entre la espesa maleza que había para llegar hasta la presa, y después de un buen rato que me la pasé perdido a chille y chille, yo creo que dando vueltas en círculo, por fin me encontraron, y lo hicieron subiéndose a un árbol de zalates que había, y de ahí vieron por donde se movía la maleza a mi paso, ya que no había ningún camino. Ya en el lugar nos pusimos a nadar los tres, la intención del viaje hasta ahí era demostrar que éramos expertos nadadores, pero al llegar, no damos cuenta que la presa era inmensa, Cuco y yo desistimos de tal intención, pero Ramón se mantuvo en su postura de cruzarla, y se lanzó tras la hazaña, y nada que con labor de calentamiento previo, él a lo que iba. Cuco y yo nos limitamos a nadar en la orilla, pero el estarlo haciendo, sentimos como piquetes en las piernas y para pronto nos salimos del agua, y nos dimos cuenta que la presa estaba atestada de zanguijuelas, que son una especie de lombrices de color negro y que lo que viene siendo su cabeza, está conformada como un succionador de los que se utilizan para destapar las tazas del baño, pero en miniatura, y se te pegan a tu cuerpo y te chupan la sangre, y lo peor es que no tienen llena, en esa ocasión se nos pegaron en todo el cuerpo, salimos del agua y nos veíamos como salpicados de chapopote o llenos de pecas negras, para pronto empezamos a quitárnoslas, algo que es casi imposible, ya que tratabas de quitártelas y éstas se desprendían únicamente en pedazos, ya que les jalabas y se desprendía una parte del bicho, lo que era su cabeza se te quedaba prendida al cuerpo, agarrábamos puños de tierra y nos restregábamos en el cuerpo para que se nos desprendieran los animales y avanzábamos muy poco, por fin logramos quitarnos todas las zanguijuelas, para esto Ramón, ya casi había cruzado toda la presa, para pronto rodeamos ésta, ya que al salir de la presa de seguro estaría tapizado de zanguijuelas, si de por si era flaco, con todo el zanguijuelero que seguramente se le había pegado, en un ratito lo dejarían seco, sin una gota de sangre, y así fue; salió de la presa, él si que salió de color negro de tanto bicho pegado en el cuerpo, entre Cuco y yo y Ramón mismo empezamos a quitarle la plaga adherida a su cuerpo, en ese momento a Ramón no le molestaba tanto por el exceso de cansancio que

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significó cruzar la presa, pero cuando terminó el cansancio empezó el gran dolor, ya que el desprender estos animalitos sí que era doloroso; ya después platicaba Ramón que todavía nadie rompía su récord de haber cruzado la presa, pero la verdad es que nadie le intereso hacerlo, ni siquiera nadie lo intento, ya que todos sabían de lo que estaba infestada la presa, menos nosotros. También era costumbre que si llegábamos a la casa sudando o muy cansados, no podíamos bañarnos, teníamos que esperar a que se nos bajara el agotamiento, porque de lo contrario no podíamos bañarnos, teníamos que descansar, tal como hacíamos con los caballos cuando éstos llegaban de trayectos largos y había que descansarlos dentro del corral, haciéndolos dar varias vueltas a éste a paso lento, para fin de darle agua al pobre caballo. LA ÚLTIMA CARAVANA El tiempo pasaba y se acercaba la fecha inexorable para todo habitante de La Estanzuela y de la mayoría de los pequeños pueblos de nuestro país, la de emigrar, en busca de mejores horizontes. No supe de dónde vino la decisión de salir del pueblo, pero al fin y al cabo ese era el destino que había que cumplir. Aunque en realidad en el pueblo ya no había mucho que hacer, nos habíamos quedado sin rancho, sin ganado, sin tierras que cultivar, las pocas que nos quedaban no había quien las cultivara, sin una de las mejores tiendas del pueblo, sin panadería, la gente nos veía con algo de lástima, tristemente creo que poco podíamos hacer. Nuestro destino sería la Paz, Baja California Sur, nos iríamos a reunir nuevamente con Javier y Ramón, quienes ya tenían rato por esos rumbos, recuerdo que fue un mes de agosto, Aurelio que fue de vacaciones al pueblo, le tocaría la tarea de trasladarnos. La noticia pronto corrió en el pueblo, la palomilla del barrio me veía y me decía, se cree mucho porque se van a ir a vivir lejos de aquí, yo seguía con mis compromisos sociales propios de mi edad, me iba a jugar canicas, a darle duro al trompo, Aurelio ya había llegado al pueblo, se fue y se apalabró con Alejandro Aguayo dueño de la troca que comenzaría a transportarnos al lugar de nuestro nuevo destino.

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Mi mamá cargó con todo lo que le fue posible; todos los utensilios de la cocina, ropa, cobijas, hasta cargo con varias gallinas y un guajolote dentro de un huacal. Cuando estábamos cargando las cosas, ya teníamos bastantes curiosos afuera de la casa, había varios amigos míos, la troca iba cargada con costales de frijol y maíz, y arriba de éstos acomodamos todas nuestras cosas, la troca no llevaba puestas las dos redilas de la parte de atrás por donde subimos las cosas, ya que terminamos de cargar Alejandro Aguayo puso solamente una redila de atrás y quedó una especie de puerta, la que Alejandro la medio tapó con un costal de maíz, y prácticamente no se requería la otra redila ya que todo estuvo cargado, la troca enfilo hacía la salida, dimos vuelta en la que fue nuestra tienda, ahí todavía todos mis amigos iban corriendo detrás de la troca, llegamos a la salida donde estaba una ermita de color verde, y conocíamos precisamente como la cruz verde, ahí era donde terminaba el pueblo, y como en el pueblo las trocas manejan despacio, todavía hasta ahí iba toda la palomilla siguiéndonos. En aquellos momentos regresaban a mi mente todas las carabanas de las que yo había sido integrante, y que éstas en el transcurso de la vida no tienen fin, y yo estaba integrando nuevamente otra caravana, pero esta con una variante, ya que ésta era motorizada, y no se, si sentí padre viajar en troca, pero para presumirles a mis cuates, pero de este viaje ya no podría presumirles, ya que ellos quedaban atrás. Junto con ellos se quedaban ocho años de mi vida, que yo no sé cómo calificarlos, si de años maravillosos, pero este calificativo no era el adecuado, ya que la salida de nosotros del pueblo no fue porque nos estuviera yendo bien, sino todo lo contrario, la troca seguía avanzando, veía pasar las cercas de piedra y uno que otro árbol; agarró rumbo a Palos Altos, pasó por el cerro del Tepeguaje con sus espesas nopaleras donde cientos de veces, Cuco y yo nos perdíamos en ellas para llevar nopales a la casa, poco a poco se empezó a perder de vista mi pueblo, donde pasé mis primeros ocho años, los que para mi fueron: LOS AÑOS MÁGICOS DE MI VIDA

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Memorias de la Estanzuela se terminó de imprimir en el mes de Marzo de 2002 en los talleres gráficos de AMATE ditorial Emiliano Zapata Nº 15 Col. El Mante Zapopan, Jalisco, México. Tel. 36 12 07 51 Tel/fax. 3612 00 68 Email: amate_editorial@yahoo.com.mx

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