La esfera Ezequiel D´León Masís
La Esfera I. Colección de escritos. II. Literatura Nicaragüense Siglo XX. III. Entradas de blog. IV. Poesía en verso y prosa. © Ezequiel D’León Masís, autor. https://theonlyart.blogspot.com/ Imagen de portada: © “Reynaldo Arenas”, collage de Ezequiel D’León Masís, 2006. Primera edición digital: © Sawabona Ediciones & Lulu. Managua 2016.
ISBN: 978-1-365-40221-0 Quedan todos los derechos reservados. Se autoriza la reproducción parcial de esta obra si no hay lucro si se cita la fuente.
PRESENTACION En La esfera de Ezequiel D´León Masís sobresalen aristas, se marcan huellas, quedan rastros lumínicos de aquel proyecto mayor de las artes y letras del Siglo XX: las vanguardias. Son textos con proyecto de escritura, lo cual no es frecuente en escribidores nacionales. Proyecto, quiero decir, que demarca un territorio y que sabe de (sus) fronteras. La inscripción originaria en la internet -pues son textos extraídos de un blog y marcados por lo efímero- se junta con otros axiomas más subterráneos y, se diría, míticos. Enumero algunos: la escritura que brota de la nada (de la tabula rasa de la pantalla), la invención de las muertas y sus formas de morir que ilustran e iluminan esta escritura, la simulación de una epistemología (la poesía travestida de patafísica), el kitsch provinciano como exaltación corporal y escritural, la fábula tecnológica y (auto) destructiva, la pulsión sexual separada del cuerpo y vuelta escritura, la excentricidad del extranjero en la provincia, y en general y particular la experiencia poética atada a un territorio heterogéneo (imagen, música, cultura popular, alucinógenos, escaliche). Con perdón de la falsa (¿falsa?) cronología, veo el texto de Ezequiel D´León colaborando en unos agitados traslados de modernidad, característicos de las vanguardias. Trasladar y descentrar son sus labores estratégicas llevadas a cabo con escritura firme, frenética y jovial por momentos, sombría y herida otras veces. Se trata de una cifra del gran giro estético de la mal llamada posmodernidad
que
manejamos
"los
mamíferos
primates
civilizados",
interconectados en millones de computadoras. Ezequiel D’León Masís, o su escritura, ingresa al chinamo, al bar, a la provincia advirtiendo la nueva colonización de sus modos y mentes: juez y parte de la gran simulación. En esta "taberna", cruce de Dalton y Tzara, "lo más ínfimo y lo más grande" se vuelve actuación y performance: se baila... La lección memorística de abajo como inscripción suspendida de una escritura que quiere confundirse una y otra vez con el trazo. Leonel Delgado Aburto Universidad de Chile
Nota del autor Todos los textos que se reúnen acá fueron escritos entre 2005 y 2011. Fueron creados como entradas de La esfera infinita, un blog que mantuve actualizado durante algunos años y que, finalmente, eliminé de la web. En él publicaba sobre cualquier temática, en cualquier formato. Entre otras cosas, me interesaba indagar y recorrer un camino profundo de desidentificación individual bajo la premisa radical de que las palabras son vacías y que los conceptos son abiertamente subjetivos. Integrada desde un criterio estético más bien sonoro, La esfera es la selección de aquellos textos que mejor registraron el proceso personal que vivencié a través de dicho blog, en el contexto del embrollo teórico postmoderno. Los publico sin más pretensión que cerrar y dejar atrás un ciclo de mi escritura y, sobre todo, para arrancarle a los textos esa insoportable categoría de borradores engavetados.
“La vida paga sus cuentas con tu sangre y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor. Cógele el cuello de una vez, desnúdala, túmbala y haz en ella tu pelea de fuego”. Roque Dalton
“El umbral decisivo de constitución de este nuevo paradigma estético (la subjetividad virtual) reside en la aptitud de estos procesos de creación para autoafirmarse como foco existencial, como máquina autopoiética”. Félix Guattari
LE PAYS OU TOUT EST PERMIS “La falta es un tener como cualquier otro”. S. P. Le Pays ou tout est permis.
Hoy entré al escritorio del blog. Abrí la plantilla de entradas y detecté de inmediato la hibernación apenas fulgente de una especie de temor anciano en mis manos frente el desierto de la tabula rasa: claves en rotación, nihilidad. He renunciado a escribir una nota sobre el concepto de moneda en la fundación mítica de las culturas occidentales (decir "cultura occidental", en singular, es un error de las culturas occidentales). En fin. Con la pantalla amenazadora al frente, cargada de pequeñas nadas que desplazan sus diminutos ombligos tricolores en el reborde incorpóreo de una orgía mimética, decido entrar entero en los vaivenes de esta nota, me enrumbo en su naturaleza perentoria de la cual no tengo claridad yo mismo. No existe un plan de escritura para este tema. Hay que hacer esto lo más simple, pero me resulta complicado en primera instancia desligarme del Ezequiel que razona la fascinación del adjetivo antes que el sentido del lenguaje. Pero no. Aquí domeñará el imperio del sentido, esta vez en bruto su interés superior domeñará. Así que me desdoblo. Me digo “no” como quien increpa su propia sombra en el espejo, voy yendo ya hacia el otro que me urjo ser. Abandono al Ezequiel que se jode la vida por conseguir su palabrerío inconsútil. Aterrizo a pique. Logro renunciar a esa negativa de abarcar con la escritura mis rutas de aproximación al mundo de Sophie Podolski, fantasma que ha rondado mi cerebro como idea fija en el último año. Sé demasiado poco de ella, lo que para efectos de esta nota será suficiente. De lo que ella hizo muy poco sé también. Tengo indefinidas aún mis intenciones al escribir sobre ella (esta confesión no se la permitiría el otro Ezequiel). Sospecho que escribir sobre Sophie Podolski interrumpe un proceso del que no estoy siquiera consciente. Me ronda tras la frente cierta sana intranquilidad, cierto andar decidido hacia lo irracional... Pienso, por ejemplo, en las tensiones vitales que el azar, esa ley misteriosa, ha venido propiciando en mí para que yo me mueva cada vez más -sin razón ni fondo comprensibles- hacia Sophie Podolski. ¿Qué activó la precipitación de este ciclo de inmediaciones? Primero, la referencia de ella que Lyotard hace en Economía libidinal, después el fetichismo que Bolaño erige en torno al suicidio de Podolski y encuentros posteriores otros. Es un itinerario intruso que me enardece. Deseo a Sophie Podolski. Siento hambre de contenerle en su identidad, imaginarla a mi gusto y al gusto que ella misma hubiera deseado que yo tuviera para imaginarla a mi gusto. Tanteo suponerla, atraparla a un pasado falso compartido, delinear sus ocultas obviedades, tal vez atarme mentalmente en ovillejos que la acerquen más o la llenen más de mí en algo que a las claras no sé qué es, pero algo que con seguridad resemantiza mi propio sistema de aprehenderla. Sé que fluctúo en ideas que muerden su propia cola. Reconozco que cometo una desambigüación fatal a la distancia que me encuentro yo de ella y ella hacia mí contra mi distancia. Empiezo a derivarme hacia fuera de todo lo que esta nota parecía prometer, pero sucede que hay un mapa emocional concreto alrededor de ella que se ha venido suscitando sin ambiciones claras en el devenir de los días o las noches, sobre todo en la meditación forzosa que el invierno de Managua te impone con su sabor a diesel y salada herrumbre, el bus atestado de esos seres que nunca elegirán ningún riesgo, la cara de una mujer cuya edad inexacta se esconde en su improvisado perfil justo después de advertirte en tu fluir urbano, tu lectura
accidentada de Las cosas de Perec, el ciego que ejecuta su acordeón guadalupano, la posibilidad de no volver a encontrar a tu amante viva. Me satisface no haber escrito la nota sobre el concepto de moneda en la fundación mítica de las culturas occidentales. Continúo cayendo en esta espiral binaria 101010110… Hace unos meses, dediqué a Sophie Podolski un texto automático que garabateé con crayón sobre la pared de mi cuarto, hoy releo el muro amarillo y encuentro ahí invocaciones a Anna Santos, nuestra muerta más difícil. El otro Ezequiel haría alardes o apologías del suicidio en esta estancia del texto, pero no es eso en el fondo lo que hace que yo me interese violentamente por Podolski. Igual mantengo una relación necrofílica con Dora Maar desde hace muchos años, por ejemplo, donde todo ha sido manejable con ella y a la postre llevadero, definitivo. Dora murió anciana y recluida, optó por la clausura, el aislamiento, no el suicidio. Sophie, Dora... Se trata más de pulsiones autogestionadas internamente hacia ese yo necrófilo que me invento, poseído por las pautas de una intuición selectiva de la que nada sé absolutamente. Puedo, eso sí, declarar que en estos casos hay parcelas que se multiplican de manera invariable. Aparecen pistas de pronto y éstas forman figuras que sugieren el siguiente itinerario: referencias, alusiones inesperadas que se unen, personas que ignoran su complicidad con el proceso, circunstancias que te empujan a identificar esas zonas de acercamiento con la muerta. Luego algún rito básico se establece entre ambos, la muerta se entera de uno por su lado, ella responde pocas veces hasta que una concatenación de habitualidades se va incorporando en lo humano cotidiano. Es ahí donde eclosionan los primeros tactos con esa presencia desplazada. Uno entra entonces en un universo inminente que, suponemos, debe guardarse en secreto durante cierto tiempo hasta que sea inevitable conjurarlo.
AARON GOLDBERG Gasea el down jazz más sagaz desde el distante impertinente parlante... A tu lado, alguien enrola su imaginación y sospecha que en el viento hay un miedo de cal... Gotea el cielo en rara escala de paz, abundante gris de triste invierno viste.
TABERNA DADÁ Veo el substrato de los objetos que son nuestro universo, lo designo al cabo y no hay sobresalto: impasividad letal de una ciudad que estalla en calor. Todo dadaísta está condenado al olvido: un manuscrito hubo que hablaba de vos, tal vez de mí cuando de vos, pero con él envolví un ánfora rota que entregué al blanco camión que recolecta la basura y que sobre su puerta se lee: ALMA. Todo olvido está condenado al dadaísmo:
no es posesivo mi querer sino tan sólo real, tangible, intenso, reinventado siempre, absoluto en su presumida mortalidad. El dadá es la nada: fotografía original de Dora Maar tomada en 1928, un libro de Darwin que habla de Nicaragua, específicamente de la magnánima explosión del Cosigüina, tu sangre entre mis uñas en un motel de San Salvador, el despertar de Zoroastro y su discurso atronador, el poema que CMR te regaló a puño y máquina, donde habla de cinabrio puro y aguarrás, con el cual yo limpié una mesa y te encachimbaste… Fetiches primates, pasajeros, minucias de lo infame al fin... De la nada, nada surte: Fran, Paquita, quisiste matarte y no te detuvimos. Ex nihilo nihil: La poesía, en este lugar, es el marasmo de las palabras para escabullirnos del mundo. Yo no soy dadá. Dadá soy no yo.
ACOTACIÓN A PARTIR DEL GRAN APARATO Cierta aparatología nos aprehende en esta parasociedad de monos virtuales. Lo que sigue es un meopo: Atestiguamos -quienes tenemos acceso a la new opression- una forma postinédita de extender nuestras habilidades societarias para la manipulación en tanto especie animal. En las relaciones de poder se nos ubica ahora como fichas caracterizables desde un megalibreto común y, a simple vista, prediseñado como formulario de perfil, p. ej. las bonachonas herramientas 2.O que abren espacios a la información compartida pero que son, en sí y tras de sí, una red de pesca para el control de datos y movimientos desde el Gran Aparato Monitoreador. Ya no el big brother trillado en tanto antecedente teórico, sino el concierto de todo lo que pueda ocurrir en el centro de un prisma parecido a otro referente trillado pero más ilustrativo: El Aleph. Esa ilusión libertaria es parte de una estrategia amplia donde la lógica de oposición al "poder explícito" (o superestructura) tiene resultados inmediatos de fanatismo y pendejés, p. ej. la pantomima del software libre, adeptos que juegan a la defensa de Linux vs. El Sistema, ¡ja! Es la misma lógica de contrarios que ha mantenido en el poder a las élites siempre restituidas y renovadas que entre sí luchan con un deporte que tiene las mismas reglas para ambas. El día en que la vigencia conceptual de la izquierda y la derecha
desaparecieron de la praxis política, a alguien se le ocurrió acuñar terrorismo y no terrorismo. Dicotomización del mundo para la manipulación real mediante mundos que contradicen otros mundos. Binariedad hoy que es método predilecto para la diferenciación de aliados circunstanciales o no, amigos y enemigos. Se repite la fórmula militar más antigua, estúpidamente exitosa: te hacen creer estar de un lado cuando todo se basa en un sistema de pensamiento que explota, desde un ángulo, el individualismo propio de primates que tienen un solo cuerpo y detentan un nombre, una identidad imaginaria, una historia en suma; desde otro ángulo, le sacan provecho al impulso gregario del sharing impulse. El éxito radica en que el Gran Aparato Monitoreador es la réplica en macro de nuestras propias pasiones homínidas, ahí se asienta toda la fuerza de la que sea posible al Aparato para articular y renovar, para manipular y decidir en masa. Lógicamente, tener consciencia de ello es parte también del sistema aparatológico: generar dudas despeja ilusoriamente la cerrazón del sistema, lo maquilla de autocrítica y cayendo el día nos confirma la gloriosa humanidad de mierda que la Historia (o la historia) es un río que viaja sin fin en los paneles interiores de un nautilo gigante. Muchos muerden más leño que otros y esa es la veintiúnica verdad.
EPISTEMOLOGÍA DE LA SANDÍA (OTRO MEOPO) Ya no recuerdo cuándo ni cómo un tal Fredo optó por catalogar a las sandías como “artefactos pragmáticos”. Éste es un postulado que cae como balde-deorines-de-suegra contra la cara de cualquier patafísico (sí, patafísico con “o”) que erija su incredulidad sobre la seriedad de alcurnias vegetales. Pero no hagamos del refrito moronga, tampoco del chiste una irritable algarabía. La idea mal presupuestada y cortada en gajos por Fredo es en nada discutible, aunque sí visitable, al menos desde la estrategia de cierto universo multimundial que se ha puesto en boga gracias a la postsociología cultural. Podrá la canalla escribidora tildarnos de haber empezado a abordar discusiones que caracterizan a quienes hacen uso de las infinitas canchas de bola vasca que están diseminadas por el orbe. Sépase que se equivoca la canalla esta vez. El feminismo es una religión. Políticamente, estamos ubicados en el tema: desde luego, habrá que sondear todas las derivaciones teoréticas del argumento implícito del tal Fredo, a la manera, si se quiere, en que se desastilla un manojo de leña para monumentalizar un diminuto puñado de yesca. Redondeemos el refrito, pues: de introito, las sandías importan cargas históricas por sí solas. Un enorme acumulado de tensiones semióticas de carácter doméstico rondan ahora nuestra imaginación: es perentorio reconocer que hay constelaciones perfectamente demostrables, pensemos en los pequeños avatares de alacena que toca a cada sandía urbana experimentar frente al futuro incierto que siempre acaba signando su destino. Otras variables cruzadas nutren este discurrir de excepciones: las cosas que rodean el itinerario de su formación transorgánica, la dudosa trayectoria repleta de arrinconamientos silenciosos en basureros que vi en Ciudad Guatemala con la divisa de “México para los mejicanos”, los substratos verbales potencialmente potenciales de la cáscara sandiyal, la verbalización que permite un humilde melón cubano en el yuxtaposicionamiento de La Gran Sandía Universal como categoría generalizable, las ritualidades particulares en el corte transversal de la sandía que ejecuta alguna anciana danesa cada Viernes en su apartamento hipotecado, la
proyección violenta que un boxeador chino hizo de su visceralidad ayer al estrellar una sandía en la cabeza de un enano ciego, deberíamos agregar aquí la palabra etcétera con la responsabilidad que demanda el caso. En un segundo plano de análisis –y recurriendo a la epistemología nerviosa de Poincaré– podemos alargar el razonamiento (y la propia capacidad de nuestro cacumen) axiomatizando de una vez por todas el postulado de la sandíalización de la realidad. No ya en base a la sugerida Gran Sandía Universal en tanto comodín de la redacción automática del texto, sino La Sandía en su más detallado pragmatismo. Esto nos obliga a repensar el temita aún no resuelto de “la voluntad de creer” en Occidente y el feminismo como religión. No olvidemos que los “artefactos” de Fredo son meros objetos vegetales que, por una impresión cultural subjetiva, él da en llamar “sandías”. Es decir, lo que trataríamos de redondear no es la novedosa invectiva del refrito sino su frustrada moronguización holística. Y es que Fredo omite incluir cualquier caracterización eventualmente delatora de sus verdaderas intenciones (las cuales no vamos a denunciar, no). En señal de cobardía, se ciñe a proclamar que las sandías son “artefactos pragmáticos” cuando ni siquiera invierte su tiempo en reflexionar sobre la correcta escogencia de las sandías para utilizar la frase adjetival “artefactos pragmáticos”... Con eso tenemos resuelta -mal que bien- una cantidad suficiente del debate y me gusta que sea así, porque no es virtuoso desarmar de raíz a los rivales cuando han sido imaginados por uno mismo.
EJERCICIO EXPERIMENTAL NO. 124. (PRIMATES MOTIVADOS A ESCRIBIR). Caracterizar el hundimiento de nuestra (¿nuestra?) civilización es la tarea más sencilla del universo. Piense usted, caro lector o carissima lectora, esta vez no se me antoja decirlo todo. Haga el esfuerzo de plantearse esa caracterización. Sume cantidades que le den el saldo civilizatorio de este fracaso que llamamos humanidad. Alégueme a tiempo, eso sí, que el arte es de las mejores cosas que hemos producido los monos, que la guerra siempre fue inevitable, que la propiedad privada fue la culpable, que el mono humano esto o aquello, que lo inhumano no es lo humano, sí, alégueme todas esas tonterías y vanidades huecas y quédese sin argumentosidades de moho en su boca para caer de romplón en la aceptación del vacío, ku, lo que está por suceder: la nadeidad que reconcilia todo a su paso como un canal de lava, donde nada es negación de la Nada o, más cerca, la Nada de lo que al final del día fuimos que la previa idea de Nada misma que nos hacemos en las escuelitas con ayuda del profesor Krí, el maestro Deshimaru y Barbapapá. Temerosas bestias, acurrucadas en el árbol más sombreante, eso somos. Vamos, carito, vamos canallita. Arriésgueme en la parte de "comentarios" de este blog una frase, al menos, propicie un insulto escrito en impecable gramática, desahogue su frustración de animal mortal y conozca el grado cero de la civilización (¿civilización?): magmas tricolores en un monitor magnético le impelen a reaccionar, qué paradoja más banana, minúsculos magmas-vergas le reclaman voluntad a granel. ¡Escriba pues! Comente aquí su filosofía menos profunda, su pensamiento más zen. Comparta usted la caracterización telegramática del hundimiento definitivo de toda esta mierda que somos los seres humanos. Pero, suave, camaleón... Evite ser trágico, per favore, o prescinda de compartir sus comentarios de pulpería esquinera. Evite citar a
monos sabios y, si lo hace, pegue sólo la cita y cállese los oídos. El cobro de la terapia de desahogo primático le llegará en forma de nota postal a su dirección domiciliar. Just do it, monkey.
EL CHINAMO EFÍMERO Hay un cogollo incinerado en medio del chinamo: Todo alumbra a feria patronal en salsa kitsch con caracoles lumpen como ostras licuadas junto a guiñapos de conventillos o menstruos de monjas abortivas que odian la ducha fría, cables de computadoras en alusión al tallarín feto-rectal que fuimos. Ya me hago imagen de tus labios en repudio, en la diatriba de ser vos la ameba generatriz de todo cuanto hubo en avatares. Nunca ninguna vulva se conoce por entero. Nunca hay un "hasta aquí" en el mequetreo libidinal. Los tramos esperan gitanamente a la mujer enana, al cerebro expuesto en vitral hermético con su triste tiste de ilusorio cuerpo enaltecido, en franca pendejada. Avanza el peatón tras placeres de este sabor de saberse perdido e ignorado, esta casi no virtud que ciertos mendigos escondemos cada equinoccio en el hondo hueco del sicomoro solo. En Wall Street o en el Mercado Central de Moscú, en el cementerio donde está Gardel, supe yo de la Anarquía primitiva, conocí a los dos tontos que es Bakunin y lo juzgué estulto burro en apuros idealistas, en obviadora destreza frente a la mierdosa naturaleza humana. Esto no tiene solución, Bakunin, hija mía; olvida tu eterno estatus de provocativa bachillera... Somos la empatía del parabien. Esto no tiene solución. Nos revolvemos las vísceras en cruentas guerras a cuchillo simplemente porque somos mamíferos primates civilizados en la exacta falacia que hizo fuerte a tus degenerados abuelos: los dictadores, los tiranos, los come-niños, los quiebra-coños, los muy parecidos a vos mismo. NADERÍA QUE TE SOS Unidad tuya con la noche pero también reedificación del origen desde la nadería más intensa, el lenguaje en su precariedad de balance: parábolas de la loba que crece cuando la luna deja caerse de romplón en indeleble perfil menguante. Acaso otra loba, acaso otro cuerpo, acaso: acaso.
AMOR CUÁNTICO CON CIERTA DOSIS DE FATALIDAD Encontrarte fue un modo de fluir hacia mí: caída permanente a través de la espiral cerrada de un caracol magnético. Hubo momentos detenidos en que prefería postergar el encargo, ubicarme en excusas dilatorias y optaba por dejarme crecer las raíces y cogerte. En el acto, el silencio incubaba a todas sus anchas un devenir compartido entre ambos desde todo lo que nos pareciera voluptuoso o susceptible de voluptuarse ante tus ojos. Lo minucioso de todo esto me lanzaba a imaginar posibilidades cuánticas que, desde el nivel más molecular y básico, seguían la ruta secuencial de una serie infinita de concatenaciones, reajustaban sus tendencias o fluctuaban libres, hasta llegar a adaptarse a nuestra inútil escala de primates y traducirse, como en efecto transcurrimos durante nuestra última cita, en un orgasmo incontrolable, un ataque de risa, un mal entendido, una discusión, un asesinato. Un pretexto para no demorar más el encargo.
1923, OTRO GUIÓN El grado cero de la escritura no es el grado ciego de la palabra: cuerpo del cuerpo que se inventa a sí mismo sin pensarse vacío frente a la vacuidad de sí, por sí solo separado del todo cuando oscurece la epidermis del lenguaje que sin fin se autorefiere en interminables nadas anodinas como la vida de un cuerpo que campea contra el cuerpo otro o que se inventa a sí mismo sin pensarse en su vacío ocre sino en gris vacuidad de sí y por sí solo separado del todo cuando núblese la piel del lenguaje que sin fin se metanombra en interminables dados anodinos como la vida de un cuerpo dentro del cuerpo que se inventa a sí mismo sin su hermético eclosionar identitario en vacuidad de sí o por sí solo apartado drásticamente del todo mientras oscurece la piel del lenguaje que se autorefiere en nadas anodinas que postula la indiferencia de un hidrante en las afueras de Nueva Delhi, tal como se nos muestra en una foto en sepia de 1923, en la que aparece obscenamente el cuerpo que se inventa a sí mismo sin pensarse desnudo frente a la vacuidad de sí, por sí solo separado del todo cuando oscurece la epidermis del lenguaje que sin fin se autorefiere en interminables nadas eróticas como la vida de un cuerpo del cuerpo que se inventa a sí mismo sin pensarse vacío sino en vacuidad de sí y por sí solo separado del todo cuando núblese la piel de las hirientes palabras que sin fin se metanombran en interminables azarosos dados como la vida misma de un cuerpo desde el cuerpo que se inventa a sí mismo sin pensarse apartado drásticamente del todo mientras oscurece la piel del silencio que se autorefiere en nadas anónimas como la indiferencia de un hidrante en las afueras de un suburbio olvidado de Nueva Delhi, en una foto en sepias de 1923, en la que aparece ese mismo, ese mismo y exacto concepto borroso que nos hace renunciar a un rostro, una utilidad.
ESCRITURA Y TESITURA MUDAS Reviso un pentagrama de Eric Satie. Todo fluye en flujos de fluidez. Es premonición de trances que no eclosionarán jamás entre esas corcheas que anuncian su terquedad amarilla en plena quedidad silvestre: huellas de ávida saltapiñuela decacorde en medio de un enorme maizal en llamas, huyendo del huracán faloforme: los tonos que alteran la absurda improvisación simulada en sinuosa ondulación de eco de ánfora como antesala astral para el viaje hacia un jardín que es una morgue que es un convento que es un burdel... Lugar inubicable, aquí y ahora cerebrales, palpables a la manera en que nos dejamos raptar por los ambientes cándidamente terribles a lo Delvaux: pasteles y empastes atroces sobre el canvas. Del eco más incomposible de las urnas órficas se puede rescatar un ínfimo segundo en el que intuimos el juego de las correlaciones, esas que presuponen en delato el concepto mismo de pentagrama. Ocultamente, todo pentagrama asienta su aparente perpetuidad semiótica en la caracoleidad que genera imaginariamente el placer sonoro en su estado puro, en su silencio muerto de fosa escandalosa que, sugerida en escritura y tesitura mudas, sólo desde la trigonometría puede proyectarse. Invento no superado por el vinilo surcado en canal diamantino, ni las cintas magnetofónicas ni los tantos posteriores fracasos, el pentagrama es un nautilo que se cierra en sí mismo como una estilizada langosta inconcebiblemente minimalista. La música merece la pena, el ser humano no.
POSTAL PARA LEONOR Así como el adobe precario y su dulce deterioro conjugan juntos su mutua lenta eterna muerte, vos de mí te vas borrando a puro diario derrumbe.
ESTUDIO SOBRE TU PIEL CON GRAFITO Es probable que un solo cuerpo seamos, efímero e intenso, con interrupciones que se pausarán desde ahora antes de la siempre próxima caída, sin que haya vísceras en división de lo que este amor sin importancia nunca podrá y ya tu piel con su dulcete hedor a muerte me asfixie a gusto sin demoras y reconozca con mi boca un cierto rito, una iniciación reinventada, porque desde el goce voluptuoso pudimos decirnos a tiempo un día de tantos que cada uno padece algo por aparte, pero un algo indecible: esta intranquilidad que vidriosa cruje desde dentro nuestro y es mutua sed de incontrolable Nada compartida. Este desamor de la chingada, pues. RADIOGRAFÍA DE POETO CON BOINA VASCA Y CHANCLETAS Inopinadamente, entre el edulcorado festín de los monos cultos, el Macho Dominante precipita su silencio blanco. Él congrega, somete, cría fama... Como si se tratase del anodino Basho
–pero con diminutos epigramierdas sobre el ocaso, la cigarra, el vicio del glande, tantrismo– habla de los premios obtenidos en certámenes minifaldas: gruñe los dones de su voluntad de poder... Aquí es donde uno, no en vano, medita para sí, concluyendo que estos primates nunca sobrepasarán las liendres de entre las lindes de la nada. Lo que es peor: sí alcanzan ellos en su miserable sobrevida escribir apenas "el sinsabor" o “el vacío”, mas no saben cómo sugerirlo porque jamás lo padecieron.
PULSIÓN EN EL O LA PRIMATE La pulsión de la muerte se nos aparece como fuerza inherente de la sobrevivencia del primate humano en un mundo donde todo no tiene un sentido por sí, sino sólo sentido efímero para cada quien en términos de su imaginación individual. Es decir, se trata del impulso generalmente inconsciente por construir (inventar) una identidad continua que nunca será alcanzada como integridad que se posee. Una contradicción salta en el hipotálamo: la energía de la imaginación nos supone seres infinitos, mientras nuestro cuerpo se nos anuncia a diario como guiñapo mortal y pre-putrefacto. El cuerpo es constelación de la vacuidad que sólo puede ser exaltada por un lenguaje igualmente vacío: nombrar las cosas no es prueba de su existencia ni prueba de nada. Transcurre, así, la vida de los primates humanos, signada por la negación de una negación mayor: la pulsión de la muerte, el cero oscuro, el otro lado de un único lado.
DISPENSADOR MECÁNICO DE CORCHEAS Después de tercos esfuerzos e inútiles entusiasmos, mediante la prodigiosa colaboración de un exenemigo, adquirí por fin un dispensador mecánico de corcheas pluviales. Este aparato, olvidado por los almanaques y anales de la historia oficial de la imaginación, fue inventado a principios del siglo XX por Clément Ader. Jamás fue producido a escala industrial y, de hecho, hay quienes suponen que este dispensador no existió nunca. Similar a un parlante eléctrico diminuto, está recubierto por una delgada tela de estaño con incrustaciones de tecno-bronce y de él se desprenden cuatro extraños accesorios que son manipulables con facilidad. Ayer intenté usarlo por primera vez. Me trasladé con él y mi bicicleta al parque central. Ubiqué el dispensador en el centro del quiosco. No lo había yo siquiera activado, cuando empezó a expulsar corcheas por millares: aquello era un maravilloso vómito gaseoso y psicodélico de miles y miles de diminutas corcheas que disipaban sus bordes en asunto de instantes. Ya se sabe: la gente, al escuchar el color amarillo en sus tímpanos -experiencia nada cotidiana en estos días- empezó a aglutinarse progresivamente. Había allí más de trescientas personas. La escena colectiva era alucinante: definida a un mismo tiempo por obvias emociones infantiles y pánico en todas partes. Un grupo de policías abrió brecha entre la muchedumbre de pronto, preguntaban por mí y por el "raro" aparato. Sin darme cuenta, retiraron del quisco al dispensador y mi vieja
bicicleta desapareció para siempre. La gente se dispersó en minutos como termitas alteradas por el fuego... Hoy estoy sin bicicleta, estoy sin el puto dispensador… Cierro los párpados para imaginar esas malditas corcheas interminables, todas amarillentas y ninguna idéntica a las demás. Maravilloso recuerdo.
EL MORBO COTIDIANO Tu cuerpo como presencia de lo oscuro, su insinuación de vísceras dentro y su potencialidad de voluptuosidad para mi cuerpo. Mi cuerpo como ausencia perentoria, su nunca bien equilibrada perversión y su capacidad de asesinarte en cualquier momento. Te voy a asesinar, atragantándote con un pez amarillo que consiga robar en la fuente de algún parque. Después de todo, nos agita el morbo en cada golpeteo de carne, nos hace más primates, nos acerca más a lo mortal, nos propaga en orfandad animal y eso, justo entre vos y yo, es nuestra inaugurada parafilia.
SER DE SED O SONETO A CUESTAS No desierto, ni sol impenitente, sino memoria que de ti reanuda mi instinto inquieto, mi caletre en muda: necesidad de beber, sed latente. Más bien sed de ser, en tu piel yacente, tilde horizontal o substancia cruda. Soy un ser de sed que al soñar no duda, soy de mi esquizofrenia el remanente. Una aridez de lengua me sacude. ¿Pulso de muerte o de supervivencia? ¿Acaso tal pregunta nos alude? Tu ausencia es yeso vital, pena ingente, altar vacante y causa de demencia. No el desierto, ni el sol impenitente.
HOY, TUS LABIOS HOY recuerdo tus labios calidoscópicos: irónicos como gatos gemelos, alcoholizados, dopados, enfermos y pálidos a fuerza de floripondio, húmedos de leche por recomendación saumática, (Xela es profunda), labios besadores de mi nada, vivos como dunas de arena, cercanos, tuyos, púrpuras y elásticos...
PIE DE FOTO A veces revuelco mi asfixia en este hueco de rutas hexagonales donde cada personaje permanece en pie, cada uno encallado como un corcho resistiéndose al fatal hundimiento... En eso se perfila mi necedad de ver en estas fotos de Dora Maar algo más que una escalera de grises: el dorso y la nuca de Assia que cabecea dislocado de sí mismo por su propia sombra, su clítoris inmenso expuesto entre bruscas claustrosidades de silencio...
MARIACHI, APUNTE SOBRE UN CONTEXTO Managua se dice “Penefi” es lengua escaliche: una caja de azares en melcocha y gofio. En un estacionamiento de autobuses, de pronto, bien puede uno toparse con un ciego nervioso, rutilante de pura ansiedad canina, movido por el olfato lento y el oído vacilante, vestido a modo de mariachi jarocho y cargando el correspondiente acordeón escarchado: todo él, dentro de sí, un majestuoso monumento del kitsch mesoamericano, puesto allí –a la intemperie de la noche– en denuncia del pudor de lo cotidiano. Seamos razonables –le digo a él sin decirle y ya ni digo lo que no le digo, o me digo a mí mirándolo, sin que se percate de mí o de lo que me estoy diciendo. Un mariachi urbano no admite ósmosis con su espectador. Quien observa no es sino el contexto mismo de lo que observa (¿un gato de Leonor viéndose al espejo?). Se me ocurre entonces calcular que el estado de cosas se ha visto perturbado. Pero no, la estampa no me permite olvidar que cualquier drama del absurdo termina por ser una condición del sujeto expectante, más allá del ambiente o del extravagante ruego de ser razonables. ¡Hágase la oscuridad!
CONVULSIÓN DE SUELO El malestar de la vigilia me ha llevado a calcular francas estupideces, como ésta que me aturde ahora acerca de las probabilidades performativas –o susceptibilidades de ser performance– que pueda brindar un terremoto de escala provinciana. La argumentación teórica podría plantearse sobre el concepto de la deconstrucción visual de los elementos arquitectónicos de una ciudad, un pueblo. La obra podrá ser titulada Convulsión de suelo; título que –sé que insisto en algo evidente– será posterior al desastre telúrico. Pudiera ser que ayude rememorar que Carpentier, en Oficio de tinieblas, ha dado la mejor descripción que en la literatura se ha propuesto sobre un terremoto. La que sigue es una de las sentencias que el habanado parisino construye para destruir Santo Domingo: “las dos torres de la catedral se unieron en ángulo recto”. Once palabras que, enfiladas, ya son de suyo un siniestro llevado a su síntesis más encumbrada: se trata de una sola torre caediza. No dejemos de lado la cuestión de la escala provinciana: piénsese que un cataclismo capitalino será cubierto, a sus anchas y chanchas, por los mass media y, nones, lo que se quiere es llevar a categoría de alta costura visual un estruendo que poco se celebre en la boca del alboroto
noticiante; así, la sopa que iba a estropearse en la intimidad de la casa deviene proyecto promisorio, capaz de sacarle cierta sumita de billetes a alguna de estas bienales burguesas de la periferia. El arte puede ser más intrincado de lo que apenas solemos imaginar, y hasta más rentable.
EL BARTENDER O LAS LEYES DE ESTE MUNDO A Jorge y a Ixchel, por las altas horas compartidas “Cada hombre es un signo”. Thomas Carlyle
Más que en el malabar o en la súbita pirueta incólume, la lucidez está en el ojo sensor del Bartender. No la distracción convertida en ceremonia de artificio, no, sino el tacto alcanzando condición visual irremediable. El ojo que olfatea, toca, y es más ojo que sí mismo. Ojo anterior al ojo, ojo anterior a la imagen: insuperable lector de rostros y de rastros. Los licores, resueltos en aleación química o pócima de dominio, hacen de lo preciso la ley de quien observa y sirve. La barra –muro horizontal interminable– es el croquis del sigilo y la maniobra, pues el que ha entrado a la fonda o la taberna –la disco, digamos, o el bar, a secas– es apenas un signo, un código, una sigla para el descifrador de gentes.
DOULEUR NÉCESSAIRE, SIEMPRE. Pensar que dejaste Francia para siempre o lo que pueda significar siempre para un mono mortal. Pensar que te instalaste a gusto en esta barriada de mierda de Masaya, pero -claro que yes- con esa felicidad que sólo el resentimiento hacia la infancia puede proveerle a un ciudadano europeo honesto cuando corta de un tajo el cogollo umbilical que antes le otorgaba plena identidad urbanística de iluso peatón al recorrer las calles de una ciudad artificialmente limpia, limpia siempre.
Pero uno no deja las cosas sin al menos hilar una estrategia ciega para la búsqueda de lo otro: acaso buscás aquí esa vida chorreada a granel que la urbe no te tramitó nunca, acaso querés conocer los impulsos que vienen de la nunca sospechada clave generatriz que está sostenida en esos pequeños primores que se dejan venir con sabor a aventura o riesgo sosegado. Acaso, a la larga acaso muchas cosas, chele. Qué rollo en el que te has metido. Dejar lo seguro para campear en lo algarete. Quién apagará tu sed de coperacho balurde al final del túnel, cuando estés viejo, con los párpados sarrosos. Ya vamos a ver con los años, ya vamos a ver. Esas búsquedas te van borrando las manos, te cagan la vida. Las cosas que ya no sos te reclaman un olvido en ciernes pero definitivo, como un nervioso bisturí que se detiene frente a un glúteo hermoso dos segundos antes de cortarlo. Las cosas, claro. Tu madre aún guarda lo que ella supone que sos: una caña de pescar que recuerda el paseo en que perdiste el dedo meñique, tus medallas deportivas, un pesado abrigo cuadriculado en el que no cabías pero que usabas tratando de popularizar un estilo que nadie siguió ni siquiera en tu familia, una raqueta para esas tardes de tenis en el Club Sirenne, todos tus dientes de leche en un cofrecito de coco que tu tía trajo de aquellas vacaciones que pasó en Guinea Bissau cuando se enroló con un hombrón ñonblón que la sedujo hasta el tuétano hasta dejarla en la calle, un ajedrez incompleto hecho de madera de balsa de El Cairo, ocho pares de zapatos piel peluche que te encantaban... pantuflas durante el duro invierno, etcétera, un consolador de dos cabezas, un chingo de curiosidades de látex y tantas otras cosas que no sos y que dejaste desordenadas como un muerto deja su ropero. Ya se deja ver en tu cara un douleur nécessaire hacia eso que, sin ser el yo pretérito, te derrumba la estrategia, te cuestiona desde dentro, te hace llorarte.
UNIVERSO GRIS CON DOLOR MARIPOSA I En medio del hipotálamo, al centro de tu cerebro torbellinoso, están aún expuestas en ristra tus cuarenta lunas maniáticas, cuando la simpleza de lo fácil fue tu urgencia de sobrevida, cuando tu fiel flotador fue la inmensa piel en contacto con el dolor de aquella delicada mariposa sucumbiendo para siempre, oíme bien: ¡para siempre! Un vapor de candor que no regresará jamás, desapareció escabullido tras tanto infierno. Enfático. Suficiente. Virtual. Por eso adoro los adjetivos, le dan forma gramatical a los dioses, los elevan con poder. II La marginalidad de tus traperíos mendicantes, tu predilección por los rincones mágicos más incautos, tu inclinación hacia los pequeños altares de quincallas,
chinerías, conchas alotrópicas, nautilos tornasolados, japonerías del zen, elefantes magnánimos y bagatelas tibetanas de la Nueva Era, todo eso yace ya dormido en arrasamiento horizontal: el inconsolable llanto del Budha en la casa de Guanuca, tu baile insomne con Noelia, tu individuación perdida entre delirios y psicosis. Matagalpa siempre ha sido tu verdadera madre… Por eso te vestiste de queer mariposa, con alas desgajadas para sacudirte tu depresión mayor. Hay un sepulcro que guarda hoy todo paraíso, te reencontrás terrenal otra vez frente al espejo. Por fin metés las patas en el barro, tu pecho vuelve a ser marino y solitario y te resuena loco. Tu boca aprende a callar… A silabear la mudez. Este sigiloso grito contenido es réplica de espátulas en movimiento contra el canvas, la euforia agresiva a lo Guayasamín, la rabia que hace reventar la sombra del ciprés en muchos tucos. Mil trescientas iguanas se revuelcan en tu estómago, el revoloteo de tu dudosa divinidad es don resbaladizo, hijo de una orfandad boreal, magnetizada.
III La ácida esperanza nunca te alejará del balanceo establecido. Danza, su contorno hierático de acordes… Incómodo alazán de parábolas vacías, hay un eje subterráneo en que la genitalidad de mi cuerpo todo retorna para erigirse otra vez, pero recae tras sagrados márgenes de seducción, jugueteos de infancias idas graficables como fotos en pequeños fragmentos de botellas verdes quebradas que llegan en trozos colados a la costa de alguna laguna enferma. Beso de las narices recae atosigado, fúnebre. Los amantes aparecen impresos encima de un nácar sumergido en arenas: Sinuoso tocoleo de límites vitales infinitos. Es el renacer del garabato olvidado en la roca a la intemperie. Ahí viene el calor de lava en lava, de magma en magma floreciendo. Esta es la colada de sangre bullendo firme en su desierto. Este es el resurgimiento de Sísifo con su cansada espalda. Insuficiente. Acaso neural. Enfático. Por eso es que adoro los adjetivos perdidos y su memoria,
Le conceden dioses desequilibrados a las formas. INFILTRACIÓN PEYOTE CON HAIKAI INCLUIDO (DESILUSIÓN RACIONAL DEL ZEN). Conjuré un cactus triplicado, diseñé su mediodía. No hubo imágenes. A lo sumo, la sed que me finjo impune, casi líquida, áspera de murallas averbales: sobre el páramo, en ayuno perpetuo, las verdes púas. Giré el hueso tras la frente. La borrasca, el tragaluz enrojecido, parecían seres vibratorios. Fue implacable mi retorno.
LO MÁS ÍNFIMO Y LO MÁS GRANDE. LOS DIABLITOS. Todo ocurre detrás de esas máscaras: el oso -encadenado- es guiado por su domadora, ésa su almibarada y sádica ama gitana; tras ellos, aparecen los diablos y diablas con secas alas de murciélago en sus espaldas: uno es rojo como arteria que se entume, otra es verde como la marihuana y el otro, el más serio y gótico del grupo, es negro como la noche fría de un niño serbio que ha caído hoy en el profundo fondo de un hondo pozo. La danza es pausada pero nerviosa, lenta pero agitada; caminan sin olvidar la necesaria epilepsia de sus tendones todos, la cabeza desorbitada como tiovivo y, sin falta, esa terca gestualidad negadora a cada instante. Sus cuerpos dicen “no” o afirman la muerte. Avanzan y dan vueltas en círculo, he ahí un símbolo relevante... Hay además un tigre, un león y muchas -pero muchas- gitanas con guitarrilla en pecho y monedas de oro pendiendo de sus pañoletas. Los colores de sus ropas logran un franco degenere kitsch, pero pocas son las miradas expectantes que notan esas estultas sutilizas.
Se trata de un performance callejero y antiguo donde cierto olor a madera o a cosa guardada te sojuzga. ¿Qué esconden estos diablos y estas diablas? ¿Qué historias simulan desconocer estas gitanas tristes y resignadas? ¿Dónde quedó aparcado el carromato? ¿Qué grave nostalgia se acomoda oculta entre los ripios aún vivos de este baile anciano? La domadora y el oso se han ubicado en el centro: los latigazos se convierten en punto de atención del resto de personajes y apresurados peatones. Sin nadie sospecharlo, un rito húngaro renace entre nosotros y la brama de la muerte es celebrada.
VUELTA AL ORIGEN: REPLANTEAMIENTO DE PROPOSICIONES FORMALES QUE DAN SUSTENTO AL DEBATE TEÓRICO SOBRE EL CHIMBARONISMO COMO ACTITUD VITAL Dando tardía continuidad a ciertos planteamientos que ya hemos hecho antes en este blog sobre los asuntos que atañen al chimbaronismo y discusiones patafísicas relacionadas con él, intentaremos establecer una ruta secuencial para el análisis pormenorizado -o deconstrucción de elementos- de una base lógica que facilite la explicación somera de ciertas pautas propositivas por demás ociosas. 1. La fisicalización de lo chimbarónico Eclosiona un "paradigma": lo chimbarónico en talante de categoría del ser, identidad abierta en coyol hacia la proposición no protocolar que me discute Stephan Dedalus en su glosa discursometodista. El riesgo es grande: con facilidad puede caerse en la fisicalización del término o en asumir la categoría como fluidez identitaria hacia el mar de las chisteras de látex. Valorar desde afuera el fenómeno se vive como ventaja, pero los prejuicios cognitivos cabalgan en un brote brutal y sin fin, eso no significa demérito de o mérito hacia, más cerca está del débito con o del evito con. En fin. Lo chimbarónico es sólo en apariencia una categorización fija o un estado en solidificación teórica, por eso su saborcito a tautología fritanguera puede despertar retoños de confusa festividad, pero después del primer vapor de los guineos caemos en el despeñadero que implica la enunciación vacía de un solo golpe. ¡Prácata!, el guamazo. Articulamos a diario sin mucha lata palabras complejas como "contexto", "realidad", "pueblo", "coyuntura", "yo", "etcétera"... Ni cuenta nos damos que son palabras vaciadas de su primigenia boñiga semántica. Son redes del episteme que escapan a nosotros los monos. Así, hablar de lo chimbarónico nos puede tender trampas fenomenológicas que vayan haciéndonos concluir que más que ser una voluntad de creer, es una intención de no significar. Lo chimbarónico crece por sí como estructura vegetal indetenible, no puede ser objeto de fisicalización sin que haya equívocos balurdes. 2. Acerca de los chimbaronismos otros Cualquiera que sea el tipo de escrutinio con que nos acerquemos al tema, es necesario ir dejando en claro que el propio "proceso" (o prozedur, como lo gruñe la
Gestalt) de definición, categorización y análisis del chimbaronismo delata cierta multiplicidad radical. No nos asustamos frente a los argumentos universalizadores, no. Quienes libreteamos el brete de la magín-magika, auguramos el nacimiento de una nueva paradoja lógica. Definir al chimbaronismo implica reconocer la incomposibilidad de la definición o, lo que vendría a ser más pijudo, su forma lleva el signo de lo in-formado. No se comprobará jamás un sólo axioma chimbarónico porque precisamente lo chimbarónico escapa de la unificación reduccionista de paralelos consecutivos, pero sí atribuye al desquiciador las pistas de esa multiplicidad incomunicable y que alude o refiere la existencia conflictual de distintos chimbaronismos o variadas formas de vitalizar lo chimbarónico. "Quien generaliza es un idiota", dejó dicho Billy Blake y compartimos el arrebato cursi de su cita, pero no por ello pensamos que la física de quantos sea lo mejorcito que ha parido la humanidad después del reggae o el filete de ganso lionés con frijoles blancos. Se avanza en la formulación de una búsqueda conceptual que no aspira a ser ni generalizadora ni unificadora sino sólo aterrizadora de "procesos" que se asientan en proposiciones fácticas que no intentan negar la otredad del chimbarón o de la chimbarona otra. 3. El chimbaronismo como convención Más idiotas seríamos si no tocamos la llaga de esa zona oscura que yo llamo "el problema de lo básico". En palabras chapiollas, la idea es hacer regazón con el lenguaje, burlarse de toda la seriedad teórica del euromono blanco y seguidores periféricos. Aplicar rigores filosóficos a lo chimbarónico es un ejercicio patafísico en cuanto que excepcionalizamos un concepto y lo convertimos en equivalencia neutra sin aplicabilidad real. Entonces, llegamos al "problema de lo básico". Básicamente, pues, lo chimbarónico sólo puede existir en la mente de quien acepta la postulación de la categoría falsa y, además, que esa aceptación se haga por mera convención. Hasta ese momento es que lo chimbarónico abandona su cáscara de guanábana y acoge un look más pies-en-la-tierra, más tiendita-de-laesquina, más mortadela-con-mostaza, digamos por de pronto. 4. El chimbaronismo como método simbólico Obviamente, nunca vamos a encontrar ese instinto felino que buscamos dentro, es decir, las garras de una personalidad donde lo chimbarónico abarque y deje fluir entre los intersticios del cogollo identitario la verdadera postura chimbarónica. Más allá, lo chimbarónico permite semiotizar lo insemiotizable. Podemos atribuir a circunstancias concretas un elemento distorsionador de la realidad cotidiana que provenga de los hallazgos chimbarónicos y así potenciaremos su carga simbólica en el estado de cosas dado, acomodable carga y sin más limitación que el propio lenguaje. 5. Chimbaronismo como subciencia patafísica made in el traspatio mío Podemos empezar a acuñar lo chimbarónico como un método metalógico o herramental que da auxilio a la aplicabilidad de la patafísica en zonas del quinto mundo, o sea, da pie para empezar a otorgarle a nuestro contradictorio oxímoron un tinte desde la identidad de lo que se es (no en rollo folk, como vos pensás, ni la patanada del "color local", puff...) sino en el rollo de lo que nos interpela desde quienes somos y enmarcados en la refriega del día-a-día. No somos folkies por escuchar la cumbia chinandegana en plena fiesta cumpleañera de abuela por
morir, somos la cumbia chinandegana; tampoco nos hace folkies pedirle al pulpero que nos venda unas tortillitas y un limón, antes bien, somos esa tortillita y ese limón... Si Cesária Évora pensara así, nunca le hubiera entrado a la samba triste... Así que yo acusaría tu error de enfoque titulándolo como la tendencia del pudor por ser la cumbia, por ser la tortillita o el cacao con leche: la no aceptación del carpe diem pulperium. Por eso, afirmamos que el chimbaronismo es un tentáculo que amplía la ruta de la patafísica jarriana hacia el desturque que es uno. Eso por ahora... El felino para-amor aguárdanos...
CHIMBARONISMO Y NAVIDADES 1. Cuando el chimbarón siente en ciernes el acercamiento inminente del fin de año, una nostalgia de nada le invade su indiferencia de primate urbano. 2. Las navidades dentro del chimbaronismo son en todo caso una mancha gaseosa en la memoria de la etapa anal y apenas se vislumbra como un momento en que habrá más alcohol que el normal y bacanales gruesos. 3. El chimbarón promedio detesta la navidad, pero finalmente disfruta el buen pan, el buen vino, la buena comida, puesto que su base de pensamiento es hedónica. 4. El chimbarón asume a las navidades como expresiones simbólicas de un folclore judío que, por razones históricas, existe en estos países. 5. La navidad en sí no representa más para el chimbarón que un conjunto seriado de símbolos consumistas, quincallas y bagatelas que muy entre líneas aluden a la muerte y al poder que separa a ricos de pobres. 6. El chimbarón dinamiza su concepto de fin de año desde una perspectiva oblonga en la que -verbigracia- Santa Claus es alguien a quien, si te lo encontrás, podés empujarlo y hacerlo caer al suelo y fácilmente no ser alcanzado por el obeso armatoste rojo. 7. Esta la escribe quien está leyendo:
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POEMA GENERACIONAL Hay que asumirlo y ya estuvo, loco... Son los réditos irreversibles del alucín en que andás... No todo es cajeta, man. Una parte entrañable de las tres memorias cerebrales se te va de romplón en cada toque... Juístete, se acabó el nacatamal… Algunos, quiero decir, muchos recuerdos infantiles, Juveniles y adultos desaparecen para siempre, ni siquiera un Freud recién bañadito, con traje dominguero y revisited te los va a rescatar con el enorme anzuelo del psicoanálisis de grupa o flores de Bach. Se van, hermano, se van, algo de vos también no regresa nunca...
Imaginá... El calcetín navideño cargado de volcancitos de chocolate que te regaló tía Lu un día en que llovió sin pausas durante catorce horas, ahora está en tu mente como mera sensación anal que -a lo sumoalcanzará cierta vaga relevancia olfativa en vos durante el próximo verano, en el empalme que propicia la boca con el esófago, ese regusto de "olor a cosa nueva gringa" que tenía aquel calcetín regresará sin el referente "calcetín", ¿me entendés?. Tu perro, el Yaqui, lo destrozó. Algo te hará unir los años ochenta con ese desobjetuado “olor a nuevo”, una imagen borrosa se te viene sobre las retinas fundidas: tía Lu (¿esa noche del 89?) vestida de verde, monumento ella sola del kitsch más sensual del mundo... Pero vos vas a estar sin agarrar en qué se vincula cada cosa con cada cosa, acaso era Navidad, había encomiendas enteipadas en la sala con respectivos rótulos de destinatarios dichosos, acaso para esa época tu casa se caía en trozos por falta de mantenimiento, tal vez sólo vos y la tía podrán recordar juntos ese tema, pero pronto se te borrará incluso el color verde del vestido y el vestido y la propia voz delicada de la tía Lu mirándote deseosa de jugar con vos el juego de las insinuaciones. De la humedad de esa noche o del mero calcetín ya nada habrá en tu mente, ni siquiera un entorno reconocible, menos alguna desperdigada neurona redentora... Ya muy lejos, distantes para vos, los estertores pélvicos ante la imagen de las caderas de tía Lu y ella allí... Sólo vos y la tía podrán recordar si hubo roce, tocamiento discreto, abuso, excitación, ¿qué pasó esa noche?, hermanito, ¿qué mierda pasó esa noche?... Hoy te gustaría gastarte una paja con esas imágenes, pero no vas a poder porque nada de eso es ya recuerdo en la jupa... Sólo te queda anticiparte a la cruel amnesia del monte, comprarte una pizarra a como hizo Álvaro, el papá de Ives, o una libreta a como hago yo a veces… Tenés que garabatear tus memorias, desentrañar al suave esas cosas que se te van borrando, contactar gente de tu pasado a tiempo, el “mejor” amigo del colegio, la vecinita putona, el pulpero arrogante, ¡qué se yo!… Tenés que reconstruirte un rostro, fumar, pero también reunir las piezas del imposible, inventarte un espejo más evidente, ¡controlar el guión de tu puta vida!
COMPROBACIÓN DEL ENUNCIADO VACÍO Tomemos tres palabras con desinterés aleatorio, por ejemplo: nenúfar, circuito y chancro. Asumamos el peso fonético que poseen por sí mismas en nuestros tímpanos, repitámoslas: nenúfar, circuito, chancro. Olvidemos por ahora sus significados y empecemos la operación plurisemiótica del enunciado vacío. Ubiquemos las posibles transformaciones que propicien por sí mismas en una descripción literaria general para que las nuevas formas y los nuevos sentidos se auto-engendren como amebas verbales. Veamos pues lo que resulta: Deseo circuitar el diminuto canchirto de tus crófares con estas necas que sólo saben nucuchanear tu enorme anefra con furiosa lentitud. Tus redondos cuitros, fartíricos ya de tanta echantación, alimentan mis hambrientos cuerpos. ¿Crofarás ahora sobre mi nucro como cualquier rafune fricato? Hoy quiero oler todas las nechanes posibles y arrancar los orcenales de tu sien. No quiero más cuidadela que la tuya en este mundo: insoslayable y mil veces facuo. Te entrego al fin mis necres abiertos como pétalos orcenados y mis últimos nérmulos para que nachten contra tus nafras libres y húmedos chancires. Bueno. Después de ese envión de nafras mentales sin sentido y nenúfares volteados como calcetines vegetales, regresamos al ámbito de lo racional. Tenemos que, al final, el ejercicio (que se anunciaba "literario" en nuestra inútil introducción) nos arroja claves sobre dos asuntos dignos de notar: en primera instancia, todo lenguaje vacío colinda necesariamente con lo libidinal o, al menos, con lo erótico. En una segunda instancia, queda claro que –lingüísticamente– no hay posibilidad de supervivencia para el erotismo sin la presencia de adjetivos posesivos; en ese sentido, lo pornográfico –al no requerir de lo posesivo– ejerce la suerte de una función sublimizadora del lenguaje sobre el cuerpo, es decir, colectiviza al cuerpo: hace desaparecer de una vez por todas el impulso posesivo y se funda con ello el gran cuerpo de nadie que somos todos: el grado ciego de la escritura o, precisamente, el enunciado vacío, perennemente abierto a resignificarse.
EPILOGO Tomarse en serio la literatura es de ineptos Quien busque en este poemario alguna respuesta, alguna pregunta, algún vislumbrar de la nada trascendental; más allá de una compleja provocación grandilocuente, estará no solamente ahogándose en una tacita de té, sino además orinando fuera del guacal. Con esto no quiero decir que uno como lector, no pueda reaccionar ante el poemario, más bien lo que digo es que estas reacciones se pueden bifurcar en lo que creo yo, fueron las que yo personalmente tuve. Por un lado, se ve una clara intención postmodernista, inspirada en Eluard, Breton, los surrealistas y el Dadá. “La poesía en este lugar/es el marasmo de las palabras para escabullirnos del mundo”, sentencia Ezequiel en Taberna Dadá. Y luego vendrán los poemas dolorosos, poemas nihilistas, que ven a la humanidad como un género cuatrero y asesino, una raza de mierda, una Historia vacía, una Historia que podría ser un río de agua estancada. Sin embargo, habría que aclarar: no hay nihilismo sin sentido del humor cínico. En otro meopo, Epistemología de la sandía, lo académico y lo escaliche se mezclan tal solución perfecta. A ratos se asoma una seudomonografía académica, a ratos se cola el dicharachero y el hablador docto en malespín. Es decir, una intrincada “moronguización holística” poniéndolo en palabras del poeta. Este “primate motivado a escribir” además tomará rasgos de la filosofía oriental, “la aceptación del vació, ku, la nadeidad”, la nadeidad de la nada, y su imposible negación. Recordemos que este libro fue escrito en un principio como entradas de blog, el contenido no se vio afectado, por ejemplo: en el propio texto se insta al lector a escribir en la sección de comentarios. Uno de mis favoritos fue sin lugar a dudas El chinamo efímero, posee varias imágenes memorables y esos versos que no se olvidan (ya sea por su prosodia o por el sentimiento que despiertan), son lo único que valen en la obra de un poeta. Ya se ha dicho que sólo un verso memorable vale más que toda una obra. Exempli gratia jamás olvidaré que “Nunca ninguna vulva se conoce por entero/Nunca hay un hasta aquí en el mequetreo libidinal”. Y que sencillamente “Esto no tiene solución, Bakunin, hija mía”. De ahí que podemos decir (con mucho atrevimiento, además), La esfera no es sólo una economía libidinal, sino una antropología libidinal. Caricatura tanto del postmodernismo, de lo académico, lo teórico, de lo intelectual, transgresión de la transgresión, así como caricatura del regionalismo, de lo popular, de lo vulgar y mundano. De 1923, otro guión, simplemente diré que está muy bien logrado, alcanza esa belleza prosódica tan difícil de encontrar hoy en día en los jóvenes poetas. Es un conjuro acechante, un anatema que se debe repetir en la oscuridad mientras se escucha a los perrozompopos y su tac, tac, tac como marcando el compás. Luego en Escritura y tesitura mudas encontramos una máxima sumamente pesimista: “la música vale la pena, el ser humano no”… Que vendría a reforzar la ligera misantropía que se asoma en algunos de estos versos. Yo he escrito algunos poemas a manera de insulto, por esta razón me identifico bastante con Radiografía de poeto con boina vasca y chancletas. Del mismo no es necesario decir mucho más que señalar lo siguiente: “El macho
dominante, como si se tratase del anodino Basho, /pero en vez de Haikus, epigramierdas”. Está más que claro quién es el aludido y tal vez la única acotación es que igual dirigiese yo mis poemas-homenaje-insulto al mismo poeto. La diferencia es que yo le comparé con Whitman y, de paso, me disculpo por ello, aunque por la poesía nunca hay que pedir disculpas... Dispensador mécanico de corcheas es casi un cuentecillo patafísico en el que se describe un aparato imposible. En Ser de sed o soneto a cuestas Ezequiel nos da a entender que además cultiva las formas poéticas tradicionales como el soneto y que queda claro que no cualquiera escribe un soneto, mucho menos uno bueno. Luego tenemos Vuelta al origen: Replanteamiento de proposiciones formales que dan sustento al debate teórico sobre el chimbaronismo como actitud vital. Que es una suerte de mini-manifiesto sobre el chimbaronismo, aquí hay ciertamente una oscuridad deliberada al escribir, muy atrayente, el chimbaronismo como concepto existe en tanto se acepte esta categoría falsa y vacua como real, más aún si existe una convención de sujetos que entonces, se dijesen “los chimbaronistas”, hay que ver que el autor no busca crear adeptos, sino que es otro ejercicio patafísico. Aquí es necesario decir algo sumamente agradable de este ejercicio: que el autor no se toma muy en serio ni a él mismo, ni a la literatura, que es precisamente como debe ser un buen poeta. Tomarse en serio la literatura es de ineptos u obsesivos compulsivos. Managua, 2015. Camilo Membreño Sevilla