36 Frente de Aragón 39

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Fotografías:

Xavi Calzada http://www.xavicalzada.com

Textos:

“Guerra y revolución en el Bajo Aragón”, de Julián Casanova Ruiz. “El bombardeo de Alcañiz de 1938”, de José María Maldonado Moya.

Ilustraciones:

Portada, de Il Mattino Illustrato. Contraportada, de Clemente Tafuri

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Guerra y revolución en el Bajo Aragón Julián Casanova Ruiz

La guerra civil de 1936-1939 dejó en el Bajo Aragón cicatrices, recuerdos de violencia anticlerical e historias ocultas de la represión franquista. Hay al menos tres formas de recordar esa guerra, que pueden aquí resumirse: la de los vencedores; la de los vencidos; y la que estamos recuperando algunos historiadores desde los primeros años de la transición democrática. En julio de 1936 una parte importante del ejército español se alzó en armas contra el régimen republicano. La sublevación triunfó en las tres capitales aragonesas. Las autoridades militares declararon el estado de guerra el 19 de julio y ordenaron también a los diversos puestos de la Guardia Civil la destitución de los alcaldes y concejales republicanos. Esa situación inicial, sin embargo, se vio muy pronto alterada. El golpe militar había sido derrotado en Barcelona, Tarragona, Castellón y Valencia, y desde esas ciudades partieron para Aragón varios miles de milicianos armados con la intención de recuperar las tres capitales ocupadas por los militares sublevados. Eran las famosas milicias, el pueblo en armas, y aunque nunca lograron su objetivo primordial, conquistar Zaragoza, dominaron, no obstante, un extenso territorio que incluía todo el Bajo Aragón. Al amparo de esas milicias, surgieron en todos los pueblos comités revolucionarios, dominados casi todos ellos por anarquistas. La acción combinada de milicias y comités desencadenó una sangrienta depuración. Comerciantes, pequeños industriales, propietarios rurales acomodados y militantes de las organizaciones políticas derechistas constituyeron el objetivo primordial de esa hostilidad. Especial virulencia adquirió la persecución anticlerical: el incendio público de imaginería y objetos de culto religioso, la utilización de las iglesias como establos y almacenes, la fundición de campanas para munición, la supresión de actos religiosos y el asesinato de algunos representantes del clero. La presencia anarquista en los pueblos del Bajo Aragón se plasmó también en otras imágenes. La de la miliciana, beligerante heroína, símbolo de la movilización del pueblo contra el fascismo. La de las colectivizaciones, el gran sueño de los anarquistas, la explotación común de la tierra. Y la de la abolición del dinero, la emisión de papel moneda y vales sellados por los consejos municipales. Fue un cambio radical, una revolución que vivió su momento dorado en los últimos meses de 1936 y el primer trimestre de 1937, presidido por el Consejo de Aragón, el órgano de gobierno autónomo levantado por los anarquistas en Caspe. El 9 de marzo de 1938 el ejército de Franco inició la ofensiva en el territorio aragonés republicano. El día 10 ocupaba Belchite; el 13, Calanda y Albalate; el 14, Alcañiz. Tras la conquista por el ejército de Franco de todos esos pueblos de la zona republicana, el orden social fue restablecido con una sangrienta represión. Volvieron las estructuras culturales y sociales del caciquismo y de la Iglesia católica, y las relaciones entre los amos y los trabajadores fueron recuperadas después del trauma revolucionario. Cientos de personas huyeron a Cataluña y pasaron después al exilio cuando Franco dio por finalizada oficialmente la guerra el 1 de abril de 1939.


El espíritu de revancha sobre los revolucionarios y vencidos se mantuvo durante años y años. En el lenguaje oficial sólo hubo durante mucho tiempo vencedores y vencidos, patriotas y traidores, buenos y malos. Las iglesias y la geografía del Bajo Aragón se llenaron de memoria de los vencedores, de placas conmemorativas de los “caídos por Dios y la Patria”, mientras se pasaba un tupido velo por la limpieza que en nombre de ese mismo Dios llevaron a cabo los militares y gentes piadosas y de bien. Los asesinados por los rojos se convirtieron en mártires de la Cruzada. Los otros muertos, los asesinados por los franquistas, no existían, porque no se les registraba o se falseaba la causa de la muerte, asunto en el que el clero tuvo una responsabilidad destacada. Historias de vencedores y vencidos. Una historia que comenzó cuando un grupo de militares bien identificados, en vez de mantener el juramento de lealtad a la República, iniciaron un asalto al poder en toda regla en julio de 1936. Sin esa sublevación, que no triunfó, no se hubiera producido una guerra civil. Habrían pasado otras cosas, pero nunca aquella guerra de exterminio. Fue, por lo tanto, el golpe de Estado el que enterró las soluciones políticas, la primera experiencia democrática en España, y dejó paso a los procedimientos armados. La mayoría de los historiadores así lo hemos demostrado, pese a lo que siguen diciendo algunos tertulianos, periodistas y aficionados a la historia, propagandistas de la sombra alargada del franquismo.

El bombardeo de Alcañiz de 1938 José María Maldonado Moya

Uno de los sucesos más dramáticos acontecidos en la ciudad de Alcañiz a lo largo de su dilatada historia es, sin lugar a dudas, el bombardeo de aviación que tuvo lugar la tarde del 3 de marzo de 1938. Durante la guerra civil española de 1936-1939, Alcañiz tuvo un papel importante como ciudad de retaguardia. Aquí tuvieron su puesto de mando diferentes Cuerpos del Ejército republicano, además de ser base de abastecimiento de las tropas que se encontraban en los frentes de guerra. A los hospitales de la ciudad acudían a restablecerse y curarse los heridos y enfermos, pero también venían a disfrutar de sus días de descanso los militares. Este trasiego de milicianos primero y de militares después, hizo que los 9.000 habitantes con que contaba la ciudad a principios de la guerra se vieran notablemente incrementados, de manera que, con probabilidad, pasarían de los 12.000 los que había en el momento en que se produjo el bombardeo. Tras la terminación de la batalla de Teruel, a finales de febrero de 1938, el ejército de Franco tomó la decisión de romper el Frente de Aragón y llegar al mar Mediterráneo, con el fin de conseguir la separación de Cataluña del resto de la España republicana. Este avance se inició en la madrugada del 9 de marzo. En esas fechas, las que van desde el final de la batalla de Teruel y el 9 de marzo, hubo una gran tranquilidad en los distintos frentes de combate. Las tropas se iban preparando pero no había actividad bélica alguna. En esta situación de calma y


confianza absoluta se encontraba la población alcañizana cuando se vio golpeada muy duramente por los efectos de las bombas. En los meses previos se habían acondicionado en Alcañiz 38 refugios antiaéreos con una capacidad para más de cinco mil personas, y ya habían sido utilizados cuando las sirenas alertaban de algún peligro aéreo. Pero la soleada tarde de aquel jueves 3 de marzo, que había invitado a salir a la calle y a los diversos lugares de esparcimiento a cientos de alcañizanos, las sirenas no avisaron de lo que se avecinaba. No hubo alerta previa y el ataque cogió a todos desprevenidos, jugando, lavando en el río, haciendo instrucción los soldados, viendo una película en el cine… La orden del bombardeo había sido dada pocas horas antes, a la una del mediodía, en la base aérea de Logroño, a 15 aviones bombarderos Savoia Marchetti S-79, pertenecientes a la aviación legionaria italiana que estaba combatiendo junto a las tropas del general Franco. Los aviones formaban tres escuadrillas, cada una compuesta de cinco aparatos; la primera iba cargada con 50 bombas de 100 kilogramos, las otras dos llevaban un total de 120 bombas de 50 kilogramos. La orden era clara: bombardeo del pueblo de Alcañiz. No había objetivo alguno, ni de tropas ni de edificios. Tenían que alcanzar la ciudad y lanzar todas sus bombas en un tiempo de 10 segundos cada escuadrilla. A las cuatro y diez de la tarde, 14 aviones italianos (uno se averió por el camino y tuvo que regresar), descargaron en la ciudad 10 toneladas de bombas. El pueblo se vio absolutamente envuelto por nubes de polvo, humo y fuego. Los lugares más concurridos fueron los más castigados. Los niños y mujeres que se encontraban en el cuartelillo y en la Glorieta, así como los militares que se hallaban haciendo instrucción en el cuartelillo y en el campo de fútbol ubicado en Capuchinos fueron los que engrosaron, en mayor medida, las listas de muertos y heridos. A los efectos de la metralla de las bombas se sumaron los de las balas de los cazas que acompañaron a los bombarderos. Los dos hospitales que funcionaban en Alcañiz, con una capacidad para unos 400 heridos, se vieron desbordados en la primera hora. Se usaron pasillos y escaleras, se colocaron dos heridos por colchón, pero fue necesario desviar heridos a pueblos y ciudades, cercanos y lejanos, por no ser posible atender a todos. Se agotaron rápidamente las vendas, el alcohol, la sangre, la anestesia… Durante toda la tarde y toda la noche se estuvieron recogiendo personas heridas y muertas. Restos de los cuerpos mutilados se hallaron entre los escombros durante los días siguientes. Los reconocibles se acumularon en hileras en la iglesia de San Francisco y luego fueron llevados a fosas comunes, donde fueron enterrados. Nunca sabremos el número exacto de heridos y de muertos. No se guardó ningún dato. Las cifras que se barajan son siempre muy altas. Tal vez la más fiable sea la dada por el oficial del juzgado que tuvo que tratar de identificar los cadáveres: más de quinientas personas. A esta falta de datos contribuyó decisivamente una voluntad gubernamental de ocultar lo sucedido en la ciudad de Alcañiz aquella tarde del 3 de marzo de 1938.



VI Recreación Histórica 36-39 Memorial Angus Thomson Alcañiz, Noviembre de 2012

"Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo". Federico García Lorca

Fotografías

Xavi Calzada









































































































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