KAZIMIR EN LA PROA DE UN BARCO
Yolanda Pantin
La relación entre arte y biografía puede alcanzar muy raramente la categoría de lo trágico Vicente Jarque
Iba por el rĂo Yenisei
hacia su desembocadura
en la boca del paisaje
para ser devorado
Iba en la borda
por sobre el paisaje
sin contar los dĂas
desde mi destrucci贸n
Iba hacia la capitulaci贸n
de las casas sin vistas
en la nieve aherrojadas
sin pensar en la humilde
investidura del monje
Iba distraĂdo
sin mirar
cuando vi a los caballos
abrevar en la orilla
Y perd铆 la raz贸n
Kazimir Malevich Kiev, 1878- San Petersburgo, 1935
Quisiera concluir con un recuerdo para Malevich, aunque sólo sea a manera de homenaje. Pues lo que Malevich representa es la figura del artista víctima de su propia biografía, como fatalmente atrapado en ella. Su trayectoria vital, que comenzó como compañero de viaje de la Revolución Rusa, una aventura que él contemplaba como una revolución casi cósmica, terminaría en el triste enclaustramiento de su época post-estalinista. Lo cierto es que pasó de la abstracción más radical a la paradójica radicalidad (perversamente abstracta) del autorretrato: del cuadrado negro como obra, al cuadrado negro como firma. Se trata por cierto, de una firma que no funciona en absoluto como certificado de autenticidad mercantil, sino como huella de una derrota ante el destino histórico, como testimonio de un drama trágico. Y es que la vida, tanto la de un artista como la de un bombero, no es sino la dimensión natural de la existencia: es decir, un hecho meramente biológico que no tiene en sí mismo nada de digno, ni de noble. Sólo las biografías cargadas de historia pueden llegar a adquirir al menos una apariencia de sentido; sólo ellas incorporan también esa dimensión que tradicionalmente hemos llamando espíritu; sólo éste es capaz de transfigurar el discurrir de la naturaleza en experiencia histórica. Y sólo en ese marco podemos hablar seriamente de arte. Experiencia histórica y arte contemporáneo, Vicente Jarque