William GuillĂŠn Padilla
Memoria del Yo Habitante
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Memoria del Yo Habitante (2008 - 2010) Primera edición física: Hipocampo Editores, 2011 Primera edición digital: Kokín e-book, 2011 Segunda edición digital: Petroglifo, 2011 Fotografía carátula: Jorge Tejada Salazar Diseño y diagramación: Petroglifo © William Guillén Padilla, 2011 Editado en el Perú
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Shamsia, je me souviens à Valparadis et à la maison d’or dans les Andes intact. (M. Rasoj)
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Quiero escribir, pero me sale espuma, Quiero decir muchísimo y me atollo; No hay cifra hablada que no sea suma, No hay pirámide escrita, sin cogollo. Quiero escribir, pero me siento puma; Quiero laurearme, pero me encebollo. No hay toz hablada, que no llegue a bruma, No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, Carne de llanto, fruta de gemido, Nuestra alma melancólica en conserva. Vámonos! Vámonos! Estoy herido; Vámonos a beber lo ya bebido, Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva. César Vallejo
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XX —Antes de hoy —de este momento en que evoco tu talle de árbol herido— mi vida vieja película en blanco y negro (o sepia, según el día y la hora del encuentro), sin más protagonistas que calles vacías y pieles doradas—. Lo dice mi mirada: limpia catarata que baja domando portales y diamantes para hablar desde mi tórax solamente de ti. ¡Oh!, amor, ¿por qué te has adueñado de lo poco que me hace triste?, ¿de lo mucho con lo que he llorado libremente?, ¿de la nada que poseo por no tenerte? ¿Será el quejido de los dioses muertos en los bosques olvidados el que ha despertado sumiso mis versos para el tacto intacto de tu piel oculta?, ¿será quizá la lágrima que baja a beber del pasto su húmeda frescura la que ancló en mis años mejores sus blancas barcas? Carezco de tu presencia, esa es la verdad primera que asoma sus letras en este primer aliento que reposa cual paciente poema en tus dedos que lo atrapan todo. Luego, ¿será tu sonrisa de cielo abierto que en mi oscura retina alborotará mi instinto dormido?, ¿tu nombre alumbrará mi extenso valle de cafetos y cerezas? ¡Quién sabe!, lo cierto es que todos los girasoles soleados a tu luz intensa, un día volverán a inaugurar mi sombra clara en tu bosque de negaciones contadas y se abrirán al compás de tu vientre fértil y divino: esa es la esperanza que guardo celosos bajo siete besos en tu corazón de fruta deseada.
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XIX Mi mejor mensaje nace de tus ojos de aceros incontables. Mi mejor morada es tu coraz贸n de volc谩n despierto y angustiado. Mi mejor verso duerme en tus labios que esperan mis yemas que no se abren. Mi mejor canto se entona en tu piel de selva y mar navegado. Mi peor momento es cuando te alejas de mi palabra muda e incendiada. Mi peor canci贸n es aquella que se apaga en tu pecho de selva encontrada. Mi peor trago es el mar amargo de verte distante y lejana como isla encantada. Mi peor tropiezo se da en el intento de proponerte un rapto hacia la nada. Mi voz se entrecorta cuando digo tu nombre mirando alto, entonces intento rimas para acechar tu cuerpo de tigresa herida y no logro sino achicharrar mi alma en el encanto sutil de tu mirada, en medio de un juego de palabras vagas unidas al fin y al cabo en un solo cuerpo que ya se va por una calle cualquiera pensando en lo mucho que ha vivido antes de morir en el alocado intento de nunca dejarnos.
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XVIII Tú que eres el amor andando en puntillas por mis pétalos de fuego dime si aún tu piel que añoro es capaz de ofrecer una mañana nueva para ambos. Tú que eres flor de viejo pantano pleno de duendes y mariposas transparentes dime si es posible la piel sin el tacto, el deseo sin la ternura de la lenta y minuciosa caricia. Dímelo con el sonido de los andes milenarios de mi patria oscura, para así inmortalizar un canto inmenso a los bosques prometedores de tu vientre, una escultura viva con mi rostro desencajado al vivir de prisa y sin ti, una pintura de colores intensos al mejor motivo de mi vida, un trozo de metal puro insertado en la parte más alta de la montaña perdida. Tú, que eres la poesía andando en calles celosas de mis manos abiertas, no tardes en tender tus puentes a mis ejércitos de fuego, porque acaso el viento apague tembloroso este retazo de galaxia que intento ocultar bajo mi pecho, sin más discreción que el suspiro de un hombre enamorado y su alma errante acuestas con sus lágrimas de soldado herido.
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