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Juan Arvizu, Siempre el mismo Juan
from Macroeconomía 334
Por Marco Antonio Blásquez Salinas
Si no mal recuerdo, en 1984 procedente del extinto Cine Mundial, llegó Juan Arvizu Arrioja a El Universal. Eran los tiempos en que el reportero tenía que batirse como los valientes para ganar espacios en el rol de suplentes; y después para conquistar la planta.
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Lo vi llegar educado y modesto como fue toda su vida. Lentes sobre graduados, fumador compulsivo, siempre encorbatado, fraguamos una amistad que trascendió por décadas.
Por aquellos años llamó mi atención para pedirme una opinión sobre una joven que había llegado a laborar a la sección de estados. -¿Cómo la ves? ¡Me gusta! -me cuestionó. -Se me hace una muchacha muy guapa. Y deberías apurarte porque ya andan varios apuntados -le sugerí.
Y sin más se lanzó a la conquista de Micaela, quien fue su esposa, madre de sus 2 hijos y al lado de quien vivió hasta el fin de sus días.
Juanito era un hombre sumamente generoso y amigable. Incapaz de odiar o envidiar. Siempre admiré de él su capacidad para enfriar los momentos difíciles. Gustaba de reflexionar, repasar los asuntos y luego tomar decisiones.
Tuve el gusto de conocer a sus padres, de ser organizador de su boda con Micaela y de ser padrino de bautismo de su primer hijo, Fabián.
Nuestra amistad aunque intermitente en el trato personal, siempre estuvo sellada por un aprecio profundo y sincero.
Durante mi etapa como Senador tuve la oportunidad de convivir con él, de recibir sus consejos.
Siempre he creído que los grandes actores se caracterizan por ser leales a su personaje de principio a fin. Afirmo categóricamente que mi compadre Juan siempre fue el mismo. El mismo Juan cuando éramos un par de reporteros suplentes en los ochentas, el mismo Juan cuando ganó el Premio Nacional de Periodismo en los noventa, el mismo Juan sosteniendo su liderazgo dentro de la crónica parlamentaria durante los años de este siglo.
Siempre el mismo Juan, risueño, amoroso y fraterno.
Un abrazo a mi querida Mica, a Fabián y a Óscar.
El Gran Arvizu
Por Martha Anaya
Pocos, muy pocos cronistas políticos quedan en las páginas del diarismo mexicano. De esos tan pocos, acaba de partir uno muy querido: Juan Arvizu.
Su bonhomía personal –creo que esa era una de las cualidades que mejor lo definía-, su sonrisa, el pícaro destello de sus críticas y su gran profesionalismo, lo convirtieron en un periodista entrañable para sus compañeros e incluso para aquellos a los que dibujaba en el mundo del poder.
El beso de pico en la mejilla solía ser, entre nosotros, el inicio de una charla salpicada de bromas y risas sobre el acontecer en los pasillos, curules y escaños de las Cámaras. Intercambio de información entre profesionales, lejos de toda mezquindad.
Su persona y el ejercicio de su profesión se significaban por aquello que hace grande a los grandes, una buena entraña. Ya lo decía el maestro Kapuscinski: Para ser buen periodista hay que ser buena persona. Juan Arvizu cumplía con creces ese requisito.
La estirpe de los cronistas políticos –estirpe en proceso de extinción desde hace algunos años- ha perdido a uno de los suyos. El maldito bicho que nos asedia desde hace un año se lo llevó. Y se lo llevó porque Juan siguió trabajando día tras día, aún a sabiendas del peligro que corría por el Covid.
Pero en ello reside buena parte de la calidad de la labor del cronista: estar presente. Atestiguar los hechos con tus propios ojos, recrearlos con tu mirada y plasmarlos con tu pluma.
Hasta pronto gran Arvizu. Te extrañaré.
Martha Anaya