Gigantes en Nuestras Tierras

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TEXTOS: Madelline Sevilla www.missnitro.me

ILUSTRACIONES / DISEÑO: Wilmer Murillo www.wilmermurillo.com

CONCEPTO E IDEA ORIGINAL: Wilmer Murillo EDICIÓN, PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN: Centro Cultural de España en Tegucigalpa. www.ccet-aecid.hn www.GigantesenNuestrasTierras.info


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M

i nombre es Nikolas Pojonino, soy ese pequeño niño, sonriente, de tono tranquilo, que aparece en esa foto de recuerdo. Ahora ya no soy un niño, tengo 130 años, pero

en ese entonces tenía solo nueve. Los dos adultos de atrás son mis padres: Alberto Pojonino y Tomasa Pojonino. Mi padre era sembrador de rábanos y pipianes, y en su tiempo libre recolectaba pequeñas bolas de naftalina para hacer, después, bolas de naftalina más grandes. Mi madre era ama de casa, lavaba platos y cocinaba delicioso. En su tiempo libre escuchaba la radio y componía música con los tenedores. Vivíamos en una pequeña casa en la aldea Karú. Un

pueblecito

rodeado de montañas, habitadas por personas muy cálidas, soñadoras y siempre sonrientes. Detrás de las montañas, alrededor de los ríos, entre los valles apacibles y misteriosos, se escondía inocentemente una población de personas enormes, amistosas y algo excéntricas, que ocasionalmente salían a saludarnos, a ayudarnos o incluso a jugar con nosotros. Ellos eran nuestros amigos, ellos eran mis gigantes amigos, a los que recuerdo con mucho cariño. Este libro es acerca de ellos; para ellos.


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SR. HIKJIRIO Cuando la lluvia cesaba durante mucho tiempo, de su sombrero de colores nos regalaba una gran nube. La sacudía, exprimía y agitaba con fuertes movimientos, y así obteníamos la lluvia de octubre. Todos los aldeanos le agradecíamos con humildad le traíamos regalos y mamá le horneaba un pan. Dormía junto a la cascada, en la parte más baja y con su lupa le gustaba a las piedras del río observar. Ellas lo miraban, le sonreían con carisma, y cuando el clima era frío, las hospedaba en su camisa.


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LIKZUGIO Él era el gigante más afable de todos; siempre estaba riendo sin parar. Era todo un amante de los topos, a los que cantaba de manera peculiar. Coleccionaba botas de todos los tamaños. Con ellas formaba torres y podía las estrellas alcanzar. Desde un acantilado fabricaba corazones y los lanzaba hacia la aldea con afán. Todas las tardes sonaba su gaita francesa, y horneaba galletas cuando se retiraba a descansar.


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ALLUDINA MYORKA En su cabello guardaba tazas de té, flechas dobladas y agujas floreadas; una manta de paja y una tela de araña, escondites secretos que a todos asombraban. Con bolsas de cáscaras de huevo construía caminos eternos deshilvanando, de a poco, los sueños de aquellos siglos primigenios. La noche con ella salía a pasear pues con sus flechas y agujas nos daba seguridad.


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HARUBANZIO Él era el más olvidadizo de todos y a cualquiera en la aldea lo hacía reír. Cada día era un personaje distinto y a veces se llegaba a confundir. Disfraces diferentes todas la semanas. Entre cisnes fugaces gran temporada pasaba. Le encantaba escuchar a los viejos soñar a los niños reír y a las madres cantar. Nunca conocimos su cara solo asombrosas máscaras doradas, aunque antes de dormir nos regalaba una gran carcajada.


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HIRKJIINIO ZORJINIO Entre discos de vinilo descansaba por las tardes con bellotas despistadas que le hacían perder la mirada. Le encantaba volar cuando el otoño empezaba, y nos regalaba algodones de sabores cada vez que bajaba Podías ver el océano en sus ojos, ruletas rusas descansando en sus manos. Sin duda alguna, él era todo un espectáculo con sus ojos tricolores llenos del espacio. No le gustaba caminar al revés, y siempre se mareaba al pensar en ajedrez.


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ROOVEZNIA FUNZALIA Ella parecía tener una cabeza muy hueca porque de ella siempre salían polillas, palillas y ardillas nodrizas; una cesta de cellos y cepillos morados, y un ejército de candelas traídas del espacio. Antes de dormir contaba hasta el número mil. Daba diez vueltas y comía ajonjolí. Dormía pendida de un hilo entre montaña y montaña como si esta fuera una gran hamaca.


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EKBUSGIO Imaginariamente extraño era este gigante, que con cuerpo extravagante garbeaba entre los árboles exhibiendo su orquesta de tulipanes... Tulipanes tenores, sopranos y bajos presentaban sencillos sonetos de pensamientos y adagios, que entre tempo y tempo nos hacían llorar lágrimas saladas de efusiva felicidad.


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PANTATTUZA Imparable tejedora de agujas platicadoras que sólo de tricot se les escuchaba conversar. Tejía puentes colgantes en el fondo del mar; y medusas escurridizas le ayudaban a anudar suéteres de lana que en invierno obsequiaba y a todos nos hacía sentir especial.


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RAZGODUSGIO Pasivo, tranquilo, silencioso y pensativo era este gigante de gracioso caminar. Me contaba con silbidos los secretos de la tierra y traducía con sigilo el lenguaje del mar. Siempre inventaba una palabra nueva para conjugarla con un objeto cualquiera. Entre árboles de cerezo se postraba a descansar. Nos permitía, sin miedo, sus sueños tocar entre suspiros largos e inertes que lo hacían roncar.


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DRIGNIO-TURLLIZA Ella era una gigante muy tierna y simpática, con dos ojos saltones del color del coral. Era una bailarina muy optimista siempre dando vueltas de puntillas sobre el caparazón perdido de algún caracol. Al ponerse el sol siempre nos leía las historias perdidas de algún viejo halcón.


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TUK-TURUK Entre los valles, sigilosamente, se movía con su cola despampanante y su mirada de alegría. Entre su pelo, como enredadera, vivía una comadreja que le arrullaba por las noches con cuentos y moralejas. Cargaba la leña hasta la aldea con su paso petulante hasta que el sol de medianoche se despedía sin reproches.


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NINA-KLUMZIA Entre habichuelas de colores disfrutaba pintar esta soĂąadora pintora de elegante andar. Su cuerpo ostentoso, como un panal de abeja, decoraba afanosa con perlas de arena; y tocaba su flauta entre tinas de avena. Deambulaba por el bosque a merodear entre los ĂĄrboles en su voz atrapando el hermoso paisaje. Discrepaba del silencio entre el bosque sereno con su voz avellana, su flauta adiestrada y sus tintas amadas.


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MAMMA ZONKKA En valles rojizos, al norte de la aldea, canciones de polka escribía ella. Jugaba con dardos y comía tierra, con su sonrisa campante de oreja a oreja. Se dedicaba por las tardes a inventarse nubes, y les ponía nombre a todas las deformes. Con sus ojos gigantes color esmeralda, se encargaba de darle color a todas las montañas.


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OKKARUJUM Este gigante era tan brillante que se sabía la historia universal. Su semblante impecable lo distinguía de todos pues fue el primer gigante a la aldea llegar. Tan tranquilo y pausado nos enseñaba a todos como vivir en el mundo irreal tan lleno de sueños, tan lleno de anhelos, tan lleno de alegrías por conquistar. En su bigote albergaba polvo de estrellas y nos regalaba un poco cuando decía «final».


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TAH-BAH KADDA-DOO Esta misteriosa se paseaba por las sombras en su bicicleta y una sonrisa burlona. Acompañada por musarañas y luciérnagas extrañas, con arañas que bailaban de forma circular. Su indolencia de forma perfecta se notaba en sus ojos que apenas dejaba ver. Pero su misterio era sorpresa si le regalabas bellotas y jarabe de jerez.


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KANTAJIR Con su itinerario él viajaba mucho. ¡Le dio la vuelta entera al mundo! Recogiendo piedras, que murmuraban versos, y comprando sombrillas del color del cerezo coleccionaba canicas y lámparas suizas y todo lo que tenía la letra « a ». En sus manos guardaba secretos ingenuos, de aquellas flores ajenas del color del cristal.


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KONTOOH Siempre iba del este con rumbo al oeste, nunca en un lugar estaba dos veces. Él siempre terco, pero siempre feliz y con sus mejillas esponjosas nos hacía sonreír. En las noches de marzo nos regalaba una estrella, todas guardadas en su gigante maleta. Y con sonidos incoherentes nos hacía soñar acurrucado entre guitarras que bailaban tap.


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TAH-BARAH Arriba muy arriba entre las nubes adyacentes se escondía sin alevosía, este gigante inocente. Calmadamente triste cargaba en su espalda una aldea de gnomos que cultivaban esmeraldas. Pequeñas marionetas le hacían compañía entre jazmines y jarrones que lo hacían tropezar. Cuando la tarde se vestía de grises pinturas esbozaba una sonrisa y se dedicaba a descansar.


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KASKKÁRUM Pícaro y muy alto con cuerpo de gato se paseaba por las noches al ras de la aldea con una sonrisa y puntudas orejas. Ronroneaba mucho si le contabas tus sueños pues a él también le hacían soñar. Se alimentaba de arvejas y de muchas ciruelas; quería convertirse en un escritor. Con su enorme cola y su gama de pinceles escribía poemas e historias de amor.


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DON PAGNÓN Piletas y trampolines con cunitas y escarpines; plásticas botellas y flotadoras paellas, bailarinas austríacas y redondas butacas se escondían indiscretas en el estómago de este gigantón. Compartía ideas con fábulas fantásticas entre probetas delgadas llenas de algodón. Le encantaba ayudarnos a escoger la leña después de conversar felizmente con el sol.


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VATRIO-KARUM Este gigante era muy intrigante, con circuitos explosivos como latidos de corazón. Todos los días lloraba y en cada lágrima nacía sin apatía una flor sin color. Amperios y kilovatios se paseaban en su coraza de hierro resplandeciente de sereno color. Hacía ruidos extraños y parpadeaba rápidamente; cuando lo encontrábamos dormido veíamos sus chispas despampanantes.


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GENNIZ EL GRANDE Este gigante era mi mejor amigo siempre fue realmente genuino. En sus ojos se reflejaba una dulzura sin ataduras con una sonrisa de serena cordura. SolĂ­amos pasear alrededor de los valles inventando silencios, creando paisajes. Me mostraba las constelaciones durante las noches de enero y jugaba a ser capitĂĄn de un importante velero.


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Un jueves por la mañana salí a buscar a mi mejor amigo gigante. Lo llamé entre el espeso bosque sin respuesta alguna, pues no lo encontré donde siempre me recibía. Caminé otro poco para encontrarme con Mamma Zonkka y pedirle un sabio consejo, pero para mi sorpresa tampoco la encontré. Sobre el suelo del inmenso valle, solo un camino de canicas y estrellas diminutas pude ver, fui a cada rincón de las montañas y a ningún gigante logré ver. Regresé a la aldea y pregunté a mi padre qué había ocurrido con ellos. Él, con su mirada tierna, me respondió como un niño que era el momento de cuidar otro lugar, pero que ellos estarían agradecidos y que por siempre tendríamos un lugar muy especial.

FIN.



LOS AUTORES MADELLINE SEVILLA: Diseñadora de oficio. Escritora por amor a la literatura. Hondureña. 20 años de edad. Experimentada soñadora que juega a ser escritora, cuyos escritos recorren infinidad de parajes caracterizándole por su la lírica intensa. Comparte por medio de su blog literario un mundo lleno de fantasía, irrealidad y mucha imaginación. Su experiencia inicia desde muy pequeña con cuentos cortos, poemas, y algunos ensayos que nos muestran su manera de ver la vida de diferentes maneras o solo nos invita a sumergirnos en un mar de personajes extraordinarios que habitan en su cabeza. Sitio web: http://missnitro.me

WILMER MURILLO: Diseñador de oficio. Ilustrador por amor al arte. Hondureño. 24 años de edad. Su trabajo ilustrativo combina técnicas tradicionales y digitales, enfocándose en la ilustración conceptual mezclada con las tendencias contemporáneas de diseño de personajes (y sin limitarse a ellas), ha desarrollado un estilo muy propio y bien definido, lo que ha sido un soporte para que su trabajo tenga mucha aceptación en el público infantil y juvenil, y difundiéndose a través de Internet, sus obras ilustrativas han logrado aparecer en diversas publicaciones tanto en Honduras como en Argentina, Suecia, Estados Unidos y otros países. Sitio web: http://wilmermurillo.com


Centro Cultural de España Colonia Palmira, 1a calle, número 655, Contiguo al Redondel de Los Artesanos Tegucigalpa, MDC, Honduras, C.A. Tel +504 2238-2013 Fax: +5042238-5332 info@ccet-aecid.hn | www.ccet-aecid.hn

Colección “Arte en el CCET“

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