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Equilibrio entre Matrimonio, Maternidad y Ministerio
ELIZABETH PULE
“Inclínate sobre una rodilla y después que te sumerja en el agua, te levantas por tu cuenta”. Esta fue la instrucción que le di al adolescente de 1.82m que estaba bautizando. Yo sabía que nunca sería capaz de sacarlo del agua por mí misma. Dos cosas maravillosas sucedieron aquel día: 1. Un joven entregó su vida a Jesús y 2. Me pidió a mí, una pastora de 7 meses de embarazo que lo bautizara. No es algo que se ve todos los días.
Dios me invitó al ministerio durante un viaje misionero transformador de un año a Nueva Zelanda. Ser una pastora no estaba en ninguna parte de mi radar mientras crecía. Claro, me gustaba ser voluntaria en la iglesia y servir a Dios era importante para mí, ¿pero yo? ¿Una pastora? Recién había terminado mi licenciatura en Ciencias Políticas y me estaba preparando para postular a la Facultad de Derecho. Fue entonces cuando Dios me abrió las puertas para servir como pastora voluntaria en Nueva Zelanda. Mi año fue lleno de aventura, ansiedad, afirmación de mi llamado, oportunidades para compartir el amor de Jesús, e incluso una orden de arresto. (El arresto fue por una multa por exceso de velocidad que no había pagado. Se que esto se lee muy escandalosamente, pero mi infracción era un honesto malentendido. Sin juicios, por favor).
Elizabeth Pule, MDiv, vice-directora de los Ministerios de Familia, Adultos solteros, Hombres y Mujeres de la Asociación de los Adventistas del Séptimo Día de Ontario en Oshawa, Canadá.
En resumen, el viaje misionero cambió mi vida. Estaba segura de que Dios quería que fuera una pastora. Ahora sólo tenía que averiguar cómo iba a suceder.
En ese momento no había pastoras mujeres en Ontario, Canadá. La oficina de la Asociación no enviaría al seminario a alguien sin el curso de teología o ningún entrenamiento formal o experiencia pastoral a Ontario. Por cerca de dos años pensé si debía o no atender el llamado al ministerio. Tal vez había malinterpretado aquellas oportunidades porque parecía que Dios se había callado. Entonces, rompiendo el silencio Dios vio apropiado que la Asociación de Ontario me enviara al Seminario Adventista Latinoamericano de Teología en la Universidad Andrews, completamente patrocinada. ¿Puedo escuchar un Amén? Aún conservo la carta de patrocinio de la Asociación. Este es un recordatorio enmarcado de la providencia de Dios en mi vida. Lo imposible sucedió y yo estaba a camino de obtener mi Maestría en Divinidad.
17 años más tarde 17 años pasan rápido y cualquiera que observe mi vida debe concluir que Dios ha hecho mucho para confirmar su llamado. He tenido el privilegio de servir en el ministerio pastoral, capellanía, y como vicedirectora de los Ministerios de Familia, Solteros, Hombres y Mujeres de la Asociación de Ontario.
de hermosas experiencias en la cima de las montañas y en los valles desérticos más ásperos. Se que la dicotomía existe para la mayoría de los pastores, pero mi jornada ministerial ha tenido desafíos adicionales. Lo que trae alguna singularidad a mi experiencia pastoral es que también estoy casada con un pastor y hemos trabajado juntos los últimos siete años. Mi esposo, Orlando, es un hombre increíblemente paciente, amable y trabajador. Dios me regaló a Orlando hace muchos años, cuando nos conocimos en el seminario. Los temores de mi madre de que su única hija nunca se casaría porque era una pastora se desvanecieron cuando llevé a Orlando para conocer a mis padres.
Tenemos tres hijos, Samuel (6), Isaías (11) y Gabriel (12) – nombres bíblicos sólidos para las bendiciones de Dios. Estoy segura de que los niños tienen una dosis extra de células de energía y cuerdas vocales porque nuestro hogar es ruidoso y lleno de movimiento casi todos los días. Ya que tuvimos a dos de los niños inmediatamente después de casarnos, equilibrar el trabajo, matrimonio y familia fue desafiante. Luché con una depresión postparto después de tener a Gabriel y recuerdo claramente estar fastidiada por tener que cambiar los pañales en el piso de mi oficina mientras estaba embarazada de nuestro segundo hijo. “¿Por qué estoy haciendo todo esto sola?” Me preguntaba con asco. Estaba sudorosa, incómoda, y tratando desesperadamente de calmar a mi inquieto bebé. Mientras luchaba en medio de las lágrimas al ver que Gabriel se quejaba, me sentía agobiada al ver que mis mundos pastora/ madre se chocaban.
En ese momento, Orlando y yo pastoreábamos iglesias diferentes, lo que significaba que apenas nos veíamos. Aunque las iglesias estaban bastante cerca, las demandas del ministerio se introdujeron paulatinamente en nuestro tiempo familiar y pusieron tensión sobre nuestra vida de -recién casados, nuevo bebé, embarazada nuevamente-. (Suspiro largo). Lo hice mucho en realidad. Suspiraba por estar cansada, suspiraba por no comunicarme efectivamente con mi esposo, suspiraba por no tener tiempo con mis amigos, y suspiraba por tener la negra nube de la depresión postparto pendiendo sobre mí. Sabía que no podríamos marchar exitosamente con ambos pastoreando iglesias separadas.
La prueba es real Por un par de meses agonicé pensando cómo ser esposa, madre, y pastora simultáneamente. ¿Cómo me las arreglaría para criar a los niños, ser una esposa ayudadora, y ser saludable mientras organizo las iniciativas del ministerio, doy estudios bíblicos, y dirijo reuniones? Cuestioné si el llamado de Dios al ministerio aún valía ahora que tenía hijos. Empecé a centrarme en el cuidado personal y tomé una licencia de maternidad prolongada con nuestro segundo hijo Isaías. Orlando y yo tuvimos una conversación sincera con los administradores de la asociación acerca de la dificultad de pastorear en iglesias separadas y la tensión que esto puso sobre nuestra familia.
Ellos respondieron amablemente asignándome para ser la capellana de la escuela adventista, al lado de la iglesia donde Orlando era el pastor de jóvenes. ¡Otro bendito milagro de Dios! Este nuevo ministerio dinámico nos permitió ser marido y mujer en diferentes contextos y seguir sirviendo en nuestras posiciones separadas. Comenzamos a encontrar un ritmo que incluía tiempo familiar protegido, nuevas tradiciones con nuestros dos niñitos y una intención renovada de fortalecer nuestra relación matrimonial.
Estar cerca de mis padres representaba niñera gratuita y apoyo durante las reuniones nocturnas y los largos Sábados. Ellos compartían su deliciosa sazón filipina cada semana, y todo el apoyo emocional que necesitábamos durante esos primeros años del matrimonio. Por cerca de cuatro años disfrutamos ministrando en el hogar, la escuela y el trabajo. Estábamos decididos a programar citas nocturnas, compartir las responsabilidades hogareñas, y asegurarnos que los chicos no se sintieran como “hijos de pastores” en la iglesia o en la escuela. Me atrevo a decir que finalmente había armonizado mi vida de esposa, madre y pastora, y entendía mi propósito en cada papel. Aún había algunas personas polémicas, asuntos ministeriales
desalentadores, noches de insomnio, drama familiar, y desánimo. Sin embargo, la fidelidad de Dios me sostuvo. No estoy simplemente escribiendo alguna frase cliché cuando digo eso. Dios estuvo dándome el aliento que necesitaba diariamente. Lo hizo a través de mis lecturas bíblicas, a través de los abrazos de mis hijos, a través de conversaciones con mis colegas, y cuando derramé mis frustraciones en oración, Dios me fortaleció.
Poco después que empecé a suspirar menos, quedé embarazada de nuestro tercer hijo, Samuel. La asociación también nos informó que nos trasladarían a otra iglesia a cinco horas al este donde no teníamos familia, ni niñera gratuita, ni sistema de apoyo. Yo estaba desconsolada. Mi cabeza y corazón llenos de pensamientos ansiosos: ¿Cómo afectará a nuestro matrimonio el pastorear juntos? ¿Cómo administrarán los chicos los largos sábados? ¿Cómo encontraremos una niñera de confianza? Es interesante lo rápido que podemos olvidar la conducción de Dios en el pasado cuando tenemos miedo del futuro. Fielmente Dios calmó mi respiración y me señaló Romanos 8:28 “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Incluso en puestos ministeriales desconocidos todas las cosas siguen funcionando juntas para bien.
Tiempo de traslado Nos mudamos al este y empezamos a ministrar con nuestros dos niños pequeños y uno en camino. Al comienzo del pastoreo juntos Orlando y yo no estábamos seguros de cómo iba a funcionar todo. Claro, hubo momentos en que nos molestábamos uno con el otro – algunas veces nuestros horarios chocaban, las comidas no estaban balanceadas o nuestras ropas estaban arrugadas. Sin embargo, reconocimos la mano de Dios en la nueva tarea.
La transición tuvo sus dolores singulares de crecimiento. Como pareja pastoral compartimos responsabilidades por igual y nunca tratamos de “jugar al poder” en las juntas o reuniones de negocios. La iglesia abrazó a nuestra familia mientras nos adaptábamos a la vida sin niñera gratuita y comida filipina lista. Mi oficina tenía un colchoncito para que los niños durmieran la siesta, toneladas de rompecabezas, libros, juguetes, y un cajón lleno de bocadillos para esos largos días en la iglesia. Mientras la mayoría de la iglesia estaba aceptando a su nueva pastora asociada embarazada, había algunos que no eran tan compasivos y comprensivos. Yo había estado en el ministerio por cerca de seis años en ese momento y no había experimentado tal desdén y falta de respeto por las mujeres en el ministerio. A pesar de las excepciones poco alentadoras los miembros que me amaban y apoyaban siempre hablaban más alto. Podía decidir qué voces deseaba escuchar, las negativas o positivas. Me tomó un par de años, pero aprendí a escoger siempre la segunda opción.
Cuando nuestro tercer hijo Samuel nació en 2013, la tribu estaba completa y una nueva dimensión fue añadida a nuestra familia dinámica. Todos aquellos suspiros profundos que di al comienzo de nuestro matrimonio regresaron con una venganza. En un chequeo de rutina nos dijeron que Samuel no alcanzó algunas de las metas de desarrollo para su edad. Después de 10 meses de visitas médicas, aplicaciones, investigación, listas de espera, rabietas y pruebas, Samuel fue diagnosticado con Trastorno del Espectro Autista. “El Trastorno del Espectro Autista (TEA), comúnmente conocido como Autismo, es un trastorno complejo del desarrollo cerebral, causado por una combinación de influencias genéticas y ambientales. El TEA se caracteriza en diversos grados, por dificultades de comunicación, desafíos sociales y comportamentales, y comportamientos repetitivos y se considera un trastorno de toda la vida. Se estima que 1 de cada 68 niños diagnosticados tiene autismo”.
Un millón de preguntas Tenía un millón de preguntas dando vueltas en mi cabeza. ¿Qué clase de futuro tendría nuestro hijo? ¿Tendría algún amigo? ¿Cómo aprendería? ¿Sería acosado? Durante mis muchas noches de insomnio Dios envió al Espíritu Santo para tranquilizar mi corazón atribulado, recordándome nuevamente: “en todo trabajo por el bien; incluso en las rabietas, e incluso en tus temores”. Nuestra familia oró por más de 400 días la misma oración todas las mañanas. “Señor,
por favor permite que Samuel use sus palabras”, ya que su mayor desafío era comunicarse. Como Samuel no lograba expresarse, pataleaba y lloraba si se le oponían de alguna manera. El comienzo de nuestra jornada como familia con necesidades especiales fue un reto intenso. Yo aún necesitaba cuidar a nuestros otros niños, ministrar efectivamente en la iglesia y en la comunidad, invertir tiempo con mi esposo, y asegurarme de que me mantenía saludable en todos los frentes. Nuestra comprensiva familia de la iglesia viajó con nosotros a través de todo esto. Escucharon compasivamente mientras expresábamos nuestros miedos, nos abrazaban cuando llorábamos, y oraban por nosotros constantemente. Aunque nos hemos mudado de esa iglesia, los miembros todavía se conectan con nosotros regularmente para saber cómo está nuestra familia. ¿Recuerdan toda la aprensión que sentí años antes sobre mudarme/trabajar con mi esposo, etc.? Ahora puedo mirar hacia atrás y ver lo providencial que fue todo. Dios sabía que necesitábamos una iglesia empática llena de otras familias con necesidades especiales. Sabía que necesitábamos una comunidad que aceptara un equipo pastoral de marido y mujer, y sabía que nuestros hijos harían amigos de por vida en el camino.
Ahora permítanme compartir con ustedes lo más destacado de la supremacía y sabiduría de Dios. Durante los tres últimos años nuestro Samuel, ahora de 6 años, no sólo ha aprendido a “usar sus palabras”, sino que ahora lee a nivel de 4o grado, cuenta más de 1000, identifica colores y formas, y puede ir al baño por sí solo. Canta canciones de alabanza de memoria – acompañado de los mejores movimientos alegres que hayan visto – toca el piano, y le gusta ser DJ en mi teléfono celular. ¡Nada es imposible para Dios!
Dios me llamó, de una casi alumna de derecho al ministerio pastoral, me abrió las puertas para estudiar y trabajar, me regaló un esposo maravilloso, tres niños aventureros, y toneladas de oportunidades para amar a los demás – especialmente a nuestras familias con necesidades especiales. Para mí, ser una pastora y estar casada con un pastor significa que toda nuestra familia trabaja junta con Jesús. Significa ser gentil conmigo misma porque inevitablemente cometeré errores. Significa reconocer la autoridad de Dios en mi vida, y ser fiel a su llamado como esposa, madre, y pastora. Significa aceptar su paz para nuestro futuro y dar gracias por su providencia. Reconozco que habrá días de agotamiento total, camisas arrugadas, habitaciones desordenadas, mala comunicación y decepciones. También habrá días de triunfo, horarios coordinados, comidas bien balanceadas, risas alegres, y corazones en paz. Celebro y alabo a Dios por el gran espectro y todo el intermedio.
Referencias Autism Speaks. (n.d.). Retrieved from https://www.autismspeaks.org