Leyendas

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LEYENDAS Zacatecas

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Primera Edisión Director: Erendira Ramirez V. Fotografías: Yoselin Luna

09 de Abril 2014

Origen y nombre del Estado de Zacatecas.

odría decirse que el Cerro de la Bufa originó el nacimiento de Zacatecas: al pie del mismo se encontraron importantes yacimientos de plata, razón por la cual un 8 de septiembre de 1546 es fundada aquella ciudad por Juan de Tolosa, Diego de Ibarra, Cristóbal Oñate y Baltazar Temiño de Bañuelos. Para 1585 el rey Felipe II le concedería el título de “Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas” y, tres años después, la ennobleció concediéndole su Escudo de Armas. Así entonces, la que antes fuera tierra de grupos indígenas entre zacatecos, caxcanes, huachichiles, tecuexes, irritilas y tepehuanes, habría de convertirse en una de las más brillantes urbanizaciones de la Nueva España; tan brillante como su misma plata. Dicho codiciado recurso, a la vez de desarrollar una industria notable a su alrededor, trajo consigo varias órdenes religiosas como franciscanos, agustinos, dominicos, jesuitas, juaninos o mercedarios, quienes al encontrar en Zacatecas una prominente comunidad dispuesta a recibir la fe cristiana, levantaron soberbios templos y monasterios cuya suntuosidad y riqueza se equiparaba con las fastuosas mansiones de los llamados “aristócratas de la plata”. El nombre Zacatecas deriva de los vocablos náhuatl “zacatl” El nombre Zacatecas deriva de los vocablos náhuatl “zacatl”, que significa zacate, y “co”, locativo. Es el “lugar donde abunda el zacate”, enclavada al fondo de una barranca formada por los cerros de la Virgen, del Grillo, del Padre y de la Bufa, conocida también como la ciudad de cantera y corazón de plata, que desde aquella época se distinguó como una de las urbanizaciones más importantes de la Nueva España. Sin embargo su valor histórico no se limita a aquellos años de esplendor colonial, jugando también un papel heróico pues en ella se gestó el triunfo de la División del Norte sobre el ejército huertista en la llamada “Toma de Zacatecas”, batalla que definió la consumación de la Revolución Mexicana bajo el mando del legendario Pancho Villa y los generales Felipe Angeles y Pánfilo Natera. El trazo de la ciudad se plega a la tierra, siguiendo las sinuosidades de la montaña anteponiendose a lo agreste del entorno con brillante ingenio constructor. Es así como las calles a desnivel toman curso en la ciudad ondulando con gran estética, abriendose a su paso plazas y rincones sin duda encantadores. Muchas calles zacatecanas conservan hasta nuestros días nombres por demás peculiares, mismos que, si bien han perdido su razón de ser o la fecha de orígen, describen un pasado en donde convergen leyendas, tradiciones y la cultura misma que nutrió a los habitantes de la época: Calle de la Mantequilla, Los Gallos, Las Merceditas, Calle del Santero, el Indio Triste, del Mono Prieto, del Tenorio o del Resbalón, son algunos de sus singulares nombres. Y la belleza de

Centro de la Ciudad de Zacatecas.

la ciudad destaca a tal punto que para el año de 1993 recibió la distinción de “Patrimonio Cultural de la Humanidad” por la UNESCO, reconocimiento que hace honor al valor de su majestuosa arquitectura. El que fuera el Real Colegio y Seminario de San Luis de Gonzaga, instituido por la Compañía de Jesus en 1616 y que fuera uno de los más reconocidos colegios de la época, abre sus puertas desde 1983 como el Museo Pedro Coronel, mostrando una impresionante colección artística universal: Grecia, Roma, Etruria, India, Nepal, Tibet, China, Japón, Africa, etc. ¡En verdad que es un museo único en América Latina! Tanto como el Museo Rafael Coronel instalado en el Ex-Convento de San Francisco, un edificio cuyo valor de por si es inestimable y que actualmente muestra una colección de máscaras mexicanas usadas en danzas y ceremonias rituales celebradas en todo el país, denominada “El Rostro de México”, y considerada como la colección más grande del mundo pues la integran 5,000 piezas. Otros museos de gran importancia son el Museo Virreinal de Guadalupe, que además de albergar pinturas de la época colonial posee algunas piezas del siglo XVI y una invaluable biblioteca integrada 10 mil volúmenes; el Museo Zacatecano, ubicado en la antigua Casa de Moneda de

Zacatecas y que muestra una soberbia colección de bordados huicholes finamente elaborados, así como ex-votos o retablos populares del siglo XIX; el Museo Toma de Zacatecas, localizado en la explanada del Cerro de la Bufa y que abrió para conmemorar el 70 aniversario de la “Toma de Zacatecas”. Que hablando del Cerro de la Bufa...¿le gustaría disfrutar de un estupendo recorrido a bordo de un teleférico? Porque la vista que se abre a los ojos de quienes hacen el recorrido no tiene comparación: desde el Cerro del Grillo hasta la cima del Cerro de la Bufa, cruzando 650 metros sobre casas y edificios a 85 metros de altura, ofreciendo Zacatecas misma para el deléite de los turistas, ciudad que conserva su elegancia de antaño y cuya hospitalidad rebasan la expectativa de los más exigentes. El Palacio de la Mala Noche, levantado por el minero don Manuel de Rétegui, albañiles y artesanos indígenas en el siglo XVIII con cantera, piedra braza y hierro forjado, luciendo balcones esplendorosos y altos techos. El Teatro Calderón, los maravillosos templos zacatecanos de Santo Domingo, Fátima y Catedral como joyas imperecedras que cruzan el umbral del tiempo reservandonos mil y un historias. Página 1


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La leyenda del Cerro de la Bufa

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na leyenda dice que en su interior, si algún día logras entrar, existe una larga escalinata de mármol, que te llevará hasta un palacio extenso y bellísimo. El piso está hecho de plata. Grandes lozas del precioso metal lo cubren. Las paredes son todas de oro macizo y por todas partes brilla una luz intensa producida por la multitud de las piedras preciosas que cuelgan del techo. Así es como se describe a este pedazo de naturaleza, obsequiado a Zacatecas y hoy símbolo de identidad. En los registros de la historia verdadera, se dice que en 1546 se descubrió plata al pie del cerro y la noticia corrió por todos los poblados. Pero no fue sino hasta que los españoles, al hacer un recorrido en busca de estos metales, entraron por una garganta montañosa que desembocaba en una olla y se les apareció una encorvada montaña a la que Juan de Tolosa bautizó con el nombre de Bufa, palabra de origen aragonés que significa: "vejiga de cerdo". Luego, el ocho de septiembre, se fundó Zacatecas bajo la protección de la Virgen del Patrocinio. Los fundadores fueron, además de Tolosa, Baltazar Temiño de Bañuelos, Diego de Ibarra y Cristóbal de Oñate en 1585, Felipe II le otorgó el título de "Muy Noble y Leal Ciudad de nuestra Señora de los Zacatecas", y en 1588 la ennobleció y le concedió Escudo de Armas, emblema en el que fue incluido el Cerro de la Bufa. Para llegar a este lugar se puede hacer a través del Teleférico, en auto o a pie cruzando los caminos adoquinados.

Cerro de la Bufa, cd. de Zacatecas.

Además, la Bufa ha sido testigo de varios acontecimientos independentistas como lo fue la llegada de Don Miguel Hidalgo. Luego, en la Revolución, fue fiel observadora de la "Toma de Zacatecas", famosa batalla librada el 23 de junio de 1914, cuando Francisco Villa, Felipe Ángeles y los Dorados la tomaron en un día, combatiendo contra el ejército Huertista que ya había

tenido una victoria contra Pánfilo Natera anteriormente, definiéndose con esta lucha el destino del país. El Cerro de la Bufa es una hoguera gigantesca, iluminada por un resplandor y vigilante de un ya increíble estado de canteras rosadas que también deberás de recorrer.

La princesa de la Bufa Pocas ciudades como está tienen una historia y una leyenda tan interesante; tal vez por no conocerse su verdadero origen, la imaginación del hombre ha tejido ese velo de fantasía alrededor de Zacatecas. Otra razón hay para que surgiera esta leyenda: la fabulosa riqueza de la plata que hubo y que hay en sus minas. Fantasía y riqueza, dos ingredientes muy apropiadas para forjar una leyenda como la que vamos a referir. Dícese que en ese pintoresco y bello picacho del cerro de la Bufa alienta una princesa encantada de rara hermosura, que en la mañana de cada uno de los jueves festivos del año, sale al encuentro del caminante varón, pidiéndole que le conduzca en brazos hasta el altar mayor de la que hoy es la Basílica de Zacatecas, y que al llegar a ese sitio volverá a esplender la ciudad encantada, toda de plata, que fue esta capital hace muchos años, y que ella, la joven del hechizo, recordará su condición humana. Pero para romper este encantamiento hay condiciones precisas, tales como que el viajero, fascinado por la belleza de la joven que le llama, tenga la fuerza de voluntad suficiente para soportar varias pruebas; que al llevarla en sus brazos camine hacia adelante sin turbación y sin volver el rostro, no obstante escuche voces que le llamen y otros ruidos extraños que se produzcan a su espalda.

Vista a la Iglesia de La Bufa desde el Crestón.

Si el elegido pierde la serenidad y voltea hacia atrás, entonces la bella muchacha se convierte en horrible serpiente y todo termina ahí. La oferta es tentadora: una lindísima muchacha y una fortuna inacabable, pero ¿quién es galán con temple de acero que pueda realizar esta hazaña? Por lo visto las condiciones son precarias, pues Zacatecas, el Estado que hoy conocemos, tiene más de cuatro siglos de vida y no ha habido quién cumpla los requisitos para deshacer el hechizo. Escritores y poetas nacen y mueren con mayor o menor galanura en el lenguaje todos repiten la leyenda, como un canto a Zacatecas, a la Bufa y a la hermosa princesa encantada. Página 2


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Leyendas por los barrios típicos de Zacatecas.

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iendo Zacatecas “La ciudad del cuento, la cantera y la leyenda”, y dado su pasado histórico y su relevancia arquitectónica le son propios para que magníficos episodios se vistan de luces plenos de fantasía, con esta lista haremos un breve recorrido por sus pintorescos callejones, recovecos y plazuelas, para intentar saber de sus propias leyendas. El punto de partida fue el museo Rafael Coronel, donde se dieron cita los tamborazos que acompañaron los dos recorridos. Las agrupaciones interpretaron los temas bailables del momento durante las dos travesías por las calles y callejones de la ciudad, en donde los protagonistas narraron leyendas. En el primer recorrido participaron Primo Rojas, Mónica Macías, Olga Regina Rodríguez, María Eugenia Márquez, Enrique Argumedo y Heber Banda. María Eugenia Márquez platicó lo que pasó en 1914, un acontecimiento decisivo para la historia de México, la batalla entre federales contra revolucionarios. El 23 de junio a las 8 de la mañana comenzó la guerra, y a las 3 de la tarde se definía quiénes eran los ganadores. Con esta historia invitó al público a iniciar los recorridos de ambas callejoneadas. Hacia el Callejón Lomas del Calvario, Heber Banda platicó que en 1870, en la Capilla de Jesús, el Padre Sixto Castillo comenzó hacer colectas para la construcción de un templo, con la ayuda de un niño al que llamaba Delgadito. Tiempo después, el Padre murió de neumonía y llegó el Padre Narváez, a quien se le apareció el Padre Sixto Castillo para pedirle que terminara su misión. Continuó el recorrido hacia el Instituto Zacatecano de Cultura, en donde esperaba Enrique Argumedo, quien dijo que en 1924, cuando el edificio era un cuartel, había un soldado llamado Juan Ramírez, que fue castigado en una celda oscura. En esos días, su hermana lo visitó para informarle que su madre agonizaba; él suplicó que lo dejaran ir a verla, y el soldado que lo cuidaba, lo dejó. Juan alcanzo a su madre viva, y ella le juró que siempre lo defendería de quien le hiciera daño, y murió.

Encarcagos del recorrido de leyendas de Zacatecas.

Cuando regreso al cuartel, el general ordenó fusilarlo por incumplir la ley. Una mañana, encontraron al General decapitado, más nunca su cabeza, dicen que fue la madre de Juan, la que vengó la muerte de su hijo. Desde entonces el general busca su sesera. Continuó el recorrido hacia la plazuela de San Francisco, donde Elvia Pérez sorprendió con una leyenda más; en Plaza 450, María Eugenia Márquez hizo lo propio, así como en plazuela de Santo Domingo Primo Rojas y en callejón del Cornejo Olga Regina Rodríguez. En lo que fue el segundo recorrido, en la Fuente de los Conquistadores, se contó la leyenda del indio Tenamaxtle, por parte de la española Ana García, quien portaba un atuendo representativo de su lugar de origen. El siguiente punto fue el callejón del Indio Triste, donde Teresa Puig, de Cataluña, vestida con un velo morado, que la cubría por completo, narró la historia de ese lugar. El callejón de Luis Moya fue el escenario para Liliana Cinetto, allí los asistentes escucharon la leyenda de las Tres Cruces, en un divertido formato. Pese a que es una historia trágica, la narradora argentina se encargó de ponerle chispa y picardía, lo que el respetable agradeció con un fuerte aplauso; Cinetto lucía un vestido largo de encaje y un peculiar sombrero.

Plaza 450, cd. Zacatecas.

Yoshi Hioki tuvo su participación con la leyenda de la Mala Noche en el callejón de las Campanas. El japonés vestía un atuendo muy mexicano, que lo conformaba un sombreo charro y un zarape.

“Dice la leyenda que si una persona afila un cuchillo en la piedra negra, despertará sus más bajos instintos de asesino”, dijo Claudio Ledesma, narrador argentino. Los presentes, emocionados, aportaron algo de sus conocimientos sobre el hecho que ahí aconteció hace bastantes años. En el callejón del Mono Prieto, la historia, lejos de causar temor, generó ternura, pues se cuenta que un vecino tenía un mono, que los niños del barrio pensaban que era diablo, pues era travieso y con una mirada muy penetrante; la encargada de esta narración fue Rosa Martha Sánchez. En el hotel Mesón de Jobito, Gabriel Martínez contó que el dueño de ese lugar, mataba a os hombres más guapos de la ciudad, cuando se sentía rechazado por ellos, ya que su preferencia sexual era muy criticada en esa época. Esta fue la última leyenda del segundo recorrido, el más concurrido, debido a que fue el menos pesado. En la Alameda Trinidad García de la Cadena convergieron nuevamente los recorridos de esta callejoneada de leyenda.

María Eugenia Marquez

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El Callejon Del Indio Triste - Leyendas de Zacatecas

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ra el ańo de 1548. Veinte meses hacía que estas tierras estaban bajo el dominio espańol. El pueblo de Tlacuitlapán, todo desolación, porque su Seńor y Caudillo, el valiente Tlácuitl, se encontraba moribundo en su prisión. Su hija, la hermosa Xúchitl, la última princesa chichimeca, se hallaba a su lado llorando amargamente y unos cuantos servidores le acompańaban. De pronto, un destello de esperanza iluminó los empańados ojos del agonizante: era el Seńor del Pánuco, su gran amigo y aliado, Xólotl, el valiente, burlando la vigilancia a los carceleros, acababa de llegar. Haciendo un penoso esfuerzo, el moribundo, le hizo una seńa de que se acercara hasta su lecho y tomándolo lo unió a la mano desamparada de Xúchitl; y como si nada más esto esperara, cerró para siempre sus ojos, dejando a su pueblo a merced del vencedor y a su hija bajo el amparo de su proscrito.

de la princesa que avasallada por el amor de D.Gonzalo se rendía sumisa a todas las exigencias de éste.

Cuando Xúchitl comprendió que su padre había muerto, deshaciéndose de la mano de su prometido, se arrojó sobre el cadáver, pidiendo que le llevara consigo. Después de los funerales del último Seńor de Tlacuitlapán, quedaron en libertad sus servidores y Xúchitl se fue a vivir con ellos. Xolótl también quedó libre y en vano rogaba a Xúchitl que se casara con él, en cumplimiento de la voluntad de su padre; ella le contestaba que su pesar era tan grande que no quería saber nada de amores. Pero la verdad era que la ironía del destino, Xúchitl se había enamorado del Capitán D. Gonzalo de Tolosa, sobrino del conquistador Don Juan de Tolosa.

Desde entonces, entre las ruinas de un templo que había por el antiguo reino de Tlacuitlapán, se veía un indio triste y demacrado, mal cubierto con un manto de lana, contemplando el camino que llevaba a la Capilla de Mexicapán, levantada por los espańoles para culto de la Virgen de los Remedios.

Un día supo Xólotl que su adorada Xúchitl se casaba con el Capitán después de abjurar sus religiones y recibir el bautismo con el nombre de María Isabel. La desesperación del indio no tuvo límites; impotente para vengarse de un enemigo tan poderoso que todo lo arrebataba de una vez: sus dominios, sus riquezas, el amor de la que iba a ser su esposa y hasta la fe en sus dioses.

Callejón del Indio Triste, cd. de Zacatecas.

Lo había conocido en la prisión y a su poderosa influencia debía que ni su padre, ni ella, ni ninguno de sus servidores fueran maltratados; su padre fue debidamente atendido durante su enfermedad y sus funerales fueron dignos de su rango; por eso lo amaba con todas sus fuerzas de alma virgen. El también la quería y sólo esperaba, para hacerla su esposa, que dejara la religión de sus mayores y se hiciera istiana. Fray Diego de la Veracruz, había emprendido la catequización

Después de que se perdía esta comitiva, se echaba a llorar el indio y se escondía entre las ruinas, donde tenía su morada. Un día no se le vio más, lo buscaron y lo encontraron muerto y con asombro reconocieron al que fuera soberbio y valiente Xólotl y entre sus dedos encontraron una flor, símbolo de su amor por Xúchitl que significaba flor. Tiempo después abrieron un callejón en el sitio que ocupan las ruinas de aquel templo, el vulgo lo llamó “Callejón del Indio Triste”

Estatua del Indio Triste.

Callejon De Los Perros - Leyendas de Zacatecas El estrafalario nombre de “Cajón de Riales” con que el vulgo moteaba a Dońa Nicolasa Rojas, se debía a que cuando algún indiscreto aludía a las muchas riquezas que se presumía estaba reuniendo, ella contestaba: “Apenas un cajoncito de riales para mantener a mis animalitos”, porque su casa contenía multitud de perros de todos tamańos, razas y colores. Su oficio era de prestamista, su casa estaba situada detrás de la calle de la estación de Ferrocarril y era la mejor y la más grande de aquel barrio; tenía un postigo por donde hacía sus operaciones financieras a fin de que nadie penetrara en su antro, cosa que nadie deseaba por temor a los perros. Todo el mundo la aborrecía, por el alboroto que armaban por las noches especialmente de luna, los vecinos no podían dormir. Se rumoraba que traficaba con alhajas robadas, pero nadie se atrevía a denunciarla.

En una ocasión llegaron los titiriteros a esta Ciudad y pusieron su carpa en la “Plazuela de Carretas”, eran tres hombres y dos mujeres con aspecto de gitanos; uno negro parecía el jefe. “Dońa Cajón”, que nunca iba a ninguna parte, asistía todas las noches a sus funciones. A la salida, el negro la acompańaba a su casa. La última noche la vieron los vecinos cenar con los artistas en una fonducha instalada cerca de la carpa. Al día siguiente amaneció robado el Santuario de Nuestra Seńora del Patrocinio de la Bufa; una gran indignación causó en toda la ciudad el sacrilegio atentado; las autoridades tomaron cartas en el asunto, pero nada lograron remediar. Pocos días después hubo cambio de personal en el rastro y el nuevo mozo no supo de la obli-

gación de llevar la carne hasta la casa de “Dońa Cajón”, por la noche los aullidos de los perros se hacían insoportables, hasta que los vecinos espantados por esa espantosa jauría se vieron obligados a quejarse a las autoridades. El espectáculo que presenciaron los curiosos que acompańaron a los policías fue horrible: en un inmundo cuarto yacía “Dońa Cajón” devorada por los perros. En un armario había multitud de joyas y entre ellas, las robadas a la Virgen del Patrocinio, igualmente que sus vestiduras. Todo el mundo atribuyó justo castigo del cielo la muerte horrible de la prestamista. Desde entonces se denomina Calle de los Perros. Página 4


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Baile en el Panteon Del Refugio - Leyendas de Zacatecas

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uenta una voz popular de la vieja Ciudad de Zacatecas, que allá por el ańo de 1860, cuando nuestro país era teatro de sangrientas guerras entre liberales y conservadores, pertenecía a la guarnición un capitán de nombre Augusto Pavón. Encontrábase el aludido militar en la plenitud de la vida, andando en los veintinueve ańos. Era alto, esbelto de movimientos airosos, rostro de tez blanca, ojos azules, boca atrevida que lucía unos bigotes rubios, como el pelo de su cabeza, arreglados siempre con esmero. Su porte marcial al que daba mayor gallardía el flamante uniforme, era la admiración del bello sexo y su trato afable y correcto habíale granjeado el aprecio y estimación de sus amistades, las muchas hazańas que de él se contaban lo hacían popular en la ciudad. Había por ese tiempo en la Plaza de la loza, llamada también del Laberinto, una fonda denominada la Luz de la Aurora, que gozaba de numerosa clientela debido a las gracias de su dueńa: una morena de veinte primaveras y arreboladas mejillas, llena de atractivos y que tenía por nombre o sobrenombre, que esto no hemos podido averiguarlo, Amparo de la Felicidad. El establecimiento en cuestión era reducido pero lo bastante amplio para contener hasta cuatro mesillas, cada una con asientos para seis personas. Su adorno, por demás sobrio, consistía en un jarrón con flores que de mańana traía del Portal de la Fábrica la bella fondera para ponerlas a las plantas de un Santo Cristo de tosca escultura, que se encontraba pendiente de la pared en el costado derecho del establecimiento y del cual era ferviente devota Amparito de la Felicidad. En el marco de la puerta que daba acceso a la cocina estaba un perico sobre una estaca, parlando lo más del día y llamando por su nombre a casi todos los parroquianos; un perezoso gato café, de pelo esponjoso, pasaba buenos ratos durmiendo debajo de alguna de las mesas, mientras que un perro negro de pelo sedoso y brillante, haciendo honor a su nombre de Centinela, permanecía sentado a la entrada de la fonda; recibiendo, de cuando en cuando, las caricias de los visitantes y sin hacerle extrańamiento a una murga callejera que casi a diario deleitaba a la concurrencia durante las horas de la comida. Contábase entre los abonados allí nuestro capitán, objeto de especiales atenciones y deferencias por parte de la dueńa,

así como también veíase honrado frecuentemente el establecimiento con las visitas de un empleado público llamado Juan Ponce, no menos atendido que el anterior. El mencionado Juan Ponce era un pícaro de siete suelas, de rostro rubicundo y de algo más edad que el soldado, sin querer decir con esto que llegase a la madurez. Eran de verse las buenas migas que hicieron desde el primer día de conocerse los dos personajes, siendo rara la vez que Augusto iba sin la compańía de Ponce a tomar sus alimentos, y se procuraban tanto y la familiaridad de ambos llegó al grado de no poder estar el uno sin el otro, en sus ratos de ocio. Aunque dejamos ya dicho que entre los dos repartía sus atenciones la guapa moza, era manifiesta, sin embargo, su predilección por el capitán, para quién abrigaba la más secreta pasión, sin que él hubiese caído en la cuenta. Diariamente, las sobremesas prolongábanse más de lo debido, y especialmente en las noches, hasta horas muy avanzadas, no siendo raro que los sorprendiese la aurora en su animadas charlas; ya refiriendo el presuntuoso militar sus temerarias hazańas; ya haciéndolos pasar Juanito Ponce amenos ratos con chistes y agudezas; ya Amparito entonando sentimental canción de la paloma, con su voz entonada y quejumbrosa, canción de muy agrado de sus amigos, porque les traía a la memoria sus mejores recuerdos, y por estar muy en boga en aquel entonces, habíanle granjeado fama a la muchacha de buena cancionera, cuya fama pregonaba a los cuatro vientos sus numerosos admiradores y todos aquellos de sus parroquianos a quienes les había tocado en suerte regalarse con las dulzuras de sus garganta. Al apagarse los últimos acordes de su guitarra, el militar y el empleado premiaban su labor con nutridos y prolongados aplausos. No fueron pocas las veces en que los dos amigos, después de cenar, salieron de allí con muchos otros militares y civiles, en animado gallo, a canturrear, a los acordes de la orquesta, al pie de los balcones de las guapas zacatecanas recorriendo así de este modo y manera, las románticas calles de la Muy Noble y Leal Ciudad de Zacatecas. En esta forma gastaban entre ellos la vida, distribuyendo el tiempo entre las obligaciones de su profesión y las continuas parrandas y disipaciones. Cuando más felices se sentían los tres amigos: la fondera,el emplea-

y el militar, negra nube oscureció la dicha. El regimiento al cual pertenecía el capitán Pavón recibió orden de salir de campańa. Cuando hubo éste cumplido con su deber social de despedirse de sus amigos, encaminó sus pasos a la fonda; en ella le esperaba su camarada Ponce, el soldado, en su interior, experimentaba inexplicable presentimiento. Contra la costumbre, bebe poco y come menos, en los momentos de abandonar la fonda, informa a sus amigos de su próxima partida, con amargura, entre caricias, recomienda a Amparito reciba un retrato suyo que un pintor debía llevarle luego lo terminase, como su familia llegaría a la ciudad muy breve, le encarecía lo pusiera en sus manos a su arribo. Por último le suplica, ya trasponiendo la puerta, le prepare suculenta cena, como para veinte personas, porque quiere pasar la noche rodeado de sus amigos con el fin de despedirse de ellos. Veía Amparito de la Felicidad írsele el gozo al pozo, con la marcha del Capitán, pues a más de amarlo con ternura y venirle de perlas el familiar trato de los amigos, veía ascender las utilidades de su negocio con el producto del licor que esas veladas en buena cantidad se consumía, cuya cuenta quedaba siempre a cargo del militar, quien religiosamente la cubría en los días de pago. Secreta angustia le robaba la tranquilidad. A las nueve de la noche, poco más o menos, se presenta en la fonda, seguido de Ponce y varios oficiales de su mismo cuerpo que junto con él debían salir a campańa, y de algunos jóvenes de la flor y nata de la sociedad zacatecana. Al traspasar los umbrales del establecimiento, son saludados con las vivas notas de la marcha guerrera, ejecutada por la mejor orquesta de la ciudad, mandada de antemano por los amigos del Capitán. Se comió y se bebió, se charló mucho y todos brindaron por el feliz éxito de la campańa que iba a emprender el militar. Cuando los humos del alcohol hubiéronse subido a la cabeza, la cordialidad estaba en su apogeo y Amparito, en competencia con la orquesta, deleitaba a la concurrencia con las canciones de su vasto repertorio, los asistentes pidieron a coro refiriera el Capitán cierta aventura suya muy interesante, no conocida de muchos de los allí presentes. El Capitán accede. Juanito Ponce, a quien habían hecho mucho efecto las libaciones, dejándose llevar de su carácter guasón, hace sátira del

relato del militar, dando lugar a un diálogo de pullas y chifletas entre los amigos.En lo más acalorado de la discusión, manifiesta el Capitán, picado en su amor propio, que su valor nadie lo puede poner en duda y que se siente capaz de arrastrar la más temeraria de las empresas. El empleado público, queriendo llevar la broma hasta el último grado, le propone hagan la apuesta, consistente en que cualquiera de los dos que muriese primero haría un baile en el panteón en donde estuviese sepultado, en honor del vivo viniendo personalmente por él para llevarlo. Estaba en efervescencia la cuestión, eminente era el peligro de estallar, por cuya causa los comensales para poner fin a tan inútil discusión y con el ansia de saber el desenlace del interesante relato del Capitán, manifiestan que en lugar de apuesta se haga un solemne juramento de llevar a efecto la proposición de Ponce y se deje terminar el asunto en Paz de Dios. En tanto, Amparito de la Felicidad había descolgado un Santo Cristo y encendido un cirio para el juramento. El soldado, rodilla en tierra y con la diestra extendida ante el Crucifijo jura por Dios, que hará si muere antes de su amigo, Juan, un baile en su honor en donde él esté sepultado, viniendo por él para llevarlo a la fiesta. Todos atónitos contemplan el cuadro. La luz con destellos rojizos, realzaba la majestad del Cristo. Juan Ponce imita a su amigo y rodilla en tierra hace igual el juramento. Honda impresión causó a todos los contertulios aquel caso nacido de una broma y quitóles el deseo de seguir adelante la fiesta, por lo cual la orquesta no volvió a tocar. Desagrado y temor reflejaban los rostros de los espectadores. Uno a uno sin decir palabra, fueron despejando el lugar, a poco la fonda quedó desierta. Tan sólo Amparito, de punta ante una silla colocaba el Crucifijo en su sitio. Hacía tres meses que el Capitán se encontraba en campańa, una tarde un soldado disperso llevó a la fonda la noticia de la derrota del regimiento y dio pormenores a la bella Amparito, de la trágica muerte del Capitán. Al saber la triste nueva, la muchacha no pudiendo disimular la pena que le causó, derramó cuantioso llanto en presencia del soldado y estuvo largo tiempo sumida en la reflexión vistiendo de riguroso luto. La familia de Pavón, que hacia pocos días había llegado a radicar a Zacatecas, tomó empeńo en Página 5


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LEYENDAS Zacatecas

Baile en el Panteon Del Refugio - Leyendas de Zacatecas traer los restos del infortunado Capitán y una vez ellos en la ciudad, le dio cristiana sepultura en el panteón del Refugio, habiéndole rendido sus compańeros de armas los honores de ordenanza. Muy lejos estaba Juanito Ponce de imaginarse el triste fin de su amigo, porque a la semana escasa de haber salido a campańa, lo había comisionado el Gobierno del Estado, para desempeńar una inspección minuciosa en la Oficina de Rentas de Juchipila. Semanas después de los acontecimientos, era el día de su santo, y sus amigos, sabiendo que había llegado, fueron a su casa habitación a despertarlo con una buena orquesta. La recepción, por parte de éste, es muy cordial, sucediéndose las felicitaciones entre los abrazos y apretones de manos, y después de haber dado rienda suelta a la alegría, bebido y cantado mucho, los amigos se retiraron de la casa, no sin recibir de parte del agasajado, formal invitación para fiesta nocturna. A las 11 de la mańana Ponce hace su aparición en la fonda, coincidiendo su entrada con la del pintor que llevaba el retrato del Capitán, quien como se recordará, le había dejado órdenes de entregarlo, tan luego como lo terminara, a la dueńa de la fonda. Esta lo recibe con marcadas muestras de emoción que no pasan desapercibidas por Juan, que inquiere la causa de aquello. La moza, pudiendo apenas dar crédito a que no supiese nada del suceso que durante muchos días había conmovido a la ciudad, se ve obligada a contar la tragedia del infortunado Capitán Pavón y como viera que el rostro de su amigo expresara una sonrisa de incredulidad, le recuerda el juramento a que está obligado. Ponce, haciendo gala de valor ante la joven, llena una copa de vino y avanza hacia el retrato. Ante él, hace un discurso asegurando que le sobrara ánimo para cumplir el juramento, y por lo tanto esperábalo para llevarlo a efecto, si era que el Cristo ante quien lo había hecho la toma de verdad en serio. Por último termina su oración invitándolo a su casa a la fiesta preparada para la noche. A las diez de la noche la casa de Juan Ponce rebosaba de invitados, encontrándose el baile en privanza. A las doce, todo mundo al comedor. Poco antes de terminar la cena, llaman a la puerta y una criada ocurre a abrir.

Vuelve luego al comedor y dice: – Seńor Juan, un militar desea hablar con Usted. – żNo le ha dicho su nombre? – contesta el interpelado – No, no seńor – żEs viejo o joven? – No lo sé seńor porque no le he visto la cara, está embozado en su capa y solo pude distinguirle su kepí bordado de oro y las botas de charol muy relucientes. – Diga usted, manifiesta Ponce visiblemente sobresaltado hoy no puedo recibirle porque tengo visitas, que vuelva mańana. Salió la criada con el recado, regresando a poco, decir que el militar insistía en hablarle y que si no le era posible salir le permitiera pasar, pues su asunto era muy urgente. Un frío mortal invade a Ponce quien recuerda al punto el juramento que hacía tres meses y la escena de la mańana en la fonda, y temblando de presentimiento mándale pasar. En esto entra el militar embozado en un capa negra y sin decir palabra siéntase en una silla. Mil preguntas le hacen sin lograr contestación pues el permanece mudo sin descubrirse el rostro. La mayor parte de los convidados que habían sido testigos del juramento hecho en la fonda de la Luz de Aurora, no apartaban los ojos de los dos sujetos y lanzaban miradas elocuentes a Ponce, como preguntándole si a él le infundía pavor el acontecimiento. Este casi no respiraba. Cuando hubo terminado la cena el militar habló así: -”Amigo Juan Ponce un juramento hecho hace seis meses ante la imagen de un Cristo crucificado y del cual son testigos todos los aquí presentes, me ha hecho levantarme de mi tumba para dar testimonio de que con el nombre de Dios tres veces Santo no se puede jugar impunemente, y ahora por caridad te pido en nombre de la amistad íntima que en vida nos tuvimos, me acompańes a cumplirlo, para que mi alma pueda descansar en el Seńor”. Los presentes estaban inmóviles como petrificados en los asientos, Ponce, sacando fuerzas de flaqueza, toma su sombrero y acompańa al militar. Algunos de los más animosos entre los contertulios corrieron al balcón, alcanzando a ver como desaparecían las siluetas de los dos amigos al fondo de la calle de los Gallos, que en ese momento la luz de la luna plateaba. Ni una palabra pronunciaron en el camino. Al llegar a la Plazuela de Zamora detiénese Ponce en la calle que hace esquina con la calle de Manjares, donde existía por aquel entonces una tienda de

abarrotes denominada “El Pabellón Mexicano” en la actualidad se llama solamente “El Pabellón”. En la planta alta del edificio vivía un virtuoso sacerdote ya entrado en ańos, amigo consultor de la familia Ponce y con quien Juanito se confesaba cada ańo por la cuaresma.El farol dejaba ver el rostro lívido y desencajado de Ponce y la lúgubre figura del Capitán Augusto Pavón. Juanito rompe el silencio pidiendo permiso de subir a la casa para dar un recado urgente. Este asiente con un leve movimiento en la cabeza. En un abrir y cerrar de ojos tenemos a Ponce frente al sacerdote, poniéndole al tanto de lo que acontece. Sorprende mucho al sacerdote el relato de la extrańa aventura y de momento no acierta a aconsejarle nada, más una vez pasada la primera impresión y como hombre ducho en reflexiones, piensa entonces las cosas y teniendo en cuenta las circunstancias que mediaron el juramento, no duda que Dios permita levantarse a un muerto de su tumba para evidenciar la trascendencia de un acto en el cual como testigo Su Divina Majestad deba intervenir. Juanito Ponce encomendándose en su interior a toda la Corte Celestial estaba pendiente de los labios del padre, esperando oírle pronunciar palabras que lo eximieran del terrible compromiso. Afuera, en la calle, se oía el acompasado andar del militar haciendo sonar sus espuelas en el empedrado. Después de pasar el virtuoso Ministro del Seńor un largo rato pensando, manifiesta de súbito a Juan, ser absolutamente necesario acompańe al soldado a cumplir su juramento, pues a juzgar con lo acontecido, no era de dudarse que se tratara de un alma sujeta por Dios a aquella prueba, para poner de manifiesto la magnitud del juramento. Ponce, confortado por el Padre, se resuelve a afrontar la situación y arrodillado y contraído hace confesión general de sus culpas y recibe la absolución más muerto que vivo y juntamente con ella un crucifijo y reliquias que el sacerdote le entrega, para auxilio en aquel duro trance. En tanto, el Capitán había llamado a la puerta, Ponce siente el frío de la muerte correrle por todo el cuerpo. Sale sin decir palabra, atraviesan las calles los dos, la de Manjárrez y del Refugio y al llegar donde hoy se levanta la planta de luz eléctrica y antańo fuera lomerío, ve Juan una gran claridad coronado los cerros, donde partía en dirección a ellos un haz de la luz refulgente

Entrada del panteón del Refugio.

que les alumbraba el camino, y al fijar en él los ojos se encandilaba, no pudiendo distinguir en él lo que había detrás de la iluminación. Cuando estuvieron cerca de ella, una pesada puerta se oye rechinar sobre sus goznes y al abrirse escuchase las notas lúgubres de música, sólo hasta entonces pudo darse cuenta Ponce de que se encontraba a las puertas del Panteón del Refugio, convertido a esas horas en sala de baile. Algo horripilante debió ofrecerse a su vista y su terror llegó al colmo cuando el militar que hasta esa hora había permanecido embozado, se descubrió y tomándolo del brazo le instaba a pasar, Juan no fue dueńo de sus actos y sintiendo venírsele el mundo encima cayó al suelo desmayado. El sacerdote, que a larga distancia seguía a la pareja, solamente vio la claridad que coronaba a los cerros y el haz de luz que de ella partía, alumbrando el camino de los protagonistas, y cuando ésta de pronto se extinguió, corrió a saber el fin de su protegido, el cual yacía en la tierra a las puertas del Panteón del Refugio. Costóle un poco de trabajo al padre hacerle recobrar sus facultades y con bastante dificultad le llevó a casa. Después de lo acontecido, todo quedó en paz y en profunda calma, solamente la luna, desde su azul mansión, estaba atónita tras de contemplar un raro acontecimiento. Al día siguiente la versión fue del dominio público en la ciudad y aseguraban los serenos de aquellos arrabales haber visto muy entrada ya la noche, por espacio de dos horas, una intensa luz en aquel rumbo, como si el Panteón del Refugio estuviese iluminado. Durante largo tiempo Juan Ponce fue popular en Zacatecas y en todas partes asaltábalo la gente ávida de conocer su aventura, y al referírsela él con todos sus pormenores, terminaba siempre en las solemnes palabras que le dijera la noche de la fiesta su amigo el Capitán Pavón, al venirlo a visitar de ultratumba. No se puede jugar con el Santo Nombre de Dios impunemente. Página 6


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LEYENDAS Zacatecas La Piedra Negra - Leyendas

de Zacatecas

S

in duda la leyenda de la piedra negra es muy popular en el Estado de Zacatecas, Debido a que se encuentra en la gloriosa Catedral. Todo dio principio por la natural ambición de dos amigos que decidieron abandonar de plano sus ocupaciones para aventurarse a buscar una mina que les diera riqueza. Allá por los ochentas del siglo pasado vivía en Zacatecas Misael Galán, fornido mocetón, tan entusiasta como ingenuo, que disfrutaba de un sueldo aceptable como empleado de un comercio dedicado a proveer las minas de la región de los elementos propios para el laboreo. En el almacén que estaba a su cargo se expendía pólvora, sogas, cubos para elevar el mineral y vaquetas para los cubos , barras, picos y cuńas para excavar, carbón para las fundiciones, etc., y Misael, en contacto con esos materiales sońaba con la oportunidad de poner en práctica sus pretensiones de minero, las instancias de Gildardo Higinio, su amigo de siempre que apoyaba sus propias inquietudes, le habían convencido de invertir sus ahorros en herramientas y materiales para iniciar la búsqueda del yacimiento. Durante varios fines de semana, ambos amigos caminaron incansablemente por las montańas circunvecinas; especialmente inspeccionaron al poniente de la cordillera que separa a Vetagrande de la capital zacatecana ya que, según Gildardo, por sus pláticas con viejos gambusinos y sus ocho ańos de experiencia en las minas de San Acacio, sabía localizar fuentes metalíferas. – Por este lado las vetas son innumerables y atraviesan las montańas en todas las direcciones; lo que tenemos que hacer es descubrir una mina que no esté de manifiesto, ˇy a puro gozar! – ponderaba Gildardo Higinio. Comenzaron por acampar en los límites de lo que era terreno libre, donde ya durante cuatro o cinco días habían explorado siguiendo las instrucciones de Gildardo. Con su entusiasmo a cuestas recorrieron el camino a Vetagrande, pasaron por oficinas de beneficio, vieron pequeńas catas, bocas de mina. máquinas de desagüe trabajando, labores antiguas, terrenos y graseros alrededor de los tiros; todo ello en singular contraste con las agrestes montańas que las rodean. Antes de llegar al cerro del Magistral se desviaron al oriente para empezar ahí su búsqueda;

todo el día vagaron escudrińando los montes y al atardecer decidieron regresar al campamento para dormir. Al faldear una empinada loma, de improviso se toparon con la entrada de una cueva de extrańo aspecto; a pesar de que habían cruzado varias veces por el lugar, no le parecía conocida, żles habría pasado inadvertida? ˇNo, seguros estaban de que antes no la habían visto! Como movidos por un mismo impulso, se acercaron a la entrada, con precaución. Ya dentro de la caverna, a poco andar se presentó ante sus ojos algo fantástico: incrustada en el peńasco se veía claramente una gran roca refulgente. Ante tan maravilloso descubrimiento, y pasada su sorpresa, los dos jóvenes lanzaron gritos de alegría, y con entusiasmo se dedicaron a escarbar alrededor de la piedra. “ˇEsto es oro!”, decían con exaltación los afortunados y ovicios gambusinos. “Sin duda esta es la línea de una buena veta, comentaban. Buen tiempo trabajaron, alternándose en la tarea; mientras uno borneaba la barrena o sostenía la cuńa que se incrustaba en los cantos de piedra, el otro golpeaba el marro, hasta que lograron su empeńo. Desprendida la piedra, pasando por numerosos trabajos debido al peso de su carga y a lo accidentado del terreno, a campo traviesa lograron llevarla hasta el arroyo que baja de Vetagrande, y frente a ella quedaron extasiados contemplando su flamante tesoro. Volviendo de su ensimismamiento, comenzaron por desconfiar de que hubiesen sido descubiertos por otros gambusinos de los muchos que merodeaban los alrededores, ocupados en el mismo que hacer de ellos. Tras breves minutos, y enmedio del silencio nocturno que reinaba a su alrededor, concluyeron que estaban solos. No podían dormir, a pesar del cansancio y de ser ya pasada la media noche. Cada quien elucraba lo que había de disfrutar el resto de su vida con ese descubrimiento. Al recordar de nuevo la piedra, con sobresalto examinaban si había alguna amenaza que pusiera en peligro sus vidas o su preciado bien. A ratos se miraban uno al otro al otro con mutuo recelo e inquietud, sin saber definir hacia dónde se inclinaba su estado de animosidad. A la distancia sólo se escuchaban los ladridos de los perros del pueblo de Vetagrande. En su entorno se fueron espesando las sombras…

Campanario de la Catedral Zacatecana, Piedra Negra.

Vetagrande ha sido uno de los más ricos veneros de metales preciosos que ha fabricado la naturaleza en el estado de Zacatecas. Se ubica a cinco kilómetros de la capital del estado, y tanto por la extensión de sus trabajos como por las cuantiosas cantidades de minerales extraídos durante muchos ańos, dieron significativa fuerza al régimen colonial y propiciaron el desarrollo económico de la región. En breve tiempo a partir de su descubrimiento, se creó la villa de Nuestra Seńora de Guadalupe de Vetagrande nombre oficial que tuvo al principio de la época colonial. Pese a que el gobierno espańol puso especial empeńo en la organización de la producción minera, no se dispone de una cifra exacta de los rendimientos de las minas de Vetagrande durante el régimen virreinal; lo que si se sabe es que, tanto por la extensión de sus trabajos como por la enorme cantidad de plata que estos yacimientos produjeron al comienzo de su explotación, originaron que se creará la nobleza de Zacatecas. Los condados de Valparaíso, de Bernárdez y de Santa Rosa, fueron títulos de mucho esplendor. Existen curiosos documentos antiguos que establecen las fechas de apertura de las minas fundadas alrededor de Vetagrande; las de San Bernabé, Albarrada, los tajos de Pánuco, ostentaron tan alta ley en sus minerales que motivaron la búsqueda de otros yacimientos en las cercanías. Las grandes expectativas de bonanza fueron causa principal de que toda la gente de Zacatecas estuviera vinculada a la rama de la minería. La palabra “plata” hizo que se poblaran Zacatecas y Vetagrande de mineros, gambusinos y buscones que se sostenían principalmente de la esperanza de encontrar una buena veta.

Nadie sabe que pasó durante el resto de la noche, el caso es que al día siguiente un joven pastorcito descubrió los cuerpos yertos de los dos frustrados mineros; a toda prisa y con la excitación propia de quien ve la muerte por vez primera, a gritos divulgó su macabro encuentro. Como fuego en un pajar corrió la noticia y muchos curiosos concurrieron al sitio seńalado por el pastor. Diego Romo, representante de la autoridad, levantó acta que decía: “En el crucero del arroyo fueron recogidos dos cuerpos de quienes en vida respondieron a los nombres de Misael N. y Gildardo N. Presuntamente la causa de ambas muertes fue una rińa entre ellos mismo, uno de ellos presenta fractura cranea producida, según todos los indicios por caída directa sobre una piedra que contiene oro pimente…”. La tierra reclama al hombre que vuelva a sus raíces; los cuerpos fueron inhumados en sagrado; los motivos que condujeron a su muerte permanecieron en el misterio. Quizá ante la presencia del supuesto oro descubierto, los dos infortunados se vieron condenados a ser juguetes de esa fiera funesta que es la codicia. La piedra también fue olvidada y poca atención le prestaron quienes sí conocían de metales, ya que a este compuesto de arsénico y azufre le atribuían escaso valor. Y, sería coincidencia o de veras maleficio, el caso es que días después, al pasar un grupo de jóvenes que iba de paseo, alguien seńalo la piedra recordando aquel trágico suceso, y uno de ellos exclamó: “ˇPrecisamente necesitaba yo una buena piedra para afilar mi cuchillo!”, y empezó a frotar el borde de su instrumento en la brillante piedra. Con movimientos acompasados realizaba afanoso su tarea desentendiéndose de los demás. Parecía Página 7


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LEYENDAS Zacatecas transformado, él que era de natural alegra y comunicativo; embelesado contemplaba los brillos del filo de su cuchillo producidos por su labor. A las llamadas de sus amigos reaccionó con su movimiento agresivo, y a la burla del que permanecía más cercano a él, quien se mofo de su exagerada forma de afilar su arma, replicó con feroz cuchillada, salvándose el impertinente de herida grave, si bien alcanzó a recibir profundo tajo en su brazo. Advertidos del peligro, cuatro de los más arrojados se lanzaron sobre el agresor que se aferraba al arma, sujetándolo para lograr que con alivio de todos volviera a la calma. Más tarde, el actor principal de este hecho juraba no recordar nada de lo ocurrido. A partir de entonces, la piedra del crucero del arroyo adquirió fama de propiciar el crimen, pues la ańeja costumbre de los barreteros de portar cuchillos, dagas o tranchetes para múltiples usos, como cortar sogas, trozar correas, perforar la suela del huarache o pelar tunas propiciaba que, dado el caso, se les empleara como arma de defensa o de ataque por “motivos de honor” o causas baladíes, con funestos resultados. La superstición no en todos tiene cabida, pero la gente se dio cuenta que por repetida coincidencia, aquel que amolaba su piedra del arroyo de Vetagrande, luego en algún baile o simplemente andando en copas, de seguro provocaba un pleito o lesionaba a su rival, aún siendo “muy amigos”; consecuentemente, abundaron los heridos y los muertos. También observaba la gente que, conforme crecía la cifra de hechos de sangre protagonizados por rijosos que afilaban sus armas en la ya famosa piedra, ésta iba mudando su color. “De meses a la fecha”, advertían, “la piedra toma un tinte más oscuro, se está volviendo negra”. Un episodio que confirmó la sospecha de que algún maleficio debía comunicar la piedra cuando en ella se afilaba un arma fue el pleito de Andrés Mendívil y Lorenzo Rafael. Era este Lorenzo muy dado a fanfarronear, tanto pendenciero y galanteador como de manirroto. Gustaba de derrochar en parrandas, convidando a golleteros y mujercillas que le rondaban alabando sus atributos y sus hazańas, ciertas o imaginarias. parrandas, convidando a golleteros y mujercillas que le rondaban rayana en mansedumbre y, era su gusto, sentarse solo a la vera del camino, alejado del bullicio tabernario, para cantar pulsando su guitarra, y suspirar por el amor de María Paloma de Ávila, la muchacha más codiciada del rumbo.

Al salir de la mina, Andrés era de los primeros en llegar a su casa, asentada al pie de la Bufa por el barrio de la Pinta, nombre tomado de una antigua hacienda de beneficio de plata propiedad de un espańol. Ese domingo, Andrés Mendívil estaba decidido a conquistar los favores de Paloma. Temprano se dirigió a la presa de los Olivos para bańarse en las tinajas de agua talladas en las rocas; el profundo amor que sentía bullir en sus entrańas lo animaba tanto que ni lo helado del agua sentía; con hojas del jaral estropajeaba su cuerpo para remover el polvo de la mina. A la salida de misa, resuelto y temeroso a un tiempo, Andrés acompańo a Paloma un largo trecho sin hablar, ofreciéndole solo una flor. Para animarlo, Paloma le advierte: – En la siguiente esquina es mi casa. – ˇAh, sí…! – Ibas a decirme algo… – Sí – se desata él -, que te quiero, que quiero que me quieras, que deseo saber si puedo tener la dicha de sońar en que algún día merezca yo tu atención; que el trabajo, que para mí es una alegría, y contemplar la luz del cielo y los árboles, ya nada significan si no es sabiendo de tus labios que me dejas quererte. Agradablemente sorprendida por aquella desbordante confesión de amor, Paloma sólo atinó a contestar: – Sí, sí, todo está bien; yo, este…, también… Adiós. Con el brío que comunica el amor correspondido, Andrés contemplaba la vida con plenitud; cumplía sus labores con entusiasmo, disfrutando de antemano las recatadas caricias que se prometía del precavido acercamiento con Paloma, a quien ya su familia había concedido el permiso para que entablara relaciones con él, una vez hecha su franca promesa de matrimonio. Mas tanta dicha no podía durar. El diablo del Diablo, que nunca duerme, hizo que se topara el fanfarrón de Lorenzo con Paloma, a quien intentó abordar, y un grupo de amigos que se dieron cuenta del rechazo que recibiera su respuesta, acicatearon a Lorenzo para que en vías de demostrar tanto su hombría como sus dotes de conquistador, dejase a un lado sus logros amorosos baratos y sedujera a la casta Paloma. Aceptada la apuesta, Lorenzo Rafael dedicó a partir de ahí todo su desocupado tiempo al asedio constante de la buena muchacha. A medida que se aproximaba la fecha de la boda, intensificaba Lorenzo su campańa de conquista, y cuanto más decidido sentía el rechazo de la dama, tanto más se enervaban sus morbosas ansias de rendirla.

La prudencia femenina, o la reticencia de Paloma, la hicieron reservarse de comunicar a Andrés acerca de los requerimientos de que era objeto. Quince días faltaban para el esperado connubio, y ese domingo Andrés hubo de aceptar que era verdad aquello que ni siquiera sospechara, por comunicárselo un amigo digno de toda fe. Decidido a reclamar lo suyo y cualquier ofensa hecha a su amada, solicitó al oficioso informante: – żMe puedes prestar tu cuchillo? – ˇClaro! – repuso su interlocutor, tomándolo enfundado de la apretada faja que le rodeaba la cintura-. Pero ten cuidado: ayer mismo, al salir de la mina lo afilé en la piedra del arroyo de la Veta… En cuanto tuvo contacto con el arma, Andrés se sintió poseído de un furor homicida. Fue directo al mesón del Vivac, donde sabía que se encontraba aquél a quien ya consideraba como enemigo. En el trayecto se torturaba cavilando si alguna culpa tendría su novia, pero se reconfortaba al evocar todos los momentos desde que lo aceptara como novio, y veía siempre verdad en sus ojos, apreciaba sinceridad en sus palabras, palpaba veraz honestidad en su trato. Acudía a su memoria cómo siendo ya “novios oficiales” y con permiso de platicar más allá de tiempo usual, la naturaleza les inclinaba a saborear, con mutua aceptación, las primicias del amor, y cuando a pesar del hermoso apetito de la juventud ella se retenía, él admitía sus negativas por saberla pura y querer llevarla así hasta el altar. Pensando en esto, se recrudecían su coraje y su rencor en contra de Lorenzo Rafael. Antes de entrar al Vivac se alcanzó a escuchar el llamado de Paloma, al que no prestó atención; ella, igualmente advertida por una amiga de que Andrés iba en busca de Lorenzo Rafael, pretendía evitar el encuentro. Decidido, Andrés entró al Vivac, y apenas traspuso el umbral, un silencio ominoso invadió al lugar. El vecino de Lorenzo, alzando una copa, con disimulo le previno acerca de la aparición del prometido de Paloma. Lorenzo no se inmutó;obligado por la presencia de sus amigos, su habitual postura de fanfarrón se hizo manifiesta, confiado además en aventajar al recién llegado. Sabidas por todos los presentes eran, tanto la bravura de Lorenzo como la pasividad de Andrés se plantó retadoramente ante Lorenzo Rafael, en un desplante viril de quien no soporta más el impulso de manifestar su legítimo reclamo. El aludido le sostuvo la mirada y le dijo todavía en tono burlón: żNo

andas perdido de rumbo? żBuscas algo aquí, o con alguien? – Sí – contestó Andrés -. Busco respuesta de ti. Percibiendo Lorenzo la energía contenida en la réplica de Andrés, nerviosamente alardeó: – Conmigo cualquier hombre que sea muy hombre encuentra lo que quiera.Las palabras sonaban con eco por el silencio reinante. Con calma habló Andrés: – Si alzas tanto la voz, tienes que sostenerte; y ya está dicho. “Ábranse”- se dirigió a los demás, mostrando su acerado puńal y amagando en abierto desafío a su rival. Este a su vez se puso en guardia, manejando arma similar con soltura y aplomo. Luego de dos o tres giros de tanteo, Lorenzo ataca con celeridad a Andrés, quien con asombroso quiebre desaparece del frente del Lorenzo, rodando a su costado. En los siguientes golpes, cambia la actitud confiada de Lorenzo que siente, al igual que los circunstantes, no tenerlas todas consigo, Por el contrario, ven al antes pacifico Andrés manifestar un valor y un agilidad insospechadas; el brillo de su puńal se entreteje con el brillo de sus ojos, y una fiereza inaudita parece poseerlo, eludiendo golpes de su adversario y mostrando seguridad en cada movimiento se trasluce su disposición de ajusticiarlo. Cuando asesta una certera cuchillada a Lorenzo y se prepara para darle otra mortal, un grito y la presencia de Paloma deja a todos expectantes; en un acto impetuoso, Paloma se interpone entre los rivales; abrazando a su amado apremia a los presentes a pacificar aquella brega e implorante hace que Andrés se desprenda del arma homicida y se aleje de su compańía. Si en este caso pudieron evitarse trágicos resultados, su trascendencia radica en que la transformación de un individuo pusilánime en un temerario retador se atribuyó popularmente a las virtudes insufladas por la oscura piedra. No habrían de tener la misma suerte otros rijosos, al sufrir en carne propia dańos lacerantes, secuela de las constantes rińas que se sucedieron durante meses, raro fue el fin de semana en que, especialmente por los barrios de la Pinta, del Vergel y de Mexicapán, donde predominaban los mineros, al clarear el domingo camino de la iglesia podían decir las mujeres piadosas, santiguándose: “Bendito sea Dios, ya amanece y al parecer no hubo muertos”. Consternada, la ciudad se enteraba que volvía a estallar el odio entre familias; se comentaba con presagio de nuevas tragedias que Fulanito y Zutanito, sobrinos del de la semana pasada, ya habían Página 8


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LEYENDAS Zacatecas ade la semana pasada, ya habían ido al arroyo de Vetagrande a filar sus armas en la piedra negra. ˇNegra estaba ya la piedra seńalada para acicalar las armas mortales! Negro luto vestían muchas familias y trágicamente negro veían el futuro inmediato para un sector importante de la población las autoridades civiles y eclesiásticas que, frente a la incesante repetición de hechos sangrientos, cada vez más preocupadas estaban por el cariz que ofrecían los acontecimientos. En discreta reunión entre el gobernador del estado y el tercer obispo de la Diócesis de Zacatecas, fray Buenaventura del Corazón de María Portilla y Tejada, decidieron adoptar medidas eficaces, cada quien según sus medios, para remediar tan caótica situación. El 15 de abril de 1888, el seńor obispo, acompańado de su sabio consejero, el primer deán de la catedral canónigo fray Félix Palomino, y de cuatro diáconos del seminario tridentino de Santa María de Guadalupe, salieron al anochecer rumbo al camino de Vetagrande para realizar un conjuro contra las fuerzas demoniacas que irradiaban de aquella piedra. Durante mucho tiempo, la gente “se hizo cruces” de porqué y cómo había desaparecido la piedra negra de su emplazamiento. Varias noches de desvelo hubieron de tener el obispo y los canónigos para discernir, invocando el divino acierto, el destino que debería asignarse al diabólico objeto; disquisiciones teológicas y pruebas exorciales debieron de hacerse para atarlo en sagrado, sin mancillar el lugar. Meses después, sosegada la fascinación de la gente belicosa por acrecentar el poder de su arma asentándola en la piedra negra, ésta fue descubierta por el vecindario, puesta a buen recaudo en sacro lugar. El sitio escogido por aquel obispo para instalar la piedra fuera del alcance de los pendencieros, fue en lo alto del muro posterior de la catedral, empotrada precisamente abajo de la campana chica que servía para llamar al sacristán. Este es el único bloque de color sombrío que en su fábrica tiene la catedral. Hay quien asegura haber presenciado, particularmente en días de lluvia, desprenderse de la piedra espectrales fulgores azulosos capaces de infundir temor y zozobra a los testigos del fenómeno. Usted la puede ver fácilmente desde donde arranca la calle Ángel, a espaldas de la catedral; apreciará el tamańo a que quedó reducida y, si tiene paciencia y ciertas dotes de observación, quizá podrá notar algo más con relación a la maléfica piedra negra.

Mina “El EDEN”- Zacatecas

Túnel de Entrada a la mina.

La historia de la Mina del Edén la cual se encuentra a 180 metros bajo tierra, comenzó aproximadamente en 1586, apenas 40 años después de la fundación de Zacatecas en 1546. El Estado de Zacatecas fue uno de los productores de oro y plata más importantes a nivel mundial durante los siglos XVI al XVIII. En el interior de la mina podrás visitar el Museo de las Rocas y Minerales, que contiene una colección única de rocas y minerales de distintas partes del mundo como: Brasil, Estados Unidos, Irlanda del Norte, Marruecos, Perú, India, España, Australia, China, Canadá, Italia, Chile, Bolivia, Madagascar, Inglaterra, Escocia, Malasia, Rusia, Sudáfrica y Pakistán. En la mina se puede disfrutar de una iluminación y ambientación casi perfecta, que simulan a los esclavos tlaxcaltecas y chichimecas que, según las leyen-

das, ganaban cuatro reales a la semana, comida, techo y el pepeno (se les permitía llevar lo que sus espaldas soportaran), bajo la condición de ser católicos. Debido a las inundaciones en sus túneles y a la cercanía con la ciudad, en 1960 finalizó su explotación, tiempo después fue ambientada para el turismo, siendo la mina más visitada del país por turistas nacionales y extranjeros. Las actividades inician en el socavón La Esperanza, a través de un túnel de 520 metros de longitud. El recorrido es de 2.5 kilómetros aproximadamente, de los cuales 400 metros se realizan a pie. Como un enfoque didáctico, cultural y recreativo, este bello espacio, sin duda alguna, complementa tu visita a el Estado de Zacatecas

Mitos Actualmente, el culto religioso sigue vigente, ya que en uno de los puentes colgantes podemos observar al patrono de los mineros zacatecanos, el Santo Niño de Atocha, que su templo se encuentra en el municipio de Fresnillo. Los guías cuentan que se debe descubrir el rostro del minero Roque, que según las leyendas, trató de robarse una gran pepita de oro, sin compartirla con nadie. En ese momento hubo un derrumbe y quedó petrificado entre las rocas. Su maldición fué quedarse dentro de la mina junto con la pepita. Hoy se dá la oportunidad a los visitantes de que busquen esta piedra preciosa, pero se anticipa que si se encuentra, se debe compartir con el guía turístico. De lo contrario, se dice que pasará a ocupar el lugar del ambisioso Roque.

Sofía, Paola, Ale y Monse sobando la pansa de Roque.

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