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LA PRENSA SĂ BADO 20 DE DICIEMBRE DE 2014
Publicacion = La Prensa Pagina = 3 Color = Impreso Por = reyperez Fecha = 12/12/2014 Hora = 05:24:50 p.m.
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LA PRENSA SÁBADO 20 DE DICIEMBRE DE 2014
COMANDANCIA. El general Rubén Darío Paredes y el coronel Manuel Antonio Noriega pasan revista a las tropas. En 1983, en su último acto como comandante LA PRENSA/Archivo de la Guardia Nacional, Paredes entregó el mando a Noriega.
1989: final y ruptura RODRIGO NORIEGA
rodrigo.noriega@prensa.com
5 años más tarde, y con una mezcla de la inmediación de haber vivido los eventos que llevaron a la invasión, y simultáneamente, el mantener una distancia apropiada para elaborar un borrador de reflexión histórica, la pregunta fundamental sigue siendo ¿por qué sucedió la invasión? La respuesta básica es que el entonces general Manuel Antonio Noriega y sus seguidores provocaron la invasión por sus torpes acciones represivas en contra de la oposición, conformada por una coalición de empresarios, profesionales, ejecutivos y líderes de los partidos políticos que adversaban a los militares, sus masivas violaciones a los derechos humanos, el haber cancelado las elecciones de mayo de 1989, y la amenaza a la vida de los estadounidenses residentes en Panamá. Esto parece proveer una primera respuesta tentativa del cúmulo de hechos que terminarían provocando que Estados Unidos llevara a cabo la invasión. Debe entenderse que tanto norieguistas como civilistas provocaron la invasión, la cual también cumplió objetivos locales, regionales y mundiales que Estados Unidos quería alcanzar.
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■ La invasión acabó con la dictadura militar de Manuel Antonio Noriega y terminó con el modelo social de Omar Torrijos.
El capítulo final de la dictadura militar nacida el 11 de octubre de 1968 empezó el 25 de febrero de 1988, cuando el presidente Eric Arturo Delvalle intentó destituir a Noriega, y lo que logró fue su propia destitución y de paso la del vicepresidente Roderick Esquivel. En su lugar sería nombrado como “ministro encargado de la Presidencia” el ex líder opositor y fundador del Molirena Manuel Solís Palma, a quien le tocó la responsabilidad de ser el civil que llevara las riendas del Gobierno hasta que finalizara el período constitucional, el 31 de agosto de 1989. A partir de las sanciones económicas impuestas por el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, en fe-
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LAS LECCIONES HISTÓRICAS PARA LOS PANAMEÑOS DEBEN SER CLARAS Y, ADEMÁS, SE DEBE ENSEÑAR ESTE TEMA EN TODOS LOS COLEGIOS.
EJECUTIVO. Roderick Esquivel, segundo vicepresidente; Nicolás Ardito Barletta, presidente, y Eric Arturo Del Valle, primer vicepresidente en 1984. LA PRENSA/Archivo
brero de 1988, como respuesta al derrocamiento del presidente Delvalle, la economía panameña empezó un largo colapso que prácticamente reduciría el producto interno bruto a la mitad, causaría el cierre de cientos de empresas y negocios, provocando el despido de decenas de miles de panameños, que sumado a la escasez de alimentos y a la proliferación de largas filas en supermercados y tiendas de abarrotes empezó a caracterizar una economía contraída y debilitada. La situación de la economía obligó a una migración de miles de panameños a Canadá, Estados Unidos, Costa Rica, España; incluso a paí-
ses árabes y otros más que recibieron el talento y la mano de obra panameña. Paralelamente, los profesionales, y empresarios, obreros y campesinos que se quedaron en Panamá se reconvirtieron a cualquier actividad que pudiera producir algún ingreso, desde vendedores de frutas y vegetales hasta vendedores ambulantes de comidas. Oros, con algún patrimonio económico, lo terminaron vendiendo todo a cambio de cantidades irrisorias de dinero. Mientras que los que eran funcionarios debían sufrir pagos descontados con pagarés y la participación obligatoria en marchas y concentraciones progubernamentales.
Una cantidad importante de escuelas privadas vieron sus matrículas caer, mientras que otras procedieron a expulsar estudiantes por el no pago de las mensualidades en sus colegios, aunque existió un grupo excepcional de centros educativos que evitaron solidariamente afectar a sus estudiantes con el tema de la pérdida de capacidad de pago. Con el desempleo en niveles nunca antes conocidos, Panamá se abocó a la que parecía la elección presidencial del siglo: Guillermo Endara, de la ADO-Civilista, conformada por los partidos: Liberal Auténtico, Demócrata Cristiano y el Molirena, contra Carlos Duque Jaén, de la alianza gubernamental Colina, integrado por ocho grupos, liderados por el PRD, Pala y el Partido Republicano, entre otros . La elección fue ganada abrumadoramente por Endara y sus dos vicepresidentes, Ricardo Arias Calderón y Guillermo Ford. La respuesta del gobierno fue desatar una represión brutal y generalizada, que terminaría con la muerte de varios activistas opositores e, incluso, la del guardaespaldas de Guillermo Billy Ford, cuya foto con su cara y camisa ensangrentadas en el parque de Santa Ana le dio la vuelta al mundo y fue la portada de la revista Newsweek en Estados Unidos.
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COLINA. En 1989 el oficialismo postuló la terna integrada por Ramón Sieiro, Carlos Duque Jaén y Aquilino Boyd. LA PRENSA/Archivo
TERRORISMO DE ESTADO. Como parte de los ataques contra la población el régimen incendió, en 1987, la Mansión Danté en calle 50, hoy almacén Daka. LA PRENSA/Archivo
Unos días más tarde el Tribunal Electoral canceló las elecciones y desconoció los resultados. Esta situación, sin precedentes, le creó al gobierno militar un problema de legitimidad, por una parte, y por la otra, de gobernabilidad, ya que no había ningún tipo de estructura jurídica en la Constitución panameña para gobernar al país posterior al término del 31 de agosto de 1989. Es decir, a partir del 1 de septiembre la dictadura operaría improvisando sus propias reglas. En junio de 1989, el gobierno escogió a Tomás Gabriel Altamirano Duque como la persona que a partir del 1 de enero de 1990 administraría el Canal de Panamá. Esto a pesar de que Fernando Manfredo, quien era el subadministrador en ese momento, y que había sido designado originalmente con el propósito de que fuera el primer panameño que administrara el Canal, fue totalmente descartado por los militares para ocupar el puesto. La inexistencia de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Panamá hacía prácticamente imposible que el Congreso de Estados Unidos ratificara a Altamirano Duque para este cargo, lo que obligaría a que Estados Unidos violara flagrantemente los tratados Torrijos-Carter. En el período que comprende del 1 de septiembre al 19 de diciembre de 1989, institucionalmente la gestión pública se fue degradando y minimizando, en particular después del golpe fallido del 3 de octubre de ese año, luego del cual Noriega rompió la cadena de mando dentro de las Fuerzas de Defensa de Panamá, lo que produjo una situación en la que los capitanes podían mandar más que los coroneles. Se revivió una Asamblea Nacional de Representantes de Corregimientos sin legi-
timidad alguna, y para colmo se designó al general Noriega, el 15 de diciembre, como jefe de Gobierno “con poderes extraordinarios”. El 16 de diciembre, en horas de la noche, un teniente estadounidense de nombre Robert Paz muere como consecuencia de los disparos recibidos al desatender un retén de las Fuerzas de Defensa en El Chorrillo. La muerte de Paz se convierte en el último evento que usa Estados Unidos como motivo para la invasión a Panamá. El presidente George Bush (padre) invoca cuatro razones para realizar la invasión de Panamá, que fueron: 1. Proteger la vida de los ciudadanos estadounidenses que residían en Panamá. 2. Defender la democracia y los derechos humanos en Panamá. 3. Detener a Noriega para combatir el tráfico de drogas. 4. Defender el tratado Torrijos-Carter sobre el Canal. Con este discurso público, Estados Unidos emprendió la mayor operación militar en América Latina, y la más grande acción militar desde el final de la guerra de Vietnam. La invasión dejó como resultado 23 muertos estadounidenses claramente identificados, y un número indeterminado de muertos, heridos y desaparecidos panameños anónimos en su mayoría. El 3 de enero de 1990 Noriega salió de la Nunciatura Apostólica o Embajada del Vaticano en Panamá y se entregó a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y a la Administración Antidrogas (DEA). RAZONES DE LA INVASIÓN
Aunque el presidente Bush fue sumamente claro al enunciar el porqué Estados Unidos invadía a Panamá, existe otro nivel de análisis que nos compromete a debatir la invasión. Objetivamente existían blancos militares para Estados Unidos
ADO CIVILISTA. La oposición postuló a Guillermo Ford, LA PRENSA Guillermo Endara y Ricardo Arias Calderón.
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ESTADOS UNIDOS PROBÓ EN PANAMÁ ARMAMENTO Y TECNOLOGÍA EXPERIMENTAL, Y LO MÁS IMPORTANTE FUE QUE ROMPIÓ EL TABÚ DE LAS INTERVENCIONES MILITARES EXTRANJERAS QUE EXISTÍA DESDE 1975 CON LA GUERRA DE VIETNAM. mucho más apetitosos que Panamá. También había personajes más repulsivos que Noriega que, aunque había sido un dictador nefasto para Panamá, no era lo peor que existía en la geopolítica internacional. Sobre este tema circulé un cuestionario a un grupo de intelectuales, historiadores y testigos de alto perfil de los eventos de 1989, pero por distintos motivos la gran mayoría prefirió no hablar de la invasión. De los que sí lo hicieron, compartimos aquí sus observaciones. Para el antropólogo Francisco Herrera, las razones verdaderas de la invasión iban más allá de lo esbozado por Estados Unidos, ya que al exgeneral Noriega “pudieron haberlo asesinado en cualquier momento, o detenido o secuestrado”. Sin em-
bargo, una acción militar de tal magnitud cumplía, según Herrera, la ratificación de un principio de autoridad sobre el llamado “patio trasero” de Estados Unidos y restablecía la imagen de las fuerzas armadas de ese país, después del desastre de la guerra de Vietnam. Por su parte, el abogado Jorge Giannareas afirma que la invasión ocurrió porque “los militares [panameños] se apartaron del proyecto político acorde con la hegemonía de Estados Unidos. La invasión fue un ataque militar para destruir los restos del Estado panameño que habían quedado tras el dominio militar”. La antropóloga Ana Elena Porras explica que la invasión se dio “porque el general Noriega se tornó en un líder y socio incómodo de Estados Unidos, que comprometía los intereses del imperio en el Canal de Panamá”. Porras expone que también se utilizó la invasión “como laboratorio de armas de última generación, por parte del Pentágono”. En julio de 1981, luego de la muerte del general Omar Torrijos Herrera, se termina con el repliegue político que Torrijos había impuesto sobre la Guardia Nacional. Se establece un plan de sucesión que involucraba a Rubén Darío Paredes, Manuel Antonio Noriega y Roberto Díaz Herrera. La puesta en marcha de este plan trajo como primera consecuencia que se enviara al retiro a Florencio Flores y a Armando Bellido, lo que dejó en evidencia que los militares panameños no iban a entregar el poder a los civiles
tan fácilmente, como se podía permitir por medio de elecciones limpias y transparentes. Es decir, que el final de la dictadura militar iba a requerir de acciones extraordinarias por parte de la población, o quizás una intervención militar extranjera como fue lo que efectivamente ocurrió. Según Herrera, en 1968 la Guardia Nacional “fue compelida a tomar el poder para resolver un impasse con respecto al estamento político, que hizo difícil la solución del tratado del Canal de Panamá. “A Estados Unidos le interesaba, en los años 60, resolver el problema del Canal sin que se generaran nuevos conflictos con Panamá. Es así que Herrera afirma que “un gobierno fuerte sería la solución y el golpe [de 1968] una respuesta rápida a mantener una confrontación abierta”. El entorno geopolítico de 1989 definió en gran parte la reacción de Estados Unidos debido a que ese año, entre otros eventos, la China comunista había realizado la peor masacre de civiles que protestaron contra el régimen existente y que fueron reprimidos salvajemente a raíz de los incidentes de la plaza de Tiananmen, mientras que la Unión Soviética se fue despedazando hasta que el muro de Berlín cayó el 9 de noviembre, reunificando de hecho las dos Alemanias. El desorden y el caos en el mundo parecían ser el resultado lógico de las transiciones políticas, económicas y tecnológicas que se vivían en todas partes del planeta. Frente a este desorden emergente, la invasión de Panamá fue planeada y ejecutada aproximadamente en cuestión de un mes. Y servía como mensaje claro a todos los actores de la comunidad internacional: Estados Unidos se encargaría de imponer “orden” en el mundo y de procurar la “paz” entre y dentro de las naciones. Apenas 13 meses después de la invasión de Panamá, Estados Unidos invadiría Irak por primera vez. En su análisis, Ana Elena Porras hace hincapié en que los panameños debemos entender que “la democracia es perfectible y podemos perderla si continuamos creando desigualdad, exclusión y destrucción ambiental”. Finalmente, Jorge Giannareas recuerda que “las actuales generaciones de panameños tienen graves problemas para entender su historia, porque la generación que no supo, o no pudo, resolver sus problemas para prevenir la invasión, aún está viva y en el poder”.
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CONTROL. Durante días, la zona de Panamá Viejo fue controlada por el Ejército estadounidense, que impuso varios retenes en distintos puntos. Según los LA PRENSA/ARCHIVO vecinos, salir del barrio era imposible.
Panamá Viejo todavía recuerda a sus muertos LUIS BURÓN-BARAHONA lburon@prensa.com
a muerte llegó en paracaídas. Vestía uniforme de camuflaje y hablaba en inglés. Se esparció esa noche a través de escuadrones estadounidenses listos para una fumigación. Primero ardió El Chorrillo. Las llamas ya cumplían su misión, cuando otra batería guerrera de las fuerzas invasoras de Estados Unidos (EU) cayó sobre la playa de Panamá Viejo. Querían tomar el control de un emplazamiento clave de las Fuerzas de Defensa: su estratégico cuartel ubicado junto a las ruinas antiguas. En la madrugada del miércoles 20 de diciembre de 1989, el Ejército estadounidense tenía el objetivo de ametrallar y bombardear ese cuartel. La tarea debía tomar unos minutos hasta dominar cualquier resistencia. Entonces los soldados se lanzaron desde helicópteros a la playa, para después desplegarse. Fallaron en todos sus cálculos. Los efectivos estadounidenses quedaron atascados por horas en la espesa lama costera. No contaban con la inocencia panameviejera: con los primeros rayos del sol, algunos chicos del
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■ Muchachos del barrio rescataron a los soldados atascados en la lama. Horas después, los militares invasores les devolverían el favor con la muerte.
barrio los ayudaron a salir del fango. Y no midieron las posibilidades de los Batallones de la Dignidad, que los esperaban. La claridad del día les permitió a los combatientes apuntar mejor sus armas. Dispararon y el fuego cruzado encendió a su majestad la muerte. EL PUÑO DE AMALIA
José Valerín tiene 59 años y vive en Panamá Viejo desde los 11. La invasión, sin embargo, lo sorprendió en casa de su novia en El Chorrillo. Cerca de la medianoche escuchó el estruendo de las bombas. Salió en pantalón corto y con una toalla en el pecho a ver qué pasaba. “Habían muchos sacos de arena sobre la calle, y atrás apenas si se veía la curva de los cascos. Uno me dijo: ‘¡panameño, go!’. Cuando regreso a casa, venían batalloneros con fusiles. Me ofrecieron uno para pelear, pero les dije que no sabía de eso. Subí al apartamento. Cuando cerré la puerta escuché que los gringos les daban bala, me asomé y vi mucho muerto, hermano. A la mañana siguiente, ya no había nada, ni la sangre en la calle”. La pareja bajó y vio un es-
cenario dantesco. “Salí a la vía principal (avenida de los Mártires) y vi decenas de cuerpos apilados a lo largo de la carretera”. Valerín y su novia regresaron a pie a Panamá Viejo. Tardaron tres horas. Mientras Valerín intentaba volver a su casa, en la costa de Panamá Viejo los muchachos recogían tablas, sogas, escaleras y cualquier cosa para ayudar a sacar a los soldados de la lama. El que no colaboraba, al menos miraba. Casi todos los vecinos salieron de sus casas. Una de esas vecinas era
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DURANTE VARIOS DÍAS EL SILENCIO REINÓ EN EL BARRIO. ALGUNOS SALÍAN A VER QUÉ PODÍAN SAQUEAR, PERO LA MAYORÍA PREFERÍA ESPERAR CON VIDA LA NAVIDAD.
Amalia Mitre, de veintipocos años de edad. Observaba el rescate de los soldados desde el quiosco Justina, muy cerca de la playa, cuando escuchó el intercambio de balas entre batalloneros e invasores. No tuvo tiempo para reaccionar y de pronto sintió que se le quemaba el muslo derecho. Prefiere no hablar de esa mañana. No le gusta, dice. Igual no recuerda mucho porque perdió el conocimiento tras sufrir el impacto del proyectil estadounidense. Su madre, que se llama como ella, sí se acuerda. Así lo cuenta: “Tuve que rogarles a los de las tanquetas que me ayudaran a llevar a mi hija al hospital. Llegamos al Santo Tomás a las 9:00 a.m. Mi hija llegó con 1 g. de hemoglobina. No había camas ni sangre. Yo le tuve que donar sangre de vena a vena a mi hija. Vi muchos muertos, muchas cosas. Cómo sacaban a los que estaban escondidos, los que se ponían las ropas de los muertos para disfrazarse. Una muchacha que intentaba robar en Ana de la Americana y se cortó las dos manos cuando se resbaló y cayó sobre un vidrio. Yo estaba
pendiente de mi hija y su herida, que estaba muy fea. Me cabía el puño entero”. Madre e hija permanecieron en el hospital poco más de dos meses, hasta que le dieron de alta. Luego vinieron las terapias caseras y el dolor. Dos años después de utilizar un yeso desde la cintura hasta las rodillas, por fin Amalia pudo caminar. Su madre fue a la Embajada de Estados Unidos a pedir una compensación, pero le dijeron que debía poner un abogado y pelear el caso en ese país. “Lo único que me dieron fue una bandera gringa, que ya hasta se me perdió”. CARPINTERÍA FÚNEBRE
Valerín regresó a su casa poco antes del mediodía. Vivía en calle segunda, en la primera hilera de casas frente a la playa. Así que presenció con relativa tranquilidad cómo sacaban de la lama al último de los soldados invasores. A la 1:00 p.m. volvió el caos. “Unos batalloneros consiguieron un auto BMW y arrancaron desde la mitad de calle segunda hacia la playa. Iban a darse bala con los gringos. Cuando el carro ya estaba llegando, los gringos
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REFUGIO. El cuartel de las Fuerzas de Defensa en Panamá Viejo estaba a un costado de la torre histórica. Era un edificio largo de dos pisos. Su principal LA PRENSA/Archivo atracción era una caballeriza en la pradera posterior. Habían ejemplares de servicio, y otros que pertenecían a los grandes jefes militares.
“
TUVE QUE ROGARLES A LOS DE LAS TANQUETAS QUE ME AYUDARAN A LLEVAR A MI HIJA AL HOSPITAL. LLEGAMOS AL SANTO TOMÁS A LAS 9:00 A.M. MI HIJA LLEGÓ CON 1 G. DE HEMOGLOBINA. NO HABÍA CAMAS NI SANGRE”. salieron de atrás de un murito y les dieron bala, hermano. El carro cayó en la zanja al lado de la casa de la señora Lola, cerquita de mi casa. Desde mi ventana podía ver los pedazos de cerebro en el auto. Luego llegó una ambulancia y se los llevó a todos; uno estaba vivo, pero murió en el trayecto. No pasó ni una hora de eso cuando desbarataron ese carro: le cayó un montón de gente y se llevaron vidrios, llantas, puertas, asientos. Solo dejaron el cascarón. Después de eso, nadie más salió”. Cuando cayó el sol, los soldados estadounidenses ya habían neutralizado el área. Sus retenes controlaban quién entraba y quién salía. El cuartel de Panamá Viejo había sido conquistado. Se trataba de un edificio largo, de dos pisos. Su parte trasera daba hacia los manglares y al Pacífico. La puerta delantera estaba muy cerca de la torre de la catedral de la
“ TRANQUILIDAD. En el barrio, la mayoría de los habitantes se mantuvo serena ante la invasión de tropas extranjeras. Preferían llegar vivos a Navidad. LA PRENSA/Archivo
ciudad antigua, la de las postales. Detrás de la torre, casi llegando a Río Abajo, los militares panameños habían montado una caballeriza con ejemplares para la faena y otros, más finos, de los jefes. Días después de la invasión, el cuartel aún desprendía olor a carne quemada de soldados y equinos. En calle quinta, José Álvarez apenas si escuchó las ráfagas disparadas por los estadounidenses. Desde el comienzo de la invasión prefirió anestesiar su curiosidad y se mantuvo en casa con su familia. A sus 42 años, Elly de Archibold, una de sus hijas, recuerda con claridad aquella escena. “Estábamos en la sala cuando escuchamos el bombardeo. Era un ruido impresionante, profundo. Nos tiramos al piso”, dice. Durante varios días el silencio caracterizó a Panamá Viejo. Algunos salían a ver qué podían saquear, pero la mayoría prefería esperar con vida la Navidad. “Estuvimos
como cinco días sin salir. Mi papá siempre se abastecía de alimentos en quincena, así que no hubo necesidad de ir a buscar comida”. La entrada y salida de Panamá Viejo era una odisea que solo podían cumplir los más astutos. Había retenes cerca de Puente del Rey, al lado de la estatua Morelos, y en el cruce con Santa Elena. Tampoco pasaban los buses. Durante el día y la noche se veía a los militares de Estados Unidos entre las calles estrechas. De vez en cuando, un auto a toda marcha huía de la metralla. Era un control total de parte de los estadounidenses, una especie de extensión de la antigua Zona del Canal. Una de esas noches, un grupo de vecinos se reunió en los estacionamientos del minisuper Rambo, en la vía principal del barrio. Después de un rato, desde un helicóptero les ordenaron dispersar esa concentración. Algunos no hicieron caso y protestaron por la falta de comida. Les contestaron con
disparos. En la huida, uno de ellos dejó una de sus chancletas que recogió horas después. Desde aquel día lo apodaron Chancletín. “Todo parecía irreal”, expresa Elly de Archibold. Con la muerte de su padre, años después del episodio de los valientes del fango, se mudó de Panamá Viejo a Campo Lindbergh. Regresa a diario al barrio en el que creció y donde dirige un pequeño kínder en calle tercera. “Mi papá sabía de carpintería. Recuerdo cómo en un solo día fabricó tres ataúdes en el portal de la casa. Eran para tres vecinos. Uno de ellos era muy allegado a nosotros. Era nuestra mejor vecina. A su hijo lo mataron con una bazuca o algo por el estilo, no sé, solo la recuerdo a ella llorando y a su hijo con un hoyo en el pecho”. LOS HÉROES TAMBIÉN SAQUEAN
Los muchachos que ayudaron a los soldados a salir
ESTÁBAMOS EN LA SALA CUANDO ESCUCHAMOS EL BOMBARDEO. ERA UN RUIDO IMPRESIONANTE, MUY PROFUNDO. NOS TIRAMOS AL PISO Y ESTUVIMOS COMO CINCO DÍAS SIN SALIR DE LA CASA... TODO NOS PARECÍA IRREAL”. de la lama se refugiaron en sus casas. Ya en la tarde, con la tranquilidad impuesta por los invasores, la inquietud se apoderó de varios de ellos. Decidieron participar en los saqueos que empezaron a ocurrir en la ciudad. “Eran ‘pelaos’ de 15 y 16 años. El menor del grupo ese que rescató a los gringos y después saqueó, tenía como 11 años”, evoca Valerín. Se fueron en un auto a la ciudad, a ver qué conseguían de valor. Al regreso se toparon con el retén frente a la estatua Morelos. Por nervios, o desobediencia, ignoraron las órdenes de alto de los soldados. Después, plomo. “Les tiraron hasta con morteros. Ninguno sobrevivió”. La familia de uno de ellos prefiere no hablar. Ni da señas para identificarlo. “Eso es algo muy doloroso para nosotros”, dice un pariente desde la entrada de su casa. “Mi mamá se pone muy mal cuando habla de eso”. 25 años no son suficientes.
Publicacion = La Prensa Pagina = 7 Color = Impreso Por = reyperez Fecha = 12/12/2014 Hora = 06:04:14 p.m.
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RENDIDO. Luego de entregarse a los soldados estadounidenses, Noriega es trasladado en helicóptero hasta la base de Howard. Allí lo subieron a un avión militar LA PRENSA/Archivo y viajó hasta Miami, donde se sometería al primero de sus juicios.
Noriega: el retorno del reo LUIS BURÓN-BARAHONA lburon@prensa.com
as manos le temblaban a Manuel Antonio Noriega. Tenía puesto su traje de general con estrellas doradas en los hombros. Era la noche del 3 de enero de 1990 y habían pasado siete años desde que tomara el control absoluto del país. Esa noche sus condecoraciones habían dejado de inspirar temor. Noriega salió con rostro sereno de la Nunciatura Apostólica, en Paitilla, donde estuvo escondido desde la Nochebuena. Unos minutos antes de las 9:00 de la noche, el general salió a encontrarse con un grupo de soldados estadounidenses. Solo dos cámaras registraron ese momento. Una era de la cadena estadounidense ABC, la otra era del Pentágono. Que no
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■ 22 años pasó el general detrás de los barrotes. Primero en Miami, condenado por narcotráfico; después en Francia, penado por lavado de dinero; hace tres años regresó a Panamá, donde paga sentencias por varios asesinatos.
hubiera medios alrededor era una de las tres condiciones que pidió Noriega para entregarse. Las otras dos exigencias fueron que lo dejaran utilizar su uniforme militar y hacer unas llamadas telefónicas. El contingente avanzó hacia el cuadro de fútbol del colegio San Agustín, que en ese entonces estaba justo frente a la Nunciatura, donde se encuentra hoy Multicentro. En la penumbra introdujeron a Noriega a un helicóptero Black Hawk y partieron hacia el aeropuerto de Howard, al otro lado del Canal. El vuelo duró 13 minutos; y Noriega estuvo otros 28 minutos en esa base. Después lo subieron a un avión
DESDE LA NUNCIATURA, EL VUELO DURÓ 13 MINUTOS; Y NORIEGA ESTUVO OTROS 28 MINUTOS EN LA BASE DE HOWARD. DESPUÉS LO SUBIERON A UN AVIÓN MILITAR DE ASIENTOS ROJOS. ADENTRO, UN HOMBRE DE BIGOTE ESPESO Y CHAQUETA DE LA DEA LE AJUSTÓ LAS ESPOSAS.
DECISIÓN. Bush ejecutó la operación Causa Justa, en la que murieron incontables panameños ARCHIVO para que los estadounidenses pudieran arrestar a Noriega.
militar de asientos rojos, modelo C-130. Adentro, un hombre de bigote espeso y chaqueta de la DEA le ajustó las esposas. Noriega ya no era el hombre fuerte de Panamá, solo otro reo más. Salieron hacia la base Homestead, en Miami, a la que llegaron casi a las 3:00 de la mañana. Lo esperaba un juicio por narcotráfico. Mientras volaban hacia Florida, en la televisión estadounidense apareció el presidente George Bush pa-
dre para revelar las nuevas noticias. Calificó como un éxito su operación Causa Justa, que pese a las incontables muertes de civiles lograba su objetivo de capturar a Noriega. En Panamá, alguna gente se unió en fiesta con sus invasores. Flameaban las dos banderas; vitoreaban en los dos idiomas. PRISIONERO DE GUERRA
Noriega estuvo en Miami casi dos años esperando el
inicio de su proceso. El 6 de septiembre de 1991 le abrieron un juicio de mucha cautela, pues era bien sabido que antes de que le declarara la guerra a Estados Unidos, la relación entre ambos era más que cordial. La defensa del panameño estuvo liderada por Frank Rubino, un abogado con trayectoria en el Servicio Secreto estadounidense. También fue piloto de autos de carrera. Al comienzo del juicio prefirió no hablar, pues
Publicacion = La Prensa Pagina = 8 Color = Impreso Por = reyperez Fecha = 12/12/2014 Hora = 06:03:46 p.m.
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PROCESO. Según reportes periodísticos de la época, el exgeneral panameño lucía tranquilo durante el juicio en Miami, donde lo sentenciaron primero a 40 años. LA PRENSA/Archivo Por su buena conducta le rebajaron la pena a 30 años y por último a 17 años.
quería escuchar a su contraparte para determinar su estrategia. Del otro lado, el fiscal Michael Sullivan, delgado, alto y canoso. “Es un hombre pequeño en su uniforme de general, el último hombre fuerte de Panamá. Se podrá ver pequeño en esta enorme sala, pero era un gigante en Panamá”. Así habló Sullivan en su apertura, según reportó entonces el diario Chicago Tribune. William Hoeveler fue el juez del caso. Era un abogado graduado en Harvard, con servicio militar en la Segunda Guerra Mundial. Los casos de mayor perfil en su carrera fueron el de Noriega y el del niño cubano Elián González, a quien reclamaban sus familiares en Miami y en La Habana, y que tras un largo juicio regresó a la isla. Los testigos fueron y vinieron: la mayoría aseguraba estar presente al momen-
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to en que Noriega recibía dinero del narcotráfico, o cuando daba alguna orden que violara la ley. Según la revista neoyorquina Harper, Washington le había pagado millón y medio de dólares a 46 testigos en contra del dictador. Era un juicio que no podían perder. Noriega, según reportes periodísticos, permanecía siempre callado y observador. Su esposa, Felicidad, también solía estar en la sala. A veces, con una de sus hijas, según otro informe del Chicago Tribune. El 9 de abril de 1992, siete meses después de que el fiscal calificara a Noriega como “un hombre pequeño”, el jurado lo halló culpable de ocho cargos, incluidos narcotráfico, crimen organizado y conspiración. Dos meses después, Hoeveler lo sentenció a 40 años de prisión, que luego le redujeron a 30, y por último a 17.
TESTIGOS FUERON Y VINIERON: LA MAYORÍA ASEGURABA ESTAR PRESENTE EN EL MOMENTO EN QUE NORIEGA RECIBÍA DINERO DE NARCOTRÁFICO, O CUANDO DABA ALGUNA ORDEN QUE VIOLARA LA LEY. ERA UN JUICIO QUE ESTADOS UNIDOS NO PODÍA PERDER.
DINERO. Tras la invasión, los estadounidenses recopilaron LA PRENSA/Arhivo pruebas en contra de Noriega.
Su nuevo hogar sería una cárcel de seguridad mínima en el condado de Miami-Dade. Su celda, a la que le llamaban la suite presidencial, tenía varios equipos electrónicos y también para ejercitarse. Comodidad, primero que todo. Tenía menos de siete meses de estar recluido cuando Noriega mostró su lado temeroso: se volvió cristiano. Atrás dejó sus supuestos altares de brujería, el tabaco masticado, los pollos degollados; los alegados asesinatos, los secuestros, las bacanales, las violaciones. Se encontró con dios. Al menos eso fue lo que contó el pastor Joe Garman, dedicado a llevar la palabra a los presidios. En su sitio web presume de una foto autografiada por
Noriega. El pastor acompaña la historia del panameño con una pregunta arriesgada. ¿Habría Jesús perdonado a Hitler? Garman asegura que sí. El señor trabaja de formas misteriosas. JUICIO A DISTANCIA
El cuerpo decapitado del médico chitreano Hugo Spadafora fue encontrado en una quebrada en Costa Rica en septiembre de 1985. Su cabeza todavía no aparece. Las autopsias y los testimonios revelaron golpizas en tropel, que a patadas le introdujeron una vara por el ano, que le cortaron la cabeza con un cuchillo de carnicero. Lo detuvieron en tierras
chiricanas, después de cruzar la frontera desde Costa Rica. Venía de participar en la guerrilla nicaragüense. Desde allá, calificó a Noriega de narcotraficante y le advirtió que a su regreso se encargaría de derrocarlo. Su sentencia de muerte. En octubre de 1993, mientras Noriega se sumergía entre su soledad carcelaria y la palabra santa, desde Chiriquí, el juez Luis Mario Carrasco lo sentenció en ausencia a 20 años de cárcel por ser el autor intelectual del asesinato de Spadafora. Noriega recibió otra condena en ausencia por 20 años en marzo de 1994, cuando lo culparon de dar la orden para asesinar al mayor Moisés Giroldi. A diferencia de Spadafora, este no era enemigo del dictador. Al contrario, eran compadres, luego de que Giroldi le pidiera a su amigo general que fuera el padrino de uno de sus hijos. El 3 de octubre de 1989, un par de meses antes de la invasión, Giroldi y 10 jefes más intentaron un golpe de Estado contra Noriega. Al fallarles el apoyo de los militares estadounidenses que mantenían bases a orillas del Canal y que sabían del plan, Noriega aprovechó y les dio su palabra a los sublevados de que los dejaría con vida si desistían de su empresa. Estos dejaron las armas. Los arrestaron. Noriega reiteró
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HONOR. Poco antes de la invasión, y con Francisco Rodríguez (Der.) como presidente, Noriega LA PRENSA/Archivo se convirtió en el jefe de Gobierno de Panamá.
PASADO. Durante sus actos, Noriega lucía feliz, como si el momento de poder nunca fuera a terminar. LA PRENSA/Archivo
su promesa. Uno a uno, los golpistas fueron asesinados. Al hecho se le conoció como la masacre de Albrook. A Giroldi, el compadre, la cabeza de la intentona, le esperaba un trato especial. Luego de horas de torturas, Heráclides Sucre, otro mayor, terminó con su vida con una ráfaga de balas. “No me maten... ¡por mis hijos!”, fue lo último que alcanzó a decir antes de sentir el plomo en su espalda. En 1999, Francia también decidió enjuiciar a Noriega en ausencia. El Gobierno europeo lo acusó de utilizar bancos franceses para lavar cerca de 3 millones de dólares provenientes del narcotráfico. Lo sentenció a 7 años. Pidió a Estados Unidos su extradición. Noriega tenía estatus de prisionero de guerra. En teoría, no podía ser extraditado. Sin embargo, en agosto de 2007, a unos meses de cumplir 17 años de castigo y volver a Panamá, el juez Hoeveler aseguró que lo enviarían a Francia. Los franceses prometieron un nuevo juicio si los estadounidenses le enviaban al reo, así que tenía la oportunidad de no estar detrás de las rejas por siete años más. En los siguientes tres años, Frank Rubino, el abo-
SALTO. Noriega era un diestro paracaidista. En la foto, durante un entrenamiento con Asunción Eliécer Gaitán. LA PRENSA/Archivo
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EL GENERAL LUCÍA GOZOSO. VESTÍA UN TRAJE NEGRO, CAMISA BLANCA A RAYAS, CORBATA ROJA, Y UNA SONRISA DE ILUSIÓN. LA MIRADA DE NORIEGA REBOTABA ENTRE SUS ACOMPAÑANTES, EL CELULAR QUE LO GRABABA Y EL VACÍO. INVITADO. Mientras duró su régimen, Noriega siempre tuvo LA PRENSA/Archivo paso expedito en la Presidencia.
gado del militar, gestionó todas las audiencias y todos los recursos posibles para evitar que su cliente sumara más años en prisión, lejos de su familia, de su patria. En abril de 2010, dos años y medio después de que Noriega cumpliera su condena, Hillary Clinton, secretaria de Estado estadounidense, firmó la orden de extradición. El 27 de ese mes, Noriega fue transportado en una camioneta negra hasta el aeropuerto internacional de Miami. Fue escoltado hasta un vuelo comercial de Air France por el alguacil federal. El exdictador vestía ropa negra y un sombrero celeste, caminaba con paso lento y
sostenido por sus escoltas. Tenía 76 años. Tres meses después de comenzado el nuevo juicio, los franceses le ratificaron la condena de siete años. Yves Leberquier, su abogado defensor, tildó de injusta la sentencia porque si llegaba a cumplirla, Noriega tendría 83 años para cuando saliera de la cárcel y sería más difícil su reunión familiar en Panamá. Sus quejas fueron ignoradas. Al dictador entonces lo trasladaron hasta la prisión La Santé, una estructura laberíntica y oscura en el sur de París. El 7 de julio de 2010, el panameño comenzó su condena en el área especial de este recinto, donde también
cumplieron sentencia reos famosos, como el expresidente argelino Ahmed Ben Bella, o el venezolano Ilich Ramírez Sánchez, conocido como El Chacal. En septiembre de 2011, Noriega obtuvo su libertad condicional. Cumplía ya casi cuatro años de su condena francesa, pues le sumaron el tiempo que estuvo en Estados Unidos posterior a su salida y en espera de su destino. Mantuvo buena conducta, así que también tenía derecho a una rebaja de pena. Sin embargo, Panamá ya lo había pedido también en extradición para que cumpliera las sentencias por las muertes de Spadafora y Giroldi. Continuó recluido hasta que se resolviera este nuevo trámite. A finales de noviembre, la
justicia francesa aceptó la extradición. El 11 de diciembre de 2011, casi 22 años después de su episodio clandestino en la Nunciatura de Paitilla, Noriega regresó a Panamá. Su hogar. TODOS VUELVEN
El general lucía gozoso. Vestía un traje negro, camisa blanca de rayas, una corbata roja, y una sonrisa de ilusión. “Corona, pórtate bien, sigues portándote mal, me dijo tu yerno... Eudes, Eudes, doctor Eudes Moscoso. ¿Cómo están las crías de avestruces? Un saludo desde Madrid, aquí con tu gran amigo y pariente Moreno”, murmuró Noriega mientras su mirada rebotaba entre sus acompañantes, el celular que lo grababa y el vacío. Noriega era escoltado por
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CAMBIO. El general se mostró sereno cuando fue recluido en una cárcel en LA PRENSA/Archivo Miami, Florida.
VEJEZ. A su regreso a Panamá, los años le pesaban a Noriega. Ni siquiera LA PRENSA/Archivo pudo sostener su identificación en El Renacer.
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LAS CONDENAS DE MANUEL A. NORIEGA
1983 1992
Noriega es comandante de la Guardia Nacional.
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Lo condenan a 40 años de prisión en Miami por narcotráfico y crimen organizado. Después le rebajarían la pena a 17 años.
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2010 2011
Francia lo sentencia a 7 años por lavado de dinero.
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Noriega regresa a Panamá, donde había sido condenado en ausencia por homicidio.
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Manuel Moreno, director de investigaciones judiciales de la Policía Nacional, y el médico Jorge Yearwood, a quienes el gobierno de Martinelli asignó para que el regreso del dictador fuera un éxito. Los saludos de Noriega fueron, aparentemente, durante el cambio de avión en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, justo antes de abordar el vuelo comercial 6345, de Iberia. En el trayecto, Moreno y Yearwood se fotografiarían varias veces más con el militar. Tras 22 años de abandono forzado, Noriega regresaba a su país. Ya no era el tipo procaz que pavoneaba su poder. Ahora era solo un hombre más, un anciano de 77 años.
FAMILIA. Las hijas de Noriega, Sandra, Thays y Lorena, son las personas que más visitan al exgeneral en su nuevo hogar. LA PRENSA/Archivo
Un recluso. El Gobierno montó un operativo de despiste. Un hombre en silla de ruedas encapuchado hasta el abdomen –Noriega o un señuelo– abordó una de las tantas camionetas doradas que lo esperaban. Cada una tomó un rumbo diferente. Solo una tenía como destino el nuevo hogar del general caído: El Renacer, en Gamboa. Allá lo esperaban amigos, funcionarios, adversarios, periodistas. De la camioneta dorada se bajó el hombre encapuchado en la silla de ruedas, lo subieron por la rampa y le descubrieron el rostro. Desapareció entre las oficinas por un rato, pero después emergió en una especie de pijama roja. Señaló adonde estaban los medios, dijo algo, repartió instrucciones, y se volvió a internar en su soledad carcelaria. Lucía fastidiado, como si el asedio de las cámaras fue-
PROBLEMAS. Su nueva vida transcurre entre la cárcel y el hospital Santo Tomás. LA PRENSA/Archivo
ra cotidiano, como si volviera al ser el de antes. Su nueva estancia no era detrás de unos barrotes. Le asignaron una casa del centro penitenciario que era utilizada por su director cuando aún era controlada por los estadounidenses. No es grande ni lujosa, pero tiene espacio para su cama, un escritorio, su colec-
ción de gorras y su modesta biblioteca personal. A los pocos meses en Panamá, dejó de ser un reo más. Por las mañanas, cuando sale a caminar, a tomar aire, los oficiales del centro le hacen el saludo militar con la mano derecha en la sien. Respeto, ante todo. La calma alrededor de Gamboa le permite disfrutar
TRAS 22 AÑOS DE ABANDONO FORZADO, NORIEGA REGRESABA AL PAÍS. YA NO ERA EL TIPO PROCAZ QUE PAVONEABA SU PODER. AHORA ERA SOLAMENTE UN HOMBRE MÁS, UN ANCIANO DE 77 AÑOS. UN RECLUSO.
de las visitas de amigos y excompañeros. También las de sus familiares: sus hijas Sandra, Thays, Lorena, y sus siete nietos. La vejez, sin embargo, le impide disfrutar a plenitud de su regreso al trópico. En marzo de 2012, un grupo de médicos aseguró que Noriega padecía enfermedades cardíacas y un tumor cerebral. Advirtieron de que su estancia en El Renacer podría empeorar su condición. En efecto, Noriega ha sido llevado varias veces al hospital Santo Tomás. A sus 80 años, dejó atrás a los opositores a su régimen, los juegos políticos, la imposición de su voluntad; su peor enemigo hoy son las complicaciones respiratorias. Por ello, sus hijas insisten, en vano, en que le concedan casa por cárcel. Quizás es lo que necesita el general para que sus manos por fin dejen de temblar.
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APRENDIZAJE. Profesores señalan que algunos alumnos estudian para el momento y luego retienen poco o nada de lo aprendido para el futuro.
LA PRENSA/Archivo
Dicen por ahí que hubo una invasión... LUIS BELLINI
luis.bellini@prensa.com
ubo una invasión, sí. Estados Unidos buscaba a Noriega, que era un general, o algo así, que mató e hizo muchas maldades en el país. Ese mismo que a su vez había traicionado a un tal Omar. Sí, creo que se llamaba Omar y que también era general, sí. No sé bien en qué fecha llegaron los estadounidenses, pero bombardearon El Chorrillo. Sí, de eso no hay duda. Estas frases no son pensamientos en voz alta en primera persona. Son los intentos de un grupo de jóvenes escolares no mayores de 18 años de responder a un par de preguntas básicas sobre la invasión de Estados Unidos (EU) a Panamá aquel trágico 20 de diciembre de 1989. Es pleno día de semana y son las 9:30 a.m. Por el lobby principal del Instituto Nacional transitan profesores, funcionarios y alumnos de diferentes edades que aparecen y desaparecen de distintos rincones. Afuera, la luz del sol ciega y el calor arde. Tres chicas bajan una escalera y se dirigen hacia la salida. Echan cuentos y sonríen. Les pregunto si se animan a responder unas preguntas sobre la invasión para un artículo. Una de ellas, la del medio, no dudó ni un segundo y accedió a mi con-
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■ Los escolares revelan falta de conocimiento de los hechos que derivaron en la intervención estadounidense de 1989.
sulta. - ¿Por qué Estados Unidos invadió Panamá? - Todo empezó desde este presidente [Roberto] Chiari. Los norteamericanos estaban con los de la Zona del Canal. De ahí pasaron a un tratado... al tratado de... - De Torrijos-Carter –la asisto para terminar la frase. - Ajá, de Torrijos-Carter. Entonces de ahí pasó lo del 9 de enero, que los estudiantes de aquí fueron a plantar la bandera y de ahí Noriega tomó el puesto... - El poder - la corrige una compañera. - Ajá, el poder -confirma la entrevistada. Pero Noriega era narcotraficante y él asesinó a... se me olvidó el nombre... - A Hugo Spadafora. Noriega dio la orden –aporta de nuevo su amiga. - Y de ahí vinieron las amenazas a Panamá de los norteamericanos. Y bueno, desde eso fue que pasó la invasión. - Gracias. - ¡Estoy cool para historia! -celebra con sus compañeras antes de retomar su rumbo hacia la salida. Antes que ella, un chico de 18 años intentó responder, pero se rindió a los 10 segundos. “No sé qué decir muy bien. No sé profundi-
zar”, dijo excusándose. Otro puñado de estudiantes entrevistados, todos entre 15 y 18 años, confesaron que no sabían del tema, que no lo habían estudiado o que les daba vergüenza hablar. Antes de que todos ellos nacieran, no más allá de 1996, un barrio muy cerca de donde hoy estudian ardió en llamas y se volvió escombros a pocos días de celebrar una Navidad más. Tal vez desconocen del tema por no haberlo vivido en carne propia o porque nadie les habló al respecto; o porque el sistema educativo debe reinventarse; o porque algunos profesores deben buscar otra manera de enseñar historia; o porque el estudiante no sabe estudiar; o porque algunos gobernantes prefieren no colgar ciertos
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trapos al sol o incomodar, incluso, a ciertos políticos del país invasor. Estos son algunos de los porqué que encontraron los profesionales consultados al respecto para intentar explicar la desinformación o el desinterés de los jóvenes adolescentes panameños sobre la invasión. ¿DESINTERÉS O DESINFORMACIÓN?
La profesora de historia Eusebia Granadillo, quien dicta clases en el Instituto Nacional, asegura que efectivamente allí se enseña sobre lo que sucedió aquél día y sobre historia patria, tal como establece la programación curricular del Ministerio de Educación (Meduca). “Les enseñamos lo fundamental para cuando vayan a la universidad. Pero el alum-
DE 20 ALUMNOS CONSULTADOS DE DISTINTAS INSTITUCIONES PÚBLICAS DE EDADES ENTRE 15 Y 18 AÑOS, UNA QUINTA PARTE TENÍA ALGÚN CONOCIMIENTO DE LA INVASIÓN Y SUS PROTAGONISTAS. LA MAYORÍA CONFESÓ NO SABER AL RESPECTO.
no estudia para el momento y luego se le olvida”, explica la docente. Como material de apoyo, comenta, los exhorta a leer el libro Las luciérnagas de la muerte, del poeta, periodista y diplomático panameño José Franco (1936-). Por los pasillos del colegio José Antonio Remón Cantera no se ven muchos estudiantes ni profesores. Es fin de año, están en período de pruebas finales y ya muchos de ellos se retiraron. A la sombra del techo de los estacionamientos cinco alumnos conversan, toman jugo, comen empanadas y miran las pantallas de sus celulares. Unos tienen 16 y otros 17 años. Casi automáticamente, tres de ellos se paran y se alejan del grupo cuando pregunto si alguno podría hablarme sobre la invasión. “Estados Unidos vino a capturar a Noriega porque vendía drogas y mataba gente”, dijo uno de los dos que se quedaron. El otro mira con ojos de tragicomedia a los desertores que se ríen a lo lejos. “Yo sabía pero se me olvidó”, confesó finalmente. Dentro del recinto, el coordinador de ciencias sociales del turno matutino del colegio, Héctor Corrales, termina con un papeleo antes de conversar. Aquel 20 de diciembre de 1989 él tenía apenas 12 años. Cuenta que
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HERENCIA. Docentes de la Universidad de Panamá señalan que los jóvenes llegan a la LA PRENSA/Archivo enseñanza terciaria con poco conocimiento de historia nacional.
DOCENCIA. Analistas señalan que el Meduca debería LA PRENSA/Archivo actualizar su enfoque para abordar la historia.
como estudiante cerró calles. “La invasión marcó mucho mi historia y la de los ciudadanos. Debemos incluir esas cosas en los libros de historia, nos falta mucho por hacer allí. La invasión debería aparecer (en el programa curricular) como un tema central. Hay mucho que contar, es una historia muy larga”, dice Corrales, quien también es profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá. “El que sabe poco no es por culpa de los docentes, sino de cómo está creado el pénsum académico. Hay que cambiarlo y enseñar esas historias orales, de gente que la vivió. El mecanismo de cómo enseñar va a ayudar a que el estudiante cree conciencia”, agrega. Sobre la conciencia que menciona Corrales, el abogado y miembro de la Comisión de la Verdad (20002002), Juan Antonio Tejada Mora, aborda el tema y hincapié en la necesidad de crear una comisión como aquella de la que él fue partícipe, para establecer en el sistema educativo un programa ordenado que ayude a enseñar a los estudiantes sobre la invasión estadounidense lo más objetivamente posible. “En general, el sistema educativo panameño ha venido careciendo de programas orgánicos de enseñanza dirigidos a inspirar pasión a la juventud por los hechos históricos que tienen méri-
tos para resaltar la identidad nacional y conservar la memoria histórica”, analiza quien también fuera magistrado suplente de la Corte Suprema (1990-1999). EL ROL DEL MEDUCA
La Constitución establece en su artículo 91 que “La educación se basa en la ciencia, utiliza sus métodos, fomenta su crecimiento y difusión y aplica sus resultados para asegurar el desarrollo de la persona humana y de la familia, al igual que la afirmación y fortalecimiento de la Nación panameña como comunidad cultural y política”. En tanto, el artículo 93 decreta que “Se reconoce que es finalidad de la educación panameña fomentar en el estudiante una conciencia nacional basada en el conocimiento de la historia y los problemas de la patria”. A pesar de lo que establece la carta política, en agosto de 2012, durante el gobierno de Ricardo Martinelli se aprobó la controvertida Ley 48 que eliminó del currículo educativo la cátedra que se dedicaba exclusivamente a enseñar sobre las relaciones entre Estados Unidos y Panamá. La enseñanza de dicha relación, que ya tiene más de 110 años de historia, quedó incluida dentro del período departamental y republicano (separación de Panamá de Colombia) de la asignatura historia de Panamá. Incluso, se redujo su carga horaria de tres a dos horas semanales.
CURRÍCULO. La cátedra de relaciones entre Estados Unidos y Panamá se vetó en la administración de Ricardo Martinelli (i) y la ministra de Educación Lucy Molinar. LA PRENSA/Archivo
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EL ARTÍCULO 93 DE LA ‘CONSTITUCIÓN’ ESTABLECE QUE: “SE RECONOCE QUE ES FINALIDAD DE LA EDUCACIÓN PANAMEÑA FOMENTAR EN EL ESTUDIANTE UNA CONCIENCIA NACIONAL BASADA EN EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA Y LOS PROBLEMAS DE LA PATRIA”. Para Diógenes Sánchez, secretario general de la Asociación de Profesores de la República de Panamá, es imposible en dos horas poder discutir estos temas que requieren de un tratamiento “muy especial”. “Al eliminarse la asignatura lo que ha dejado es un vacío histórico y lamentablemente está ocurriendo que muchos estudiantes no saben quién es Noriega, qué ocurrió en la invasión, cuántos muertos hubo y el significado traumático para la gente que vivió en El Chorrillo”, destaca el docente. La materia que fue vetada por el gobierno de Martinelli y la administración de la entonces ministra del Meduca, Lucy Molinar, había sido
creada en enero de 1963 justamente para enseñar a los jóvenes de entonces el significado de las relaciones entre ambos países. Sánchez continúa y hace énfasis en que el docente debe actualizar su pedagogía y buscar maneras de no aburrir al estudiante a la hora de enseñar historia. “El docente tiene que ser más activo, mucho más pedagógico y didáctico”, recomienda. Como parte de sus clases, él les enseña a sus alumnos la película Panamá Deception. Otra razón que impacta directamente en el aprendizaje histórico de los jóvenes es que “alguna gente cree que hablar del tema es politizarlo. Pero no se puede ocultar que la invasión es un hecho
político que tiene profundos matices ideológicos. Querer contar las cosas a medias también hace la historia aburrida”. Al igual que Sánchez, el profesor e historiador Reymundo Gurdián propone un cambio en el enfoque del Meduca de cómo se enseña esta materia. Dice que muchas veces los temas de historia reciente no se abordan y se ve la historia como algo mucho más lejano. Gurdián, que dicta clases en la Universidad de Panamá, confiesa que esta falencia en el currículo se evidencia cuando los jóvenes quieren acceder a la educación terciaria. Advierte que hay un problema serio en la educación nacional. “Todo eso afecta al conocimiento que debe tener el estudiante sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Hay un desconocimiento prácticamente total”, lamenta Gurdián. “Los muchachos deben saber lo que pasó, que eso costó sangre, dolor, sacrificio de todos los gobiernos y de todo el pueblo panameño... que las cosas no llegaron hechas, que una nación se construye poco a poco”.
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Reportes de una guerra
DATO. El documental ‘Invasión’, de Abner Benaim, representa a Panamá en los premios Oscar en la categoría de mejor película extranjera.
Cortesía
■ Los metrajes de la invasión que se conocen ‘fueron grabados por soldados del Comando Sur que participaron de la operación’.
DANIEL DOMÍNGUEZ Z. ddominguez@prensa.com
a película Invasión, sobre la intervención militar estadounidense a Panamá en diciembre de 1989, fue vista este año por más de 50 mil espectadores en el país. Este documental, del director Abner Benaim, en opinión del escritor Juan David Morgan, “nos ha obligado a volver a reflexionar sobre un tema que sigue pendiente”. Olmedo Beluche, sociólogo y educador, evalúa que este largometraje “tiene la importancia de que ha permitido colocar el asunto en la mente de decenas de miles de personas nuevamente”. “Este tema aún tiene mucha tela que cortar; el hecho de que se haya retomado en el trabajo de Benaim vuelve a colocarlo como un momento importante de nuestra historia y estoy seguro de que vendrán otros realizadores que la contarán desde su propia perspectiva”, plantea el director Luis Romero. Invasión es el más reciente capítulo de una relación entre el audiovisual y la literatura en torno a un hecho histórico clave dentro del devenir del istmo. Aunque no es un producto nacional, Luis Romero sí propone rememorar Panamá Deception, dirigido por Barbara Trent y David Kasper, premio Oscar en la categoría de mejor documental por la Academia de Artes
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HECHO. Luis Romero recibió imágenes de la invasión tomadas por el Comando Sur. LA PRENSA/David Mesa
y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, por brindar una mirada “bastante acertada ‘desde afuera’, en los ojos de una ciudadana estadounidense que relata lo que investigó. En su momento recibió críticas porque hablaba poco de las luchas internas que desencadenaron la invasión”. Panamá Deception (1992) nunca se proyecta en las salas del istmo, aunque Trent visita el país en dos ocasiones para buscar la manera de lograrlo. En 1994 se transmitió por el Sistema Estatal de Radio y Televisión. Los metrajes de la invasión que se conocen y se han usado en más de una producción, cuenta Romero, “fueron grabados por soldados del Comando Sur que participaron de la operación”. En 1989, Romero trabajaba como productor de noticias en el canal RPC y le entregaron “un casete U Ma-
tic (formato de televisión de la época) de una fuente que tengo que guardar en anonimato. Era una copia que habían hecho en el Departamento de Relaciones Públicas del Comando Sur”. Las imágenes que más impactaron a Romero fueron rodadas “desde uno de los aviones y muestra cómo se daba seguimiento, con el objetivo que apuntaba el proyectil (la crucecita que siempre vemos), a una camioneta que viajaba por la vía (presumiblemente Tocumen) y al colocarse en la mira dispara produciendo una explosión que cubre toda la pantalla”. Romero usa unas de esas imágenes cuando filma el documental El último soldado(2010), que tiene como centro las relaciones de Panamá con Estados Unidos durante más de un siglo. Si la vista se posa más en el pasado, durante la década de 1990 un grupo de cineastas encendió sus cámaras para
LOGRO. ‘Panamá Deception’ obtuvo un Oscar como mejor documental. Cortesía
buscar respuestas. En 1990 aparece el docudrama El imperio nos visita nuevamente, de Sandra Eleta, que en palabras de Luis Romero ofrece una serie de “testimonios de los afectados y de quienes lo vivieron de cerca”. A la lista hay que agregar Just Cause, ¿para quién? (1990), de Yisca Márquez Díaz, definido por Romero como “valiente” porque repudiaba la invasión y no la justificaba, en un tiempo cuando un sector de la opinión pública “vivía una euforia colectiva creada por una presencia militar ahora ya fuera de las bases”.
Mientras que Las casas son para vivir (1991), de Fernando Martínez, a partir de una investigación de Antonella Ponce, es para Romero “una visión poética y dolorosa sobre la invasión, vista a través de dibujos infantiles, que muestran los grados de afectación psicosocial por la que pasaron los niños de El Chorrillo”. En 2006 se presenta Los puños de una nación, de Pituka Ortega Heilbron, un premiado documental que desarrolla un paralelismo entre los triunfos y caídas del boxeador Roberto Durán y las complejas relaciones entre Panamá y Estados Uni-
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EL AUDIOVISUAL Y LA LITERATURA, EN UN ACTO QUE BUSCA ENFRENTARSE AL OLVIDO, SE HAN ENCARGADO DE RECABAR IMPRESIONES, OPINIONES Y RECUERDOS EN TORNO A LA INVASIÓN MILITAR DE ESTADOS UNIDOS A PANAMÁ EN AQUEL DICIEMBRE IMPOSIBLE DE OLVIDAR. dos, donde se da un espacio a la invasión. En 2007 se estrena ¿Qué se hizo tu Chorrillo?, de Yaritza Best con guión de Aby Martínez. LA PALABRA IMPRESA
Según los escritores Pedro Rivera y Fernando Martínez “no bien dejaron de caer las bombas, desaparecer del horizonte los black hawk, esfumarse de los cielos el avión fantasma y silenciarse las ametralladoras, pero mucho antes de que se aplacara el olor a muerto y a carne chamuscada, y de que se extinguiera el humo de los escombros de El Chorrillo, decidimos rescatar para la historia el testimonio de centenares de panameños”. El resultado fue El libro de la invasión (1998), cuyo objetivo básico, en palabras de Rivera, “era dejar constancia para la historia y generaciones futuras del dolor y secuelas traumáticas que provocó una operación militar sin precedentes, inverosímil, desmesurada, innecesaria y cruel”. La obra fue publicada por el Fondo de Cultura de México. Rivera considera prudente que se reedite en el vigésimo quinto aniversario de la invasión, “para evitar que los panameños se conviertan en hijos del olvido y los muertos sigan muriéndose por toda la eternidad”. Pedro Rivera retoma la temática con El largo día después de la invasión, compuesto por artículos que en calidad de corresponsal escribió para el periódico El Díade México, “para dar testimonio del período de ocupación militar y sus secuelas”, anota. Si bien la socióloga Bri-
OBRA. El abogado y escritor Juan David Morgan es autor de la LA PRENSA/David Mesa novela ‘Cicatrices inútiles’. CREADOR. Pedro Rivera aborda el tema de la invasión desde el ensayo, el periodismo y la poesía. LA PRENSA/Gabriel Rodríguez
seida Barrantes Serrano recomienda la lectura de todos los ensayos en torno a ese norte temático, hace especial mención del libro La verdad sobre la invasión, del ensayista Olmedo Beluche y editado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA). En opinión de esta docente universitaria, La verdad sobre la invasión (1990) “refleja la realidad de lo vivido por personas que fueron testigos clave in situ y es analizado en el contexto reciente e inmediato de la guerra. No es ficción, pero los argumentos presentados por los sobrevivientes dan para escribir una nueva versión de la película Guerra de las galaxias”. Esa obra, señala Olmedo Beluche, fue el resultado “de la actividad práctica de solidaridad con las víctimas y sus familias (de El Chorrillo, de los caídos, etc.), cuyos testimonios fuimos recogiendo casi enseguida y que después llevamos como denuncias a diversos actos organizados en la Universidad de Panamá por la Asociación de Estudiantes de Sociología, presidida por Briseida Barrantes Serrano, por el propio CELA, encabezado por Marco Gandásegui, y por el Movimiento pro Rescate de la Soberanía”. Barrantes Serrano también propone leer La batalla de San Miguelito (CELA, 1992), de Rolando Sterling, que da a “conocer y saber cuál fue el papel jugado por quienes se atrevieron a enlistarse, a manera de ejército popular”. Olmedo Beluche propone acercarse a los ensayos de Ricaurte Soler, Pedro Rivera, Jesús Chuchú Martínez y Rolando Sterling. Mientras que Gerardo Maloney, escritor y docente universitario, resalta que la ficción brinda su contribución de la mano de José Franco (Las luciérnagas de la muerte), Enrique Chúez (La novela de la invasión y Operación Causa Justa), Juan David Morgan (Cicatrices inútiles) y Mario Augusto Rodríguez (Negra pesadilla roja). Maloney agrega que los poetas también dan su con-
INVESTIGACIÓN. El docente y ensayista Olmedo Beluche es el responsable del libro ‘La verdad sobre la invasión’. LA PRENSA/David Mesa
tribución, como es el caso de Héctor Collado (Exhumaciones), Pedro Rivera (Ojo de tigre), Aristides Martínez Ortega (Parte de guerra) y Dimas Lidio Pitty (Nuevamente la muerte). “Quienes no han escrito suficiente sobre la invasión son nuestros historiadores. La verdadera historia de la invasión está por escribirse y probablemente no se ha hecho porque todavía la herida está muy reciente. Si ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo en el número de muertos que hubo”, opina Juan David Morgan. Morgan acababa de publicar su primera obra, Fugitivos del paisaje, y en ese momento “no podía pensar en escribir nada más si no me sacaba de adentro el tema de la invasión, que, como a tantos panameños, me impactó tremendamente”. Morgan sentía una gran decepción “por la forma como la clase política había reaccionado ante un hecho
“
PROPUESTA. La socióloga Briseida Barrantes Serrano recomienda la lectura de ‘La batalla de San Miguelito’. LA PRENSA/Archivo
tan doloroso y trascendente como fue la invasión”. En lugar de aprovechar la coyuntura para enrumbar el istmo, “y hacer los cambios que la Constitución requería”, añade Morgan, “gobernaron como si después de ganar las elecciones nada hubiese ocurrido. Esto no es una crítica al gobierno que llevaron a cabo, que sin duda hizo cosas positivas, sino a la falta de visión en ese momento tan importante de nuestra historia”. ESCASA DIFUSIÓN
Todos los consultados coinciden en que los libros en torno a la invasión no han tenido suficiente difusión. Por ejemplo, La verdad sobre la invasión se ha editado 5 veces con un tiraje superior a 5 mil ejemplares. “Para un libro de autor nacional se podría decir que es un éxito”, considera Olmedo Beluche, “pero dada la importancia del tema para el pueblo panameño (conocer lo que pasó y por qué pasó) es muy poco. De los casi 4 millones de habitantes del is-
QUIENES NO HAN ESCRITO SUFICIENTE SOBRE LA INVASIÓN SON NUESTROS HISTORIADORES. LA VERDADERA HISTORIA DE LA INVASIÓN ESTÁ POR ESCRIBIRSE Y PROBABLEMENTE NO SE HA HECHO PORQUE TODAVÍA LA HERIDA ESTÁ MUY RECIENTE. SI NI SIQUIERA NOS HEMOS PUESTO DE ACUERDO EN EL NÚMERO DE MUERTOS QUE HUBO”.
tmo, la mayoría aplastante ignora los hechos y tiene ideas muy vagas y confusas sobre ese acontecimiento”. Cicatrices inútiles, admite Morgan, es la novela suya que menos ediciones tiene (tres). “No nos hemos reconciliado en torno a la invasión: algunos la aplaudieron y otros la demonizaron. También hay algunos que sin estar de acuerdo con lo ocurrido conceptúan que fue un mal necesario”. Briseida Barrantes Serrano considera que de la “vasta bibliografía, hay poca difusión, especialmente en los medios de comunicación formales. Los propios autores, la Biblioteca Nacional, los centros de estudios y el mundo académico son los que más han difundido los libros sobre este genocidio”. ¿Por qué? El docente e historiador Ricardo Ríos Torres da sus razones: “las heridas están muy recientes y falta valor para decir la verdad. Hay interés en silenciar los hechos. Los actores están vivos todavía y sus intereses lo impiden. La mentalidad del protectorado de 1903 aún está vigente en la élite dominante de nuestro país, sobre todo en su clase política, empresarial e intelectual”. Barrantes Serrano reflexiona que hay quienes buscan “mantener un tabú de lo que realmente ocurrió el 20 de diciembre de 1989: una masacre sin sentido que muchos aplaudieron y han querido justificar como ‘liberación’. Afortunadamente, los libros escritos, y los que están por escribirse, preservan la memoria histórica de lo acaecido”.