Talión

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Talión Todos los días, después del colegio, iba a espiarlo a su casa, muy minuciosamente; tanta era la malevolencia con que lo miraba y tanta la constancia con que se acercaba a espiarlo, que no faltaba día en el que no fuera a “visitarlo”; se escondía bajo los ramales del jardín, muy cuidadosamente, esperando que en algún momento no hubiera nadie en la casa, solo el hijo, para así ponerse manos a la obra y llevar a cabo su brillante pero maquiavélico plan; en algunos momentos imaginaba ser descubierto y esto lo lleno de temor e ira, sin embargo había planeado esto por tanto tiempo que ya no había manera de echarse para atrás, era ahora o nunca. Ricardo era un joven de 16 años, alto, un poco obeso, de cabello negro y piel blanca; él asistía a la Secundaria Lorenziano y acostumbraba irritar a sus compañeros de curso. En su mismo grado también asistía un joven llamado Juan el cual tan solo tenía 14 años, era bajito, delgado, de cabello claro y piel blanca. Juan era uno de los más asediados por Ricardo entre muchos otros estudiantes de Octavo. Ricardo había perdido por completo la cordura tanto así que se había echado dos años puesto que a él no le importaba para nada el colegio, lo único que el buscaba era hacerle la vida imposible a todo aquel que se le atravesara en el camino sin importar quien fuera. El problema tan grande para los estudiantes de Octavo, incluyendo a Juan, es que la manera tan perversa y maligna como los hostigaba sobrepasaba alguna otra antes existente, tanto así que era capaz de romperle los huesos a sus compañeros sin ser descubierto y sin levantar sospecha alguna obligándolos a quedarse callados o a mentirles a sus padres; era un completo desquiciado para sus compañeros e incluso para sus familiares quienes se avergonzaban de su comportamiento. Un día, muy de mañana, el colegio decidió llevar a los integrantes de octavo grado a una salida pedagógica, se dirigirían a un zoológico con el fin de conocer algunos animales para su clase de biología, Juan era un joven inteligente y muy interesado en los estudios así que para él una salida en la que pudiera palpar todo lo que había estudiado en clases era algo maravilloso, espectacular, pero en su mente seguía el constante pensamiento, de terror, de que Ricardo lo iba echar todo a perder y de que lo iba a incomodar durante todo el viaje. Ese día se respiraba un aire fresco y tranquilo, el sol irradiaba de una manera tan perfecta que brindaba calor pero no era fastidioso, los pájaros cantaban hermosas melodías y los sonidos de los variados animales del zoológico demostraban un ambiente pacífico y tranquilo; por un momento Juan se olvidó de Ricardo y apreció la belleza del día y pensó que tal vez este día sería un día diferente, un día donde todo cambiaria, un día perfecto.


Juan estaba muy emocionado, hacía mucho tiempo desde que él no había sentido algo parecido y de pronto escucho la voz de alguien que le dijo: “Juan, Juan, no te quedes atrás del grupo” era su maestra quien le insistía para que se quedara cerca de los demás y así no se perdiera. Juan reaccionó y siguió adelante, por un momento se había quedado distraído y tal vez perplejo pero no estaba dispuesto a desperdiciar tan maravilloso día. Ricardo por el contrario estaba harto del paseo, era un asunto bastante molesto para él el estar mirando simples animales enjaulados, pensaba que era una pérdida de tiempo, que había mejores cosas que hacer como por ejemplo exasperar a sus compañeros o hacer travesuras, que era algo común de él. A medida que iba pasando el tiempo el viaje se volvía cada vez más tedioso para Ricardo quien no aguantaba más las ganas de provocar a alguien, tanto así que por un momento todo se dispersó de su mente solo tenía en su cabeza la idea de acabar con la dignidad de alguien y Juan fue la primera persona divisada por sus ojos. Al instante el semblante de Ricardo cambio por completo, paso de tener una cara de desganado a una maléfica y nociva, y empezó a actuar como un loco, miraba todo fijamente con detalle, cada animal, cada movimiento, cada cosa que sucedía él la percibía, su locura había llegado a un alto grado de hipersensibilidad hasta que lo planeo todo, dirigió su mirada a la jaula del león, en esta se encontraban tres leones al asecho, muy hambrientos y esperando ser alimentados, luego diviso a lo lejos a un hombre que tenía una serie de llaves que abrían las jaulas de los animales entre ellas la del león, todo estaba tan claro y tan dispuesto para él que parecía que la vida estuviera a favor de tan desquiciado plan. Entonces se puso manos a la obra, muy sigilosamente se acercó a la persona con las llaves y con una rama, muy cuidadosamente, se las quito; la maldad que de él emanaba se sentía en el ambiente. Una vez con las llaves en la mano enardeció la ira de su corazón, pero no por que tuviera algún rencor hacia Juan, sino porque la locura y el éxtasis del momento habían hecho de él un ser impulsivo y descontrolado. Ya con las llaves en la mano se dirigió hacia sus compañeros, tuvo que ocultarlas porque si alguien se daba cuenta de que había robado las llaves del zoológico, más que cualquier otra cosa, se arruinaría su plan sin mencionar los otros problemas que esto conllevaría. Juan estaba muy tranquilo, disfrutando del paseo como nunca antes lo había hecho, parecía que por fin que se había librado de Ricardo, pero al instante escucho su voz, una voz hipócrita que buscaba ser amable, era Ricardo diciendo: “Oye Juan es que no sé cuál de estos leones es hembra y cual es macho, ¿Me podrías ayudar?”. Juan por un momento sospecho acerca de Ricardo, porque a él nunca le había interesado las cosas escolares y además jamás le había pedido ayuda, siempre lo golpeaba y agredía; decidió ayudarlo porque pensó que tal vez


Ricardo iba a cambiar, pero cuan torpe fue, cuan equivocado estaba; al dirigirse hacia él, Ricardo lo tomo con fuerza, con tanta fuerza que dejo a Juan inmovilizado, luego sacó las llaves del bolsillo, abrió la jaula y lo metió ahí dentro, y dijo a los leones: “bon appetit”. Cerró la jaula con vehemencia y furor, tiro las llaves al suelo y se fue corriendo. Juan empezó a gritar: “¡Ayuda, Ayuda, Ayúdenme!”, pero nadie escucho su llamado, los leones se fueron acercando lentamente, y otra vez con más desesperación grito: “¡Por favor que alguien me ayude!”, su maestra alcanzo a escuchar a lo lejos el grito y se dio cuenta que alguien faltaba en el grupo, era Juan; la maestra alarmada decidió seguir el sonido de su voz hasta que le divisó dentro de la jaula de los leones , aterrorizada se acercó y le dijo a Juan: “¿Qué haces ahí dentro, como llegaste hasta allá?”, Juan no podía contestar, estaba atemorizado, y llorando trataba de alejarse de los leones. La maestra, angustiada, llamó a los encargados, quienes buscaron las llaves impacientemente, pero la persona que las debía tener dijo que ya no las poseía, que no estaban por ninguna parte; Juan tartamudeando por el miedo dijo que se apresuraran, que los leones estaban muy próximos a él. Al instante, uno de los encargados pudo percibir las llaves, las cuales se encontraban en el suelo, y rápidamente cogiendo las llaves abrió la jaula y sacó bruscamente. Juan estaba petrificado, lo único que hacía era llorar y llorar, no encontraba consolación sin importar cuantas veces le dijeran que todo estaba bien, que ya nada iba a sucederle. A la distancia se encontraba Ricardo, quien con una sonrisa ruin y siniestra parecía estar satisfecho con lo sucedido, aquel perverso ser disfrutaba ver a su compañero inundado en temor y desasosiego, no le importaba nada más que sus propios deseos, y con una mirada tétrica decidió darse la vuelta ignorando lo sucedido. La maestra no pudo evitar preguntarle qué fue lo que había pasado, y Juan, ya un poco menos exasperado pero con una voz llena de pánico, contesto: “Ricardo me ha engañado y yo caí en su trampa, una vez estuve al alcance de sus manos me tiró a la fuerza dentro de esta jaula y sin importarle nada se fue corriendo”. La maestra llena de cólera le cogió la mano a Ricardo y con voz que denotaba furor le preguntó, porque había hecho tan vil acto, Ricardo con un semblante malévolo dijo que fue por la ansiedad del momento, que solo se dejó llevar por sus impulsos; la maestra airada les dijo a sus alumnos que se terminó la salida, que se devuelvan para el autobús, luego le dijo con rabia a Ricardo: “¡No he terminado contigo!”. Ricardo volteo la mirada a Juan y con una intención perversa le giño el ojo. Todos los estudiantes abordaron el autobús y se dirigieron al colegio, durante el viaje les fue inevitable hablar de lo sucedido lo cual empeoro la situación para Juan quien cada vez se sentía más horrorizado.


Por fin llegaron al colegio y cada uno se fue para su casa menos Juan y Ricardo quienes se quedaron por orden de la directora quien además decidió llamar a sus padres para que vinieran y así hacerles saber lo sucedido. Para Juan estar al lado de Ricardo era una constante tortura, su corazón no paraba de latir de una manera intranquila y no veía la hora de estar en su casa lejos de tan cruel ser que parecía deleitarse con la silueta de una persona despavorida. Para fortuna de Juan llegaron sus padres y los de Ricardo, y se sentaron al lado de él evitando el contacto visual entre los dos alumnos. La directora empezó dando las gracias por haber venido y les comentó lo sucedido; ambos padres estaban atónitos y asombrados porque durante toda su vida no habían escuchado tan horripilante cosa. Una vez que la directora termino de hablar hubo un silencio sepulcral y después de un momento los padres de Ricardo le pidieron disculpas a la directora, a los padres de Juan y por sobre todo a Juan por tan espantoso episodio, la directora hizo lo que creyó conveniente que fue simplemente suspenderlo por tres semanas. Los padres con sus respectivos hijos se fueron para sus hogares, pero algo seguía retumbando en la cabeza de Juan, antes de que se fueran la directora dijo: “Para suerte de Juan la jaula era muy grande lo cual retrasó a los leones”. Entonces se puso a meditar sobre esas palabras y llego a una temible conclusión, Ricardo no planeaba simplemente asustarlo, él buscaba asesinarlo. El pobre Juan se llenó de cobardía y de furor, porque le pareció que el castigo, dado por la directora, para Ricardo, quien buscaba ejecutarlo, era muy imparcial e injusto; Ricardo merecía la expulsión y hasta una orden de restricción por lo que había hecho, sin embargo la directora considero decente una suspensión. Era increíble; Juan sin palabras y muy desesperado pensó, que si la gente no podía hacer nada por él, entonces tenía que imponer justicia por sus propias manos; él sabía que no era lo correcto pero Ricardo no podía hacer lo que quería y quedar impune. “Ese iba a ser mi día perfecto” pensó Juan, “porque tuvo que arruinármelo”. Juan, ya en su cuarto; empezó a dar vueltas pensando en lo sucedido, llenándose cada vez más y más de odio, alimentando su ira, encendiendo cada vez más las llamas del rencor y la venganza. Luego de un momento su corazón estaba consumido en demencia y escarmiento, se decía para sí mismo constantemente: “Esto no se va a quedar así, claro que no, me las va a pagar”. En lo único que pensaba era en venganza, el chico que una vez fue pasivo y amable, ahora se había convertido en un joven con un terrible trastorno, un sicópata. Cuando se dispuso a dormir no concilio el sueño, porque lo sucedido en el zoológico era una incesante pesadilla que lo único que provocaba era un martirio persistente en su alma, y por más que lo intento le fue


inútil; esa noche en lo único que estuvo pensando fue en ese espeluznante episodio. A la mañana siguiente su corazón se mostraba menos perturbado y hasta inclusive un poco alegre porque no tendría que verle la cara a Ricardo durante un largo tiempo. Cuando llego al colegio fue tratado como un héroe por sus compañeros, porque había soportado esa broma tan inhumana y además porque había conseguido deshacerse de Ricardo por tres semanas; sin embargo Juan no se sentía como un héroe se sentía como un objeto vulnerable ante Ricardo con el que podía hacer lo que deseara, como lo deseara y cuando lo deseara sin importarle nada. Juan con cada cosa que pensaba avivaba, de una manera atroz, su sed de venganza y sus compañeros también notaron que su comportamiento no era el habitual, y estaban en lo correcto, Juan se había convertido en un neurótico, en un demente; sus anhelos desmesurados de revancha lo habían rebajado al mismo nivel de Ricardo y su presencia en cualquier lugar en el que estaba reflejaba paranoia y delirio, características de un completo lunático. Juan había perdido por completo la razón, ya no dominaba sus propios pensamientos, era un desequilibrado emocionalmente y además era un antisocial; un día en el colegio decidió acabar con su tormento, estaba dispuesto a hacer lo imposible por acabar con su sufrimiento pero no buscaba que Ricardo simplemente se angustiara, buscaba que Ricardo sintiera lo que él estaba sintiendo pero a una escala mucho peor; ya lo tenía todo claro, acabando con la sensatez de Ricardo iba a alcanzar la paz, era brillante. La primera semana sin Ricardo estaba llegando a su fin; parecía que los días pasaran a una velocidad impresionantemente rápida, y eso alarmo a todos los estudiantes de Octavo menos a Juan quien al parecer estaba convencido que su vida estaba a punto de mejorarse; pero al instante cayó en cuenta de que le faltaba aclarar un pequeño pero fundamental detalle, ¿cómo iba a llevar a cabo su golpe final? Esto por un momento lo turbó, pero la locura había hecho de él un ser astuto y perspicaz, alguien con una capacidad de ingenio extraordinario; por lo tanto después de un momento despejó su mente, era muy ilógico para él preocuparse por algo tan simple. Juan considero importante tener algunos datos personales de Ricardo, porque podrían ser de utilidad a la hora de realizar su plan, entonces le preguntó a sus compañeros alguna dirección, datos personales, cualquier cosa que le brindara ayuda para ejecutar su obra maestra. Al final del día consiguió que Ricardo vivía en la calle 42# no.15-52 al lado del centro comercial la Bonhomía, en una casa particularmente pintada de un color azul ultra mar, era hijo único, constantemente sus padres estaban afuera de la casa y no tenía ninguna mascota.


Todo estaba perfecto para Juan; Ricardo, fuera del colegio, era una víctima fácil para un psicótico como Juan; el cual, por sobre todo, tenía a su favor el elemento sorpresa. A la semana siguiente, es decir la segunda semana sin Ricardo, Juan decidió planear su fechoría, tenía que ser algo rápido y silencioso, algo eficaz y definitivo, algo que no dejara reaccionar a Ricardo y que acabara marcando el final de toda una vida de suplicia y pavor. Reuniendo toda la información obtenida, Juan empezó a idear su artimaña, hasta que lo consiguió. Planeo todo muy precisamente, por un momento le pareció infalible, tenía todo a la perfección; repetía persistentemente en su mente: “No sabe lo que le espera, no tiene ni idea”. Decidió que el día más conveniente para efectuar su artificio seria el miércoles de la otra semana, a tan solo pocos días del regreso de Ricardo al colegio. Considero que en el resto de esa semana tendría tiempo para analizar bien su plan, imaginar cómo lo desarrollaría y conseguir los elementos necesarios para concluirlo. Necesitaba una navaja que luciera bastante atemorizante, algo con lo que pudiera amedrentar a Ricardo; conseguir un utensilio tan nefasto no sería una tarea sencilla, Juan buscó por todos lados, en la cocina de su casa, en la cocina del colegio e incluso en la basura; pero todos sus intentos eran fallidos; hasta que por su mente paso una idea que solucionaría su problema, era tan clara que se golpeó en la cara por lo tonto que había sido, simplemente tenía que pedírselo a sus padres inventándoles que lo necesitaba para un experimento de biología. Al día siguiente ya poseía en sus manos aquel letal objeto, era tan hermosa como mortal, la forma y el material con el que estaba hecho mostraban rudeza, era muy fina y versátil; la sola idea de tenerla en sus manos en el momento en el que acorralaría a su víctima lo lleno de entusiasmo, no veía la hora de llevar a cabo su despiadado plan. Una vez obtenido el utensilio más importante los otros serían mucho más factibles de conseguir, uno de ellos era una herramienta muy particular, una palanca, para poder abrir la ventana y adentrarse a la casa; pero le fue demasiado sencillo obtenerla solo la tomó rápidamente de la caja de herramientas de su padre, sin que nadie se diera cuenta. Lo último que necesitaba era una cinta, la cual fuera suficientemente resistente, para poder taparle la boca a Ricardo y evitar que llame la atención en el vecindario; esta fue conseguida con facilidad puesto que al lado de su casa había una papelería. La segunda semana estaba llegando a su fin, y Juan atesoraba con malicia cada uno de sus “instrumentos”, los oculto muy bien para así no levantar sospechas; esos últimos días ya pudo descansar más tranquilo aunque tenía un ligero caso de hiperactividad porque no aguantaba más el deseo de terminar con Ricardo de una buena vez.


Era un día martes de la tercera semana sin Ricardo, un día antes del juicio final, cuando Juan empezó a actuar como una persona cuerda, su comportamiento había mejorado, su locura se dispersaba cada vez más y más de su mente, parecía que al fin y al cabo lo único que necesitaba era un descanso de Ricardo; hasta por un momento estuvo de acuerdo con la decisión de la directora. Ahora pensaba cada vez menos en su plan, muchas veces dudaba si realmente debía hacerlo o no; pero de improviso se presentó una seria discusión entre dos partes diferentes de su ser, una de ellas buscaba la venganza y apoyaba el comportamiento psicópata necesario para realizar el plan que por mucho tiempo se había anticipado, la otra buscaba la paz y el reconciliamiento. Juan estaba pasando por una gran crisis emocional, no sabía qué hacer y no podía buscar consejo de alguien porque temía que lo fueran a rechazar o a tratar de un completo paranoico. El gran día llegó y se dispuso a alistarse; metió su navaja, su palanca y su cinta en un bolso y se fue a escondidas de sus padres. Se dirigió a la calle 42# no.15-52 hacia la particular casa de color azul ultra mar, al parecer su lado demente se había sobrepuesto ante cualquier impulso de perdón. Ya estaba allí, se escondió en el amplio jardín frontal de la casa y se dispuso a espiarlo, y se dio cuenta que su obra maestra fallaba en algo, Ricardo no estaba completamente solo en su casa, sus padres estaban también allí; Juan se llenó de ira, le dio un fuerte golpe al suelo y salió corriendo de ahí. A medida que iba llegando a su casa su desesperación aumentaba; ahora tenía que ir todos los días, antes del final de la semana, para efectuar su objetivo y además tenía que asegurarse que solo Ricardo se encontrara en la casa. Cada día, después de clases, se acercaba a la casa de Ricardo; no faltaba día en el que no fuera a “visitarlo”, pero siempre sus intentos eran frustrados. Se escondía bajo los ramales del jardín, y todo lo hacía de una manera muy meticulosa; además de eso se había vuelto muy detallista y preciso, conocía casi toda la casa, sabia lugares donde esconderse en los cuales jamás seria visto y conocía los horarios de entrada y salida de cada uno de los integrantes de la casa. Era un día domingo, al parecer su plan estaba a punto de fracasar, y Juan con poca determinación y esperanza se encontraba escondido en el jardín como lo hacía todos los días sin falta, a veces temía ser descubierto pero si su plan iba a fallar sería mejor que lo encontraran de una buena vez ; sin embargo ese día pasó algo diferente que marco por completo el desarrollo de su “operación”; los padres de Ricardo salieron a altas horas de la noche, dejando a su hijo solo a merced de Juan; era ahora o nunca, ya no había vuelta atrás; el agradable joven interesado por los estudios estaba a punto de hacer algo de lo cual se arrepentiría el resto de su vida.


Ansiosamente, sacó de su bolso la palanca, con la cual abrió la ventana a la fuerza y entró a la casa con mucho sigilo. Al fondo del cuarto se encontraba Ricardo viendo un programa de televisión, y Juan muy cuidadosamente sacó su navaja y cinta mientras que se acercaba cada vez más. Sin dudarlo, le tapó la boca a Ricardo con la cinta y rápidamente, antes de que Ricardo pudiera reaccionar, mostró la navaja con el fin de amedrentarle, sin embargo, un simple susto no satisfizo el alma insaciable de Juan quien, impulsivamente, empezó a apuñalar a Ricardo sin caer en cuenta de lo que estaba haciendo; y en un ataque frenético cogió la palanca con la que había abierto la ventana y lo golpeó brutalmente en la cabeza. Ricardo cayó muerto al suelo; todo estaba lleno de sangre, la navaja, la habitación, la ropa, las manos de Juan y por supuesto el cadáver. Juan, un poco más consciente de lo sucedido, empezó a alarmarse; eso no era lo que él había planeado, él solo quería hacerle sentir lo que había experimento en la jaula del león. Que iba a hacer ahora, no podía ocultar lo sucedido puesto que la culpa lo estaba matando y además quien no se enteraría de la muerte de Ricardo, lo único que podía hacer era explicar lo sucedido; pero era muy difícil hacerlo, además, ver constantemente el rostro sin vida de Ricardo, en el suelo, era una tortura que poco a poco devastaba la endeble cordura que tenía Juan. Sin más prejuicio decidió sentarse al lado del difunto, esperando la llegada de alguien. Luego de unas horas los padres de Ricardo entraron muy alegres y cansados a su casa, pero no tenían ni idea de lo que les esperaba. Cuando llegaron a la sala, en la que se suponía que se encontraba Ricardo, había encendida una luz muy tenue y deprimente; los padres, un poco intranquilos, llamaron a su hijo buscando una explicación del por qué aún se encontraba despierto, pero al no obtener respuesta se acercaron, y lo que encontraron les dejo los pelos de punta. La madre grito aterrorizada y empezó a llorar; el padre, quien también se asustó, no podía quitarle los ojos de encima a la imagen de su hijo difunto, lleno de sangre. Juan, quien tal vez no había sido percibido en el momento porque los padres estaban desconcertados, decidió comentarles a los estupefactos seres lo sucedido; a medida que hablaba los padres se impresionaban cada vez más porque Juan no omitió ningún detalle de lo acontecido. Cuando terminó la madre se arrojó al piso a llorar y el padre decidió llamar a la policía, la cual en un momento pensó que estaba bromeando, pero al sentir la desesperación con la que hablaba tuvo que creerle; la policía llegó muy prontamente y al ver que lo sucedido era cierto quedaron paralizados ante tanta malevolencia. Juan fue enviado a un manicomio, pues se creía que era un peligro para la sociedad y que tenía un trastorno mental y aunque sus padres trataron de evitarlo les fue inútil, se les fue arrebatado. Después de todo Juan no obtuvo lo que quiso y Ricardo sucumbió.


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