TEDEUM DEL 9 DE JULIO Homilía de monseñor Luis H. Villalba, arzobispo de Tucumán, en el Tedeum (Iglesia catedral, 9 de julio de 2009) 1. ACCIÓN DE GRACIAS EN EL DÍA DE LA PATRIA Hoy nos reunimos, en esta Iglesia Catedral, para celebrar el 193 aniversario de la declaración de nuestra Independencia Nacional. Queremos dar gracias a Dios por el don de la Patria y por los inmensos beneficios que Él nos ha dado a lo largo de la historia. Hoy agradecemos a Dios por nuestro país y le pedimos su bendición, a fin de que la prosperidad y el desarrollo alcancen a todos sus habitantes. Para ello no debemos olvidar que Dios nos acompaña desde los orígenes de nuestra Patria. Por esto, entonamos el Himno de acción de gracias a nuestro Padre Dios, Te Deum Laudamus. A ti Señor, te alabamos, porque eres el autor de todo. Nos comprometemos a que tu obra sea fecunda en nuestras manos. 2. LA PATRIA NOS NECESITA A TODOS La patria no comienza hoy con nosotros, pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso nos toca a nosotros seguir creando y construyendo la patria. Edificar la patria: esa es nuestra tarea. Esta tarea hace renacer en nosotros una gran esperanza. Pero, también, una gran responsabilidad hacia esa inmensa multitud de hermanos nuestros que necesitan pan, trabajo, educación, seguridad, paz. Queremos ser para ellos constructores de un mundo más solidario, más justo, más humano, el mundo que anhela el corazón del hombre. Si hay algo que el país reclama es la honestidad, la transparencia: en una palabra, la moral de todos sus ciudadanos, comenzando por quienes tienen mayores responsabilidades políticas, económicas, sindicales, culturales, religiosas. El amor a la patria nos convoca a reflexionar y a comprometer nuestra acción por construir una sociedad mejor. Depende de nosotros que esta idea se haga realidad. 3. LA PATRIA NECESIT A DE HOMBRES VIRTUOSOS La grandeza de los pueblos se mide, en primer lugar, por sus fuerzas espirituales. En los últimos tiempos se ha sentido con urgencia la necesidad de la ética, que en palabras más simples y concretas significa la necesidad de ser virtuosos. Parecería que la palabra “virtud” ha pasado de moda. A veces hasta se la identifica con “ridículo”. Parecería que a la palabra “virtud” o “virtuoso” sólo se la menciona en el catecismo. La virtud es lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas. Virtud significa que el hombre es verdadero, es pleno hombre. La virtud es una disposición habitual a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. El hombre virtuoso es el que realiza el bien. La virtud hace bueno a aquel que la posee y las obras que éste realiza. La virtud es la realidad moral por excelencia. Esta necesidad de tener hombres virtuosos se advierte en todos los niveles de la sociedad. ¿De qué virtudes se trata? La respuesta es: de todas las virtudes. Porque la vida moral no tolera ningún vacío en la práctica del bien. Pero he pensado proponer a la consideración de ustedes la belleza de tres virtudes que hacen a la vida social. 4. T RES VIRT UDES SOCIALES * En primer lugar el amor al prójimo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12,31). Somos todos hijos del Padre que está en el cielo. Debemos ver la vida social con una mirada fraterna. No hay otro modo de asumir con seriedad nuestros deberes sociales que despertando nuestra responsabilidad hacia los hermanos. El Padre está sobre nosotros, pero sus hijos están a nuestro lado y amándolos demostramos que creemos en Dios. Un amor tal no puede permanecer en estado de sentimiento abstracto, teórico. Debe manifestarse en la vida diaria, especialmente por la asistencia otorgada al prójimo en toda circunstancia. El amor a los otros, considerados como hermanos, ha de manifestarse de manera concreta, eficaz. San Pablo dirá que el amor al prójimo, la caridad es: paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha de orgullo, no es descortés, no es interesada; no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la injusticia; se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. Cuando lleguemos ante el tribunal de Dios, Cristo nos interrogará sobre el amor al hermano: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (Mt. 25,34-36). Los encarcelados, los enfermos, los discapacitados, los drogadictos, los desocupados, los jóvenes sin futuro, los niños desprotegidos, los ancianos abandonados: estos son los rostros de los excluidos que estamos llamados a reconocer como la presencia viviente de Cristo entre nosotros. * En segundo lugar señalo la virtud de la benevolencia. La benevolencia es la buena voluntad con que se trata a las personas. Benévolo es la persona afable, amable en la conversación y en el trato para con todos. Benévolo con todos. La benevolencia es el amor desinteresado al otro. La benevolencia es el amor que se inclina para ayudar, para dar un juicio favorable, para facilitar el progreso de los otros, que hace posible la recuperación de quien está en dificultad, que considera, ante todo, lo que es válido en la vida y en las acciones de los otros. La benevolencia nos hace amplios de mente y de corazón grande. La virtud de la benevolencia nos lleva a no hablar mal de nadie, a no difundir la sospecha ni la calumnia. En la sociedad no se debe tener una actitud de polémica destructiva y de ataque a la dignidad de la persona para afirmar los propios intereses. Pero la práctica de la benevolencia no es fácil. Hablamos de la benevolencia como virtud, no de una simple disposición natural que alguno posee. La benevolencia, como toda virtud, tiene que ser querida, conquistada, ejercitada con abnegación. La benevolencia se distingue, en la arena difícil y dramática de la vida social, por un estilo calmo, por la capacidad de valorar lo mejor de cada persona y de cada propuesta, por el esfuerzo por disminuir los contrastes e instaurar un tipo de relación familiar y amical, comenzando por el lenguaje y que no olvida que, aun en el fervor del debate, todos somos personas humanas. La sabiduría está siempre de parte de la benevolencia y nunca de parte de una mezquina malevolencia, que antes que dañar al que la recibe, humilla al que la realiza. Pero el motivo principal, el más fuerte, que nos impulsa a ser benévolos con todos, es
que somos “hijos del mismo Padre que está en el cielo y hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5,45). * En tercer lugar nombro a la virtud de la mansedumbre. La mansedumbre es lo contrario a la arrogancia, entendida como la opinión exagerada de los propios méritos, que justifica el atropello. La mansedumbre es contraria a la prepotencia. El manso no guarda rencor, no es vengativo. No da vueltas sobre la ofensa recibida, no reabre las heridas. Atraviesa el fuego sin quemarse, no se altera. Mantiene la propia compostura. En el Evangelio resuena la bienaventuranza pronunciada por Jesucristo: “Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt. 5,5). La bienaventuranza de la mansedumbre no pone en el primer lugar el poder y la supremacía; por el contrario, sabe hacer gestos valientes, de paz, de diálogo. La mansedumbre permite ponderar los diversos aspectos de los problemas y privilegia la convergencia positiva. Supera las parcialidades y ve el conjunto, que es el fundamento para promover el bien común. Porque el bien común siempre pedirá el sacrificio de algún aspecto particular y la pretensión de afirmar de manera absoluta el propio punto de vista. 5. UNIR LA MORAL Y LA POLÍTICA La difícil situación que estamos atravesando y que compromete a nuestro país nos pide a todos un suplemento de alma, un suplemento de espiritualidad. La seriedad de los desafíos que tenemos nos exige unir la relación entre la acción social y política y la moral que inspira nuestro pensar y nuestro obrar. La celebración de esta fecha patria nos debe ayudar a renovar nuestro esfuerzo y solidaridad para forjar una sociedad mejor, donde todos puedan vivir con felicidad. Demos gracias a Dios e invoquemos la protección de Nuestra Señora de la Merced sobre nuestra querida Patria y por el bien espiritual y material de todos los argentinos.
Mons. Luis Héctor Villalba, arzobispo Tucumán