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Alan García

PIZARRO EL REY DE LA BARAJA

Política, Confusión y Dolor en la Conquista

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Alan García nació en Lima el 23 de mayo de 1949. Sus primeros estudios universitarios los realizó en la Pontificia Universidad Católica del Perú y recibió más tarde su título de abogado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en 1971. Posteriormente, se trasladó a Europa, donde asistió a la Universidad Complutense de Madrid, en la cual completó su tesis sobre Derecho Constitucional, y luego estudió en el doctorado en Ciencias Políticas. En 1973, pasó a la Universidad de la Sorbona de París, donde obtuvo una licenciatura en Sociología. De regreso al Perú, entre 1977 y 1980 se desempeñó como secretario de Organización del Partido Aprista, y fue elegido como miembro de la Asamblea Constituyente de 1979. Entre 1980 y 1985 fue diputado nacional, y a partir de 1982 le correspondió ejercer el cargo de Secretario General del Partido Aprista. En 1985, a la edad de treinta y cinco años, fue elegido Presidente de la República. Durante su periodo tuvo que enfrentar la crisis económica de la deuda y el fenómeno terrorista de Sendero Luminoso, que causó miles de muertes a pobladores y miembros de las Fuerzas Armadas y Policiales. En abril de 1992, tras el golpe de Estado perpetrado por Alberto Fujimori, fuerzas militares asaltaron su domicilio. Estando su vida en peligro, Colombia le concedió asilo político, por lo que tuvo que vivir en Colombia y Francia hasta enero de 2001, cuando pudo regresar al país. El Presidente García fue candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de junio de 2001,* en las que obtuvo el 47% de los votos. En 2004 fue elegido presidente del Part ido Aprista Peruano. En junio de 2006, Alan García fue nueva mente elegido Presidente de la República, con el

52,6% de los votos. Su segundo mandato se caracterizó por el alto nivel de crecimiento económico alcanzado, cuyo promedio en el periodo fue de 7%, el mayor obtenido en décadas por gobierno alguno. El veloz crecimiento marchó a la par de la reducción de la pobreza, que disminuyó del 44,5% al 31,3% durante los cinco años de su gestión, lapso en el que también se observó un gran desarrollo de infraestructura, como puertos y carreteras. El Presidente García es autor de diversos libros, entre ellos: • •

Pida la Palabra (2012) Contra el temor económico. Creer en el Perú (2011) Sierra Exportadora. Empleo, modernidad y justicia en los Andes (2005) Para comprender el siglo XXI (2004) Modernidad y política en el siglo XXI: globalización con justicia social (2003) La década infame: deuda externa 1990-1999(2000) Mi Gobierno hizo la regiona- lización(1998)

La falsa modernidad (1997)

El mundo de Maquiavelo (1994)

Contra la dictadura (1992)

El nuevo totalitarismo (1991)

La revolución regional (1990)

El desarme financiero (1989)

A la inmensa mayoría (1987)

• • • •

• El futuro diferente (1982)


Alan García Perez

PIZARRO, EL REY DE LA BARAJA Política, Confusión y Dolor en la Conquista

Titanium


Alan García Perez

A LA GLORIA DE CHALCUCHÍMAC, EL MÁS LEAL, EL MEJOR GUERRERO, QUE FUE ENTREGADO POR ATAHUALPA, TORTURADO POR LOS PIZARRO Y CONDENADO POR LOS OREJONES. QUE NO ACEPTÓ UN NUEVO DIOS Y MURIÓ ALTIVO EN LA HOGUERA INVOCANDO A PACHACAMAC.


Pizarro, el Rey de la Baraja

© Todos los derechos reservados. Librerías Crisol S.A.C. Pizarro, el Rey de la Baraja Política, Confusión y Dolor en la Conquista ©2012, Alan García Pérez ©2012, Titanium Editores Av. Larco 880, piso 11, Miraflores, Lima, Perú Edición: Percy Uñarte Otoya Diseño y diagramación: Carlos Bemal Díaz Corrección: José Carlos Yrigoyen Miro Quesada Carátula: Hugo Rivas Quintana Primera edición: julio de 2012 Tiraje: 5,000 ejemplares ISBN: 978-612-46189-1-8 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2012-08427 Registro de Proyecto Editorial: 11501081200523 Impreso en Quad Graphics Perú S.A. Av. Los Frutales 344, Lima 3, Perú


Alan García Perez

ÍNDICE Cronología Una reflexión teórica inicial 15 Sistema de acción política y sistema social 15 Sistema de acción política y sistema de reglas de la baraja española 19 Introducción Conceptos generales Autonomía y primacía de la política El big bang ideológico del siglo XVI en la conquista La política, el arma fundamental La invasión bacteriana Carácter y personalidad de Pizarro Su ciencia militar

23 25 30 34 37 39 41

Capítulo I: Primera regla Sin constancia no hay política Constancia en el tiempo Constancia en el mando Constancia en la táctica política: cambiar las cartas

45 47 49 51

Capítulo II: Segunda regla Tuvo objetivos claros para sí y confusos para los demás 55 Objetivos definidos Crear un reino Dominar la escena y centralizar la dirección Eliminar al jefe adversario Salir de Almagro y de Hernando Restituir la legitimidad indígena. Función de adaptación Superar a Cortés. Función de motivación Imágenes confusas Cartas marcadas en el viaje a Toledo Atahualpa condenado desde el inicio Igual ocurrió con Huáscar Almagro usado y desechado Ocultó su intención ante los líderes indígenas Nadie supo a quién apoyaría

57 57 58 58 59 60 60 61 61 62 63 64 64 65


Pizarro, el Rey de la Baraja Capítulo III: Tercera regla Con la legitimidad garantizó su poder Los oros: legitimidad real Las copas: legitimidad religiosa Legitimidad arbitral Las espadas: legitimidad carismàtica El discurso Un símbolo sintético

a largo plazo

67 69 70 71 72 74 76

Capítulo IV: Cuarta regla Personalizó la legitimidad La cruz. Un núcleo duro identificado

77 81

Capítulo V: Quinta regla Creó una legitimidad diferente Crear una aristocracia dependiente Una nueva ciudadanía. La liberación de La liberación de las Ajilas La fusión de las dos legitimidades Las Ordenanzas olvidadas

83 85 86 88 88 89

los yanaconas

Capítulo VI: Sexta regla Decidió y ejecutó los hechos fundamentales La captura de Atahualpa La ejecución de Atahualpa La entrada al Cusco La fundación de Lima La relación con Almagro

91 93 93 95 96 98

Capítulo VII: Séptima regla Estudió sistemáticamente la realidad física y social La extensión exagerada debilita el poder Las múltiples divisiones del Perú

99 101 104

Capítulo VIII: Octava regla Promovió y multiplicó la confusión del adversario El norte contra el sur Los yanaconas Los Viracochas. Confusión religiosa La llegada española intensificó el conflicto

107 109 109 110 111


Alan García Perez Capítulo IX: Novena regla Estudió profundamente la psicología del adversario Almagro. La envidia subordinada Atahualpa. La soberbia Huáscar. Desesperación y providencialismo Manco Inca. Credulidad y ambición Hernando de Soto. Ambición y vanidad Hernando Pizarro. Crueldad y soberbia Pedro de Alvarado. Un adversario temible Juan y Gonzalo. Los menores a proteger Los grupos humanos

113 115 117 120 121 122 124 125 125 127

Capítulo X: Décima regla Acumuló la confusión y las debilidades del adversario Consolidar la retaguardia

129 132

Capítulo XI: Undécima regla Impidió la unión de los demás y evitó el conflicto irreversible entre los propios

135

Capítulo XII: Duodécima regla Guardó elementos de negociación La vida de Atahualpa La vida de Huáscar La vida de Chalcuchímac El poder para Manco Inca

141 143 144 146 147

Capítulo XIII: Decimotercera regla Mostró paciencia y serenidad

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Capítulo XIV: Decimocuarta regla Capturó los centros de acopio

155

Capítulo XV: Decimoquinta regla Bibliografía Evadió las responsabilidades y las atribuyo a otros

165 159


Pizarro, el Rey de la Baraja

Cronología 1492 Llegada de Cristóbal Colón. 1502 Pizarro desembarca en la isla de La Española. 1513 Vasco Núñez de Balboa y Francisco Pizarro descubren el Océano Pacífico. 1519-1521 Hernán Cortés conquista México. 1524-1526 Primer viaje al sur hasta las costas de Colombia. 1526 Pizarro, Almagro y Luque se asocian en la Compañía del Levante. 1526-1527 Segundo viaje hasta Tumbes y el río Santa. 1528 Huayna Cápac muere de viruela. 1528-1529 Pizarro viaja a España. Capitulaciones de Toledo. 1530 Se inicia la guerra entre Huáscar y Atahualpa. 1531-1532 Tercer viaje. Llegada a Tumbes. Captura de Atahualpa. 1533 Ejecución de Atahualpa. Llega en noviembre al Cusco. Muerte de Chalcuchímac. 1534 Llegada de Pedro de Alvarado al Perú. 1535 Fundación de Lima. 1536 Insurrección de Manco Inca. 1537 Al retomo de Chile, Almagro toma el Cusco. La última entrevista en Mala. 1538 Batalla de Las Salinas. Ejecución de Almagro. 1540 Prisión de Hernando Pizarro en España. 1541 Asesinato de Francisco Pizarro en Lima. 1544 Rebelión de Gonzalo Pizarro contra las Nuevas Leyes de Indias. 1548 Ejecución de Hernando Pizarro.


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PIZARRO, EL REY DE LA BARAJA Política, Confusión y Dolor en la Conquista


Alan García Perez

UNA REFLEXIÓN TEÓRICA INICIAL Sistema de Acción Política y Sistema Social En su oda «Los caballos de los conquistadores», José Santos Chocano, el poeta modernista peruano, reivindicó y enalteció el rol del caballo en la conquista. Escribió: «¡Los caballos eran fuertes!, ¡Los caballos eran ágiles!/ Sus pescuezos eran finos/ y sus ancas relucientes/ y sus cascos musicales.../ ¡No! No han sido los guerreros solamente /de corazas y penachos y tizonas y estandartes, /los que hicieron la conquista/ de las selvas y los Andes». Versos abajo dice: «Y es más digno todavía de las odas inmortales/e/ caballo con que Soto, diestramente /y tejiendo las cabriolas como él sabe, /causa asombro, pone espanto, roba fuerzas,/ y entre el coro de los indios,/ sin que nadie haga un gesto de reproche, / llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas /las insignias imperiales». Luego señala: «Todos tienen menos alma,/ menos fuerza, menos sangre, /que los épicos caballos andaluces/en las tierras de la Atlántida salvaje, /soportando las fatigas /las espuelas y las hambres /bajo el peso de las férreas armaduras,/ cual desfile de heroísmos,/ coronados entre el fleco de los anchos estandartes/ con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante». Parafraseemos el poema contradiciendo al poeta. No, no fueron solamente los caballos, pero tampoco la pólvora o el hierro los que hicieron la conquista. Tal vez su principal y verdadero instrumento fue la capacidad política de Pizarro, quien, con ella, se convirtió en un rey de hecho sobre este inmenso territorio donde el oro no tenía valor para millones de campesinos indígenas pero sí lo tuvo para el pequeño grupo europeo que, en el juego de la baraja y los dados, ganó y perdió, una y otra vez, inmensas riquezas. Y quizás, a través de ese juego, Pizarro aprendió y ejercitó un sistema o programa de acción política y con él construyó, poco a poco, el sistema material de sociedad que era su objetivo. La acción política de un personaje es el conjunto de decisiones, proyectos, motivaciones, relación con otros, e inclusive la imagen que tiene de sí mismo y la imagen que quiere proyectar ante los

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Pizarro, el Rey de la Baraja otros, etcétera. Un conjunto que el actor totaliza permanentemente como una estrategia para alcanzar y ejercer el poder. Por consiguiente, tiene las características de un Sistema de Acción; es decir, una pluralidad de elementos interdependientes, en interacción, vinculados por reglas lógicas, que reacciona como un todo ante el exterior y que no se reduce a la suma de esos elementos. Sus partes, las conductas y las reglas que las orientan mantienen una coherencia esencial tanto hacia el exterior, para cumplir sus finalidades, como hacia el interior, buscando estabilidad y equilibrio entre sí. Es una estrategia, un plan estructurado, durable y dinámico para actuar. Esto no significa que todo funcione adecuadamente en ese sistema o que todos los elementos contribuyan eficazmente a la acción del conjunto. Hay efectos no deseados, imprevistos, disfunciones, etc., pero el actor busca permanentemente totalizar; es decir, integrar y consolidar las partes de su acción como un conjunto eficaz. Esa es la función de homeostasis o equilibrio dinámico de la conciencia individual o la propiedad de autorregulación de los sistemas. En este trabajo seleccionaremos algunas de las reglas políticas o normas con las que Pizarro actuó permanentemente y que son las partes de su Sistema de Acción Política. ¿Fue plenamente consciente de la totalidad y la integración de este? Seguramente fue consciente de cada elemento o regla de acción, mas no sabemos si lo fue del conjunto. Pero lo cierto es que aplicándolo tuvo un éxito rotundo, aunque también lo obtuvo por la incapacidad de los otros actores en juego. Anotemos desde ahora que, en la medida en que un actor político sea consciente del sistema de conexión de todas sus reglas de acción, su desempeño se hará más eficaz. De hecho, Pizarro fue el único gran estratega en el grupo español, en el cual solo existieron algunos tácticos. En el campo indígena sobresalen Chalcuchímac como político y Rumiñahui como estratega, aunque su propuesta de guerra no fuera aceptada por Atahualpa. Este, una vez prisionero, intentó desplegar una estrategia inteligente pero tardía y en inferioridad de condiciones. Sus otros capitanes fueron esencialmente tácticos. Y la diferencia es sustantiva, pues como señaló Cari Von Clausewitz («De la guerra». T. 1 -3), la táctica usa el movimiento militar en las batallas, pero la estrategia usa las batallas para la guerra integral, y el fin de esta no es la mera eliminación del 16


Alan García Perez adversario sino el forzar al enemigo a cumplir la voluntad del estratega. Porque Pizarro buscaba construir un reino material, un sistema territorial y social organizado, un sistema material con un espacio geográfico (Estado) en el que le correspondiera el rol de definir los fines colectivos (Política) y donde tuviera el poder de obligar a los otros a cumplir tareas para esos fines (Autoridad). Y para lograrlo utilizó un Sistema de Acción Política coherente. En este libro pretendemos estudiar la dimensión psicológica y estratégica de la política y ordenar las reglas, conductas, cálculos y motivaciones que Pizarro utilizó, conscientemente o no, para crear su reino o sistema material. Y veremos cómo el sistema de reglas que guió las acciones de Pizarro cumplió hacia los demás actores y hacia sí mismo las funciones que todo Sistema de Acción Social debe tener, según Talcott Parsons. Esas funciones son: la Adaptación respecto al exterior, la precisión de los Fines, la Integración de sus partes y la Motivación a través de valores y justificaciones. Además el Sistema de Acción Política de Pizarro también ejerció las funciones que han estudiado Gabriel Almond y Bingham Powell en su texto «Comparative Politics»: la regulación, la extracción de recursos para su funcionamiento, la distribución de bienes y honores, la expresión y suma de intereses, la elaboración de reglas, la aplicación de estas y además, el reclutamiento político. Todos estos conceptos que provienen de autores como Berthalanffy, Parsons, Almond, Easton, etcétera, permiten ordenar y pensar de manera adecuada los datos y reglas que, de manera aislada, serían incomprensibles o inútiles para analizar de manera integral la conducta política del actor. Esos conceptos son parte fundamental de la ciencia política y son, además, su conexión con la psicología social y con la historia. Por ejemplo, para superar el empirismo de los hechos aislados y demostrar la interacción de las reglas y conductas de Pizarro, podemos ordenarlas de acuerdo al modelo propuesto por Talcott Parsons en su célebre texto «La estructura de la acción social». Para Parsons, la acción humana presenta las características de un sistema porque organiza las relaciones de interacción entre el actor y su situación. Pero añade que un sistema para existir y mantenerse debe cumplir,

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Pizarro, el Rey de la Baraja por lo menos, cuatro funciones elementales. Primero, adaptarse al medio exterior y buscar recursos en él para la acción; segundo, buscar y definir los objetivos de la acción; tercero, mantener la integración y la coherencia de sus elementos y, finalmente, motivar la conciencia de cada actor con los valores y fines que impulsan el sistema. Parsons presenta esas funciones ordenándolas en una tabla, según si se trata de medios o fines o si son relaciones hacia el exterior o hacia los elementos internos, y lo hace de la siguiente manera:

Medios

Fines

Relación con el exterior

ADAPTACIÓN

BÚSQUEDA DE FINES

Relación con elementos internos

MOTIVACIÓN

INTEGRACIÓN

Utilizando este esquema podemos ordenar las reglas de acción política que siguió Pizarro y que estudiamos en los quince capítulos del texto, pero agrupándolas dentro de cada una de las cuatro funciones. Por ejemplo, forman parte de la función de Adaptación: la constancia (Capítulo I), la legitimidad (Capítulo III), promover la confusión del adversario (Capítulo VIII), guardar elementos de negociación (Capítulo XII), la evasión de responsabilidades (Capítulo XV). Forman parte de la función de Búsqueda de fines: tener objetivos claros para sí (Capítulo II), el estudio sistemático de la realidad física y psicológica (Capítulo VII-IX) y la construcción de una legitimidad autónoma (Capítulo V). Pertenecen a la función de Integración el personalizar la legitimidad (Capítulo IV), impedir la unión de los otros (Capítulo XI). Y finalmente en el campo de la Motivación se sitúan: la regla de decidir y ejecutar los hechos fundamentales (Capítulo VI), y el mostrar paciencia (Capítulo XIII), etcétera. Hacer esto nos permite ordenar y sistematizar las reglas de acción y, a través de estas, comprender los hechos y las intenciones de

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Alan García Perez Pizarro. De esta manera puede tenerse una imagen clara y objetiva del sistema de interacción entre los hechos y las reglas. De lo contrario el análisis se mantendría en un nivel empírico de recolección de hechos aislados, recogidos por su secuencia temporal pero sin entenderlos por la función que cumplieron, ni por su interacción ni por el propósito que Pizarro les atribuyó. Pero el estudio de los sistemas permite incorporar otras ideas. Ludwig Von Bertalanffy, en su «Teoría general de los sistemas» introdujo un concepto muy importante, el isomorfismo, es decir, la propiedad de varios sistemas de presentar formas idénticas o comparables. Ese análisis abstracto permite comprender que una célula biológica, entendida como un sistema de partes organizadas, cumple, por ejemplo, las mismas funciones sistémicas que una sociedad política. Por eso hemos distinguido antes que de un lado está el Sistema material geográfico y humano que Pizarro quería crear en su gobernación y de otro lado está el Sistema psicológico de acción, como conjunto de reglas, decisiones o mensajes que explican su conducta. Son dos sistemas paralelos. ¿Logró Pizarro una exacta correspondencia entre ambos sistemas, entre sus proyectos y su realización? En gran parte sí, y creemos que ello fue producto de su extraordinaria capacidad política. Pero ¿donde aprendió a organizar adecuadamente su forma de acción?

Sistema de acción política y sistema de reglas de la baraja española Sobre este tema creemos útil señalar, aunque a primera vista pueda parecer una mera abstracción, que existe también un isomorfismo, una estructura comparable entre el sistema de acción lúdica, es decir, las reglas del juego o entretenimiento practicado por Pizarro y las reglas de su acción política. Ambos son sistemas, conjuntos de normas y elementos. Ahora bien, el juego es una praxis o trabajo que, en apariencia no es productivo materialmente, pero que es instructivo, ejercita y enseña a formalizar el análisis. Y es posible que Pizarro, que fue analfabeto y sin ninguna cultura según los testimonios. tuviera en la baraja española, el tresillo y en juegos anteriores

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Pizarro, el Rey de la Baraja de los que fue gran practicante, unos instrumentos de aprendizaje del cálculo estratégico que después aplicó, consciente o inconscientemente, en su práctica política. Pizarro no fue un ajedrecista tal cual lo fue Napoleón. Los cronistas mencionan a otros conquistadores, como De Soto, que sí lo fueron y que, inclusive, habrían enseñado las reglas del ajedrez a Atahualpa durante la prisión. Pero Pizarro dedicaba, según los testigos, muchas horas al juego de naipes. Este, que es una suma de azar y cálculo, enseña más sobre la decisión y la audacia que sobre las posiciones en las que adiestra el ajedrez. Las cartas señalan una jerarquía de oros, copas, espadas y bastos; es decir, legitimidad real, religión, fuerza y pueblo. Y además, el azar en la distribución inicial de las cartas coincide con el providencialismo; es decir, con el designio incomprensible de Dios como explicación de la historia, que era lo aceptado por los actores en el momento de la conquista. Adicionalmente, sus reglas y posibilidades son protorreglas políticas, por ejemplo el «penetro» del cuarto jugador que no juega en el origen pero puede intervenir posteriormente, la «voltereta» del que «entra» y decide tomar la primera carta del mazo y de esta manera determina cuál es el nuevo palo al que se jugará. También la estrategia del que se reserva, deja jugar al «contrahombre» y adopta el rol del «mingo» o tercero para saltarse el orden; o el «dar codillo» al jugador inicial mostrando las «cinco bazas», el «jugar más» forzando la apuesta, el canje de los naipes, etcétera. Todas estas reglas ejercidas cotidianamente sobre la mesa de juego, ¿acaso condicionaron isomórfícamente el sistema de acción política del conquistador? Es muy probable. Pero en la acción política de Pizarro distinguiremos su sistemático trueque de personas y objetivos, acumulando siempre mayor valor, su afición a ocultar el juego de sus fines presentándolos confusamente, como en una «voltereta». Además su regla de participar él mismo en los hechos fundamentales para sustentar su legitimidad «partiendo siempre la baraja» o en el actuar como el cuarto, que de ser un mero distribuidor de cartas pasa a ser el nuevo jugador en el «penetro». Algo similar a esto hizo cuando, negociando con Almagro, Luque y la Corona terminó alzándose con la mesa de las Capitulaciones de Toledo y la ganancia. Estudiando las reglas del tresillo el lector verá cómo, cuando Pedro 20


Alan García Perez de Alvarado llegó sorpresivamente al Perú dispuesto a dejar sin reino a Pizarro, este, que debió hacer el rol de «contrahombre» respondiendo al juego, envió a Almagro y se reservó la respuesta, cumpliendo el papel del «mingo» o tercero en jugar, con lo que finalmente ganó las naves y los soldados de Alvarado. Y como esos hay muchos y sugestivos ejemplos adicionales. En todo caso, Pizarro, que no fue un estudiante de Salamanca como Cortés, ni un latinista como Sarmiento de Gamboa ni un docto en contabilidad como el tesorero Riquelme, tal vez obtuvo de su larga experiencia y de su afición a la baraja española mucho de su paciencia, constancia, astucia, cálculo político y decisión, características todas que, articuladas en un sistema de acción política, le permitieron alcanzar, contra todo pronóstico, los objetivos que logró. En este trabajo buscamos formalizar esas reglas del juego político. Ciertamente este es un análisis complicado porque para Pizarro cada uno de los otros actores podía ser un naipe, una mano o un contrincante, o todo ello a la vez. Así pues, intentamos identificar las reglas de acción política con las que Pizarro acometió sus objetivos y presentarlas sistemáticamente. Por eso este libro no es una novela ni una biografía. En estas, normalmente, los hechos se presentan en orden histórico para que el lector saque las conclusiones él mismo. Aquí, por el contrario, agrupamos los hechos en tomo a cada una de las reglas de acción y de esa manera mostramos explícitamente su finalidad dentro de la estrategia integral. Por tal razón el lector encontrará una cierta repetición de episodios y conceptos en los diferentes capítulos y pedimos por ello anticipada disculpa. Esoobedece a que cada uno de los hechos cumple un propósito o una función en una o en varias de las reglas de la estrategia pizarrista. Cada acción o hecho es polivalente, sirve para la adaptación al medio y al mismo tiempo puede servir para cualquiera otra función, sea esta la integración o la motivación. Por eso, un mismo hecho se explicará en varios capítulos, pero para un fin distinto; por ejemplo, la liberación de los yanaconas, que sirvió para crear una nueva ciudadanía en el Capitulo V y como medida que aumentó las contradicciones andinas en el Capítulo VIII. También la figura de Almagro al que se presentan proposiciones

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Pizarro, el Rey de la Baraja contradictorias (Capítulo II) y luego, en el estudio psicológico que de él hizo Pizarro (Capítulo IX); además a Huáscar, cuya vida fue un elemento de negociación (Capítulo XII) y en las imágenes confusas que recibió (Capítulo II); a Maisa Huilca, cuyos hechos se estudian al tratar la soberbia de Atahualpa (Capítulo IX) pero también al estudiar la paciencia de Pizarro (Capítulo XIII). Una advertencia final. No soy pizarrista. Diré que estoy lejos de serlo, pues no olvido que la conquista fue un proceso brutal ni creo que el fin justifique los medios. Aquí me limito a estudiar si el actor tuvo o no la capacidad para organizar sus acciones y alcanzar sus objetivos. Y la tuvo porque no fue el analfabeto y bárbaro elemental, ávido de riqueza, que describe su leyenda negra, como sí lo fueron muchos de sus acompañantes. Tampoco soy antipizarrista, porque ubico al personaje en su tiempo y en su mundo psicológico. Como advertía el filosofo Baruch Spinoza, el propósito es: «No reír, no llorar, sino comprender». Evidentemente, cinco siglos después la política exige mayor transparencia moral y democracia, pero no podemos medir a Pizarro con esos criterios actuales y menos aun en medio de su acción militar, juzgando desde ellos ahora sus técnicas para alcanzar y mantener el poder. Y no perdamos de vista que, aun hoy, cinco siglos después, los gobernantes, inclusive con propósitos loables como el desarrollo y la justicia, agitan pasiones, ocultan las malas noticias, emiten imágenes calculadas, dosifican la oportunidad, unen sus fuerzas y dividen a los adversarios. Peor todavía, otros gobernantes pasan la línea del exceso o del crimen y usan las imágenes para destruir a los adversarios, maniobran sicosocialmente o, más burdamente, abusan del poder para exterminar física o jurídicamente a los rivales. A veces lo logran, pero solo por un tiempo, pues como demuestra la experiencia de Pizarro, casi todo puede hacerse con la política y sus buenas o malas artes, pero no el durar para siempre.


Alan García Perez

INTRODUCCIÓN

CONCEPTOS GENERALES


Alan García Perez Autonomía y primacía de la política Un objetivo de este libro es comprobar el alto nivel de autonomía de «la política» y su importancia en los acontecimientos humanos, y hacerlo con el estudio de las ideas, los proyectos y las decisiones de Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Seguimos la línea teórica que en los últimos decenios ha ido afirmando, cada vez con más fuerza, la idea de que la acción política como instinto de poder, voluntad de dirección o conflicto de grupos y élites, es independiente de los factores económicos, religiosos o tecnológicos. Y es que, a lo largo de la historia de la filosofía y de la sociología se buscó explicar los hechos políticos y los procesos sociales desde un punto de vista providencial, como ejecución de la voluntad y de los propósitos divinos. Era la tesis de San Agustín y con ella se interpretó la conquista por varios cronistas, como Sarmiento de Gamboa y Garcilaso de la Vega. Después cobró enorme importancia la explicación economicista de que la acumulación de la riqueza económica o de la propiedad de los medios de producción es lo que determina y explica el porqué de las decisiones políticas. Tal fue el aporte del marxismo. Pero esa tesis reductiva dejaba de lado factores básicos como la dimensión psicológica, el afán por el prestigio y el instinto por la dirección social, así como la habilidad desplegada por el actor para tales objetivos. Por ello, en los últimos años, la acción política y la ciencia del poder han comenzado a ganar independencia respecto a otros factores y ya no son definidas como un efecto necesario, un epifenómeno o, como peyorativamente se la llamó, una «superestructura» de la economía. La acción política como competencia, distribución y ejercicio del poder para dirigir las sociedades y decidir en su nombre logrando la obediencia del conjunto social, ha ido cobrando cada vez mayor autonomía. Esa es la tesis central de este libro. La tecnología militar, la riqueza europea y el conocimiento con valor económico eran importantes en el siglo XVI, pero hubiera sido imposible cumplir la conquista solo con ellas o lo hubiera sido con un mayor costo humano y en un plazo mucho más largo. La toma del Perú fue posible por la capacidad política de Pizarro, su acertada e inmediata identificación del poder existente en los grupos y personas, su capacidad para interpretar, planificar y anticipar sistemáticamente los 7*


Pizarro, el Rey de la Baraja hechos y además, por su astucia; valores políticos de tanto poder en la historia como la acumulación de recursos económicos y medios productivos o como el avance tecnológico. El lector responderá que sin los caballos, la pólvora y el hierro, Pizarro no habría logrado su objetivo. Es posible, pero tal cual demuestran otros fracasados esfuerzos de conquista, como los de Pascual de Andagoya o Alonso de Ojeda, todos esos factores no fueron suficientes sin un verdadero hombre político actuando en la escena. En todo caso, eso también comprueba que la economía, la tecnología y la capacidad política son valores equivalentes e independientes y que ninguno es un simple reflejo de los otros. Fue la extraordinaria capacidad de Pizarro para constituir una élite y dentro de ella un «núcleo duro»; su habilidad para mantener confundido al adversario y para desplazar simbólica y psicológicamente sus responsabilidades sobre el oponente lo que le dio inmensa ventaja. Un lector economicista o marxista dirá que la elite de la propiedad y de la riqueza es siempre la dueña de las decisiones, pero eso solo será cierto si no existe en la escena un político profesional como Pizarro, Lenin o muchos otros en la historia y si otros factores como la cultura y la religión no tienen más fuerza que la economía en la situación concreta. Ahora bien, es cierto que en las decisiones políticas existe siempre una gran tensión entre dos elementos: de un lado la toma de las decisiones o el dirigir los objetivos de la sociedad, que es la labor de un grupo o excepcionalmente de una persona y, del otro lado, la capacidad de presión y movilización que pertenece a todos, pues como Talcott Parsons señaló, el poder, como el dinero, es un medio circulante del que participan todos en mucha, mediana o pequeña cantidad. Así, la tensión entre quien dirige y la voluntad generalizada de quienes tienen una cuota mayor o menor del poder es un tema fundamental de la ciencia de la política. Pizarro administró mejor que Atahualpa y que otros jefes indígenas o españoles esa tensión gracias a las alianzas que logró o a la desunión que multiplicó, y de allí su rápido triunfo. Pero continuemos por ahora reivindicando el rol creador de la política por sí misma. Doscientos años antes de Cristo un rehén aqueo, prisionero en Roma, estudió y describió la autonomía de la política y de las instituciones políticas para generar movimientos

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Alan García Perez sociales independientemente de las condiciones económicas. Fue Polibio quien, en los textos de su «Historia general», explicó cómo cada una de las instituciones políticas tiene, por su propia organización o estructura, un proceso de vida y de autodestrucción que obliga a su desaparición y a su sustitución por una institución distinta en una sucesión circular indetenible. Polibio explicó que, a la figura de un «rey filantrópico» que toma decisiones generosas y acertadas en nombre de toda la sociedad, sucede inevitablemente la imagen o presencia del «tirano», como poder individual rodeado de intereses familiares y grupales que pervierte la figura del reinado. Ante esta situación, un grupo esclarecido, selecto, a veces religioso, tal vez militar, político o intelectual, asume la responsabilidad de derrocar al tirano constituyéndose como una «aristocracia iluminada» que gobierna en beneficio a todos. Pero el destino de esta institución es convertirse en, o aparecer ante la sociedad como una oligarquía de intereses particulares, sectoriales, lo que lleva, en consecuencia, a una insurrección general de protesta, tras la cual nace la «república democrática», que pretende ser expresión y decisión de todos en beneficio del conjunto social. Sin embargo, esta institución por su pluralidad culmina en la anarquía, en la llamada «oclocracia» o gobierno de la plebe y del desorden. En esta circunstancia una nueva personalidad decidida e iluminada asume nuevamente el rol del monarca generoso y ordenador. Después de esto, el ciclo recomienza. Según Polibio, esta sucesión de instituciones explica muchos de los hechos y problemas políticos, independientemente de la propiedad de las tierras o de la acumulación de la riqueza bancaria de las ciudades griegas y sociedades antiguas que él estudió. Y sus estudios históricos comprueban que la política en sí misma, como inteligencia y capacidad de creación de espacios de poder o como la perversión de las instituciones por su propia estructura, es independiente de la economía y de los designios divinos. Continuando esa perspectiva, Wilfredo Pareto, en su célebre ensayo «Rise and fall of the elites» de 1901, formuló en el siglo XX su novedosa teoría de las élites. Según Pareto, como las decisiones y la dirección no pueden tomarlas ni ejercerlas todos al mismo tiempo, deben ser algunos, unos pocos, los que asuman ese papel, constituyendo una élite que dirige la sociedad hasta ser desplazada por

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Pizai a, el Rey de la Baraja otra que va constituyendo su homogeneidad, coa !o que se cumple su teoría de la circulación de las élites. La historia política resulta así un cementerio de IX* cnerdo con Pareto, las élites noson necesariamente econónu.as o de cumulación de medios productivos, como el marxismo afirmó en el siglo XIX, sino que puede tratarse también de élites religiosas, de élites intelectuales, de élites militares o de fuerza, que asumen la dirección de la sociedad para verse a su tumo desplazadas por otras nuevas. Según el autor, la política tiene como motor esencial el conflicto de las élites. El lector economicista puede responder que la carestía, el desempleo, la necesidad de acumular o redistribuir es el tema fundamental. En algunos casos lo es. Pero aquí el tema es comprender por qué un grupo o una persona determinados toman la decisión y por qué son ellos y no otros los que por el momento actúan en nombre de todos. Ese es el análisis político. Y no tiene como una respuesta fácil la que el marxismo vulgar ofrece. Antonio Gramsci, el mayor intelectual marxista en la Italia de entreguerras, se preguntaba en la cárcel por qué el cambio político al socialismo no se producía allí si las condiciones económicas, según él, ya estaban dadas. Y debió concluir admitiendo que ello era producto de que la élite había capturado la cultura, el mundo de la formación y trasmisión de las ideas «orgánicas» dentro del Bloque Histórico; en otras palabras, aceptó que el dominio del pensamiento, de las iniciativas, de la persuasión, es decir, la política, era tan o más importante que la acumulación de la riqueza y de la producción. Eso ya lo había demostrado Lenin decenios antes, sin aceptarlo conceptualmente, al adueñarse del poder en Rusia con un pequeño equipo político profesional, proporcionalmente mucho más pequeño que el de Pizarro en el Tawantinsuyo. Así, quienes creen, en el caso del conquistador, que la fuerza militar fue lo fundamental, reducen la historia a un análisis muy simple y previo a las inteligencias de Polibio, Pareto o Gramsci. Ni la realidad ni la historia tienen respuestas tan simples. Finalmente y entre otros autores, mencionemos a Robert Dahl, quien desarrollando las ideas de Parsons formuló su tesis de la «poliarquía», según la cual es verdad que el poder está distribuido desigualmente, pero de tal forma que todos participan de él. En su célebre texto «¿Quién gobierna?», que estudia las decisiones admi 28


Alan García Perez nistrativas y políticas en Durham, New Hampshire, Dahl llegó a la conclusión de que las decisiones nacen por la coincidencia de la opinión y por la presión de muchos y en algunas ocasiones de casi todos. No hay una sola élite; el poder es un continuo del que todos tienen algo, unos muchísimo, otros menos, tal como ocurre con la posesión del dinero. Pero sumados los muchos pueden equilibrar o superar a quienes aparecen como todopoderosos. Pizarro lo comprendió, como veremos, estudiando los cientos de curacazgos recientemente conquistados por la etnia inca frente a los que el poder de la élite cusqueña mantenía un enorme espacio; comprendió que sin ayuda de la rueda y de la conducción animal, este poder era precario y mucho más si tal etnia estaba dividida por conflictos. Parte de su juego político fue impedir la unión de algunos o de casi todos esos componentes. Los cuatro autores mencionados han rescatado la autonomía de la política respecto a la economía y la riqueza, pero también respecto a la tecnología y al providencialismo divino con los que se explicó, por mucho tiempo, el movimiento de las instituciones y de las decisiones políticas. Y a ellos podríamos agregar a los propios autores economicistas o marxistas como el mismo Engels, que al explicar, por ejemplo, el fenómeno del bonapartismo o tipo de Estado que se pone por encima de las clases sociales, caen en el círculo vicioso y la confusión. Es, pues, en esta línea de análisis, que estudiaremos la estructura política del pensamiento de Pizarro, la cual le permitió, con habilidad y facilidad sin precedentes, la conquista de un inmenso territorio, el mayor de todos los conocidos. Y para ello utilizaremos también algunos de los análisis formulados por Maquiavelo. Nicolás Maquiavelo (1460-1527) escribió, a inicios del siglo XVI, «El Príncipe», que en síntesis es un estudio de los métodos, los objetivos y las leyes de la Ciencia del Poder, que el florentino definió como la técnica de adquirir, conservar y ejercer el poder. Estudió las leyes de esa ciencia, separándolas de la voluntad divina o de la perspectiva moral y limitándose, según afirmó, a estudiar la veritá effettuale de la cosa, es decir, el análisis objetivo de las acciones que permiten acrecentar y ejercer el poder sobre las sociedades. I’cro Maquiavelo, al formular estas ideas, lo hizo tras estudiar la

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Pizs ro, el Rey de la Baraja geografía y el tiempo político italianos, que parecían reproducir la dispersión de las ciudades estado griegas y sus conflictos en los siglos previos a la er? cristiana. Fue esa circunstancia la que le permitió, mejor que otras e perienci t >, analizar los movimientos, las competencias y las acciones que conducen al poder, sin convertirse en juez moral de esas acciones y limitándose a considerar su efectividad. Al comenzar el siglo XVI, Italia tenía cinco estados; además tres potencias europeas participaban de sus decisiones y existían también numerosas ciudades independientes las unas de las otras. En pocos años se habían sucedido cuatro papas: Alejandro, Sexto, Pío, Julio, Segundo y León, todo lo cual significó un mundo de confusión, intriga y desorden. Era el reino de la iniciativa política. Para disciplinar tal confusión, Maquiavelo propuso la construcción de un Estado único, una monarquía que subordinara a las oligarquías, a los caudillos y a las ciudades con el propósito de lograr mayor orden social y disminuir así las guerras y la destrucción. Esa fue su motivación «altruista». Entonces, lo que parece un conjunto de consejos despiadados y fríos, llamados después «maquiavélicos», tuvo como objetivo central construir un Estado Italiano, como ya había ocurrido en esos años en Francia, con Francisco I, o como también ocurrió con la unidad de Castilla y de Aragón y la del Imperio Español-Alemán, dirigido por Carlos I de Alemania o Carlos V de España. Pero ese proceso demoraría todavía cuatro siglos en Italia. Maquiavelo propuso la unión política, como lo hizo en Grecia Filipo II, padre de Alejandro el Magno, permitiendo con esa unificación la expansión posterior del helenismo hacia el Asia Menor, Persia y la India. En 1513, el posible año de redacción de «El Príncipe», Francisco Pizarro cumplía ya nueve años en el Nuevo Mundo, primero en La Española (República Dominicana) y luego en Panamá, donde participó en el descubrimiento del Océano Pacífico como lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa.

El big bang ideológico del siglo XVI en la conquista Ciertamente Pizarro, que fue analfabeto, no pudo leer a Maquiavelo, pero actuó como si lo hubiera hecho gracias a sus condiciones psicológicas, su conocimiento de los seres humanos y su

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Alan García Perez razonamiento político, tal como lo comprobaremos al estudiar las quince reglas orientadoras de su acción. Pero hay algo más que no debemos olvidar. Cada uno de los españoles descubridores y conquistadores, codiciosos y racistas o, en otros casos, fanáticamente religiosos e impregnados de ambición histórica, representaban, sin saberlo, uno de los momentos más importantes y estelares de la historia humana. Cada uno de ellos expresaba el big bang social y psicológico del Renacimiento. No solo fue el afán por el oro y la ambición de dominio social. Fue mucho más. Que Pizarro era analfabeto es verdad, pero más del ochenta por ciento de la población europea también lo era, por la simple razón de que la imprenta de Gutemberg solo había comenzado su trabajo diez años antes del nacimiento de Pizarro. Sin embargo, el mundo consciente e intuitivo de una sociedad o el de un personaje no puede reducirse a la grafía. Eso es tan absurdo como afirmar que antes de la escritura no existían ni la filosofía ni la creación poética. Además, la cultura de la época era grupal, aldeana y con uno que en la hueste supiera leer sería suficiente y a ese escucharían los demás en tomo al fuego, en un campamento militar. Así, el libro y las informaciones leídos por el alfabetizado eran intermediados oralmente para los demás. Un actor social cumple un papel y expresa un significado mucho mayor que el de sus propósitos conscientes. De la misma manera, reducir la acción colectiva de la conquista a la codicia o a la ambición de cada actor es condenar el análisis histórico y social al individualismo «evennementiel» más empírico. He llamado big bang a la explosión inicial del Renacimiento que dio voluntad y sentido a cada actor y prestó un significado a sus acciones gracias a múltiples contenidos: a)

b)

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Copémico y Galileo habían revolucionado la ciencia y la posición del hombre y la del propio Dios demostrando el giro de la tierra alrededor del sol; Desde 1470 la aparición de la imprenta había democratizado la cultura y las ideas, incluida la Biblia, abriendo paso a la libre interpretación y lanzando la idea básica de la libertad y de la individualidad; El Estado Nacional integraba la dispersión de los feudos, surgiendo como nuevo actor histórico, y en España la unificación política se dio tras la reconquista de los territorios árabes con la caída del

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Fizan*©, el Rey de la Baraja d)

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Reino de Granada en 1492; Con ello, el viejo espíritu de las Cruzadas y el afán de recuperación de los Santos Lugares como e1 propósito de lucha contra los infieles se fortalecieron ctra vez; La Reforma de Lutero inició desde 1517 el debate religioso en Europa, aunque fuera después violentamente reprimida en España; El avance de las artes, la medicina, la mecánica, del estudio del cuerpo humano y del conocimiento de la historia y la geografía constituyeron un arma psicológica fundamental para los aventureros ante pueblos ajenos a todo ese avance; El triunfo de Carlos V sobre Francisco I de Francia, en Pavía en 1524, había devuelto el aura de invencibilidad a los españoles, y Aunque ingresando al Renacimiento, los libros de caballerías que enloquecieron al Quijote eran los más difundidos, entre ellos y como principal, el Amadís de Gaula (Irving Albert Leonard. «Los libros del Conquistador». 1953). Pero la introducción de este y otros en América fue prohibida por la Corona desde 1500 para evitar el conflicto y el ánimo de aventura.

Todo esto formaba la «personalidad básica» del conquistador promedio, usando el concepto de Abraham Kardiner. Por tanto, el conocimiento no estaba ya determinado y cerrado como en los siglos anteriores, tampoco lo estaban la riqueza y el poder. Siempre estarían «más allá». Era la mentalidad de la causa y el efecto, la actitud de la explicación natural y la investigación, y ante los problemas, de la pregunta «qué hacer», que encontró en el mundo indígena otra distinta, que Zvetan Todorov ha sintetizado en «cómo saber», interrogante que busca descifrar los signos sobrenaturales y aquello que está predeterminado. Con ese impulso, el big bang, la conquista fue en gran parte un escenario mitológico y quijotesco para los propios actores. Tal vez por eso Cervantes, que publicó «El Quijote» ochenta años después, pidió por dos veces a la Corona algún humilde empleoen el Perú. Como el Renacimiento, la conquista fue una irrupción de individualidades con inmensa vitalidad. No se comprende de otra manera la presencia de personajes como Pedro de Al-varado, que preparó tras su presencia en el Perú una expedición para conquistar China, ni la de Sarmiento de Gamboa, que propuso construir ciudades y cadenas para bloquear a los ingleses y franceses el Estrecho


Alan García Perez de Magallanes y terminó conferenciando en persona y en latín con Isabel de Inglaterra, o a De Soto, que marchó a La Florida y más allá, hasta descubrir el río Mississippi; o al casi desconocido portugués Aleixo García, que en 1524, con dos mil indios guaraníes, llegó por el sur y antes que nadie al Tawantinsuyo, a través de la actual Bolivia. Esta recapitulación es importante, pues en el estudio sobre Pizarro existen dos tendencias: la de los pizarristas teóricos, como Porras Barrenechea o Del Busto, y la de los furiosos antipizarristas, que atacan moralmente la crueldad y los fundamentos de la conquista. Pero esa discusión solo reproduce las ya entabladas en muchos casos y sobre otros personajes. Ocurrió así en el ejemplo extremo de Hitler, cuyo más importante biógrafo, Alan Bullock («Hitler, A study in tiranny»), lo definió en su primera versión como un aventurero sin principios, impulsado solo por su afán totalitario de poder, abusando de la exageración para movilizar los instintos y pasiones. Pero a él respondió otro inglés, por tanto insospechable de simpatía por Hitler, Hugh Trevor-Roper («Hitler’s table talks» y «Hitler’s place in history») explicando que Hitler sí tuvo objetivos ideológicos y convicciones y que sus acciones expresaban esas creencias y lo expuesto en «Mein Kampf». Esta última es la perspectiva más acertada, porque no existe en la sociedad un deseo de poder o dominio desnudo de inspiración ideológica o creencia, sea esta equivocada o no. El actor político tiene siempre una convicción y normalmente esta va más allá de su propia personalidad. Se pretende altruista, portador de un mensaje general y puede serlo en el sentido racional, sintiéndose promotor de las condiciones económicas y la reivindicación del pueblo por la redistribución económica o tal vez el mensajero de la superioridad espiritual y racial. Pero el actor político afirmará siempre ante sí mismo su rol y su convicción, promoviendo con su propia fe la aceptación posterior o el respaldo social que solo son posibles cuando el emisor o líder está, a su tumo, convencido. En el caso de los conquistadores la labor «expansiva», «misionera» o «civilizadora» fue parte de su fuerza. Y Pizarro lo expresó y sintetizó con capacidad política.

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Pizarro, el Rey de la Baraja Por todas estas razones, a comienzos del siglo XVI, los descubridores y conquistadores comprendían que la acción sobre la realidad no es solo la mera aplicación de normas tradicionales o de la aparente voluntad divina. Se sentían creadores. Por tanto, para ellos, la decisión política, como ciencia o como técnica del poder pasó a cobrar un importantísimo papel.

¿Por qué la política fue el arma fundamental? El objeto de este libro es demostrar que el hecho asombroso por el que 168 hombres pudieron superponerse a la etnia cusqueña, integrada por cien mil personas que, a su tumo, dominaba a ocho o diez millones de habitantes en el actual Perú, no puede explicarse solamente por factores tecnológicos, como la pólvora o el hierro que los indígenas no conocieron ni utilizaron como metal. No puede tampoco explicarse por el uso de los caballos o por la escritura que permite una comunicación compleja, ni por el conocimiento histórico del mundo que los europeos trajeron además de sus descubrimientos científicos, astronómicos y anatómicos. Por otra parte, el limitado alcance y escasa precisión del primitivo arcabuz, anterior al mosquete que solo llegaría al Perú en 1548, al final de la guerra civil, descarta que tuviera una decisiva influencia, salvo por el gran estruendo, explosión o illapa inicial. Todos esos factores fueron importantes, pero esencialmente mecánicos. En ningún caso explican por qué 106 soldados de infantería y 62 de caballería, llegados en tres carabelas en diciembre de 1530, pudieran abrirse camino tan fácilmente en un inmenso territorio, totalmente desconocido, y que, después de unos meses y apenas en una hora, resultaran la élite dominante total. Sin la inspiración y el planeamiento político las fuerzas mecánicas son inertes. Recordemos que solo en la zona norte, recorrida por Pizarro desde enero de 1531 hasta el 16 de noviembre de 1532, vivían más de un millón de varones adultos en capacidad de portar armas, y que a lo largo de las quince jomadas de camino hasta el Cusco, podía vivir otro millón de adultos capaz de participar activamente en la lucha contra los españoles. Cuando Atahualpa, según los cronistas, informó a Pizarro sobre la ubicación del Cusco y de Pachacamac, le señaló que unos chasquis o mensajeros de relevo podían llegar en


Alan García Perez cinco días desde Cajamarca hasta el Cusco y que si fuera el mismo grupo o la misma persona los que hicieran ese camino, les bastarían quince jomadas. Técnicamente esto significa que én quince días apenas los pobladores del valle del Cusco y del sur hubieran podido marchar sobre Cajamarca. La pregunta sigue entonces vigente: ¿Qué permitió a Pizarro el dominio total del territorio y en tan poco tiem- ✓ po? El caballo como instrumento de guerra, y como animal desconocido y asombroso fue muy importante, Chocano dixit, pero aquí pudo ser contrarrestado en las zonas de la cordillera, en las que, por no existir llanuras, no era posible desplegar su enorme fuerza de tanque militar de la época. El cronista Alonso Enríquez de Guzmán dice en su «Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán»: «Tienen gran temor a los caballos pero tienen una gran defensa en la sierra», en la que «las galgas o «derrumbes provocados» impiden su acción. Y eso fue comprobado por las tropas de Titu Yupanqui, que, cuatro años más tarde, exterminaron mediante las galgas, en los pasos de la cordillera, cuatro expediciones enviadas desde Lima con más de doscientos cincuenta españoles, en ocasión del sitio del Cusco. En las montañas, cabe agregar, la eficacia de la pólvora y del cañón también se ve disminuida. Y como menciona el mismo Enríquez, la honda «es poco menos que un arcabuz», siendo «capaz de partir una espada a treinta pasos de distancia». Francisco López de Gomara explica además que «Rumiñahui hacia huecos en la tierra contra los caballos» y Pedro Pizarro describe cómo los canales del río Patacancha, afluente del Yucay en el Cusco, fueron abiertos para inundar el campo y hacer imposible el movimiento de los caballos durante el asedio de Ollantaytambo en 1536. Entonces, si la sierra, la sorpresa y las piedras tenían tal eficacia, ¿Cómo ascendió la cordillera sin contratiempos el grupo de Pizarro? Lo hizo, como veremos, gracias a las informaciones o «publicidad» que emitía Pizarro hacia Atahualpa y también a la ayuda de los grupos indígenas aliados, que le impidieron caer en tales emboscadas. Después de la acción decisiva de Cajamarca fue más simple el avance de Pizarro sobre todo el territorio del actual Perú, pues había tomado lo que Karl Deutch denomina «los nervios del Poder» o lo que en su «Técnica de! golpe de estado» Curzio Malaparte destace


Pizarro, el Rey de la Baraja ca como el aporte de Trotsky: había capturado los medios de comunicación (trenes, telégrafos, radios) y el comando central, que en este caso eran la persona física de Atahualpa, como el origen y meta de toda las decisiones e información. En toda organización milenarista y vertical, la captura del jefe paraliza y descompone lo que parecía muy organizado. Pizarro fue consciente de ello, entre otras cosas, y esaes la respuesta a la pregunta. Y el arma principal fue su enorme habilidad política, muy superior en nuestro concepto a la que Hernán Cortés desplegó en la conquista de México, para la que, además, contó con la directa colaboración del emperador Moctezuma quien, a diferencia del caso peruano, ejercía a la vez el papel de emperador y el de Sumo Sacerdote. Pero esa capacidad política se construyó sobre la constancia, que es el elemento central de la personalidad de Pizarro, quien durante diecisiete años perseveró en el objetivo de construir para sí mismo un reino o gobernación. En segundo lugar, se apoyó en su gran destreza para el estudio de la realidad y de las características psicológicas de cada uno de los actores políticos indígenas aliados o enemigos, y españoles, presentes en el Perú o en Centroamérica y en España. Una capacidad que, en el caso de Hitler, tal como sus biógrafos testimonian, fue la gran intuición del «poder posible», que cada uno de los actores de una situación tiene material o potencialmente. En tercer lugar, su estrategia política se sustentó en la capacidad de acumular las contradicciones existentes para fortalecerse, debilitando a los otros y en su sistemática destreza para sustituir personas e intercambiar objetivos acumulando siempre más fuerza y superando rivales gracias a ese trueque de metas, de igual manera que en el tresillo actuaba con el trueque de naipes. Otros lo intentaron sin éxito. Y si el lector se asombra al conocer la capacidad táctica y manipulatoria de Pizarro, debe saber que esa conducta fue compartida por los pretendientes al trono y por cientos de caciques prestos a aliarse con uno u otro de aquellos, o con los españoles contra los dos. Tomemos el ejemplo de Paullu Inca, hijo de Huayna Cápac, quien combatió la rebelión de su hermano Manco Inca en el bando pizarrista, y pretendió después ser coronado por Almagro a la vuelta de Chile y en la batalla de Las Salinas lo traicionó atacando desde la retaguardia a sus tropas. Vuelto al campo de los Pizarro, los abandonó también en la batalla de Jaquijaguana ante La Gasea. Y 36


Alan García Perez fue, según los españoles, un indio sin el cual no se hubiera logrado la conquista. La estrategia de Pizarro expresó en ese momento una suma de las normas de «Los trece mandamientos del arte de la guerra», de Sun Tzu, con las del arte de la política de «El Príncipe», de Maquiavelo. Su sistema de acción política parte, como en el mode lo chino, del análisis situacional, continúa por la formulación y ejecución de estrategias y se cierra con un permanente control estratégico. Dueño de esa capacidad integral, dejó actuar a los «tácticos», como De Soto, Alvarado o Hernando Pizarro en las batallas y reservó para sí la estrategia de la guerra como un conflicto entre dos ^ sociedades. Por eso, en los términos modernos de J.C. Wylie («Military strategy: A general theory of power control», 1967), supo escoger el lugar y el timing de la guerra para orientar en su favor el centro de gravedad de esta. La política y los políticos de menor nivel aplican casi siempre el concepto mecánico de la «suma cero»; es decir, que en un escenario definido lo que pierde uno lo gana el otro. Sin embargo, la estrategia de la guerra pizarrista rompió esa lógica y logró que casi todos sintieran que ganaban algo en los primeros dos años: los huascaristas, los orejones cuzqueños, los caciques autonomistas, los cañaris del Ecuador, los siervos liberados, los españoles enriquecidos, los sacerdotes, los nobles del Consejo de Indias... Su estrategia añadió un quantum, un plus acorde al big bang renacentista que hemos descrito. Tal fue la magia de «la política» que él desarrolló.

La invasión bacteriana Sin embargo, no debemos olvidar que Pizarro tuvo como ayuda previa y concurrente una primera vanguardia, aun antesde su llegada. Fue la conquista bacteriana del Perú y del Nuevo Mundo por la viruela, la peste bubónica, la fiebre amarilla, el cólera, el sarampión y la tisis, enfermedades desconocidas para la defensa biológica de los naturales de América. Antes de la presencia de Pizarro en Tumbes, hacia 1526, cobraron como primeras víctimas al propio Huayna Cápac y al sucesor designado, Ninan Cuyuchi, antes de asumir el trono, quienes murieron como consecuencia de la viruela, según


Pizarro, el Rey de la Baraja los cronistas. Esta vanguardia bacteriana, como lo hicieron la peste negra y la bubónica en la Europa de la Edad Media, diezmó a los habitantes y originó trastornos económicos y políticos porque, al disminuir la población, decreció la producción de alimentos y el número de personas reclutables para las fuerzas militares del Inca y de los cacicazgos. Además, tan importante como la enfermedad misma debió ser su interpretación cosmológica por los naturales, pues se presentó como el fin de un ciclo cósmico o como un castigo por el conflicto y por las guerras dinásticas de los cuzqueños, disminuyendo así también la influencia de la etnia inca. Y a esa interpretación debió sumarse la consideración de los españoles como seres religiosos e invencibles, a los que no afectaban esas terribles enfermedades, enviados para sancionar y restituir el equilibrio. Este es uno de los temas no políticos que sirvieron para debilitar las defensas psicológicas y políticas de la población cuya subordinación buscaban. Aquí cobra importancia la enorme diferencia semiótica que Todorov ha estudiado entre la pregunta «¿Qué hacer?» de los europeos frente a la interrogante «¿Cómo saber?» de los indígenas, buscando los signos de lo inevitable en las profecías y en la historia cíclica (Tzvetan Todorov, «La conquista de América. El problema del otro», Siglo XXI, 1987). Además, Pizarro contó con indígenas aliados a los que, con habilidad política, supo ganar, articular y subordinar. Fueron cientos de miles y pudo así unir a todo el Perú contra Atahualpa, a quien presentó como un invasor y lo hizo responsable de la muerte de Huáscar. Lo cierto es que estos cientos de curacas y cientos de miles de indígenas le sirvieron de fuerza de combate, personal de carga y, lo que es más importante, guía en los caminos y advertencia ante las acciones que desde las quebradas y alturas podrían acometer los indígenas atahualpistas. Como en el caso de Cortés y sus alianzas, con el reino de Tlaxcala primero y luego con los totonacas, fueron los caciques y señores aliados a Pizarro los que contribuyeron decisivamente a la victoria, aunque las crónicas españolas sean mezquinas en reconocer esa importancia por la simple razón de que la mayoría de esos relatos


Alan García Perez se hicieron para obtener favores o por encargo y debían destacar sobremanera las acciones de los conquistadores. Por el momento, limitémonos a decir que la superioridad tecnológica, la conquista bacteriana y los conflictos indígenas fueron para Pizarro tres instrumentos fundamentales, pero los tres con menor trascendencia que su gran habilidad política, la cual buscaremos explicar a través de las reglas y la estructura de su acción. Al aplicarlas, Pizarro pudo concentrar en él toda la dirección y la decisión ante la Corona y la élite militar española, sobre los cacicazgos aliados e inclusive sobre sus adversarios indígenas.

Carácter y personalidad de Pizarro Antes de estudiar cada una de las normas y reglas políticas de Pizarro, debemos analizar los elementos de su personalidad para comprender cómo estos lo predispusieron a la búsqueda y el ejercicio del poder por sí mismo, independientemente de la acumulación de riqueza, algo que aun no entienden los fracasados en la política o el poder y que compensan usandola política para medrar recursos y frivolidad. Pizarro era un hombre político con una gran vocación de poder, que ejerció de manera estratégica y calculada. Para comprenderlo seguimos a los cronistas y sus documentos, pero especialmente los de sus secretarios, a través de los cuales habla y escribe el político analfabeto. El más importante para ello es Francisco de Jerez, quien fue escogido desde 1524, como menciona Porras Barrenechea, para «hacer la relación verdadera acerca de lo que pasare». Luego, Pedro Sancho de la Hoz, que sustituyó al anterior en 1533 y 1534. También Pedro Pizarro, el primo adolescente que reclutó en Extremadura en 1529, y el inmenso testimonio de Pedro Cieza de León, detallado y latinista, quien, tal vez, fue el que más lo comprendió como político por sus propias ambiciones, las que lo llevarían, después, a proponer el bloqueo del Estrecho de Magallanes y guardar India y China, o el comercio con ellas, en beneficio de España. Si hay una característica en la que, sin precisarlo, coinciden casi todos los escritos, crónicas y estudios sobre Pizarro es la de su austeridad personal. Pizarro que, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo era «lento y espacioso e al parecer de buena intención


Pizarro, el Rey de la Baraja pero de corta conversación y valiente con su persona» era también, a diferencia de Cortés, su hermano Hernando, Rodrigo Orgóñez y otros, muy austero en el vestir y en el comer, como el propio López de Gomara, cronista adversario, reconoce: «Solo holgaba traer los zapatos blancos y el sombrero blanco porque así lo traía el Gran Capitán». Nada de eso lo distraía. Pedro Pizarro (89 v.) refiere que «tenía por costumbre cuando algo le pedían decir siempre de no. Esto decía el que hacía para no faltar a su palabra y no obstante que decía no, correspondía con hacer lo que le pedían no habiendo inconveniente para ello» y añade malvadamente: «Diego de Almagro era todo lo contrario, que a todos decía que sí y con pocos cumplía» (90 v.). A diferencia de otros conquistadores, Pizarro buscó el prestigio de la dirección y de la decisión en un nuevo escenario construido por él y para sí mismo. Sus acompañantes, carentes de esa voluntad política de dominio y gloria, perseguían esencialmente la acumulación de oro y muchos volvieron a España enriquecidos. Enríquez de Guzmán lo diría descaradamente al volver a la península: «Mi ida a las Yndias fue con fm y propósito de haber de los bárbaros, frutos indios, lo que de los naturales faltos de todo saber no he alcanzado». Pero ese no fue el objetivo de Pizarro, que entregó la mayor parte de lo habido y ganado en oro al propósito de conservar y acrecentar su poder político, cien mil pesos en la compra de las naves y tropa de Pedro de Alvarado, trescientos mil pesos con los que pagó la ayuda de Nicaragua, Guatemala, México y Panamá durante el sitio de Lima e inclusive, envió a Juan de Pa-fíes a Panamá a traer los recursos que allí tenía, como lo expuso Hernando Pizarro en Toledo (Stirling, p 141). Como su propio enemigo López de Gomara anota: «Procuraba mucho por la hacienda del Rey», sabiendo que era la fuente de su legitimidad. No buscó su ennoblecimiento en la sociedad española a la que había decidido no volver, como sí lo buscó Cortés que, abandonando a su mujer mexicana, la célebre Malinche, Doña Marina, casó con la hija del Conde de Aguilar y sobrina de unos de los más importantes nobles de España, el Duque de Béjar, o como soñó Almagro, vincularse a la nobleza casando a su bastardo con la hija de un noble. Tampoco fue la posesión de las mujeres algo que sedujera a Pizarro. Entre 1504 y 1532 no se le conoce en Nombre de Dios, en Panamá, en La Española o en el Darién ninguna relación sexual o 4A


Alan García Perez romántica con mujer española o indígena, ni se ha hecho el hallazgo de un hijo. Pizarro se limitó a recibir de manos del propio Atahualpa una hermana del Inca, sin arrebatársela. Fue Cusi Quispe, llamada cristianamente Doña Inés. Con ella tuvo como hija a Doña Francisca Pizarro, bautizada y reconocida, que resultó a la vez que hija suya, nieta de Huayna Cápac y por tanto heredera de las dos legitimidades. Doña Inés fue sustituida más adelante por Doña Angelina. Así no cayó en una de las razones por las cuales se llega al odio de los adversarios y que es, según Maquiavelo, arrebatarles a sus mujeres. Estos rasgos de austeridad comprueban la voluntad de Pizarro por el poder en sí mismo y no como instrumento de riqueza o mero recurso sexual. Tal carácter debió provenir de su nacimiento en Trujillo, la vieja Turgalium de los romanos, distribuida en tres zonas excluyentes en 1475, cuando fue concebido en una criada del Monasterio de Coria por el viejo y tercerón don Gonzalo Pizarro, «el Largo». Aunque los estudiosos pizarristas, como José de la Riva Agüero, pretenden que fue criado en el solar de su abuelo paterno, los testimonios de su probanza de méritos de 1529 y los historiadores modernos descartan tal versión. Francisco, como bastardo, buscó reivindicarse de ese estigma construyendo un nuevo escenario en el cual reinar. Y como veremos más adelante, esa condición de bastardo dedicado a labores menores de pastoreo, junto a la situación de su madre, lo determinaron a tomar importantes decisiones políticas y sociales.

Su ciencia militar Según su biógrafo José Antonio del Busto y su propia declaración probatoria de méritos para lograr ser caballero de la Orden de Santiago, Pizarro participó en las guerras de Italia entre España y Francia bajo la dirección del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, un paradigma para todos los hombres de guerra españoles. Allí habría aprendido las técnicas militares. Es preciso, por ello, reseñar brevemente la personalidad de Fernández de Córdoba y la reforma militar que ejecutó cuando Pizarro, Carbajal, Alvarado, Orgóñez, Enríquez y otros más actuaron en Italia bajo sus órdenes, antes de 1505, porque el ejemplo y el éxito del Gran Capitán, que llegó a ser virrey de Nápoles, sirvieron de ejemplo a todos ellos, incluso, como hemos señalado, de modelo en el vestir.


Pizarro, el Rey de la Baraja La primera experiencia de Fernández de Córdoba, en la que estuvo Pizarro, lo llevó a Italia en 1495, en defensa del rey de Nápoles, Don Fadrique, ante las pretensiones de Carlos VIII de Francia. La segunda guerra, en ocasión del reparto de Nápoles entre Femando II de Aragón y Luis XII de Francia, concluyó en un enfrentamiento entre los dos países, pero en ambas obtuvo resonantes victorias, como la de Ceriñola Y lo más trascendente fue que, al propio tiempo, constituyó un ejército moderno mediante sus dos sucesivas reformas militares. Creó el concepto de la División con dos coronelías, cuya estructura permitió en adelante el mando directo e inmediato del general y dio, en ella, un rol esencial a la infantería por su capacidad de maniobra, desdoblándola en piqueros y soldados de armas cortas, muy útiles para herir en el vientre. De ello se aprovecharía Pizarro cuando, al frente de veinticuatro soldados de a pie, «haciéndole calle, avanzó entre cuatro o cinco mil nativos» hasta las andas de Atahualpa, atacó a los cientos de cargadores en los brazos y en el vientre. Por la disposición de sus tropas, a una escala muy limitada por el número, se reconstituyó en Cajamarca la reforma del Gran Capitán en la proporción de arcabuceros, piqueros, armas cortas y caballería. Pizarro, que fue siempre un hombre de infantería, en parte por su humilde origen, en tanto que Hernando, el hijo legítimo, era capitán de caballería, aplicó el «escalonamiento en profundidad» de Fernández de Córdoba, con su disposición de tropas en la plaza cerrada de Cajamarca. En ella actuó primero la infantería, luego los dos cañones o»falconetes»de Candía, después la carga de tres secciones de caballería y finalmente la infantería otra vez, cerrando las salidas. Esta fue la ciencia militar de su tiempo que condujo, en 1534, a la constitución del «tercio español», el gran aporte de organización bélica del Imperio de Carlos V, como lo fueron la falange griega o la legión romana. Pero recordemos otra vez que, en la conquista, toda esa ciencia poco podría haber significado sin el escenario general construido y preparado por las decisiones políticas de Pizarro. Antes de sus expediciones al Perú, Pizarro fue minero, dueño de la encomienda de la isla de Taboga, cazador de esclavos indígenas en las tierras de Veragua y de la actual Nicaragua, trabando desde allí alianzas políticas que le permitieron llegar al Perú con una abundante dotación de indios guatemalas y nicaraguas. Fueron cientos de estos y luego miles los que le servirían como una base firme para su legitimidad


Alan García Perez personal. Una especie de guardia pretoriana de Roma o guardia imperial francesa. Pizarro, por su decisión y constancia, desarrolló una gran capacidad de persuasión y con esta pudo convencer a Alma-gro de trabajar junto a él cumpliendo el papel de subordinado y ganó la lealtad y la admiración de su tropa. Pizarro, siendo un profundo conocedor de la codicia y de la concupiscencia de sus acompañantes, pudo pensar como Maquiavelo que «los hombres son falsos y cambiantes y que son como niños que viven de sus fantasías». Este pesimismo social en la definición y en su conocimiento y manejo de los demás debió dar mayor fuerza a su constancia, a su frialdad para tomar decisiones y a su convicción para motivar a sus soldados. Todos estos son elementos de la personalidad de Pizarro que explican muchas de las reglas políticas que estudiaremos: la constancia, la claridad en los objetivos para sí mismo y la presentación de los objetivos de manera confusa ante los demás; la búsqueda de la legitimidad legal, real y carismàtica y la construcción de un discurso motivador y cohesionante para sus tropas y aliados, el monopolio de la legitimidad para sí mismo y la construcción de un núcleo duro de personas de su confianza como centro de la élite y como fortaleza para sí mismo, lo cual derivará progresivamente en la construcción de una nueva legitimidad para el escenario creado. Además, reservar para sí la decisión y la ejecución dramática y teatralizada de los hechos que considerara trascendentales. También, su capacidad de estudio sistemático de la realidad identificando los puntos de equilibrio y promoviendo y multiplicando la confusión de los otros; adicionalmente el profundo estudio psicológico de los otros actores u oponentes y la acumulación de sus debilidades, impidiendo en todo momento la unión de los demás. La técnica política de Pizarro también le exigió gúardar en todo momento elementos de negociación y además, ante los adversarios, practicar una paciencia y una serenidad imperturbables como imagen de fortaleza, tener como objetivo estratégico la captura de los centros de acopio y, finalmente, la habilidad de evadir la responsa- hilidad por los sucesos negativos, atribuyéndola a otros. Todas estas son, como veremos, las reglas o elementos estructurales del comportamiento de Pizarro que analizaremos en los capítulos del texto.


Pizarro, el Rey de la Baraja Es importante añadir en esta introducción, como ya lo advertimos, que existen múltiples versiones sobre Pizarro, desde aquellas que lo ensalzan e identifican heroicamente -las de Porras y Del Busto, por ejemplo-, hasta las que lo condenan por las crueldades cometidas y por la propia conquista, en la línea de Prescott, yapara las que resulta el destructor de un idílico imperio. De hecho ambas tienen algo de razón. Pero tal como Nicolás Maquiavelo lo aconsejó, nos corresponde aquí analizar la efectividad de las medidas que usó para conservar y acrecentar su poder, dejando de lado los factores emocionales y la calificación ética, que pueden ser o no ser compartidos. La conquista fue cruel, en ocasiones un acto de barbarie, pero no debemos nunca olvidar que los hombres que la hicieron fueron herederos de una sucesión de hechos «providenciales» como las cruzadas contra los infieles, «cuya alma ardería en los infiernos», la reunificación de los reinos españoles contra los moros y también de sucesos de atroz crueldad como los ocurridos en la cruzada contra los albigenses o cátaros europeos, hecha en el siglo XIII, y en la cual decenas de miles de cristianos cátaros residentes en Beziers, Carcasonne y Toulouse fueron ajusticiados en la hoguera por religiosos como «Santo» Domingo de Guzmán y por los líderes políticos y militares de Europa. Tampoco debemos dejar de lado que aunque el oro, las mujeres y el poder fueran la ambición de los conquistadores, el mundo en que vivieron fue un escenario que confirmaba en la guerra y en los descubrimientos el triunfo de la cristiandad. Fueron años en los que el emperador Carlos I, después de la reconquista de España contra los reinos árabes, partía a luchar contra Argel y los pueblos mahometanos del África. Por consiguiente, para los conquistadores el concepto de vida, muerte y sufrimiento estaba indesligablemente asociado a la condición infiel de los indígenas, cuyo espíritu y cuerpo, por no compartir la religión católica resultaban vinculados con el demonio. Y esto que hoy, como en los siglos XIX o XX, siglos laicos y de la razón, nos parece una muestra de cruel primitividad, tuvo otro sentido en los años de la conquista o, antes aun, en las cruzadas y en la reconquista de los reinos moros. Comencemos, ahora sí, el análisis de las reglas políticas con las que actuó Pizarro.


Alan García Perez

I PRIMERA REGLA SIN

CONSTANCIA NO HAY

POLÍTICA


Alan García Perez Pizarro demostró a lo largo de toda su vida una admirable y esforzada perseverancia en sus objetivos. Llegado a La Española en 1504, trabajó a las órdenes de diferentes jefes y más adelante, en Panamá, bajo el comando del célebre Pedrarias. En esa etapa, por encargo de este y como lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa, participó en el descubrimiento del Océano Pacífico. En los años posteriores atisbo, por la versión de Panquiaco, hijo del cacique de Comagre en el Darién, la posible existencia de una importante cultura o imperio al sur de Panamá, el Virú o Peruquete. Y comenzó desde entonces su búsqueda con Alonso de Ojeda, Balboa, y Pascual de Andagoya al que, tras su deserción, reemplazó como jefe por elección de los soldados. Con el objetivo ya definido mantuvo la constancia, valor que Maquiavelo había enunciado advirtiendo que «el Príncipe debe guardarse de ser despreciado por cambiante o afeminado», esto último en el sentido de demostrar temor o cobardía.

Constancia en el tiempo Entre 1520 y 1524 logró convencer de sus propósitos a otro cazador de esclavos indígenas, Diego de Almagro, y a un prelado de Panamá, Hernando de Luque. Con ambos suscribió el acuerdo de la Compañía del Levante, para descubrir y conquistar las tierras al sur del Pacífico. Así, en 1524 y 1525 se produjo el primer viaje con resultados casi catastróficos por lo inhóspito de las zonas descubiertas y por el temor y la deserción de los soldados enrolados por Almagro. Fue una aventura de casi dos años de duración, que ocasionó ciento treinta muertos, en la que Pizarro sufrió siete heridas y en la cual se llegó hasta el río San Juan. Pero en esa aventura se produjo el célebre episodio de la Isla del Gallo, siete meses de ansiedad y hambre, que marcaría en adelante la imagen de Pizarro ante la sociedad española en América. En 1526 y 1527 se cumplió el segundo viaje, que duró casi tres años, con tres navios y ciento sesenta hombres. En él se llegó hasta la bahía de San Mateo, desde la cual, con el piloto Bartolomé Ruiz, navegaron hasta la desembocadura del río Santa. Además, visitando la ciudad de Tumbes, comprobaron la existencia de una importante cultura en la zona y tuvieron las primeras informaciones sobre el Tawantinsuyo, cuando todavía lo gobernaba Huayna Cápac, al cual, por cierto dejaron como mensaje mortal la viruela. I ras haber confirmado allí su objetivo, Pizarro buscó dar legitimidad a sus acciones, lo cual sería una de sus reglas principales: tener un funda -

ái


Pizarro, el Rey de la Baraja mentó legal y sólido para su autoridad. Para ello viajó a fines de 1528 a Toledo. Allí, aunque no se sabe si logró entrevistarse con el emperador Carlos V, sí tuvo reuniones con la Reina, y a consecuencia de estas suscribió en 1529 las célebres Capitulaciones de Toledo, que lo autorizaban legalmente para la conquista y lo nombraban capitán general y gobernador de todo aquello que descubriera. En este caso, para allanar su futuro camino, dejó de lado las pretensiones de Almagro y de Luque y logró ser reconocido por la Corona con los más altos cargos, solo para él. Además, en ese mismo año, 1528, debió sufrir, avergonzado, la competencia de Hernán Cortés, que llegó de México ante los emperadores con una enorme procesión de riquezas, indígenas y animales exóticos, hecho que causó gran impresión en Toledo, en toda la corte y en la población. Pizarro, que apenas había llevado algunos artículos de oro, productos textiles y dos indígenas, quienes después serían sus traductores, Felipillo y Martinillo, debió sentir entonces su gran inferioridad ante el alarde publicitario que Cortés, más joven, con mayor apostura y estudiante de Salamanca, había desplegado ante la corte. Para colmo de males, Hernán Cortés Pizarro era su primo extremeño. Pero premunido de la legitimidad real y después de superar, como veremos, gravísimos conflictos con Almagro y Luque, que consideraron haber sido traicionados, inició en 1530 el tercer viaje: dos años de marchas e inhóspitos campamentos hasta llegar a Cajamarca en noviembre de 1532 y dar el paso decisivo para la conquista del Perú. De allí partió en agosto de 1533 para llegar al Cusco en noviembre de ese año y alcanzar después la cima de sus propósitos con la fundación de Lima en 1535. Hay en todo ello una línea de constancia que no existe en el caso de otros capitanes. Si comparamos la conducta de Pizarro en estos doce años continuos de acción con las actividades que Pascual de Andagoya, descubridor del Darién y de la costa colombiana y lo que otros capitanes hicieron hacia el norte y el sur de Panamá en diferentes intentos de descubrimiento, veremos hasta qué punto Pizarro sí se mantuvo firme en sus propósitos. Era más constante. Desde 1523 hasta 1541 transcurrieron dieciocho años en los que no se doblegó ni un momento en su decisión de ir al sur a construir un reino. Igual es el caso de Simón Bolívar que, entre 1812, año de la caída de la primera junta en Caracas, hasta 1824 en Ayacucho y su muerte en 1830, incluido el largo periodo de preparación y lucha en las riberas del Orinoco, se mantuvo dieciocho años en la acción conductora. Y el mismo empeño mostró Alejandro desde su salida de Grecia hasta su muerte ocho años después, en una sola campaña. Pero Alejandro tenía dieciocho años al comienzo de su reinado y Bolívar ape-


Alan García Perez ñas veintinueve al iniciar y cuarentisiete al concluir su epopeya, dos años menos que los que contaba Pizarro cuando comenzó su primer viaje. Y en el siglo XVI un hombre cercano a los cincuenta era prácticamente un anciano. Fue más constante que Almagro, el cual en la entrevista de los tres socios en el pueblo de Nombre de Dios, en la actual Panamá, tomó la decisión de alejarse del proyecto de la conquista por no haber obtenido el cargo de gobernador de alguna de las tierras por descubrir. Pizarro optó entonces por dirigirse a Juan Ponce de León, proponiéndole integrarse como socio a la expedición y obtuvo de él la promesa de armar algunos barcos. Con esta estratagema logró que Almagro se reintegrase a la empresa, pero en un papel subordinado como organizador, reclutador y administrador, renunciando así a la ambición de compartir con Pizarro el papel de jefe y vanguardia.

Constancia en el mando Una segunda prueba de constancia en la conducta de Pizarro es su estabilidad en la jefatura. Entre 1529, cuando tras las Capitulaciones de Toledo asumió la conducción expedicionaria, y junio de 1541, cuando fue asesinado, transcurrieron doce años en los cuales jamás se puso en duda por ningún español, ni por los indígenas aliados o adversarios en el Perú, que Pizarro era, como gobernador y capitán general, el jefe absoluto de todo el proyecto de creación de un nuevo reino o estado sobre el antiguo territorio. Por el contrario, si recapitulamos lo ocurrido tras su muerte, veremos cómo, en los siete años siguientes, entre 1541 y 1548, se sucedieron seis jefes o gobernantes: primero, Alma-gro el Mozo tras la muerte de Pizarro, luego Cristóbal Vaca de Castro, gobernador y supervisor real que derrotó a Almagro «el Mozo» en Chupas; a continuación y por breve plazo el primer virrey Blasco Núñez de Vela, al cual Gonzalo Pizarro derrotó y ajustició en Añaquito, en nombre de los encomenderos y contra la Leyes Nuevas. Después de tres años y medio de poder de Gonzalo y retirado a la ciudad del Cusco, sucedió la presencia de Pedro de la Gasea como Presidente de la Audiencia designado por el rey que, tras derrotar a Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijahuana, cerca al Cusco, fue finalmente sustituido porel segundo virrey del Perú, con el cual se estabilizó la conducción española desde la ciudad de Lima. Fue la firmeza de carácter de Francisco Pizarro lo que mantuvo por doce años la conducción única de la experiencia conquistadora y colonial. Vale recordar otra vez a Maquiavelo cuando señala: «los hombres aman según su fantasía pero temen según el carácter del príncipe», pues


Pizarro, el Rey de la Baraja para todos los conquistadores era claro que el carácter de Pizarro, sin caer en el exceso sanguinario de sus hermanos o de otros capitanes como Pedro de Alvarado, Alonso de Alvarado o Francisco Chávez, que fueron responsables de los mayores crímenes, era, sin embargo, de una firmeza temible para quienes se atrevieran a contestar su rol fundamental. En este sentido, Pizarro construyó su estabilidad sobre la constancia de la que dio prueba; en segundo lugar, sobre su determinación de ir siempre hacia adelante en la conquista y en la construcción de una nueva sociedad; en tercer lugar, sobre la firmeza de su carácter respetado por los miembros de su hueste y en cuarto lugar, sobre las demostraciones excepcionales pero ejemplares de crueldad cuando lo juzgó necesario para escarmentar o aterrorizar a algunos que impugnaron su autoridad. La sufrieron con la muerte los doce caciques de Amotape y la Chira en los primeros momentos de su presencia en el Perú, pero la sufrió también el propio Bartolomé Ruiz, Primer Piloto del Mar del Sur según designación real y uno de los trece de la Isla del Gallo, al que se acusó de escribir un libelo contra Pizarro. Por ello, Ruiz fue despojado de las yemas o «pulpejos» de los dedos, aunque después se demostrara que la acusación había sido falsa, razón por la cual Pizarro le pidió perdón haciendo gala de humildad. Mas si se acusa por ello de crueldad a Pizarro, recuérdese también el caso del «magnánimo» Julio César, que actuó con mayor dureza en muchas ocasiones, por ejemplo, contra sus propios soldados de la Novena Legión, a los que hizo diezmar a golpes de garrote por haberse negado a marchar sobre Roma. Y es que Maquiavelo había señalado como norma para el príncipe que, entre la crueldad y la clemencia: «Mejor es ser cruel en vez de dejar que, por ser misericordioso, ocurran los desórdenes». En ese sentido los crímenes de Pizarro no fueron decisiones políticas guiadas por la ambición pecuniaria o por el deseo de venganza y el odio, sino por la necesidad de afirmar su proyecto. Así lo explicaremos en el caso de la muerte de Atahualpa o en el haberse fingido ignorante de la muerte de Huáscar. Resulta excepcional la crueldad con que actuó en la ejecución de Cura Ocllo, esposa de Manco Inca, a la que hizo flechar por los indios cañaris y cuyo cadáver abandonó en el río Vilcanota para que sirviera de sanción y escarmiento a Manco Inca, hecho abominable que critican sus propios secretarios y cronistas. A pesar de ese caso, Pizarro, al igual que Maquiavelo, supo distinguir entre ser temido a través de estas acciones y el cumplir roles de exagerada crueldad que generaran odio, como la rapiña de los bienes de otros españoles o de las mujeres de los líderes indígenas. Estos actos, como Maquiavelo señala, originan odio contra quienes deben ser obedecidos. Y el odio conduce inevitablemente a la sangre,


Alan García Perez como lo sufrió Pizarro el 26 de junio de 1541. Pizarro no fue amado por doña Inés, la hermana de Atahualpa con la que procreó a Francisca, como sí lo fue, y apasionadamente, Hernán Cor tés por Doña Marina, la Malinche, que le sirvió firmemente en la conquista. Pizarro no fue amado por sus hombres, pero sí fue respetado y obedecido por los soldados, por los funcionarios, por los aliados indígenas e inclusive por sus propios adversarios. Gracias a su constancia, ganó más respeto que temor u odio entre aquellos que debían obedecerle.

Constancia en la táctica política: el trueque de las cartas y de las personas La perseverancia como característica esencial de su actuación se ve también en la especie de trueque político de fuerzas, canje de personas y objeti vos que, como en un juego maquiavélico de baraja, desarrolló a lo largo de todos los años de su actuación, siempre con un saldo positivo de ganancia a) Comenzó asociándose a los tumbesinos frente a los vecinos de Puná y de otros cacicazgos y, luego, atando los cabos sueltos de las riva lidades comarcanas. b) Logró articular a casi todo el norte, incluido el gran Chimo Cápac de los valles de Jequetepeque, Túcume, Moche y Chicama, contra Atahualpa. c) Después, acompañado por todos ellos y por miles de indios auxiliares se hizo presente en Cajamarca para su golpe de mano. d) A continuación, canjeó la captura y la vida de Atahualpa por ocho meses de paz y tranquilidad en la ciudad para recibir el rescate y al mismo tiempo para desalentar por hambre a los guerreros quiteños de Rumiñahui, que optaron finalmente por volver a su tierra, pues en vez de sitiadores resultaron sitiados por el desorden agrario, por la falta de alimentos en la zona y por la incomunicación. Los cronistas narran cómo, en ocasiones, los indígenas se presentaban desarmados y tambaleantes musitando las palabras: «sara sara»; es decir, «maíz, maíz». Como lo veremos más adelante, otra de sus reglas de estrategia fue la captura de los centros de acopio de alimentos, de riqueza y de legitimidad. Pedro Sancho de la Hoz escribió que a pesar de la amenaza de la invasión quiteña, en la zona no había alimentos: «Confesaron esta conspiración, (y) como venían a la tierra cincuenta mil hombres de Quito y muchos caribes y que en todos los confines de aquella provincia había gente armada en gran número (pero) que por no hallarse


Pizarro, el Rey de la Baraja

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mantenimientos para toda así junta, se había dividido en tres o cua tro partes y que todavía esparcida de esa manera eran tantos que no hallando con qué sustentarse cogían el maíz verde y lo secaban porque les faltaron vituallas» (traducción de Ramusi). Gracias a ello, teniendo al jefe indígena prisionero e informado de todo lo que este y sus ejércitos hacían, permitió que Atahualpa continuara devastando la zona sur y el Cusco, destruyera los rezagos de los ejércitos del Huáscar y que, capturado este, fuera asesinado cuando se acercaba a la ciudad de Cajamarca. De esta manera, se produjo un nuevo canje: la vida de Atahualpa por la muerte de Huáscar y la destrucción de todo poder en el sur. Pero muerto Huáscar encontró en ello un argumento para ejecutar a su prisionero, acto que utilizó como una llave para la conquista del Sur. La muerte de Atahualpa, tras un simulacro de juicio, le ganó la fidelidad de toda el área de influencia cusqueña y el desorden en las tropas de Chalcuchímac y de Quisquis, ubicadas en Jauja y en Cusco respectivamente, lo cual motivó más adelante la rebelión de los jaujas en contra de Chalcuchímac, el general quiteño. Con este hizo su nuevo canje, cuando por orden de Atahualpa el general se entregó prisionero. Entonces, tras la muerte del jefe indígena y con todo el actual territorio del Perú unido en contra de los ejércitos quiteños todavía existentes en el país, mantuvo con vida a Chalcuchímac, jefe del ejército del centro en Jauja, a pesar del pedido cusqueño por su ejecución, pues como lo expresó por la boca de su secretario Francisco de Jerez, «Chalcuchímac es la llave para el viaje al Cusco». Llegado a las cercanías del Cuzco en paz, canjeó la vida de Chalcuchímac por la amistad de Manco Inca, pretendiente al trono, y antes de entrar al Cusco y proceder a su coronación para crear una legitimidad indígena subordinada a su autoridad, procedió a quemar en la hoguera a Chalcuchímac en la llanura de Jaquijahuana, entre los pueblos de Anta y de Zurite. Tras la coronación de Manco Inca intentó canjear su propia autori dad por la de sus hermanos Juan y Gonzalo, imponiéndolos como autoridades del Cusco, en lo que constituye un primer gran error político por su ausencia personal. Con Pizarro en Lima se produjo la sublevación de Manco Inca por las crueldades y abusos cometidos por sus hermanos. Si se analiza esta sucesión de trueques de valores, personas y fuerzas con el mismo objetivo de desplazamiento geográfico y consolidación de fuerza, se ve con claridad la persistencia en el sistema de acción política de Pizarro. Pero ese cambio de naipes o personas no solo lo hizo con los indígenas sino


Alan García Perez también con sus propios compatriotas. Con ellos también tuvo éxito en trocar y equilibrar las fuerzas para cumplir su propósito, k) Recordemos que, después de haber dejado de lado a Alma-gro y a Luque en sus Capitulaciones con la Corona Española, convirtiéndose en el dueño único y jefe sin competencia, amenazó a Almagro con canjear su presencia por la de Ponce de León y logró con esa amenaza el retomo de Almagro en condición disminuida. 1) Sin embargo, Ponce de León, buen jugador, «contragolpeó» y a cambio de los barcos y los soldados reclutados, le exigió llevar como lugarteniente a Hernando de Soto, aventurero de gran fortuna en la guerra. Pizarro fingió aceptar pero, si bien usó en muchas ocasiones a De Soto como Adelantado de su pequeño ejército, siempre se valió del propio Almagro para contener su ambición, m) Cuando De Soto, que había sido la vanguardia hacia Cajamarca en Cajas y fue el primero en presentarse ante Atahualpa en los baños de Cajamarca, intentó ser también el primero en llegar al Cusco, Pizarro respondió canjeándolo por Almagro y enviando con urgencia a este para detenerlo en Vilcaconga, donde sin que lo supieran De Soto había sido ya interceptado por las fuerzas de Quisquís, n) Pero esa revaloración de Almagro la disolvería después acordando con él, en uso de las autorizaciones reales, la conquista de Chile, donde distrajo su atención por dos años, empobreciéndolo y haciéndole perder gran parte de sus tropas, o) Almagro fue utilizado como un naipe cuando Pedro de Alvarado, lugarteniente de Cortés en México, se presentó súbitamente en Piura, con once navios y seiscientos hombres, dispuesto a sustituir a Pizarro en la conquista del Perú. Contra él, Pizarro envió a Almagro, comerciante de esclavos y organizador administrativo, que compró por 100 mil pesos, equivalentes a quinientos kilos de oro, las naves y el derecho a disponer de los seiscientos hombres. Pero el efecto no querido de ese canje fue que esos nuevos soldados resultaron pobres en relación a la antigua hueste ya enriquecida por el rescate de Cajamarca y por el tesoro del Cusco, y se convirtieron en seguidores de Almagro, p) Sin embargo, con la expedición a Chile, Almagro fue empobrecido y muchos de esos hombres murieron o se perdieron en el camino. Toda decisión tiene pues, efectos positivos y al mismo tiempo «consecuencias no queridas» y aun «disfuncionales» como lo señala el sociólogo Robert K. Merton, pero la sagacidad de un actor político consiste en identificar lo positivo aun en la mala circunstancia y Pizarro fue ducho en ello.


Pizarro, el Rey de la Baraja

q) Vuelto de Chile, Almagro, a pesar de contar solamente con una parte del ejército inicial, levantó el sitio del Cuzco, amenazado por Manco Inca, y obtuvo de hecho un canje en apariencia desfavorable para Pizarro: la posesión del Cuzco para Almagro. Pero este, como era inevitable, postergado en muchas ocasiones, declaró de inmediato que mantendría la ciudad como capital de su gobernación de Chile. Pizarro dejó hacer, pues esa «pérdida» 1^ permitió salvar la vida de sus dos hermanos. Además, la toma del Cusco por Almagro fue técnicamente un golpe de estado y Pizarro, con su legitimidad, podría después recuperar sus derechos, r)Gracias a ese argumento, jugó como carta ciéndolo jefe del ejército contra Almagro, al cual derrotó en la batalla de Las Salinas, tras la cual procedió a su ejecución, «tan pobre que no tuvo ni siquiera un paño en su degolladero para recoger la sangre». Vemos nítidamente cómo Almagro fue utilizado y trocado por otros personajes, permaneciendo siempre como una figura útil a Pizarro. Almagro por Ponce de León, Almagro por Soto, Almagro por Pedro de Alvarado, Almagro por Chile y la tranquilidad, Almagro con el que conferenció en Mala antes de la lucha por Hernando Pizarro, cuya libertad pidió y al cual, craso error, el socio tuerto puso en libertad y, finalmente, Hernando por Almagro, derrotándolo en la batalla de Las Salinas. Todo ello muestra, por parte de Pizarro, un orden inflexible y un manejo absolutamente táctico de las personas, ora como naipes de la baraja, ora como jugadores adversarios, pero siempre en beneficio a la constancia estratégica de sus objetivos. Almagro, en cambio, fue un mal jugador de la baraja política. Vuelto de Chile quiso canjear a Gonzalo y Hernando Pizarro, sitiados en el Cusco, por la amistad de Manco Inca, asociándose con él en Calca, pero este no creyó en él como antes si lo había hecho con Pizarro. Luego de tomar el Cusco, Almagro fue dueño del mayor ejército existente en el Perú y pudo enviar a Rodrigo Orgoñez a tomar Lima, pero jugó mal otra vez y lo envió a la selva a capturar a Manco Inca en Victos. No solo eso: desesperadamente, coronó a Paullu, hermano de Manco, que meses más tarde lo abandonaría en la hora decisiva de Las Salinas, junto con sus tropas indígenas, pasándose al bando pizarrista. Almagro era un buen segundo, ordenado y eficaz, pero como suele ocurrir, sucumbió a la tentación de ser el primero y perdió la partida y la vida. 54


Alan García Perez

II SEGUNDA REGLA

TUVO OBJETIVOS CLAROS PARA SÍ Y CONFUSOS PARA LOS DEMÁS


Alan García Perez Parece lógico y hasta redundante señalar que el conductor político o el impulsor de un proyecto deben tener propósitos ordenados y claros para sí pero no revelar su estrategia a los adversarios. Sin embargo, la realidad no es tan simple o exacta, pues en muchos casos ocurre que el jefe no tiene definidos sus propósitos ante sí mismo. Entonces sobrecarga el sistema que carece de fines, motivaciones y regulación. Peor aun, puede ocurrir que sea el adversario quien identifique esos fines en tanto que el actor no es consciente de ellos. Este caso generará la crisis del sistema, su parálisis.

OBJETIVOS DEFINIDOS Crear un reino. Un nuevo sistema político Francisco Pizarro tuvo un objetivo esencial. Hijo bastardo de una criada de convento, analfabeto y pobre en la España medioeval, quiso crear un reino para sí mismo, con tributos y riqueza, sosteni- ble en el largo plazo. A diferencia de otros capitanes, utilizó la riqueza obtenida del rescate de Cajamarca y lo que le tocó del tesoro del Cusco y de otras zonas para mantener su fuerza militar, comprando por 100 mil pesos las tropas de Alvarado, o compartiéndola con algunos de los soldados que llegaron tarde a Cajamarca, cuando ya el tesoro se había repartido en los primeros meses de ese año, a cambio de su fidelidad. Utilizó su riqueza fingiendo perder apuestas o, como recuerda Pedro Pizarro, perdiendo en el juego de los bolos y los naipes ante soldados empobrecidos. Repitamos que su objetivo no fue enriquecerse ni ennoblecerse, sino crear un reino, leal a la Corona Española pero en los hechos independiente por la distancia, que ejerciera la hegemonía desde Panamá hasta Chile, contando con el Golfo de Guayaquil, el Cusco y una nueva capital. En él, Pizarro sería gobernador vitalicio sobre una aristocracia encomendera, con incas títeres, ceremoniales, pero con una alianza directa con los caciques que garantizaría su dominio sobre la fuerza de trabajo capaz de continuar entregando un cuarto de su tiempo de labor como impuesto para el reino. La población campesina habitaría en pueblos de indios y los europeos en ciudades españolas con alcaldes vitalicios nombrados por él. Un

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Pizarro, el Rey de la Baraja reino con mayor rentabilidad, gracias al caballo y a la nueva tecnología, sin amenazas militares ni adversarios. Tal era su proyecto. Esa forma de actuar es muy diferente a la de su hermano Gonzalo, el cual, en 1544, y con la inspiración de Francisco de Carbajal, estuvo a punto de ser declarado/ «rey» o «príncipe victorioso’, independizando estas tierras con el argumento de que la monarquía no había invertido «ni un peso» para su conquista. Además Pizarro tuvo conciencia del despoblamiento por las enfermedades y las guerras, y para resguardar las fuerzas productivas promulgó sus Ordenanzas del Cusco y estableció, antes que el virrey Toledo, el sistema de pueblos de indios. Y todo ello lo hizo en un clima inestable y bélico.

Dominar la escena y centralizar la dirección El segundo objetivo fue dominar monopólicamente la dirección, lo que lo llevó a fundar una capital, su sello personal en el Nuevo Mundo, como centro equidistante entre Quito y Cusco; un centro geográfico y, al mismo tiempo, el punto marítimo de vinculación con España. Para ello fundó también ciudades intermedias (Piura, Trujillo, Huamanga), distribuyó las encomiendas creando una protoaristocracia y se alejó de Jauja y del Cusco, a diferencia de Cortés, que mantuvo en la vieja Tenochtitlán la capital del México español. Eliminar al jefe adversario. Fortalecer la integración Un tercer objetivo de su acción fue eliminar al jefe adversario sabiendo que, al capturar al jefe indígena, paralizaría el imperio y al mismo tiempo desacreditaría a Atahualpa, como en efecto lo logró. Con el propósito de superar toda rivalidad, y aun aprovechando la momentánea vida que concedía a sus prisioneros, como Atahualpa y Huáscar a través de aquel, a Chalcuchímac o Almagro, llegaba invariablemente a la eliminación física del adversario, tal cual ocurrió con los mencionados. No tuvo necesidad de enfrentarse a Rumiñahui, el general del ejército atahualpista del norte, quien, después de su conflicto con el orejón Maica Huillca sobre la estrategia de encuentro con los españoles, optó por rebelarse, abandonar


Alan García Perez la escena y volver a Quito para construir su poder personal en conflicto con Atahualpa. En el caso de Quisquís, este general quiteño del ejército del sur, el más leal de todos, por exigencia de sus tropas y después de ver frustrados sus intentos de impedir la llegada española al Cusco, debió replegarse hacia el norte y uno de sus lugartenientes, Huayna Palcón, lo ultimó de un lanzazo. Se comprueba así la estrategia clara de usar la muerte después de aprovechar al máximo la vida o la prisión de sus adversarios, comprendiendo la importancia de un jefe máximo indígena cuya muerte desorganiza e infarta todo tipo de acción. En 1536, cuando las tropas de Titu Yupanqui, jefe militar de Manco Inca, ocuparon el cerro San Cristóbal y rodearon Lima con tres columnas, el objetivo principal fue la eliminación del jefe sitiador. Y cuando este, después de cuatro infructuosos intentos por tomar la ciudad, optó de manera suicida por encabezar el ataque por la zona del molino (barrio de Santa Ana) con otros veinte señores «vestidos galanamente» y a bordo de una litera, fue el propio Pizarro quien señaló con su espada a Pedro Martin de Sicilia para que este, a caballo, acabara de un lanzazo con su vida. Eso originó el inmediato repliegue de todas las fuerzas indígenas, que serían después masacradas por Alonso de Alvarado en la batalla de la Cuesta de la Sed (Lomo de Corvina), en dirección a Pachacamac.

Salir de Almagro y de Hernando Un cuarto y claro objetivo fue separar de la escena a Alma-gro, a pesar de contar con su subordinación temerosa y mediocre o de saberlo inferior a él en capacidad de análisis y razonamiento político. Almagro, que fue exigente en Panamá, se había dirigido a la Corona disminuyendo el rol de su jefe, le reclamaba tesoros ya repartidos, agrupaba soldados descontentos, pretendía una gobernación rival e inclusive el Cusco para ella. Debía ser neutralizado. Para ello lo enfrentó a De Soto y a Hernando, lo forzó a negociar con Alvarado, lo envió a Chile a empobrecerse y, finalmente, lo ajustició después de Las Salinas. Además, si bien amaba a sus hermanos y tenía confianza en su respaldo, desconfiaba de la soberbia hidalga y del orgullo impetuo


Pizarro, el Rey de la Baraja so de Hernando, el único hijo legítimo de su padre, quien participó a desgano en su visita a Trujillo de 1529 y ocasionó, por ser altanero y cruel, graves problemas que culminarían con su prisión en España. Pizarro tuvo la frialdad necesaria para enviarlo a Toledo, en su condición de hidalgo menor, con el quinto real de Cajamarca, evitando asi un encuentro violento con Almagro, al cual Hernando despreciaba por su condición de plebeyo y de «moro relajado» (homosexual). Tal vez buscaba que permaneciera en España con su nueva riqueza, pero volvió. Entonces, por segunda vez y tras la írrita ejecución de Almagro, lo envió otra vez a España con el quinto real del Cusco. Y en esta ocasión no regresó.

Restituir la legitimidad indígena. Función de adaptación y crecimiento Un objetivo claro fue presentarse como respetuoso de la autoridad de Manco Inca, para restaurar con él una «legitimidad subordinada» y mantener la «correa de trasmisión» con la base social. Ello, además, se enmarca dentro de la lógica de Maquiavelo, quien sostiene: «No es positivo introducir nuevas instituciones». Para él, era más conveniente superponerse a la vieja legitimidad incaica reconociendo y coronando nuevos incas. Así lo hizo para dejar el sur garantizado, mientras él creaba un nuevo centro de poder para su reino en Lima. Pero, ausente, no pudo frenar los abusos de sus dos hermanos menores, Juan y Gonzalo, quienes sometieron a vejaciones, encadenamiento e insultos a Manco Inca, a quien, vuelto Hernando, le arrebataría la esposa, lo que culminaría en que Manco Inca, aliado con el Villa Huma, Titu Yupanqui y otros señores, comenzara su gran rebelión. Así lo atestiguaron Pedro de Oñate y Juan Gómez de Malver, los emisarios de Almagro ante Manco Inca, según los cuales, su mayor queja «fue sobre su esposa. ¿Cómo es posible que el gran señor de Castilla ordene que los españoles secuestren a mis esposas?» (Macquarrie, p. 290). Fue el único momento en el cual se puso en peligro los objetivos de Pizarro. Superar a Cortés. Función de motivación Suponemos que uno de los objetivos de Pizarro fue superar la


Alan García Perez importancia y la gloria de Cortés, su primo, al cual vio llegar a Toledo como triunfador. Y lo logró, habida cuenta de que no tuvo una «Noche Triste», como Cortés, que en esta perdió la mitad de su ejército y fue expulsado de Tenochtitlán. Además, Pizarro se mantuvo mucho mayor tiempo como factótum o rey de hecho en el Perú. Este objetivo se deduce de la gran alarma que suscitó en Pizarro el arribo de Pedro de Alvarado a Piura con 600 soldados y once navios. Era la sombra del conquistador joven, cronista y salmantino y ante ella usó todo su dinero y la figura de Almagro.

Imágenes confusas Pizarro tuvo estos y otros objetivos claros para sí mismo, pero se empeñó como parte de su hábil política en presentar metas confusas frente a los demás. Es una reiterada estrategia histórica en el juego de cartas de los triunviratos de la historia -Pompeyo, César y Craso o Antonio, Octavio y Lépido-. También se usó en los desembarcos fingidos, como el de Napoleón partiendo de Boulogne, que culmina en un súbito giro hacia Alemania, o el de los Aliados en 1940, que se «preparó» para Calais y se produjo en Normandía. Es una estrategia repetida en todas las reelecciones de la historia, sean del actor, de su cónyuge o de su hijo, que primero se niegan pero luego se ejecutan, etcétera. Veamos algunas de las señales y mensajes de confusión emitidos por Pizarro, en lo que David Easton llamaría el feedback o la retroalimentación del sistema, con la que mediante un mensaje ambiguo se desorganizan y reorientan las demandas, o inputs, que recibe el sistema. Las cartas estaban marcadas en su viaje a Toledo. Asegurar la integración Por ejemplo, viajó a España para alcanzar las posteriores Capitulaciones de Toledo buscando condiciones similares para los tres socios de la Compañía del Levante pero obtuvo solo para él los cargos y la primacía. Supo justificarlo posteriormente ante sus socios argumentando que no lo había logrado porque la Corona buscaba que no se produjeran fricciones entre quienes compartían responsabilidades. Eso dijo, pero podemos presumir que desde su par


Pizarro, el Rey de la Baraja tida de Panamá llevaba inpectore la decisión de consagrar en España la legitimidad solo para él. Además ni Cortés, ni Magallanes, ni el Gran Capitán ni el Cid fueron triunviros y cuando esta fórmula se dio en otras ocasiones, todo jugó a favor de uno, César en el primero y Octavio en el segundo. Gran jugador de baraja española, Pizarro repartió cartas para tres pero finalmente hizo su entrada como cuarto y se quedó con la mesa. Y lo hizo conociendo la debilidad psicológica de Almagro, viejo capataz de su encomienda en Panamá. Narra Pedro Pizarro: «El Don Diego se amotinó y se alzó con el dinero y hacienda que tenía recogida y no quiso ayudar a Don Francisco. Y por esta causa se padeció mucha necesidad y murió alguna gente de la que Don Francisco había pasado (de España a Panamá) y por no tener posible no se hacía la jomada». Pero tras ello Almagro se doblegó.

Atahualpa estuvo condenado desde el inicio Pizarro fue suficientemente sagaz, o cínico, para ocultar ante el propio Atahualpa la decisión de ejecutarlo. Así lo señalan Diego de Trujillo y Pedro Pizarro al narrar que, momentos después de ser aprisionado, Atahualpa preguntó por su suerte, seguro de morir, y Pizarro le respondió que posteriormente sería enviado a Quito, donde reinaría. «El marqués le aseguraba diciéndole que le daría la provincia de Quito para él y que los cristianos tomarían de Cajamarca para el Cuzco» (Pedro Pizarro, 36 v.). En la acción de la captura, el único español herido en la plaza fue el propio Pizarro por defender al Inca. De inmediato condujo al capturado hacia el galpón donde pernoctaba, dándole absoluta seguridad sobre su futuro y explicándole, triste consuelo, que «sus soldados y el Rey al que representaba habían derrotado enemigos mayores que Atahualpa y que este, por ello, no debía tener ni pena ni vergüenza». Esa noche, para darle confianza, durmió en la misma habitación que su prisionero, sin ninguna seguridad o cadena, y en los días posteriores tuvo múltiples reuniones y cenas con él. El rehén alimentó así la esperanza de que, entregado el rescate a esos codiciosos saqueadores, estos partirían del Perú. Esa primera noche organizó una nueva estrategia para recuperar su reino o ga


Alan García Perez nar tiempo y al día siguiente entró al juego proponiendo comprar su libertad. Pizarro desplegó la vieja táctica del bueno, él mismo, y el malo, Almagro, para alternar la esperanza y la depresión en Atahualpa. Ello es tan cierto que este, a pesar de haber ejecutado fríamente decenas de miles de indígenas en su guerra con Huáscar, en varias ocasiones cayó en profunda tristeza y llanto al concluir que podría ser ejecutado por Pizarro. Así ocurrió a la llegada del tesorero Riquelme y de Diego de Alma-gro, cuando Atahualpa comprendió que con más soldados y con dos nuevos conquistadores buscando espacios de poder, se hacía más cercana su muerte y por ello, al producirse el simulacro de juicio en el que fue condenado en pocas horas, el 26 de julio de 1533, el jefe indígena se hundió en la desesperación y abandonó la serenidad con la que actuaba.

Igual ocurrió con Huáscar Pizarro también ocultó sus objetivos sobre la suerte de Huáscar. Conociendo que los ejércitos atahualpistas habían tomado el Cusco, dejó hacer a Atahualpa, lo que produjo una enorme masacre en la propia ciudad, donde se victimó a doscientos hijos de Huayna Cápac y a ochenta y tres hijos de Huáscar, según cuenta la crónica. Sarmiento de Gamboa escribe que «mandó a su pariente Cuxi Yupanqui que fuese al Cusco y no dejase pariente ni valedor de Guáscar que no matase. Y tras esto mandaron matar a todos los chachapoyas y a Cañares y su curaca llamado Ulco Colla, el cual decían que había revuelto a los dos hermanos» («Historia de los Incas»). Ejerciendo mayor presión o una severa amenaza sobre Atahualpa, Pizarro habría podido evitar el asesinato de Huáscar pero no lo hizo guardándose esa carta para tener un argumento posterior con el que condenar a su prisionero, y porque de esa manera también eliminaría al jefe del territorio del sur. Además, así ganaría la fírme adhesión de quienes deseaban hacer justicia y reivindicar la muerte de Huáscar. Se limitó a repetir una y otra vez a los cronistas y a los orejones huascaristaspresentes que había pedido a Atahualpa respetar la vida de su hermano, al punto que ni sus propios cronistas percibieron esta hábil jugada que significó una ganancia doble para Pizarro.


Pizarro, ei Rey de la Baraja

Almagro fue usado en las primeras manos, luego desechado En cuanto a la muerte de Almagro, se ve muy nítidamente que el propósito era salir del Adelantado sin participar directamente en su muerte. Pero como recoge Hoffman Bimey en su texto «Los hermanos del destino», en los documentos de Pedro Pizarro, y en la versión de Cieza de León («Las guerras civiles»), se relata que Hernando, carcelero de Almagro, envió una carta a Jauja donde estaba estacionado Pizarro esperando el desarrollo de los acontecimientos, en la cual le consultaba la decisión a tomar y Pizarro se limitó a responder: «Arregle eso, así ese Almagro no provocará más revueltas». Ello concretamente significaba autorizar la ejecución inmediata del prisionero. Por ello, cuando enterado de su sentencia, Almagro pidió elevar su proceso a España o esperar la llegada de Pizarro desde Jauja al Cusco, no se atendió ese pedido y fue ejecutado en las horas siguientes. Ocultó a todos los jefes indígenas su intención de permanecer Pizarro ocultó a Atahualpa su intención de quedarse en el Perú y Atahualpa no comprendió que su captor buscaba la construcción de un reino más que un saqueo episódico. Y a esa interpretación lo indujo Pizarro en el diálogo sobre el rescate de Cajamarca. ¿Fue Pizarro el que lo pidió? ¿Fue Atahualpa el que lo ofreció? Según el capitán Cristóbal de Mena, testigo del encuentro: «Preguntóle el gobernador que cuánta plata le daría, el cacique dijo que traería diez mil indios y que harían un cercado en medio de la plaza que lo henchirían de vasos de plata. Que todo esto le daría porque lo pusiese en libertad como antes estaba». (Porras B. «Las relaciones primitivas de la conquista del Perú», página 86). El diálogo insinúa que Pizarro pidió el tesoro para dejarlo en libertad y que Atahualpa le creyó. Si fue así, más que el tesoro interesaba a Pizarro crear la expectativa del jefe indígena y, claro está, enriquecer a su hueste, manteniendo su ascendencia. En todo caso, con la oferta, Atahualpa desplegó su nueva estrategia. Era un plan inteligente: ganar tiempo a la espera de algún acontecimiento o tal vez satisfacer a los saqueadores. Jugó al tresillo pensando que Pizarro era uno de los tres jugadores, pero se equi


Alan García Perez vocó porque en realidad los jugadores resultaron ser él mismo, todos los demás españoles ansiosos de oro y Huáscar como Inca legítimo que no podría ofrecer tanta riqueza. Pizarro se mantuvo fuera de esa apuesta. Solo repartió las cartas, pero luego ingresó como el cuarto nuevo jugador, según la norma del «penetro», y cambió el «palo» del juego porque el suyo era permanecer y construir un reino diferente, con el tesoro o sin el tesoro. Tal vez otro capitán español, como De Soto o Hernando, hubieran entrado en el juego e inclusive habrían aceptado que Atahualpa mismo partiera a buscar el tesoro dejando en garantía sus hijos y sus mujeres y nobles, como Hernando lo hizo cuatro años después con Manco Inca. Mas para Pizarro el oro no era lo esencial. Pero esa fue la misma y errónea interpretación que Manco Inca tuvo hasta el final, pues desde su refugio en Vilcabamba aun abrigaba la esperanza de que con el mayor de los tesoros los españoles abandonarían el Perú y, como ya hemos señalado, tal fue su pregunta en la entrevista con Ruy Díaz.

Nadie supo hasta el último momento a qué bando apoyaría El uso de objetivos confusos o el secreto sobre sus verdaderas intenciones se ve en el apoyo ofrecido a Huáscar, primero a través de la oferta a los tallanes tumbesinos y luego cuando recibió en Tangarará a los delegados del Inca -uno de los cuales fue padre de Huamán Poma, el cronista- que llegaron a pedir castigo para Atahualpa y a reconocer el carácter divino que Huáscar les asignaba. Pero de otro lado también ofreció su apoyo al grupo atahualpista. En Serrán propuso al enviado Maisa Huillca «ir a ver a Atahualpa y servirle»; en las instrucciones que dio a su hermano Hernando, que llegó a los baños de Cajamarca, ofreció abiertamente «apoyar a Atahualpa contra sus enemigos». Buscaba de esta manera ganar la confianza del jefe indígena o hacerle creer que los españoles tenían temor de enfrentarse a él, razón por la cual ofrecían el apoyo a su legitimidad. Más adelante, tras la ejecución de Atahualpa, Pizarro ofreció a (’halcuchímac, jefe de las tropas estacionadas en Jauja, que un hijo

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Pizarro, el Rey de la Baraja de aquel, Aticoe, sería coronado Inca, lo cual causó expectativa en Chalcuchímac, y con ello ganó algunos días hasta nombrar al huascarista Túpac Huallpa. Luego integró a su comitiva a Chalcuchímac preso, para garantizarse el paso a los Andes, y por ello le quitó las cadenas pero, tras la muerte del primer «Inca títere», al llegar a Jaquijahuana lo entregó a la hoguera para trabar alianza con Manco Inca. Cambio de cartas.


Alan García Ferez

III TERCERA REGLA

CON LA LEGITIMIDAD GARANTIZÓ SU PODER A LARGO PLAZO


Alan García Perez Un objetivo central en la conducta política de Pizarro fue alcanzar y mantener la legitimidad; es decir, la creencia de sus soldados, aliados y posibles súbditos en lo justificado y en las razones aceptables de su autoridad. Porque ningún poder puede apoyarse exclusiva y sosteniblemente sobre la fuerza; requiere siempre un argumento «internalizado» y aceptado por el grupo social. Es esto lo que las autocracias logran mediante la institución del referéndum o la convocatoria a asambleas populares o constituyentes. Pizarro logró justificar su autoridad haciéndose delegado de los poderes centrales religiosos e imperiales de su tiempo. Un éxito militar o político es solo un hecho aislado y pasajero si no se asienta en la legitimidad o en la continuidad. Sin estas, no es perdurable. Para ello buscó monopolizar el mando a través de las Capitulaciones y fue consciente de las fuerzas esenciales de la cultura política de su tiempo. En primer lugar la religión, en segundo lugar la monarquía, y en tercer lugar la autoridad carismàtica. Como jugador de la baraja y el tresillo conocía el orden de los «palos»: oro (monarquía), copas (iglesia), espadas (ejército) y, solo finalmente, bastos (pueblo). Además, para la racionalidad y la estrategia de un jugador como Pizarro, la legitimidad es como el mazo de naipes al origen y durante el juego como la suma de cartas restantes. Tener la legitimidad concede el privilegio de repartir las cartas del mazo y, llegado el momento, cuando los otros tres juegan, ingresar señalando el palo al que se jugará en adelante. Por eso Pizarro fue cuidadoso en guardar la legitimidad y la jerarquía. Supo que el afán depredador e inmediatista de los otros españoles tendría que subordinarse a esas fuerzas permanentes y universales. En su célebre «Economía y Sociedad», Max Weber definió la legitimidad y distinguió en ella tres «tipos ideales»: la legitimidad tradicional, la legitimidad racional y la legitimidad carismàtica. Los denominó tipos ideales pues no se encuentran puros en ninguna relación de poder sino articulados, aunque con la predominancia de uno de ellos.

Los oros. Legitimidad tradicional Por ello, en 1529, suscribió la Capitulación, que le entregaba el control total de las expediciones, la conquista y el asentamiento de


Pizarro, el Rey de la Baraja nuevos pueblos con los títulos de gobernador, adelantado y capitán general. Se convirtió así en representante incontestable del emperador, una suerte de virrey sin ese nombre y en la práctica un rey por la gran distancia y por la capacidad conferida de entregar tierras y designar autoridades. Con ello logró un estatus y una defensa en el conflicto social o «lucha de clases», poco estudiado, que oponía a la nobleza propietaria y cortesana de España, organizada en el Consejo de Indias, frente a los aventureros y plebeyos que alcanzaban riquezas y poder en mundos ignotos. Un conflicto real, pero funcional y necesario, pues la Corona requería de la esforzada labor de esos aventureros pero dentro de límites definidos que anticiparan cualquier tendencia autonomista. Y Pizarro correspondió con creces a su designación. Como López de Gomara anotó: «Procuraba mucho por la hacienda real». En el primer viaje de Hernando Pizarro con el quinto real de Cajamarca, solo en oro llevó mil cien kilos equivalentes a cien mil pesos. Cortés, en cambio, apenas envió treinta y cuatro mil pesos desde Tenochtitlán como quinto real. Pero además puede calcularse en cien mil pesos adicionales el valor de la plata que también llevó Hernando en ese viaje. En el segundo viaje, en 1538, y según todos los cálculos, el quinto del tesoro del Cusco alcanzó una cifra mayor, pues el valor de fundición del tesoro llegó a un millón trescientos veintiséis mil pesos. Era el pago de Pizarro por la legitimidad que le concedía, además, la supremacía en la sociedad estamental o de castas que estaba creando.

Las copas. Legitimidad religiosa La segunda legitimidad tradicional que buscó fue la religiosa. No en vano integró a un sacerdote como Hernando de Luque, el cual no alcanzaría a conocer el Perú por haber muerto en 1533, dos años después de la partida de Pizarro. Luque fue rápidamente sustituido por miembros de la orden dominica y uno de ellos, Vicente Valverde, fue el primero al que envió Pizarro ante Atahualpa. Este es un tema importante, porque muestra el apego medioeval y estamental de Pizarro a la legitimidad sustentada en la autoridad religiosa y vaticana, al concepto del pontífice como «rey del mundo», capaz de atribuir territorios, como Alejandro VI lo había hecho, y por la cual Pizarro mismo tenía la justificación de estar allí. Fue por ello que Valverde, acompañado de «una lengua» o traduc

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Alan García Perez tor, Felipillo, salió a la plaza con un soldado como testigo a «requerir» a Atahualpa su reconocimiento al Dios cristiano y al emperador, representante del papado en el mundo político. Eso demuestra el cuidado con el que Pizarro construía su legitimidad. No olvidemos que pertenecía a la generación que sucedió a la de los combatientes que reunificaron España en lucha contra los moros y que para él, tanto Atahualpa como el pueblo indígena, eran un conjunto de infieles, cuya alma ardería en el infierno de no aceptar el requerimiento ni el bautizo. Y conocía también de la gran influencia del clero en la Corte de Toledo, especialmente la que ejercía la orden dominica. En Pizarro existe mayor ambición por el poder político de largo plazo que en otros, pero nunca dejó de otorgar un lugar preeminente a los propósitos de «cruzada» religiosa en la conquista. Las cruzadas, iniciadas a fines del siglo XI, se extendieron hasta el siglo XIII y habían dejado en la cristiandad una idea de expansión y lucha en nombre de Cristo que estuvo presente en todos los conquistadores, a pesar de la violencia y la crueldad con la cual actuaron. Pizarro nunca tuvo conflicto con la iglesia ni con representante alguno de ella. No lo tuvo con Luque, con Valverde, con Berlanga ni con otro miembro de las órdenes religiosas que se establecieron después, tanto en Cuzco como en Lima. Se afirmó así como representante de la legitimidad del Imperio Universal de Carlos V y de la conversión religiosa de los infieles. Adicionalmente tradujo esa legitimidad en el simbolismo de la cruz contra el sol y contra los demás ídolos, así como la dramatizó públicamente en la comunión compartida.

Legitimidad arbitral En el curso de su acción, Pizarro ganó una tercera forma de legitimidad y fue el poder arbitral. Llegó a un territorio dividido y enfrentado, en el cual cientos de curacazgos luchaban entre sí: los yungas de la costa contra los indígenas de la sierra, el norte contra el sur, los grupos del Hanan Cusco contra los del Hurin Cusco de Huáscar y Atahualpa respectivamente. Aprovechando tal situación pudo constituirse como un árbitro por encima de esos enfrentamientos. Así lo hizo desde el desembarco en la isla de Puná en la bahía de Guayaquil, donde intercambió mensajes con Cotoir, el mayor de los caciques y se ofreció a luchar contra Atahualpa, que había destruido la sociedad punaeña, reconociendo a esta su derecho a la independencia, inclusive respecto ilc la legitimidad cusqueña de Huáscar. Después ejerció su capacidad 71


Pizarro, el Rey de la Baraja de árbitro entre los habitantes de Puná y los tumbesinos, que estaban en guerra. La ejerció, más adelante, ofreciéndose indistintamente a Huáscar y Atahualpa con el propósito críptico de «llevar la justicia para quien tuviera la razón». Esa legitimidad arbitral fue reconocida en el caso de Huamán Malqui Topa, emisario de Huáscar en Tangarará y fue correspondida por los caciques en el acuerdo de Tangarará, por el cual cada señor se obligó a entregar mil doscientos hombres paraapoyar a las fuerzas de los conquistadores. El punto culminante en este tema fue su encuentro, inmediatamente después, con el Gran Chimo Cápac, gracias a lo cual pudo federar todo el norte. Allí asistió al pugilato del cacique tallán Huachapuru con Maisa Huillca, el emisario de Atahualpa, pero con enorme sagacidad dio instrucción concreta a los españoles para no intervenir y limitarse a separarlos, pues era consciente de que la capacidad de servir de equilibrio en una situación solo debe ejercerse ante quienes titularizan el conflicto. De lo contrario, un favor anticipado puede bloquear a futuro la legitimidad arbitral y limitar la oferta de los contrincantes. Por ejemplo Huáscar, quien al conocer que Atahualpa había ordenado que «todo el tesoro de la tierra se lo enviasen», exclamó: «Ese perro ¿de dónde tiene el oro ni plata que dar? ¿No sabe que todo es mío? Yo se lo daré a los cristianos y ellos lo matarán» (P. Pizarro, 25 v.). El episodio lo relata también Cristóbal de Mena diciendo: «El señor Cusco nos ofrecía más oro diciendo yo sé que Atabalipa les prometió un bohío de oro, que yo tenía para darles más, yo les daría cuatro bohíos y ellos no me matarían como este pienso que me ha de matar» (Mena. «La conquista del Perú llamado la Nueva Castilla»).

Espadas y bastos. Legitimidad carismàtica Otra forma de legitimidad fue desarrollada hacia el interior de su tropa y a través de ella hacia los observadores de Panamá y Santo Domingo. Es la que, en los términos de Max Weber, ejerció como autoridad carismàtica; es decir la encamación de calidades excepcionales en tanto jefe, como el más decidido, constante y claro. Existen innumerables y universales ejemplos de carisma político y militar: César ante sus legiones, explicada por sus éxitos militares ante los galos y germanos y por su desafío a Roma; Alejandro, por su avance triunfal que solo se detuvo con la muerte; Napoleón el invencible; Bolívar «el hombre de la gloria». Todos ellos fueron dueños de una gran elocuencia y hábiles publicistas, inclusive Cor- 72


Alan García Perez tés, que lo demuestra en sus poesías, cartas y descripciones a Carlos V. Pero el carisma de Pizarra es diferente, no tiene el brillo o la belleza de Apolo que otros tuvieron, pero su excepcionalidad personal es distinta. Es la constancia, la decisión de continuar una y otra vez, es la serenidad mostrada ante el pánico de sus soldados, es la humildad verbal sustituida por el «discurso gestual» del jefe que lleva a nado al soldado que no sabe nadar o que salva de las aguas a su servidor y responde a los testigos: «ustedes no saben lo que es amar a un criado». El carisma apela a la irracionalidad, a los contenidos mágicos, a la superstición, a la eterna expectativa humana existente aun en las sociedades secularizadas y modernas, de que detrás del mando siempre está la voluntad providencial. Para el individuo y para el grupo social, el atavismo mágico permite aceptar cualquier o casi cualquier mito respecto del gobernante, su suerte, su codicia, su vida sexual, sus manipulaciones. Privado de tales «poderes», el «espectador» mira con reprobación al jefe, pero también lo contempla con envidia porque, en muchos casos, al reconocer poderes excepcionales en el «designado por el destino», el espectador está proyectando sus apetitos imposibles de cumplir. C’est la vie. Pero si antes de Cajamarca Pizarro representaba la constancia de un hombre de cincuenticinco años, después de la tarde de Cajamarca representó la voluntad divina y ese «algo» carismàtico que conduce seguramente al éxito. Esa legitimidad carismàtica le permitió, antes aun de la conquista del Perú, ser elegido como jefe de una expedición fallida en las selvas del Darién, donde por la deserción de Andagoya y por decisión «soberana» de los soldados supervivientes, fue reconocido como capitán y jefe. Antes del Perú, en el pueblo de Nombre de Dios, reunido con Almagro y Luque, mostró unaenorme fe en el resultado de la conquista y supo transmitirla demostrándoles que, aunque no hubieran sido favorecidos por las Capitulaciones con el emperador Carlos V, serían enormemente beneficiados con lo que habrían de descubrir, aunque él mismo no sabía de qué se trataba o si en verdad existía. Ya Unamuno advierte sobre la esencia de la fe: «Creer lo que no vimos, crear lo que no vemos». En Tumbes, al desembarcar, se produjo un movimiento de desconcierto y desengaño entre los conquistadores al encontrar una ciudad que había sido arrasada por la tropas de Atahualpa y donde no existían ni la riqueza ni el oro que cuatro años antes dijeron haber visto Pedro de Candía y otros miembros de la expedición. La duda de los soldados lo acompañó hasta la misma ciudad de Cajamarca, tanto en el ascenso de los Andes 73


Pizarro, el Rey de la Baraja corno en la espera de Atahualpa, escondidos todos dentro de los galpones. Solo después de la captura del Inca y la promesa del rescate eliminaron toda duda sobre la legitimidad carismàtica de Pizarro. En suma, fortalecer su legitimidad real, religiosa, arbitral y carismàtica fue uno de los objetivos, una regla política para tener autoridad suficiente por cualquiera de esas razones. La autoridad, bien se sabe, se acumula como el dinero en cantidades que se gastan o que pueden trocarse por más autoridad e influencia. Pero es oportuno anotar que Pizarro buscó la legitimidad para ser obedecido porque él, a su tumo, supo obedecer la legitimidad de otros. Dice un autor que «él sólo obedecía al que legítimamente mandaba» (Del Busto). Añadimos que es cierto porque solo puede exigirse cabalmente aquello que uno ha cumplido antes en el rol de subordinado. De lo contrario, la orden es susceptible de duda, no es sosteni- ble a largo plazo, o quien debe cumplirla lo hace parcialmente y sin satisfacción. Ello se ve en el caso de Pizarro cuando, siendo amigo y compadre de Vasco Núñez de Balboa, no tuvo duda alguna en apresarlo al recibir la orden del gobernador Pedrarias, la autoridad legítima de Panamá, y Núñez de Balboa fue decapitado después. Era un soldado que obedecía y por consiguiente exigía ser obedecido al apoyar su autoridad sobre reglas de legitimidad que todos respetaban.

El discurso. Comunica la legitimidad, la convicción y el proyecto La legitimidad se traduce y comunica en un discurso de claros argumentos e imágenes que motivan, cohesionan al grupo social y promueven su obediencia a la autoridad legítima de Pizarro. Cumple el rol de la motivación que Parsons señaló. En primer lugar, la oferta global de construir un nuevo mundo, un nuevo reino. No debemos olvidar que en esos años, 1520-1530, aun faltaban ochenta años para la aparición del Quijote de La Mancha, de Cervantes, pero ya se difundía y leía como parte del ambiente general de las cruzadas, de la guerra de reconquista de España y del descubrimiento de América, el célebre Amadís de Gaula, un libro de caballerías, de lucha contra gigantes y espejismos en tierras desconocidas, cuya difusión en las colonias fue prohibida por la Corona por considerar que podía incitar a la rebelión o a desbordar los límites legales del descubrir y conquistar. Un personaje sin más lealtad que su honor, capaz de crear «gobiernos de ínsulas baratarías», como después lo fue el Quijote, era potencial74


Alan García Perez mente un agitador revolucionario. En segundo lugar, el discurso tiene características y significación muy específicas. Al lado de la palabra, en el monosílabo o en la interlínea se expresan los descubrimientos de Copémico y Colón, la reconquista, la escritura y sobre todo la revelación religiosa y la salvación. Por cierto, Pizarro no tenía la formación ni el carisma oral de Cortés, quien en muchas ocasiones produjo emotivos e improvisados discursos ante su tropa. Pero el discurso noes solo oral, es también gestual, corporal. Gandhi, ante miles de seguidores permanecía sentado, en silencio, hilaba la rueca y al hacerlo expresaba su desafío al consumo forzoso de tejidos ingleses. Marchó también hacia el mar y recogiendo la sal derribó el monopolio colonial sin un disparo. El discurso gestual supera muchas veces al de las palabras. Edipo respondió con argumentos y palabras la pregunta de la Esfinge, pero Alejandro, ante el nudo gordiano que le abriría las puertas del Asia, tomó su espada y lo cortó. Pizarro sabía sintetizar las actitudes y expectativas en brevísimos discursos gestuales, uno de ellos es el célebre episodio del trazo en la arena hecho en la Isla del Gallo, señalando muy claramente lo adversativo de la pobreza del norte respecto de la riqueza posible del sur. La escena es inmensa en significado, no solo para los cien soldados presentes o los doce que permanecieron con él. Todos ellos, y quienes los escucharon relatarlo, que fueron miles en Panamá y en Santo Domingo, supieron de la elocuencia del analfabeto. La raya en la arena separaba a Copémico de Tolomeo, al Dios judío de la idolatría, a la historia de todo lo conocido de lo desconocido, a la escritura de la oralidad, en fin, al oro de la pobreza y cómo no, a la gloria de un reino propio respecto de la servidumbre en la gleba extremeña. Y el discurso gestual se expresa también en la célebre escena de la hostia compartida. Ella no ocurrió en Panamá, como la leyenda trasmite, sino mucho más adelante, cuando Almagro pretendió que el Cusco estaba dentro de su nueva gobernación. Pizarro viajó en solo siete días desde Lima y tras conferenciar con Almagro, comulgaron ambos con una sola hostia ante todos sus soldados en una espectacular ceremonia publicitaria. La forma discursiva de definición y desafío la repitió en muchas ocasiones, una de ellas en el Valle de La Leche, actual departamento de Lambayeque en el Perú, antes de tomar la decisión de subir la cor75


Pizarro, el Rey de la Baraja dillera hacia Cajamarca, mientras otros capitanes le recomendaban continuar hacia el sur, hacia Pachacamac o hacia el Cusco para tomar el oro. Entonces, al igual que en la Isla del Gallo, supo plantear que la ascensión hacia Cajamarca era la ascensión a la riqueza en tanto que, continuar hacia los valles de la costa, era una evasión y una demostración de cobardía. Y tuvo razón. De haber continuado hacia Pachacamac o el Cusco la pasividad de espera de Atahualpa se habría convertido en acción con la confluencia de sus tres ejércitos (Cajamarca, Jauja y Cusco) contra Pizarro, y este, como veremos, requería atacar cuanto antes la cabeza de la estructura, evitando la unión de los tres ejércitos. Además, su invocación frecuente y motivadora a los soldados es de tipo religiosa llamando al apóstol Santiago, y su oferta a los naturales es servir a la justicia repitiendo en varias ocasiones que está «en camino con la verdad y la justicia para ayudar a quien la tuviese», oferta ciertamente imprecisa pero que tuvo los efectos buscados tanto en algunos atahualpistas como en el propio Huáscar.

La cruz. Un símbolo sintético Esa legitimidad comunicada en el discurso fue, a su tumo, expresada en un símbolo, lo que es el secreto de las legitimidades perdurables y ese símbolo fue la cruz. Como firme católico, en tanto hijo de una sierva del convento de Coria en Trujillo, Pizarro analfabeto firmó siempre con una cruz hasta que aprendió a dibujar mecánicamente su rúbrica. Además, aparece asociado a Luque y Valverde, al que envió ante Atahualpa llevando en una mano un breviario, no la Biblia y en la otra, una cruz, como instrumento de exorcismo. Llevó, él mismo sobre sus hombros, cuando tenía más de sesenta años una cruz de madera a la cima del cerro San Cristó- , bal de Lima para reponer la que había sido destruida por los naturales durante el sitio de Manco Inca. Y cuando fue asesinado en 1541, los testigos afirman que con la sangre que brotaba de su herida en la garganta intentó hacer una cruz en el suelo y besarla pidiendo a voces la confesión, momento que fue aprovechado por uno de sus asesinos para arrojar contra su cráneo una vasija de cerámica. ¡ Vae Victis!

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IV CUARTA REGLA

PERSONALIZÓ LA LEGITIMIDAD


Alan García Perez Pizarro buscaba una legitimidad no compartida, personalizada, pues una legitimidad plural es conflictual y confusa. Individualizar la legitimidad limita la tensión, siempre existente, entre la dirección y la decisión que son tomadas por un grupo reducido o por una persona frente al afán de participación presente en todos los demás que demandan también conducir, opinar y decidir. Con ello se cumple la vieja regla de Polibio sobre la persona a la que vuelve siempre el movimiento político, y además se cumplen los conceptos de Pareto o de Mosca sobre el conflicto y la circulación de las élites. En Toledo se desembarazó de dos posibles rivales, ganando para sí la legitimidad legal y al volver a Nombre de Dios, amenazó con sustituir a Almagro, pero debió transigir con la oferta de llevar consigo a De Soto, a quien ofreció una importante gobernación «en algún lugar», así como el cargo de lugarteniente de la expedición. Sin embargo, al desembarcar en Tumbes, designó sorpresivamente a su hermano Hernando, lo cual motivó el desánimo y la protesta de De Soto, quien finalmente debió continuar como Sancho con la ilusión de gobernar más adelante una ínsula barataría. Sin embargo, no fue intransigente en la búsqueda del monopolio de la legitimidad. Como veremos después, comprendió muy bien que en un reino muy extenso o sin límites no tendría una legitimidad sólida y definida. Aunque lo ofendiera la creación en el sur de la Gobernación de la Nueva Toledo, más allá de los mil kilómetros de longitud asignados a él, fue a su vez una definición necesaria que le dio la ocasión de desplazar a Almagro con el propósito previsible de diezmar su ejército y de empobrecerlo. Ninguna noticia se conocía sobre riqueza alguna en el territorio de Chile, como la que lo había impulsado tras los relatos de Panquiaco sobre el oro del Virús. Como buen político supo reconocer lo positivo dentro de lo que se presentaba como negativo. En esta búsqueda del monopolio de la legitimidad se incluye también la compra de las naves y de los soldados de Pedro de Alvarado, así como el haber convencido a Almagro para que, en su partida a Chile, a la búsqueda de un nuevo reino, no considerase a I lomando de Soto, pues seguramente le advirtió que el audaz, joven y ambicioso jinete terminaría, en una larga aventura, reemplazando al viejo y tuerto Almagro, quien empobrecido, no tendría ya 79


Pizarro, el Rey de la Baraja los recursos para garantizar la lealtad de la tropa mercenaria que había comprado con dinero del propio Pizarro a Pedro de Alvarado. Es muy importante reflexionar sobre las consecuencias de esta regla de Pizarro. Aceptó la creación de la nueva gobernación, pero defendió al Cusco dentro de la suya por haber sido él quien lo tomó primero. El Consejo de Indias, burocrático, aristocratizante y lejano, evitaba el fortalecimiento de la autoridad de los descubridores y conquistadores, enviando fiscales, jueces, supervisores, pero además creando límites territoriales y recortando las gobernaciones originales. Así buscaba impedir que los siervos de Extremadura se convirtieran en grandes señores dispuestos a competir con la nobleza española. Actuó de esa manera frente a Colón, al que llevaron encadenado a España. A Cortés, que tomó Tenochtitlán en 1519, le recortaron el mando en 1523 enviándole al juez Estrada, que después lo desterró de la capital y fue enjuiciado o «residenciado» por dos años, tras los cuales fue nombrado Marqués del Valle de Oaxaca, triste consuelo, pues no volvió a tener el mando real de México por los diez años siguientes hasta volver a España para siempre. A Pizarro le crearon hasta dos gobernaciones: Nueva Toledo, que correspondía a Chile, y más al sur del actual Santiago, la Nueva Andalucía, para el noble Simón de Alcazaba, que no llegó a su territorio. Un importante detalle histórico que los peruanos olvidamos es que, de no haber sido por la defensa que Pizarro hizo de su territorio, el Cusco habría pertenecido a Nueva Toledo y porconsiguiente al Chile actual. Y eso que pareciera absurdo, pues mucho antes de la conquista el «Señor Cusco» había incorporado todo el norte de Chile al Tawantinsuyo, se hubiera cumplido por las mezquindades del Consejo de Indias en el que el noble doctor Carbajal actuaba contra Pizarro y a favor de Almagro, cuyo hijo, Almagro «el Mozo», habría de casarse con su hija. Pero como no hay mal que por bien no venga, De Soto, al cual tampoco repuso Pizarro en su anterior cargo de teniente gobernador del Cusco, optó por un abierto destierro, que después habría de conducirlo a la conquista de La Florida descrita por Garcilaso de la Vega en «La Florida del Inca». Dentro de esta eliminación de rivales para lograr el monopolio de la legitimidad, contamos también con la ejecución de Almagro y 80


Alan García Perez de hecho, aunque esto es menos perceptible para los analistas, el envío reiterado de Hernando Pizarro a España, el cual con sus actitudes ponía en peligro su legitimidad. Francisco, estamos seguros, no dudaba de la lealtad personal de Hernando, pese a ser el hijo legítimo de su padre y a «estar sometido a la voluntad de Hernando» según algunos cronistas, pero temía la soberbia y los crueles excesos de su hermano, ante lo cual optó por enviarlo a España a dar cuenta además del proceso y de la ejecución de Almagro.

Crear un núcleo duro identificado con el tenedor de la legitimidad Pero el monopolio de la legitimidad, al igual que lo hicieron otros grandes conductores, requería un núcleo duro y de confianza, como la Guardia Pretoriana de los emperadores, los Mamelucos en el caso de Napoleón o el círculo estrecho de los discípulos más cercanos a Cristo (Pedro, Andrés, Santiago y Juan, los que, como narra San Mateo, por la cercanía al Mesías causarían dentro del grupo severos enfrentamientos en la entrada a Jerusalén). Para constituir ese núcleo diaro la primera medida fue recurrir a su propia familia, buscando, después de las Capitulaciones de Toledo en 1529, respaldo en conocidos personajes de Trujillo y de allí llevó con él a Hernando, el hermano legítimo y de soberbia solo comparable a la de Atahualpa, por lo que ambos establecerían la mejor relación. Llevó también a sus otros hermanos, Gonzalo y Juan, que parece haber sido el más cercano a él; a su medio hermano Martín de Alcántara, hijo de «La Ropera», quien lo acompañó hasta su muerte, cayendo también a su lado. Además, reclutó a parientes más lejanos, como Pedro Pizarro, el cronista adolescente, Martín Pizarro y Diego Pizarro, así como a los hermanos de madre de Martín de Alcántara. Todos ellos esencialmente crueles y ambiciosos como 10 demuestra la quema de cientos de caciques en el sur y en el Collao, después de la derrota de Almagro en Las Salinas. Pero a este núcleo básico lo rodeaba un segundo círculo concén11 ico de truj¡llanos y extremeños, cuyas riquezas y aventura se debieron completamente a Pizarro. Entre ellos, se encontraban Francisco de Orellana, Pedro de Hinojosa, Fray Jerónimo de Loayza, SI


Pizarro, el Rey de la Baraja Arzobispo de Lima y fanático pizarrista, Garci Manuel de Carbajal, fundador de Arequipa, Ñuño de Chávez, que exploró Charcas, Per Alvarez Olguín y muchos otros. Resulta claro que varias decenas de los embarcados en el tercer viaje tenían una relación personal y directa con Francisco Pizarro. Y a la postre Pizarro tuvo razón al constituir ese núcleo, pues nueve años después, muerto Juan Pizarro en el Cusco, partido Hernando a España, ausente Gonzalo por su expedición a Quito y dispersos los trujillanos y extremeños en sus encomiendas de todo el Perú, Francisco fue abandonado por los veinte comensales que lo acompañaban en el almuerzo el 26 de junio de 1541, momentos antes de su asesinato, y después nadie se atrevió a indagar por su suerte. Bastó con que, aun antes de su muerte, un almagrista mostrara en la puerta de la casa una espada enrojecida con la sangre de un camero y advirtiera «Muerto es el tirano». Sic transit gloria mundi. A ese núcleo básico de hermanos, parientes y extremeños se sumaban dos contingentes de indígenas, aliados de antaño, los nicaraguas y los guatemalas, que por cientos viajaron en las naves de Pizarro para participar en la conquista del Perú, sirviendo activamente en las batallas y en los desplazamientos. Este conjunto es el que permitió a Pizarro mantener sólidamente el monopolio de su legitimidad sobre su propio ejército y sobre sus asociados españoles o indígenas. Si a ello se agrega a los cañaris, los chachapoyas, vinculados al bando pizarrista, y a los huaylas, a quienes ganó por su unión con Inés Huaylas, hermana de Atahualpa, tenemos la expresión física y armada de su poder personal.


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V QUINTA REGLA

CONSTRUYÓ UNA NUEVA LEGITIMIDAD AUTÓNOMA DE LA ANTERIOR


Alan García Perez La preocupación que demuestra Pizarro por la legitimidad religiosa, monárquica, arbitral y carismàtica, sustentada en un núcleo duro y monopolizado por él mismo, le permitió edificar una nueva legitimidad; es decir, sustituir la vieja legitimidad sin enfrentarse a ella por una nueva forma de autoridad sustentada en sus propios hechos y en su propia «visión» del reino que comenzó a crear y que, en nuestro concepto, alcanza su cima con la fundación de Lima, que es la «Ciudad Pizarro» en el Nuevo Mundo. Fue en realidad un monarca por la supremacía de su voluntad y por la lejanía de la metrópoli. Desde el primer momento comprendió que en el Perú no había una clara legitimidad, pues los pueblos no apoyaban realmente a Huáscar o a Atahualpa, dado que la conquista quechua sobre el resto del Perú era muy reciente. Vio desde Puná, y más adelante en Pabur, que la mayoría de los pueblos estaban contra Atahualpa pero buscaban al mismo tiempo recuperar su independencia del Cusco. Tal fue la tecla que tocó. Eso le abrió la posibilidad de crear una autoridad todopoderosa en el Perú sin romper con la Corona Española, utilizando la vieja legitimidad indígena tradicional a través de reyes títeres y de su propia y directa alianza con los caciques. Así parecería seguir a Maquiavelo cuando aconseja o advierte: «Es difícil tomar por la fuerza un país regido por un principado hereditario, pero resulta muy fácil de mantener», por la obediencia en que están educados los súbditos. Por esto mantuvo con vida a Atahualpa en tanto le fue útil para generar hambre y desconcierto en las tropas quiteñas. En segundo lugar, procedió a la coronación de Túpac Huallpa, que después habría sido envenenado por Chalcuchímac, y coronó victoriosamente a Manco Inca en el Cusco, a condición de que se arrodillara públicamente ante él y levantara por dos veces el estandarte de España frente al pueblo y los caciques.

Creación de una nueva aristocracia dependiente de él Buscó constituir su nueva legitimidad repartiendo riqueza entre los españoles, pero no solo con el oro de Cajamarca o del Cusco - que podía ser pasajero y hasta constituirse en un obstáculo en esa

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Pizarro, el Rey de la Baraja tierra extraña- sino distribuyendo las tierras y, aunque no estuviera debidamente autorizado para ello, creando las encomiendas. Ello confirma su proyecto de establecer un sistema social y político con una población capaz de producir, pagar impuestos y sostener durablemente el reino. El encomendero cumple el rol del noble y tiene además un derecho perdurable e inmueble que defender. Además, tras conducir el cuantioso quinto real de Cajamarca, Hernando Pizarro solicitó y obtuvo del emperador Carlos V en persona la autorización para que Francisco nombrara tres alcaldes vitalicios en cada ciudad del Perú, hecho que aseguró por largo tiempo el poder también vitalicio de Pizarro. Años más tarde, y tras la muerte de Pizarro, Francisco de Carbajal aconsejaría a Gonzalo Pizarro la creación de títulos nobiliarios, duques, condes y marqueses pues -según él- aquellos que los aceptaran y poseyeran defenderían ante Pedro de la Gasea sus derechos adquiridos. Esto es lo que Almond considera una de las funciones básicas de la política; es decir, el reclutamiento del personal y la distribución de honores. Gonzalo, que entró a Lima con más de mil hombres de infantería, seiscientos a caballo, cincuenta artilleros y con banderas y escudos propios al lado de los tres arzobispos del Cusco, Quito y Lima, afirmaba por escrito que su destino «era reinar’, sin embargo no lo hizo, tal vez por un postrer rasgo de respeto a la legitimidad real o por esperar un mejor momento y murió decapitado. La historia muestra que quien encama la audacia debe cumplir su rol y no esperar el «momento más favorable». Audacis Fortuna Juvat. Hay tres temas adicionales e importantes con relación a la nueva legitimidad que Pizarro construye: la liberación de los yanaconas, la liberación de las ajilas y la fusión de las dos legitimidades en una nueva. Por último, a estos se suman las ordenanzas hechas a los cabildos sobre el tratamiento a los indígenas.

Una nueva ciudadanía. La liberación de los yanaconas Puede calcularse entre cincuenta y ochenta mil el número de indígenas de tribus vencidas y subordinadas por los incas, cuyos varones mayores estaban destinados al servicio permanente de los


Alan García Perez señores y de los orejones. Cieza los llama «servidores perpetuos» y su estatus, según Nathan Wachtel («La visión des vaincus», páginas 120122) era el de gente desprendida de los ayllus, no eran campesinos autosuficientes sino gente servil, heredable y cuya condición, según John Murra era asimilable a la de los esclavos. Después de la toma de Atahualpa en Cajamarca, Pizarro, con inmensa habilidad política, ordenó la liberación de todos los yanas o sirvientes que acompañaban al jefe indígena, así como a sus generales, y dispuso que «volvieran a sus casas». Y esos yanas «forasteros» pudieron al fin viajar por los caminos. No podemos dejar de anotar un sesgo personal en esa medida. Pizarro, que en su Trujillo original pudo tener la categoría inferior de sirviente por ser bastardo, al tomar esta decisión de alguna manera se liberó simbólicamente a sí mismo. Ahora bien, con la liberación de los yanaconas, procedentes de di \ crsas tribus y volviendo estos a todas las regiones del Perú, ganó para sí unos extraordinarios publicistas y envió un gran mensaje político de generosidad y justicia a todas las provincias y comarcas del territorio. Muchos continuaron sirviendo a los españoles e inclusive participaron en la defensa del Cusco y de Lima ante Manco Inca. Y así añadió, como después veremos, una nueva contradicción a la enorme suma de conflictos que el Perú tenía. Por ello Manco Inca sentenció a muerte a los yanaconas, considerando que no solo habían traicionado a sus amos naturales, sino que adicionalmente significaban un desequilibrio social y un peligroso reclamo igualitario respecto de quienes habían sido sus superiores. En ese aspecto, el concepto pizarrista de un reino productivo es más moderno y eficiente que el de Atahualpa. Este le aconsejó, según narra Pedro Pizarro (36 v.): «Yo moriré, quiérote decir Apo, lo que han de hacer los cristianos con estos indios para poder servirse de ellos. Si a algún español dieses mil indios, ha de matar la mitad para poder servirse de ellos». Así replicó Atahualpa a la tesis de Pizarro que le había explicado que, aun asignando un curacazgo a cada español, «él había de crear pueblos donde los españoles estuvieran juntos» y no entre los indígenas o en «sus» pueblos, limitándose a recibir los tributos de la encomienda.


Pizarro, el Rey de la Baraja

La liberación de las ajilas. Recorte de los privilegios nobiliarios indígenas Un segundo tema para consolidar su nueva legitimidad fue la liberación de las ajilas, las cuales, por decenas de miles, se hacinaban en los llamados ajllahuasis o casas de mujeres destinadas al Inca, a los grandes orejones y a los curacas que tuvieran el favor del emperador. Tampoco puede olvidarse que la madre de Pizarro, Francisca Gonzales, fue criada como «donada» en el Convento de la Noria, con el agravante de haber sido servidora de una monja, prima hermana del padre de Pizarro. Cancelar el privilegio de la asignación de mujeres y de la difusión genética significó desaparecer el derecho de la casta inca sobre el imperio. Claude Levi-Strauss definió el sistema social como un conjunto de sistemas de intercambio de símbolos lingüísticos, de mujeres como recipientes genéticos y de bienes de consumo; esdecir, lenguaje, estructura familiar y economía, Pizarro impuso una nueva «lingua franca», un nuevo orden genético y nuevos valores de atesoramiento, manteniendo la relación agrícola básica. Era la creación de un nuevo reino. Todo ello significó, en el caso de los yanaconas y de las ajilas, una aparente medida democratizadora, pero en el fondo estaba construyéndose un auditorio favorable, una nueva ciudadanía para quien tomó esa decisión. Por ello, una enorme cantidad de yanaconas permanecieron junto a Pizarro y los españoles, a los que debían esa aparente libertad. Los otros iniciaron el proceso de destrucción de las viejas jerarquías. La fusión de las dos legitimidades anteriores en una nueva Finalmente, la construcción de la nueva legitimidad se expresa en el «haber recibido como esposa» -de manos del propio jefe indígena- una niña de trece años, Quispe Sisa, hermana de Atahualpa. Como producto de esa unión, en Jauja nació Francisca, que sumaba tanto la legitimidad conquistadora y carismàtica de Pizarro como la legitimidad imperial, por ser nieta de Huayna Cápac. En efecto, Huayna Cápac tuvo como mujer legítima a Arias Collqui, hija de Huancachillac, señor de Huaylas y en ella tuvo a Inés Huaylas (Cusi Quispe) y a Túpac Huallpa, nombrado Inca tras la muerte de 88


Alan García Perez Atahualpa, pero además a Paulo Inca, que, siendo hermano de Inés, entregó su lealtad a los españoles, participó en la expedición a Chile y combatió ferozmente la sublevación de Manco Inca, también su medio hermano. Por el nacimiento de Francisca y su bautizo, naturales y caciques celebraron grandes fiestas en Jauja. En la niña comprobaban la suma de ambas legitimidades. En este aspecto Pizarro, a diferencia de otros conquistadores, fue muy cuidadoso y pareciera haber seguido, sin leerla, la regla de Maquiavelo: «para no ser odiado, no deben tomarse los bienes y las mujeres de otros».

Las Ordenanzas olvidadas. Preservar el trabajo humano Pero un tema adicional en cuanto a la nueva legitimidad son las Ordenanzas hechas a los cabildos sobre el tratamiento a los indígenas. Datan de 1534 y son por lo tanto anteriores a las Nuevas Leyes de Indias de 1542. Estas ordenanzas, que fueron anunciadas por pregonero en el Cusco, serían después confirmadas por la Corona. La intención de estas ordenanzas nada tiene que ver con la piedad o bondad de Pizarro, pero demuestran que su propósito no era el saqueo de tesoros sino la construcción de un reino sostenible sobre la base del pueblo campesino capaz de pagar impuestos en bienes o labores, al cual debía preservarse. Recordemos algunas: «Que los indios sean bien tratados no consintiendo que les sea hecho agravio ni vexacion alguna por los españoles y quien sea osado de hacer mal tratamiento e hiriere alguno de dichos indios quede inhabilitado para tenerlos en otras provincias» (2da); «Que no se tomase oro ni plata a los indios de la ciudad del Cusco, ni de depósitos ni tesoros, so pena de quinientos pesos de oro para la Cámara de su Majestad y el tal oro y plata perdido» (3ra); «Que ninguno tome oro de su cacique ni molesten a sus indios e caciques que saquen oro de las minas» (4ta); «Que ningún español sea llevado en andas, salvo si estuviera muy enfermo, so pena de ciento pesos de oro de ley o pague el interés a los dichos indios» (Sta); «Que la orden que los dichos naturales tenían en la división de sus tierras o partición de aguas, aquella mesma se guarde o platique entre los españoles entre quienes están repartidos o H‘>


Pizarro, el Rey de la Baraja que para ello sean señalados los mismos naturales que de antes tenían el cargo» (9na); «Que el español que no fuese encomendero o no tuviese oficio no permanezca más de veinticinco días en esta gobernación» (lima); «Que a los negros que maltratasen a los yndios les sean dados cien azotes» (13ma), etcétera. (Porras B., «Pizarro», p. 285). Pizarro fue consciente de que la fuerza productiva, la población campesina de su reino estaba siendo diezmada por las enfermedades, por las guerras de legitimidad y las luchas curacales, por la desorganización agraria y por la codicia de sus propios soldados. Debía preservar el factor humano para el largo plazo. Ese es el sentido de sus Ordenanzas, dictadas en persona, ratificadas por la Corona, las cuales dieron origen a las Nuevas Leyes de 1542, cuyo mérito, sin embargo, ha sido exclusivamente atribuido a De Las Casas, que por cierto llegó en el mismo barco que Pizarro a La Española en 1504 y resultó a la postre siendo el gran impulsor del comercio negrero y de la esclavitud en América. Pizarro dictó las primeras normas, pero la leyenda negra creada contra él ganó la lucha por la memoria histórica. Ocurre muchas veces en la política. Fue el caso también de la segunda «abolición» de la esclavitud hecha por Castilla en 1857, que no fue liberación sino una compra amañada para enriquecer a los propietarios ya enriquecidos antes por la consolidación de la «deuda» de la Independencia, una «liberación» a la que siguió la introducción de más de setenta mil trabajadores chinos en condición cercana a la esclavitud, hecha por personajes cercanos a ese gobierno.


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VI SEXTA REGLA

DECIDIÓ Y EJECUTÓ ÉL MISMO LOS HECHOS FUNDAMENTALES


Alan García Perez Viejo recurso de la política, quien manda o quien encama la legitimidad busca estar presente en las grandes circunstancias; en la victoria, en la firma de la rendición, en la teatralización de las capturas. Puede, inclusive, vestirse como Robespierre en la Fiesta del Ser Supremo, colocarse él mismo la corona como Napoleón o ser el primero en cruzar a caballo el Rubicón como César. Pizarro también reservó para sí los que consideraba los temas más importantes y en los que se hacía evidente la faceta teatral de la política.

La captura de Atahualpa Recordemos, como primero de ellos, el haber llevado ante el emperador la propuesta de la conquista y suscribir, a su manera, las Capitulaciones de Toledo. Luego, resaltemos el más característico y teatral: el desafío planteado a sus hombres en la Isla del Gallo para mantenerse en el descubrimiento y la conquista. El tercero es de enorme importancia: en la plaza de Cajamarca, después de haber enviado a Valverde, fue él mismo quien se abrió paso, a la cabeza de veinticuatro españoles y causando gran mortandad entre los indios, para tener el privilegio de apresar directamente a Atahualpa, el cual, ante la resistencia pasiva de los rocanas cargadores de las andas, solo pudo ser tomado después de que Pizarro fue herido en la mano por otro español. Es trascendental y simbólico que el jefe de la expedición fuera el primero en poner la mano sobre el Inca y lo condujera personalmente al galpón que le había asignado como prisión. La ejecución de Atahualpa En cuarto lugar, podemos citar el hecho de que decidiera la ejecución de Atahualpa, evadiendo sin embargo la responsabilidad por ella, lo que logró al transferir simbólicamente la responsabilidad a todos. Es cierto que la totalidad de los caciques del norte exigía la muerte de Atahualpa, y los emisarios de Huáscar y del sur cusqueño también, pero asumir la responsabilidad de matar a quien aparentaba tener la legitimidad religiosa y legal en el territorio indígena fue algo que Pizarro no aceptó jamás como una decisión propia, aunque de hecho tuvo todo el poder legal y físico para evitarlo. El sabía

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Pizarro, el Rey de la Baraja que, para los burócratas del Consejo de Indias, un argumento que les permitía limitar o incriminar a los conquistadores era la ejecución de un rey, como ocurrió a Cortés con la muerte de Moctezuma. Un argumento que años .-spués, en 1572, también emplearon contra el virrey Francisco de íblec. por el asesinato de Felipe Túpac Amaru, el último inca de Vilcabamba, en 1572. Ya Maquiavelo advierte: «Que otros tomen los roles que causan rencor, y los que dan gratitud debe tenerlos el Príncipe». Uno de los ejemplos que ofrece Maquiavelo respecto a la transferencia del castigo atañe a César Borgia, el cual habiendo ocupado la Romaña encontró que allí existían abusos y bandidaje y decidió establecer la paz. Para ello envió al noble Remy d’Orque, «hombre cruel y expeditivo». Siguiendo sus instrucciones, este recuperó la calma y la unión. Mas al llegar Borgia a la ciudad, percibió los odios generados por d’Orque y para que se supiera que la crueldad no procedía de él sino de la mala naturaleza del ministro, «una bella mañana» hizo que este fuera ejecutado partiéndosele por la mitad con un «cuchillo sangrante». «La ferocidad del espectáculo logró que el pueblo quedara al mismo tiempo contento y estúpido» (El Príncipe, VII). En Cajamarca, Pizarro pudo cumplir con esta transferencia simbólica de responsabilidad y de castigo aun después de haber matado entre tres y cuatro mil indígenas durante la toma de Atahualpa en la plaza y en la persecución de los restos del ejército por la caballería. Y ello fue posible porque Atahualpaera odiado por el exterminio de muchos pueblos. Pizarro había encontrado Tumbes destruido, el cacique de Caxas describió a Hernando de Soto que las cuatro quintas partes de «sus indios» habían sido muertos e igualmente había ocurrido antes en la isla de Puná y en otros lugares donde el exterminio alcanzó las mismas proporciones, según el testimonio de muchos caciques. Puede calcularse que en la guerra atahualpista, solamente en la región del norte, fueron directamente eliminados unos doscientos mil varones en las batallas contra las tropas huascaristas, desde la primera en Tumibamba, en el actual Ecuador, hasta las de exterminio de diferentes pueblos, como el de los cañaris más adelante. Por ello se plegaron a Pizarro. Esa enorme mortandad desatada por la 94


Alan García Perez violencia atahualpista fue motivo para que pudiera producirse la transferencia simbólica del castigo y que prácticamente todo el norte del Perú aprobara la ejecución de Atahualpa, así como también lo hiciera el sur por el asesinato de Huáscar. Coincidiendo con el ya mencionado consejo maquiavélico sobre los roles que causan rencor y los que dan gratitud, que son los que debe guardar para sí el Príncipe, Pizarro decretó tácticamente, al mismo tiempo que la ejecución de Atahualpa, la libertad de las yanaconas y de las ajilas. Consiguió así un mayor fundamento en el campo indígena, en tanto que, con la distribución del rescate de Cajamarca, había consolidado su posición de jefe español incontestable, anunciando además el tesoro del Cusco. En Gargamela, en 370 a.C. Alejandro enfrentó a Darío con un ejército griego cinco veces menor al persa, y contra la opinión de sus jefes militares inició un avance aparentemente suicida que le permitió alcanzar el lugar de mando de Darío. Aunque no logró capturarlo, obligó a su retirada y ocasionó el desorden y la derrota de los persas. Es cierto que entre los ocho mil indígenas más los cientosesentiocho españoles y los trescientos mil combatientes de Gargamela hay una gran distancia numérica, pero el aspecto fundamental es la estructura de la acción y la decisión del conductor. Pizarro además debió recordar, por la narración de muchos españoles, que en la batalla de Pavia Francisco I fue tomado por las tropas de Carlos V, entre otros por Rodrigo Orgoñez, el mariscal judío del Perú, que moriría en 1538 en la batalla de Las Salinas y que contaba haber escuchado decir al Gran Rey: «¡Tate, que soy el Rey de Francia!». Además de contribuir a su fama y autoridad personal, la captura del jefe indígena puso en sus manos un inmenso territorio que, como Maquiavelo había ya advertido, sería fácil de mantener, en tanto principado hereditario, por la obediencia de sus súbditos.

La entrada al Cusco. Teatralización de la política Un cuarto hecho decisivo y trascendental es la entrada a la capital política y religiosa del Tawantinsuyo. Cuando en agosto de 1533 Pizarro decidió su partida al Cusco, donde llegó tres meses des

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Pizarro, el Rey de la Baraja pués, envió, como lo hizo varias veces antes, a Hernando de Soto al frente de la vanguardia. Llevado por su ánimo aventurero y su desesperación por lograr la gobernación que le había sido ofrecida en Panamá por Pizarro a cambio de los barcos y hombres de Ponce de León, De Soto intentó avanzar a gran velocidad para ser el primero en entrar al Cusco y posiblemente solicitar después, a Pizarro o al Rey, la gobernación de esa ciudad y su región para ver cumplida la oferta de que «se le hiciese capitán y teniente de gobernación en el pueblo más importante que se poblase» (Pedro Pizarro, 170 v.). Pizarro, comprendiéndolo y sabiendo la enorme importancia de encabezar personalmente el ingreso al Cusco, envió de inmediato a Diegode Almagro a perseguir a De Soto y detenerlo. La circunstancia determinó que fueran las tropas de Quisquís las que impidieron su avance en la zona de Vilcaconga, a poca distancia de Cusco. Al llegar allí Diego de Almagro, terminó salvando a De Soto del virtual exterminio de sus tropas. Un detalle importante es que al llegar Almagro de noche a las inmediaciones del lugar en que De Soto estaba rodeado, anunció su presencia con la trompeta de Pedro de Alconchel, la misma que había desencadenado el ataque en Cajamarca y que en 1541 se mantuvo silente el día del asesinato de Pizarro, pues Alconchel y otros, como el valido Ampuero, fugaron del almuerzo que aquel ofrecía. Veremos después, como una paradoja de la historia, que Almagro al detener a Hernando de Soto consolidó el derecho de Pizarro sobre el Cusco, y más adelante este lo ejecutó para poner fin a su pretensión por apropiarse de esa ciudad.

La fundación de Lima Un quinto hecho que evidencia la vocación de Pizarro por decidir los hechos fundamentales es que, después de llegar al Cusco, comprendió que era el centro de la vieja legitimidad que debía sustituir y volvió de inmediato a Jauja para fundarla como ciudad española, la primera en importancia de su nuevo reino o capital de la Nueva Castilla. Se comprueba así que Pizarro deseaba crear un nuevo centro de poder, propio y al mismo tiempo equidistante de sus fronteras. Sobre el mapa, Cusco aparecía descentrado, demasiado al sur 96


Alan García Perez en la línea del poder andino, desde Quito hasta el lago Titicaca, donde los coyas eran el núcleo social más importante sobre el que ejercía su dominación el Imperio. Sin embargo, Pizarro, cuya legitimidad dependía de la Corona, requería una capital vinculada a la metrópoli por la navegación. Por lo tanto, abandonó Jauja y cuando su ejército estaba estacionado en Pachacamac, envió tres españoles a buscar el lugar adecuado, pues reconoció que Pachacamac, a pesar de contar con un río y con un fértil valle, era parte vital y religiosa de la legitimidad anterior. Por eso finalmente tomó la decisión personal de no fundar la ciudad en los centros urbanos más importantes (Limatambo o Maranga), donde se concentraba la mayor parte de la población y se levantaban los templos más importantes, sino en la ribera del río Rímac, para obtener el control estratégico del partidor de aguas de la ciudad, lo cual le daba además una defensa trasera en el río y le permitía ver la llegada de los barcos desde la casa edificada sobre la huaca de Taulichusco. Así la nueva capital se construyó a los pies, río mediante, de un importante Api o cerro de valor religioso, al que llamó San Cristóbal, en el que posiblemente se alzara un adoratorio indígena de la cultura Ismo y sobre el cual Pizarro colocó una cruz, su símbolo. Los tres enviados y los cronistas Cieza, Jerez y Esteta describen a Lima como un valle riquísimo. Esteta dice: «Esta mezquita (Pachacamac) estaba situada en tierras muy pobladas y muy ricas». Estaba cerca al mar, factor muy importante para Pizarro, que fue fundador de Panamá y era natural de la Extremadura pobre y fronteriza con el mundo musulmán, carente de un puerto como el que tenía Sevilla. Además la lógica del desplazamiento hacia el mar fue también uno de los objetivos del avance inca desde Túpac Yupanqui, que, como hijo de Pachacútec y padre de Huayna Cápac, aun antes de ser Inca fue encargado de la conquista de todo el norte en una expansión que buscaba la riqueza marítima como centro de alimentación, centro de navegación y finalmente como punto de contacto del mundo incaico con el dios Viracocha, que había partido por el mar.


Pizarro, el Rey de la Baraja

El trato personal con Almagro Un sexto asunto que demuestra que Pizarro siguió la regla de decidir él mismo los temas fundamentales fue el acuerdo con Almagro para apoyar su expedición a Chile, la Nueva Toledo, e inclusive para acelerar su salida de Nueva Castilla, además de otorgarle, en Pachacamac, el gobierno provisorio del Cusco hasta que una cédula real decidiera, con exactitud, los límites entre las dos gobernaciones. Pero para entonces la Corona ya había decidido extender Nueva Castilla en 70 leguas más hacia el sur y había nombrado a Fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, como mediador para determinar la línea recta de las doscientas setenta leguas desde el río Santiago. Berlanga no llegó al Cusco para notificar a Almagro y nunca se sabrá el por qué demoró su labor en recepciones y agasajos en Lima, pero volvió a Panamá sin cumplirla, árbitro piadoso, con una caja de cubiertos de metales preciosos y donaciones de Pizarro para los hospitales de Panamá y Nicaragua. Con tal carta en la mano, el «matador del tresillo», Pizarro tomó una decisión que, en apariencia dejaba en suspenso la ubicación del Cusco hasta la decisión real, pero lo consolidaba como jefe máximo de todo lo español en el territorio de Sudamérica. Fue el último esfuerzo de Pizarro en la relación con Almagro y demuestra su apego a la legitimidad. Un séptimo caso es que allí mismo, en Pachacamac, validó el acuerdo de Pedro de Alvarado con Almagro. El acuerdo significó para Pizarro el desembolso de 100 mil pesos, casi media tonelada de oro, por la compra de los barcos de Alvarado, el cual, repetimos, con tales recursos intentó lanzar una expedición a la conquista de China, lo que de haberse logrado hubiera cambiado en muchos sentidos la historia universal.


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VII SÉPTIMA REGLA

ESTUDIÓ SISTEMÁTICAMENTE LA REALIDAD FÍSICA Y SOCIAL


Alan García Perez

La excesiva extensión debilita el poder Sin un sistemático y renovado estudio de la realidad no existe liderazgo ni puede consolidarse un objetivo. A pesar de su escasa formación académica, Pizarro fue consciente de que una exagerada extensión territorial obstaculizaba la consolidación del liderazgo y la gestión del reino. Comprendió también que la fragilidad de las conexiones geográficas y políticas era muy grave, pues los indígenas carecían de un medio de transporte como el caballo ni la rueda, que multiplica su utilidad. Ni el gran desarrollo de los caminos ni el sistema de tambos de provisión podían evitar el alto costo de los desplazamientos políticos. Tal vez por ello, y por su apego a la legitimidad, no formuló reclamo contra la división de Sudamérica entre la Nueva Castilla y más al sur -en el pobrísimo territorio chileno- la Nueva Toledo, a la cual partió Almagro, ilusionado. Sabía que extender en exceso el Imperio costó, a Huayna Cápac, precipitar su reino a la división, el caos y la crisis productiva. No debemos olvidar que apenas en dos generaciones se había extendido enormemente el territorio dominado por los incas. La expansión se inició con Pachacútec, que después de su victoria contra los chancas, amplió su pequeño reino de los valles del Cusco y Yucay desde cuarenta hasta unos trescientos kilómetros de longitud. A continuación, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, en dos generaciones, los convirtieron en cuatro mil kilómetros de extensión longitudinal, y con ese cambio se pasó de una población de cien mil habitantes del valle del Cusco, genuinos quechuas o incas, a dominar casi ocho millones de personas o, según otros cálculos, hasta diez millones. Esa exagerada extensión fue la debilidad del proyecto, por cuanto exigió conquistar curacazgos, cacicazgos y señoríos existentes, que eran en parte el residuo disperso de diversos horizontes y culturas anteriores, como las concentraciones culturales moche, la federación chimú, los grupos subsistentes de la cultura chachapoyas, los cajamarcas, los jaujas, y las derivaciones de la cultura chincha- que integraba las anteriores civilizaciones paracas y nasca-, y al sur los tiahuanacos y los collas, que ofrecieron enorme resistencia. Es

mi


Pizarro, el Rey de la Baraja interesante recordar que la invasión de Túpac Yupanqui en la zona colla terminó en una hermosa repetición del episodio de la entrega de los burgueses de Calais al Príncipe Negro en la guerra de los 100 años, representada en la célebre escultura «Los burgueses de Calais», de Rodin. Aquí, según la versión de Garcilaso, los jefes collas, rodeados ya por las tropas de Túpac Yupanqui, se entregaron igualmente desnudos y con ropas raídas, dispuestos a ser ejecutados por haber resistido el avance del Inca. Era un territorio que, a diferencia de los imperios hitita, egipcio, asirio, mogol, romano y otros, carecía del caballo, la rueda y la escritura. Además, se extendía desde el trópico ecuatorial hasta las tierras desiertas y gélidas de Chile, de norte a sur, lo que plantea como dificultad adicional la heterogeneidad del espacio. Sobre este tema, Jared Diammond («Guns, germs and steel», Londres, 1997) ha propuesto una sugestiva interpretación para la expansión de la especie humana, que según él se cumple en el sentido de los paralelos, EsteOeste, respetando la similitud de los climas. Esa fue después la lógica del imperio de Gengis Khan, del imperio romano y aun la de la expansión macedónica. Sin embargo, esos imperios, a pesar de contar con otros medios de transporte y de tracción, se desmembraron. Así ocurrió también con el imperio de Carlos V y con la expansión napoleónica. Con más facilidad la ruptura habría de producirse en el eje Norte-Sur, que aun divide los países y los continentes por su desarrollo y geopolítica: la Europa nórdica y la Europameridional, la Padania y el Mezzogiomo en Italia, los estados del norte industrial y los del sur esclavista en la Guerra de Secesión norteamericana; y ello se repite al interior de España, de México, del Perú, etc. Pero la extensión como fenómeno contradictorio no solo es geográfica. También lo son la extensión conceptual o discursiva de los grandes sistemas filosóficos o religiosos y la de las teorías científicas en los que también impone el debilitamiento o el conflicto. Es previsible que aun sin la llegada española, fuese victorioso Huáscar o bien Atahualpa, el territorio se hubiera dividido igualmente contra sí mismo y los cusqueños aquietados. Quisquís, Rumiñahui o Chalcuchímac habrían debido dejar su sitio a los cañaris de Tumipampa, a los chachapoyas o a los pastos, a pesar del esfuerzo 102


Alan García Perez postrero de Huayna Cápac, que tal vez comprendiéndolo quiso fundar en Quito, «un centro como Cusco». La extensión impone un alto costo económico y detrae de la producción y la inversión importantes recursos. El esfuerzo por desplazar al Inca, sus jefes militares, orejones, curacas, tropas, exigía un enorme sistema logístico de criados y yanaconas. Cieza de León relata que el viaje de Huayna Cápac a Quito impuso una movilización de doscientas mil personas, lo que exigió retirar del espacio productivo regimientos reclutados en el Cusco y Yucay, pero también de los soras, lucanas, collas, chancas, etc. El costo y consecuencia de estos movimientos debió ser enorme, y luego mayor con las guerras de sucesión. Aparece con toda claridad una dinámica espacial declinante. La superposición de la etnia inca sobre el territorio, que exigía situar en el Cusco una población cada vez mayor de curacas dominados y de orejones, concentraba las decisiones y el producto social en esa ciudad y en el sistema de tambos para su desplazamiento. A ello se sumaba una segunda administración inca, con un noble en cada una de la ochentiocho provincias y un gran personaje a la cabeza de cada suyo, sus criados y sus fuerzas, además de la burocracia requerida por la administración decimal, los correos, los tambos, etc. Todo ello imponía continuar ampliando el territorio dominado para seguir alimentando al Cusco y a su clase dirigente, lo que en condiciones de baja tecnología sería cada vez más difícil. Tal vez, comprendiendo esto, Pizarro liberó a los yanaconas y estableció que no se cometieran exacciones contra los indígenas y que los impuestos en bienes y trabajo se entregaran a los encomenderos y no en las cabeceras administrativas de las regiones y suyos. Tal vez. Lo que sí comprendió de inmediato fue que la gran debilidad de sus adversarios indígenas era la exagerada extensión. Por ello, entre Cajamarca, Jauja y Cusco, fundó Lima y creó ciudades intermedias, como Trujillo, Arequipa, Huamanga y validó la creación de Chincha por Almagro, pues así garantizaba un espacio homogéneo, que no se extendiera más allá del Perú actual o más allá de Quito, que permitió ocupar por Alonso de Alvarado y por su propio hermano 1 lernando Pizarro. Es muy significativo que jamás se propusiera viajar a Quito ni volviera a Cajamarca. Así, aunque fue here

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Pizarro, el Rey de la Baraja dero de la vocación unificadora de Castilla y Aragón y coetáneo de la formación del imperio de Carlos V, Pizarro tenía un criterio más homogéneo y limitado para el reino que estaba creando.

Las múltiples divisiones del Perú En segundo lugar fue consciente, desde su desembarco en la isla de Puná, de la división comarcana y de curacazgos del Perú como efecto de la geografía, la historia y la expansión inca. El cacique Chirimasa de la ciudad de Tumbes, que tuvo un doble juego respecto de Pizarro por su temor a Atahualpa y al mismo tiempo por su respeto temeroso y mitológico a los españoles, le informó sobre la historia reciente de la presencia inca, la conquista de la Federación Chimú y la de su propio señorío tallán por Huayna Cápac y Túpac Yupanqui. Explicó sobre las muchas comarcas en que se dividía el territorio cercano, como Reque, Jayanca, Túcume, Caxas, Serrán, y cómo estas tenían conflictos entre sí, acrecentados por la lucha remota y exótica, impuesta a ellos, entre los Hurin Cusco y los Hanan Cusco. Así, existían pueblos huascaristas dominados por los gobernadores militares atahualpistas a costa de sangrientos exterminios, en los que los curacas proclamaban ante los recién llegados españoles ser ora huascaristas, ora atahualpistas y dudaban sobre qué decisión tomar. De allí que el propio Chirimasa, informante de Pizarro según el cronista Gutiérrez de Santa Clara, huyera de Tumbes cuando se preparaban atentados y emboscadas contra los españoles por algunos atahualpistas como Maica Huillca. Es importante anotar que la astucia política de Pizarro le hizo perdonar a Chirimasa, no obstante haber ordenado días antes la quema en la hoguera de doce caciques de Amotape y La Chira por haber hecho ese mismo doble juego. Con el perdón de Chirimasa, que lo acompañaría después en su marcha hacia Serrán y a su encuentro en Tangarará con los emisarios de Huáscar, logró tener a todo el pueblo tallán agradecido y respaldando su acción en la zona de desembarco de los refuerzos esperados. En suma, casi setenta reinos y grandes curacazgos agrupaban a más de trescientos importantes caciques en las zonas en las que

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Alan García Perez habían desembarcado los pizarristas y en el territorio actual del país. Un ejemplo típico: solo en la isla de Puná existían nueve caciques, de los cuales, el primus ínter pares era Cottoir, que fue el primero con el cual tomó contacto Pizarro. Sin embargo, fue también el primero que, dudoso, intentó emboscar a los españoles a pesar de estar en contra de Atahualpa, que había diezmado su pueblo, aunque buscando al mismo tiempo independizarse de la legitimidad del Cusco, expresada en Huáscar. Fue esa rebelión de los caciques contra la dominación Inca lo que paralizó la acción de Atahualpa y Manco Inca, cuya autoridad muchos no reconocieron: «Cuando Don Francisco llegó al Cusco vino un cacique principal de la provincia de Chucuito que se llamaba Caripaxa, indio muy viejo y gobernador de esa provincia y llego al pueblo de Muina y les dijo a los indios mitimaes que allí estaban: hermanos ya no es tiempo del Inca, ahora os podéis volver a vuestra tierra cada uno» (Sempat Assadourian. «En Stirling, Stuart», página 109). Pero el análisis de Pizarro lo llevó a comprender que la extensión geográfica había originado el conflicto más grave, «la contradicción fundamental» como lo hubiera expresado Mao Tse-Tung, entre Huáscar y su hermano Atahualpa, el cual no fue al Cusco a rendir pleitesía al nuevo Inca. Pizarro debió comprender que ese conflicto retroalimentaba los obstáculos de la gran extensión que lo originó y hacía renacer la vocación de independencia anterior en las comarcas. Comprendió que la adhesión de los señores o caciques a Atahualpa y a Huáscar era forzada y aparente. Mucho antes que el gran historiador John Murra, Pizarro entendió que el Perú era un archipiélago de legitimidades entrecruzadas por la necesidad económica, comercial y de implantación de pequeños grupos productivos de los cacicazgos en el territorio de otros. Cieza describe cómo «a una legua de distancia» se hablaban lenguas diferentes y se obedecían sistemas políticos distintos. Esa actitud comarcana esencial, característica del Perú histórico y vigente hasta hoy, fue agravada por el sistema incaico de los mitimaes. Con ese programa forzado de población, se desplazaba grandes multitudes en uno y otro sentido, buscando implantarlealtades y desarraigar rencores en las zonas nuevas: soras y lupacas al norte, cañaris y

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Pizarro, el Rey de la Baraja chachapoyas al sur. Todo ello, como anota el propio cronista, generaba descontento y desconfianza general. Los recién llegados, por ejemplo, eran «mal considerados por los residentes anteriores y todos vigilados por un sistema de espías y gobernadores del Cusco». Cieza informa, por ejemplo, sobre la presencia de mitimaes en Cajamarca, una población que solo tenía dos mil habitantes y eso, por cierto, debió facilitar la acción militar de los españoles la tarde del 16 de noviembre de 1532, por la actitud contemplativa de los mitimaes foráneos. Podemos preguntamos por qué, si Pizarro liberó a los yanaconas y les dio libertad de tránsito, no hizo lo mismo con los mitimaes permitiendo que volvieran a sus tierras de origen. Ello hubiera sustentado mucho más su legitimidad, asociando los dos sectores como base de una nueva ciudadanía pizarrista, a la vez que hubiera devuelto las fuerzas productivas del trabajo a sus tierras ancestrales. Lamentablemente no lo hizo, aunque la lógica lo conducía a ello. Pero el pensamiento de Pizarro le permitió actuar con sagacidad e inteligencia porque entendió este complejo y conflictivo tejido de legitimidades, etnias y localidades. Su estudio de la realidad lo llevó a comprender la dramática situación humana, económica y política de la escena a la cual llegaba e identificar los mayores enconos anti incaicos. Era una población, en muchos sectores, angustiada y susceptible de constituir el apoyo que los españoles requerían. Y lo logró. Primero los cañaris contra Atahualpa y después contra el Cusco y contra Manco Inca; luego los chachapoyas de reciente incorporación al imperio a costa de una sangrienta guerra, que podría definirse como un enfrentamiento entre la cordillera y la zona preselvática. Ambas etnias estuvieron al lado de los españoles, tanto en el Cusco sitiado por Manco Inca y defendido por Gonzalo y Juan Pizarro, como en la Lima sitiada por Titu Yupanqui, donde fueron el apoyo fundamental. No olvidemos que Pizarro tenía, además, dos fuerzas indígenas ajenas al territorio peruano y a las pasiones de la división comarcana o de las legitimidades, los nicaraguas y los guatemalas a los que trajo en su segundo y tercer viaje, más los que posteriormente le fueron enviados por Almagro.

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VIII OCTAVA REGLA

PROMOVIÓ Y MULTIPLICÓ LA CONFUSIÓN DEL ADVERSARIO


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El norte contra el sur El estudio de la realidad le permitió promover y multiplicar la confusión de la situación que encontró. Comprendió prontamente que, en el fondo, era todo el Perú actual el que estaba en punto de rebelión contra Atahualpa, por su origen quiteño y su ilegitimidad. Comprendió que el primer y más importante conflicto geográfico en el Perú era el norte contra el sur y tuvo razón, pues a lo largo de la historia tal división se mantuvo por cuestiones de extensión y por la idiosincrasia: Atahualpa contra Huáscar, Bolívar contra La Sema, Orbegoso contra Gamarra, el Apra y el antiapra, etc. Pero al mismo tiempo entendió que los yungas costeños no aceptaban la dominación andina, y especialmente los yungas del norte no acataban la dominación del sur cusqueño. Paralelamente al conflicto norte-sur, existía el conflicto costa-sierra, y en tercer lugar, en el valle del Cusco y luego en todo el territorio y a través de los gobernadores impuestos por Huayna Cápac, Túpac Yupanqui, Huáscar o Atahualpa, el gran enfrentamiento de los Hurin contra los Hanan a lo largo de todo el territorio. Liberación de los yanaconas Pizarro aumentó ese conflicto con la liberación de los yanaconas ya mencionada. Estos se rebelaron contra sus anteriores amos de cualquier extracción, bien cusqueños del Hurin o del Hanan o los señores de los cacicazgos y curacazgos. Siguiendo el dictado de que «no hay peor enemigo que el renegado ni mayor fanático que el nuevo converso» y siguiendo el ejemplo de Felipillo y decenas de traductores como él, los yanaconas liberados fueron los mejores informantes del bando español. Los yanas, que no entraban en el sistema de tripartición de la sociedad andina (tierras del sol, tierras del inca, tierras del ayllu), ayudaron a la desestructuración de la vida india, asaltaron los tambos para comer el maíz reservado a los señores y no solo la corriente papa, violaron a las mujeres reservadas antes por el poder Inca y desechadas luego por los españoles. Fue el desorden, pero al mismo tiempo la «horizontalización» de la sociedad, que fue contenida más adelante por la reforma de Toledo, una alianza entre la nueva


Pizarro, el Rey de la Baraja burocracia y los curacas y caciques. Pizarro pudo comprobar el conflicto preexistente en la pugna entre los independentistas o huascaristas de la isla de Puná y los gobernadores tumbesinos atahualpistas y pudo ver en el Tumbes destruido cientos de cadáveres de los tallanes que habían mantenido su fidelidad a Huáscar. Lo confirmó, además, en su recorrido por la ribera del río Tumbes, hacia Tangarará y más adelante en Serrán, verificando el inmenso desorden sobre el cual construyó, como hemos advertido, su legitimidad arbitral. Y a él sumó el nuevo conflicto de los yanas liberados.

Los viracochas y la confusión religiosa Pero el desorden creció también por la diversa interpretación de los indígenas sobre el rol de los recién llegados y la versión de su carácter divino, la cual fue recogida por ellos mismos en Tumbes y luego difundida por los enviados tallanes al Cusco en la versión de Titu Cusí Yupanqui: «No pueden ser menos que Viracochas porque dicen que vienen por el viento y es gente barbuda, muy hermosa y muy blanca, comen en platos de plata y las mismas ovejas que los traen a cuestas, las cuales son grandes, tienen zapatos de plata, echan rayos como el cielo. Y nosotros los hemos visto con nuestros ojos hablar con paños blancos y nombrar algunos de nosotros por nuestros nombres sin se lo decir nadie». Pero más que tal relato, debió alentar esa interpretación el panteísmo generalizado que Polo de Ondegardo describe: «Los serranos particularmente adoran el relámpago, el trueno, el rayo llamado Santiago. ítem el arco delcielo, el cual es también reverenciado de los indios de los llanos, ítem las tempestades, los torbellinos o remolinos de vientos, las lluvias, el granizo. ítem los serranos adoran los montones de piedras que hacen ellos mesmos en la llanadas, encrucijadas o en cumbreras de montes. Finalmente aun adoran cualesquiera mocaderos de piedras donde hallan averse echado piedras, coca, mais, sogas, trapos y otras cosas diferentes»: Igual enumeración hace con los sacrificios y las fiestas, y todo ello hubo de facilitar que, para el promedio de los pueblos, la versión divina de los españoles fuera inevitable. Ello se expresa más adelante en el conflicto entre Atahualpa,

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Alan García Perez Maica Huillca y Rumiñahui, quienes luego de sus primeras dudas no reconocieron ese carácter divino frente a la convicción de Huáscar, el cual, en su desesperación providencial, sí estaba convencido de que eran los viracochas llegados a sancionar al usurpador Atahualpa. Y el propio Manco Inca participó de esta interpretación, a pesar de la opinión del Villa Huma o gran sacerdote que, a su lado, negaba a los españoles ese carácter divino. Aunque los cronistas del Perú no expresan mayores detalles, es útil recordar por analogía la relación del fraile Francisco Martín de Jesús sobre la conquista de Michoacán, citado por Todorov (op. cit. páginas 101-104), que reproduce la construcción verbal del Cazonzi de Michoacán: «De dónde podían venir sino del cielo los que vienen. Algún dios los envió y por eso vienen. Esperemos a ver, vengan a ver como seremos tomados, que suyo era aquello, de aquellos dioses que lo llevaban. ¿Para qué quieren este oro? Debenlo de comer estos dioses por eso lo quieren tanto» (III, 22 a 27). Pero la consecuencia política también es similar a la situación en el Perú, pues al ser requeridos para defender a los mexicanos, responde el Cazonzi michoacano: «¿A qué habremos de ir a México? Tenemos rencores entre nosotros. Muera cada uno de nosotros por su parte. No sabemos lo que (los mexicas) dirán después de nosotros y quizás nos venderán a esas gentes que vienen y nos harán matar. Haya aquí otra conquista por si, vengan a nosotros con sus capitanías, mátenlos a los mexicanos» (III, 23).

La llegada española intensificó el conflicto Pero lo que adicionalmente promovió y multiplicó la confusión fue la propia presencia española, que hizo más feroz la lucha. Antes de la llegada española se habían librado múltiples batallas entre Huáscar y Atahualpa, como las de Ambato, Tumipampa, Mullutuyru y Cusipampa, y ya con los españoles en el territorio, las de Bombón y Yanamarca, pero ante la noticia del arribo de esos extranjeros o dioses justicieros, los dos bandos intensificaron el encarnizamiento de su lucha. Huáscar, para lograr su apoyo en las mejores condiciones, desplegó las últimas fuerzas que tenía en la defensa en el río Apurímac, donde se libró en 1532 la batalla de Tahuaray y, poste


Pizarro, el Rey de la Baraja riormente, con sus tropas en retroceso hacia el Cusco, la batalla de Cotabambas, hasta que en un último esfuerzo se enfrentó a Quisquís en Chotacaxas, donde fue tomado prisionero. Por su parte, antes de su captura, entre julio y noviembre de 1532 y luego de ella, hasta agosto de 1533, en que fue ejecutado, Atahualpa impulsó las tropas de Chalcuchímac y Quisquís en el centro y sur del país para solucionar primero el problema de la legitimidad con su hermano y -eliminado ese peligro principal- después hacer frente a los extranjeros. Durante los ocho meses del cautiverio de Atahualpa, el conflicto en el sur continuó y solo culminó cuando ordenó la eliminación de su rival, hecho dramático que, sin embargo, tenía múltiples precedentes por cuanto, como hemos señalado, solo en la toma del Cusco por Quisquís, dicen las crónicas que se mató más de doscientos hijos de Huayna Cápac y ochenta y tres hijos de Huáscar, habiendo logrado fugar Paullu y Manco Inca. De todo esto fue consciente Pizarro, porque en esas ocho batallas producidas antes y después de su llegada puede calcularse en trescientos mil los muertos en ambos ejércitos indígenas. Cieza cifra en treinticinco mil muertos las bajas en la batalla de Coxabamba y en quince mil las de Ambato. Pero a ello deben agregarse las víctimas en la debelación de insurrecciones como las de Tumbes, Caxas, y las de los cañaris, jaujas, chachapoyas, etc. Todo ello muestra una alta proporción de combatientes caídos, pero también una gran reducción de la población masculina en edad de combatir en todo el territorio. Así se explica el desorden agrario y la gran hambruna existente a consecuencia de ese desorden. Si a ello se suma la silenciosa pero eficaz acción de la vanguardia bacteriana, que las crónicas no recogen, pues solo afectaba a los indígenas y que por el movimiento de los ejércitos debió difundirse activamente asolando todo el país, el debilitamiento económico y humano del Perú de entonces permitió a Pizarro cumplir la ya citada indicación de Maquiavelo: «la mejor forma de conquistar un reino es arruinándolo».


Alan García Perez

IX NOVENA REGLA

ESTUDIÓ PROFUNDAMENTE LA PSICOLOGÍA DEL ADVERSARIO


Alan García Perez Pizarro, hombre austero, analfabeto, de escasa capacidad discursiva y de sonrisa excepcional era, sin embargo, un astuto y profundo observador de la psicología de los otros actores. Un gran jugador de baraja que no delató su juego pero leyó el de los otros, en su mirada y en las cartas que devolvían. Eso fue lo que le permitió anticipar los movimientos de cada uno de ellos y tomar ventaja de todas sus debilidades y objetivos. Alian Bullock, al caracterizar a Hitler, lo describe por su gran capacidad de identificar el poder psicológico en cada actor. Hitler identificó en Chamberlain y Daladier, los ministros inglés y francés enviados a negociar con él, un temor pánico a la guerra y su urgencia por mantener la paz a todo precio. En conocimiento de esto, los avasalló y fue avanzando en sus propósitos militares, anexándose Austria, tomando los Sudetes, iniciando descaradamente el rearme alemán, como antes lo hizo Napoleón con el zar de Rusia y más grotescamente con Carlos IV y su heredero Femando, frívolos y cobardes, cuya abdicación logró en Bayona. Pizarro obtuvo algo similar de varios actores en su escena.

Almagro: la envidia subordinada Al primer gran personaje, que estudió y diagnosticó adecuadamente, fue Diego de Almagro. En este, tan parecido en apariencia al propio Pizarro, identificó una persona aquejada por profundos problemas de origen. Si bien Pizarro fue hijo bastardo en una criada, era hidalgo por su origen y fue educado y sostenido por su madre, en tanto que Almagro fue abandonado y rechazado por la suya y narra la historia que, cuando la buscó a los doce años de edad, recibió de ella solo un mendrugo de pan en la puerta y la orden de marcharse. Esta circunstancia y otras, como la de ser fugitivo de la justicia española por un crimen con arma blanca, determinarían que la personalidad de Almagro fuera oscura, triste y ansiosa de protección. Pizarro percibió de inmediato lo manipulable y subordinado que sería su socio. Almagro no se inclinó nunca a las personalidades expansivas, elocuentes o triunfadoras, como Hernando de Soto, o a las abiertamente soberbias, como I lernando Pizarro, pero al encontrar un socio adusto y serio, «un pudre adoptivo», optó por subordinar su ca


Pizarro, el Rey de la Baraja rrera militar a él, que además de ser menor, contaba con doce años más de experiencia en el Nuevo Mundo. Tenía además, una «ambición limitada», de la que Pizarro fue muy claramente consciente, y jamás intentó disputar en el territorio de Nueva Castilla, el Perú, la superioridad y el mando de Pizarro. Solo en una ocasión dio rienda suelta a su envidia. En el tercer viaje, permaneciendo en Panamá como reclutador de soldados y acopiador de vituallas insinuó en su informe a la Audiencia de esa ciudad que era él, y no Pizarro, el verdadero impulsor de la conquista, pues el otro siempre «se quería volver». Pero fue la única vez y Pizarro, hábilmente, fingió ignorarlo. En adelante, Almagro solo gestionó que se le concediera un territorio más allá de los límites de la gobernación de su jefe. Como consecuencia de estas características psicológicas era un buen y ordenado administrador, al cual Pizarro confió desde los años en Panamá el aprovisionamiento y el reclutamiento, de tal modo que lo privó de participar en los más importantes hechos de la conquista. Almagro fue, a lo largo de su vida, un hombre que acumuló dinero y riqueza. Aunque en su testamento declaró haber habido un millón de pesos de su asociación con Pizarro, se desprendió de mucho de ello, tanto por ayudar a sus soldados y compañeros como por buscar la Gobernación de la Nueva Toledo, siendo su segundo objetivo —que más adelante lo haría perder la vida— el ennoblecer a su familia mediante el matrimonio de su hijo -para quien dos horas antes de morir pidió a Carlos V la Gobernación de Nueva Toledo— con la hija deldoctor Carbajal, miembro del Consejo de Indias. Fue por ello que no se atrevió, como se lo exigían los soldados de Pedro de Alvarado, a ejecutar a Hernando Pizarro, su prisionero en la ciudad, porque eso hubiera causado graves problemas jurídicos a su pretensión, pues se trataba de un hidalgo y de un hermano del gobernador Pizarro. Paradójicamente fue Hernando Pizarro, quien liberado y traicionando su palabra de «no tomar las armas contra él», lo derrotó en la batalla de Las Salinas y lo ejecutó después de un juicio simulado e ilegal. Así, en conocimiento de esa limitada e ingenua ambición, Pizarro no puso ningún obstáculo para la expedición a Chile, y por el contrario la promovió, pagó los cien mil pesos pactados por Almagro con Alvarado y dejó que las tropas de este se incorporaran a las


Alan García Perez fuerzas de su socio. Todo esto ocurrió en Pachacamac. Pizarro confió siempre en su capacidad para dominar la psicología de Almagro, considerándolo inferior; por eso, en 1536, cuando Almagro declaró al Cusco como capital de la Nueva Toledo, Pizarro se trasladó al Cusco con un pequeño grupo de soldados, haciendo un azaroso viaje en solo siete días, le ofreció aceptar su pretensión si el rey la reconocía mediante una cédula real y comulgó con él de una sola hostia. Así, un Almagro satisfecho viajó a Chile llevando como lugarteniente a Rodrigo Orgoñez, con lo que Pizarro eliminó a Hernando de Soto de la nueva aventura. Pero, al retomo de la expedición a Chile y tras levantar el sitio del Cusco, desengañado por no haber encontrado riquezas, tomó Almagro prisioneros a Gonzalo y Hernando Pizarro. Sin embargo, por la vieja subordinación, aceptó reunirse con Pizarro en Mala, en un episodio en el que no está confirmado si los setecientos españoles que acompañaron a Pizarro iban dispuestos a capturar a Almagro, a pesar de haberse pactado una escolta limitada a doce personas para cada uno. Gracias al aviso de su escudero, Almagro abandonó sin aviso previo la entrevista, pero al llegar al Cusco cometió el gravísimo error político de liberar a Hernando, quien, como se ha dicho, tomó el mando del ejército para luchar contra él y ejecutarlo después.

Atahualpa. La soberbia Según puede comprobarse por la crónica de Francisco de Jerez, que como secretario de Pizarro expresaba sus ideas, este estudió e identificó psicológicamente a Atahualpa, al que definió con el término «soberbia». Dice Jerez, por ello, que Atahualpa los esperaba «con mucha soberbia», y repite ese calificativo en muchas ocasiones, recogiendo sin duda la expresión de Pizarro: «indio soberbio». Pero el primer contacto de Pizarro con Atahualpa no fue directo y físico. Lo estudió a través de su enviado Maisa Huilca, que llegó a Serrán, donde estuvo Pizarro en las semanas previas a la marcha sobre Cajamarca y donde se presentó amenazante al tiempo que despreciativo con fortalezas de barro y piedra y con patos desollados para demostrar el poder ofensivo y la condición física en la que


Pizarro, el Rey de la Baraja quedarían los españoles. Pizarro fue cauto al exigir a su tropa paciencia e indiferencia ante esa actitud desafiante del enviado, que llegó a mesar las barbas de un soldado. Pizarro sonrió mostrando una paciencia afectada, con la que estaba haciendo llegar una falsa información a Atahualpa y, por el contrario, correspondió el insulto enviando al jefe indígena una copa de cristal de Venecia, borceguíes y una camisa de seda. Era un mensaje simulado de temor y de paz. Lo dramático es que el estudio de Pizarro sobre la actitud de Maisa Huilca, en la que vio retratado el pensamiento de Atahualpa, fue muy acertado, porque este creyó la versión de Maisa Huilca cuando su enviado le informó con jactancia haber victimado a tres españoles y un caballo, según informa Francisco de Jerez, testigo de esta ingenua declaración de Atahualpa a Hernando Pizarro en su campamento de los Baños de Cajamarca. Maisa Huilca, contradiciendo la estrategia de Rumiñahui que exigía «atacarlos en las pasos de la cordillera», solicitó «solo cinco mil indios con sogas» para «atar a los cameros» y entregar a los españoles prisioneros. Atahualpa tomó esta decisión «para traerlos en persona, castrarlos y tenerlos como sirvientes», según la crónica de Miguel de Estete. Hernando Pizarro, que a la postre sería con De Soto el más cercano a Atahualpa, recibió una muestra de esa soberbia, pues el jefe indígena, bien informado de las jerarquías en el campo español, se negó a recibir a De Soto y únicamente salió de su tienda cuando llegó Hernando, el hermano del Apo o Jefe, y solo entonces ordenó dos vasos de oro para beber con él y luego dos vasos de plata para beber con De Soto, al que consideró de bajo nivel. Hernando Pizarro debió entonces explicar que ambos, De Soto y él, tenían la misma jerarquía como capitanes del rey. (Francisco de Jerez, 17). Pero debemos entender que tal explicación estaba más bien dirigida al orgullo herido de Hernando de Soto, quien, como veremos después, reaccionó altivamente. La soberbia, mucho más grave que la vanidad, es en términos eclesiásticos uno de los mayores pecados, por cuanto ignora a Dios y lo desafía como lo hizo el rey de Babel. Es en este sentido que Pizarro utilizaba, a través de su secretario, el término de «indio soberbio», pues además, para Atahualpa, los españoles no eran dio

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Alan García Perez ses. Si en algún momento lo creyó, no lo menciona crónica alguna. Es esta soberbia, por su línea legítima con el Sol, lo que lo hizo obsesionarse con el trono, por su legitimidad de sangre y por la necesidad prioritaria de derrotar a Huáscar, antes de pensar seriamente en los propósitos de ese «pequeño grupo de extranjeros’: Ello sucedió a pesar de la inteligencia estratégica anteriormente desplegada en su campaña contra Huáscar y de su natural habilidad, apreciada por los propios españoles a los que rápidamente se adaptó y de los que aprendió a jugar el ajedrez y a los que también logró dividir sobre su propio destino. A su manera logró promover la confusión del adversario, ganando tiempo, eliminando rivales, pero su propia captura ya había debilitado la autoridad y el temor que anteriormente imponía. Gran parte de su pueblo lo había abandonado, entre ellos el propio general Rumiñahui, que volvió a Quito con sus tropas. Fue por soberbia que Atahualpa aceptó la «invitación» que Pizarro le hizo, en conocimiento de sus condiciones psicológicas, para cenar con él, encerrándose dentro de un aposento e ingresando a una plaza rodeada de muros. Según dijo después, fue por soberbia y en demostración de superioridad que se presentó al campamento sin tropa de guerra y llevando, como narran los cronistas, miles de indios limpiadores del camino, cargadores de andas y músicos, pero disponiendo que las fuerzas militares, que según Jerez eran «más de treinta mil indios armados con lanzas largas, que son como picas», no se acercaran a Cajamarca. De esa manera facilitó su prisión, pues como informa Diego de Trujillo, los veinticuatro hombres de infantería encabezados por Pizarro «hicieron calle hacia Atahualpa» en medio de esos lacayos y músicos. El cronista Mena informa que no llevó vanguardia armada y en vez de ello, «cuatro mil hombres delante limpiando piedras y pajas aunque la plaza estaba limpia». Así también lo informa Hernando Pizarro en carta al emperador Carlos V, relatando que «llegó sin armas». Entró pues como un rey desarmado, recordando los términos con los que Maquiavelo justifica la caída de Savonarola: «Fue un profeta desarmado». Sin embargo, también tenía un plan: había dispuesto que un grupo de hombres de guerra tomara posiciones unos kilómetros detrás de los muros de la plaza para aprisionar a los españo


Pizarro, el Rey de la Baraja les «cuando huyeran ante su presencia’: Fue además, según el cronista Juan de Betanzos, embriagado: «Entro el Inca bien tomado de la bebida que había bebido ainsi en los baños antes que partiese como en el camino en el cual había hecho muchas pausas y en todas ellas había bebido él». (Ver Maticorena Estrada, Miguel. La caida del Imperio Incaico. Un dato de Atahualpa. Revista Histórica, Tomo XLI. 20022004). Atahualpa fue a la plaza acompañado por Maisa Huilca, que moriría en ella, y junto a los grandes señores, el de Chincha, segundo personaje del imperio y el de Caxamarca. Un detalle significativo es que los largos cabellos de Atahualpa, que no correspondían a su dignidad y eran usados así para ocultar su oreja mutilada en una batalla contra Huáscar, permitieron que fuera asido de ellos para echarlo del anda que sostenían aun sus cargadores. Vanidad. Detectada esa soberbia y sabiendo que lo cegaría, en las dos reuniones previas con Maisa Huilca Pizarro ofreció su ayuda al jefe indígena y «ponerse a sus pies para servirlo». Siguiendo el mismo libreto, cuando destacó veinte jinetes con De Soto al campamento, envió después a Hernando para verificar lo que ocurría, pero también para halagar al jefe indio, ofreciendo nuevamente ayuda contra los enemigos e inclusive devolver inmediatamente los bienes tomados de los tambos reales. Allí Pizarro tuvo la destreza psicológica de juntar dos personalidades soberbias, que entablaron desde ese momento una relación de coincidencia en cuanto a su forma de tratar desdeñosamente a las personas.

Huáscar. Desesperación y providencialismo Un tercer actor al que estudiar en el escenario fue Huáscar, al que Pizarro nunca vio, pero al que sí vieron los tres soldados enviados por él al Cusco durante la prisión de Atahualpa. Pizarro sabía para entonces, a través de los emisarios de Huáscar que llegaron a Tangarará meses antes, así como por los mensajes que recibía en Cajamarca de parte del Inca legítimo y sus orejones, que podía sintetizar el mundo emocional y la actitud de Huáscar en un solo término: desesperación. En los meses que van de julio de 1532 hasta su muerte, aproxi-


Alan García Perez niadamente en mayo de 1533, Huáscar vivió obsesionado por la derrota de sus tropas y por la pérdida de su legitimidad más que por la pérdida de su vida. Por ello fue uno de los primeros que creyó, a pesar del consejo de su máximo sacerdote Villa Huma, que esos sí eran los viracochas que volvían para poner justicia en la tierra y logró que sus más cercanos, los familiares de la panaca y del Hanan Cusco, compartieran esa interpretación. Desde entonces, contribuyeron a difundir y a defender el carácter mágico-divino de los extranjeros. Huamán Malqui Topa, padre del cronista Huamán Poma, fue enviado a Tangarará, donde exigió a Pizarro el castigo contra el usurpador. Desde entonces Pizarro supo que, empujado por su desesperación, Huáscar creería en su divinidad y sería su mejor aliado en el sur contra las tropas de Chalcuchímac y Quisquís. Pero al mismo tiempo comprendió que más adelante necesitaría la desaparición de Huáscar para poder sumar todo el sur en contra de Atahualpa y al cumplir con la demanda de su muerte, eliminar a los dos contendientes, tener abierto el camino del Cusco y estar en libertad de designar al nuevo Inca, como finalmente lo llegara a hacer. Huáscar expresó nítidamente la actitud de los hombres del mundo andino, ritualizado y mágico: ¿Cómo saber lo que por ser profecía es inevitable? ¿A través de qué signos encontrarlo? ¿Era el enano que visitó una noche a Huayna Cápac antes de su muerte o el cometa que Moctezuma vio? ¿Era la enfermedad que se inició en los auquénidos y mataba después a los hombres?

Manco Inca. Credulidad y ambición El cuarto personaje a considerar fue Manco Inca. Al iniciar su marcha de Cajamarca hacia el Cusco, Pizarro iba acompañado por Túpac Huallpa, monarca designado por él, pero asesinado este, encontró en el camino a un adolescente de diecisiete años que habiendo sido perseguido por los soldados quiteños en el Cusco, fugó a la selva amazónica. Manco, hijo de Huayna Cápac, volvía para pedir protección a los viracochas. El futuro Manco Inca creía en el carácter divino de los españoles, pues era de la panaca de Huáscar y del Hanan Cusco y por ello fue fácil para Pizarro satisfacer sus pedidos, darle protección y ofrecerle al mismo tiempo que, a través de


Pizarro, el Rey de la Baraja él, continuaría la legitimidad del imperio. Ello fue aceptado de inmediato por Manco, que fue coronado después con gran fasto en el Cusco. Como prueba de esa alianza, Pizarro le brindó la muerte de Chalcuchímac, quemado en Jaquijahuana antes de ingresar a la capital. Más adelante, Manco, utilizando a los soldados de Almagro, hizo asesinar a dos hermanos suyos para consolidarse en el poder. (Pedro Pizarro 61 v.). De esta manera Pizarro pudo incorporar en su séquito de ingreso al Cusco al nuevo pretendiente al Incanato bajo el aplauso y la expectativa de toda la población que, como dice la crónica, en todos los edificios de la ciudad y en los cerros vecinos aclamaba el ingreso de los justicieros divinos, que tras ello seguramente se irían «cargados de oro». Pedro Pizarro cuenta cómo Manco Inca aun mantuvo esa ingenua credulidad cinco años después, inclusive tras su rebelión, en 1537, luego de haber abandonado el sitio del Cusco y ver destruido el ejército que Titu Yupanqui envió a Lima: «Pues envió Almagro a un Ruy Díaz a Manco Inca por mensajero. Manco le hizo una pregunta, dime Ruy Díaz, ¿si yo diese al rey un gran tesoro echaría a todos los españoles de este reino? El Ruy Díaz respondió: ¿Qué tanto darías Inca? Dijo Ruy Díaz que había mandado traer el Manco Inca una fanega de maíz e hizo la echar en el suelo y de aquel montón tomó una mazorca y dijo: los cristianos apenas han encontrado el equivalente a esta mazorca del oro y plata que hay y lo que no habéis encontrado es tan grande como este montón del que he cogido una sola mazorca. Y Ruy Díaz dijo a Manco: aunque todas las montañas estuvieran hechas de oro y plata y se las dierais al Rey no retiraría a los españoles de esta tierra». Esto ocurrió cinco años después de la llegada de los españoles y comprueba que el propio Inca creía aun en la posibilidad de recuperar su reino a cambio de oro, sin comprender el propósito real de Pizarro.

Hernando de Soto. Ambición y vanidad Un quinto personaje al cual Pizarro definió fue Hernando de Soto, que cumplió un papel esencial en el aspecto militar de la conquista


Alan García Perez y fue por sus condiciones psicológicas un experto en conducir la vanguardia. Pizarro identificó en él dos elementos: primero, la audacia caballeresca y, en segundo lugar, la vanidad por creerse de un mayor nivel social o de capacidad militar superior como capitán de caballería y usar por ello, según descripción de Garcilaso, perlas en los lóbulos de las orejas y amuletos y joyas en la pechera. Un rasgo sintético debió ser también advertido por Pizarro, Hernando de Soto llegó acompañado de su amante española, Juana Hernández, ante la cual debería demostrar sus grandes capacidades. Era ambicioso, pero útil. Su presencia fue impuesta por Ponce de León, que pidió una encomienda para sí y una importante gobernación para De Soto y allí nació la rivalidad entre él y Alma-gro. Sin embargo, Pizarro, conociendo la ascendencia soldadesca que De Soto podía generar, lo usó permanentemente como vanguardia de su tropa, en primer lugar para sancionar a los indiosde Puná, luego en el avance hacia Caxas, después como enviado desde Cajamarca a la localidad de Baños, posteriormente como pacificador de la zona concéntrica de la ciudad luego de la toma del Inca y, acto seguido, al haberse anunciado que se preparaba un gran asalto contra Cajamarca, como encargado de llegar hasta Huamachuco para verificar si tal alzamiento era cierto. Un detalle no analizado es que, al no haber sido recibido por Atahualpa en su tienda, y viendo la importancia que reconocía el jefe indio a Hernando Pizarro, antes de marcharse Hernando de Soto castigó la soberbia de Atahualpa efectuando de improviso, y sin recibir alguna orden, una arremetida de su caballo en dirección al jefe indio, que permaneció imperturbable y ejecutó inmediatamente después a trescientos indios que pretendieron huir y cuyos cadáveres encontraron los españoles al día siguiente. Naturalmente, la afrenta fue dirigida también hacia la mayor jerarquía y soberbia de Hernando Pizarro. Fue un actor militarmente útil pero peligrosamente ambicioso. Por ello, al desembarcar en Tumbes y contra su expectativa, Pizarro nombró a su hermano Hernando como Capitán General del ejército de la gobernación, fingió ignorar su insubordinación al avanzar hacia Quito sin órdenes, lo frenó en su marcha al Cusco, más adelante evitó que fuera a Chile y tampoco lo repuso como gobernador del


Pizarro, el Rey de la Baraja Cusco. Así originó que De Soto partiera hacia La f lorida.

Hernando Pizarro. Peligrosa crueldad y soberbia Ya conocía Pizarro la soberbia aristocrática de su hermano menor, al cual Atahualpa distinguió al comprobar que sabía leer y escribir. Pero también conocía su carácter conflictivo y violento, por lo que en dos ocasiones lo envió a España llevando el dinero del quinto real. La primera, desde Cajamarca, para evitar una ruptura con Almagro, y la segunda tras la muerte de este, tal vez con el oculto propósito de desplazar hacia él toda la responsabilidad por la ejecución del Adelantado. Al mismo tiempo que soberbio, Hernando fue muy codicioso y en ningún momento pensó como Francisco en crear un reino para permanecer en él sino que quiso enriquecerse para volver con mayor fortuna a su condición de hidalgo en Trujillo. Su fortuna al volver sumaba varias veces el valor de su participación en los tesoros de Cajamarca y el Cusco, diciéndose además que intentó apropiarse de la riqueza de Almagro, razón por la que este designó heredero al rey. Por ejemplo, ante una oferta táctica de Manco Inca, que ya había sido apresado y maltratado por sus dos hermanos, Juan y Gonzalo, Hernando procedió -contra la opinión de sus capitanes- a liberarlo de las cadenas y dejarlo salir de la ciudad para obtener un gran tesoro, «una figura humana de tamaño natural en oro». Solo obtuvo el sitio de la ciudad, en el levantamiento de los días siguientes. A pesar de respetarlo, Pizarro conocía de su codicia y soberbia, por lo que intentó separarlo del escenario en dos ocasiones, dejándolo cargar con la responsabilidad por la suerte de Alma-gro. Razón tuvo el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo al escribir en su «Historia natural y general de las Indias» (1535) que «Pizarro truxo tres o cuatro hermanos suyos, tan soberbios como pobres. E de todos ellos el Hernando Pizarro solo era legitimo, e mas legitimado en la soberbia, hombre de alta estatura e gruesso, la lengua y los labios gordos, e la punta de su nariz con sobrada carne y encendida, y este fue el desavenidor del sosiego de todos, y en especial de los dos viejos compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro» (Libro XLVI cap I).


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Pedro de Alvarado. Un adversario temible y de gran dimensión Compañero de aventuras y lugarteniente de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado participó con mucha crueldad en la conquista de México y desencadenó, por la matanza del Templo Mayor que perpetró en ausencia de Cortés, el gran levantamiento de Tenochtitlán. Representaba el éxito militar en ese otro escenario. En 1534 desembarcó súbitamente con seiscientos soldados y once navios, la fuerza militar más grande que había llegado al Perú. Eran cuatrocientos cincuenta infantes y de caballería, más ciento cuarenta «del mar», como consigna el historiador Héctor López Martínez en «Los que vinieron con Pedro de Alvarado» (Separata de Humanidades. PUCP. 19721973). Su objetivo previsible era reemplazar por la fuerza a Pizarro y tal vez, con sus relaciones en España, justificar y validar el hecho consumado. Venía además premunido de confusas autorizaciones del Consejo de Indias para descubrir y conquistar. Fue ese el único momento en que Francisco Pizarro sintió verdaderamente una amenaza a su legitimidad, pero ante ello dio prueba de gran sagacidad y realismo. Temeroso del éxito ya demostrado por Pedro de Alvarado, prefirió negociar su propia legitimidad, y evitar enfrentarlo en una batalla de dudoso resultado. Aceptó así una transacción que lo empobreció en el equivalente de media tonelada de oro. Pero ello le permitió librarse prontamente del único que hubiera podido emular su capacidad de dirección y podría haber sumado a sus seiscientos hombres los doscientos soldados de Almagro, descontentos por no haber participado aun en la riqueza. Juan y Gonzalo. Los menores a proteger El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su «Historia natural y general de las Indias», ya ciiada, define a estos humanos como «tan soberbios como pobres e tan sin hacienda como deseosos de alcanzarla», pero ignora que el padre de los Pizarro, los consignó debidamente en su testamento a pesar de ser bastardo. (Nota de Héctor López Martínez).


Pizarro, el Rey de la Baraja Además de su natural afecto filial, Pizarro vivía agradecido con ellos por haber formado el núcleo duro y fuerte de su legitimidad inicial. Sabía que eran crueles y orgullosos, sin embargo, se vio forzado por el viaje a España de Hernando, para no nombrar a Almagro, a designar a Juan como gobernador del Cusco, grave error que motivó, en ausencia de él, que era el único conductor político capaz, la gran rebelión de Manco Inca por los maltratos que tanto Juan como Gonzalo le infligieron. Por ejemplo, contra lo previsto por Maquiavelo, Gonzalo Pizarro insistió violentamente en que el Inca le entregara a su esposa Cura Ocllo como una prueba de sumisión y al entregársele otra ñusta en lugar de la esposa, la tomó por su cuenta. Ello fue determinante en el inicio de la rebelión del Inca. Pizarro conocía de la ambición, la codicia y la crueldad de sus hermanos, pero confiaba en que estaban subordinadas a su autoridad. A pesar de los peligros, no llevó a Gonzalo a Lima, dejándolo en el Cusco sin poder imaginar que después de su muerte, en 1544, la ambición de Gonzalo llegaría a desafiar la legitimidad central del imperio y del propio Vaticano al exigir la virtual autonomía o independencia del Perú, con la inspiración de Francisco de Carbajal. De este último escribió Pedro Pizarro: «Este Carbajal era tan sabio que decían tenía familiar», aludiendo a la leyenda repetida por la tropa, según la cual Carbajal, originalmente llamado López Gascón, era hijo del Papa Alejandro IV Borgia y por tanto hermano de César Borgia, «El Príncipe», de Maquiavelo. La verdad es que los conoció como secretario en Roma del Cardenal Bemardino de Carbajal, del cual tomó el apellido. La hipótesis probable es que fue hermano del Cardenal y por tanto hijo del Señor de Torrejón de Cáceres, Don Francisco López de Carbajal. Fue tal parentesco el que le permitió, a pesar de ser formalmente plebeyo, llegar a la Universidad de Salamanca, de la que fue Rector su posible hermano, el cardenal, quien después fue excomulgado por organizar el Concilio Cismático de Pisa contra el Papado, como en el Perú Carbajal impulsó a Gonzalo Pizarro a la ruptura con la Corona Española. ¿Coincidencia genética? (Sobre la familia Gascón ha escrito Héctor López Martínez. «Rebeliones de mestizos y otras temas quinientistas». Ediciones P.L. V. Lima 1972).


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Los grupos humanos Pero Pizarro no solo identificó psicológicamente a las personas, sino también a los grupos sociales. Fue inteligente al comprender algo que, en muchas oportunidades definió los encuentros. Los indios, por su religiosidad, no peleaban de noche por no tener entonces la protección de su dios, y eso le permitió reconstruir las fuerzas, reorganizarlas y lanzar ataques nocturnos. Además intuyó que el espíritu anónimo y colectivo de la fuerza indígena le impedía pelear sin jefe y por ello, su plan principal fue tomar prisionero a Atahualpa. Luego envió a su hermano Hernando con una orden de Atahualpa para que Chalcuchímac, presente en Jauja, se trasladara a Cajamarca, donde fue apresado, dejando al ejército del centro sin líder. Durante el sitio de Lima por las fuerzas de Titu Cusi Yupanqui, jefe militar de Manco Inca, señaló en persona y con su espada al jefe indio al que de inmediato se dirigió Pedro Martin de Sicilia, para ultimarlo de un lanzazo, con lo que acabó automáticamente el sitio de Lima. Y lo más importante que comprendió fue el enorme desconcierto del pueblo indígena, su diversidad, su tendencia a la interpretación mitológica y por tanto su ineficacia como instrumento de guerra, pues en la mayor parte, sus ejércitos eran formados por campesinos armados con porras y hondas guardadas en los tambos, pero sujetos al calendario agrario. En el conflicto semiótico, entendió mejor a los otros que lo que los otros entendieron de él.


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X DÉCIMA REGLA

ACUMULÓ LA CONFUSIÓN Y LAS DEBILIDADES DEL ADVERSARIO


Alan García Perez Cortés supo unir, en México, a los tlaxcalas y a los totonacas contra los aztecas; Alejandro usó en su expedición a la India una suma de pueblos conquistados; Napoleón extraía regimientos de las naciones dominadas. De igual manera, antes de dirigirse a Cajamarca, Pizarro unió bajo su dirección a casi todo el norte en contra de Atahualpa. Recordémoslo otra vez. Antes de Cajamarca había conseguido el apoyo de los caciques de Raque y Lambayeque, luego de su estancia en Serrán obtuvo el apoyo del Gran Chimo y con él, la presencia de los señores de Jayanca, Illimo, Túcume, etcétera. En su marcha fue constituyéndose una gran fuerza integrada por la vanguardia española y miles de tropas auxiliares. Pero después de Cajamarca logró el apoyo de los xauxas, que se insubordinaron contra Chalcuchímac, el respaldo de los chachapoyas recientemente conquistados y al llegar al Cusco, el de los cañaris, que aun recordaban el exterminio de sus hijos menores por Atahualpa (Cieza, 59). Además obtuvo el apoyo de los huaylas por su vinculación con la hija de su cacica; el de los yauyos y la aquiescencia del pueblo de Pachacamac y del valle de Lima. En los primeros años tuvo un respaldo masivo. Con habilidad política unió a todos los enemigos y víctimas de Atahualpa. Por eso, cuando llegó a Huamachuco fue recibido entusiastamente como un libertador, pues Atahualpa había ocasionado allí decenas de miles de muertes y había victimado de un lanzazo al gran sacerdote, derribando además al ídolo Setequil para imponer como nuevo dios al Sol. Pero mientras avanzaba al frente de todas esas fuerzas, aun antes de la muerte de Huáscar y con más fuerza tras ella, acumuló en el sur a todas las tribus y señoríos que apoyaron al Inca legítimo, los soras, los lucanas, los aymaras, los chancas, los huancas, y además a los rezagos del ejército quechua. Esto también lo logró Pizarro, el jugador de baraja, pacientemente, deteniendo su tropa para dejar que los otros actores hicieran su juego. Primero en Piura, por dos meses, luego en Cajamarca durante ocho meses, después aproximándose a Jauja y luego en el viaje hacia Cusco, lo que en conjunto le tomó un año y medio. De


Pizarro, el Rey de la Baraja jaba madurar la carestía, el desorden militar y religioso, el calendario agrícola, las enfermedades, etc. Es difícil imaginar a De Soto o a Hernando Pizarro haciendo gala de tal paciencia. Tal vez ellos hubieran arremetido con velocidad mayor, afrontando los peligros de la cordillera ante tribus y ejércitos dispuestos a enfrentarlos. Pizarro, con sus mensajes, sus embajadores y su paciencia, logró unir a todo el Perú contra Quito y el actual Ecuador, que, a su tumo, estaba también dividiéndose por la insubordinación de los cañaris y por el retomo de Rumiñahui. Constituyendo esa federación de aliados y a costa de muy pocos españoles muertos o heridos, Pizarro ya era militarmente dueño del Perú, gracias también a la sangría cruel de la lucha entre los pretendientes al Imperio y a la acción encarnizada y vigorosa de la caballería y de los arcabuceros, pero esencialmente porque era el político más hábil en la escena. Anotemos que la fuerza española causó desde Tumbes hasta llegar al Cusco unas veinte mil víctimas indígenas, cifra muy inferior a los cientos de miles de muertos ocasionados por la marcha de Huayna Cápac y por la lucha entre sus hijos. Esta acumulación de fuerzas militares, de legitimidad religiosa, de devolución de autonomía a los cacicazgos y señoríos indígenas, permitió en el sitio de Lima, por ejemplo, que los cañaris, los chachapoyas, los huancas y los huaylas fueran su tropa auxiliar frente a las tropas de Titu Yupanqui. Inclusive cuando los incapaces y políticamente infradotados Juan y Gonzalo Pizarro, residentes en el Cusco, generaron la gran rebelión de Manco Inca, fueron también defendidos por tropas cañaris y chachapoyas.

Consolidar la retaguardia Otra regla de Pizarro fue avanzar lentamente, consolidando su retaguardia. Así lo hizo en Puná, en Tumbes, en el norte, confederando a todos los señoríos, ganando la adhesión de los huascaristas y capturando al Inca y a Chalcuchímac como rehén. También la siguió al avanzar hacia el sur tras verificar la partida de Rumiñahui a Quito, al utilizar la muerte de Huáscar para presentarse como vengador y además al reconocer la coronación de Manco Inca. Luego de los errores de sus hermanos, tomó a su cargo el


Alan García Perez aplastamiento de las rebeliones de Manco Inca y de Almagro. Pero como no todo puede ser calculado y «funcional», cometió un gravísimo error al dejar en Lima a Diego de Almagro «el Mozo» y a los almagristas empobrecidos, a los que en algunas ocasiones se refería despectivamente como «pobres diablos», aconsejando «dejarlos en paz». Actuó así ignorando el único consejo acertado que le dio Hernando antes de partir a España, de donde no volvería. No les dio a los almagristas ninguna riqueza, no los compensó, no los repuso en sus encomiendas, «no los mantuvo a cincuenta leguas ni impidió que se reunieran en más de diez», como le había pedido su hermano. Es razonable suponer que no desterró ni ejecutó al hijo de Almagro, a Juan de Herrada y a los veinte almagristas más notables por temor a las consecuencias que eso podría tener en su legitimidad, pues él sabía de las graves consecuencias y acusaciones que se lanzaban ya contra Hernando Pizarro en Toledo por la muerte de Almagro y no quiso abrir un frente en contra suya en España. No fue por generosidad, fue por cálculo; es decir, por mal cálculo. Pero esto, como sabemos, le costó la vida, aunque es bueno apuntar que no fueron los veinte almagristas quienes decidieron su suerte, sino sus veinte invitados al almuerzo del 26 de junio de 1541 en su casa, quienes según los cronistas lo abandonaron dejándolo en manos de los almagristas vengativos. Todos lo traicionaron, inclusive el sacerdote que celebró la misa en la capilla de su casa. Relatan los cronistas que Juan Blásquez, el teniente de gobernación de Lima, que le acompañó a la misa le aseguraba que mientras él tuviera en la mano la vara de la autoridad, nada ocurriría con Pizarro. Presente en el almuerzo, para poder huir descolgándose del comedor al patio de los naranjos, debió ponerse la vara entre los dientes, con lo que cumplió su promesa. Pizarro era un gran político, pero como casi todos olvidó que había cumplido, desde 1532, nueve años de poder absoluto en el Perú y que la extensión en el tiempo también es una debilidad y un peligro. Pero ese fue un error final. Pizarro siempre consolidó su retaguardia. No «quemó las naves», como se recuerda en Cortés. En el primer viaje trazó una línea en la arena sin crear un abismo, pero entonces, como en el tercero, mantuvo a Diego de Almagro en Pa


Pizarro, el Rey de la Baraja namá por hombres y provisiones. Creó una ciudad en Piura dejando allí parte de su tropa; cuando llegó el momento crítico pidió ayuda a todas las ciudades españolas en Centroamérica y el Caribe para enfrentar a Manco Inca. Tampoco tuvo una «Noche Triste», como Cortés. El episodio más parecido es el sitio del Cusco, pero ocurrió en su ausencia y cuando el centro del poder ya estaba en Lima.


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XI UNDÉCIMA REGLA

IMPIDIÓ LA UNIÓN DE LOS DEMÁS Y EVITÓ EL CONFLICTO IRREVERSIBLE ENTRE LOS PROPIOS


Alan García Perez De acuerdo a la consigna de Maquiavelo, «quien hace la fuerza de otro hace su propia desgracia». Francisco Pizarro fue muy consciente de ello y de evitar que las diferentes razones de autoridad y de legitimidad que otros tenían se juntasen, porque de esa manera podrían equilibrar su mando. Almagro significaba la duplicidad de la lealtad y la envidia, la organización, la provisión de bienes y además había sido el responsable de reclutar a personas que podrían sentirse ligadas a él. De Soto era el aventurero exitoso y audaz, capaz de ganar admiración. Hernando representaba la soberbia tradicional de la hidalguía, al que algunos podían sentirse obligados a obedecer. Esos y otros representan facetas a las que, por separado, Pizarro superaba largamente, pero juntos podrían significar un contrapeso. Aplicó por tanto la táctica de neutralizar por separado a cada uno de sus rivales. Napoleón lo demostró en su plan de batalla contra las coaliciones europeas, precipitándose prontamente contra el ejército adversario para impedir su unión a los otros y Waterloo fue su fin por el retomo al campo del prusiano Blucher gracias a la incapacidad del general francés Grouchy, que no pudo detenerlo. La unión de los otros era el peligro a impedir. Grecia, por primera vez unida, detuvo la inmensa maquinaria militar de Jerjes y mucho después, también unida, pudo conquistar el reino de Babilonia en tiempos de Alejandro. Se cuenta que Hitler bebió champagne la noche del ataque japonés a Pearl Harbor, pues concluyó que de esa manera distraería hacia el otro lado del mundo el inmenso poder norteamericano, pero el análisis y la estrategia de Roosevelt fueron superiores y respondieron declarando la guerra a Alemania y concentrando su mayor fuerza en el escenario europeo. Pizarro, como hemos mencionado, permitió la desobediencia de Hernando de Soto y los reclamos de Almagro en varias ocasiones, pero utilizó a Almagro para equilibrar a Hernando de Soto, como lo demuestra el episodio de Vilcaconga. Confiado en su dominio respecto de Almagro, lo envió a detener o comprar a Alvarado, sin temor a su posible unión, como podría haber ocurrido de haber enviado a De Soto. A este lo bloqueó enviando, después de él, a Hernando, su hermano, a los baños del Inca, para mostrarle al Inca y al propio De Soto la verdadera jerarquía del poder en el campo

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Pizarro, el Rey de la Baraja español. Además, con gran inteligencia, logró evitar la posible aunque remota unión de Huáscar y Atahualpa contra los extranjeros, la que hubiera significado el desastre de la presencia española. Con ese fin, coronó a Manco al día siguiente a su llegada al Cusco, impidiendo todo contacto con los quiteños que todavía se encontraban en las inmediaciones de la ciudad y que, como se sabe por los cronistas, calcularon tempranamente, en noviembre de 1532, su posible alianza con los cusqueños, la que luego desecharon por temor a ser castigados por los maltratos infligidos a Huáscar y al Hanan Cusco. De esta manera Pizarro actuó en su escenario, tal cual Napoleón lo hizo en el suyo. José de San Martín por su parte, aunque no ganó la independencia definitiva, originó con su plan de ataque por mar a Lima y a través de Chile la división del ejército español en dos frentes, el Alto Perú y la costa inmediata a Lima, un escenario del cual se aprovechó Bolívar. Adicionalmente, al repartir el rescate de Cajamarca días antes de la llegada de Almagro a Cajamarca, Pizarro premió y enriqueció a cada uno de los soldados de infantería o de caballería y generó con ello una clara división entre los enriquecidos por el rescate y los llegados posteriormente, privados de riqueza. Ello supondría una permanente y mayor adhesión de los primeros hacia él, pero también la adhesión de los segundos con Almagro y eso iría alimentándose hasta la batalla de Las Salinas, cuatro años después. Hizo así imposible la unión de los propios soldados españoles, que en algún momento hubiera podido significar un problema para él. Siguiendo las viejas tácticas, Pizarro impedía que los componentes de autoridad y quienes los encamaban se unieran en un solo grupo. Pero al mismo tiempo debía impedir que el enfrentamiento entre sus subordinados llevara a hechos consumados, irreversibles o sangrientos, que terminaran debilitando la conquista como objetivo primordial de su presencia y, con ello, el establecimiento de un nuevo reino. Pareciera haber pensado que quien mantiene la rivalidad y él conflicto al interior de su tropa puede, a pesar de eso, ganar una batalla, pero el que divide irremediablemente su hueste pierde

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Alan García Perez la guerra. Por eso es evidente que envió a Hernando a España para evitar que continuara agraviando a Almagro, con el cual casi había cruzado espadas. Permitió a Almagro comprar a Alvarado, evitando un choque armado. Para evitar enfrentamientos, Pizarro dio una pequeña suma de su parte del rescate a las tropas de Almagro y en esa misma circunstancia les ofreció participar en el tesoro del Cusco. Allí, años después, les ofreció aumentar su riqueza y consolidar su propio reino en la Nueva Toledo de Chile. Sabía que, aunque el actor exija algo, una pequeña parte de lo exigido, más una gran esperanza, puede ser una oferta mejor. De esta manera, aparentemente paradojal pero compleja, Pizarro mantenía la desunión evitando al mismo tiempo la división llevada al extremo.

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XII DUODÉCIMA REGLA

GUARDÓ ELEMENTOS DE NEGOCIACIÓN EN CADA ETAPA


Alan García Perez A pesar de una victoria, el actor ha de guardar siempre ciertos elementos de continuidad y negociación, pues la complejidad del escenario impide saber cuándo culmina un proceso de conflicto o cuáles son los elementos definitivos de la victoria. Creer que se ha eliminado definitiva y absolutamente al adversario es un grave error que puede convertir una victoria momentánea en una «Noche Triste».

La vida de Atahualpa El primer elemento de negociación que mantuvo Pizarro fue la vida de Atahualpa. Por tanto se encargó personalmente de su captura, desvió una cuchillada contra él con su propia mano y «Dio voces diciendo, nadie hiera al indio so pena de la vida». Era un elemento de negociación que Atahualpa también aceptó para ganar tiempo con el ofrecimiento del rescate, y que garantizó permitiendo el libre paso de Hernando Pizarro hacia Pachacamac, sin sufrir agresión. Tal informaba el paje Gaspar de Gárate en una carta a su padre el 20 de julio de 1533: «Hay muchos grandes señores, entre ellos hay uno que posee quinientas leguas de tierra. Le tenemos preso en nuestro poder y con el preso, puede ir un hombre solo quinientas leguas sin que le maten, antes le dan todo lo que ha menester para su persona, lo llevan a hombros en una hamaca» (Macquarrie. Op. Cit.). En ese momento se dio un punto de coincidencia entre ambos con el objetivo de ganar tiempo, cada uno para diferentes finalidades. Y es el momento de mayor inteligencia estratégica de Atahualpa. Ese elemento de negociación le permitió a Pizarro evitar durante ocho meses los ataques de las tropas indígenas; en segundo lugar, lograr que los indios llevaran cruces para identificarse, como menciona un historiador (Stuart Stirling); en tercer lugar acumular un tesoro importante haciendo que, a lo largo de los caminos del Imperio, el paso de ese tesoro y de los dignatarios que lo conducían mostraran a la población cuál era el mandato del jefe indígena. Además, con la espera de esos ocho meses provocó el hambre y el desorden de las tropas situadas en los alrededores de Cajamarca, y mandadas por Rumiñahui, quien en abierta rebelión contra Atahualpa, terminó marchándose a Quito, aunque con gran temor

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Pizarro, el Rey de la Baraja de los españoles que, al decir de los cronistas, veían tropas quiteñas que «pasaban y pasaban mas no osaban llegar». Todo ello desconectó a Rumiñahui de los otros jefes militares, como Quisquís en el Cusco y Chalcuchímac en Jauja, permitiendo con gran inteligencia que estos, al mismo tiempo, continuaran sus acciones antihuascaristas y anticuzqueñas hasta tomar la ciudad del Cusco y ejecutar a Huáscar. Pero lo más importante que logró, reteniendo como rehén a Atahualpa por ocho meses, fue mantener movilizados a más de cien mil soldados quiteños, destruyendo las bases económicas y la agricultura. Así se redujo el trabajo de siembra, el de cosecha y se generó con ello la carestía y el hambre que impulsaron a los quiteños a volver: primero las tropas de Rumiñahui, más adelante las de Chalcuchimac y se ocasionó finalmente la insubordinación de las tropas de Quisquís, que le impusieron volver a Quito. Pero la vida de Atahualpa como elemento de negociación dejó de tener valor con la llegada de los refuerzos de Almagro y con el reparto del rescate. Entonces procedió a la ejecución del prisionero, y aplicó adicionalmente la norma maquiavélica de la transferencia del castigo, con lo cual logró el apoyo de casi todo el territorio.

La vida de Huáscar El segundo elemento de negociación fue la vida de Huáscar. Entre el 16 de noviembre de 1532 y mayo de 1533, fecha probable de su asesinato, Pizarro pudo detener la muerte de Huáscare inclusive frenar las masacres de Quisquís en el Cusco, pero él requería hacer ese doble juego y luego eliminar a los dos contendientes, uno inmediatamente después del otro. Al día siguiente de la captura de Atahualpa, «el Marqués le preguntó por su hermano Guascar, dónde estaba, y Atahualpa le respondió que sus capitanes le tenían preso. El Marqués mandó que se lo trajesen vivo y no le matasen, porque si lo mataba, le mataría a él». Pero en los cinco meses siguientes, hasta la fecha aproximada de la muerte de Huáscar, nada se hizo. Esto está demostrado por cuanto los tres enviados de Pizarro al Cusco encontraron en Taparaco, en las serranías de Huánuco, un

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Alan Garcia Perez contingente del ejército de Quisquís que conducía en condiciones penosas y crueles al cautivo Huáscar, caminando descalzo, con los hombros atravesados por sogas bajo las clavículas, hacia Cajamarca o por lo menos hacia el norte. Es muy importante analizar si estos tres enviados tenían -como debieron tener- informaciones o instrucciones para disponer algo respecto a la suerte de Huáscar. Ellos, Martín Bueno, Pedro Martin de Moguer y el notario Juan Zárate, conversaron con el Inca legítimo, pero -como afirma la crónica— se limitaron a pedir a sus guardianes que lo trataran de mejor manera y prosiguieron su marcha al Cusco dejándolo caminar descalzo hacia el norte. En Cajamarca, Pizarro estaba evidentemente al tanto de todo ello por los correos de su prisionero completamente «perforados» por sus yanaconas, aellas y traductores. Pizarro ya conocía la derrota y captura de Huáscar en Chontacaxa pues como el propio Atahualpa le explicó al hablar de la velocidad de sus informaciones, en una semana la noticia debió llegar a Cajamarca por los mensajeros. Es poco creíble que Pizarro fuera ignorante o indiferente ante esto. La vida de Huáscar era un verdadero tesoro. Pero vivo y en Cajamarca planteaba un problema mayor. Desconocer su legitimidad y retenerlo como prisionero convertiría la marcha al sur por la cordillera en un gran peligro con un Cusco hostil. Reconocerlo como Inca en ejercicio sería permitir su masiva venganza contra los quiteños y compartir el poder con un jefe aun muy fuerte. Peor aun sería ejecutarlo, pues ello desenmascararía su aparente y divina voluntad de hacer justicia. Así pues, siendo la situación de Huáscar una información fundamental, es de suponer que Pizarro la conoció pero dejó hacer a Atahualpa para poder ocuparse de este, después. Pizarro prefirió dejar su suerte en manos de Atahualpa. Cuenta Pedro Pizarro que Atahualpa se quejó amargamente de que sus subordinados, sin órdenes suyas, habían matado a Huáscar y Pizarro, fingiendo creerle, le dio la garantía de que no sería sancionado por eso. Tras ello, Atahualpa -que cayó en la trampa- envió emisarios con la orden de ejecutar a Huáscar. Es muy probable que Pizarro hubiera podido salvar al Inca, como más adelante pudo hacerlo con Almagro, pero en los dos casos «dejó hacer». Era preferible tener al

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Pizarro, el Rey de la Baraja lado a un «usurpador» sancionable que un Inca restituido. Además, como anota el mismo Pedro Pizarro (25 v.), la unión de quiteños y huascaristas fue posible desde noviembre de 1532 aunque no se cumplió por cuanto después del «desbarate de los indios en Cajamarca, (el día de la captura) los que se escaparon fueron donde estaban los capitanes de Atahualpa que tenían preso a Guascar y les dieron la nueva de que Atahualpa era muerto por los cristianos (era una noticia falsa), por lo cual estos capitanes e indios estuvieron en gran confusión y no sabían qué hacer, porque habían tratado muy mal a Guascar en la prisión que le traían horadadas las islillas de los hombros y por ellas metidas unas sogas, y por esta causa no osaron soltarle y confederarse con él, que si no hubieran hecho esto con él lo hicieran».

La vida de Chalcuchímac Pizarro guardó además como elemento de negociación la vida de Chalcuchímac, que llegó a Cajamarca cumpliendo el llamado de Atahualpa, y pudo ser ejecutado junto con este como lo pedían los curacas costeños. Pero en palabras de Pizarro, según su secretario Francisco de Jerez, Chalcuchímac se convirtió en «la llave para el viaje al Cusco». Además, reteniendo e incomunicando a Chalcuchímac evitó la unión de los ejércitos de Jauja y del Cusco. Posteriormente, Chalcuchímac acompañó la comitiva de Francisco Pizarro hacia el sur, garantizando que ningún indígena pudiera atentar contra ellos, pues el jefe español sabía que era un viaje a través de desfiladeros al borde de abismos, en los que su tropa hubiera podido ser fácilmente diezmada mediante galgas o derrumbes, en un camino en el que ni la caballería ni la artillería podían desplegar su poder. Además de la coronación del nuevo Inca, Túpac Huallpa le otorgó una seguridad adicional en el trayecto. Nunca se sabrá si en verdad fue Chalcuchímac quien ordenó su muerte o si esta fue causada por alguna de las nuevas enfermedades, pero en cualquiera de estos casos la muerte de Túpac Huallpa le permitió a Pizarro incriminar a Chalcuchímac, pues el nuevo Inca pertenecía a la panaca de Huáscar. Pero inmediatamente ofreció a Chalcuchímac nombrar como suce

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Alan García Perez sor a Taricoc, nacido en Quito y hermano más cercano de Atahualpa. Mas en la entrada del Cusco y después de dispersar a las tropas de Quisquis en Vilcaconga, la vida de Chalcuchímac dejó de ser útil y fue, por el contrario, su muerte la que se volvió necesaria. Por ello fue quemado a la vista de los enviados de Manco Inca, para que este confiara firmemente en Pizarro y le garantizara un ingreso triunfal a la ciudad del Cusco. Un detalle enaltecedor es que el jefe militar murió sin aceptar su conversión al cristianismo y afrontó el fuego invocando a Pachacamac, a diferencia de Atahualpa al que había servido y por el que había dado la vida quien, usurpador como fue, desvalijó su reino y abandonó a su padre el Sol para salvar su vida, sin lograrlo. Chalcuchímac, jefe del ejército del centro, es el más grande personaje indígena de esos años. Capturó y guardó el centro del Perú para Atahualpa y con él, el granero del Mantaro, su mayor despensa. Fue el más leal entre todos pues, a diferencia de Rumiñahui y de Quisquis, permaneció en el campo. Obediente a Atahualpa, se entregó voluntariamente a Hernando Pizarro en Jauja y es probable que lo hiciera para acercarse a su jefe en Cajamarca y organizar algún plan. Pero allí, Atahualpa participó en las torturas a las que fue sometido y por las que perdió el movimiento de las piernas. Tras la muerte de su jefe, desplegó una nueva estrategia, la guerra en la cordillera, a la que no respondieron los caciques ni las tropas quiteñas en retirada. Es muy factible que ordenara la eliminación del primer Inca títere, Túpac Huaripa, y esperó con seguridad pero infructuosamente una reacción colectiva en los cinco meses en los que fue prisionero. Su muerte, invocando a Pachacamac, es la voz más auténtica del Perú de entonces.

El poder para Manco Inca En cuarto lugar, Pizarro guardó con Manco Inca un elemento fundamental de negociación. Le ofreció restablecer a través de él la legitimidad del Hanan Cusco. Así, este sector o Cusco inferior tuvo las manos libres para su venganza contra los orejones atahualpistas que todavía residían en la ciudad. Al ofrecer a Manco Inca una legitimidad subordinada, se comprueba que uno de los objetivos de Pizarro era superponer a la estructura indígena una legitimidad española racial, tecnológica y religiosamente diferente, pero mante

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Pizarro, el Rey de la Baraja niendo el orden aparente para valerse de él como instrumento de negociación con el conjunto. En este caso, Pizarro parece seguir otro de los conceptos de Maquiavelo, el cual advertía sobre «lo peligroso que es introducir nuevas instituciones». Es previsible que Pizarro hubiera mantenido la legitimidad inca subordinada, de no haberse producido el levantamiento de Manco originado por los abusos y crueldades de sus incapaces hermanos Juan y Gonzalo. Además hubiera mantenido la legitimidad cusqueña dentro de un reino gobernado desde Lima para todo lo fundamental, ratificando una capa intermedia de orejones y caciques que le sirvieran para apropiarse del producto social. Volviendo al punto, en todos los casos mencionados, tanto en el de Atahualpa, al cual garantizó la vida; en el de Huáscar, cuya muerte permitió; en el de Chalcuchímac, cuya presencia utilizó; y en el de Manco Inca, al que desprotegió ante la codicia de sus hermanos Juan y Gonzalo, Pizarro aplicó también otra clásica y fría norma de Maquiavelo: «el Príncipe no está obligado a cumplir su palabra si es que se retoma contra él y si las causas de la promesa han desaparecido».


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XIII DECIMOTERCERA REGLA

MOSTRÓ PACIENCIA Y SERENIDAD


Alan García Perez Ya conocemos los claros propósitos que Pizarro tenía para sí mismo: un objetivo estratégico, como era constituir un reino de legitimidad para él, y un objetivo táctico, que fue la captura de Atahualpa, logrando con ella el desgaste de sus fuerzas. Para ello necesitó de un instrumento fundamental: mostrar serenidad ante los adversarios y los testigos; es decir, la paciencia que fue en su caso una demostración de fortaleza y confianza, porque el adversario hábil detecta tras la gesticulación y la emocionalidad exageradas el temor y la debilidad del actor. Es cierto que la estructura psicológica y la imagen que de sí mismo tenía Pizarro, de pocas palabras y larga constancia, conducían a la reflexión paciente, pero más allá de ser una aptitud o una decisión táctica, la paciencia fue funcional a sus objetivos. Ninguno de los demás actores (Almagro, Hernando, De Soto, Maisa Huilca, u otros) tenía tal fortaleza. Tal vez la fingía Atahualpa como un código de conducta ante sus súbditos, porque era una virtud requerida para la alta nobleza indígena de América, tal cual se enseñaba en México. A través de los códices aztecas sobre la enseñanza que se ofrecía en los calmescac, o escuelas, a los pipiltin, o nobles aztecas, sabemos que se impartía como virtudes la paciencia, la serenidad, la indiferencia aparente ante el dolor y el no delatar los verdaderos sentimientos. En este sentido Pizarro fue cultor de tal norma y de la especialidad en «guardar para mañana la respuesta o el rencor», como afirman los testigos. Y lo comprobaría en muchas ocasiones. Primero, en Piura, donde a pesar de la aparente traición de Chirimasa, que abandonó a los españoles ante las tropas atahualpistas, le perdonó la falta con fingida generosidad, pero con el objetivo de continuar informándose a través de él y de ganar para su causa al pueblo tallán. Desde Piura se mantuvo a la espera varios meses, ante la impaciencia de su hueste. Pero él aguardaba la destrucción mutua de las legitimidades incaicas en las batallas de Cusipampa, Conchahuaylas, Bambon, Yanamarca, Tahuaray, Cotabambas, Chontacaxa, etc. En esa espera pudo ver cómo se destruían hasta trescientos mil vidas humanas. Durante esa larga paciencia logró la alianza fundamental con el más importante señor de la costa e incorporó para sí las fuer

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Pizarro, el Rey de la Baraja zas de Moche, Virú, Chicama, Jequetepeque y Collique, que deberían aportarle con los anteriores curacazgos, mil doscientos hombres por cada cacique. Esa paciencia en la marcha, que previsiblemente no hubiera practicado Hernando de Soto, dispuesto al avance audaz aunque a veces irresponsable como en el caso de Vilcaconga, donde fue sitiado, le permitió estacionarse a la espera de los acontecimientos, dejando a los otros tomar la iniciativa y hacer su propio juego, cual en una estrategia de rocambor. Y con esa espera promovió la curiosidad de Atahualpa, demostrada con el envío de Maisa Huillca a Serán, visita que aprovechó Pizarro para proyectar sobre Atahualpa las imágenes y mensajes que deseaba. Más adelante, después de la prisión de Atahualpa en Cajamarca, permaneció allí nueve meses, con lo cual generó el hambre y el desconcierto de los quiteños. Dio tiempo a quienes se alzaron contra Chalcuchímac, acrecentó la división de los cañaris y permitió la casi total eliminación de la nobleza cusqueña. Además ganó tiempo para la recaudación del tesoro y cuando la llegada diaria de los envíos fue disminuyendo, procedió al reparto y a la ejecución del rehén. Después, haciéndose fuerte en el Cusco tras su ingreso triunfal, pudo observar la rebelión de las fuerzas quiteñas contra su jefe Quisquís, que fue obligado a retroceder hacia el norte y culminó muriendo a manos de Huaina Palcon, otro jefe atahualpista. Pero la serenidad y el no mostrar sus sentimientos fueron practicados también con las personas. Ya hemos relatado antes como, a Maisa Huillca, la encamación de la soberbia atahualpista, que llegó amenazante con patos desollados ante los españoles, respondió con enorme frialdad y hasta sonriendo, aunque Maica Huillca llegara a halar las barbas de algunos españoles para ver si estas eran reales porque había visto en acción al barbero «devolviendo la juventud». Mesar las barbas era un gran ultraje en la España posmedioeval, pero lo ignoró porque Maisahuillca no era importante en sí mismo y el objetivo de Pizarro era demostrar temor y voluntad de paz hasta llegar a Atahualpa, dándole mensajes de confianza. Convirtió al enviado del jefe indígena en mensajero suyo. Inclusive en el pugilato entre este y Huachapuru, el señor de los tallanes, se limitó a ordenar que los separaran y se ofreció nueva- 152


Alan García Perez mente para servir a Atahualpa. Así manipuló a Maisa Huillca y este a su vez a Atahualpa. La misma y estudiada paciencia demostró ante Pedro de Alvarado, ante quien envió a Almagro con una generosísima oferta económica para comprar su salida. Igual paciencia, tal vez mezclada con el afecto de viejos socios, tuvo con Almagro en sus dos entrevistas, tanto en la de Pachacamac como en la del Cusco, desde donde salió la expedición a Chile, aunque en la última, en Mala, fue seco y duro porque ya había decidido su suerte. Sin embargo, la misma serenidad la ejerció con la frialdad del terror cuando fue necesario aplicarlo a los trece curacas de la Chira, a los que precipitó a la hoguera para confirmar su alianza con los tallanes. Hay pocos episodios en los que se puede ver a Pizarro perdiendo la paciencia. Uno de ellos ocurrió ante la noticia del sitio del Cusco, pues en esa ciudad se encontraban sus hermanos, lo que motivó que enviara sucesivamente cinco expediciones, cuatro de las cuales, al mando de Mogrovejo, Tapia, Gaete y Diego Pizarro, fueron totalmente exterminadas al subir a los Andes. También sucedió cuando Lima fue sitiada por Titu Yupanqui, ocasión en la que, en un acto de desesperación, que algunos cronistas suponen fue inducido por los celos de Inés Huaylas, la madre de Francisca, ejecutó a Acarpa, hermana de Inés. La acusó de ser la informante y la quinta columna de las tropas de Manco Inca, y la sometió al garrote en su propia casa y comedor. La misma impaciencia y crueldad fue mostrada en el caso de Cura Collo, mujer de Manco Inca, que había sido anteriormente tomada como concubina por Hernando Pizarro y tras ser recuperada por Manco fue capturada en una de las expediciones que se hizo hacia Vilcabamba para terminar con la insurgencia. Entonces Pizarro, no habiendo podido alcanzar a Manco, hizo que la torturaran y la asaetearan las tropas cañaris, dejando su cuerpo en un bote para que sirviera de lección al Inca rebelde. Esta acción, así como la quema de los prisioneros tomados a Manco, entre ellos el Villa Huma, fue duramente criticada por los testigos y cronistas: «E querido decir esto de estas dos señoras que así mataron tan sin consideración y mirar que eran mujeres y sin culpa» ( Pizarro 122 v.). Pizarro unía a su paciencia un gran respeto y culto por el ceremonial y el protocolo, tal vez porque ello retroal i mentaba la ima

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Pizarro, el Rey de la Baraja gen de serenidad que gustaba ofrecer a los observadores. Fundar ciudades con gran alarde, invitar diariamente a cenar a Atahualpa, guardar las reglas de la etiqueta fueron permanentes muestras de su deseo de construir una nueva legitimidad. Femando VII fue paciente y taimado al aceptar la constitución liberal impuesta por la sublevación de Riego en 1821. Concluyó ejecutando en la Plaza de la Cebada de Madrid, en 1823, a quien es un héroe indirecto de la independencia de América, pues con su sublevación de 1821 impidió la partida de un ejército de veinte mil hombres que, sumados al contingente realista en Sudamérica hubieran aplastado a los ejércitos libertadores. Luis XVI, por el contrario, demostró impaciencia, pues insistió en el derecho al veto, conspiró con las potencias europeas e intentó huir de Francia y fue él quien murió en la guillotina. El propio Hitler, expresión máxima de la crueldad y la megalomanía, después del fracaso del putsch de Munich, aceptó en apariencia las reglas democráticas, realizando un paciente ascenso parlamentario durante ocho años hasta alcanzar la mayoría y desenmascarar sus propósitos criminales.


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XIV DECIMOCUARTA REGLA

CAPTURÓ LOS CENTROS DE ACOPIO


Alan García Ferez Pizarro identificaba los lugares geográficos con fuerza económica o con fuerza de legitimidad política; por eso la captura de Cajamarca y su estancia allí significaron tomar directamente la legitimidad del territorio y garantizarse la paz. Acumuló el rescate y además las ofrendas de los huascaristas y allí esperó pacientemente la gran cosecha andina que podía permitir una marcha sin tropiezos a los españoles y a los miles de indios auxiliares que los acompañaban. El segundo punto de acopio que dominó fue Pachacamac, un milenario centro religioso de legitimidad espiritual y donde, a través de su hermano Hernando, logró la destrucción del ídolo de Pachacamac en el llamado Templo Viejo, cuyos vestigios aun existen, pero donde mantuvo el Templo del Sol (pirámide visible hoy). No hay cronista que afirme que sobre ese ídolo destruido y más aun sobre el Templo del Sol, edificado por Túpac Yupanqui, se levantara una cruz o algún centro de oración cristiana, lo que vale decir que en esos primeros momentos se atacó la religiosidad anterior pero fingió respetarse la legitimidad de Huáscar y Atahualpa a través del dios Sol. El tercer centro de acopio fundamental fue el Cusco, el ombligo del mundo, el centro del Tahuantinsuyo y punto final de los lugares desde los que confluían las riquezas y productos del territorio y donde llegaban todos los caciques y curacas del imperio, quienes construían allí viviendas para residir durante el tiempo en que rendían homenaje al Inca. Allí logró entrar Pizarro como un héroe, articulando la suma de todas las legitimidades. Pero no contento con ello creó, en cuarto lugar, un nuevo centro de acopio de poder y riqueza, con conexión por mar a la metrópoli, continuando la lógica de la expansión incaica hacia el océano por la alimentación y el comercio que ello suponía. La construcción de Lima es la edificación de un nuevo centro de acopio de la riqueza minera, agraria, política y de legitimidad religiosa. Tal vez Pizarro entendió entonces, en 1535, que más que el sol cusqueño de reciente data, Pachacamac en la costa representaba como santuario un antecedente más importante sobre el que construir la nueva religiosidad. Ello fue comprobado por la historia cuando los siervos indígenas del primer encomendero de Pachacamac, trasladados a su

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Pizarro, el Rey de la Baraja casa en la ciudad de Lima, edificaron más adelante un ídolo sobre el cual pintaron después los esclavos negros un Cristo al cual se conoce como el Cristo de Pachacamilla, Señor de los Temblores, como Pachacamac fue a su tumo, Señor de la Tierra. Pizarro, con gran criterio de dominio espacial, escogió un punto central en la zona que los propios cronistas parecen preferir al Cusco. Esteta (24) afirma que Lima era una tierra muy poblada y rica, y a su tumo Cieza lo señala como el valle más rico de toda la costa del Perú.


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XV DECIMOQUINTA REGLA

EVADIÓ LAS RESPONSABILIDADES Y LAS ATRIBUYÓ A OTROS


Alan García Pe re/ Hemos señalado cómo Maquiavelo advierte que «los hechos que originan odio deben ser asignados a otros y el Príncipe debe cumplir aquellos que ganan afecto». Pizarro fue un hábil evasor de la responsabilidad que le era propia por sus acciones o por sus omisiones. En el caso de la muerte de Atahualpa, que él decidió, aprovechó los múltiples elementos con los que contaba. Primero, el pedido de un gran sector de españoles, entre los que figuraban Diego de Almagro y Alonso de Riquelme, el tesorero real, quienes lo exigían, como Atahualpa había anticipado, para poder participar del rescate invalidando el primer acuerdo de reparto. En segundo lugar, el pedido unánime de los caciques del norte y de los orejones huascaristas. En tercer lugar, la aplicación retroactiva solicitada por los sacerdotes presentes de la moral católica al jefe indígena. Y en cuarto lugar la tesis de la conspiración. No es casual que ante la amenaza de un posible ataque indígena denunciado por Felipillo el traductor, se decidiera inmediatamente el inicio del juicio y el ajusticiamiento, aprovechando, «coincidentemente», que De Soto había sido enviado a las inmediaciones a verificar la realidad de tal amenaza de concentración de tropas, que días después desmintió y que Hernando Pizarro, amigo del Inca en esos ocho meses, hubiera sido enviado a España con el quinto real. Tampoco es casual la coincidencia de los cronistas pizarristas. Esteta afirma que «ocurrió el proceso a Atahualpa, aunque contra la voluntad del propio gobernador» y su secretario y valido Pedro Sancho de la Hoz, testimonia: «viendo el gobernador el peligro del ataque y aunque le dolió mucho». Igualmente lo dice su primo Pedro Pizarro. Pero todo ello sabe a consigna o a la eficacia de sus manifestaciones de dolor y duelo en el proceso, la ejecución y en la misa posterior. Tampoco es válida la tesis de un requerimiento masivo de sus soldados, difundida por Pedro Pizarro. Más que nunca, Pizarro era dueño total de la situación y del mando y el núcleo familiar y extremeño, que era mayoritario, le obedecía ciegamente. Lo cierto es que Pizarro requería la muerte de Atahualpa para iniciar su viaje al Cusco huascarista. Nada hubiera podido hacer manteniendo con vida a Atahualpa, aunque según los cronistas le había ofrecido dejarle marchar hacia Quito y restablecer su reino allí. Lo ejecutó, pero para ello cumplió con una de sus reglas básicas,

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Pizarro, ti Rey de la Baraja la legitimidad formal y con esa formalidad y la acusación respaldada por los sacerdotes dominicos, con la acusación de idolatría, incesto y fratricidio cometido contra Huáscar, se logró en pocas horas la condena, que de inmediato fue ejecutada a pesar de los lamentos del usurpador quiteño. Así, habiéndose satisfecho todas estas formalidades, con fiscal, jueces y defensor, jamás el Consejo de Indias, entre 1533 y 1541, pudo hacer reproche alguno a Pizarro por la muerte de Atahualpa, pues se aceptó que actuaba por necesidad urgente, a diferencia de la forma en que se actuó contra Cortés por la muerte de Moctezuma. En el caso de la muerte de Huáscar, ella fue conveniente y funcional para sus propósitos. Aunque pudo evitarla, quedó para siempre en la historia que fue Atahualpa el que la ordenó, sin importar si Atahualpa era un prisionero sujeto a la voluntad de Pizarro y al que este dejó actuar. Sin embargo, la evasión de responsabilidades por parte de Pizarro no es un caso aislado. Bolívar supo cubrir con su triunfo y con su gloria final su responsabilidad sobre el horroroso episodio de la entrega del más grande revolucionario americano, el procer Francisco de Miranda, al jefe español Monteverde, a cambio de su autorización para salir de Venezuela. Así también evadió la responsabilidad de haber perdido la fortaleza que le fue encargada por Miranda, evadió su responsabilidad por el asesinato de ochocientos soldados españoles canarios, prisioneros en Puerto Cabello ydegollados por su indicación. Evadió su responsabilidad por el fusilamiento del general Piar, ejecutado para ganar la obediencia de otros jefes, el fusilamiento de Berindoaga en el Perú, hecho para aterrorizar a los peruanos, etc. ¡Oh victoria, que cubres todas las culpas!. Y Napoleón, con el fasto nacionalista de su imperio, dejó atrás el degüello de miles de mamelucos en Acre y a los millones de muertos que la construcción de su gloria ocasionó mientras repartía las tierras «ganadas por las ideas de la revolución» a sus hermanos como nuevos reyes. El propio San Martín, perdida la guerra en el Perú e incapaz de enfrentar a sus viejos compañeros del ejército español, donde sirvió por más de veintidós años, cubrió su fracaso con el aparente «desprendimiento» de su partida, que es por lo que se le recuerda. Evadir las responsabilidades no fue pues una característica exclusiva de Pizarro.

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Alan García Perez Este también lo hizo en otros asuntos importantes. Después de viajar a Toledo en 1528 y lograr las Capitulaciones con la Corona, en las que obtuvo su propia designación como la única autoridad legítima, a pesar del pedido y del encargo hecho por sus dos socios para compartir esas responsabilidades, Pizarro evadió la culpa asignándosela a la Emperatriz y al Consejo de Indias, con el argumento de que no podía entregarse la autoridad dividida porque eso podría traer conflictos. Fue un momento tenso pero, después de unos días de reproches y de lucha, Almagro se rindió ante el hecho consumado e irreversible. Es probable que el propio Pizarro sugiriera entonces a Almagro solicitar una gobernación diferente al sur de su territorio, como en efecto hizo este. Ante las protestas de Manco Inca por los abusos que sufrió mientras él estaba en Lima, pudo explicar que fueron sus hermanos Juan y Gonzalo los responsables de la crueldad y Manco Inca debió creerlo por un tiempo tras su nueva partida a Lima, pero cuando los maltratos se reanudaron estalló la rebelión. Intentó aun, a través de las cartas y mensajes que envió a Manco Inca, pedir nuevamente su adhesión argumentando que estaba ausente del Cusco cuando se cometieron los nuevos ultrajes de sus hermanos, que lo encadenaron haciendo que la tropa orinara sobre él, pero entonces su pedido ya no tuvo efecto. Pudo además tranquilizar a Almagro refiriéndole que Hernando Pizarro había sido enviado desde Cajamarca a España para evitar que continuara insultándolo. Finalmente, y es lo más grave, evadió también toda responsabilidad en la muerte de Almagro. Pero dejó la suerte de este en manos de su peor enemigo, Hernando, y en su marcha al Cusco después de la batalla de Las Salinas (26 de abril de 1538) se detuvo ex profeso en Jauja más tiempo del debido, a pesar de los clamores de Almagro por tratar su caso con él antes de ser ejecutado (8 de julio de 1538). El cronista López de Gomara señala que Hernando no concedió la apelación «porque no la revocasen la sentencia en el Consejo de Indias y porque tenía mandamiento de Francisco Pizarro». El propio Porras Barrenechea, simpatizante del personaje (Pizarro. p. 581), conviene en que «Francisco Pizarro negó su piedad a Almagro». Lo cierto es que Pizarro no llegó esta vez en siete días al Cusco, como en el viaje de 1536, sino que se demoró ex profeso desde julio de

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Pizarro, el Rey de la Baraja 1538 hasta diciembre de ese año. Ciertamente López de Gomara, el mexicanista, no fue simpatizante de Pizarro, pero Hof&nan Birtney, en su libro «Los hermanos del destino» (p. 196), anota que Pedro Pizarro, en un momento ie descuido, menciona cómo el gobernador respondió en Jauja una carta de Hernando Pizarro enviada desde el Cusco, diciendo: «Arregla ese asunto, así ese Al-magro no provocará más revueltas», tal como lo señala Cieza de León en sus Guerras Civiles (T. I p. 419). Sobre este hecho gravísimo, la ejecución de un gobernador nombrado por el rey y la negativa de su apelación ante el Consejo de Indias, guardan silencio los partidarios de Pizarro. A lo más, descargan toda la responsabilidad en Hernando y difunden la manida tesis de la «conspiración», la misma que utilizaron para precipitar la muerte de Atahualpa y de Acarpa. Según ellos, Pedro Pizarro por ejemplo, los almagristas habían señalado fecha para tomar el Cusco y liberar a su jefe. Pero la verdad es que la mayor parte de los almagristas, se cree que ciento noventa, había muerto en Las Salinas o después de esa batalla, asesinados en las calles del Cusco, o estaban fugitivos en el Collao y en Vilcabamba. De esta suerte, es concluyente que su ausencia, su demora y la respuesta dada a su hermano precipitaron la muerte de Alma-gro, a pesar de lo cual no fue comprendido en el proceso cumplido en la corte de Carlos V, el que costó veinte años de prisión a Hernando en el Castillo de la Mota de Medina del Campo. Así, fue más hábil que Cortés, que apenas tres años después de la toma de Tenochtitlán y de la muerte de Moctezuma había sido disminuido en sus cargos y honores por tal acusación. Pero fue justamente el temor a verse comprometido en el crimen de Almagro lo que a su turno condujo a Pizarro a la muerte. Quizás para no verse culpado prefirió mantener con vida a los de Chile, a pesar de las amenazas y los rumores que hasta 1541 se difundían contra él en Lima. Ejecutar o desterrar a Almagro «el Mozo» y a sus secuaces lo hubiera vinculado al caso. No lo hizo. Fue uno de sus pocos errores políticos, pero también el más grave, y serían el hijo y los seguidores de Almagro quienes le dieron muerte el 26 de junio de 1541. La habilidad política y sus reglas tienen también un límite.


Alan García Perez

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Francisco Pizarro es una figura extensamente analizada por historiadores, escritores y autores de las más diversas orientaciones, quienes durante casi 500 años se han preguntado cómo un aventurero español, a la cabeza de un reducido ejército, logró conquistar el Imperio de los Incas. En este libro, sin embargo, el ex presidente Alan García ensaya un análisis novedoso, desde un ángulo muy pocas veces abordado: Pizarro, el personaje político. García explora en forma rigurosa los hechos históricos y extrae de ellos las reglas o normas políticas que guiaron los actos de Pizarro hacia el éxito en la conquista de unos de los mayores imperios de la América prehispánica. El libro reivindica el valor de la política: "Sin los caballos, la pólvora y el hierro, Pizarro no habría logrado su objetivo. I ís posible, pero como demuestran otros fracasados esfuerzos, como los de Pascual de Andagoya o Alonso de Ojeda, todos esos factores no hubieran sido suficientes sin un verdadero hombre político actuando en la escena". logra combinar el análisis y conocimiento detallado de la historia con la agilidad y la facilidad de la lectura. Y más allá de su carácter histórico, nos brinda una comprensión de la política y el liderazgo, válida para los tiempos actuales. Pizarro, el Rey de la Baraja,


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