LA UNIVERSIDAD PERUANA : TRADICIONALISMO EN EL NUEVO MILENIO William Campos Lizarzaburu A pesar de las palabras, a pesar del discurso, en general, la universidad en el Perú sigue siendo tradicional, en su concepción, en su organización, en su funcionamiento y, final y desgraciadamente, en su repercusión en la sociedad y en el individuo. Primero, en su concepción. Ya en 1998, Bustamante declaraba que la concepción de la universidad peruana obedece al modelo que se gestara en tiempos de Napoleón para la Francia post revolucionaria. Este modelo se caracteriza por un gobierno triestamentario en el cual, aunque se definen las posiciones jerárquicas de gobierno, el ejercicio auténtico del poder se diluye entre sus diversos componentes. Existe un intento forzado de mantener el esquema democrático en la concepción universitaria. Segundo, en su organización. La universidad peruana sigue organizándose en facultades, y éstas en carreras profesionales en las que todavía prima una interpretación partitiva del conocimiento. Las disciplinas afines son el eje de funcionamiento de las facultades, son su esencia; y aunque se procura impartir al estudiante un conjunto de materias humanísticas de supuesto alcance formativo, en realidad, no contribuyen a despertar ni fomentar en él actitudes válidas ni para su desempeño profesional ni para la convivencia social. Las materias humanísticas, precisamente por su concepción de materias, cursos o asignaturas, no sólo están absolutamente desligadas del conjunto eje de la c arrera profesional, sino que su misma concepción responde a un modelo pedagógico venido a menos. Es decir, se parte artificialmente el conocimiento y se espera llenar los intersticios cognoscitivos, los vacíos formativos con informaciones asiladas sobre hechos que se perciben también asilados. Tercero, la falacia del lugar de funcionamiento y de la investigación aplicada. Hasta hoy se sigue exigiendo que la creación de una universidad se asocie a las necesidades particulares de desarrollo de la región, área o espacio geográfico donde espera funcionar. Dos razones obligan a cuestionar esta concepción sobre su rol social. Primero, una razón histórica, por la cual una adecuación a las necesidades inmediatas de su entorno significaría la negación de una de sus p articularidades: el cultivo del saber universal. Si se espera soluciones inmediatistas, debería favorecerse la investigación aplicada como parte de las actividades de la universidad, sin limitar el conocimiento al entorno. Y segundo, la universalización de l acceso al conocimiento por medio del Internet y la Globalización, hechos cuya importancia ha pretendido negarse en diferentes ámbitos sin mayor éxito, y que han dado forma a una sociedad con nuevas características, que empieza a forzar la creación de nue vas instituciones sociales o, por lo
menos la adaptación de las ya existentes, desde las escuelas hasta la policía. Cuarto, quizá la más dura, la falacia de la universidad popular, que ha derivado en la masificación de la universidad. Sin embargo, el deter ioro paulatino del rendimiento del estudiante, los mecanismos de selección cada vez menos exigentes, la apertura de programas de certificación, graduación o titulación adecuados a las particulares condiciones de los beneficiarios, la politización sectaria de los estudiantes y la disminución de beneficios sociales garantizados para quienes ejercen la docencia, entre otros factores, han puesto en duda la validez social de esta intención populista y supuestamente democrática. Han obligado también, conscienteme nte o no, a las universidades a disminuir el nivel de exigencia en sus parámetros de selección y en sus procedimientos de evaluación. Esto ha derivado en la conformación de cuadros estudiantiles que oscilan entre la mediocridad y el desconcierto, lo que, a su vez, se traduce en la pérdida progresiva de calidad profesional de sus egresados. Las consecuencias sociales inmediatas y de largo plazo se pueden adivinar claramente. Quinto, la falacia de los organismos reguladores con capacidad para impedir ya sea su creación o su funcionamiento. Lo que ha derivado en la puesta en marcha de instituciones que, al amparo de la función que las define, se permiten disponer e imponer tasas para cada servicio de evaluación y certificación que las nuevas universidades requieren. Ante este panorama relativamente desalentador de la universidad peruana, cabe preguntarse qué hacer. Algunas de las ideas que con la condición de sugerencias, que debieran analizarse más detalladamente, son las siguientes: Desaparición del gobierno triestamentario. Fomento de la inter y multidisciplinariedad. Libertad para ubicarse donde se considere conveniente. Proceso de selección más exigente tanto de estudiantes como de docentes, recurriendo, sí, a modalida des más amplias, como ya se viene haciendo, pero superando aquellos requisitos que han impedido la inclusión en la lógica universitaria de personas. Permitir que el mercado regule el funcionamiento y continuidad de las universidades. La lógica de la acreditación se verá entrelazada con este criterio. Transformación de la función de los organismos reguladores , de supervisores del proceso de institucionalización, a simples evaluadores finales del producto, la nueva universidad creada.
Julio del 2006 Mgr. WILLIAM CAMPOS LIZARZABURU GERENTE DE MAGISTER CONSULTORES ASOCIADOS DOCENTE ADSCRITO A LA ESCUELA DE POSTGRADO UNIVERSIDAD “JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI” (MOQUEGUA, PERÚ)