Doña María Esther García Loásiga, madre de tres caídos:
“La
Revolución
nos costó sangre”
“
moral para decir a los cuatro vientos que la Revolución Sandinista “nos costó sangre”; y por ende, en esta segunda apoyándola, pues está completamente convencida que no en vano perdió a tres hijos, uno en la guerra de liberación y dos en defensa de la Revolución, para vivir dignamente en libertad.
Aunque no lo dice abiertaDoñaMaríaEstherconsuesposoJesúsCastillo,mostrandofotosdesushijoscaídos. mente, doña María Esther es sandinista cien por ciento derrocar a la dictadura somocista en la por lo que expresa cuando se refiere a década de los 70 del siglo pasado. la Revolución y al FSLN. Pero su sandinismo no lo tiene por haber perdido Unos años antes, con su esposo Jesús a tres de sus siete hijos, sino porque Castillo y sus niños, había emigrado ella misma se involucró en la lucha por hacia Managua desde una comarca de
De la montaña a Managua “Mi papito tenía unas cuatro vaquitas, sembrábamos maíz y frijoles, de eso vivíamos, acarreábamos agua, lavábamos la ropa en el río”, dice, recordando sus tiempos de niñez y juventud, cuando gente como ella no tuvo oportunidad siquiera de aprender a leer y a escribir porque no había escuela y “éramos demasiado pobres”. Precisamente por eso fue que un día de tantos decidió trasladarse a Managua con su familia, “para que mis hijos estudiaran, se prepararan y no fueran analfabetas como yo lo era”. Los primeros meses vivieron en la casa de una hermana, y para que sus muchachos comieran y estudiaran vendía tortillas, mientras don Jesús trabajaba de vigilante en la iglesia Santa Ana. . Cuando sucedió el terremoto de Managua en 1972, para ayudarle su mamá vendió un pedazo de terreno de la finca y le dio el dinero para que comprara el terreno donde vive
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Loásiga tiene toda la autoridad
etapa se debe seguir
Juan José Membreño
Si no se hubiera derramado esa sangre ahorita los niños no tuvieran cómo estudiar, mucha gente no tendría esas casitas que les han hecho, los ancianos no tuviéramos tantos beneficios como tenemos ahora”, afirma esta madre que a sus 78 años, en la Asociación de Madres de Héroes y Mártires, participa activamente para que madres como ella no sean olvidadas y, lo más importante, para que el sacrificio de sus hijos e hijas efectivamente no haya sido en vano.
Doña María Esther Castillo
San José de los Remates, municipio de Boaco, donde nació y creció con sus ocho hermanos en una pequeña finca rodeada de siembros de maíz y frijoles que sus padres Pablo Castillo y Raquel Loásiga cosechaban para alimentarse.
desde entonces. Ahora el Reparto Schick no es ni la sombra de lo que era en ese tiempo. “Los buses no llegaban, todo esto era pantano, parecía que nuevamente estábamos en la montaña”, señala. Ya no siguió vendiendo tortillas, sino que aprendió a coser. “La ropa que hacía la iba a vender y de allí sacaba el sustento y para que mis hijos fueran a la escuela”, asegura. Su vida transcurría de esta manera hasta que un día, un amigo de ella y su esposo llegó a “mi ranchito” y les propuso colaborar con el Frente Sandinista. A la mente se le vinieron tantos recuerdos de pobreza y que “los hijos de los pobres no podían estudiar”. Entonces, de inmediato aceptó la propuesta. Empezó a ser correo y brindó su vivienda como casa de seguridad para compañeros clandestinos, desde altos dirigentes hasta cuadros intermedios del Frente Sandinista. En varias ocasiones llegaron a reunirse el comandante Daniel Ortega y Eduardo Contreras. “Yo no les conocía sus nombres, sólo sus seudónimos”, refiere.
Correo del Frente Sandinista Sólo después del triunfo de la Revolución se dio cuenta que “Cleto” era Daniel. El de “Marcos” lo supo cuando la guardia mató al comandante Contreras y salió su fotografía en los periódicos. “Él había estado aquí tres días antes que lo mataran el 7 de noviembre de 1976”, recuerda. Lo mismo le ocurrió cuando asesinaron a Angelita Morales Avilés y María Mercedes Avendaño el 4 de mayo de 1977. “Ellas vivían aquí”, asegura, recordando que la mañana de ese día las llegaron a traer en una camioneta. “Hasta se iban a llevar a mi hijo Leónidas, pero les dijeron que no”. Horas más tarde, sin saber que se trataba de ellas, por la radio escuchó la noticia de un combate en las inmediaciones de la Iglesia Monseñor Lezcano. Fue hasta el día siguiente que “nos dimos cuenta cuando salieron sus fotos en el periódico”. Con ellas también murieron Luz Marina Silva y Félix Pedro Picado. Como correo del Frente Sandinista, doña María Esther viajaba a las montañas del norte del país, y aprovechaba para vender la ropa que cosía. “Hasta Cerro Verde, La Dalia, iba a llevarle mensajes a doña Elvia Maradiaga, que era la esposa de un compañero del Frente”, dice. “Ella me daba otro para entregárselo a María José y a la Angelita”, agrega. Cuando hacía esos viajes, sus hijos creían que era sólo para ir a vender ropa, sin imaginarse que su madre estaba cumpliendo tareas peligrosas. De igual manera, a ella no se le pasaba por la cabeza que sus hijos mayores ya se habían involucrado, hasta que se dio cuenta cuando empezó la insurrección en Managua el 4 de junio de 1979. “Pero antes yo los miraba todo raros, salían y regresaban sin hacer ruidos”, comenta. Durante la insurrección, Leónidas y José Ramón se fueron a combatir por la zona de Bello Horizonte, mientras Evenor se había ido a Santa Teresa. Doña Esther no se quedó de brazos cruzados, dispuso apoyar llevándoles comida a los combatientes.
Pensaba que la guerra había acabado, pero… Les llevaba hasta gallinas cocinadas, hasta que un día le sugirieron que las llevara vivas porque “así podía decir que las andaba vendiendo; incluso, una vez le regalé una a un guardia para disimular”, relata. Por las noches, generalmente Leónidas se iba a su casa, pero el 25 de junio no regresó. Su corazón de madre le dijo que lo habían matado. Dos días después se dio el Repliegue hacia Masaya. “Yo los estaba esperando porque sabía que allí venía mi gente y los muchachos que conocía; escondida, porque mis vecinos eran guardias, les di café negro y agua helada, conteniendo las ganas de llorar porque no sabía nada de Leónidas. Me dejaron dos heridos y a José Ramón porque se le habían quebrado los anteojos”, cuenta doña María Esther. Después, se dedicó a buscar a su hijo. Encontró sus restos después del triunfo de la Revolución, gracias a un joven que vio la foto de su hijo que había publicado Barricada. “Vino con el periódico y me dijo: a este muchachito yo lo enterré con dos más”, señala. El muchacho, que había sido compañero de clases de Leónidas, le contó que lo había encontrado muerto, junto a dos jóvenes más del Reparto Schick, en un cauce cerca de donde hoy está en Consejo Supremo Electoral. Entonces, decidió enterrarlos por el barrio La Luz. “Sabe cuál era mi gran dolor, yo creí que después del triunfo ya no iban a morir más muchachos y allí nomás nos hicieron la guerra”, dice doña María Esther, para referirse a la muerte de su hijo Miguel, combatiendo a la contrarrevolución. Apenas tenía 17 años cuando se integró al Batallón 30-62 de la Juventud Sandinista.
Orgullosa de sus hijos “Me voy mamita”, cuenta que le dijo. “Pero si estás muy chiquito para ir a la montaña”, le expresó ella. “En la montaña se forman los hombres”, le respondió. La madrugada del 27 de febrero de 1983, Miguel caía, junto con 22 jóvenes más, en un desigual combate con una Fuerza de Tarea de la contra en San José de las Mulas. Casi dos años después, su corazón quedó más desgarrado cuando le llevaron la noticia de que su hijo José Ramón había sido asesinado. Era oficial de la Seguridad del Estado, cuando un infiltrado lo asesinó de dos disparos. Desde el triunfo, doña María Esther trabajaba en los almacenes de confecciones de la Policía, y hasta aquí llegó él “como a despedirse”. José Ramón sólo tenía 18 años. “Perdí a tres hijos y me siento orgullosa de ellos porque sé que su sangre no fue derramada en vano”, patentiza. Mientras en el día trabajaba en la Policía, por la noche ella aprendió a leer y a escribir, y pudo sacar su primaria. Tras la derrota electoral del FSLN en 1990, la jubilaron. “Cuando ganó la Violeta (Barrios) yo me escapé de morir”, comenta. Durante esas elecciones, ella había sido presidenta de una Junta Receptora de Votos. Se fue para su casa, pero tampoco para cruzarse de brazos, pues empezó a trabajar activamente en la Asociación de Madres de Héroes y Mártires. “En los años que mandaron los liberales andábamos con la Gloria Martínez (La Cachorra) en las calles haciendo lo que podíamos”, refiere. “Ahora, con el gobierno sandinista hemos logrado muchos beneficios, esta es una segunda revolución que tenemos que seguir apoyando”, resalta esta madre que no se cansa de decir que por la sangre de miles de hijos e hijas se hizo y se sigue haciendo la Revolución.
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