Taller sobre niveles de lectura

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TALLER SOBRE NIVELES DE LECTURA Estudiante(s): Nota: _____________ Profesor: Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez Fecha: _____________ Haz la lectura de los textos titulados Yoga para bajar la fritanga, Doctor Uribe, señora Santos: ¡no se divorcien!, Submarinos caseros y Columna enmarihuanada luego realiza propuestas de manera escrita que evidencien un nivel de lectura literal, inferencial y crítico/intertextual.



Yoga para bajar la fritanga

Por: Daniel Samper Ospina OPINIÓN ¿No mide eso nuestro ADN? ¿Puede salir adelante un país que tiene un traqueto al que le dicen 'fritanga'? ¿Cómo podía ser esa fiesta? Decidí raparme cuando vi que Uribe llamaba sicarios a los periodistas. Quería parecerme al Tuso Sierra, el amigo de sus exministros; al menos a Bruce Willis, el protagonista de Duro de matar; siquiera a Ómar Pérez, el goleador santafereño. Pero a la salida de la peluquería descubrí que había quedado idéntico al fiscal Montealegre, rechoncho y pelado, e involuntariamente acabé actuando como él: acusé a Sigifredo López de autosecuestro, elogié la reforma a la Justicia y visité a los senadores conservadores para tranquilizarlos. Era lamentable. Rapado y regordete, como quedé, y con la angustiosa necesidad de dejar de parecerme al fiscal (que, dicho sea de paso, es el doble de Jota Mario Valencia) opté entonces por aprovechar mi aspecto de hombre calvo y encontrar una actividad que lo dignificara. Fue así como llegué al yoga: a los yoguis la calvicie les otorga un envidiable aire trascendental. Me puse, pues, unos pantalones bombachos; me quité la camisa, como suele hacerlo Tomás Uribe, y tomé mis primeras clases. Y el yoga se convirtió en mi bálsamo. La verdad es que el país me tenía con los nervios de punta: el expresidente Pastrana se toma fotos con alias Popeye; los científicos descubren que la partícula de Dios no es Álvaro Uribe. Y un mafioso a quien le dicen Fritanga -que, según un certificado de defunción, ya estaba frito- organiza una discreta fiesta que dura siete días y a la que asisten músicos y actrices que piensan que los policías hacen parte del show: un teniente tiene que desconectar el equipo para que dejen de bailar. ¿No mide eso nuestro ADN? ¿Puede salir adelante un país que tenga un traqueto al que le dicen 'Fritanga'? ¿Cómo podía ser esa fiesta? ¿Las modelos 'arepeaban'? ¿A cada invitado le daban su mordida? ¿Silvestre Dangond le tocaba las papas criollas a Fritanga y luego le daba sus aguinaldos? Pensar en Fritanga, como es obvio, me hizo recordar a Angelino, y entonces casi colapso de la angustia. Porque capté que si Santos se sigue desvaneciendo y Angelino no se mejora, la Constitución señala que el senador Corzo debe asumir la Presidencia; y si él está en la China, es Simón Gaviria el llamado a cruzarse la banda. Lo imaginaba y se me aceleraba el pulso. Si Corzo queda de presidente, nombraría a Merlano de ministro de Transporte y otorgaría inmunidad a los congresistas que tengan vínculos "con la izquierda y otros delitos", como él mismo dijo. Y si quedamos en manos


de Simón, igualaríamos el lamentable nivel de México, que acaba de elegir a un yuppie que tampoco lee y al que también le peinan el mechón a lambetazos. Para mi fortuna, con el yoga hallé la calma. Enfundado en la trusa, aprendí a conectarme conmigo mismo: respiré como Juan Lozano; abracé árboles en el parque El Virrey; leí libros que me ayudaban a trascender: libros como Juan Salvador Gaviria, libros como Simón Gaviota. Sembré de Mayúsculas arbitrarias cada uno de mis Escritos. Y abrí los poros para recibir al Universo, como hace Valencia Cossio. Cada clase era un hallazgo: extendía la esterilla y adoptaba casi tantas posiciones como Roy en su carrera política: hacía el 'saludo al sol'; me rascaba las 'chakras'; me sentaba en flor de Corzo. Meditaba hasta sumergirme en un estado de Conciencia que me permitió comprender las lecciones espirituales que nos lega el líder criollo: la importancia del desapego, por ejemplo: el de Santos frente a su propia reforma; el de Uribe frente a la Constitución. La importancia de no juzgar, en especial si uno integra la Comisión de Acusaciones. La necesidad de Ser en el Otro, como lo intentó Juan Carlos Martínez con Francisned, su candidato a la Gobernación del Valle: ¿cómo puede llamarse alguien Francisned? ¿Es un hombre? ¿Una mujer? ¿Es una empresa? Comencé a creer en la reencarnación, en morir para reencarnar en un ser superior: en José David Name, por ejemplo, que desnudo es Buda. Y aprendí a aceptar el Destino: si Corzo o Simón terminan de presidentes es porque así lo quiere el Cosmos. En especial el de la 100, que es un gran hotel. Recibí la realidad con sosiego: me importó un 'chorizo' la fiesta de Fritanga y me pareció normal que estuviera 'rellena' de actrices. Me fijé en lo positivo: que Fritanga haya gritado "seré su amigo for ever" antes de ser extraditado significa que el traqueto criollo ahora es culto y bilingüe. Y compadecí a la novia, a quien Fritanga tenía viviendo como una princesa: ya le había comprado el Palacio del Colesterol. También visualicé a Corzo de presidente y lo acepté: ojalá tanquee las locomotoras que dejó Santos con una gasolina tan refinada como él. Y acogí a Simón en lo más hondo de mi Ser: al menos ha hecho cosas por la cultura, como inspirar un personaje de Rafael Pombo. En el máximo momento de mi evolución me vi en el espejo y noté que el pelo me había crecido. Y todo cambió: me sentía ridículo haciendo yoga. Y entonces no pude más. Le vendí mi esterilla a Tomás Uribe y, de regreso a mi ser Occidental, oré para que Fritanga se indigeste; para que Santos espabile; para que Angelino se mejore. Y para que el fiscal general se compre una peluca y nadie pueda decir que le falta pelo para el moño. Y que es idéntico a Jota Mario.


SUBMARINOS CASEROS

Por: Daniel Samper Pizano Optimista es el que ve aspectos positivos aun en las peores situaciones. Por ejemplo: alguien se rompe una pierna montando en bicicleta y sueña con que lo lleven en silla de ruedas a abordar los aviones. Pesimista es el que solo advierte los matices negativos de una circunstancia. Por ejemplo, alguien gana una bicicleta en una rifa y cree que se caerá, se romperá una pierna y no le permitirán montar en avión. Voy a los hechos. Hace poco atraparon a Humberto Cuevas Salazar, ingeniero civil que trabajó en una época para la Fuerza Aérea y acabó prestando sus servicios a la mafia del narcotráfico. Por algún remezón interno que no recuerdo, algún enemigo suyo lo delató a la Policía y esta le echó mano en un barrio de Cali. Ocurre que este opita, apodado ‘Acuario’, no es un reo cualquiera, y aquí es donde entra a funcionar mi teoría sobre el pesimismo y el optimismo. Se trata de un genio de la tecnología, capaz de montar toda una industria secreta e ilegal de submarinos que, lamentablemente, no se proponía defender a la patria ni facilitar a la ciencia la exploración de las maravillosas entrañas del océano, sino transportar droga a escondidas de las autoridades. Olvidémonos por un momento de la nefanda destinación de las naves y pensemos en la genial operación de la fábrica. Las grandes potencias tienen montadas factorías de submarinos financiadas con cuantiosos fondos estatales; son astilleros gigantescos donde trabajan miles de personas ayudadas por toda clase de equipos sofisticados, grúas, malacates y hornos de fundición. ‘Acuario’, en cambio, se las arreglaba en caletas estrechas y oscuras; tenía que trabajar en la más absoluta reserva y sin dejar rastro para que no lo pillara la Policía, y le tocaba improvisar siguiendo sus conocimientos e instintos. Algunos talleres clandestinos estaban tan lejos de la costa que la operación de traslado implicaba otro despliegue de ingenio y tecnología. Hace siete años se descubrió una fábrica de submarinos en Facatativá; la nave estaba casi terminada, solo le faltaba recorrer cerca de 800 kilómetros hacia el mar encaletada en una tractomula. También en el desierto de la Guajira, oculta con ramas y palos, apareció otra y una más fue descubierta en un río próximo a Buenaventura. Era, según dicen, un precioso juguete capaz de navegar bajo el agua con tres toneladas de cocaína a bordo. Estos tres y 16 sumergibles más encontró la Policía. Pero se calcula que ‘Acuario’ construyó y lanzó al agua unos veinte submarinos adicionales que han eludido los controles de las fuerzas navales colombianas y gringas. No me enorgullece, propiamente, la hazaña. Bien sabemos el daño que ha hecho el narcotráfico al país y los desastres que la droga causa en los jóvenes. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Este ingeniero está acusado de graves delitos, mas nadie puede negar que se trata de un genio de la tecnología. Él solo, con la ayuda de unos pocos


hombres, fue capaz de montar una señora industria de submarinos -más de 30- en condiciones adversas y bajo la sombra del silencio y la clandestinidad. El pesimista dirá: “¡Otro colombiano talentoso que se dedica al crimen!”. Pero yo propongo una mirada optimista: tenemos un ministro de Transporte que se ha tropezado con las obras del túnel de La Línea (de la noche a la mañana resolvió que no había que hacer uno, sino dos) y el aeropuerto El Dorado (abrió licitación con un proyecto anacrónico). ¿Por qué no nombrar ministro a Cuevas Salazar? Para un hombre que fabrica submarinos en el patio de su casa, un túnel o un aeropuerto son moco de pisco. En este punto gritarán los pesimistas: “¿Cómo vamos a premiar con un ministerio a un tipo que estaba al servicio del narcotráfico?” Y yo respondo con un enfoque optimista: le cambiamos la cárcel por el servicio cívico: ya que trabajó tantos años contra los intereses del país, que lo haga ahora en su favor. Eso sí, con la obligación de convertirse en pasajero de todos los viajes inaugurales de los nuevos submarinos que construya para la Armada colombiana y otros países (porque seremos exportadores). Eso garantizará que ponga máximo esmero en su fabricación. Una cosa es ser optimista y otra es ser pendejo.


Doctor Uribe, señora Santos: ¡no se divorcien!

Por: Daniel Samper Ospina OPINIÓN. Un matrimonio envidiable, pero hoy no se sabe cuál está más desequilibrado. Soy de los que sueñan con que Uribe y Santos se reconcilien porque esa pelea conyugal me parte el alma, qué hago. Esta semana, cuando uno le gritaba al otro que era un canalla, me sentía viendo el capítulo de una telenovela en la que, después de una traición imperdonable, la bella Juan Manuel y el t errible Álvaro Obdulio terminan con su matrimonio y los senadores de La U padecen el drama de ser hijos de padres divorciados, pobres. Y así es. De un momento a otro, todo cambió para Juan Carlos Vélez, Armandito Benedetti, Juan Lozano. Los papás se los turnan los fines de semana: un fin de semana los llevan al Ubérrimo; el otro, a Anapoima. El papá trata de ganárselos con regalos: les ofrece puestos diplomáticos y notarías; les da lotes en zonas francas. Juan Mamá, en cambio, los espera pacientemente en la Casa de Nari y con una abnegación conmovedora los obliga a hacer tareas: “Roy Leonardo y Armando Alberto: ¡me hacen el favor y me pasan esta reforma ya mismo, así sea descabellada!”. Y la bancada en pleno se acomoda a esa nueva condición de crecer con los padres alejados. Las vacaciones de diciembre, por ejemplo, prefieren pasarlas con el papá, que les da gusto en todo: les regala cuatrimotos; los lleva a Panamá; los deja tener mascota, así sea un lánguido perrito pincher. En Nochebuena, invitan a Mancuso, que despresa el pavo, y rezan la novena con Papá Noel Restrepo, que reaparece desde la clandestinidad cargado con unos paquetes enormes, dentro de los cuales se destacan Andrés Uriel y Diego Palacio. Cuando les toca navidad con la mamá, en cambio, todo es más formal: el 24 deben ponerse mocasines y saco de rombos, saludar a todas las tías de beso y oír cómo canta Tutina, con voz muy aguda, aquel villancico que la menciona. Los cambios no han sido fáciles. Armandito se muestra más apegado a la mamá, porque le gusta la teta del Estado. Juan Carlos Vélez, en cambio, sueña con capar potros cuando grande, como el papá. Pero hay unos que me destrozan el corazón, como Juan Lozano, que de verdad no sabe qué hacer: si no lo conociera de antes, diría que el divorcio lo taró. O el senador Eduardo Merlano, que se refugió en el licor y la camioneta. O la doctora Dilian Francisca, que acabó en la cárcel por lavado: así era de limpia. No me gusta meterme en los problemas de pareja de los demás, porque después se reconcilian y uno siempre sale perdiendo. Pero luego del tono con que se insultaron esta semana, considero que la pelea tocó fondo y que no me puedo quedar callado. Y por eso quiero pedirles tanto a Santos como a Uribe que vuelvan, así sea por los niños.


En las elecciones de ayer eran un matrimonio envidiable que nos hacía suspirar a todos. Parecían el uno para el otro. Uno veía que se adoraban. Era imposible no creer en el amor. Pero hoy no se sabe cuál está más desequilibrado. Papá Uribe ya tiene los ojos desorbitados y atraviesa una fase de negación que le hace olvidar, incluso, a su exjefe de seguridad. Juan Mamá, por su parte, se refugia melancólicamente en las operaciones de belleza: se pone un poquito de botox aquí, se inyecta los párpados allá, se retoca la próstata. Y lanza repentinos insultos contra su expareja, a quien hace unos meses llamó delante de sus hijos “Rufián de barrio”, que en la lógica uribista significa “buen muchacho”. Bien. Me harté. Basta ya. No sean bobos. Los dos quieren lo mismo para sus hijos, y es que trabajen para ellos. Y ambos son mucho más parecidos de lo que creen. Por ejemplo: ninguno ha hecho nada por defender el medio ambiente. Y ambos son vanidosos y ególatras, y se aman a sí mismos de manera casi obsesiva, lo cual es especialmente meritorio en el caso de Juan Mamá, porque significa que no le importa el físico. Y juntos trataron de cooptar, cada uno a su manera, la rama Judicial: Uribe papá espiando a la Corte y montando conspiraciones contra los magistrados. Juan Mamá, en cambio, a través de esa reforma a la justicia que se inventó, y frente a la cual después se hizo el loco, en la que, como buena mamá consentidora, ofrecía premios a congresistas y magistrados de la Corte, para dicha de don Leonidas, el más destacado de los Bustos del país desde que se fue Sofía Vergara. A los ingenuos que aún creemos en el amor, este espectáculo nos sobrecoge. Y por eso utilizo esta tribuna para pedirle a esa pareja que compartió tantas cosas lindas en el pasado –esos besos en el parque, ese escándalo de los falsos positivos, esos bombardeos que ordenaban juntos-, que recapacite. Estamos en tiempos de la política del amor: ¿a qué pelear ahora por saber en qué gobierno se cometieron más atentados o cuál mandatario es más mentiroso? Ambos tienen razón en sus insultos al otro. Juan Manuel fue tan canalla que alcanzó a trabajar en el gobierno de su ex; Uribe tan rufián que nos dejó a Santos trepado en el poder: ¿no es eso suficiente para que se amen de nuevo? El país entero se los pide: reconcíliense. Se nota a leguas que todavía sienten deseos el uno por el otro. Dense otra oportunidad, no sean malitos, que amar es perdonar. Y ya estamos hasta el Leonidas Bustos con su telenovela.


Columna enmarihuanada

Por: Héctor Abad Faciolince

ACABO DE FUMARME UN PUCHITO de marihuana. Los miles y miles de libros de mi biblioteca, de todos los colores, están bailando conmigo. Es como si los hubiera leído a todos y me saludan de lejos, moviendo las páginas como viejos amigos. No sé por qué, miro a mi novia y se me parece a Nefertiti; casi nunca la había visto tan bonita. Yo sé que los libros no bailan y que mi novia no es Nefertiti; pero verlos bailar y verla como Nefertiti es una experiencia bonita. Irreal, pero bonita. Daniel Pacheco, columnista de este periódico que valientemente se declara consumidor de drogas, nos está invitando, antes de que prohíban la dosis personal, a que hagamos una manifestación portando “una dosis de personalidad”. Yo espero poder asistir y pienso llevar una soga. Es la soga con la que podría ahorcarme, pero con la que espero no tenerme que matar. Quiero tenerla a mano, por si me da la gana, nada más. Porque ni Uribe ni Uribito, ni Palacio ni Palacito, me lo pueden impedir. Prohibir el porte y el consumo personal de marihuana o de cocaína, para que no haya drogados, será tan eficaz como prohibir las cuerdas y el matarratas para que no haya suicidas. Si uno se quiere matar y no encuentra cuerdas, se busca un precipicio o se cuelga de un bejuco. Lo que defendemos quienes defendemos la dosis personal es la libertad. La libertad, incluso, para jodernos la vida, si la vida nos jode y nos la queremos joder. Hacía años que no me fumaba un porrito de marihuana. Me la consiguió un amigo; empacada al vacío, punto rojo de la Sierra Nevada de Santa Marta. De lo mejor del mundo. En Ámsterdam la venden carísima. Tengo sed; tengo los ojos rojos. Acabo de poner las Variaciones Goldberg, de Bach, tocadas por Glenn Gould. Siempre me ha parecido, estando sobrio, que es una música celestial. Ahora, con el efecto del punto rojo, me parece que he llegado a un paraíso musical superior. Cojo un viejo libro que me estaba saludando mucho. Es de un autor inglés consumidor de opio. Dice algo muy interesante. Dice que cuando uno consume opio comprende que “lo único real es el dolor”. No voy a probar nunca el opio; no debo. He estudiado y sé que produce una adicción irrefrenable. Si no la produjera, probaría también opio, pero la educación me dice que no lo debo hacer. No fumo tabaco, por el cáncer. Si Uribe y Uribito prohibieran por completo el cigarrillo, me pararía frente al Palacio (y frente al Palacito) a fumarme un Pielroja, dos Pielrojas, cien


Pielrojas. Dice Nefertiti que ella no confía en aquellos que no se toman ni un trago. Algún demonio muy hondo tendrán que ocultar. Si Uribe y Uribito prohibieran el alcohol (con lo que les gusta), me conseguiría una botella de ron de contrabando y me haría encanar. Cuando prohíban la dosis personal, por la pica, me voy a parar a fumar marihuana en la puerta de la Catedral. Para que me lleven, obligado, donde un policía y donde un psiquiatra. Le mostraré al psiquiatra todos los libros que he leído, todos los libros que he escrito, toda la música que he oído y todos los cuadros que he visto con la percepción exacerbada por la droga. Y si quieren, que me encanen. Si me encanan, llevaré una cuerda. Si me quitan la cuerda, llevaré los cordones de los zapatos. Si me quitan los zapatos, dejaré de respirar. Para qué respirar donde no hay libertad. Creo que ya se me pasó el efecto. No creo que me haya hecho ningún daño. El que se sienta dañado por mí, que arroje la primera piedra. Adiós, me voy p’al cuarto a dormir con Nefertiti. Bien comprendo la envidia que les da.


2. A partir de las siguientes imรกgenes determina cuรกl es la intencionalidad expresiva.


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