LO QUE YO BARMANI OÍ - WILLIAM GUILLÉN PADILLA

Page 1

William Guillén Padilla

Lo que Yo Barman oí


4

| William GuillĂŠn Padilla


Lo que Yo Barman oí |

William Guillén Padilla

Lo que yo Barman oí

3


4

| William GuillĂŠn Padilla


Lo que Yo Barman oí |

Lo que yo Barman oí William Guillén Padilla

5


6

| William Guillén Padilla

Lo que yo Barman oí (2006-2008) Edición al cuidado del autor 1ra. Edición İsica, Petroglifo, 2010 1ra. Edición digital, Kokín e-book, agosto, 2011 2da. Edición digital, Petroglifo, noviembre 2011 petrogligo@mexico.com Portada: Jorge Tejada Salazar, Cajamarca © 2010, William Guillén Padilla Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2010-10543 | ISBN N° 978-9972-627-97-2 ParƟda Registral Indecopi N° 00928-2010 Hecho en el Perú


Lo que Yo Barman oí |

7

Abriendo el bar Amable Lector: En el momento en que abriste este libro abriste también una puerta. Adentro la palabra yace como un trago de licor, como un caballo domado por caricias o como una mirada reflexiva que ondea un mar de carcajadas. Aquí se han juntado muchas voces, bebido muchas fuentes y disipado muchas lágrimas acumuladas. Aquí está la voz de los muchos que llevo de la mano por llanos senderos de silencios y festines, naturalezas vivas, y ciudades humeantes y violentas. Este es el libro que llega a tiempo para arrancarte esa sonrisa que te puede abrir el mundo y sus sabores sagrados. “Lo que yo Barman oí” no es, ni debe ser, una apología a la embriaguez infértil, sino un homenaje a la bohemia productiva; a esa que tantas veces nos ha juntado para reconocernos como esos narradores eternos que en esencia somos. Este es un espacio entonces para compartir, no para


8

| William Guillén Padilla

vociferar; un lugar habitado por seres únicos que nos comparten sus experiencias en el mundo de los vivos y de los muertos. Dispongámonos entonces a leer lo que más me ha impresionado como Barman y dejemos que, como contador de vivencias, los acerque y hermane en el silencio festivo de vuestros vitales corazones. Biblioteca Nacional del Perú, Lima, junio 12 de 2009.


Lo que Yo Barman oí |

9

A Julio César Guillén Alcántara, mi padre: centella y trueno de mi lluvia. .


10

| William GuillĂŠn Padilla

El canto del gallo me ha despertado, no hay sueĂąo en mis pupilas. Salid a ver por el oriente la luz del alba como un hilo escarlata. Daos prisa, antes que se alce la aurora, y escanciadme en la copa mosto oloroso y zumo de granada. Ibn Nagrela


Lo que Yo Barman oí |

11

Didáctica —Una imagen vale más que mil palabras —dije calmado. El grupo de ciegos calló bruscamente su animada intervención. —Una imagen vale más que mil palabras —repetí. —¡Imposible! —dijeron los asistentes abandonando la charla. “Una imagen vale más que mil palabras” pensé, tratando de imaginarme una imagen.


12

| William Guillén Padilla

La peleadora que se atrevió a tanto Yo las vi, niña. Eran tremendas, les pegaban a todo hombre y mujer que se les antojaba. Con rebenque, con penca. Yo las vi, niña, y en carne propia sentí sus castigos. Hasta que la gota derramó el vaso. Entrené duro y me las enfrenté: de cada golpe que les daba salían volando. A una por una le di su merecido. Así es niña, hasta que la cabellera postiza y las polleras prestadas volaron por los aires y descubrieron que quien les había pegado a las tan mentadas pegadoras, era yo: el único boxeador del pueblo que se atrevió a tanto. Adiós niña, que le vaya bien. Yo me quedo aquí, en medio de los maridos de las pegadoras, más fornidos que gorilas, pero más coquetas que mi mujer.


Lo que Yo Barman oí |

13

Resignación Los ojos rojos del raro cocodrilo traído de América del Sur fue lo único que podía percibirse entre los escombros. Me asombré de su brillo que bien podía ser el fuego de todo lo vivido con la explosión y no pude hablar. Cogí temeroso a Cucarina y supe que para esos momentos podía guardar todo, menos la necesaria serenidad para poder calmarla. Las ambulancias llegaron antes que la policía, pero no pudieron entrar: el Centro Comercial era un inmenso cerro de bloques de cemento, metales retorcidos y cuerpos destrozados. Luego llegó la prensa y todo se iluminó ante nuestros ojos llorosos. No escuchábamos con claridad lo que se decía afuera y quisimos abrazarnos como antes, pero el inmenso cocodrilo estaba mirándonos ansioso, mostrándonos sus fauces inmensas. Y, como debía ser, por un instante mi valor pudo más que mi temor. Esquivé al pesado cocodrilo, incorporé a Cucarina y salimos presurosos al encuentro de los socorristas.


14

| William Guillén Padilla

Ella no podía creerlo: estábamos sanos y salvos, hasta que, no me explico cómo, las botas de los primeros socorristas que ingresaron aplastaron el frágil cuerpo de mi amada Cucarina y mataron a la cucaracha más hermosa que sobrevivió a la explosión de gas en el Centro Comercial. Allá, afuera, los periodistas aún muestran el gigante reptil sudamericano como el único sobreviviente de la inmensa explosión en el notable Centro Comercial que presentaba la exposición de animales en peligro de extinción y modernos fuegos pirotécnicos un Año Nuevo al que nunca logramos llegar. Aquí, adentro, nada ya me importa, ni siquiera intentar apartar de mi cuerpo cansado la pata áspera e inmensa del alocado y enfurecido cocodrilo.


Lo que Yo Barman oí |

15

Pasajero terrenal El automóvil fue detenido en la esquina mayor del Jirón Cinco Esquinas. El policía se acercó cauteloso. El chofer se dispuso a mostrar su brevete y los documentos del vehículo. El policía alumbró con su linterna a los ocupantes. —Documentos —dijo—. Muéstrenme sus documentos. Algunos despertaron del largo sueño que les había llevado el viaje de siete horas y, buscando con lentitud lo solicitado, mostraron sus documentos de identidad. Los revisó con minuciosidad. Se fijó en cada rostro. Miró cada letra y preguntó por cada dato, buscando acaso que alguno no coincidiera para bajar al infractor y llevárselo a la comisaría. Alumbró al pasajero que yacía recostado contra el parabrisas. Faltaba él, ese individuo que, cubierto por una manta bordada con hilos dorados, no daba señas de obediencia. —¡He dicho que todos me muestren sus documentos! ¡Todos! —dijo—. ¡No voy a


16

| William Guillén Padilla

soportar desobedientes de la ley! ¡Y quiero que me lo muestren saliendo del automóvil! Los pasajeros se bajaron, incluido el chofer. El frío de la noche subió por cada poro y los abrigos gruesos no eran suficientes. El policía insistió: —¡He dicho que bajen todos! —gritó, ingresando su cabeza al interior del vehículo. Abrió luego la puerta y cuando el policía se disponía a bajar a quien no le obedecía, el chofer le advirtió: —Jefe, mejor ni lo toque. —¿Cómo? ¿Qué ni lo toque? ¿Y quién se ha creído este dormilón para que no lo toque? —No es que se crea nadie. Lo que pasa es que es un rey. El policía se rió primero y montó en cólera luego. —Si este es un rey, yo soy el general superior de la Policía Nacional. —Es un rey que llevamos a la capital. Mejor ni lo toque. —Un rey… —dijo burlándose y jaló violentamente al misterioso personaje


Lo que Yo Barman oí |

17

que se desvaneció al ser impactado en el cemento frío de la calle. —Le dije jefe que ni lo toque. Era un rey —dijo el chofer mirando sin rencor al fornido hombre de ley. El policía se quedó helado mirando los restos del ser que se deshizo frente a sus ojos. Los tripulantes subieron al vehículo y procedieron su viaje, mientras los restos de la momia inca era llevada en el aliento frío del viento por el Jirón Cinco Esquinas, y el policía trataba en vano de reconstruir el frágil fardo funerario que no merecía un final así.


18

| William Guillén Padilla

Del olvido que nunca fue Cada año. Cada mes. Cada semana. Cada día. Cada hora. Cada segundo pensé en ella. Intenté de todo para olvidarla: el cinema especializado en películas de dibujos animados, los tours por los Alpes suizos, las constantes visitas a Machu Picchu y a la Muralla China, los cálculos de todos los valores matemáticos de las pirámides de Egipto, el memorizar todos los poemas posibles de Neruda, el escribirle a Mario Benedetti todos los sábados, el contar el número total de niños que salían de las escuelas del pueblo, el coleccionar hormigas y todo insecto raro. Y otros tantos modos de ocuparme para no pensar en ella… Cada año. Cada mes. Cada semana. Cada día. Cada hora. Cada segundo pensé en jamás volver con ella. Y, por más que lo intenté todo, no pude evitar buscarla. En el mismo lugar de siempre la busqué. Y en el mismo lugar de siempre estaba ella para verme con su mirada clara y su piel… ya qué más decir. Volví con ella... Volví a besarla con dulzura.


Lo que Yo Barman oí |

19

Y así, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora, cada segundo estoy con ella: mi amada e inseparable botella de vino que conmigo relee esta breve historia con sabor a uva, en el mismo lugar donde volví a encontrarla: debajo de mi colchón sucio de donde no me levanto hace años, desde que decidí serle fiel, hasta el día de hoy en que me ha llegado la entrometida y celosa muerte.


20

| William Guillén Padilla

Lorena Lo esperé hasta bien entrada la mañana. Y no llegó sino hasta bien entrada la noche. —Estas serán horas de llegar —le dije—. Eres un sinvergüenza. Sólo atinó a mirarme y se fue directo a la cama. Este martirio continuó varias semanas. Y yo con lo mismo: —Estas serán horas de llegar. Eres un sinvergüenza. Tanto le molestaría la última vez, que me cogió del cuello e intentó ahorcarme. Lloré tanto: mi único amor había querido matarme… Ahora que es Navidad nos hemos reconciliado y he decidido aceptar mi suerte. Él sigue llegando tarde. “Porque mi trabajo en un club nocturno así lo exige”, me dice cada vez que lo miro mal. Yo vivo de todas maneras amándolo y soportando sus griteríos de cada día y la verdad que es tan cierta como la luz del sol y que me lo recuerda a todo pulmón: —¡Eres sólo un plumífero, lora Lorena.


Lo que Yo Barman oí |

21

En qué maldita hora mi mujer te dejó para cuidarme! Así lo espero cada día hasta bien entrada la noche. Y no llega sino hasta bien entrada la mañana, trayendo bizcochos con vino para ver si conversamos más de su nuevo trabajo que empezará mañana: cazador de loros —hoy tan escasos— con contrato indefinido y bien remunerado.


22

| William Guillén Padilla

Despedida Señor Doctor Don Mario Vargas Llosa: Sabemos que usted es una persona genialmente ocupada. Empero, este e-mail no le debe demorar leer más de un minuto. Me llaman Pantita. Soy una creación suya y viví hasta ahora en “Pantaleón y las Visitadoras”. Ahora es mi sepelio y le escribo para darle las gracias por todo. Ha sido un placer haber sido uno de sus personajes. Pero sobre todo le doy gracias por haberme dado la oportunidad de conocer a las visitadoras que lloran a mares al verme así: metido en este féretro rojo y verde, flotando en el río Amazonas rumbo al Atlántico milenario donde viven los personajes eternos. Un fraternal y último abrazo, Pantaleón Pantoja, difunto. (Este texto se lo dicté a Pochita mientras me maquillaba porque “debes verte bien Pantita, incluso de muerto”).


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.