DOMINGO 24 DE JUNIO DE 2007
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Los Jardines Botánicos Prehispánicos ◆ Feliciano García Lara ◆
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os magníficos jardines del México antiguo eran característicos de los monarcas de entonces. En ellos se cultivaban hortalizas y árboles frutales, y aunque eran hechos expresamente para el placer de los señores parecen haber contenido flores y plantas medicinales. Entre la gente del México antiguo, el amor por las flores se encontraba en muchos aspectos: en los arreglos florales, en los adornos del vestuario, en los símbolos y las metáforas y en las ceremonias de las fiestas mensuales. Así, por ejemplo, durante la fiesta de 7 tecuilhuitontli, la única actividad, dice fray Diego Durán, era gozar de las flores, ofreciéndolas a los amigos: “los señores no salían de sus casas, no entendían en cosa alguna más de estarse sentados... cercados de rosas”. El mundo de la flora impresionó tanto a los europeos a su llegada a la Nueva España que muchos cronistas describieron los bellos jardines. Aquí citaremos algunos de los que hablan de las flores, los jardineros y los jardines. El culto a las flores Los xochimanque, que eran los oficiales de las flores, hacían fiesta a su diosa Coatlicue y le ofrecían ramilletes de flores, “hechos con singularidad”. Durante tozoztontli se celebraba a Tláloc, deidad de la lluvia que hace crecer las plantas. Además, en las ceremonias de una fiesta anterior, llamada tlacaxipehualiztli, cuando finalizaba, a los hombres que se capturaban durante la guerra, les quitaba la piel se la ofrecían al dios llamado Iztapaltotec, “nuestro señor navaja de pedernal” o que también lo han identificado como “Xipe Totec”, “nuestro señor de la piel”. Este rito sugiere la posibilidad que las pieles representaban en esa ocasión a las semillas que fructifican, en la oscuridad, en el seno de la tierra. Todo estaba dirigido a la vida de las plantas. ¿Cuáles eran las flores que protegía la patrona de los xochimanque, quiénes las cuidaban para los jardines de placer, cuáles eran las plantas medicinales? Las que ha dado México al mundo son muchas, aquí mencionaré algunas.
Comenzaré por macuilxóchitl, “cinco flor”, que además de ser el nombre de un dios también era una flor, una especie de cempoalxóchitl (Tagetes lunulata). Hoy en día, la dalia (Dahlia coccinea), es la flor nacional de México. Entre las flores mencionadas en los cantares con más frecuencia está la cacaloxóchitl, “flor de cuervo” (Plumeria acutifolia), que se usaba mucho en la fiesta de tlaxochimaco y estaba reservada para los señores. Además del lugar que tenían en las ceremonias, casi todas las flores y las plantas tenían un uso medicinal; por ejemplo, muchas eran antiepilépticas. En el Códice Badiano se dice que de la cacaloxóchitl se hacía un perfume que aliviaba la fatiga contraída por los señores que administraban el gobierno. La flor de manita, la macpalxóchitl (Chirahodendron pentadactylon), fue descrita así por Diego Muñoz Camargo: “Tenían los caciques y Señores esta flor por grandeza, para adornar otras flores y ramilletes que hacen los naturales, de que ellos usan mucho. Este árbol es traído de tierras templadas y calientes a tierras frías, donde los tienen con mucho regalo: la madera no es de ningún provecho, porque no se usa de ella. Por haber pocos árboles de estos, teníase más por grandeza que por provecho [aunque sí tiene propiedades medicinales]”. La chimalxóchitl, “flor de escudo”, aunque simbolizaba al cautivo de guerra era en realidad el girasol (Helianthus annus). Su semejanza con el Sol hizo que se le relacionara con la guerra, que casi siempre estaba dedicada al astro. Ángel Ma. Garibay dice que esta flor era realmente la flor o borla del escudo, que a veces se aplicaba con plumas o algodón, como en el caso de la rodela de ciertos dioses, entre ellos Opochtli, Tláloc y Huitzilopochtli. Otra flor que encontramos a menudo es la eloxóchitl, “flor de elote” (Magnolia schieleana). Un poco de esta flor, vertida en una taza de chocolate, servía para descansar; en cantidades mayores intoxicaba y hasta enloquecía. En el Códice Badiano se menciona que la eloxóchitl, junto con otras veintiún flores y plantas, aliviaba la fatiga de los que tenían puestos públicos; asimismo, se dan recetas para
su uso, por ejemplo mezclando el jugo de las flores con la sangre de animales salvajes para frotar el cuerpo. Entre las flores más mencionadas están: yoloxóchitl, “flor de corazón” (Talauma mexicana); oceloxóchitl, “flor de tigre” (Tigridia pavonia); y la flor de nopal (Opuntia ficus indica). La que aparece con mayor frecuencia en las crónicas es la cempoalxóchitl, brillante flor de color anaranjado considerada todavía como la flor de los muertos. Sobre esta flor escribe Sahagún: “...se llama cempoalxóchitl, son amarillas y de buen olor, y anchas y hermosas que ellas se nacen y otras que la siembran en los huertos...”. Flores importantes en el ritual prehispánico fueron ciertas orquídeas llamadas tzacuhitli o zautle, de cuyos pseudobulbos se obtenía el pegamento con que se unían las plumas en telas, rodelas, mosaicos de piedras finas y conchas en los adornos ceremoniales. Este pegamento también se usaba en la orfebrería y en armas pequeñas, como la flechas, o como aglutinante para pintura. Los jardines
cas, se cultivaban hortalizas y árboles frutales. Aunque eran hechos expresamente para el placer de los señores había, al parecer, flores y plantas medicinales. Clavijero señala que: “…además de las sementeras de maíz y otras semillas tenían los mexicanos un gusto exquisito en la cultura de huertas y jardines que habían plantado con bello orden, árboles frutales, yerbas medicinales, flores de que hacían grande uso por el sumo placer que en ellas tenían los mexicanos y por la costumbre que había de presentar a los reyes, señores embajadores y otras personas, ramilletes de flores, además de la excesa cantidad que se consumía en el culto de los dioses, así en los templos como en los oratorios privados”. De las muchas huertas y jardines de la antigüedad que ha quedado alguna memoria, fueron célebres los jardines reales de México y de Texcoco, y las huertas de los señores de Itztapalapa y de Huaxtepec. El señor de Itztapalapa tenía dentro de su vasto palacio varios jardines y una gran huerta, cuya grandeza, disposición y hermosura asombró a los españoles conquistado-
En los magníficos jardines del México prehispánico, característicos de los monar-
Plumeria Rubra. Cacaloxochitl. Foto de Feliciano García Lara
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Los Jardines Botánicos... res, entre los cuales se menciona a Hernán Cortés y Bernal Díaz. Entre las plantas que más cultivaban los mexicanos, después del maíz, se encuentran el algodón, el cacao, la chía, el chile o pimiento, el maguey, por la gran utilidad que tenían para ellos. El maguey servía de cerca a los sembrados; su tronco, de viga para los techos de chozas, y sus hojas, de tejas. De éstas también obtenían papel, hilo, agujas, vestido, calzado y sogas. De su abundante jugo hacían vino, miel, azúcar y vinagre; del tronco y de la parte más gruesa de las hojas, cocidas debajo de la tierra, hacían un manjar de no mal gusto. De ellas, finalmente, obtenían una medicina eficaz para varias enfermedades, especialmente para males de orina. Según Motolinía: “los indios señores no procuran árboles fruta, porque se las traen sus vasallos, sino árboles de floresta, de donde cogen rosas y adonde se crían aves...”. Se traían plantas medicinales de comarcas lejanas con el objeto de estudiar sus propiedades y Motecuhzoma “mandaba sus médicos hiciesen experiencias de aquellas yervas y curasen a los caballeros de su corte, con las que más tuviesen conocidas y experimentadas”. Es interesante saber que las plantas eran traídas desde diferentes tipos de vegetación de todo México e incluso cuando el gran imperio de Tenochitlan dominaba desde lo que es actualmente el Sur del Estado de Washington hasta Centroamérica, cabe mencionar una particularidad que guarda una flor llamada Macpalxochitl, (flor de manita) desde ese entonces no era tan abundante. De los jardines ornamentales, Herrera dice que: “daban... gran contento a los que entraban en ellos, por la variedad de flores, ¡rosas que tenía!, buen olor, que decía hechaban... era de ver el artificio y delicadeza, con que estaban hechos mil perso-
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najes de hojas y flores, asientos, capillos y otras cosas que adornaban por extremo aquel lugar”. Además de los jardines de la casa real de Tenochtitlan, el soberano Motecuhzoma Xocoyotzin tenía jardines, parques y huertos en otras partes de la ciudad; por ejemplo, el gran bosque de ahuehuetes de Chapultepec, donde también se tallaron en las rocas los retratos de los reyes mexicanos. También en el Peñón, al oriente de la ciudad, había un extenso parque que después de la Conquista pasó a ser propiedad de Hernán Cortés. Los monarcas de México no solamente cobraban tributo en flores, sino que eran capaces de ir a la guerra para conseguir codiciadas plantas como el árbol de hermosas y olorosas flores llamado tlapalizquixochitl, el cual se encontraba en Tlaxiaco, Oaxaca, lugar conquistado por los mexicas con el pretexto de conseguir el árbol florido. Entre los jardines más famosos de la antigüedad está el de Nezahualcóyotl en Texcoco, en cuyo palacio estaban pintadas las plantas y los animales raros que había en el imperio de Acolhuacan. El sabio soberano, “para impedir la destrucción de los bosques con menoscabo del público, puso límites a los leñadores, los cuales ninguno podía traspasar sin incurrir en graves penas”. Ixtlilxóchitl describe así los jardines y bosques hechos por su antepasado Nezahualcóyotl: “Estos... estaban adornados por ricos alcázares suntuosamente labrados, con sus fuentes, atarjeas, acequias, estanques, baños y otros laberintos admirables en los cuales tenía plantados diversidad de árboles y flores de todas suertes, peregrinos y traídos de partes remotas... de los jardines, el más ameno y de curiosidades fue el bosque de Tetzocotzinco, porque... para subir a la cumbre de él y andarlo todo, tenía sus gradas,
FE DE ERRATAS En la edición del Tlacuache No. 264. Publicado el domingo 17 de junio de 2007, se publicó el artículo: Para Subir a la Casa del Tepozteco, casi llegando al cielo, “se necesita una escalera grande” y otras cositas... (1895-2007) Debió ser: En esos años la comunidad tepozteca contaba con el ejemplo de los maestros Rojas, quienes pugnaban por educar y difundir el conocimiento de la historia del país y de su terruño. El mismo ingeniero-arqueólogo había renovado el Palacio Municipal, sobre la casa antigua del primer ayuntamiento, fundado en 1820. Al frente se construyó un lindo jardín público donde por muchos años existió un venerable ahuehuete que brindaba su sombra protectora. Ahí estaba el inmenso árbol, hasta que un “bárbaro alcalde” razonó que su derribo era necesario para vender la leña al mejor postor. Un afamado profesor morelense, Miguel Salinas escribía en 1918 que, en ese lugar, antes de la revolución, se avanzaba moral y materialmente. Sus habitantes habían mejorado las calles y construido acueductos para surtir el agua para el pueblo. Edificaron una escuela de niñas y fundaron también cursos nocturnos para la educación de los adultos. Hombres y mujeres que no sabían ni las primeras letras podían adquirir además lecciones prácticas de civismo. La mirada extranjera Como resultado de las ligas de conveniente amistad surgidas en el Onceavo Congreso entre Marshall Saville y el “Tepoztecaconetzin Calquetzani” Rodríguez, el norteamericano llegó a Tepoztlán en abril de 1896. Saville era conocido como un especialista en antigüedades de Centroamérica. Desde 1884, cuando tenía apenas 17 años, ya trabajaba en el Museo Peabody de Nueva York.
parte de ellas hecha de argamasa, parte labrada en la misma peña y el agua que se traía para las mismas fuentes, pilas, baños y caños, que se repartían para el riego de las flores y arboledas de este bosque, para poderla traer desde su nacimiento, fue menester hacer fuertes y altísimas murallas... desde unas sierras a otras de increíble grandeza... de esta alberca salía un caño de agua que saltando sobre unas peñas salpicaba el agua, que iba a caer en un jardín de todas flores olorosas de tierra caliente, que parecía que llovía... todo lo demás de este bosque... estaba plantado de árboles y flores odoríferas, y en ellos diversidad de aves... Para el adorno y servicio de estos palacios de jardines y bosques que el rey tenía se ocupaban los pueblos que caían cerca de la corte, por sus turnos y tandas... Cada pueblo hacía servicio de medio año en estas labores”. Otro jardín espectacular era el de Itztapalapa, el primero que vieron los españoles en la Cuenca de México y que les llamó mucho la atención. Fuera de Tenochtitlan, los dirigentes mexicas también tenían amplios jardines en lugares como Atlixco, en el actual estado de Puebla, y Huaxtepec. Éste, mucho más grande y más célebre que el jardín de Itztapalapa, medía dos leguas y tenía varias pequeñas casas de campo con bellísimos jardines, a distancia una de otra como de dos tiros de ballesta. Contribuían no menos a la hermosura y a la amenidad de aquel sitio, el hermoso río que la atravesaba. Bernal Díaz del Castillo comentó que en Huaxtepec: “estava la huerta... la mejor que avía visto en toda mi vida”. Para asegurar el logro de las plantas se le hacían ceremonias al dios de éstas. Del Paso y Troncoso hace hincapié en que los del México antiguo eran verdaderos jardines botánicos, que tenían clasificadas las plantas de una manera científica, y dice que los primeros jardines botánicos europeos se establecieron en Italia a mediados del siglo XVI (después que se conocieron los de México), aunque este tipo de jardín existía ya entre los griegos y romanos. Gregorio López menciona en “El Tesoro de las Plantas Medicinales”, una lista de plantas que se encontraban en el jardín botánico de Huaxtepec: yoloxochitl, cacahuaxochitl, tlilxihuitl,
mecalxihuitl, cacao y huacalxiuhitl Simbología de las flores Era costumbre de estos indios ofrecer gran número de flores en las fiestas de sus dioses; se consideraba expresión de grandeza presentarse con ramilletes en las manos, y como signo de respeto se ofrecían ramilletes, guirnaldas y collares de flores a las personas de autoridad, costumbre que todavía se conserva en las festividades religiosas de los pueblos. Los nobles requerían de una provisión incesante de flores. Con tal motivo, a las comarcas recién conquistadas se les impuso que tributasen flores. Las plantas se traducían en mantenimientos; quien controlaba las frutas de la tierra, controlaba el bienestar del pueblo. Cada flor, planta o árbol constituía un elemento en la comunicación simbólica. El rito, la medicina, la producción agrícola y artesanal, el tributo y el proceso de gobernar, también formaban parte de ese lenguaje. Mediante la flora se transmitían muchos mensajes; cada hoja, tallo y pétalo tenía su propio simbolismo. Todos formaban un sistema de comunicación que nos ayuda a interpretar la organización sociopolítica y económica de los pueblos que lo empleaban. Las plantas mexicanas, como los tules –que por sus múltiples usos contribuían a la seguridad de la gente y, por extensión, al crecimiento del pueblo y eventualmente al control económico y político–, llegaron a simbolizar el poder. Bibliografía López, Gregorio. 1673. Tesoro de medicinas para diversas enfermedades, con notas de los doctores Mathías de Salzedo Mariaca y Joseph Díaz Brizuela. IMSS. México, D.F. Velasco, A. 2002. El Jardín Botánico de Itzatalapa. En Arqueología Mexicana: Vol. : X (57): 26-33. Garcia, L. 1997. Dioses y escritura pictográfica. En Arqueología Mexicana: Vol : IV (23): 24-33. Heyden, D. 2002. Jardines Botánicos Prehispánicos. En Arqueología Mexicana: Vol : X (57): 18-23.
Con respecto a las fotografías debió ser de esta manera Foto publicada en página 2 parte superior derecha: Vista sur oeste del templo de Tepoztlan. Leopoldo Batres, 1899. Foto publicada en página 3: Ángulo del edificio de oriente a poniente. Javier Solís Espino, 2004. Aclaraciones: eprunedag@hotmail.com
Magnolia grandiflora L. Foto de Feliciano García Lara
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Los intelectuales y el campo cultural: la editorial y revista Ercilla ◆ Ricardo Melgar Bao y Lucía Ortiz Domínguez ◆
Primera parte “Revista que envejece, degenera” Miguel de Unanumo Cómo situar nuestra lectura al margen de algunas reflexiones acerca de nuestro propio posicionamiento frente a los diferentes saberes académicos y aún frente a los lugares y sujetos? Leer una revista y a los intelectuales en un campo cultural no precisamente mexicano, demanda una explicación mínima, una aclaración pertinente. Implica también un descentramiento frente a los lugares comunes. Empecemos por decir algo acerca del sujeto productor de las revistas culturales y de su propio entorno, aquel que condiciona que su vigencia respaldada por su ánimo renovador, evita esa obsolescencia que don Miguel Unamuno, prefería llamar degeneración por senilidad. Considérese igualmente, que durante el siglo XX, los intelectuales latinoamericanos y sus públicos privilegiaron las revistas y los diarios sobre los libros, constituyéndose en la principal fuente del capital letrado latinoamericano. Y para redondear nuestras premisas, considérese que nosotros pensamos que el campo cultural, en que se posicionaron y actuaron los intelectuales, distó de ser estrictamente nacional, toda vez que las ideas que se generaron o circularon en él, comúnmente tendieron a internacionalizarse. Dato que contrasta con la lógica de las propuestas, proyectos y programas culturales que usualmente se han orientado hacia horizontes locales y nacionales, en aras de su viabilidad y de alcanzar sus metas trazadas. Lo refrenda incluso el análisis de la ideología nacionalista, expresión tardía del pensamiento moderno cribado en Occidente y extendido hacia los continentes periféricos. Las formas particulares y adjetivadas del nacionalismo, llámese mexicano, estadounidense, chileno o coreano por su procedencia, o reaccionario, tercerista o revolucionario por sus orientaciones, no contrarían su universalidad, tampoco su historicidad. De manera convergente, los discursos continentalistas acerca de la unidad y la autoctonía de la Patria Grande, tan recurrentes entre nuestros intelectuales como José Martí y José Vasconcelos por sólo citar a los dos primeros que se nos vienen a la memoria, no son tan lejanos de los discursos generados por sus pares en otras latitudes acerca de la unidad europea, la unidad árabe, la del África negra o la asiática. Leer pues, una revista cultural, dice sobre la singularidad de la misma y de sus autores, pero al mismo tiempo, también nos expresa, por su función de espejo, el papel cumplido por las revistas culturales afines en nuestro propio medio, y además de ello, nos muestra sus redes intelectuales, sus preocupaciones mutuas, sus ideas convergentes o polares. Algo de esto encierra en sus páginas la revista Ercilla. Y en lo que concierne a nuestro modo
de leer la revista diremos también lo nuestro. Los autores y lectores interesados, podemos concordar que en la actualidad, es necesario reiterarlo, asistimos a un complejo diálogo inter y transdisciplinario que en parte es positivo, y en parte nos presenta algunos saldos negativos de sus propias fricciones interpretativas o metodológicas, así como una creciente fragmentación y yuxtaposición de lenguajes que juegan con las categorías, los conceptos, las metáforas y las imágenes. Crisis de sentido y de palabra, disenso crónico de las estrategias de investigación, y por añadidura desencuentro entre quienes optan más por las preguntas que por las hipótesis. Permítasenos por la brevedad del texto, cierta ambigüedad, aunque nos cuidaremos de sortear el riesgo de las antinomias discursivas y los excesos monodisciplinarios. El lector dirá la penúltima palabra, la última, será objeto de disputa en buena ley. Por ahora vamos por caminos concordantes. No hará mucho ruido decir que la Antropología Social viene borrando los gastados límites que se le trataron de fijar desde los escenarios metropolitanos durante la primera mitad del siglo XX. No ha sido diferente el camino de otras disciplinas humanísticas y de las Ciencias Sociales. Conocido es también el hecho de que la crisis de paradigmas, no concluida en 2007, posibilitó nuevas búsquedas y horizontes más abiertos. En esa dirección, la falsa dicotomía entre presentismo sincrónico y diacronismo, no va con nosotros. Por lo anterior, reivindicaremos de vez en vez, el desdibujamiento de tiempos y fronteras desde nuestra Cuernavaca-mundo para leer lugares, sujetos y prácticas culturales e imaginarios no morelenses. En este caso en particular, nos interesa leer a Ercilla, no desde ese flanco más visible de quienes en las contadas librerías de viejo en Cuernavaca, hemos encontrado más de una vez ejemplares diversos de la labor de esta desaparecida editorial chilena que ejerció una presencia continental del significativo valor en el campo cultural durante más de una década, entre mediados de los años treinta y cuarenta del siglo XX, sino del más inasible, el de su formato revista. Revista y editora de libros, dos rostros de una misma industria cultural. Las huellas de Ercilla en esta ciudad morelense carecen de visibilidad para las nuevas generaciones, sin embargo, allí están los indicios, tenues y dispersos, manteniendo frágiles hilos con las memorias y practicas letradas y culturales de nuestros intelectuales y sus no siempre definibles comunidades de lectores, fronteras y distancias aparte. Tenía razón el escritor Luis Alberto Sánchez cuando en 1975 nos recordaba que: “Los hispanoamericanos que hoy pasan de los cuarenta, recuerdan con simpatía el nombre de la editorial Ercilla.”1En 2007, los lectores de Ercilla que evocaba Sánchez, forman parte de la escuálida legión de septuagenarios. Constitución y remodelación de una industria cultural
A mediados de la década de los treinta del siglo pasado, don Ismael Edwards Matte, el principal accionista de la floreciente industrial cultural Ercilla asentada en la ciudad de Santiago de Chile, se lanzó a una aventura editorial de envergadura latinoamericana, destinada a las más diversas librerías. Para tener una idea cabal de la capacidad y presencia de esta industria cultural, dejemos que sea el propio escritor Sánchez, uno de sus más activos protagonistas nos redondee su quehacer editorial: “Para disponer de un catálogo reproductivo, emprendimos la tarea de lanzar un título distinto diariamente: lo hicimos durante dos año. A fines de 1936 teníamos una lista de 800 títulos diferente. Teníamos sucursales en Caracas, Buenos Aires, México, San José, Montevideo, y agentes en las ciudades principales del continente.”2 Por vez primera una editorial latinoamericana, asumía la tarea de no publicar más libros sin pagar los derechos de autor. Renunciar a la piratería no fue un asunto ajeno de las empresas formales, en México, La Habana, Santiago o Buenos Aires fue una práctica común. Algo tuvo que ver en este viraje positivo, la propia iniciativa de los escritores que como Sánchez colaboraron en el seno de la propia empresa, sea desde la editorial o desde la revista, o desde ambas. El panorama de la piratería libresca merece ser puntualizado: “A causa de esa predilección del público chileno por los autores europeos, Ercilla tuvo que ser menos escrupulosa de lo deseable con respecto a los derechos de autor. En dos palabras: fue parcialmente una editorial pirata. Las editoriales argentinas habían sido las primeras en “piratear” (Tor, Claridad, Anaconda, etc.,), por eso atacaron a Ercilla tildándole de pirata; nadie ve la viga en el ojo propia. Rodrigo había publicado en una edición de seis pesos, es decir, popular, la estupenda y copiosa obra de T.E. Lawrence de Arabia, The Seven Pillars of Wisdowm.(…) Además, “Ercilla” había lanzado algunos títulos que de Buenos Aires manejaba pagando derechos de autor: me parece que entre ellos: “Los Conquistadores” o “La condición humana de Malraux”. Por otro lado, para satisfacer la demanda innumerable de lectores de “novela rosa”, publicó varias novelas de Hugo Wast…3 Libros y una revista multiplicaron el sello de Ercilla en el mundo de los lectores. Los acompañaron en su labor los chilenos Laureano Rodrigo, Hans Schwalm y Luis Figueroa, también el peruano Luis Alberto Sánchez. Laureano fungía de eficiente administrador, y Luis Alberto Sánchez de audaz conductor de las listas de autores y obras tejió una malla de redes intelectuales dentro y fuera de Chile. Las ligas con las diferentes secciones de los Pens Clubs fueron capitalizadas, en menor medida, las que descansaban en las sociedades de escritores y artistas revolucionarios solidarios con las banderas antifascistas, la República en España y la URSS del tipo de nuestra conocida LEAR en México y que proliferaron por la mayoría de
los países latinoamericanos. En Ercilla el norte era que había que publicar con criterio empresarial algunas veces conciliable con la calidad literaria, histórica, filosófica o política de la obra. Muchas veces, se seleccionaron obras de autores europeos que exigían ser previamente traducidas. Entre los traductores de Ercilla se contaban algunos escritores peruanos en el exilio como Ciro Alegría, Alberto Hidalgo, Antero Peralta. Los libros de Ercilla prepararon el camino de la revista del mismo nombre. La revista Ercilla El primer número de esta revista semanal salió al público en 1936, el 28 de diciembre de ese año editó su número 86, prueba de su regularidad y aceptación. A partir del mes de noviembre estrenó como director al exiliado peruano Manuel Seoane, y como jefe de redacción al periodista chileno Manuel Solano. La revista asumió un formato pensado en términos de públicos muy amplios. Muy pronto ocupó el primer lugar de las preferencias de un público chileno, muy urbano y clasemediero. El lanzamiento de la revista Ercilla no tardó de despertar los ataques de la editorial Zig Zag, su principal competidora. El campo cultural en el que disputaban Ercilla y Zig Zag, distaba de ser sólo el mercado de libros y revistas, aunque mucho tenía que ver en ello. Zig Zag atacó desde las páginas del diario más conservador de Chile, El Mercurio, a la revista Ercilla, tratando de sembrar la intriga sobre presuntos servicios internacionales preferenciales, que le permitían recibir semanalmente y por vía aérea material fotográfico y documental muy actualizado y oportuno, que ni el sistema cablegráfico ni el correo postal transoceánico podía cubrir sea por extensión, imagen o rapidez. La réplica de Ercilla fue ingeniosa, en un campo destacado de la propia revista, desafío con tono irónico a Zig Zag a que probase su dicho antes del 31 de diciembre, ante un tribunal integrado por el presidente del Instituto de Periodistas, el director de la Biblioteca Nacional y el presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, comprometiéndose a pagar la suma no desdeñable para ese entonces de cinco mil pesos chilenos. En caso de que Zig Zag no pudiese demostrar su infundio o no aceptase el desafío, el emplazamiento de Ercilla colegía de cara a sus lectores, que quedaría fehacientemente probado, que la revista más moderna de Chile era la suya, por recibir material fotográfico en avión. La conclusión omitía intencionalmente la frecuencia semanal4. Notas al pie 1 Sánchez, Luis Alberto, Visto y vivido en Chile. Bitácora chilena 1930-1970, Lima, Editoriales Unidas, 1975, p. 41. 2 Ibid., p.47. 3 Ibid., p.45. 4 “Ercilla desafía a Zigzag”, Ercilla (Santiago de Chile) Núm.86, p.2.
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Tránsito azul, exposición de fotografías de Ilana Boltvinik y Néstor Bravo Pérez
PATRIMONIO CULTURAL EN IMÁGENES Señor de las Serpientes ◆ Marco Antonio Santos Ramírez ◆
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scultura antropomorfa sedente, fue localizada en 1994 en la Acrópolis, en la estructura 8 de la zona arqueoló gica de Xochicalco. Por el lugar en donde fue encontrada tal vez representa a un gobernante que en la cabeza lleva una diadema rematada al frente con un chalchihuitl (piedra verde). Es interesante que en la parte superior de la cabeza presenta un orificio de 5 cm. de profundidad y 6 cm. de diámetro, posiblemente en el se colocara un atado de plumas preciosas de quetzal para completar el tocado, lleva orejeras de tipo cilíndrico que atraviesan el lóbulo de la oreja, sus ojos tienen dos discos que forman una anteojera y en su boca sobresalen dos colmillos. En el cuello tiene un pectoral amarrado por la parte trasera, ceñido a la cadera porta un faldellín, en las manos trae pulseras con chalchihuitl y sus pies descansan en sandalias. Su cuerpo fue decorado con tres serpientes que termina no en crótalos sino en plumas de quetzal. Este simbolismo es muy similar al que presenta el personaje representado en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas y que se ha identificado como el gobernante de Xochicalco, convertido en el dios Quetzalcóatl. Para la época del Epiclásico (650-900 d.C.) el símbolo de la serpiente emplumada se ha convertido en emblema del poder político y sus antiguos significados como dios integrador del cielo y la tierra (pájaro-serpiente) son reinterpretados y fundidos con otras tradiciones como es el caso de esta escultura que presenta en la cara simbolismos del dios de la lluvia Tlaloc. El personaje inmortalizado en la escultura se hace representar con serpientes que simbolizan plantas de maíz para significar que su cuerpo mortal contenía los prodigiosos poderes regeneradores de esa planta, y para señalar los emblemas del poder real.
◆ Marcela Tostado Gutiérrez ◆ Exposición temporal Permanencia: hasta el martes 10 de julio de 2007 De 10:00 a 18:00 hrs. De martes a domingo Museo Exconvento de Tepoztlán
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sta muestra fotográfica exhibe el deterioro ambiental en Québec, Canadá y en Caracas, Venezuela; el registro documental se llevó a cabo gracias al patrocinio de una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, otorgada a Ilana Boltvinik y a Néstor Bravo, durante los años 2003 y 2005. Las imágenes captadas muestran un mundo que reconocemos como nuestro y que sin embargo se nos escapa de las manos con la fuerza inevitable de una época pasada, arqueológica, de la cual sólo quedan algunas huellas de vida humana. Los ojos cansados, monocromáticos y estridentes de las viejas cámaras convierten nuestros lugares más deseados, nuestros lugares de placer y recreación -nuestros parques, playas y albercasen sitios olvidados o a los que ya no alcanza a llegar nadie. Y sólo es suficiente una pequeña presencia, un bote de basura, un colchón abandonado, una vieja carreola, para que sospechemos que éstas no son arcadias sino espacios apocalípticos. La incertidumbre permanece. No hay escapatoria. El pasado cercano y bucólico es también el futuro después del desastre. Y si el plástico nos parece poco amenazante sólo es porque en el mundo del TRÁNSITO AZUL ya no hay hombres que lo puedan seguir produciendo y tirando. Comentan los autores: “Nos inquieta esta época, el postmoderno tardío, la época que implantó la conciencia de que estamos en una crisis ecológica y al mismo tiempo la provocó. El momento en que la globalización, este proceso que instaura criterios mundiales en política y economía, por sólo proponer dos temas, roza nuestra identidad. Somos bastante ignorantes respecto de lo que nos afecta en este nuevo mundo: ¿Cuál es nuestra comprensión, como mexicanos, de los que está sucediendo en este mundo consumista? En la arqueología de la actualidad ya no es necesario excavar, al caminar encuentras vestigios de plástico. Lo plástico es materialidad, pero también es el constructor
de una nueva identidad que en México adoramos y rechazamos; olvidamos en la orilla, decorando las calles con flores imperecederas e inoloras. Sin duda, si juntamos todo el plástico, podríamos construir una pirámide, una pirámide del postmoderno tardío; capaz de albergarnos a la vez que servirnos de barca”. Ilana Boltvinik estudió la licenciatura en Pintura en la Escuela Nacional de Artes Plásticas “La Esmeralda”, donde se tituló con mención honorífica en 1998. Fue becaria durante dos años en la Rijksakademie van beeldende kunsten, Amsterdam, Holanda, con un apoyo económico del INBA, del FONCA y del Ministerio de Cultura Holandesa; en La Chambre Blanche, Québec, con el apoyo del FONCA y en Caracas, Venezuela, por la Fundación de Arte Emergente. Ha presentado más de 10 exposiciones individuales en México, Holanda, Venezuela y Canadá, y participado en más de 30 colectivas en México y en el extranjero, entre las más relevantes se encuentran In Place of Fear, IX Salón Bancomer, It’s Done, but is it dead?, la cuarta Bienal de Monterrey, así como los Encuentros Nacionales de Arte Joven XVII y XIX. Actualmente trabaja como artista independiente en la Ciudad de México. Es profesora en el Centro Nacional de las Artes, en la Universidad de Las Américas y en el Claustro de Sor Juana. Néstor Bravo estudió la licenciatura en Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Se ha especializado en estudios de semiótica, estética y arte contemporáneo, y desempeñado como docente en el Centro Nacional de las Artes, en la Escuela de Diseño del INBA, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la Escuela Nacional de Pintura “La Esmeralda” (en donde se desempeñó como Secretario Académico), entre otras instituciones. Néstor Bravo ha presentado diez exposiciones individuales de fotografía y participado en 17 colectivas en México y en el extranjero.
NOTA ◆ El contenido de los artículos que se Señor de las Serpientes. Cédula 256 del Catálogo del Museo de Sitio de Xochicalco.
publican es responsabilidad de sus autores.
Consejo Editorial: Ricardo Melgar Bao, Lizandra Patricia Salazar, Jesús Monjarás-Ruiz, Luis Miguel Morayta Mendoza y Barbara Konieczna Zawadzka Coordinación: María del Carmen Mañón Pazos Formación: Arturo Mendoza Vázquez Matamoros 14, Acapantzingo, difusion.mor@inah.gob.mx