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Un periodista sin veleidades
from Macroeconomía 334
Juan Arvizu Arrioja
Por José Ureña
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No fui amigo de Juan Arvizu.
Eso me da libertad para ubicarme ante el lector y decir de él cuanto sé sin prejuicios, con el afecto de una profesión siempre grata y a veces amarga.
Hoy triste por su muerte.
Coincidimos en El Universal -yo estuve de diciembre de 1980 a enero de 1985- cuando él, ávido de carrera, dejó Avance.
Un día, para sorpresa mía, me llamó el reportero y jefe de información suplente Jorge Roldán para hacerme una consulta: -¿Qué te parecería Juan Arvizu? -Es joven, impetuoso y sobre todo tiene fama de buen cronista… -Por eso me gusta. Lo voy a recomendar porque nos hace falta un buen cronista y nos será de mucha ayuda sobre todo en actividades parlamentarias.
Juanito cayó de pie.
Serio, se limitaba a saludar a todos cuando llegaba a la redacción de Iturbide 7 por las tardes, y se sentaba al principio ante pantallas prestadas porque no tenía base laboral.
Asunto menor para quien hacía su trabajo con responsabilidad y siempre con una discreción digna de un fraile franciscano con obedientes votos de humildad.
Emigré de El Gran Diario de México, él se quedó con una estabilidad ganada a golpe de notas en El Gráfico y cuando nos encontrábamos había saludo con frases amables.
Nunca un chisme, nunca un escándalo, mucho menos una queja.
Acaso nuestro mayor trato se dio en 1994, en el ajetreo vertiginoso diario de la campaña de Luis Donaldo Colosio y con quien compartimos algunos diálogos. -Ese muchacho tiene feeling -me dijo un día el sonorense asesinado en Lomas Taurinas-; lo voy a buscar más.
Y lo hizo.
Por ejemplo, lo invitó a compartir el trayecto del 6 de marzo de su casa cercana a San Angel hasta el Monumento a la Revolución, donde pronunció su discurso histórico.
Deferencia para unos cuantos donde el tema central fue, disciplina infalible en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), si el presidente Carlos Salinas fue consultado sobre el discurso de aniversario. -No, qué le iba a informar… Todavía anoche le di una leída -nos mintió Colosio.
Al terminar el acto de orador único, entre pancartas tiradas, Juanito se me acercó: -¡Qué duro! En la Blazer -la camioneta de traslados del candidato- no nos dijo cómo vendría… ¡Mira que decir que va a regresar el poder presidencial a sus límites constitucionales! -Jab directo al mentón de Carlos Salinas -comenté sin saber las consecuencias de aquellos señalamientos, en realidad distanciamientos políticos de presidente y candidato.
Pasó el tiempo y de cuando en cuando coincidíamos.
Al final nuestros escasos encuentros fueron en el Senado de la República, donde Juanito era cosechador de afectos y saludos. -Debe haber nota aquí… ¡Para que José Ureña nos acompañe es que algo bueno de información va a surgir! -me bromeó en la explanada legislativa. -Nada, Juanito. Vine a curiosear y a aprender de tí -repuse para una más de esas sonrisas amplias y sonoras tan suyas, tan alegres.
Desde esa posición cazaba políticos de todo signo, los entrevistaba, abastecía sus notas y enriquecía su columna. -Con suerte y mañana leo tu clase de periodismo -regresé el cumplido al despedirme, sin advertir nuestro último encuentro, nuestra postrer coincidencia.
Luego me enteré de su contagio de Covid, de su internamiento hospitalario, de su intubamiento, de su muerte, de la dolorosa despedida de su hijo Fabián, a quien imagino amable, siempre jovial, sin ningún enemigo y con la sonrisa a la que hoy, a petición de Efrén Mayorga, dedico un breve texto de quien nunca fue mi amigo, pero de alguna manera tuvimos profesión y fuentes paralelas.
Por eso mi conocimiento, por eso nuestro afecto distante.
Este es mi recuerdo de quien nunca presumió sus enormes haberes ni participó en el concurso de veleidades dominante en el periodismo.