I PATOLOGIA DE LA NORMALIDAD DEL HOMBRE (Cuatro Lecciones de 1953) La salud mental en el mundo moderno (Primera lección) Qué es la salud mental
http://img1.colorearjunior.com/505ae 3efc3805-p.gif La cuestión de qué es, en la sociedad presente, la salud mental puede abordarse de dos maneras, una estadística y otra analítica, cualitativa. El enfoque estadístico es muy simple, y se puede hablar de él brevemente: se pregunta por los gastos de la sociedad moderna en sanidad mental. Pues bien, las estadísticas de estos gastos no son precisamente halagüeñas. Nos dicen que en Estados Unidos se gastan unos mil millones de dólares al año en asistencia psiquiátrica y que aproximadamente la mitad de las camas hospitalarias están ocupadas por enfermos mentales. Y tales estadísticas son menos aun halagüeñas, y algo desconcertantes, e incluso significativas examinando los datos de Europa. Vemos aquí que los países quizá más equilibrados, anclados en la seguridad burguesa, como Suiza, Suecia, Dinamarca y Filandia, son los países que tienen la peor salud
mental, es decir, muchísimos más casos de esquizofrenia, suicidios, alcoholismo y homicidios que los demás países europeos. En este sentido, la estadística plantea un problema. ¿Qué significa que estos países europeos, con éxito social y cultural que parece ser exactamente el ideal de los Estados Unidos, el ideal al que aspiramos, esa próspera vida burguesa, basada en una gran seguridad económica…qué significa que el estado de la sanidad psiquiátrica en esos países parezca demostrar que tal forma de vida no conduce a la salud mental, o a la felicidad, como habíamos creído siempre? Pero si hay muchas enfermedades mentales en Europa y Estados Unidos, también pueden decirse muchas cosas buenas sobre la otra cara de la moneda. La asistencia psiquiátrica se extiende cada vez más. Seguimos nuevos métodos. Hay un movimiento pro higiene mental en Europa y Estados Unidos. Y así, en realidad no sabemos si las estadísticas reflejan simplemente un número mayor de enfermedades mentales, o sólo indirectamente la mejora de las asistencia psiquiátrica, es decir, si el perfeccionamiento de los métodos, la mayor preocupación de las observaciones y el aumento de las instalaciones sanitarias están provocando que, al permitirnos reconocer mejor quién está enfermo mentalmente, empeoren las estadísticas no serían mejores en caso de que prestásemos menos atención a la salud mental y a la enfermedad mental. Creo que al examinar las estadísticas y las dos caras de la moneda os quedamos tan perplejos como antes. Como ocurre casi
siempre, no sabemos que hay detrás de los números cuando atendemos solo las estadísticas. Por eso, en estas cuatro lecciones no vamos a tratar del aspecto estadístico, sino del aspecto cualitativo, y empezaremos preguntándonos qué entendemos por salud mental y por enfermedad mental, qué es eso y cómo debemos abordarlo. Después, veremos cómo se relacionan los datos de la salud mental y de enfermedad mental, según las entendemos, con la estructura particular de nuestra cultura en este año concreto de 1953. Porque, si vamos a hablar de la salud mental en la cultura contemporánea, no sólo hemos de cotejar la salud mental con la cultura en un momento preciso, sino que debemos comprender las consecuencias: qué factores del desarrollo y la estructura de nuestra cultura contribuyen a la salud mental y qué factores contribuyen a la enfermedad mental. Al preguntarnos qué entendemos por salud mental, hemos de distinguir entre dos conceptos fundamentales, que siguen siendo corrientes y a menudo no se los distingue bien, aunque la diferencia está bastante clara. Uno es un concepto social, relativista, que corresponde al estado de ánimo de la mayoría de la sociedad. Es algo así como la definición de inteligencia: la inteligencia es lo que mide una prueba psicológica de inteligencia. Desde este punto de vista, la salud mental es la adaptación a las formas de vida de una sociedad determinada, sin importar para nada si tal sociedad está cuerda o loca. Lo único que importa es si uno se ha adaptado.
Muchos de ustedes conocerán el relato de H.G Wells (1925) The Country o the Blind: un joven se extravía en Malaisia y se topa con una tribu de ciegos de nacimiento. Todos son ciegos desde hace muchas generaciones. Pero él ve, ésa es su mala suerte, porque todos son muy recelosos y tienen sabios médicos que diagnostican su enfermedad como una extraña e inaudita perturbación de su rostro, que le provoca toda clase de fenómenos curiosos y patológicos: “Esas protuberancias nocivas que él llama ojos y que en los seres perfectos sólo existen para ahondar una bella depresión en la cara, las tiene…tan enfermas, que la dolencia le ha penetrado hasta los sesos. Reparad en que están enormemente distendidas, tienen una doble fila de pelos y además se abren y se mueven. No es preciso añadir más para demostraros cómo su cerebro ha de estar en un estado fluctuante entre la irritación y el idiotismo sin parar nunca en el fiel de la sensatez”. Se enamora de una chica y el padre es reacio, pero finalmente permite la boda a condición de que el joven se someta a una operación. Y antes de que lo dejen ciego, escapa. Tiene gracia este relato, porque nos hace ver sencillamente qué es lo que pensamos más o menos todos nosotros cuando se trata de qué es normal y qué no es normal, de quien está sano y quien está enfermo desde el punto de vista de la teoría de la adaptación. Se da por entendido que: 1) toda sociedad es normal; 2) enfermo mental es el que se desvía del tipo de personalidad favorecido por la sociedad; 3) la sanidad psiquiátrica y psicoterapéutica persigue el objetivo de adaptar a cada uno al nivel del
hombre medio, sin preocuparse de que este hombre medio sea o no sea ciego. Sólo cuenta que no esté adaptado y no perturbe el tejido social. Esta teoría de la adaptación tiene unos elementos típicos. Por ejemplo, creemos que nuestra familia, nuestra nación o nuestra raza son normales, mientras que la forma de vida de los demás no es normal. Estos nos lo aclarará más aún una anécdota. Va un hombre donde el médico y empieza hablarle de sus síntomas: “Bueno, lo que me pasa es que todas las mañanas, después de ducharme y vomitar…”. El médico lo interrumpe: “Pero, ¿qué me dice?, ¿qué vomita usted todas las mañanas?”. A lo que el paciente contesta: “¡Claro!, ¿no lo hacen todos?”. Esta anécdota es divertida, porque se refieres a una actitud que compartimos más o menos todos nosotros. Quizá sepamos que otros tienen también algunas de nuestras rarezas, pero no sabemos que muchos rasgos de los que creemos comunes a toda la humanidad no son en realidad universales, sino propios únicamente de nuestra familia, de nuestro país o de Occidente. Pero no se trata solo de esta idea provinciana, de creer que nuestra forma de ser es normal y de educarnos, sino que esto también implica una filosofía, que podríamos llamar relativista, para la cual, en primer lugar, “no se puede hacer ninguna afirmación que sea válida objetivamente”. Lo bueno y lo malo es cuestión de opiniones. En lo esencial, no hacen sino manifestar lo que se hace y se prefiere en una cultura, y no en otras. Lo que en una cultura gusta hacer a gente lo llaman bueno y, lo que les gusta, lo llaman
malo. Pero en eso no hay nada de objetivo. Es sólo cuestión de gustos. En contra de ese punto de vista hay otro, que he explicado más detalladamente en mi libro Ética y Psicoanálisis (E. Fromm, 1974a), para el cual hay, efectivamente, juicios que tienen validez objetiva, que no son cuestión de gusto ni materia de opinión, del mismo modo que el médico o el fisiólogo, que suponen que vivir es mejor que morir, o que la vida es mejor que la muerte, pueden hacer la afirmación objetivamente válida de que este alimento es mejor que el otro, de que esta clase de atmósfera o de reposo, o esta cantidad de sueño, es mejor que aquella otra. Una cosa es buena para la salud y la otra es mala; lo que no se refiere sólo al cuerpo, sino también a la mente. También podemos formarnos juicios objetivamente válidos sobre lo que es bueno y malo para nuestra mente, basados en el conocimiento que tenemos de ella y de las leyes que la rigen. Aunque, en realidad, la conocemos muy poco. Quizá sepamos más de vitaminas y de calorías que de lo que es necesario para que nuestra mente viva con normalidad. Además en cuanto a las vitaminas y calorías, también las modas cambian, como todos hemos visto, y no sé si tomándonos más en serio nuestra mente no descubriríamos que sabemos de ella mucho más de lo que creemos, con sólo prestarle un poco de atención. Por otra parte, no es tan arbitrario como sueña ese relativismo sociológico que afirma que lo necesario para la existencia y supervivencia de una sociedad es también bueno en sí mismo. En efecto, desde el punto de vista de
cualquier sociedad, sería difícil comprender que no tomase esta postura, porque una sociedad de estructura determinada puede existir sólo en tanto sus miembros adopten una actitud que garantice su buen funcionamiento. Y uno de los mayores empeños de toda sociedad, de sus instituciones culturales, sus instituciones educativas, sus ideas religiosas, etc., es formar un tipo de personalidad que quiera hacer lo que debe hacer, que no sólo esté dispuesto, sino que ansíe cumplir el papel que tal sociedad le pide para poder funcionar bien. Pensemos en una sociedad belicosa y predatoria. La función de sus miembros es guerrear, conquistar, agredir, robar y matar. Si en ella hubiese un tipo parecido a Fernando el toro (personaje de cuento infantil, aficionado a las flores del campo y poco apto para la lucha), resultaría bastante inútil para la guerra y no podría dar continuidad a su estructura social, que, al fin y al cabo, o es consecuencia de una opción arbitraria, sino que se debe a muchas condiciones históricas reales en las que funciona esa sociedad, y que no pueden modificarse tan fácilmente. O pensemos, en cambio, que en una sociedad agraria, cooperante, hubiese un tipo belicoso. Sería igual de perturbado. También lo considerarían una amenaza para el buen funcionamiento de la sociedad. Podría opinarse que toda sociedad viva tiene un interés legítimo y absoluto en cierto grado de conformidad, un interés al servicio de la supervivencia de esa sociedad, que ha de cumplir con su propia estructura y su personalidad social. Lo que ocurre realmente es que se insiste demasiado en esta
conformidad. Desde luego, en este año de 1953 o hará falta que yo insista en la conformidad. Lo que sí hace alta e afirmar un poco más que la supervivencia de la sociedad, al menos de la sociedad moderna, depende también del inconformismo. Si en la sociedad de los cavernícolas hubiese existido sólo conformismo, está claro que todavía seriamos cavernícolas e incluso caníbales. Me parece que la evolución de la humanidad depende de cierto grado de conformismo y de cierto grado de voluntad de rebeldía; y que, no sólo para la marcha del progreso, sino incluso para la supervivencia de cualquier sociedad humana, el inconformismo es tan importante para la sociedad como cierto grado de conformismo y voluntad de adaptarse a las reglas del juego de la vida en ella. Por último, entre las diversas ideas que hacen identificar lo normal con lo adaptado, o la salud con la adaptación, hay otra postura que, me temo, es casi solo una justificación. Es la de decir: “No, yo no soy relativista. Yo no digo que cada sociedad vive de acuerdo con lo que es normal, y bueno, y sano, pero si es verdad que nuestra sociedad, la sociedad estadounidense de 1953, la forma de vida estadounidense, resulta que es el fin y el cumplimiento de todos los anhelos humanos. Es la forma en que vive la gente normal. Y si otras sociedades anteriores, o las de hasta hace ciento cincuenta años, eran atrasadas, quizá anormales, y hacían cosas que no estaban bien, nosotros hemos llegado a un punto en que la base de nuestra vida, de nuestra sociedad, coincide con lo que desde un punto de vista objetivo, no relativista, debe llamarse normal y sano”. En realidad, éste es un
punto de vista muy peligroso, porque, aun pareciendo tan objetivo, aun pareciendo tan diferente a una postura sociológica relativista, verdaderamente no es más que otra manera de justificar lo mismo sin decirlo igual. Voy a dedicar un poco de tiempo a demostrar que, si hay muchas cosas buenas en nuestra sociedad, muchas cosas de las que poder enorgullecernos, es por lo menos muy discutible que nuestra actual forma de vida nos conduzca más bien a la salud mental o a la enfermedad mental. En estas lecciones quiero analizar más concretamente qué consecuencias tiene para el hombre nuestra forma de vida, la forma de organización de nuestra sociedad, nuestra forma de organización política; qué consecuencias tiene para nuestra salud mental, en qué medida lleva a la enfermedad mental y cuáles pueden ser las reacciones y las posibilidades de continuar, de mejorar lo bueno y hacer que desaparezca lo malo. Ya sé que en este año de 1953 las cosas se juzgan con mucha pasión. Por una parte, oímos unas críticas a los Estados Unidos, aunque en realidad sólo las hacen los estalinistas, diciendo que todo el mundo se muere de hambre en este país, que no hay nada de bueno y todo es malo. Bueno, es una clase de crítica que no debe preocuparnos demasiado, al menos desde un punto de vista objetivo porque es simplemente una mentira. Creo que el mundo en que vivimos es uno de los mejores que el género humano haya creado nunca. Lo cual no es decir demasiado, porque hasta ahora el género humano no ha creado mundos buenos, y tengo mucho que criticarle, al menos
observando lo que pasa. Sin embargo, ésta es mi primera reacción cuando oigo decir cosas tan tremendas. Si sabemos lo que ha ocurrido en el mundo los cinco o seis mil años pasados, me parece que, a pesar de todo, éste es uno de los mejores experimentos que se han hecho hasta ahora y, con todos sus enormes defectos, nos da esperanzas de un progreso muy positivo, a condición de que sepamos ver lo necesario y evitemos lo evitable. En el otro extremo están los nacionalistas. Dicen que la forma de vida estadounidense es lo más que se puede desear, es lo mejor que nunca haya existido y no hay ningún reparo que oponerle. Se trata de una postura bastante primitiva, bastante irreflexiva, y me temo que tampoco sea muy patriótica, pues, ¿cómo ha de ser bueno creer que el pueblo es maravilloso, cuando todo el mundo sabe que no es bueno decir que yo soy maravilloso? Si voy por ahí diciendo a todo el que quiera escucharme que yo soy un tío magnífico, todo el mundo pensará que soy un tipo bastante raro y no me respetarán demasiado; pero si digo que mi pueblo es magnífico, creerán que soy muy sensato y, además, bueno. Sin embargo, se trata de la misma clase de egoísmo y la misma falta de amor verdadero el hecho de satisfacerse afirmando tales cosas sin querer ver los defectos ni corregirlos. Características moderna
de
la
sociedad
dirán a toda clase de asociaciones, porque no sabe qué hacer con su libertad. No soporta estar solo y libre de aquellos lazos primitivos que le fijaban su lugar en la sociedad.
https://artursala.files.wordpress.com /2013/05/nuevas-fotos-estambulfotos-dolavon-fotos-tok-l1b40rv.jpeg Antes de entrar en la cuestión concreta de la salud mental en la sociedad contemporánea, veamos brevemente cuáles son sus principios y actitudes fundamentales. El primer principio del mundo occidental moderno se formula cuando el individuo sale del grupo al que pertenecía de modo fijo y prestablecido, en el que debía vivir y adaptarse. Sale de él como individuo y deja de ser miembro de una sociedad estática, como lo fue durante muchos siglos de la sociedad feudal de Edad Media. En cierto sentido, esto es lo que llamamos individualismo, o libertad del hombre moderno, frente a la posición fija, la posición estática del hombre medieval, que era sobre todo miembro de un grupo y, por mismo carácter de esa estructura, nunca dejaba ser miembro de tal grupo. El hombre moderno se ha liberado de estos lazos, de estas estructuras primitivas, pero- y habré de añadir un “pero” a cada cosa que vaya diciendo-, tiene miedo de la libertad que ha conseguido. Tiene miedo, ha dejado de ser miembro de un grupo orgánico, pero se ha convertido en un autómata que se aferra como sucedáneos a la sociedad, a las convenciones, al qué
Otra característica de la sociedad occidental moderna, es estrechamente relacionada con este salir el individuo de tal organización colectiva, es lo que suele llamarse la iniciativa individual. Por ejemplo, la actividad económica del hombre medieval dependía del gremio al que pertenecía. En la sociedad capitalista moderna, el hombre es libre. El capitalista es libre. El obrero es libre. Ambos deciden por sí mismos y ambos desarrollan lo que se llama iniciativa individual. Sin embargo en el siglo XIX, hoy vivimos en una cultura en la que cada vez se tiene menos iniciativa individual, es decir, puede haber todavía iniciativa individual en sentido económico, pero incluso ésta es menos de lo que solía ser hace unos cien años, por causa de ciertos cambios estructurales del capitalismo moderno, de los que hablaremos después. Pero si nos preguntamos dónde está la iniciativa individual, que no sea la de dónde invertir el dinero de uno, buscando bien, veremos que efectivamente hay muy poca. Quizás el hombre medieval tuviese tanta o más iniciativa individual, si pensamos en ella como el asombro de vivir, de tomar la vida como una aventura, sacarle algún provecho y distinguiese un poquito del vecino. Creo que el hombre de la mayoría de las culturas quizá tenga más iniciativa individual que nosotros. Me parece que la iniciativa individual, en sentido humano, frente a un sentido puramente económico, ha llegado a un nivel muy bajo en el hombre moderno.
El tercer rasgo característico de la sociedad moderna es haber creado una ciencia y una práctica que nos ha permitido combatir, dominar la naturaleza en un grado inaudito. Perfectamente cierto, pero nosotros los hombres orgullosos que una vez decidimos dominar la naturaleza, nos hemos convertido en esclavos de la maquinaria que hubimos de crear para tal fin. Nosotros hemos dominado la naturaleza, pero nuestras máquinas nos han dominado a nosotros. Nosotros estamos quizá más dominados por los artíficos creados con nuestras máquinas que dominado está el hombre de muchas culturas por la naturaleza que no ha aprendido a dominar. Por lo menos, pensando en el peligro de los terremotos o de las inundaciones, que son peligros naturales, y comparándolos con los peligros de la guerra atómica, veremos que ésta es un buen símbolo de cómo nuestra propia producción nos amenaza mucho más que la naturaleza a las culturas que domina. La cuarta característica de la cultura moderna es su orientación científica, entendiendo por orientación científica algo más de lo que da a entender el sentido técnico de esta expresión. La orientación científica, humanamente hablando, es la capacidad de ser objetivo, o sea, de tener la humildad de ver el mundo tal como es, o de ver las cosas, vernos a nosotros mismo y a los demás tal como somos, sin que nuestras ideas y nuestros deseos nos hagan desfigurar la realidad; tener fe en la capacidad de nuestro pensamiento de reconocer la verdad, la realidad, pero estando siempre dispuestos a cambiar de idea cada vez que descubramos datos nuevos, siendo sinceros y objetivo, sin evitar los
datos que pudiéramos descubrir, para evitar el tener que cambiar de idea. La orientación científica moderna, humanamente hablando, me parece que ha sido uno de los pasos más importantes del progreso humano, pues significa la manifestación de un espíritu de humildad, de objetividad y realismo que no existe en el mismo grado ni del mismo modo en las culturas que no tienen tal orientación científica. Pero nosotros, ¿qué hemos hecho de ella? Nos hemos convertido en adoradores de la ciencia y hemos hecho de los enunciados científicos un sucedáneo de los antiguos dogmas religiosos. Para nosotros, la orientación científica no manifiesta de ningún modo esa humildad u objetividad, sino que sólo es otra manera de enunciar un dogma; y el hombre corriente ve en el científico a un sacerdote que conoce todas las respuestas y tiene relación directa con todo lo que él quiere saber, del mismo modo que algunos están contentos con el sacerdote, si tiene relación con Dios, porque al verlo de vez en cuando sienten que participan un poco de esa relación. Así, nosotros, leyendo las revistas de divulgación científica, y enterándonos de los últimos descubrimientos, y usando convencidos de la existencia de científicos que conocen todas las respuestas, participamos de este nuevo dogma, la religión de la ciencia, y no tenemos que pensar nada por nosotros mismos. Una quinta característica de la civilización contemporánea, de los ciento cincuenta o doscientos últimos años, es nuestra democracia política, otro gran paso adelante. Significa que el pueblo no sólo puede decidir en qué se emplean sus
impuestos, sino que también puede decidir sobre todas las cuestiones sociales importantes. Pero también esta idea y este principio, que originariamente fueron una reacción contra el principio del poder absoluto, e incluso del poder feudal, con los que el pueblo no tenía derecho de participar en las decisiones que le afectaban, se ha desvirtuado de muchas manera, hasta reducirse (voy a ser duro) a una especie de apuesta en una carrera de caballos, con toda la agitación, con toda la excitación del azar, con toda la irracionalidad de que el número 3 pueda ser el ganador, porque lo hayamos soñado la noche anterior. No voy a negar que, en general, nuestras elecciones tienen cierto grado de racionalidad, pero no diré que sean una participación reflexiva de los individuos en los asuntos sociales. De todos modos, me parecen mejor que cualquier otra cosa conocida, pero ciertamente están muy lejos de lo que se había proyectado en un principio. Si todos estos factores de la sociedad moderna que he descrito tienen algo en común, es que deben entenderse, en primer lugar, como negaciones del orden pre moderno. La libertad individual, la iniciativa individual, la orientación científica, la democracia política, el dominio sobre la naturaleza: todo ello se expresa en primer término como negación. Es lo contrario. Es diferente. Es una negación de lo correspondiente en el orden feudal. Pero temo que nos hayamos quedado en la negación, que sigamos enunciando y entendiendo esas ideas en forma de una negación que fue nueva hace doscientos o trescientos años, en vez de pasar a otro plano de razonamiento, digamos, al de negar
la negación, a estimar qué significa esta negación o, por darlo de otro modo, a superarla, proponiendo enunciados nuevos, más positivos, de lo que queremos; porque, al fin y al cabo , el feudalismo, e incluso la monarquía absoluta, ya no nos importan nada. Y si hace cien años un editorial del New york times podía ser el documento más revelador, el más estimulante y sugestivo, yo no creo que en 1953 esos editoriales tengan el mismo efecto para mí ni creo que para nadie, a no ser el de confirmar a uno en lo que piensa, o que siempre resulta bonito y agradable. En general creo que, considerando los caracteres positivos de nuestra cultura y de nuestra sociedad, debemos reconocer que seguimos anclados en las negaciones y que ya es un poco tarde para eso. Hace mucho que la negación fue fecunda y positiva. Ahora debemos pasar de la negación a otro plano, el de negar la negación, o también, podríamos decir, el de ocupar una nueva posición. C) condicionamientos del hombre y las necesidades psíquicas. Antes de hablar de las consecuencias que nuestra estructura social y cultural tiene sobre el hombre y sobre la salud mental, quisiera decir algo más general, pero necesario para explicar mi orientación. Empezaré diciendo que todo individuo necesita encontrar una solución al problema de su existencia o, por decirlo de todo un poco diferente, si bien está muy difundida la opinión de que, si tenemos suficiente para comer o beber, y sueño suficiente, y seguridad suficiente, si tenemos todo esto y sin dificultades, la vida no
representa ninguna problema especial, en realidad, es justo entonces cuando empieza el problema.
duda de si esta forma de vida no encierra tal grado de aburrimiento que lleva a unas consecuencias escandalosas para la salud mental. Hablamos tan a menudo de calamidades como la enfermedad, la locura, el alcoholismo y qué sé yo, que no tenemos presente que una de las peores dolencias es el aburrimiento y que la gente puede llegar a cualquier extremo, no ahorrar ningún esfuerzo, no para evitarlo, porque no es tan fácil, sino para escapar a él, para encubrirlo. En realidad, podríamos decir que durante ocho horas diarias no nos aburrimos porque trabajamos, y agradecemos a Dios habernos dado la necesidad de dormir, con lo que llenamos otras ocho horas, pero nuestro mayor problema es cómo llenar las ocho restantes y afrontar el aburrimiento que suscita constantemente nuestra forma de vida.
http://2.bp.blogspot.com/DmVs1oAHtsg/TbDN4aVPOLI/AAA AAAAAAA8/c5a3Bu5qSE/s1600/esencia.gif Es del todo cierto que, si no tenemos bastante para comer, si tenemos inseguridad y dificultades en los planos vitales primarios, efectivamente tendremos problemas, pero ni siquiera habremos empezado a rozar los verdaderos problemas de la existencia humana. Volviendo un poco sobre las estadísticas de los pequeños países protestantes de Europa, los mejor equilibrados, vemos que han resuelto la mayor parte de los problemas en este plano. Tienen bastante para comer, son cooperantes, no practican una competencia feroz y ni siquiera han entrado en guerra. Pero tengo la
La situación humana se caracteriza por profundas escisiones y conflictos. El más fundamental quizá sea el de la limitación de nuestra existencia, manifiesta, en definitiva, en la necesidad de la muerte, en que formamos parte del mundo animal por todo nuestro orden fisiológico pero a la vez nos hemos emancipado de él, en que pertenecemos al mundo animal, estamos en él, y a la vez no le pertenecemos. Tenemos una razón y una fantasía que nos permiten, y casi nos imponen, saber que somos distintos, independientes, y que nuestro final es inevitable, y es justo lo contrario de la vida. El choque con estos conflictos vitales nos lleva la necesidad de entender la vida. No podemos soportarlo si no la necesidad de entender la vida. No
podemos soportarla si no la entendemos, sólo comiendo y bebiendo. Tenemos que dar alguna solución al problema de la vida, y tenemos que encontrar respuestas teóricas y prácticas. Quiero decir que necesitamos un marco de referencia para orientarnos en la vida, que dé sentido y razón a la vida y a nuestro lugar en ella. Si no estamos locos, o si no reprimimos, como hacen algunos, y muchos consiguen casi del todo, la conciencia de los problemas vitales siguiendo compulsivamente una rutina de evasión, acabará obsesionándonos el problema del sentido de la vida y necesitaremos cierto grado de referencia y de orientación que nos dé razón, y creo que no sólo un marco de referencia intelectual, sino también el principio ordenador de un objeto de adhesión, de algo a lo que dedicar nuestras energías aparte de las que necesitamos para producir y reproducirnos. Me dirán que esto no es perfectamente axiomático. ¿Cómo puede demostrarse? Yo no sé si pudo demostrarlo a satisfacción de cualquiera. Lo único que puedo decir es que, por mi observación de mí mismo (y por ahí es donde uno debe empezar siempre), por la observación de otras personas que buscan asistencia psiquiátrica, y por la observación de las cosas que pasan, tengo la impresión de que esa necesidad de un marco de referencia que dé sentido, y esta necesidad de un objeto de la adhesión que nos permita centrar nuestras energías en algo aparte de producir físicamente las cosas que necesitamos para mantenernos vivos; que estas dos necesidades son imperativas e ineludibles, y por este motivo todos necesitamos una religión, suponiendo que la
entendamos muy en general, a saber, como un sistema de orientación y un objeto de adhesión, independientemente de cuál sea en concreto. En este sentido, desde luego, no hablamos sólo de las religiones teístas, como acostumbramos en el mundo occidental, sino también del budismo, confucionismo y taoísmo, e incluso del estalinismo y del fascismo, pues atienden a estas necesidades del hombre que, en nuestra cultura, satisface la religión. La salud psíquica y la necesidad de religión.
http://image.slidesharecdn.com/lareli ginylasaludmental-150923033241lva1-app6892/95/la-religin-y-lasalud-mental-1638.jpg?cb=1442979202 Pueden darse muchas soluciones a los problemas de la existencia y, de hecho, con sólo abrir cualquier manual de historia de las religiones, probablemente encontraremos todas las respuestas que se han dado hasta el momento al problema de existencia humana, porque las diversas religiones son diversas soluciones al mismo problema.
Leyendo un manual de psicopatología y estudiando las neurosis y las psicosis, veremos que éstas son las soluciones individuales que algunos han dado al problema de la existencia. Con mucha frecuencia, padecen neurosis y psicosis los que son más exigentes, quizá, que la mayoría en su búsqueda de sentido. La mayoría tiene el pellejo más duro, y su búsqueda, digamos, religiosa, en este aspecto de un marco de referencia preciso y un objeto de la adhesión, la cumple del modo prescrito por su cultura. Los que son más exigentes, o no pueden desoír tan fácilmente esta exigencia, crean su religión profética particular, que luego los psiquiatras llaman neurosis o psicosis. A veces me pregunto si una persona de esta época tiene que volverse loca para poder sentir ciertas cosas. Lessing dijo una vez: “El que no pierde la razón por ciertas cosas es que no tiene razón alguna que perder”, lo cual quiere decir más o menos lo mismo. Y temo que todos nos apresuramos, o al menos los psiquiatras se apresuran, a juzgar lo que es neurótico, lo que es insensato, repito, desde el punto de vista de que nuestra forma de pensar, nuestra experiencia, o nuestras soluciones a los problemas vitales son las que deben contentar a cualquiera. Por eso, cuando uno no se conforma y crea un sistema más profundo o más peculiar de orientación y adhesiones, hay que considerarlo simplemente loco, neurótico. No quiero decir, claro está, que todos los locos sean santos ni inspirados por Dios, como se cree en algunas culturas primitivas.
Creo que la diferencia moderna entre cordura y locura tiene algo a su favor, pero no me impresiona demasiado la facilidad con que se realiza. Sabrán, según el chiste que corre por los manicomios, que la única diferencia entre el médico y el paciente es que uno de ellos tiene la llave. Es una buena forma de expresar que hay un cierto espacio para la duda sobre todas nuestras definiciones de la cordura y la locura, de lo neurótico y de lo normal de la población ha encontrado una solución perfectamente satisfactoria al problema de existencia humana, y de que el que no sea capaz de aceptarla buenamente, o busque alguna solución peculiar, no es más que un enfermo. He dicho que la religión, en este sentido lato de la necesidad de un sistema de orientación, es propia de todos los hombres, en una u otra forma. Ahora quiero añadir que la elección no está entre religión o no religión, en este sentido lato. La elección esta sólo entre una religión buena o una religión mala, o entre una religión mejor y otra peor. Dicho de otro modo, todos somos idealistas, todos nos vemos empujados por ciertos motivos parte de nuestro propio interés, y este idealismo es la mayor bendición, pero también es la peor maldición. Apenas habrá nada malo que el hombre haya hecho en el mundo que no lo haya hecho por puro idealismo…, entendiendo también por idealismo, no el que se refiera a una aspiración concreta, sino los afanes que van más allá de la misión rutinaria de continuar la vida y la supervivencia, los de crear un marco de referencia y un objeto de adhesión aparte y superior a nuestra supervivencia física.
Es estúpido querer excusar a alguien diciendo que es un idealista. Todos lo somos. La única diferencia estará en los ideales que tengamos. Nos impulsa el afán de destruir, dominar, reprimir, sofocar la vida (lo que también es idealismo, psicológicamente hablando, en este sentido de mi definición), o nos mueve el deseo de amar y cooperar. Lo que importa es si somos buenos o peligrosos para el mundo, pero solo podemos discutirlo razonablemente refiriéndonos al marco y a la finalidad de la religión o del ideal que tengamos, no a la afirmación de que unos son idealistas y otros no. En realidad seguimos viendo que los peores ideales del mundo, que personas como las que hemos conocido y sigue habiendo en otros países, consiguen impresionar a la gente, entre otros motivos, precisamente por ser idealistas, lo que parece dignificar sus hechos más diabólicos. Seguimos teniendo la curiosa idea de que es bueno ser idealista, en vez de considerarlo natural. Todos somos idealistas, y no hay nada de bueno en ello, porque lo somos sin remedio. Tenemos este impulso. Lo que importa es abandonar esa admiración por el idealismo, y la religión, y todo eso, y hacer la única pregunta pertinente: ¿Qué aspiraciones tiene? ¿Qué fines persigue? ¿Qué consecuencias tendrá? ¿Cuál es la orientación de su ideal? Naturalmente, si ahora podemos hablar de religión buena y mala, de ideales buenos y malos, volvemos sobre la cuestión que abordé al principio: si podemos formarnos juicios apreciativos de validez objetiva. Y aun a riesgo de que me llamen anticientífico y fanático,
quiero decir sencillamente lo que creo que son fines válidos y objetivos para la salud mental. Lo siento mucho, pero lo que voy a decir es antiquísimo, no voy a inventar ninguna palabra nueva. Desde luego, sabría emplear alguna terminología científica enrevesada, pero prefiero emplear palabras antiguas que tienen un sentido, palabras de las que todos, o al menos los científicos, nos avergonzamos. La finalidad de la vida que corresponde a la naturaleza del hombre en su situación existencial es la de ser capaz de amar, ser capaz de emplear la razón ser capaz de tener la objetividad y la humildad de estar en contacto con una realidad exterior sin desfigurarla. En este tipo de relación con el mundo se encuentra la mayor fuente de energía, aparte de la que produce la química del cuerpo. No hay nada más creativo que el amor, si es auténtico. Estar en contacto con la realidad, eliminar la ficción, tener la humildad y la objetividad de ver lo que hay, y no hablar de cosas que nos aparten de la realidad, es el principal fundamento de todo sentido de seguridad, de sentirme “yo”, de no necesitar ninguna clase de muletas que suplan la falta de este sentido de la propia identidad. 2. Aspectos del problema del sentido en la cultura actual (segunda lección) a) La falta de religiosidad En la primera lección dije que la necesidad de un marco de referencia y de un objeto de adhesión es una necesidad humana básica y general, satisfecha normalmente en una cultura por lo que solemos llamar religión. Pues bien, ¿qué marco de referencia y adhesiones podemos
ver en la cultura contemporánea? (Entiendo por cultura contemporánea la evolución desde el final de la Edad Media.) Creo que, en la sociedad moderna, el fin de la cultura religiosa de la Edad Media produjo una especie de vacío religioso .El orden feudal de la religión no fue sustituido por nada, y lo que presenciamos es un creciente vacío en cuanto a un marco de referencia religioso a un objeto de adhesión. ¿Qué vemos en nuestra cultura estadounidense, o en la correspondiente cultura actual de Europa? Vemos un cuadro semejante en muchos aspectos al que se da entre los indios estadounidenses y mexicanos, a saber , una fina capa de religión cristiana , pero con una diferencia: entre los indios , esta capa cubre algo , su antigua tradición pagana, mientras que entre nosotros me temo que bajo esa capa no hay nada. Es sólo una fina capa que no tiene debajo ninguna tradición antigua, fuerte y potencialmente religiosa. […] Lo que ha ocurrido es que, por causa de este vacío, han aparecido nuevas religiones que han sustituido a las antiguas, y que son principalmente la religión del fascismo y la religión del estalinismo, religiones en el sentido de mi definición, como marco de referencia y objeto de adhesión. Si tienen en cuenta lo que dije el otro día sobre la religión, que no se trata de escoger entre religión o no religión, sino sólo entre religión buena o mala, verán que decir que el fascismo y el estalinismo son religiones no es otorgarles ninguna calificación estimativa: es sólo hacer una afirmación sobre una doctrina que ofrece un marco de referencia y que ofrece un objeto de adhesión, por lo
cual no sólo hay hombres dispuestos a morir , lo que ya es bastante malo , sino también están dispuestos a abandonar la razón , lo que quizá sea peor. Y sin embargo, eso es lo que hace este tipo de religiones. Su aparición, su enorme poder y atractivo, se han debido al vacío religioso, que ha ido ampliándose cada vez más durante el siglo XX, y que era menor en el siglo XIX, cuando al menos la tradición moral religiosa era un factor más poderoso que hoy en la vida de la persona. En Estados Unidos se ven cosas raras, sucedáneos menores. Piensen, por ejemplo, en un movimiento como ése que ha girado en torno al libro titulado Dianética [de L. Ron Hubbard, 1950 ], un libro verdaderamente estrafalario , de un hombre que lo escribe y se convierte en el centro de atención , en objeto de adoración , no sólo de gente estúpida , sino también de algunos de los mejores intelectuales de nuestra época . Es un fenómeno desconcertante , pero está claro que la necesidad de creer en algo , aunque sea en una cosa así , o de ser absurdos , por negar el sentido común , por construir cierta esperanza irracional en algo , bastan para que alguien llegue a ser centro de atención y de interés de miles de personas. Estoy seguro de que otros muchos pequeños movimientos de hoy en Estados Unidos tienen la misma función. En cierto modo, la manía del psicoanálisis, que desde luego no es tan irracional como la dianética, tiene también cierta relación con una búsqueda de una nueva religión en la que poder creer, lo que precisamente facilitó Freud con su fanatismo. Otro problema que, en mi opinión, tiene mucho que ver con el vacío religioso es la falta de elementos
dramáticos y de ritos en nuestra cultura. Podríamos decir que la vida se mueve entre dos polos, el polo de la rutina y el polo de lo dramático, la exaltada experiencia dramática que rompe la rutina. Doy por sentado que la rutina representa un papel importante, y tiene que representar un papel importante, porque en cierto modo nos asegura el poder comer, beber y trabajar. Si no hubiese buena parte de rutina en nuestra vida, todo estallaría. Quizá nos sintiésemos como el paraíso, por la riqueza de nuestra vida interior, pero todo se descompondría, no podría haber una sociedad ordenada. De modo que hay muchísima necesidad de rutina, de ocuparnos de la monotonía de la vida, de lo que en realidad no tiene tanta importancia y, sin embargo, la tiene desde el punto de vista de nuestra supervivencia individual y de grupo. Pero también esta rutina supone un grave peligro para el hombre, porque, debiéndose a un aspecto de nosotros mismos , a nuestro aspecto animal , a la necesidad de comer y beber , esta misma rutina tiende a ocultar , a paralizar y , finalmente , a sofocar lo que es nuestro aspecto espiritual , lo más importante en la vida y , si no les importa que lo diga , el alma , nuestra experiencia del amor , del pensamiento y de la belleza . Y en cada vida individual, y en cada cultura, hay un choque y un combate entre la parte rutinaria de la vida y de una cultura y la parte que afecta a la experiencia humana fundamental. Ésta es atendida por la mayoría de las culturas y, de manera más efectiva, mediante lo dramático. Empleo esta palabra porque me refiero al drama griego, que no tiene nada que ver con el actual. Hoy compramos una entrada, acudimos
como consumidores, y lo encontramos bueno si el New York Times ha dicho que es bueno, y nos quedamos contentos. El drama griego era un rito. Era un rito religioso, en el que se exponía en forma dramática las experiencias fundamentales de todos los hombres, y esta forma dramática era capaz de romper la rutina. El individuo que participaba en este drama no era un consumidor, no era un espectador, sino un participante en un rito que hacía vibrar en él lo más importante de la vida. El drama, como ellos decían, tenía un efecto catártico, limpiaba, conmovía. El participante en la representación dramática volvía a entrar en contacto con lo más profundamente humano que había en él y en la humanidad. Cada vez que participaba, podía romper su capa de rutina.
Lo mismo ocurre, digamos, en la religión católica. El ritual de la iglesia Católica es dramático. No me refiero al detalle sustancial, sino a lo formal de la vida y de la sociedad, a que, al participar en el rito, entra uno también en contacto con aspectos fundamentales de sí mismo. Por la belleza, por la formulación dramática de la resurrección, del nacimiento, de la muerte, de Dios, de la virgen, o por lo que sea, por tan con dos o tres asesinatos . Y tiene algo de dramatismo la duda de si se
descubrirá al asesino, si caerá o no en manos de la justicia. He ahí expuesto, en forma ingeniosa, y para mi entretenida, una especie de problema metafísico. Ansiamos presenciar la realidad de la vida porque nuestra realidad es artificial. Es la realidad de los coches y de las convenciones sociales, y por eso ansiamos cualquier contacto con lo que proporcionaba la religión, o un equivalente de la religión, en la mayoría de las culturas, y entre nosotros no hay nada parecido que merezca la pena citarse. Ahora hablaré primero de unos conceptos principales que creo que deben comprenderse con un poco más de claridad para apreciar el estado de animo de la sociedad contemporánea, y, después, quizás el próximo día, hablaré de las cuestiones sociales, al menos según yo las entiendo, de la salud mental para nuestra cultura. b) El sentido del trabajo Empezaré hablando del concepto del trabajo y esbozaré cierta evolución que creo importante comprender. Se podría empezar afirmando que el trabajo es el gran liberador del hombre, que el hombre empieza su historia, su verdadera historia humana, cuando empieza a trabajar, porque en el momento en que empieza a trabajar se aparta de su primitiva unidad con la naturaleza, y en este alejamiento, en este hacerse modificador de la naturaleza, se modifica a sí mismo. Se convierte en creador, más que en parte de la naturaleza. Desarrolla sus facultades artísticas y racionales. Desarrolla la capacidad de emplear sus energías en relación con la naturaleza y evoluciona como individuo. Sin duda el desarrollo humano se basa en el trabajo, que en gran medida va acompañado del
desarrollo de las facultades humanas. En este sentido, podemos decir que el trabajo libera al hombre, que es el factor más importante en el desarrollo del hombre. Y por eso podemos añadir que la manera en que el hombre hace el trabajo es uno de los factores más importantes en el desarrollo de su personalidad total. En la sociedad medieval , como de modo semejante en otros muchos periodos de la historia humana , esta función del trabajo como fuerza liberadora , emancipadora y de desarrollo tuvo uno de sus mayores auges .El artesano era un individuo original , creativo , que gozaba del trabajo , gozaba haciendo cosas bellas . En el día de hoy, es muy difícil que se repita esto, que no sólo ocurría en la Edad Media, sino ahora también en muchas culturas del mundo, incluso en algunas de las que llamamos primitivas. Pero a comienzos de la Edad Moderna se produjo una evolución muy curiosa, particularmente en los países protestantes del norte. El placer del trabajo se convirtió en una obligación. Trabajar se convirtió en algo abstracto, es un deber, en un medio para un fin y, al principio, en el pensamiento protestante y calvinista, llegó a ser un medio de salvación. Se convirtió en un acto religioso, pero se hizo abstracto. Dejó de ser esencialmente el placer de crear una silla bonita, o joyas preciosas, o cualquier otra cosa, y se convirtió en señal de que si uno tenía éxito ya poseía la gracia de Dios, se contaba entre los elegidos. El trabajo como realización , como placer , se convirtió en el trabajo como obsesión, como obligación , como algo en sí penoso , como lo es cualquier actividad obsesiva , pero , no obstante , tenía una función muy importante , la de mantener al hombre en su equilibrio mental ,
puesto que en ninguna otra cosa se sentía realmente seguro si no era en este tipo de trabajo . Esta descripción de la función del trabajo sólo era cierta en cuanto a la clase media , al empresario, al hombre que tenía un negocio o una fábrica , pero no en cuanto al hombre , particularmente de los siglos XVIII y XIX , que tenía que vender su mano de obra , que no tenían ningún trabajo significativo , de iniciativa individual . El obrero que en el siglo XVIII y en el XIX trabajaba 14 o 16 horas diarias, y el niño que trabajaba diez horas en una fábrica, no lo hacían por ningún afán compulsivo. No tenían el beneficio moral de creer que servían a su señor trabajando como locos. El suyo era un trabajo forzado, impuesto para no morir de hambre, y nada más. De modo que , a comienzos de la era industrial , el concepto y la realidad del trabajo se dividen en dos ramas : el trabajo compulsivo , en cierto sentido religioso en el marco de referencia calvinista , y el trabajo realmente forzado que se imponía a las clases más pobres , con más rigor durante el siglo XIX , por las condiciones económicas . Después hay otra evolución, porque en el siglo XX el trabajo ha perdido gran parte de su calidad calvinista de obligación. Ya no estamos tan obsesionados como nuestros abuelos por ese afán de trabajar. Pero ocurre otra cosa, y es que ahora trabajamos en un sentido muy especial: trabajamos por la grandeza de ídolo – máquina. La máquina que adoramos es una máquina que trabaja. Lo que hoy nos fascina es una cosa distinta al concepto medieval del trabajo y al concepto protestante del trabajo, y ni siquiera tiene ya tanta importancia el concepto decimonónico del lucro, sino que hoy nos fascina la grandeza
de la maquinaria productiva. La producción, en sí misma, es una de las grandes fantasías que adoramos. Ha llegado a convertirse en un fin vital el ver crecer las cosas, no cosas orgánicas, como las flores, sino máquinas más grandes y potentes, coches mejor fabricados y más veloces. Así, ésta ha sido una línea de evolución del trabajo: el trabajo como realización, como realización significativa de aspiraciones humanas, el trabajo como obsesión y deber, el trabajo esencialmente como lucro y el trabajo como culto ante el altar de la máquina, que tiene valor y sentido por sí misma. Y ¿cómo ha ido la evolución por la otra línea? Para el obrero de comienzos del siglo XIX el trabajo era esclavitud, era un trabajo forzado. Pero hemos presenciado un desarrollo extraordinario, que ha cambiado fundamentalmente la situación de la clase obrera, y hoy tenemos una jornada laboral de ocho horas, e incluso menos. El trabajo ha perdido por completo su condición de forzado, o de causa de grandes penalidades, pero una cosa no ha cambiado: desde luego, el trabajo no se ha hecho placentero ni significativo para el obrero, aunque durante estos años ha habido muchos estudios y tentativas de averiguar, al menos, si no podría darse más sentido al trabajo fabril. Volveré después sobre esto.
Pero vemos hoy un fenómeno muy extraño , que se encuentra tanto entre los obreros como entre los no obreros (aunque, en comparación con lo que ocurría hace unos cien años , está aumentando enormemente la cantidad de personas que trabajan en un sitio u otro , por sueldos o salarios , lo que ha supuesto una gran transformación de la estructura social de un país como Estados Unidos) : hoy vemos el extraño fenómeno de que uno de los mayores anhelos de la gente es un ideal de pereza total , el ideal de que un día no tenga que trabajar en absoluto. Vean el anuncio de los seguros de vida, cientos de dólares al mes y con el único orgullo de no tener que trabajar. Éste es el ideal de vida más atractivo: que un día no tengamos que hacer nada. Es muy característico de nuestra época eso de que los estudiantes de menos de 25 años, antes de firmar su contrato de trabajo en una empresa, pregunten cuáles son sus planes de jubilación. Vean los pequeños detalles, que son muy importantes y sugestivos. Durante la [segunda guerra mundial] se anunciaba una nevera que, al pulsar un botón, digamos, se volvía del revés, ahorrándole a uno el tremendo esfuerzo de meter la mano hasta el fondo para sacar algo. Yo estoy seguro de que habrá miles y miles de personas anhelando la posibilidad de comprar aquella magnifican nevera para ahorrarse tal molestia. Vean también esos coches en los que no hace falta tocar la palanca del cambio de marcha. Bueno, eso puede ser muy práctico, y comprendo que sea ventajoso desde el punto de vista de la seguridad, como dicen. Pero no creo que se trate en absoluto de la seguridad.
Lo que atrae es el ideal del poder sin esfuerzo, de estar en posesión de unos mandos, de poder mover una cosa sin tener que hacer ningún esfuerzo. Y creo que en gran parte ésta es también la actitud ante la televisión. No voy hablar ahora contra la televisión , pero estoy seguro de que , entre los móviles que hacen quedarse a la gente fascinada , con la boca abierta , delante de esta caja de maravillas , está el hecho de que , cómodamente sentados , aprietan un botón y ¡zas!, se les aparece el presidente , se les aparece el mundo entero , con sus grandes acontecimientos ; y si , con suerte , se ha producido un incendio , o cualquier otra tragedia , pues también aparecen ; y todo estando sentados , con sólo apretar un botón . Creo que si piensan en esto y repasan los anuncios de toda clase de productos, se toparán una y otra vez con este enorme atractivo de la pereza total, de no tener que hacer ningún esfuerzo y de poseer, sin embargo, un gran poder. El otro día observaba yo a un conocido mío cuando hacía que su hijo, de 3 años, pusiese en marcha el coche. Quedé tan desconcertado que no dije nada, pero estuve imaginando qué podría significar eso para un niño de 3 años. Aunque no entiende nada del asunto, y apenas podrá mover un cochecito de madera de cinco o diez kilos, ahí lo tienen, sabiendo ya que con una pizca de energía puede poner en marcha una máquina de 120 caballos. Pues bien, ésta es nuestra forma de pensar y sentir. Por paradójico que pueda parecer, creo que nuestra capacidad de fabricar una bomba que pueda destruir el universo entero, y que un hombre pueda lanzar al aire con sólo pulsar un botón, en cierto sentido forma parte de toda esta fantasía, de que
aun la fuerza más destructiva es una cosa que puede desatarse con sólo mover el dedo un centímetro. c) Producir y consumir Me parece que una forma de nuestra religión contemporánea es la adoración de un ídolo particular, que es el ídolo de la producción, de la producción en sí. Hace cien años, el problema era que no producíamos para el uso, sino para el lucro, que le motivo del lucro era esencial, pero creo que hoy el problema no es tanto la producción por el lucro, sino la producción por nada, la producción, y aun destrucción , de todo , porque la producción en sí ha llegado a ser un dios , se ha convertido en un fin en sí mismo , y la gente se queda sencillamente fascinada por el acto de la producción , como en las culturas religiosas se quedaría fascinada por los símbolos religiosos . Como esta cultura es la nuestra, no nos damos cuenta de que se trata de una actitud religiosa. La encontramos muy natural, porque no se expresa en términos religiosos, porque cuando hablamos de religión hablamos de cristianismo o judaísmo, hablamos de la cruz o de los ritos religiosos. Por eso, conscientemente, no la llamamos religión. Sin embargo, nos fascina servir a maquinaria de la producción. Y ésta es una parte del marco de referencia en que vive el hombre actual y no de los objetos de adhesión a los que consagra su vida: que las cosas sean mejores y más grandes, que haya cada vez más y más cosas. Al lado de éste corre paralelo el problema del consumo. Para ser realistas, está claro que consumimos por placer. Comemos algo porque sabe bien, y tenemos una casa porque es bonita y queremos vivir en ella. Hay mucho de realismo en el
consumo, satisfacer nuestras necesidades y satisfacer nuestros placeres, pero creo que el consumo se ha convertido en un fin en sí mismo, del mismo modo que la producción. Estamos hechizados por la idea de comprar cosas, sin pensar en lo útiles que sean. Éste es uno de los factores psicológicos en que se basa nuestra economía. Y lo fomentan y estimulan los publicitarios, que hacen negocio aplicando de este conocimiento a la cuestión práctica de cómo vender su producto a los consumidores. Creo que las cosas que hoy se compran proporcionan muy poco placer. La idea es conseguir algo nuevo lo más pronto posible. Y verdaderamente, si yo quisiera imaginar el cielo de una ciudad moderna, como se lo imaginaría el hombre contemporáneo, creo que ya no sería el cielo de los mahometanos ni nada parecido, sino un cielo lleno de aparatos y artilugios donde uno tiene todo el dinero para comprar las neveras, los televisores y todos los chismes que van apareciendo en el mercado. No hay límites para nuestra capacidad adquisitiva, y podemos comprar un modelo nuevo todos los días, porque para eso es el cielo. Lo que imagina esta fantasía paradisíaca es una producción más rápida de aparatos y la posesión de todo lo que no se puede tener en la vida real , poder comprarlo todo , no tener la ilusión de poder comprarlo el año que viene , o dentro de dos años , sino ahora , ahora mísmo . No estoy de broma: creo que esto es lo que pasa, sólo que no lo incluimos dentro de nuestra idea religiosa del Paraíso, que se reserva a las formas más explícitamente religiosas. Esta actitud de compra , esta expectativa religiosa de infinitas cosas asequibles , y el placer casi orgásmico de imaginar la plétora de
novedades que uno va a poder comprar , se transmite a nuestra actitud frente a otras cosas que no son los nuevos modelos. Nos hemos hecho consumidores de todo , consumidores de ciencia , consumidores de arte , consumidores de conferencias , consumidores de amor , y la actitud siempre es la misma: yo pago y me dan una cosa , y tengo derecho a que me la den , y no debo hacer ningún esfuerzo especial , porque se trata siempre de lo mismo , del intercambio de cosas que compro y me dan .Me parece que esta misma actitud de consumidor es la que se encuentra en muchos fenómenos parecidos , en cómo siente la gente el arte , la ciencia y el amor , igual que cuando compran un último modelo . Así es también cómo se casa uno: tiene muchísimo que ver con el último modelo que hemos visto, el de más éxito, el que se quiere conseguir y servirá para demostrar lo que uno vale.
Digo que , en vez del concepto antiguo del trabajo como placer y como obligación , dos caracteres de nuestra religión contemporánea , si es que existe , son el culto a la producción y el culto al consumo , sin relación ambos con ninguna realidad que tenga sentido para la existencia humana. Imagino el estado de cosas de un mañana en que la jornada laboral fuese de cuatro horas, y los salarios el doble o el triple,
aspiración que considerarían también muy justa Norman Thomas, los defensores de la redistribución [el New Deal, la política económica y social del presidente F.D Roosevelt] y creo que muchos miembros del partido republicano. Representaría el cumplimiento de los sueños más audaces de los socialistas de hace cincuenta años. Sería mucho más extremado y radical que el objetivo inmediato del socialismo o la revolución para Marx. Yo imagino que tal cosa podría ocurrir. ¿Qué pasaría? ¡Vaya una catástrofe! ¡Cuántas crisis nerviosas, cuántas psicosis! Porque la gente no tendría ni idea de qué hacer con su tiempo libre y con su vida. Se dedicarían a comprar como locos. Cambiarían de coche cada seis meses. Incluso sufrirían la gran decepción de que este paraíso, la consecución de todo eso, seguiría sin tener sentido. Si todo se mantiene en marcha es realmente porque ese paraíso no se alcanza nunca. Siempre queda lejos. Por eso, hemos de consolarnos con que en un día vendrá de veras la solución y la salvación. Pero, como pocas veces se vive ese día, según las estadísticas de las renta personales de la mayoría, siempre tenemos esta esperanza, que nunca se pierde del todo, pues siempre pensamos que todavía no tenemos bastante y, si tuviésemos más, seriamos felices. Pero si se produjera semejante estado de cosas, si la gente tuviese que trabajar sólo dos, o tres, o cuatro horas, y ganase muchas veces más, sería una verdadera catástrofe. La aspiración más hermosa que nos ha pintado conmovedoramente durante miles de años los escritores, los utópicos, una vida en la que no haga falta emplear sino muy poco tiempo para las necesidades de la subsistencia, con una plétora de
bienes y ninguna miseria… Imaginen con todo realismo lo que significaría, imaginen que pudiéramos alcanzarla para hoy: ¡tendríamos que hacer cualquier esfuerzo por evitarla, porque provocaría un verdadero desastre mental! De ningún modo estamos preparados para dar sentido a nuestra vida y a nuestro tiempo, lo cual sigue formando parte del cuadro de esta religión de la producción y del consumo que ha perdido toda relación con las verdaderas y concretas necesidades humanas. d) La felicidad y la seguridad Hablaré ahora de otros conceptos que empleamos, y que debemos aclarar un poco. Seguimos estando muy preocupados por el concepto de felicidad. Es una preocupación muy antigua, y seguimos empleando esta palabra diciendo que lo que queremos es ser felices. Esto no es lo que querían hace doscientos o trescientos años en los países protestantes. Lo que querían era complacer a Dios y vivir de acuerdo con la propia conciencia. Pero hoy decimos que queremos ser felices, ¿y qué entendemos por ser feliz? Bueno, yo sospecho que, si preguntamos seriamente, la mayoría dirían, los que no sean muy complicados, divertirse. Y ustedes preguntarán qué es divertirse. Pues ya saben lo que para la gente es divertirse, que tiene muy poco que ver con lo que en otras culturas se llamaba felicidad. La gente ni siquiera trata de imaginarse esa felicidad. ¿Es un estado de ánimo, o se es feliz sólo en pocos momentos de la vida, raro fruto de un árbol que pocas veces florece, pero que debe estar ahí, para dar su fruto de tarde en tarde? Diré una palabra sobre la felicidad desde el punto de vista psicológico.
Verán que, para mucha gente, la felicidad es lo contrario de la tristeza o del sufrimiento .La tristeza y el sufrimiento son una cosa, y la felicidad es la contraria. Y desde este punto de vista, imaginan o entienden la felicidad como la falta de dolor, molestias y pesares. Creo que hay algo fundamentalmente equivocado en esta idea, porque si uno no siente tristeza, no está vivo; y si uno no está vivo, no puede ser feliz. El dolor y la tristeza son partes tan importantes de la vida como la felicidad, de manera que la felicidad no es lo contrario de la tristeza, sino de otra cosa que, clínicamente hablando, se puede observar con mucha exactitud: es lo contrario de la depresión. Ahora bien, ¿qué es la depresión? La depresión no es la tristeza. Una persona que esté realmente deprimida daría gracias a Dios por poder estar triste. La depresión es la incapacidad de sentir. La depresión es una sensación de estar muerto aunque el cuerpo esté vivo. La depresión no es de ningún modo lo mismo: ni siquiera tiene relación con el dolor y la tristeza. Es la falta de todo sentimiento. Es una sensación de embotamiento, insoportable para el deprimido. Y por eso es totalmente insoportable, por la misma incapacidad de sentimiento. Podría decirse que la felicidad es una de las formas en que se manifiesta una vida intensa. El sentimiento de vida intensa, según la definición de Spinoza, es idéntico a la alegría o a la felicidad. En el otro extremo está la depresión, que esencialmente es la falta de sentimiento. En la vida intensa se tienen penas y alegrías, que van juntas porque ambas cosas son consecuencias de la intensidad de vivir. Y lo contrario de ambas es la
depresión, la falta de intensidad del sentimiento. Pues bien, si ustedes dicen hoy a una persona corriente que una de las enfermedades mentales más dolorosas, si no la más dolorosa, es la falta de sentimiento, creo que muchos no lo entenderán bien. En efecto, habrá muchos que digan: “¡Pero si eso es magnífico! ¡Sería estupendo no sentir nada! ¿Qué demonios tengo que sentir? ¡Yo quiero vivir tranquilo y sin molestias!”. No han tenido esa experiencia, casi insoportable, de un estado de ánimo muy diferente, la incapacidad de sentir nada. Lo que ocurre en nuestra cultura, según esta definición, es que la persona normal está considerablemente deprimida, porque su intensidad de sentimiento está considerablemente reducida. Los que en esta época sufren una depresión quizá no estén menos vivos, ni más enajenados de sí mismos, ni más apartados de la realidad de los demás, los que tenemos unas defensas de las que ellos carecen. Hay multitud de defensas contra esta sensación que se debe a no estar vivo. La industria del entretenimiento, el trabajo, las reuniones, la cháchara y toda la rutina son otras tantas defensas contra ese terrible momento en que sentimos realmente que no sentimos nada, y eso nos protege contra la melancolía. Hay unos cuantos individuos que no están protegidos, quizá porque su sensibilidad sea mayor. Quizá sufran de manera más sensible este estado de ánimo, y por eso no les funcionen bien las defensas. Me parece que hay un estado de ánimo general, es decir, en sentido estadístico, que no es válido para todos; hay una reducción general de la intensidad de sentimiento cercana
a la depresión, por mucho que la mitiguen, y aun la compensen, esas defensas que llamamos trabajo y diversión. También está en boca de todo el mundo otra palabra, que incluso ha llegado a ser el lema de muchas discusiones políticas, y es la palabra “seguridad”. Encontrarán hoy muchos psiquiatras, psicoanalistas, etc., diciendo que el principal objetivo es estar seguros, sentirse seguros. Entonces los padres se asustan y se preocupan enormemente por si su hijo se sentirá seguro. Y si el hijo ve que otro niño tiene más cosas, habrá que comprárselas enseguida para que se sienta seguro. Se entiende que la seguridad es, sobre todo, venderse bien en el mercado de la personalidad. Al parecer hay psiquiatras que han dicho que uno se siente seguro si tiene éxito, si está bien educado, cumple las reglas y representa un modelo afortunado. Y entonces nos obsesionamos con la seguridad como finalidad principal. Ahora se habla mucho de que esto es terrible, de que nos quita espíritu de iniciativa. También se habla de ciertas seguridades económicas elementales, de las pensiones de vejez, etc., y no se niega que el hecho de que un hombre ahorre un millón de dólares para tener seguridad en su vejez, o contratar un seguro de vida, no entra dentro de este condenable deseo de seguridad. Sin embargo, tienen razón al criticar que hacemos depender nuestra vida de un sentido de seguridad psíquica, por el que perdemos todo sentido de la aventura. Hombres como Mussolini, por ejemplo, que era un grandísimo cobarde, pero que tenía cierto sentido de lo dramático propusieron el lema de “vivir peligrosamente”, aunque terminó muy mal, a pesar de
todas las precauciones que había tomado, pero comprendía que el hombre tiene cierto sentido de la vida como aventura. Creo que el fin del desarrollo psíquico es ser capaz de soportar la inseguridad, porque cualquiera que tenga un poco de seso en este mundo verá que estamos inseguros de todas las maneras, no por la bomba atómica, sino por toda la manera en que vivimos. Estamos inseguros físicamente, y estamos inseguros mental y espiritualmente. No sabemos casi nada, en comparación con todo lo que deberíamos saber. Tratamos de vivir sensatamente, sin saber cómo. Arriesgamos no tanto la vida física como la vida espiritual, casi cada minuto. Es errónea casi toda la información que tenemos sobre la vida, y nos sentimos de veras terriblemente inseguros si pensamos en ella. Todo el que, aun por un momento, piense en su esencial soledad como individuo tiene que sentirse inseguro. Y verdaderamente no podrá soportar esta experiencia, ni aun por un minuto, si no tiene relación con el mundo, con este mundo con el cual puede tener la valentía de relacionarse o, por emplear la expresión de Paul Tillich, la “valentía de ser” (P. Tillich, 1969) Estamos formando personas sin valentía, que no tienen el valor de llevar una vida interesante o intensa, que están adiestradas para perseguir como único objetivo vital la seguridad, cosa que de esta manera sólo puede alcanzarse mediante un conformismo total y una falta total de dinamismo. En este sentido me parece que la alegría y la seguridad son completamente opuestas, porque la alegría es consecuencia de una vida intensa, y si uno vive con intensidad debe ser capaz de soportar mucha inseguridad, porque
entonces la vida es en todo momento una empresa muy arriesgada, con la única esperanza de no vacilar ni extraviarse por completo. Naturalmente queda todavía cierto sentido de la aventura. Perderlo por completo, con esta sensación de seguridad, haría imposible la vida con tal enorme aburrimiento, de manera que satisface con cierto tipo de películas, de libros y, repito, quizá con las novelas policíacas; o bien leemos informaciones en las revistas sobre las personas que se divorcian una vez al año, e incluso esto satisface un poco, a través de terceros, nuestro sentido de la aventura, aunque de ningún modo sea una aventura tan arriesgada como parece.
3. La enajenación, enfermedad del hombre actual (Tercera lección) a) la abstracción y la enajenación de las cosas Llegamos al problema esencial de lo que es hoy la salud mental, en mi opinión este es el problema de la propia enajenación, o enajenación de nosotros mismos, de nuestros sentimientos, de las personas y de la naturaleza, o por decirlo de otro modo, el problema de la enajenación entre nosotros mismos y nuestro mundo interior y exterior. Explicaré qué se quiere decir con esta palabra, «enajenación». Literalmente significa, desde luego, que somos ajenos, que somos unos
extraños para nosotros mismos, o que el mundo exterior nos es ajeno. Pero seguimos hablando de palabras, y para explicarnos un poco más, tendré que hablar de una característica esencial de la sociedad moderna y de nuestra economía actual, que es el papel del mercado. Me preguntaran que tiene que ver el mercado con la psicología, y les diré desde el principio: yo creo que, en gran medida, el hombre está influido en toda sociedad por las condiciones económicas y sociales en que vive. Este fue, en mi opinión, uno de los grandes descubrimientos de Karl Marx. Pudo exagerar dogmáticamente esta teoría y subestimar muchos factores humanos, muchos factores que no pertenecen al reino de la economía, pero creo que la suya es una de las contribuciones más importantes a la comprensión de la sociedad. (Por eso, me parece bastante necio permitir a los estalistas afirmar que siguen la teoria de Marx, cuando ello es tan cierto como la pretensión de la Inquisición de que hablamos en nombre de Cristo. No sólo me parece necio porque no sea cierto, sino porque lleva a desconocer uno de los valores sociológicos más grandes, y también porque, si uno cree, como yo, que el régimen estalinista es uno de los más crueles e inhumanos que hayan existido nunca, al apoyar su pretensión de ser los verdaderos seguidores de Marx, sencillamente los estamos apoyando a ellos, no lo contrario, que es procurar aclarar esta teoria. Lo digo porque, viviendo en México desde hace dos años y medio, tengo la impresión de que en Estados Unidos la palabra «marxismo» quema en los labios, lo que no creo que sea bueno ni para la democracia estadounidense ni para el pensamiento científico.)
Hablo de la economía centrada en el
mercado. Ahora bien, incluso la mayoría de las sociedades relativamente primitivas se sirven del mercado. Tienen un mercado como el de las pequeñas ciudades de hace muchas generaciones, como el que sigue habiendo en México y en Imagen 1. Intercambio y mercado | Economía es. (2016). Economiaes.com. Recuperado el 8 Octubre 2016, de http://economiaes.com/comercio/mercado.html
países menos desarrollados, a donde va la gente a vender sus mercancías a los clientes de los alrededores, sabiendo muy bien quiénes acudirán. Disfrutan con el encuentro y la conversación. No se trata sólo del negocio, sino de placer y entretenimiento. Pero, pensando en esta forma más primitiva del mercado, veremos que en él ocurre una cosa muy concreta: se llevan mercancías producidas para un fin determinado. El vendedor sabe poco más o menos quién acudirá a comprar. Se trata de una situación muy concreta de intercambio. Nuestra economía moderna está regulada por el mercado en un sentido totalmente distinto. No se rige por un mercado adonde uno va a vender sentado sus mercancías, sino por lo que podríamos llamar un
«mercado nacional de bienes», en el cual los precios están determinados, y la producción está determinada, por la correspondiente demanda. Éste es el factor regulador de la economía moderna. Los precios no están determinados por ningún grupo económico que imponga la cantidad a pagar, lo que sí puede ocurrir excepcionalmente en situaciones de guerra y otras. Los precios y las existencias están determinados por el funcionamiento del mercado, que tiende constantemente a nivelarse y equilibrarse hasta cierto punto. Pues bien, ¿qué significado psicológico tiene todo ello? Lo que ocurre en el mercado es que, en él, todas las cosas se presentan como mercancías. ¿Qué diferencia hay entre una cosa y una mercancía? Este vaso es una cosa que ahora me sirve para contener agua. Para mí, es muy útil. No tiene una particular belleza, pero es lo que es. En cambio, como mercancía, es algo que puedo comprar, que tiene cierto precio, y no la entiendo sólo como cosa, como algo que tiene cierto valor de uso, según lo llaman, sino como una mercancía que tiene cierto valor de cambio. En el mercado se presenta como una mercancía, y tiene tal función en el sentido de que puedo llamarla una cosa de 55 o de 25 centavos. O sea, que puedo hablar de esta cosa como de dinero, o como de una abstracción. Lo cual nos lleva una paso más allá. Veamos, por ejemplo, una cosa muy simple y bastante paradójica. Pueden decir que un cuadro de Rembrandt, o más bien el valor de un cuadro de Rembrandt, es el quíntuple del valor de un Cadillac. Es una afrimación muy sensata, porque compara el cuadro de Rembrandt y el Cadillac en abstracto, o sea, según su precio en dinero. Pero es
una afirmación bastante absurda, porque un cuadro de Rembrandt, hablando concretamente, no tiene nada que ver en absoluto con un Cadillac. Hay una forma de comparar, de componer una frase que ponga ambas cosas en cierto tipo de relación, reduciéndolas a la forma abstracta del dinero. Entonces, podemos compararlas en el sentido de esta relación particular, por la cual puedo decir que el valor de una cosa es el quíntuple del valor de otra. De hecho, pensando en nuestra actitud ante las cosas, creo que si la analizamos un poco descubriremos que nos relacionamos en gran parte con las cosas no en cuanto a cosas concretas, sino como mercancías. Incluso empezamos percibiéndolas ya en su valor abstracto en dinero, en su valor de cambio. Por ejemplo, no vemos este vaso como una cosa no muy bonita, aunque útil, sino como una cosa barata, como una cosa de veinticinco o de cincuenta centavos. Veamos también la información periodística, o semejante, que nos dice: «Se ha concluido ya el puente de cinco millones de dólares», o «Se ha terminado de construir el hotel de diez millones de dólares». Ya tenemos el concepto de la cosa, no según su valor de uso, no según su belleza, la que tenga, no según otra cualidad concreta que posea, sino de acuerdo con el sentido abstracto de tener tal precio por su valor de cambio y poderse comparar, por tanto,con cualquier otra cosa, a condición de referirnos a esta abstracción, a su valor de cambio. ¿Qué significa esto? Significa que en nuestro sistema hay en marcha un proceso de abstracción, un proceso que no deja las cosas en su concreción. Por nuestra forma de producir, por la forma de funcionar
nuestra economía, estamos acostumbrados a experimentar las cosas, en primer lugar, en abstracto, no en concreto. Nos relacionamos con ellas por su valor de cambio, no por su valor de uso. Veamos otros ejemplos de hasta dónde podemos llegar. Hace poco se leía en el New York Time: «B. Sc. + Ph. D. = $ 40.000». Quedé desconcertado, pero al seguir leyendo me enteré de que si un estudiante consigue el doctorado en filosofía sus ingresos medios serán de cuarenta mil dólares más que si un estudiante consigue el doctorado en filosofia sus ingresos medios serán de cuarenta mil dólares más que si se queda con una licenciatura en ciencias. El New York Times es un periódico muy serio y, ciertamente, no gasta bromas con sus titulares. Creo que ha sido precisamente por casualidad, por la forma tan peculiar en que hoy se perciben las cosas, que la licentura en ciencias y el doctorado en filosofía se convierten en mercancías que pueden medirse y reducirse a la fórmula de una ecuación. Y leí otra información en el Newsweek según la cual el gobierno Eisenhower cree tener tan gran capital de confianza que puede permitirse el lujo de perder un poco tomando unas cuantas medidas impopulares durante unas semanas o más. Bueno, pues me parece muy bien, pero no me refiero a la cuestión política, sino a la forma de pensar: entender la confianza como un capital que uno puede permitirse el lujo de perder, suponiendo que tenga bastante. Es lo mismo que en el caso del «B. Sc. + Ph. D. = $ 40.000» . La cuestión de la confianza, de la relación entre un partido o gobierno y el pueblo, se expresa en la fórmula abstracta de algo mensurable, que puede cuantificarse, que ya no es
nada concreto, sino algo abstracto, que puede relacionarse en forma cuantitativa con cualquier otra cosa de este mundo; en una abstracción por la que más o menos se pierden todas las cualidades concretas y por la que todo asume la misma cualidad cuantificable de poderse expresar en la forma abstracta de dinero, o en cualquier otra forma de abstracción, como la que citaré ahora mismo. ¿Cuál es la mayor distancia del mundo? Bien, digamos que, poco más o menos, es la que hay entre Nueva York y Bombay. Yo no sé cuántos kilómetros son en realidad, pero sí sé que son tres dís y medio de viaje, y creo que es una distancia de un valor de ococientos o mil dólares. En efecto, me parece la forma mas realista de expresar una distancia, el tiempo que se necesita para salvarla. Y la mayor distancia se ha reducido tanto en el tiempo que no hay dos lugares del mundo separados por más de tres días y medio. Entonces, la única cuestión real es el precio en dinero de esa distancia: y la mayor distancia es de mil dólares. Claro que si queremos regresar, se tratará de una distancia de dos mil dólares. Pues bien, quiero decir que ésta es otra forma, otro terreno en el que pensamos en abstracto, en el que podemos expresar incluso el tiempo y el espacio en dinero y, de hecho, no es tan absurdo. En cierto sentido, es útil. Pero sigue siendo un ejemplo de la falta de concreción en nuestra vida y de nuestra tendencia a ver las cosas abstraídas de sus cualidades concretas. b) La enajenación en la consideración de las personas Lo mismo ocurre en la consideración de nosotros mismos y de los demás, Así, leemos una noticia en el New York Times, por ejemplo, una
necrológica, que dice: «Muere un fabricante de calzado», o «Muere un ingeniero de ferrocarriles». ¿Quién ha muerto? Un fabricante de calzado. El que ha muerto es un hombre, o una mujer, pero si definimos incluso a un fallecido como «fabricante de calzado», estamos haciendo lo mismo, por ejemplo, que al decir que esto es una cosa de cincuenta centavos. Estamos olvidando y desconociendo lo concreto de esa persona, con todas sus particularidades, y también que era, como cualquier otra persona, perfectamente singular. Desconocemos todas sus cualidades concretas y hacemos abstracción de ellas. Lo llamamos «fabricante de calzado», como si eso lo definiese todo, lo que equivale a definir una cosa por su valor de cambio, por su precio. Desde luego, sería más razonable decir que Mr. Jones es un fabricante de calzado si estamos informando de una reunión anual de ese gremio en Atlantic City, porque eso al menos sería dar una explicación concreta de qué está haciendo allí. Está allí para discutir de asuntos profesionales sobre la fabricación de calzado. Pero imaginen que, para hablar de la muerte de una persona, uno de los acontecimientos más importantes de nuestra existencia, además del nacimiento, decimos que el sujeto de este acontecimiento es un «fabricante de calzado»: tenemos entonces el cuadro de una abstracción casi total de lo concreto, de las personas. Relacionado con éste, hay otro terreno enteramente distinto en el que también se hace abstracción de las personas. He hablado de él en mi libro Ética y psicoanálisis, en el epígrame «La orientación mercantil» (E. Fromm, 1947a, GA II, págs. 4756), por lo que ahora resumiré sólo lo
esencial. Se trata de que el hombre no sólo vende su fuerza física, su capacidad o su cerebro, cuando se emplea en éste u otro trabajo, sino que nuestra cultura vende también su personalidad. Es decir, tiene que ser agradable, debe proceder de un medio familiar adecuado y, en lo posible, debe tener hijos para hacerse respetable. Incluso su mujer tiene que ser agradable y debe ajustarse, en general, a cierto modelo.
Imagen 2. Sánchez, A. (2016). Unión Europea, reforma del mercado laboral. Finanzzas.com. Recuperado el 8 Octubre 2016, de http://www.finanzzas.com/unioneuropea-reforma-del-mercadolaboral El marido tiene que ser simpático, y tanto más simpático cuanto más quiera ascender. No se siente uno como tal individuo concreto que come, y bebe, y duerme, y ama, y odia, no se siente como un hombre singular y concreto, sino como una mercancía, como una cosa que debe –y lo digo intencionadamente- , que debe venderse bien en el mercado, que debe cultivar las cualidades que se cotizan en el mercado. Si lo cotizan, cree que tiene éxito y, si no lo cotizan, se siente fracasado. En efecto, el individuo actual (si es que podemos llamarlo individuo) hace depender enteramente su propia estimación del hecho de
poder venderse o no, de si existe o no demanda de su persona. Por este motivo, su sentido de la identidad, su confianza en sí mismo, no dependen de una apreciación de sus verdaderas cualidades concretas, de su inteligencia, sinceridad, integridad, humor, cualesquiera que sean, sino de que su sentimiento de seguridad y de su propia valía dependen del hecho de tener éxito de ventas. Así, naturalmente, siempre está inseguro, siempre persigue el éxito y, cuando el éxito no está a la vista, se vuelve frenéticamente inseguro. c)La enajenación en el lenguaje El lenguaje es otro ámbito en el que ocurre este proceso de abstracción. El lenguaje tiene un fin, una función, que es hacernos capaces de transmitir, de comunicar, por lo que, naturalmente, el lenguaje debe hacer abstracción de las cosas. Si hablo de este reloj y lo llamo reloj, no me refiero a este reloj concreto, porque, aun tenido en cuenta que no es singular, sino sólo uno de los muchos miles de relojes de la misma marca, no es idéntico a los demás. Cuando digo que esto es un reloj, digo que esto tiene lo suficiente en común con los demás relojes como para poder entendernos refiriéndonos a una abstracción, a un reloj, no a una cosa enteramente concreta, que es este reloj particular. Ésta es la función del lenguaje: abstraer; abstraer de los fenómenos concretos, singulares, lo que me permite designar con una palabra numerosos objetos de especie semejante, suponiendo que haya lugar para esta abstracción. Pero la abstracción ofrece también un peligro, a saber, el peligro de que al hablar de cosas mediante palabras pierdan su concreción y que ya no sintamos
aquello de lo que hablamos, sino sólo la palabra. «Una rosa es una rosa»: he aquí una protesta contra este proceso de abstracción, porque esta frase hace de la rosa una experiencia muy concreta. Pregúntese ustedes qué ocurre cuando dicen «una rosa». ¿Ven la rosa? ¿La huelen? ¿La sienten como algo concreto, o quizá piensan en los cinco dólares que vale la docena, o tienen la vaga idea de una flor elegante, que pueden regalar en la ocasión oportuna? ¿Con qué concreción sentimos lo que designamos con una palabra? ¿O empleamos el lenguaje, esencialmente, en abstracto? Ciertamente, si el dueño de una floristería, al hacer balance y anotar que esa jornada ha vendido cincuenta rosas, queda arrebatado por el entusiasmo pensando en ellas, no hará bien las cuentas, quedaría absorto en la sensación de una fragancia, vería sus rosas con los ojos de la fantasía, y abandonaría feliz la tienda, pero olvidaría hacer balance y no podría mantener su negocio. No estoy haciendo un chiste: la abstracción es una parte importantísima de nuestra vida, de nuestra vida moderna, que se basa esencialmente en un sistema racional de contabilidad, de hacer balance, de cuantificar cosas. Nuestra sociedad no podría sobrevivir sin métodos complejos para poder cuantificar las cosas económicamente. Podemos calcular el coste de la mano de obra, el coste de conservación, e incluso el dinero que gastamos en lo que se llama «relaciones humanas». Todo ello es calculable y, ciertamente, estoy muy lejos de criticarlo en sí mismo, porque es la esencia de nuestro modo de producción moderno. La producción y la economía actuales quizá no pudieran sobrevivir, todo
nuestro orden económico se hundiría, si no tuviésemos los medios ni la disposición de cuantificar los procesos de elaboración. Se trata, sin embargo, de si este modo de producción, este modo de comportarse económicamente, no ha tenido una influencia enorme sobre nuestra personalidad entera, no ha llegado más allá de la tienda y de la industria, habiendo penetrado en toda nuestra vida, de manera que el florista no sólo piense en una cosa de cincuenta centavos al hacer el balance, sino que nunca piense en una flor concreta. Mañana igual podría vender queso, y pasado mañana energía atómica o zapatos, cosas todas que tienen muy poco sentido concreto, que se entienden esencialmente como cosas de valor abstracto. Esto adquiere mucha más importancia considerando las palabras que no se refieren a cosas, sino a sentimientos íntimos. Así, hablamos de amor, ¿y qué entendemos por amor? Resulta creíble, pero casi no hay nada en el mundo que no se llame amor. La cruedad, la dependencia, la dominación, y el amor verdadero,y el temor, la costumbre: a cualquier cosa se le llama amor. «Le quiero» (I love him) puedo expresar desde una leve simpatía, o la simple manifestación cortés de que no se odia a alguien, hasta esos sentimientos de que han hablado o escrito los grandes poetas. Todo se dice con la misma palabra. Otro ejemplo. El otro día estaba oyendo a un psiquiatra hablar de un paciente, y decía de él que tenía un puesto importante. Yo le pregunté qué quería decir con «importante», y él contestó: «¡Bueno, es un puesto muy importante en la jerarquía de la empresa!». Muy bien, ¿y qué
importancia tiene eso? Si quiere decir que tiene un sueldo elevado y un trabajo prestigioso, muy bien. Pero, ¿por qué llamarlo «importante»? Entonces, siguió dando explicaciones y yo trataba de ver por qué todo aquello tenía que ser importante, y en qué sentido. Por cuanto pude entender, no había ninguna importancia en absoluto, excepto en que tenía un sueldo elevado y cierto grado de prestigio. Si dijésemos que el profesor Einstein se ocupaba de cosas importantes,creo que nos quedaríamos cortos, pero aludiríamos a algo concreto. Bien, así es en general nuestro lenguaje: «Me muero de risa». ¿De qué? ¿Por qué? En esta expresión se manifiesta un perfecto embarazo. Es la expresión de que uno no siente nada, o de que uno es incapaz de expresar nada. Curiosamente, la muerte representa un gran papel en estas expresiones: «Me muero por hacer esto o aquello», para expresar cierta intensa agitación por algo. Pero me temo que el empleo de esta palabra, «morir» o «muerte», no sea enteramente casual, sino que brota de un profundo vacío, de la falta de sentimiento y de aquella sensación de depresión de la que hablaba el otro día al tratar del concepto de felicidad.
Diferencia entre Lenguaje, Lengua y Habla. (2016). Diferenciaentre.com. Recuperado el 8 de Octubre 2016, de http://www.diferenciaentre.com/diferencia-entre-lenguajelengua-y-habla/ Con todo esto quiero decir que hoy ya no empleamos el lenguaje sólo para fines de comunicación, sino principalmente en el sentido de que las palabras han llegado a ser casi lo mismo que el dinero: abstracciones de experiencias reales, que se intercambian en la comunicación humana sin sentirlas referidas a experiencias concretas: preguntamos «¿cómo está?» a un hombre profundamente desdichado, y contesta: «Bien, gracias». Podrán decirme que eso es básicamente orgullo, pero en mi opinión lo principal es que nadie espera un verdadero interés en el otro y que las palabras no cuentan, que las palabras se emplean para llenar huecos, para llenar el vacío que sentimos dentro de nosotros mismos y en la comunicación con los demás. Atiendan al tono de voz en que se produce la comunicación humana: ¡cuánta abstracción! Es casi como cuando se va de compras al mercado: tome los dos dólares y déme lo que le pido. La gente intercambia palabras sin compartir ninguna realidad de la que estén hablando. Intercambian palabras con cierto embarazo, para ocultar el vacío que hay en su comunicación y el hecho de que no sienten ningún estímulo. Después de la charla, no notan haber compartido nada. Tienen una sensación de vacío parecida a la de haber estado dos horas en el cine viendo una película que ha resultado ser muy mala, cuando abandonamos la sala con cierta sensación de embarazo y
vergüenza por haber perdido el tiempo de manera tan absurda. d) La enajenación del sentimiento en la sensiblería He querido describir lo que me parece uno de los rasgos y peligros esenciales del hombre en la sociedad contemporánea: hemos perdido contacto con todas las realidades, excepto una, que es la realidad, creada por el hombre, de la industria y el negocio, de la organización de las cosas que podemos manipular. Estamos en contacto con artíficos. Estamos en contacto con la rutina social. Y estamos en contacto, y nos comunicamos, y nos relacionamos con todo lo que produzca más cosas, pero no estamos en contacto con las realidades fundamentales de la existencia humana. No estamos en contacto con nuestros sentimientos, con lo que es es en realidad nuestro sentimiento, con nuestra dicha o desdicha, el miedo y la duda, con nada de lo que ocurre en el interior del hombre. No estamos en contacto con nuestros semejantes ni con la naturaleza. Sólo estamos en contacto con un pequeño fragmento del mundo que nosotros mismos hemos creado, y en verdad tenemos un miedo muy grande a tocar nada que esté más allá. Si quieren una prueba vean, por ejemplo, nuestra actitud ante la muerte, cómo ocultamos la muerte, como no podemos soportar ni siquiera una conciencia superficial de la muerte. Pero, hablando de la muerte, piensen que también tendemos a ocultar el nacimiento. Me parece que, para muchas jóvenes de hoy, con los métodos modernos de concepción, si el Una polémica campaña muestra el lado más oscuro de la sociedad actual. (2015). Revista Merca2.0. Recuperado el 8 de Octubre 2016, de http://www.merca20.com/una-polemica-campanamuestra-el-lado-mas-oscuro-de-la-sociedad-actual/
asunto se pone un poco incómodo, viene enseguida la anestesia; después, cuando una se despierta, ya está ahí
una agradable enfermera presentándole a su hijo, envuelto en celofán. Hemos perdido la idea de que el parto es un acto muy elemental, que no es nada fácil, que no consiste en «arrojar» nada a la manera de la producción industrial, donde las cosas salen de una máquina. Tendemos a ocultar también cualquier otra experiencia directa de la realidad. Estoy seguro, por ejemplo, de que las últimas películas de Chaplin han sido tan impopulares, entre otros motivos, porque la gente tiene miedo a tocar la realidad tan de cerca. El gran dictador (1938-1940) terminaba con uno de los discursos más conmovedores que yo haya oído nunca. La mayoria del público, incluso habiéndoles gustado la película decían: «No, no ha estado bien. Eso no es arte». Pues yo no creo que estén tan interesados por el arte en sí mismo. Es que les toca muy profundamente. Monsieur Verdoux (1944-1946) conmovía mucho, como también Candilejas (1952), pero eso es demasiado fuerte para nuestro público, de modo que los críticos se ponen a justificarlo. He leído hace poco que la Legión Americana amenaza con boicotear esta película en el Oeste y que los propietarios de las salas cinematográficas han empezado ya a cancelar sus pedidos. Bien, yo creo que si la Legión Americana puede hacer una cosa semejante es sólo porque, efectivamente, hay demasiado miedo entre el público, demasiada fobia a que a uno lo pongan en contacto consigo mismo, con algún sentimiento suyo, con la
realidad de la existencia humana. Si se puede boicotear lo que quizá sea una de las grandes manifestaciones de la actual cultura estadounidense, si un grupo de intereses puede impedir que se exhiba, es porque no
tiene sentido suficiente, no tiene atractivo suficiente para la mayoría de la gente. Pues bien, en vez de estar relacionados, de estar en contacto con el amor, con el odio, con el miedo, con la duda, con todas las experiencias fundamentales del hombre, todos nosotros estamos muy desapegados. Estamos relacionados con una abstracción, lo cual quiere decir que no estamos relacionados en absoluto. Vivimos en un vacío y llenamos este vacío, este hueco, con palabras, con estimaciones abstractas, con la rutina que nos ayuda a salir del agujero, si es que no nos refugiamos en la sensiblería. ¿Qué es la sensiblería? Quizá haya unas cuantas maneras de considerarla, pero quiero hablar de una que tiene cierta relación con nuestro asunto. Para mí, la sensiblería es sentimentalismo en estado de total desapego. A menos que uno esté verdaderamente loco, todo el mundo es un sentimental, pero si uno está tan desapegado, tan lejano, tan falto de relaciones, tan disociado de las cosas, como decía hace poco, uno se encuentra en una
situación muy peculiar. Tiene sentimientos, pero no se refieren a la realidad, no se refieren concretamente a nada que sea realidad. Entonces, es sensiblero. Sus sentimientos se desbordan. Invaden cualquier otro terreno. Empleamos palabras de reclamo,como las de «honradez» o «patriotismo» u, otros, la de «revolución», palabras que son conceptos abstractos, que no tienen un sentido concreto, pero son excitantes, que nos hacen llorar, que nos hacen aullar, que nos impulsan a hacer cualquier cosa, pero de manera que el sentimiento correspondiente no está relacionado de veras con nada que nos interese, sino que es una cosa vana. Es como la persona que llora viendo una película cuando la protagonista pierde la ocasión de ganar cien mil dólares. Llora todo el cine. Sin embargo, estas mismas personas, en la vida real, pueden presenciar una gran tragedia en torno suyo, y en medio de su propia vida, y no lloran, y no sienten nada, porque en realidad están disociados de ello. Están desinteresados. Viven en ese vacío de la abstracción, enajenados de la realidad de los sentimientos. Pero, dado que tienen sentimientos, ¿qué otra cosa pueden hacer? Escogen unos reclamos, unos estímulos o situaciones que los exciten, pero no en el sentido de llorar porque nos afecte verdaderamente la desdicha, sino desde el desapego. Viven en el vacío, pero el sentimentalismo que hay dentro de ellos necesita una salida, y entonces lloran cuando tienen ocasión, pero sin que nada los afecte de veras. Ésta me parece la esencia de la sensiblería que puede observarse con tanta frecuencia en la cultura moderna. Vemos personas que dan
la impresión de estar muy desapegadas, muy distantes, de no estar interesadas por nada en particular, pero que son capaces de estallar en estas explosiones sentimentales. Podemos verlas en el cine, en el fútbol, o en cualquier otra ocasión momentánea de gran emoción o excitación, o de lo que parece ser una gran alegría o una gran tristeza. Sin embargo, descubrimos que la correspondiente expresión facial es, al mismo tiempo, de vacuidad, de vacio, huera. Hay una gran diferencia entre quién experimenta alegría en un estado de interés por algo y quien tiene esta especie de alegría sensiblera, porque, en ciertas situaciones, se le despierta en cierto modo esta sensación, aunque siga perfectamente desapegado de todo y no sienta nada de veras. e)La relación con el mundo como manifestación de salud psíquica Todos Juntos. (2016). Todos Juntos. Recuperado el 8 Octubre de 2016, de http://www.cidhu.info/tjcl/la-economia-esanacronica-en-relacion-al-mundo-global/
Pues bien, todo este estado de abstracción, de estar enajenado de lo concreto de la propia experiencia, tiene graves consecuencias para la salud mental, porque, ¿cuál es la fuente de energía de la que vivimos? Bueno, podríamos decir que una fuente de energía es puramente física, que se origina en la química del cuerpo, y sabemos que esta energía decae pasados los 25 años de edad, que nos vamos gastando poco a poco, en lo que se refiere a esta energía. Pero hay otra, y es la energía que nace de nuestra relación con el mundo, de nuestro interés. Podemos experimentarla, a veces, cuando estamos con una persona
amada o cuando leemos algo muy interesante, apasionante. Entonces no nos cansamos. Sentimos brotar una energía inesperada. Tenemos una profunda sensación de alegría. Y observando a las personas de 80 años que han llevado una vida de intensas relaciones, amor, afecto e interés, comprobamos en ellos una lozanía sorprendente y arrolladora, y una energía que no tiene nada que ver con la química corporal, con las fuentes de energía que esta química produce. La alegría, la energía y la felicidad dependen de hasta qué punto fomentamos nuestras relaciones y nuestro interés, lo cual quiere decir de cuánto contacto tengamos con la realidad de nuestros sentimientos, con la realidad de otras personas, sin entenderlas como abstracciones que podamos considerar del mismo modo que los productos del mercado. En segundo lugar, en este estar relacionados nos sentimos como seres vivos, como un yo que está relacionado con el mundo. Yo me hago uno con el mundo en mi relación con el mundo, pero me siento yo también como un ser propio, como un individuo, como algo singular, porque en este estar relacionado yo soy al mismo tiempo el sujeto de esta actividad, de este relacionarme. Yo soy yo y soy el otro. Yo me hago uno con el objeto de mi interés, sintiéndome a la vez como sujeto.
Cuándo se hace una cosa para evitar el aburrimiento y cuándo se hace por relación o interés, es una diferencia fácil de observar o notar. Hemos pasado una velada con unos amigos y hemos charlado todo el rato. Tratemos de atender a cómo nos sentimos al final. ¿Nos sentimos bien, complacidos, contentos, vivos, o nos sentimos algo cansados y aburridos, o no precisamente aburridos, pero sí un poquito deprimidos, y no se nos ocurre nada más que decirnos: «Bueno, se acabó, gracias a Dios que ya puedo ir a dormir?». Cuando hemos estado con alquien y no hemos terminado cansados, y aunque se haya hecho tarde lo hemos pasado bien, nos sentimos bien, nos encontramos contentos. Entonces sabemos que lo que hemos hecho no ha sido para evitar el aburrimiento. f)La enajenación y el aburrimiento como manifestaciones de la enfermedad psíquica Quiero decir que, en una cultura en la que nos enajenamos de nosotros mismos y de los demás, en que nuestros sentimientos humanos se hacen abstracciones, dejando de ser concretos, nos aburrimos soberanamente. Perdemos energía. La vida deja de ser interesante en sentido verdadero. Y yo creo que el aburrimiento es uno de los grandes males que pueden aquejar al hombre. Pocas cosas hay tan terribles e insoportables como estar aburrido.
Pues bien, cuando llegamos a estar aburridos tenemos ciertas formas de evitarlo. Empezamos a ir a reuniones, o a jugar a las cartas, o a beber, o a trabajar, o a ir en coche
por ahí, o a hacer unas cuantas cosas que puedan mitigarlo. En algunos paises donde el aburrimiento se ha extendido en gran medida, hallamos más casos de suicidios y de esquizofrenia que en otros donde por lo menos hay más contacto con la realidad, aún si esta realidad es trágica, porque la tristeza y la tragedia se soportan mejor que el aburrimiento, que no es sino una manifestación de la falta de relación con el mundo y con el amor. Me parece que el aburrimiento quizá sea una palabra para expresar El Profe Morales – Por qué es bueno aburrirse. (2016). Profemorales.com. Recuperado de 8 Octubre 2016, de http://www.profemorales.com/?p=18725
una experiencia más normal que en patología se llamaría depresión y melancolía. El aburrimiento es el estado corriente de la melancolía, mientras que la melancolía es el estado patológico del aburrimiento, que encontramos en ciertos individuos. Pero creo que se trata sólo de una diferencia cuantitativa, y quizá quienes llegan a padecer melancolía tengan peores defensas para combatir el aburrimiento de la vida que la mayoría de las personas «sanas» que se aburren, pero saben
eludir el aburrimiento y superarlo…, no superarlo, sino o sentirlo conscientemente. Desde luego, uno de los mejores medios para superar el aburrimiento es la rutina. Con un horario que empiece escuchando la radio a las siete de la mañana y no termine hasta las doce de la noche, y no deje ni un minuto para matar el tiempo, pues, sencillamente, no queda tiempo para aburrirse, y eso es todo lo que hace falta, porque el aburrimiento es insoportable sólo cuando uno tiene tiempo para aburrirse, de manera que organizándose el día para no tener ni un minuto libre, no tiene uno por qué aburrirse. Y verdaderamente, si no fuese por esto, tendríamos que construir manicomios para millones de personas en muy breve plazo. g)La enajenación en la política En este mismo sentido, quisiera tocar un último punto: no sólo nuestra comunicación interpersonal, no sólo nuestra relación con nosotros mismos, no sólo nuestra relación con las cosas se han hecho tan abstractas, sino también nuestra relación con la política. Estamos dentro de una tradición que empezó como una negación del poder absoluto, afirmándose el derecho del ciudadano a decidir lo que debe hacerse con sus impuestos y, finalmente, su derecho a participar responsablemente en la decisión sobre el destino de la sociedad. Todo eso está muy bien, y eso era algo muy concreto. Suponiendo una comunidad pequeña, como las que hay todavía en Suiza, donde unos cuantos miles o cientos de personas se reúnen, tienen problemas concretos que pueden abordar, los discuten, y esas quinientas o mil personas deciden sobre algo,
sabemos que realmente ha ocurrido una cosa muy concreta. Se ha tomado una decisión y no ha sido cosa demasiado difícil. Les redordaré que Aristóteles trató del tamaño ideal de una cuidad. Decía que una cuidad no puede tener menos de mil habitantes, pero que ciertamente no debía contar con más de diez mil. Bien, una cuidad de diez mil habitantes sigue siendo algo muy concreto. Es manejable. La decisión, en el sentido democrático,se entiende concretamente, pero, ¿qué ha sido de nuestro régimen en países con cincuenta y con doscientos cincuenta millones de habitantes? En realidad, estas dos cantidades no representan ninguna diferencia, como tampoco el que nuestro presupuesto sea de cincuenta mil o de setenta mil millones de dólares. Evidentemente, todos estos números pierden cualquier sentido de concreción. Si podemos manejar diez mil dólares, o cien mil, y quizá alguien pueda manejar un millón de manera concreta, ciertamente, el concepto de cincuenta millones de dólares es una fórmula puramente abstracta. Es una fórmula matemática que nos ofrece muy certeramente una medida cuantitativa, pero que no tiene relación alguna con nada que podamos entender, como tampoco Una polémica campaña muestra el lado más oscuro de la sociedad actual. (2015). Revista Merca2.0. Recuperado el 8 Octubre de 2016, de http://www.merca20.com/unapolemica-campana-muestra-el-ladomas-oscuro-de-la-sociedad-actual/
podemos imaginar las distancias entre varias estrellas, sino en el sentido de un cuadro perfec tamente abstracto. Pues bien, ¿qué ocurre? Ocurre que, alguna que otra vez, vamos a votar. En realidad este voto, en gran
medida, es influido por prácticas muy semejantes a las de la publicidad moderna. Nos embuten consignas, hoy por medio de la televisión, que nos influyen sobre todo mediante recursos emocionales y completamente irracionales. Y nosotros reaccionamos a ellas, hasta cierto punto, como reaccionamos ante un partido de fútbol o un combate de boxeo, con ese sentido del drama de que hablaba el otro día: es apasionante ver combatir a dos candidatos y, en cierto modo, poder inclinar la balanza, tomar parte en el asunto.
En un combate de boxeo, lo único que podemos gacer es esperar sentados, mientras que en estas elecciones hay una cosa que podemos hacer. Aunque nuestro voto sea insignificante, justo con ese poquito entramos en el ruedo y ejercemos cierta influencia, pero, ¿es ésta una manifestación responsable de nuestra opinión? ¿Qué es lo que sabemos? ¿Qué información tenemos? ¿No es todo demasiado complicado para que se decida de la manera en que lo hacemos? ¿No habría una manera enteramente distinta de discusión, de formulación, de opinión y de convicción, si hiciésemos de las elecciones algo realmente concreto? No obstante, creo que nuestro actual
régimen electoral es mejor que cualquier otra cosa que exista en la Tierra, pero me parece muy imperfecto. Ha llegado a ser muy abstracto, y en la próxima lección trataré de decir unas palabras sobre en qué sentido creo que podemos apartarnos de esta especie de abstracción. En realidad, a pesar de nuestra idea de que el cuidadano participa en los asuntos de la sociedad, hablando de un modo realista y concreto, el cuidadano individual tiene muy pocas oportunidades de influir sobre ellos. De manera que votamos, lo que en cierto sentido es como decidirnos entre Cherterfield o Camel. Exagero, desde luego, pero en este momento prefiero exagerar el panorama, para explicarme mejor, que ser demasiado preciso. Votamos. Podemos escribir una carta al Congreso. Podemos escribir una carta a nuestro senador. Pero, en realidad veremos que, en opinión de una gran mayoría, no hay casi nada en lo que puedan influir de manera real y concreta, no abstracta, tan poco concreta, como lo demás de que he hablado. Quisiera hacer otra observación teórica. Dicen que, para actuar, hay que poder pensar; que primiero es el pensamiento y después viene la acción razonable. Lo cual es cierto, seguro, pero también hay otra cosa cierta, que es la contraria: a menos que uno tenga la posibilidad de actuar, tendrá muy limitado el pensamiento; que el pensamiento se desarrolla únicamente cuando hay al menos una probabilidad de aplicarlo. Poniendo como ejemplo al dueño de una pequeña confitería, yo creo que es mucho más inteligente en los asuntos de su tienda, en la que puede actuar, en la que puede influir, en la que puede observar, y decidir, y sacar provecho de todas sus
decisiones, que en los asuntos políticos, y no forzosamente porque los asuntos políticos sean mucho más difíles que los de su tienda. A veces, creo que son terriblemente sencillos, mientras que los asuntos comerciales pueden ser muy difíciles. No me parece que haga falta más inteligencia para pensar en la política exterior que para pensar en cuánto queso comprar. Me parece que se trata de cosas muy semejantes, pero uno puede pensar en su confitería y, por lo tanto, piensa; pero en política exterior sus vías de influencia, sus posibilidades de actuar son tan reducidas que se limita a hablar. Y habla con palabras vanas, pero no piensa, y se siente muy resignado a que su pensamiento no sirva para nada. Quiero decir, resumiedo, que el cuadro general de nuestra cultura moderna es el de un modo de producción y de consumo centrado en el mercado, centrado en la fabricación en serie, y esto es en sí mismo una abstracción, y esto es en sí mismo uno de los grandes avances en el desarrollo de la economía. Pero ahora este método de producción, este método de abstracción, ha alcanzado tales proporciones que no sólo afecta a la esfera técnica, sino que ha moldeado a todos su partícipes, cuyas experiencias internas y externas de sí mismos se han hecho tan abstractas como las mercancías de la plaza. Así, estamos disociados de la experiencia real, vivimos en un vacío y, por lo tanto, nos sentimos inseguros, y en consecuencia estamos en peligro de caer en el aburrimiento, y por eso nos encontramos en un estado muy grave de salud mental, que únicamente superamos por medio de una rutina para no tener que afrontar ese aburrimiento y esa vanidad de
nuestra relación con los demás y con nosotros mismos, así como con lo abstracto de nuestras experiencias. (Cuarta lección) h) La enajenación del pensamiento y de la ciencia Hablaba el otro día sobre lo que llamaba la enajenación del sí mismo, de los demás y de las cosas, y sobre la relación de esta enajenación con
lo que llamaba la abstracción, esa actitud, característica de nuestra moderna cultura industrial capitalista, de sentirse a sí mismo, a los demás y a las cosas, no en su forma concreta, no en su valor de uso, sino en su forma abstracta, como dinero o como palabras, y de relacionarnos con estas abstracciones, no con lo real y concreto. Una polémica campaña muestra el lado más oscuro de la sociedad actual. (2015). Revista Merca2.0. Recuperado el 8 Octubre de 2016, de http://www.merca20.com/una-polemica-campanamuestra-el-lado-mas-oscuro-de-la-sociedad-actual/
Demos ahora un paso más, entrando en otros factores influidos por la enajenación. ¿Cómo afecta ésta a nuestro pensamiento? Creo que podemos asemejarlo al modo en que afecta a nuestro sentimiento. Ocurre,
dije el otro día que nos hacemos sensibleros, en vez de sentir, y definí la sensiblería como el sentimiento disociado que se desborda pero es huero, porque hay necesidad de sentir, pero nada a lo que se asocie el sentimiento. Pues bien, algo parecido le ocurre a nuestra razón, o a nuestro pensamiento, pues si no tenemos relación con lo que pensamos o, por decirlo de otra manera, si no tenemos interés, lo que queda del pensamiento es la inteligencia, entendiendo por inteligencia la habilidad de manejar conceptos, pero no de atravesar la superficie de las cosas para penetrar en su esencia: manipular en vez de comprender. Y esta facultad de comprensión, que podríamos llamar razón, es lo contrario de la inteligencia manipulativa. De hecho, la razón obra solamente si estamos relacionados con lo que pensamos. Si nos falta este interés, lo único que podemos hacer es manipular. Podemos ponderar, contar, numerar y cotejar factores, y este tipo de inteligencia me parece tener el mismo carácter de abtracción que nuestro sentimiento y nuestra sensación, de los que he hablado antes. A veces la razón pudiera ser un lujo, pero otras veces la vida de los individuos y la vida de la humanidad pueden depender de la capacidad de emplear la razón, en el sentido de manipulación del pensamiento puramente intelectual, superficial, que no penetra en nada y, por eso, no modifica nada. Me parece que todo esto tiene que ver con nuestra antigua idea de la ciencia. La actitud cintífica es verdaderamente uno de los grandes logros alcanzados desde hace unos quinientos años. ¿Y qué era esta actitud científica? Era una actitud de
objetividad. Era una actitud humana respecto a la que se sentía humildad, por la que se tenía la fortaleza de considerar las cosas objetivamente, es decir, como son, no desfigurándolas por los propios deseos, temores y fantasías; por la que se tenía el valor de ver y examinar si los datos hallados confirmaban o negaban la propia idea, y de modificar una teoría cuando los datos no la demostraban. Ésta era la esencia del pensamiento científico. Es en realidad la capacidad de sorprenderse por algo, de asombrarse. La mayor parte de los grandes descubrimientos científicos comenzaron en el momento en que un hombre dejaba de considerar evidente lo que siempre se había considerado evidente. Tuvo un momento de asombro. Quedó sorprendido, y ahí tenemos un descubrimiento científico. Lo que viene después es secundario. Estudia, examina, prueba, hace toda clase de cosas, pero el genio real del descubrimiento no está en todo eso que se llama labor científica, y que viene después, sino que el origen verdadero del descubrimiento científico está en este momento en que fue capaz de asombrarse por algo que nunca había asombrado a nadie. Pues bien, lo que hoy ocurre es muy extraño. En las ciencias físicas, que son en la actualidad las más adelantadas, o las únicas adelantadas, vemos esta actitud científica. Vemos grandes empeños, muchísimo trabajo y propósitos… y una gran incertidumbre. Ahora bien, ¿qué opinión tiene el hombre corriente, que idea tienen de la ciencia, no sólo el hombre corriente, sino también la maroyía de los sociólogos? Creen que el pensamiento científico ofrece lo que solía ofrecer la religión hace unos
cientos de años, a saber, una certeza total. No pueden soportar la incertidumbre y, para ellos, la ciencia se ha convertido en una nueva religión, una nueva certeza sobre las cosas de la vida, y les proporciona la sensación de seguridad que en otra época debían encontrar en la religión. El hombre medio se ha convertido en un consumidor de ciencia. Espera que el científico lo sepa todo y que, leyendo el periódico, se encuentre poco más o menos en la misma situación que el visitante de la iglesia. Los sacerdotes son los especialistas en llevar las relaciones con Dios, y para algunos es suficiente que los haya y puedan verlos de cuando en cuando. Y me parece que, en la postura actual ante la ciencia, encontramos algo muy semejante. La gente está convencida de que son los sumos sacerdotes de la ciencia quienes poseen una certeza total sobre las cosas y de que, mientras enseñen en las universidades y los periódicos hablen de ellos, todo estará en orden. Si hay alguien, por lo menos, que posea certeza y convicción de seguridad. Eureka | e-consulta.com | Blog de Ciencia, Tecnología y Sociedad, México » El alto consumo de energía de los teléfonos inteligentes. (2016). Archivo.econsulta.com. Recuperado el 8 Octubre de 2016, de http://archivo.e-consulta.com/blogs/eureka/?p=273
Pero, en realidad, lo que se entiende por ciencia, lo que entienden tanto el profano como el sociólogo, es una
cosa que se hace con la inteligencia manipulativa. Se entiende por enfoque científico de un problema psicológico el que hace que pueda expresarse en números abstractos, contando y midiendo, aunque los datos que se cuentan y se miden sean absurdos y no tengan sentido en absoluto. Pongamos un ejemplo de cómo funciona esto en psicología. Hace poco, he leído un estudio sobre las actitudes de las madres ante sus hijos. Había tres psicólogos observandolo que ocurría cuando, una semana después del parto, presentanban el recién nacido a la madre. Los datos básicos a que se remitían eran «La madre sonríe» o «La madre toca la cabeza del niño», y se interpretaban como síntomas de una actitud amorosa. Y sobre esto se había montado un complejo aparato estadístico, que contaba con los posibles márgenes de error qué sé yo qué más, que arrojaba todos los números de los porcentajes de los diversos tipos de madres correspondientes a cada grupo, y así sucesivamente … Sólo que los datos básicos no tenían nada de científicos. Porque si uno dice «La madre sonríe», se queda sin saber nada. Todo depende de cómo sonría. Su sonrisa puede ser de cariño, de amargura, o de indiferencia. Puede tocar la cabeza al niño por puro aburrimiento, por engorro, o por muchísimos motivos; de manera que, en realidad, no se ha empleado ningún método científico en psicología: no se ha descrito verdaderamente, no se ha observadocon detalle el cuadro de lo que ocurre en su mayor particularidad y concreción, sino que se ha observado superficialmente, y se ha dado a esta observación una apariencia de trabajo cinentífico basándose en unos datos acientíficos con un método que se
pretende científico porque se ocupa de números. Bien, pues ningún método físico teórico, ningún químico podría permitirse nada semejante. Y no podría permitírselo ni siquiera en su segundo curso universitario, porque es un método insensato que se finge científico. Sin embargo, entre los sociólogos parece haber una especie de pacto de caballeros: sírvase usted de números y de métodos estadísticos, y sus datos serán científicos. i)La enajenación en el amor Podríamos hablar también de otra cuestión conexa: ¿qué es del amor en esta situación de enajenación, de disociación? Nos encontramos, me parece, con que el amor transcurre por dos vías diferentes. En una de ellas se identifica con la sexualidad, y ahí tenemos los muchos libros que nos enseñan las técnicas sexuales para fortalecer el amor en el matrimonio. En la otra vía vemos el amor convertido en un asunto nada erótico, bastante asexual, y consistente en que dos personas se llevan bien; y si ocurre que se trata de un hombre y una mujer, pues se casan y a eso lo llaman amor. Pero en el mejor de los casos es un compañerismo agradable, sin nada de esa chispa, nada de ese fuego que en otra época se asociaba a la idea del amor. De manera que, en este estado de disociación, identifican el amor con la sexuallidad o con llevarse bien, lo identifican con un agradable El castigo de la indiferencia. (2014). La Mente es Maravillosa. Recuperado el 8 de Octubre de 2016, de https://lamentees maravillosa.com/e l-castigo-de-laindiferencia/
compañerismo bastante rutinario, en el que faltan, y en este estado deben faltar naturalemente, la idea y la realidad de la ternura. Busquen manifestaciones de ternura en una película de Hollywood: difícilmente las encontrarán. Podrán verlas en una película francesa. Y podrán verlas, en grado excepcional, en una película de Chaplin. La ternura es más que sexualidad, y más que un agradable llevarse bien: es manifestación de una relación amorosa con otra persona, no sólo en el sentido de amor individual, sino también en el sentido de amor al hombre en cuanto tal. Es muy lógico y natural que, en una cultura como la nuestra, se haya perdido casi por completo la experiencia de la ternura. Y me temo algo peor aún; porque parece estar en contra de las convenciones, y quizá alguno tenga miedo de parecer afeminado, pueril o bobo, o de no cumplir con la exigencia de ser un hombre o una mujer apasionados, si muestran ternura.
quiero entrar en una discusión teórica ni analítica con Reinhold Niebuhr, pero creo que nuestro problema, por lo menos en nuestra cultura actual, no es que seamos tan perversos y destructivos. Lo que en general encontramos en Estados Unidos es una falta muy notable de destructividad y perversidad. De hecho la mayoría de la gente es más bien amable y bienintencionada, de ningún modo destructiva. Me parece que lo malo es otra cosa: lo malo es nuestra indiferencia, nuestra falta de interés, el no decidir entre la vida o la muerte, el dejarnos llevar y vivir sin saber para qué, nuestra indiferencia hacia nosotros mismos y hacia el futuro. Creo que esto es mucho más grave, y quizá queramos halagarnos pensando que somos esos diablos que dice Reinhold Niebuhr, tan perversos y destructivos. Eso sería algo, quizá. A mí me parece que en cierto sentido, somos peores: no somos más que indiferentes, somos francamente despreocupados; y temo que esto en cierto modo, es más peligroso que la perversidad. Por lo menos pueder decirse que esta insistencia en la perversidad del hombre encierra ciertos peligros si nos distrae de nuestro problema verdadero, que es nuestra indiferencia. MI IDEA DE LA SALUD MENTAL ANTE LAS ENFERMEDADES MENTALES DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Se ha hablado mucho estos años de que debiéramos comprender lo perversos que somos. Reinhold Niebuhr insiste en la perversidad del hombre, en que es muy importante ser conscientes de la destructividad y de la perversidad que forman parte de nuestra naturaleza. Bueno, yo no
Recuperado http://www.jlgimenez.es/
Mis ideas se basan esencialmente en las de Freud, aunque subrayando algo más ciertas cosas, y de manera un poco diferente. Ahora vamos a hablar de la salud mental entendiéndola como la superación del narcisismo, o, por expresarlo de modo positivo, la consiguiente adquisición de amor y objetividad; la superación de la enajenación (un concepto de Hegel y Marx, pero que no se encuentra en Freud), con el consiguiente sentido de identidad e independencia; la superación de la hostilidad, y la consiguiente capacidad de vivir pacíficamente; y por último, la adquisición de la productividad, que significa la superación de las fases arcaicas del canibalismo y de la dependencia.
Añadiré que, al pensar en la salud mental del individuo, pienso sobre todo en la salud mental de la sociedad. Yo aprendí en la escuela, como quizá ustedes también, el dicho latino Mens sana in corpore sano. Bien, pues a lo sumo esto es una verdad a medias.
Hay muchas mentes no sanas en cuerpos sanos, y muchas mentes sanas en cuerpos no sanos. Creo que se podría decir más acertadamente: Mens sana in societate sana, es decir, que sólo puede haber una mente sana en una sociedad sana con excepciones, naturalmente y que, por eso, en el hombre no pueden separarse sin más los problemas de la salud mental individual y de la salud mental social. Recuperado de Wikipedia (Narciso en la fuente (Narciso al fonte, 1595 - 1600). Galería Nacional de Arte Antiguo. Palacio Barberini.) El Narcisismo Y Su Superación Ahora hablemos d lo primero, o sea, de la superación del narcisismo. La mayoría de ustedes estarán familiarizados con el concepto de Freud del narcisismo, de modo que no necesitaré dar sino unas breves explicaciones para aquellos de ustedes que no estén tan familiarizados con él. Empezaré diciendo que, en mi opinión, uno de los grandes descubrimientos de Freud fue precisamente esta idea suya del narcisismo y de que quizá no haya nada más importante y fundamental que el narcisismo en el origen de una enfermedad mental. Si me obligasen a definir la salud mental en sólo una frase, quizá dijese que la salud mental consiste en un mínimo de narcisismo. Pero trataré de ser algo más concreto. Lo que Freud entendía por narcisismo está claro: el narcisismo es una actitud por la que lo subjetivo, mis sentimientos, mis necesidades físicas, mis demás, necesidades, tienen una realidad muchísimo mayor que lo objetivo, lo exterior. El ejemplo más claro se encuentra, desde luego, en el niño, especialmente, en el recién
nacido, y en el psicótico. Para el recién nacido no hay más realidad que la interior de sus necesidades. Y lo mismo es cierto del psicótico. La psicosis si hay que dar una definición general es precisamente un narcisismo total, con una falta casi total de relación con el mundo objetivo, tal como es. Entre el niño y el psicótico estamos nosotros, la llamada gente normal. Freud observaba ya que el narcisismo representa un papel muy importante en todos nosotros, más o menos. Pongamos un ejemplo: un hombre se enamora de una mujer que no tiene ningún interés por él en absoluto. Si él es muy narcisista, no podrá reconocer que ella no está interesada. En su lógica dirá, como dicen a menudo: ¿Cómo puede ser que no me quiera, cuando yo la quiero tanto?. Para él, la única realidad es que él la quiere. Para él, no es realidad ninguna que pueda haber otra persona con sentimientos diferentes y reacciones diferentes. Ustedes conocerán la historia del escritor que ve a un amigo, le habla de su libro y al cuarto de hora dice: “Bueno, ya he hablado mucho de mí. Háblame ahora de ti. ¿Te ha gustado mi último libro?” Bien, aquí tienen el mismo narcisismo, sólo que éste ya es bastante conocido. No es tan fatal ni tan patológico como el del primer ejemplo. Verdaderamente, el narcisista no es capaz de entender sentimentalmente el mundo en su propia realidad, la que tiene. Si no percibiese el mundo, estaría loco. No obstante, lo percibe intelectual, pero no sentimentalmente. Ahora bien, como se confunden a menudo, diré que el narcisismo, en el sentido de Freud y en el sentido de que yo estoy hablando de él, es muy diferente del egoísmo y de la vanidad.
El egoísta quizá tenga siempre cierto grado de narcisismo, pero no necesariamente más que el hombre medio. El egoísta lo es porque no ama. No tiene mucho interés por el mundo exterior, pero lo quiere todo para sí. Sin embargo, aun el muy egoísta puede tener una idea bastante certera del mundo exterior. En cuanto al vanidoso, al menos en cierto tipo de vanidad, no es particularmente narcisista. Es una persona muy insegura, que en todo momento necesita confirmación. Nos preguntará a cada momento si lo queremos. Si es listo y tiene conocimientos de psicoanálisis, no nos lo preguntará abiertamente, sino de manera algo indirecta. En realidad le preocupa principalmente su sensación de inseguridad. Pero no es necesariamente narcisista. Al verdadero narcisista le importa un bledo lo que pensamos de él, pues para él no hay duda: lo que él piensa de sí mismo es real y cada palabra que dice es magnífica. El verdadero narcisista entra en una sala, dice <<Buenos días>>, y piensa << ¡Qué magnifico!>>. Él acaba de llegar y dice <<Buenos días>>. Para él, eso es algo magnifico. Bien, ¿qué consecuencia tiene el narcisismo? El narcisismo `tiene como consecuencia de la deformación de la objetividad y del juicio, porque, para el narcisista, <<es bueno lo que es mío y es malo lo que no es mío>>. La segunda consecuencia es la falta de amor, porque evidentemente yo no amo a nadie fuera de mí, si sólo me intereso por mí mismo. Freud hizo una observación muy importante en este sentido: hay relaciones que se parecen al amor, como la relación con los hijos y entre parejas que dicen estar enamoradas, que muy a menudo
no son sino narcisistas. Es decir, la madre que ama a sus hijos, en realidad, puede estar amándose a sí misma, porque son los suyos; y si ocurre que ama a su marido, pues lo mismo. No es que tenga que ser así forzosamente, pero sí lo es muy a menudo. El carácter narcisista suele ocultarse tras unas apariencias, como la de una actitud amorosa para con otra persona. Y la consecuencia es que si el narcisista queda decepcionado de una persona, tenemos dos reacciones: una de depresión angustiada y otra de furia. Depende de muchos factores. Digamos al margen que, en mi opinión, sería interesantísimo estudiar en psiquiatría en qué medida las depresiones psicóticas son secuelas de heridas graves con respecto al narcisismo: si el duelo de que habla Freud como parte de la depresión no es un duelo por otra persona que se había incorporado. O bien, veamos la reacción de la furia. Si se ofenden los sentimientos del narcisista, reaccionará furiosísimo. Ahora bien, el que esta furia sea consciente o no, dependerá sobre todo de la posición social. Si tiene poder, su furia será quizá muy consciente. Si se tiene poder sobre él, no se atreverá a experimentar una furia consciente, y entonces tendremos a un deprimido. Y si su situación cambia, veremos furia en vez de depresión. Ocurre que la superación del narcisismo es un objetivo vital en fenómenos tan dispares como las grandes religiones de Oriente y Occidente y la ciencia moderna: ser capaces de amar, ser capaces de superar la adoración a nuestro propio ego. Y ésta es precisamente la función de la ciencia moderna, porque la ciencia moderna, aparte de sus
resultados, es una actitud humana, la actitud de aceptar la realidad tal y como es, no como yo quiero que sea. Así, vemos que se oponen grandes esperanzas en el desarrollo de la ciencia moderna, de esa actitud de objetividad y razón que es la esencia de la superación del narcisismo. De hecho, es interesante que los científicos más destacados actualmente, que creo que son los físicos teóricos, sean de los hombres más cuerdos que pueden encontrarse en el mundo, con eminentes excepciones que no citaré. Y para mí, la cordura se manifiesta hoy en gran medida en una cosa: en la capacidad de comprender que la carrera armamentista nuclear nos lleva al desastre, que es una gran locura. Y quizá no haya nadie en el mundo, ningún grupo profesional del mundo que haya comprendido con tanta claridad como los físicos. Desgraciadamente, nuestra profesión de psicoanalistas no se encuentra en esto en primera fila, que es donde parece debiera estar. Como no nos interesan ante todo los problemas individuales, sino los problemas sociales, debo añadir un comentario sobre otro hecho importante, que es el paso del narcisismo individual al narcisismo de grupo. El narcisista individual ésta verdaderamente prendada de sí mismo. Así, vemos a veces un narcisismo familiar. Es decir, familias locas. Yo recuerdo un caso en que madre, hija e hijo del padre se habían desembarazado estaban convencidos de que eran las únicas personas decentes de todo el mundo. Los demás eran sucios, no sabían cocinar, ni sabían hacer nada. Ellos eran los únicos decentes y honrados y sentían
un odio y un desprecio enorme por los demás. Cualquiera que lo oiga dirá que eso es una cosa rara, pero no le parecerá tan raro ver el mismo fenómeno referido, no a la familia, sino a la nación. La misma actitud de que lo mío es lo mejor, lo más maravilloso, lo más esto o lo otro, parece de lo más loco y repelente si se refiere al individuo o a la familia, pero suena encomiable, moral y buena si se refiere a todo un grupo nacional, o a una religión también. Pero en psicología no es muy diferente en uno y otro caso. En esta transferencia del narcisismo individual al narcisismo de grupo, que ha producido el odio religioso y el nacionalismo, ni cambia nada forzosamente el carácter del fenómeno. Pero hay una cosa importante. Para un pobre diablo que no tiene dinero, no tiene nada, no tiene instrucción, es muy difícil mantener su narcisismo individual, a menos que esté verdaderamente, totalmente, loco. De modo que, para él, el paso del narcisismo individual al nacional le permite seguir siendo narcisista sub estar loco, pues con la confirmación de los demás, de los dirigentes, de los libros de texto y de todo, puede seguir creyendo que su nación es la más maravillosa, con una tradición y un futuro, justicia, y moral, mientras que las demás naciones especialmente si tienen diferencias políticas con la suya son naciones de gente inútil, de criminales, de inmorales, etc. Así, pues, cuando uno logra transferir su narcisismo individual al grupo, puede conservar el mismo narcisismo sin estar loco, porque recibe confirmación de todo el mundo. Sin embargo se trata de una locura colectiva, cuyas consecuencias son muy semejantes a las del narcisismo
individual, que he descrito antes. Podemos observar, por ejemplo, en los países de los que tenemos datos, que las clases más pobres y menos instruidas son las más narcisistas, las más nacionalistas. Sin duda, esto es cierto en lo que se refiere a Estados Unidos, porque muchos estudios lo han mostrado. Por la misma pobreza vital, la pobreza material y sentimental, el individuo no tiene nada de lo que poder estar orgulloso, excepto de su grupo nacional. Y fuera de este narcisismo primitivo, no hay nada que le dé una sensación de éxito, un sentimiento de orgullo. Otro comentario marginal: como muchos recordarán, Freud dijo una vez que Copérnico, Darwin y él mismo habían herido muy profundamente el narcisismo del género humano por haber mostrado que el hombre no es en absoluto el centro del universo, que no es una creación especial de Dios y que aun su propia conciencia es cosa de importancia muy relativa. Pues bien, históricamente hablando debería haber observado, en consecuencia, una gran disminución del narcisismo durante los tres últimos siglos. Pero viendo el desenfrenado nacionalismo de hoy, que no impide a algunos jugar con el arma más loca y mortífera, el arma nuclear, y que con cierta portabilidad llevará a la aniquilación del género humano, hemos de admitir verdaderamente, creo, que es narcisismo nacional sigue teniendo un grado de patología y de locura que no concuerda con dichas esperanzas. En efecto, creo que si todo lo citado por Freud ha herido gravemente el narcisismo humano, no lo ha eliminado ni lo ha superado. Hoy vemos claramente que este narcisismo se dirige al nacionalismo, a la política de fuerza etc., pero sobre
todo a la técnica. Por contradictorio y paradójico que suene, parece que, también psicológicamente, el hombre actual está muy orgulloso de la bomba atómica, de haberla podido producir, de modo que esta capacidad de destruir el mundo ha llegado a ser objeto de un enorme interés narcisista. Dicho de otro modo, la ciencia no ha llevado a la reducción del narcisismo, sino que ha llevado a que este mismo narcisismo se aplique a su derivación técnica. Pero volviendo a la cuestión de la salud mental, ¿cómo puede superarse el narcisismo? Es una cuestión que ha preocupado durante varios milenios a los guías espirituales de la humanidad. Yo no voy a tratar de presentar un programa completo ni un método para vencer el narcisismo. Pero quisiera ofrecer una consideración teórica de una cuestión particular: podemos distinguir entre formas malignas y benignas de narcisismo. Entendiendo por narcisismo maligno el que se encuentra en el psicótico o la persona enferma, y que se dirige verdaderamente a su propia persona. Mi aspecto, mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mi apetito, o cualquier cosa que sea, es lo único real, lo único que importa en el mundo. Esto es maligno porque me aparta de la razón, del amor, de mis semejantes y de todo lo que hace interesante la vida. El narcisismo benigno no se dirige a un ámbito particular, como mi cuerpo o mi pensamiento, sino que se dirige a algo que hago, a un éxito, a un éxito científico, o a un éxito económico, o cualquier otro. Es decir, yo tengo este afecto narcisista, si quieren, no a mi persona, sino a algo objetivo que yo he creado. Sigue siendo narcisismo, pero
es benigno porque, al crear algo, venzo también a la vez parte de mi narcisismo, y éste es un proceso dialectico. En el acto de producir o crear algo, estoy obligado a relacionarme con el mundo. Entonces el narcisismo no llevará al puro choque personal, sino que llevará a la competencia por el mayor éxito. No digo que éste sea el ideal, ni el fin del desarrollo humano, pero quizá sea el primer paso que podamos ver hacia la superación del narcisismo personal y puramente patológico. Y me parece que podría haber otro camino si, en vez de la nación, el objeto del narcisismo llegase a ser el género humano; si la gente empezase a sentirse orgullosa del género humano, en vez de sentirse orgullosa de una parte suya. ¡Cosa extraña, que, a pesar de la ONU y de todos los progresos que hemos hecho en muchos campos, tan poca gente tenga un sentido real de orgullo por el género humano! Estoy seguro de que, si lo hubiese, si la gente tuviese este apego narcisista, si quieren, a la humanidad, como el que tienen a sus hijos, hoy no tendríamos armas nucleares. Todo ello sólo será posible si se produce un enorme desarrollo económico y social en todos los países del mundo. No hay manera de estar orgulloso de algo que yo haya hecho si no puedo hacer nada, por ser demasiado pobre, demasiado miserable, o si el caciquismo o la burocracia me paralizan el pensamiento. En otras palabras, esta manera de superar el narcisismo sólo puede darse, no aceptando ciertas ideas, sino a través de un cambio fundamental en la vida de todos los pueblos del género humano, que permita en cada hombre estar orgulloso de lo que hace y a cada
nación estar orgullosa de lo que hace, no de sus medios de destrucción.
Recuperado (http://lagnosisdevelada.com/)
Testamento <<idolatría>>. Es decir, el hombre adora la obra de sus manos, en vez de sentirse como creador suyo. Feuerbach desarrolló el concepto de enajenación respecto de la religión diciendo que, cuanto más rico hacemos a Dios, tanto más pobres nos hacemos nosotros. Marx lo expresó de manera más amplia: << esta plasmación de las actividades
de
La Enajenación Y Su Superación Pasemos al segundo apartado: la superación de la enajenación. El concepto de enajenación se ha puesto un poco de moda estos años. Diré unas breves palabras sobre qué es este concepto de la enajenación. Fue Hegel, sino el primero que lo empleó en toda la historia, si el que lo empleó sistemáticamente por primera vez. Hegel entiende por enajenación no el que yo me estime como sujeto de mi propio acto, como hombre que piensa, siente y ama, sino que me estime a mí mismo y a mis facultades en el objeto que produzco. Es decir, yo siento que no soy nada, pero me estimo sólo en el objeto externo que yo he creado. Y estoy en relación conmigo mismo y con mis facultades estando en relación con el objeto de mi creación. A esto se llama en el Antiguo
sociales, esta consolidación de nuestros propios productos en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestras expectativas y destruyen nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior>> (K. Marx, MEGA I, 5, pag.22. MEW 3, pág. 33. Y en los manuscritos, escribe: <<cuanto menos eres, cuanto menos exteriorizas tu vida, tanto más tienes, tanto mayor es tu vida enajenada y tanto más almacenas de tu esencia es tu vida enajenada y tanto más almacenas de tu esencia enajenada>> (MEGA I, 3, pág. 130 MEW Erg. I, pág.549). Empobrecerse el hombre para enriquecer el objeto que él crea: ésta es la esencia de la enajenación. Queda claro que el hombre enajenado está atemorizado y que depende del
objeto: cosas, aparatos, bienes, burocracias, el estado, los jefes, los caciques y otras muchísimas formas suyas, todas con la misma función de ofrecer al hombre un sentido pleno de identidad, porque sólo puede estar en la relación consigo mismo rindiéndose a un gran poder, o a un gran personaje, o gran institución, que le hacen creer en el espejismo de estar en la relación con sus propias facultades. La enajenación no ha surgido con el hombre moderno, aunque quizá en ninguna otra época haya llegado a ser de tal calibre como en la sociedad occidental actual. No obstante quisiera hacer una observación marginal sobre el campesino, especialmente creo, de Hispanoamérica. Por lo menos es lo que creo ver en México. Se trata de una forma de enajenación que es la sumisión al destino. Se manifiestan en la desesperanza con que el individuo llega a creer que no puede hacer nada en la vida, que la vida pasa y corre tal cual es, y que el gran problema es el destino o, si prefieren la necesidad. Que hay que aceptarlo y, se acepta voluntariamente, se identifica uno con el mayor poder que existe: el destino. Me parece, si se estudiase esta ausencia fatalista de esperanza, se vería en ella uno de los síntomas de la falta de salud mental entre la población campesina de Hispanoamérica. Se hallaría una forma peculiar de enajenación con la que el destino, y una supuesta necesidad, se han convertido en la Gran Diosa. Superar la enajenación es, la base para la independencia del hombre y para cualquier especia de democracia razonable, que consiste en algo más que en depositar una papeleta electoral. Pero exige, repito, grandes
cambios sociales por los que el individuo deje estar sometido a los caciques o la burocracia y por lo que tenga un papel activo y responsable en la organización de la vida social. No es cuestión precisamente de riqueza. No es cuestión precisamente de conciencia. Es cuestión de tomar parte activa, y ello solo es posible en ciertas condiciones, una de las cuales, creo es un grado óptimo de descentralización. Recuperado de http://traigan.net/ La necrofilia y su superación El tercer concepto del que voy a hablar en relación con la salud mental es la superación de la hostilidad. Me refiero a la hostilidad que es un factor patológico, la hostilidad que no es mera reacción a ataques contra mi vida, reacción que en este sentido se encuentra al servicio de la vida y es aceptada en general. Distinguiré dos tipos de hostilidad. Llamaré a uno de ellos <<hostilidad reactiva>>, es decir, la hostilidad por reacción al miedo el hombre atemorizado es hostil a menos que esté tan atemorizado y sea tan importante que haya que reprimir y refrenar su hostilidad. Pero, en general, preguntándonos por la causa principal de la hostilidad en el mundo, no es la supuesta naturaleza malvada del hombre, que ha vuelto a ponerse hoy de moda. Es que la mayoría de la gente está atemorizada, es muy peculiar y paradójico que los cuatro últimos siglos, desde finales de la edad media, sean siglos del miedo; y nunca ha habido tanta seguridad como hoy en el mundo; y nunca ha habido tanta inseguridad como hoy. Inseguridad individual y sentimental, pero también real, porque hasta ahora el hombre no ha vivido nunca durante
años en peligro inmediato de que todo rastro de vida quedase aniquilada en cualquier momento. Este miedo, que empezó a finales de la edad media y que ha existido en una u otra forma durante los últimos siglos, ha llegado hoy a tal apogeo que, justamente, hombres como Wystan Hugh Auden y otros han llamado a nuestro siglo el <<siglo del miedo>>. No voy a hablar ahora de este miedo, sino de que el miedo produce hostilidad. La hostilidad que encontramos en los individuos es la hostilidad del hombre atemorizado. Creo que vivimos en un mundo de hombres atemorizados. Y los que amenazan con la bomba no están menos atemorizados que los que tienen miedo a la bomba. Pero, ¿Por qué tiene miedo hoy el hombre? Ésta es otra cuestión. Tiene que ver con la misma enajenación. Tiene que ver con la misma falta de cohesión social, con la atomización de la gente y con que todo el mundo está profundamente aburrido de una vida que no tiene mucho sentido. Pero hay otro tipo de hostilidad muy diferente. Es el tipo de hostilidad que llamaré hostilidad necrofilia, o maligna. Hay una descripción de ella, que voy a leerles, un bello discurso de Unamuno, pronunciado en la universidad de salamanca en 1936 en contestación al discurso del general Millán Astray. Este general tenía un lema que muchos fascistas seguían consiente y explícitamente, y que hoy muchos siguen no tan consiente y explícitamente, el lema ¡viva la muerte! Cuando el general Millán Astray hubo terminado, se levantó Unamuno y dijo: <<acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡viva la muerte!”. Quiero llamarles la atención sobre esta palabra, <<necrófilo>>.
Ustedes saben que la necrofilia es una perversión, el deseo de un hombre de tener trato sexual con una mujer. Bueno, es infrecuente, pero existe. Sin embargo, Unamuno emplea esta palabra en un sentido mucho más lato, a saber, el amor a la muerte, la atracción por la muerte. Y continuaba Unamuno. <<y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia que esta ridícula paradoja me parece repugnante. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta pensar que el general Millán Astray Pueda dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio cómo se multiplican los mutilados a su alrededor… éste es el templo de inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis algo es os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho>>. (Citado por Hugh Thomas, 1961, pág. 354 y sig.) Como ven, Unamuno comprendió muy claramente la esencia de esta actitud de amar a la muerte. Es una actitud n acrofilica. Es una actitud en la que ejercen un atractivo perverso la muerte, la destrucción y la ruina. A mi
parecer, quizás sea ésta la única perversión que existe, la de verse atraído uno por la muerte estando en vida. Y esta actitud se encuentra en una minoría de personas que son verdaderamente necrófilos, que están verdaderamente enamorados de la muerte y son precisamente los que puede seducir a tantos que están airados y furiosos por estar atemorizados. Se puede reformar con facilidad a los airados y furiosos, pues lo único que hace falta para eso es quitarles el miedo… bueno, tan fácil no es, porque, para quitarles el miedo hay que darles sentido a su vida… Pero no se reformará con tanta facilidad a los necrófilos. Importa mucho que los reconozcamos: y que los reconozcamos como la peor aberración posible de la cordura humana. Uno de los casos más llamativos de necrofilia, de esta actitud nacrofílica, fue Hitler. Se cuenta de él unas cosas que no se ha probado, pero que es muy posible, durante la primera guerra mundial, un soldado lo descubrió contemplando en trance el cadáver descompuesto de otro, y le resulto muy difícil llevárselo de allí y hacerlo volver en sí. Y fue este mismo hombre el que se convenció a sí mismo, y convenció a millones de personas, que su objetivo era la prosperidad y la salvación de su pueblo. Sin embargo, en sus últimos días quedo claro que su objetivo real era destruirlo todo. La satisfacción real de un carácter como el de Hitler, del carácter verdaderamente necrofílico, es la destrucción total, no la vida. Sé que habría que hablar muchísimo más de este concepto para hacerlo, quizá, más comprensible. Dicho sea de paso, lo que Freud llamo carácter anal es la forma más frecuente y menos
maligna de lo que, en su forma maligna es el carácter necrofílico. El carácter anal se ver atraído no solo por excrementos y la suciedad, pero si pasa a su forma más maligna se ve atraído por la muerte y por todo lo que se encuentra atraído por la muerte y por todo lo que se encuentra en oposición a la vida. Esta capacidad de abstracción por la muerte la tiene cualquier persona que no desarrolle su potencialidad primaria, la de estar relacionado con la vida como algo que es interesante y placentero, o no desarrolle sus capacidades de amar y razonar. Si todas estas cosas quedan incompletas, el hombre se inclina a desarrollar otras formas de relación: matar la vida. Así trasciende también la vida, porque tiene tanto de trascendencia quitar la vida como crearla. Pero para crear vida - y no entiendo por esto crear hijos, sino crear todo lo que está vivo-, hace falta ciertas condiciones individuales y sociales. Sin embargo aún el hombre más desgraciado y empobrecido puede destruir y, destruyendo, compensa lo que Unamuno llama su mutilación. Podríamos decir que la destructividad necrofilia es la trascendencia del mutilado, una creación perversa del mutilado: por no poder crear, crea destrucción. Repito: si se va a querer disminuir a la larga esta destructividad necrofílica la solución esta evidentemente en unas condiciones vitales que permitan al hombre evolucionar individualmente con fe en sí mismo, y en las que pueda depender razonablemente de otro, pero sin devorarlo ni dejarse devorar por él. Dicho positivamente, es lo que he llamado la orientación positiva, la orientación del hombre independiente y libre.
Recuperado http://forosdelavirgen.org/ El condicionamiento social de la salud mental Por último, unas palabras sobre las condiciones históricas por las que el hombre refleja la sociedad en la que vive y, lo que es más interesante no solo del presente, sino también del pasado. Tomando una instantánea de cualquier individuo de cualquier sociedad, encontraríamos en ella la historia social de los quinientos años anteriores, por lo menos. Solo tendríamos que hacerla explicita. La mayoría de estas cosas, de estas actitudes, son consecuencia de la historia del grupo al que pertenece. Y más aún en el individuo podemos ver también un futuro que no se ha realizado todavía. Veremos que las sociedades tienen un futuro, aunque todavía no hayan llegado a él, aunque se encuentren en el camino. Y esto se mostrará en que el individuo se halla en una fase de carencia de capacidad y energía, características de todos los individuos de toda la sociedad. Y aunque aún no estén en fase de decadencia, aunque pueda estar aún en la cima de su poderío, estas sociedades mostrarán ya en los individuos unos caracteres que serán indicaciones del futuro. Quiero decir que el individuo es precisamente la instantánea fija del pasado, e incluso del futuro. Por consiguiente, la salud
mental, en sentido que fuere, solamente puede entenderse según el objetivo, la meta, hacia la cual se encamine su sociedad, y de donde venga. Creo que de todos los síntomas de ausencia de salud mental hay uno que parece el peor, y es la falta de esperanza. Y es precisamente esta falta de esperanza es lo que encontramos en los orígenes de todos los síntomas morbosos, sean el alcoholismo, el homicidio, la falta de disciplina, o la prevaricación. No hago sino parafrasea a Goethe que dijo una vez:<< no hay mayor diferencia entre los personajes históricos que la diferencia entre los que tienen fe y los que no tienen fe>> y lo que es cierto de la sociedad, es cierto también del individuo que vive en ella. La salud mental seria el síndrome de los individuos no enajenados, relativamente no narcisistas, no atemorizados y no destructivos, sino productivos; y si se me permite ofrecer una expresión general, de los individuos que tienen interés por la vida. Si tuviese que dar una definición, una palabra para caracterizar la salud mental, diría que es la capacidad de interesarse por la vida. Y esta capacidad, evidentemente no depende solo de los factores individuales sino de los factores sociales muy importantes. De todo lo dicho habrá quedado claro, espero, que el medio principal para abordar la salud mental o, mejor, la enfermedad mental, no es la terapéutica individual sino fundamentalmente la reforma de las condiciones sociales que producen enfermedad mental, o falta de salud mental, en las diversas formas que he descrito.
Glosario: Abstracción: Separar por medio de una operación intelectual un rasgo o una cualidad de algo para analizarlos aisladamente o considerarlos en su pura esencia o noción. Mensurable: Que se puede medir. Boicotear: Impedir a alguien el normal ejercicio de una actividad, generalmente de tipo comercial, profesional o social, como medida de presión para conseguir algo. Lozanía: Orgullo, altivez. Melancolía: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada. Política: Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo Huero: Vano, vacío y sin sustancia. Sensiblería: Dicho de una cosa: Que implica o muestra un sentimentalismo exagerado, superficial o fingido. Conexa: Dicho de una cosa: Que está enlazada o relacionada con otra. Pueril: Perteneciente o relativo al niño o a la puericia. Vacuidad: Vacío, falto de contenido. Excitación: Provocar o producir una reacción o una respuesta en algo o en alguien. Indiferencia: Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado Perversidad: Sumamente malo, que causa daño intencionadamente. Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. Concreto: Dicho de un objeto: Considerado en sí mismo, particularmente en oposición a lo abstracto y general, con exclusión de
cuanto pueda serle extraño o accesorio. Paradójico: Hecho o expresión aparentemente contrarios a la lógica. http://dle.rae.es/?id=HCPDpRu Cualidad: Elemento o carácter distintivo de la naturaleza de alguien o algo. Demanda: Cuantía global de las compras de bienes y servicios realizados o previstos por una colectividad. Democracia: Forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. Estalinismo: Régimen comunista totalitario impuesto por Stalin en la Unión Soviética en el siglo XX. Aburrimiento: Cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada. •Casiquismo: Influencia o dominio excesivo del cacique en la vida política y social de una comunidad. •Burocracia: Conjunto de actividades y trámites que hay que seguir para resolver un asunto de carácter administrativo. •Enajenación: Pérdida transitoria de la razón o los sentidos, especialmente a causa de un sentimiento intenso de miedo, enfado o dolor. •Prendado: La palabra prendado se utiliza como sinónimo de enamorado •Encomiable: relacionado con actos o hechos humanos dignos de alabanza •Proceso dialectico: técnica de conversación. •Lato: Sentido extenso, no literal, que se da a las palabras Prevaricación: Delito que cometen los funcionarios públicos al faltar, a sabiendas o por ignorancia inexcusable, a las obligaciones y deberes de su cargo.
Hostilidad: Oposición, enemistad, antipatía. Apogeo: punto culminante o más intenso de un proceso
El drama griego. RECUPERADO DE https://www.google.com.co/search?q= el+drama+griego&safe=strict&source =lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUK EwjL0ISt2svPAhVC6x4KHXuRAv0Q_ AUICCgB&biw=1366&bih=662&safe= high#safe=strict&tbm=isch&q=el+dra ma+griego+en+animado&imgrc=V8r3 syR0kcoUxM%3A Obreros del siglo XIX protestando por mejores condiciones. RECUPERADO DE https://www.google.com.co/search?q= OBRERO+DEL+SIGLO+XIX&safe=st rict&biw=1366&bih=662&source=lnms &tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjsuY XjlM7PAhXBGx4KHTDMBl0Q_AUIBi gB&safe=high#imgrc=DzD84OsdLZM 0XM%3A Compra y venta de productos. REUPERADO DE https://www.google.com.co/search?q= el+problema+del+consumo&safe=stri ct&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ve d=0ahUKEwivzNezu87PAhXTMx4KH Yy7B7IQ_AUICCgB&biw=1366&bih= 662&safe=high#safe=strict&tbm=isch &q=compra+y+venta&imgrc=XmBzg1 yVZckVvM%3A Sentido de aventura. RECUPERADO DE https://www.google.com.co/search?q= persona+tirandose+de+un+parapente &safe=strict&source=lnms&tbm=isch &sa=X&ved=0ahUKEwiOw9jkldTPAh UBJR4KHaomASQQ_AUICCgB&biw =1366&bih=662&safe=high#imgrc=m zGVbih_l0uwaM%3A