David Bibiรกn
A mi pequeña mafia, que bastante hemos pasado, Hache y Lois, mis críticos de cabecera, y a la magnífica gente del foro de www.sycra.net. -D.B.
Texto e ilustraciones por
David Bibiรกn
Preludio Evitar hacer ruido al pisar la nieve era la parte más difícil. Reconocer huellas, seguir rastros, acercarse a la presa a contra viento para evitar que capte tu olor... Todo eso era sencillo, mera cuestión de práctica. Pero los muchos años que Warley Pine llevaba cazando en esos bosques no pudieron evitar que contuviese el aliento a causa de la impresión. Había oído historias en el mercado, cuentos de viejas, pero nunca había creído en nada de eso. Esta vez lo tenía delante de los ojos: Un ciervo albino. La primera flecha había impactado en su costado, y después de seguir el rastro de sangre y nieve revuelta, solo le quedaba acabar con el sufrimiento del renqueante animal. Antes de poder siquiera alzar el arco, sonó un breve silbido, y el venado se desplomó definitivamente sobre una cama de hielo y sangre. Una ornamentada flecha de plumas verdes acababa de aparecer en su cuello, un par de palmos por encima del, en comparación, tosco proyectil de pluma de gallo que Warley había clavado un rato antes. -¡Hey, esa pieza era mía! Warley sabía de sobra que detrás de una flecha tan adornada y ostentosa como esa, habría un señor aún más adornado y ostentoso. Y probablemente seguido por un séquito de guardias con ganas de lucir su acero. El cazador maldijo para sí su bocaza.
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Efectivamente, cinco hombres se aproximaron a la escena. Cuatro de ellos uniformados y de aspecto amenazante, y el quinto un joven noble con aires de grandeza. -¿Y quién sóis vos, campesino, para cuestionar la propiedad de mi presa? Sabed que estos son terrenos reales, y solo la nobleza puede cazar aquí. Los guardias susurraron entre sí, en lo que a Warley le pareció un tono de burla hacia el joven. El bosque real no comenzaba hasta varias yardas más al oeste, pero sería inútil discutir con un noble, y para más con testigos de su lado. Un bufido agónico interrumpió los pensamientos de Warley. -Diablos, todavía está vivo. El cazador se agachó al lado del animal, y con un movimiento preciso de daga puso fin a su vida. -¡QUÉ OS CREÉIS QUE ESTÁIS HACIENDO! El joven noble no cabía en sí de ira, mientras sus guardias contenían las carcajadas. -¡Ese ciervo es MI trofeo y debo ser YO quien le de muerte!¡Apresad a este canalla! -Gritó con la cara roja de rabia- Dad gracias a que soy un hombre de ley y será la reina quien os juzgue, y no mi espada!
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Capítulo uno El reino de Vandelyn lleva en guerra demasiado tiempo. Los espías del reino enemigo de Farand, se han abierto camino en la corte y la reina, Camelia de la casa Brighthall, va descontando personas de confianza con cada día que pasa. Una combatiente nata que anhela la batalla y aborrece el trono, sale cada vez menos de palacio a atender a su pueblo, hambriento y cansado del conflicto. Solamente su hermano menor Eldrige Brighthall, permanece fiel a su lado. Caballero juramentado al servicio de la corona y capitán de la guardia real, es él quién ejerce las labores públicas de la reina, al mismo tiempo que intenta sanar la atormentada mente de su hermana, poseída por la paranoia, la guerra y la sed de venganza. Ante el cansado pero resoluto capitán de la guardia se ve arrastrado el cazador Warley Pine, precedido por el pomposo joven que ordenó su arresto. -Sir Eldrige, ante vos traigo al salvaje que rondaba los terrenos de vuestra hermana. -¿El que cazó vuestro ciervo albino, Sir Cedric, valeroso heredero de la casa Ballard?-Respondió el capitán, en un tono entre curioso y burlón, que claramente hizo efecto en el joven caballero. -¡Quiero que se le castigue inmediatamente por intento de robo de mi propiedad!
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-Según dicen vuestros hombres, llevabais rastreando al animal varios días, y solo pudisteis atraparlo cuando un cazador más experto hizo el trabajo por vos. -¡Esas ratas mienten! -dijo indignado el chico- ¡No me toman en serio porque soy joven, pero ya me he probado cien veces en cien torneos! Warley sintió lástima de lo ansioso que estaba el muchacho por ganarse el respeto de sus hombres, pero le pareció excesiva su actitud. ¿O es que acaso estos nobles creían de verdad en las viejas historias sobre los ciervos blancos que presagiaban fortuna a quién los cazaba? -Los guerreros de verdad prueban su valor en combates de verdad, y no jugando a la guerra con espadas embotadas.-increpó Sir Eldrige al chico.-¿Es que Lord Ballard aún no permite a su hijo luchar en el frente? Warley pudo oír cuhicheos entre los presentes y vio a Sir Cedric apretar los puños hasta que se le pusieron los dedos morados. -Pues si es sangre lo que hace falta para probarme ante el reino, sangre es lo que os voy a dar. ¡Exijo un juicio por combate! Se hizo el silencio en la sala. -Por ley, no puedo negarme a conceder tal petición.
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Sir Eldrige se puso en pié y declaró, con voz solemne: -En ausencia de su majestad la reina, yo, Eldrige Brighthall, en su nombre y en el del reino de Vandelyn, decreto que sean los dioses quienes pasen el veredicto. La sentencia se decidirá en un duelo de honor que enfrente a las partes implicadas. ¡Que armen a los contendientes! Los pajes de la corte y los que acompañaban a Sir Cedric salieron de la sala, para volver unos minutos más tarde cargados con el equipo necesario para el duelo. Mientras los vestían, Warley empezó a ponerse cada vez más nervioso. ¿Estaba aquel loco dispuesto a matar solo por probar su honor? Warley se fijó en las armas que los pajes habían traído, que eran las tradicionales en los duelos de esta índole: Lanza, espada de mano y media y escudo. La vida solitaria en el bosque traía consigo muchas desventajas, entre las cuales estaban los numerosos forajidos, ladrones y asalta caminos que se refugiaban en la espesura. Warley había luchado muchas veces por su vida, así que se defendía de sobra con la espada, y había bestias que necesitaban una lanza para ser cazadas. Pero a diferencia de su rival, no había sostenido un escudo en su vida. Una vez ataviados con sus respectivas armaduras, Sir Eldrige Brighthall anunció el comienzo del juicio.
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Los golpes de lanza llovieron sobre el cazador de manera rápida e imprecisa. Sir Cedric había sido entrenado por el maestro de armas particular de los Ballard, y había participado en torneos donde se batía en duelo con los mejores caballeros de Vandelyn. Enfrentarse a un paria como Warley Pine y no terminar con él en un par de movimientos dañarían gravemente su enorme ego de duelista. Pero las estocadas de la elegante lanza fallaban más por el ansia del joven que por los esfuerzos que el cazador ponía en desviarlas. En su frenético empeño, el noble lanzó un golpe con todo el peso de su cuerpo hacia adelante, que terminó con él dándose de bruces contra el suelo de la sala. -¡ESPADA! -Rugió desde el suelo, todavía levantándose, el abochornado caballero. Inmediatamente, los pajes de ambos contendientes se apresuraron en traer sus armas. Sabiendo que sería una molestia, Warley Pine rechazó el escudo que le ofrecieron, y se puso a la defensiva, listo para dejar que los erráticos ataques de Sir Cedric lo dejasen sin aliento y con la guardia baja de nuevo. Pero esta vez no fue así. El noble aparentemente era mucho mas dado a combatir con espada, y aunque igualmente guiados por el orgullo y la furia, sus golpes se volvieron más certeros.
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Para más desgracia del cazador, su oponente estaba acostumbrado al peso de una armadura como aquella, así como a moverse con un escudo en su brazo. Sin embargo, las veces en las que Warley había tenido que luchar por su vida en el bosque o en los callejones de la ciudad, no solía llevar nada más que su ropa habitual, una bolsa de piel, y la ocasional capa para los días de invierno. La diferencia de peso entre ese atuendo y las maltrechas piezas de armadura que le habían puesto, estaban haciendo mella en su aguante. Esta vez no se iba a librar solo con desviar estocadas y esperar a que su oponente cometiera otro error. Tenía que pasar al ataque. Con las fuerzas que le quedaban, comenzó a lanzar tajos a su rival de manera continuada y furiosa. El joven noble había luchado en torneos, sí, pero nunca se había visto cerca de un combate real. El cazador comenzó a ver el miedo en los ojos del chico, que se esforzaba por esconderse detrás de su escudo, cada vez más hecho polvo. Con fuerzas renovadas al ver su estrategia funcionar, golpeó con más y más energía el escudo de su oponente hasta que el caballero, ahora arrodillado, necesitó ambas manos para sujetar aquel amasijo de madera y metal, hasta que no pudo más. -¡Piedad!¡Piedad!¡Vos ganáis!¡Me rindo!
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Capítulo dos El capitán de la guardia real abrió la puerta de madera, que parecía haber sido reforzada recientemente con travesaños de hierro, y el quejido de las bisagras delató su enorme peso. El cazador, que había sido aseado y vestido de acuerdo con el protocolo de palacio, cruzó el umbral, sintiéndose aún mas nervioso que antes de su combate contra Sir Cedrid Ballard. -Warley Pine, os presento mi hermana, su majestad la reina Camelia Brighthall. Por su aspecto demacrado y su humilde vestimenta, casi fue necesario el recordatorio de que se encontraba ante la soberana del reino de Vandelyn para que Warley se arrodillase ante aquella mujer. -Alteza, es un honor. -Dijo mirando al suelo. -Tomad asiento, Pine. -habló la Reina con voz seria- Es necesario que escuchéis con atención lo que mi hermano y yo tenemos que deciros. Warley se sentó en una butaca junto a la ventana de la estancia, enfrentada a la de la reina mientras Sir Eldrige servía agua en tres copas de bronce que repartió entre ellos. El capitán dio un trago a la copa de su hermana antes de pasársela a ella, quien se mojó los labios y saboreó el agua, antes de dar un sorbo. -Decidme, cazador ¿Conocéis la leyenda del ciervo albino?
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-En el mercado se cuenta que quien cace uno tendrá buena fortuna durante el resto de su vida, pero todo el mundo da por hecho que están extintos. Aunque también se dice que el agua del mar es salada por las lágrimas de las sirenas. -La auténtica leyenda se remonta a cuando nuestro reino aún era joven. -dijo Sir Eldrige- Con el paso de los años ha sobrevivido de boca en boca, y su contenido ha sido reinterpretado mil y una veces. Sin embargo, nuestra biblioteca conserva copias del texto original. -En su tiempo, -continuó la reina- estos animales eran toda una rareza, pero desde luego mucho más comunes que hoy en día. Habitaban exclusivamente dentro de los límites del bosque real, y solo caían presa de los mejores caballeros del reino una o dos veces cada 50 años. Al cazador que abatiese a una de estas criaturas, se le concedía el título de campeón, y estaba destinado a salvar al reino del peligro que acechase en ese momento. La reina miró a su espalda, donde un colorido tapiz colgaba de la pared. -Meridia la gigante expulsó a los piratas de nuestras aguas, reabriendo las rutas comerciales. Braton el justo pacificó las revueltas que casi acaban por incendiar la capital. Lancel el blanco, el último campeón, detuvo la invasión de los bárbaros del sur. Estas cacerías se organizaban con el propósito de cumplir una procefía incluso más antigua, anterior a ese tiempo:
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“Los elegidos por Dios darán caza al blanco astado, y serán ungidos campeones del reino, para luchar junto a la corona en las más grandes proezas.” -Hace casi un siglo desde que se vio al último ciervo blanco, y la guerra con nuestros vecinos, el reino de Farand, ha traído la traición y la muerte hasta mi misma puerta. -Y creeis que yo...-Dijo Warley más para si mismo que como respuesta a la reina. -La profecía siempre se ha cumplido. -Le interrumpió Sir Eldrige- En los libros de historia figuran todas y cada una de las hazañas de estos campeones. Este es un caso inusual, pues hasta ahora todos los campeones han sido caballeros a los que se les concedía permiso para cazar en los bosques reales, justo como ha ocurrido con Sir Cedric. Ese engreído no tenía ni idea de que se iba a encontrar a una presa semejante. -Eldrige, vigila tus palabras, por favor. Sabes que los Ballard me gustan tanto como a ti, pero son la casa más poderosa en el reino, y no nos conviene enemistarnos con ellos ahora mismo. Y hablando de eso, Cedric debe estar hecho una furia después de lo del combate. -la reina sonrió brevemente hacia Warley, y volvió a dirigirse a su hermano- Tendremos que hacer algo con él para apaciguar a su padre. -Lord Ballard no estará contento de que su primogénito haya sido vencido por un plebeyo. Ya pensaré en algo...
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-respondió Sir Eldrige- El asunto es que los hombres que acompañaban al chico dicen que fuisteis vos quien dio caza al animal. En los ojos de la reina se atisbó un eco de esperanza cuando se cruzaron con los de Warley Pine. -Sí, es cierto... -comenzó balbuceante el cazador- Mi flecha fue la primera en alcanzar al venado. Luego seguí su pista, y antes de poder lanzar una segunda, Sir Cedric disparó. Aunque el animal seguía vivo, por lo que corté su garganta para terminar con su sufrimiento. Los hermanos se miraron, y Sir Eldrige asintió. -No solo cazasteis al venado, si no que fue vuestra hoja quien le dió muerte... La historia coincide con la de los otros testigos. Majestad, la decisión está en vuestras manos. La reina se levantó de la silla, como si unas fuerzas renovadas volvieran a ella. -Capitán, - dijo a su hermano - Que los armeros y sastres se pongan a trabajar de inmediato, y enviad emisarios a difundir la noticia. Tenemos un campeón que presentar al reino.
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Capítulo Tres El gentío que llenaba la plaza principal no cabía en sí de gozo: Gritos, aplausos, vítores y alabanzas. Un nuevo campeón, con su brillante armadura, su espada ornamentada, su arco tallado y sus flechas de pluma roja y oro. Un héroe para dar esperanza al pueblo, y más que nunca, ya que la voz se había corrido de que este no era uno de esos caballeros de buena familia y aires de grandeza, si no un humilde cazador de clase baja. Uno de ellos. Un salvador anónimo elegido por los dioses para poner fin a todos sus problemas. Habían pasado varias semanas desde su presentación en público, y más aún desde que Warley había aceptado ocupar una estancia en el castillo, y comenzar a prepararse para cuando llegase su momento. Sin embargo no podía parar de recordar a la gente gritando su nombre, y las imágenes venían a su mente frescas como del día anterior. Un tajo en el lateral de su yelmo se encargó de devolverlo al presente. -¡La guardia más alta, Pine! - Le gritó el viejo maestro de armas. La reina, como tenía por costumbre desde hacía unos días, observaba la sesión de entrenamiento desde la ventana de su habitación. Tres golpes secos, seguidos de una pausa y dos más, sonaron en la gruesa puerta reforzada. Camelia Britghthall corrió los pestillos, y dejó que el capitán de la guardia, Sir Eldrige Brighthall, entrara en
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la estancia. El caballero cruzó el umbral y se aseguró de cerrar tras de sí antes de acompañar a su hermana junto a la ventana. -¿No lo hace mal, verdad? - Dijo Eldrige, refiriéndose a la escena que transcurría en el patio inferior. -No es un caballero, pero sabe como defenderse de sobra con la espada. ¿Han regresado ya de Farand nuestros espías? -Por lo que contaban en su último mensaje, su misión estaba resultando poco fructífera... Aunque hace ya mucho que no oímos noticias, su contrato terminó hace unos días, por lo que deberían desembarcar en nuestras costas esta misma semana. Pero con estas tormentas invernales, nunca se puede saber con certeza... Por cierto -continuó mientras se servía una copa de tinto que la reina había ordenado subir a sus aposentos la noche anterior- me alegra que volvamos a pasear por los muros, como hacíamos antes de que... El capitán se detuvo antes de terminar la frase, temiendo hurgar en heridas que jamás sanarían del todo. Cuando Camelia le había pedido que la sacase a dar un paseo como hacían de niños, unos días después de la presentación del campeón, había supuesto un gran avance para ella. Por no decir el hecho de que estuviese bebiendo cualquier cosa que no fuese agua. -Un nuevo campeón ha aparecido en tiempos de necesidad, como antaño. Eso me da confianza.-La reina
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miró hacia su propia copa, todavía sin empezar – Una reina debe estar con su pueblo, y no escondiéndose con temor detrás de muros y puertas de hierro. ¿De qué han servido tantas precauciones de todos modos? No es la guerra lo que temo, oh, no. La batalla es clara, como el agua: Un bando contra el otro, matar o morir. Es sencillo. Pero todo este juego de intrigas, favores y falsas cortesías... El poder es como el vino, querido hermano. Oscuro, dulce y embriagador. Y es mucho más fácil esconder un veneno en vino que hacerlo en agua. Un silencio cargado de recuerdo y pena llenó la estancia. Mientras, en el patio, un paje llevaba un carcaj lleno de flechas de pluma roja y dorado al campeón para comenzar su sesión de tiro con arco. -¿Qué has hecho con todo el asunto del hijo de Lord Ballard? -Preguntó la reina para cambiar de tema. -Será nombrado nuevo capitán de la guardia real. Yo renunciaré al cargo para ocupar un puesto como consejero real. La versión oficial es que el chico se merece tal honor, ya que asistió a nuestro campeón en su gesta con el ciervo. Aunque será un acto meramente simbólico, pues no pienso dejar tu seguridad en las manos de ningún Ballard. -Es un gesto excesivamente generoso por tu parte. Ser capitán de la guardia real es el mayor honor que un rey puede otorgar... Aunque no es el puesto de capitán a lo que deberías renunciar, en mi opinión.
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-¿Qué quieres decir? Eldrige Brighthall sabía perfectamente a que se refería su hermana, pues el tema había cruzado no solo sus mentes, sino las de muchos. Sin embargo los dos hermanos nunca habían discutido el tema abiertamente. -Ya sabes lo que han dicho las hermanas. No volveré a traer vida a este mundo. La sangre de los nuestros está al borde de la desaparición, y yo no seré quien de prolongar nuestro linaje ni una sola generación más. -El título de caballero es de por vida, y no nos está permitido que... -Conozco muy bien que está permitido y que no para un caballero.-Lo interrumpió la reina- Pero somos los únicos que quedamos en nuestra familia, y solo tú podrías... -Renunciar a mi honor como caballero solo dañaría la reputación de nuestra casa, y las demás familias... -¡Las demás familias pueden irse al infierno! La reina golpeó el reposa brazos de su silla con el puño, encolerizada. -¡Ya bastante han sufrido los nuestros por mantener a todo el mundo besándonos el culo! Todo era más fácil antes, cuando madre y padre eran los reyes. Cuando mis
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únicas preocupaciónes eran qué cabezas farandes iba a aplastar primero y a que taberna iríamos a celebrarlo después. Sin preocuparme por tener que casarme y jugar a damas y señores. Los dioses saben que amé a mis hijos y a mi esposo con todo mi corazón hasta su último aliento, pero yo he nacido para la batalla, no para el trono... La rabia de Camelia fue cambiándose lentamente por melancolía, y los pequeños avances que parecía haber hecho desde el asesinato de su familia parecieron borrarse por completo. -Padre y madre no debieron acudir nunca a la casa de esos farandes ruines y traicioneros. Eldrige se acercó a su hermana, y posó su mano sobre el respaldo de la silla. -La guerra es mucho más que la batalla hermana, y tú más que nadie deberías saberlo. Padre y madre salieron en misión diplomática, con la esperanza de terminar con el conflicto antes de que se agravase. Nadie podía predecir que su anfitrión planease hacerles prisioneros, aún siendo de la propia realeza. -¿A eso lo llamas realeza? -La reina se volvió hacia su hermano - ¿A intentar terminar con una guerra ejecutando públicamente a los reyes del país vecino? Podrán vestirse con las sedas más caras y ponerse todo el oro del mundo en torno a sus cabezas, pero esos farandes
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no son más que salvajes. Si no me hubieras hecho regresar para casarme, habría puesto fin a toda esta locura aquel mismo año. -¿Es que acaso te crees que yo no he sufrido también por esta guerra, hermana? Era ahora el hermano de la reina quien comenzaba a alzar el tono de su voz. -Mientras tú pasabas los días ganándote la gloria en la batalla, yo estaba aquí, aprendiendo política, comercio, oratoria... Dejándome los ojos de tanto leer, y la boca de tanto forzar sonrisas falsas. Vandelyn necesitaba una reina, y nuestra casa un legado. Para entonces yo ya había sido nombrado caballero, y tú eres la primogénita. Tu deber siempre ha sido reinar. Una serie de golpes repetidos sonaron en la puerta. Cuando Eldrige corrió los pestillos y abrió la pesada hoja, un hombre sudoroso y sin aliento apareció al otro lado. -¡Majestad, los farandes han desembarcado! ¡Ya están aquí!
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Capítulo Cuatro El ruido de la batalla hizo que Warley se encogiera dentro de su armadura. Incluso desde el interior de la fortaleza, los gritos y el choque del acero en los niveles inferiores se oían claros como si la batalla se librase dentro de su cabeza. Pero no podía tener miedo. Él era el campeón de la corona, y en las leyendas del reino, los campeones siempre habían salido invictos de todas las contiendas. Además, el propio hermano de la reina, que hasta hacia unos días había sido el capitán de la guardia estaba con él, junto con una guarnición de hombres al servicio del nuevo capitán, el joven y aparentemente ausente, Cedric Ballard. A pesar del reciente cambio de títulos, Eldrige Brigthall seguía llevando la voz cantante. -¡Hombres de la reina! El enemigo ha penetrado los muros exteriores. Pronto ordenaremos a nuestras tropas que se replieguen a este nivel. Aquí es donde los sorprenderemos con el grueso de nuestra infantería. Como sabéis, todos los civiles no aptos para luchar han sido puestos a salvo en el bastión subterráneo. Nuestra prioridad es mantener al enemigo lejos del acceso principal a las cavernas. Para eso... -Para eso estoy yo aquí.
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Una guerrera alta y fuerte, de una belleza temible, apareció en la sala dando grandes pasos. Warley recordó a aquella mujer enfermiza y paranoide que había conocido no hacía tanto, y le pareció imposible que se tratase de la misma persona. Aquella si que parecía un reina. -¡Majestad! -se oyó entre la multitud y el sonido de la batalla. Los hombres de la guardia, que por su reacción se dedujo, no habían visto nunca a así a su reina, se arrodillaron de inmediato. -¡Camelia! -Se apresuró su hermano-¿Espero que no tengas pensado salir ahí afuera? -Bastante tiempo hace ya que me escondo como una cobarde...como una política. Es hora de que cumpla con mi destino, y defienda a mi reino a mi manera. -¡No podemos ponerte en riesgo justo ahora! Yo mismo te acompañaré de vuelta a tu habitación. -¡Y un cuerno! ¡Ya me has mantenido demasiado tiempo protegida como a una frágil doncella! El ejercito enemigo está aquí, y según se rumorea, con el propio rey de Farand a la cabeza!La profecía dice que el campeón luchará al lado de la corona, ¡Pues la corona luchará al lado del campeón!
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Con la última frase, la reina levantó el brazo de Warley, y los hombres, ahora en pié, rugieron de emoción. Incluso Eldrige, que durante todos esos años de conflicto había convertido la seguridad de su hermana en su razón de ser, no pudo más que sonreír. Fue entonces cuando el humilde cazador se sintió por primera vez como el campeón que esperaban que fuera. -Majestad, -dijo con el tono de voz mas seguro de si mismo que había tenido en su vida- quiero daros las gracias una vez más por confiar en mí. Cuando empezó todo esto, no era más que un incrédulo cazador que había tenido la mala suerte de robar la caza a un noble. Vos me habéis convertido en un auténtio campeón, digno de leyenda. -Os equivocáis, mi buen Warley Pine. -respondió la reina sonriente- Han sido los dioses quienes os han otorgado tal fortuna. Y serán los dioses quienes sellen hoy el destino del reino de Vandelyn, dándonos la victoria que esta casa se merece. El ex-capitán de la guardia, Eldrige Brighthall, mandó formar a la guarnición y abrió las puertas de la sala. -Que la profecía del ciervo albino se cumpla entonces una vez más. ¡Hombres, a la batalla!
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Los soldados de la reina salieron al patio y a la orden de Eldrige adoptaron una formación defensiva, encarando el portón de la muralla que delimitaba el nivel superior de la fortaleza. Warley se situó en la última línea, donde el terreno ascendente le permitiría hacer unos cuantos blancos antes de enzarzarse en combate cuerpo a cuerpo. Entonces el ex-capitán de la guardia hizo una señal a los hombres en las murallas, y un toque largo de corneta resonó sobre el campo de batalla. Era la orden de retirada. Enseguida comenzaron a aparecer soldados vandelís, que se apresuraron a unirse a la formación. Cuando pareció que habían entrado la mayoría, las puertas se cerraron. Warley no pudo evitar pensar en aquellos que no habían cruzado a tiempo. Tan centrado estaba el campeón en escuchar las órdenes del ex-capitán de la guardia, que no se percató de la ausencia de su sucesor, Sir Cedric ballard. El portón se había cerrado, y ningún otro soldado vandelí podría cruzarlo. -Majestad...¿Sir Cedric sigue luchando en los muros exteriores? La reina soltó una sonora carcajada. -La única batalla en la que ese chico ha participado hoy es con el cuarto de baño. El muy cobarde se a puesto enfermo a propósito, y se ha ofrecido voluntario para proteger a los civiles en el bastión subterráneo. Desde dentro del mismo, por supuesto. 38
-¡Atentos! -Vociferó Sir Eldrige. Segundos después, un rugido de acero, madera y maldiciones comenzó a sonar tras el portón, y los hombres que lo sostenían comenzaron a ver dificultada su tarea. El ex-capitán esperó a que el sufiente número de enemigos se acumulasen tras las puertas, y cuando el griterío alcanzó su máximo, dió la orden de abrirlas. El cáos de la batalla explotó frente a Warley. La reina le dedico una última mirada de confianza antesde lanzarse hacia la primera línea. Él era el campeón de la leyenda. Él pondría fin a la guerra y salvaría al reino. Echó mano a su carcaj, y flechas de pluma roja y oro volaron hacia la marabunta de enemigos que se precipitaban a través del portón. Cada impacto exitoso daba más confianza al campeón, y sus flechas parecían guiadas por la misma mano que lo había erigido campeón. Cuando los dos ejércitos se mezclaron y comenzó a tener dificultades para encontrar blancos claros, guardó su arco, desenvainó su espada, y se lanzó al centro de la reyerta. El plan de Sir Eldrige había funcionado. El enemigo se había confiado al ver a las tropas vandelís retirarse, y habían cargado desordenadamente hacia el último nivel de la fortaleza, donde el campeón lucharía junto a la corona. Warley se preguntó si sería cierto que el mismísimo rey de Farand lideraba ese ataque, y si en algún momento aparecería cargando a través de esas puertas. Un grito se oyó a su espalda. 39
-¡Camelia¡!Se dirigen a la sala del trono! El campeón se giró a tiempo para ver la cara de la reina volverse de un pálido casi azulado. Aparentemente, una pequeña partida de soldados farandes habían encontrado una forma de sortear la muralla, y se dirigían a toda prisa hacia el centro del castillo. -¿Que es lo que pretenden?-preguntó Warley a la reina intentándose hacer oír por encima del estruendo de la lucha- Saben que vos estáis aquí. -Bajo el podio de la sala del trono hay un acceso secreto que lleva al bastión subterráneo. ¡Pretenden ir a por los civiles! El campeón, la reina y el caballero salieron a toda prisa en dirección al castillo, dejando atrás la batalla. Nada más cruzar el umbral de la sala del trono, cuatro hombres cayeron sobre ellos. Warley nunca había visto a nadie moverse como lo hacía la reina, que terminó sola con dos de sus oponentes en el tiempo en que él hacía caer a su adversario. El cuarto asaltante salió por piernas hacia el fondo de la sala, y se precipitó de cara cuando una flecha de pluma roja y oro se agarró a su espalda. La reina entonces se apresuró a comprobar que la entrada secreta de debajo del podio del trono no había sido abierta. Mientras, Warley se asomó a la entrada, con el arco preparado, para darse cuenta de que apenas se oía nada. La batalla parecía haber terminado, y si el enemigo no estaba echándoseles encima, significaba que habían ganado. 40
Una vez volvió a entrar, vio a la reina sonreirle, satisfecha y orgullosa, al otro extremo de la sala. -¿Donde está mi hermano? Camelia Brighthall ahogó un grito y sus ojos se abrieron. Se esforzó por darse la vuelta, y calló sobre sus rodillas. Sus brazos dejaron de responderle, y su barbilla se apoyó con brusquedad en su pecho. Una flecha de pluma roja y oro brotaba de su nuca. Sir Cedric Ballard apareció entonces a la espalda del campeón, respaldado por la guardia real. -¡TRAICIÓN!-Gritó Sir Eldrige.
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Capítulo Cinco El cazador habría jurado que aquella era la misma celda a la que lo habían llevado cuando Sir Cedric ordenó detenerlo tiempo atrás. ¿Cuanto había pasado? Los últimos meses en la vida de Warley Pine habían transcurrido atropelladamente. Demasiados cambios en demasiado poco tiempo. Había sido un cazador, después un criminal, luego un campeón, un héroe, y ahora, un traidor. Todo parecía un mal sueño, intrincado y cruel, pero muy vívido y tan real como el sonido de la nieve bajo sus pies durante una cacería. -Pine, ciertamente estáis desmejorado sin la armadura de campeón. Ensimismado en sus recuerdos, Warley no se había percatado de que tenía visita en la oscura mazmorra. Sir Eldrige se aproximó al preso, seguro de si mismo. Fue entonces cuando la mente del cazador volvió bruscamente al presente. -¡Eldrige! Vuestra hermana...-balbuceó con la boca seca- la habéis...¡La habeis matado!¡Sois una rata sin honor¡¡ Es la reina, y vos sois un caballero, se supone que tenéis que... Su labio inferior se partió contra sus dientes, y un sabor metálico inundó su boca. -Ni se os ocurra decirme que es lo que un caballero debe hacer, plebeyo. Soy un hombre de la Reina, y su hermano, sí, pero por encima de todo eso, soy un protector del reino y de la paz.
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-¡¿Paz?! -gritó Warley indignado- ¡Habéis asesinado a la única persona que mantenía este reino unido y daba esperanza a la gente! -¡He terminado con la persona que estaba llevando al reino a la más absoluta de las ruinas! Warley apretó los dientes, rojos por la sangre. El hombre que tenía delante, el brillante estratega, el sabio diplomático, el respetado caballero, había perdido la cabeza. -Después del asesinato de mis sobrinos, su madre, Camelia, se obsesionó con la venganza. Comenzó a subir los impuestos para financiar su campaña militar, enviando soldados a morir al frente y dejando aquí al pueblo a morir de hambre. -el tono del caballero fue serenándose a medida que contaba su historia- Por mucho que lo intentase, mi hermana no escuchaba mis consejos. Una y mil veces intenté convencerla de que firmase la paz con Farand, pero cada vez que lo sugería, se hundía mas en su paranoia y su ira. Así que tomé un riesgo. Decidí actuar por mi cuenta y comenzar las negociaciones a espalda de mi hermana. He de decir que no me sorprendió al oír que el rey de Farand también estaba cansado de la guerra, y que quería ponerle fin cuanto antes. El problema fue que ya había perdido demasiado como para aceptar firmar la paz sin ganar nada a cambio.
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-Haciendo tratos con el enemigo... vos sois quien debería estar aquí preso ¡y desde hace años ya! -dijo Warley acercándose todo lo que sus cadenas le permitían. -Entonces ni vos, ni yo, ni este castillo estaría en pié. -Sir eldrige continuó- Entre la ambición del farande y la belicosidad de mi terca hermana, ambos reinos serían ahora un páramo rebosante de ceniza. Por eso me vi forzado a llegar a un acuerdo: Yo acabaría con la reina, y mi deber como último en la linea de la casa Brighthall, abandonaría mi título de caballero para reinar. La heredera del reino de Farand sería mi esposa, y con nuestra boda se firmaría la paz. Así el rey farande vería calmada su ambición, y su casa gobernaría no solo en su país, si no también en Vandelyn. Una náusea impidió replicar a Warley. En el fondo, Sir Eldrige solo pretendía gobernar por encima de todo. Su discurso patriótico no era más que una fachada. -Entonces, ¿Que hay de la profecía?¿Donde dice en vuestros libros que la corona será traicionada y el campeón falsamente acusado? -Siendo el capitán de la guardia real -continuó el caballero- mi responsabilidad era la de proteger la vida de la reina. Si algo le pasase, las demás familias me 47
acusarían de incompetente, por no decir de traidor. Cuando Sir Cedric llegó afirmando haber cazado un ciervo blanco, no pude creer mi suerte. -sonrió- Necesitaba que mi hermana pudiese confiar en alguien más aparte de mi. Alguien que pudiese traicionarla sin atraer sospechas hacia mí. Y un campeón, un héroe puro que le recordase a los tiempos felices con sus hijos, e incluso a su propia infancia, era el candidato perfecto. Sir Cedric Ballard habría dado un campeón bastante pésimo, pero inculpándolo a el, su maldita casa habría sido condenada al exilio. Entonces fue que un humilde cazador resulto ser mas hábil en los duelos de lo que cabía esperar. Se suponía que no debíais ganar ese duelo. Warley pudo ver lo que le pareció un matiz de lástima en los ojos de aquel hombre, sombrío y traicionero. Sin embargo, su odio no cedió ni un ápice, y trató de zafarse de sus ataduras para echársele encima. -¿Y pensáis alcanzar algún tipo de perdón divino al contarme vuestras intrigas? Estoy condenado a muerte, y no creo que un a un traidor se le permita ver a los dioses, así que lo siento, pero no podré pasarles vuestra súplica. -El único perdón que busco es el vuestro, campeón. Warley lo miró confuso y boquiabierto. Sus palabras sonaban sinceras, aunque ya había demostrado suficientemente que sabía mentir. -Voy a ayudaros a escapar. Leyendas o no los campeones figuran en los libros de historia, y mi reinado no será
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maldito por los dioses por haber colgado a uno de sus enviados. -¿Entonces es eso?¿Vais a perdonarme solo para proteger vuestro corrupto reinado por temor a un castigo divino? Si me soltáis, el mundo sabrá la verdad, y yo mismo pediré vuestra cabeza. -Sois un traidor fugado, en un reino que se muere de hambre. Si acudís a alguien, dad por seguro que valorarán mas una recompensa por entregaros que cualquier noble causa que les propongáis. Y aún así, después de todo lo ocurrido ¿Mataríais al nuevo rey?¿Y la reina?¿Os enemistaríais con todo Farand de nuevo? ¿Volveríais a entrar en guerra? El cazador tuvo que contener las lágrimas. La rabia se apoderaba de el. Quería matar a aquel hombre. Quería salvar a la reina. Quería ser el campeón. Quería detener la guerra. Quería que Sir Eldrige no tuviese razón.
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Epílogo Estaba siendo un día lento. Hacía frío, y el manto de nieve de al menos dos cuartas que cubría el suelo del bosque dificultaba la caza. De su cinturón colgaba una única piel de liebre. No le darían mucho en el mercado por tan poco botín, así que todo dependía de como le fuese rastreando esta nueva presa. Las pieles de conejo eran muy comunes, pero las bestias mas grandes, como los jabalíes, los osos o los ciervos se cotizaban a buen precio. Las huellas en la nieve marcaban un rastro claro que se adentraba en la espesura hacia el este. No podía tardar mucho en dar caza a su presa, o el mercado cerraría, y sus nuevos clientes no tenían pinta de ser razonables con los horarios. No, la gente de esa ciudad no era la más amable del mundo, pero al menos no se metían en su vida. Cuantas menos preguntas, menos problemas. La taberna principal era fea, pero las mujeres que la frecuentaban eran bonitas, y eso era suficiente para él. Cuando les llevaba buena carne, como perdiz, venado un buen faisán salvaje, la dueña solía invitarlo a cerveza. Además, si prestabas bastante atención, podías oír historias interesantes: Un enterrador que encontró un tesoro cavando la tumba de su propia hija, unos marineros que juraban haberse encontrado con sirenas que lloraban lágrimas de sal, y a medio mundo de distancia un héroe había sido colgado por asesinar a su reina. La vida solitaria en el bosque le hacía valorar más la compañía de la gente, aunque también tenía sus peligros. Pero eso no le preocupaba, pues ya había luchado por su vida, y por la de otros.
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No era un caballero, pero sabía como defenderse. El cazador disfrutaba de esa soledad. El aire libre, la caza y la libertad, eran toda la recompensa que podría desear. En el bosque no había muros ni barrotes, el agua de sus ríos era clara y pura, y los animales y las plantas no sabían mentir. Siguió avanzando agazapado, pues su intuición le decía que estaba cerca de su presa. A partir de ahí era cuestión de práctica. Había reconocido las huellas, seguido el rastro, y se había acercado a aquel majestuoso animal a contra viento, para evitar que captara su olor. Entonces se detuvo. Su presa se encontraba a pocos metros, en un pequeño claro. El cazador sacó de su carcaj una modesta flecha de pluma de gallo, y la colocó en el arco. Solo necesitaba moverse un par de metros más para asegurarse el tiro. Debía proceder con cuidado para no ahuyentar al animal. Evitar hacer ruido al pisar la nieve era la parte mas difícil.
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Título: Libro Ilustrado - La Leyenda del Ciervo Blanco Autor: David Bibián Fernández Tutor: Marcos Dopico Castro Trabajo de Fin de Grado Facultad de Bellas Artes de Pontevedra Universidad de Vigo Curso 2014/2015
“Los elegidos por Dios darán caza al blanco astado, y serán ungidos campeones del reino, para luchar junto a la corona en las más grandes proezas.”