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Apostar por la crónica

Alejandra Canchola

Por Alejandra Canchola

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Martín Caparrós sentenció que la crónica es ese género, en el periodismo, “que dice yo. Que dice existo, estoy, yo no te engaño”, porque relata los hechos a través de una mirada específica; a través de un periodista, que tuvo la fortuna de poder contar un hecho, y al que se le conoce como cronista. Ser cronista político en México es tener la oportunidad de dejar, en la medida de lo posible, la tradición declaracionista de la redacción de noticias; te permite destacar los hechos sobre la importancia del personaje y del peso de su discurso, usar recursos retóricos de los que el periodista muchas veces se aleja, al redactar en el diarismo. Tener la oportunidad de escribir crónica política es un privilegio de pocos, en estos días, donde el “última hora” y la redacción sencilla -no por eso simple-, para las versiones de medios escritos en aparatos móviles, permea en el ejercicio periodístico.

Conocí a Juan Arvizu cuando entré a la redacción de El Universal, en agosto de 2016. Juan fue cronista para el Gran Juan fue ese reportero que se encargó de que El Universal no abandonara el género y, por ende, otros medios impresos, que buscaron generar contenido del nivel que él presentó siempre a sus lectores

diario de México por no sé cuántos años, y cuando me encargaron escribir una crónica para el papel, lo primero que hice fue buscar una crónica escrita por él. No importaba cuál, sólo importaba saber cómo podía escribir, un poquito, como él, y no quedar mal con el nivel de texto que esperaban los lectores. Juan escribió decenas de crónicas, quizá cientos, para El Universal y para otros medios. Fue capricho del destino que nunca hablara con él del género que, gracias a su trabajo, he tenido la oportunidad de escribir.

Y es que Juan Arvizu no fue un reportero más, no sólo a nivel sentimental, por las relaciones de amistad y camaradería que generó con más de uno de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y trabajar con él; y no sólo a nivel de calidad en sus textos, que era excepcional -más de una vez lo vi escribir y escribir, con una taza de café al lado, teclear y teclear, mandar a imprimir el texto y, en papel, revisarlo, hacerle anotaciones, pasarlas al procesador de textos y volver a leer-; sino porque Juan fue de los pocos periodistas que apostó por la crónica. Juan apostó por la crónica toda su vida, yo misma lo escuché, varias veces, discutir por teléfono con su editor en turno y “vender” una crónica sobre un hecho específico. Juan fue ese reportero que se encargó de que El Universal no abandonara el género y, por ende, otros medios impresos, que buscaron generar contenido del nivel que él presentó siempre a sus lectores. Juan siempre consiguió “colar” una crónica al impreso.

Para cuando me convertí en reportera y me fue encomendada la fuente legislativa, en la Cámara de Diputados, las “Crónicas del Congreso” ya eran un texto obligado en la versión impresa del periódico, gracias a Juan Arvizu. En el prólogo del primer tomo de Crónica -una triada de recopilaciones de estos textos periodísticos, que realizó la UNAM entre 2016 y 2018-, Felipe Restrepo Pombo asegura que, en América Latina, y especialmente en México, “vale la pena apostar por la crónica”. ¿Qué nos da la crónica que no nos dé otro tipo de textos? El país en el que vivimos, que no es el que quisiéramos, no siempre se refleja en la “objetividad” del periodismo, en la rudeza de las cifras, ni en la opinión de académicos y políticos. La crónica, dice Restrepo Pombo, “es el periodismo en primera persona, que se construye desde una subjetividad honesta”. Juan Arvizu fue un gran periodista, pero, sobre todo, un periodista en primera persona, un periodista honesto, que elegía contar los hechos desde su mirada, para decir “yo no te miento”.

La partida de Juan Arvizu nos deja un gran vacío y una gran tarea. Si algo quisiéramos rescatar de todo su trabajo, como asunto pendiente, es esa apuesta que él hizo por la crónica, por el periodismo honesto, no para las fuentes, sino para los lectores. Porque sí es posible hacer periodismo subjetivo, sin dejar de lado la ética y la práctica elemental del oficio: averiguar. Juan nos dejó, sobre todo a las nuevas generaciones de periodistas mexicanos, la irrenunciable tarea de apostar por la crónica, en la fuente que se cubra, aún encerrados en casa, aún en medio de una guerra de clics y reacciones; me atrevería a decir que, más que nunca, en medio de todas estas situaciones. Nunca hablé con Juan Arvizu sobre la crónica, pero sólo conocerlo y tener el lujo de trabajar con él, me comprometen a priorizar el género cuando pueda hacerlo, a apostar, siempre, por la crónica.

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