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Editorial
Benditas redes, malditas costumbres de la prensa N
o es que esta vez hubieran acertado las encuestas a propósito del sitio preponderante en el que siempre se mantuvo Andrés Manuel López Obrador durante la campaña presidencial, sino que en esta ocasión, con excepción de la industria mediática (la que vive a costa del erario y bajo la cobija institucional), el ánimo exacerbado e impaciente de la ciudadanía era demasiado evidente: la victoria electoral del morenista se visibilizaba hacia los cuatro costados del país. Los únicos que no podían vislumbrarlo eran sus acérrimos críticos, justo los que ahora, en este preciso momento, son los que empiezan a hilvanar conjeturas de aceptación (¡Héctor Aguilar Camín acaba de asegurar que con López Obrador comienza una era diferente de la democracia en México, y ya halló varios y distintos replicantes en los medios electrónicos que afirman tal oportunista teorización!) para no quedarse fuera del pastel presupuestario, del que permanentemente han deglutido, ahítos, servida la mesa de su codicia económica. Sin embargo, esta taimada tradición expresiva va a cambiar en el nuevo proyecto presidencial y no se sabe hasta qué punto, o si el estatus no permitirá, por conveniencia política, una aunque leve modificación en el trato con los medios; no se sabe, en fin, si Televisa o TV Azteca continuarán cotizando miles de millones de pesos del erario para evitar las zaheridas de los comunicadores, pues es sabido que en México, por estos actos inobjetables de corrupción, el soborno es la fuente gravitacional de la sobrevivencia de los grandes medios. Curiosamente, el mismo día en que el Instituto Nacional Electoral dio a conocer, el domingo 1 de julio a las once de la noche, la amplísima ventaja de López Obrador, los comentaristas que hallaban cualquier excusa para ofender o maltratar al tabasqueño comenzaron, lentamente, a transformar su discurso, asunto que irá metamorfoseándose hasta acabar en un contexto de reconocimiento y admiración por el Señor Presidente. En sus primeras palabras como mandatario electo de México, el político tabasqueño dio las gracias, efusivo, a “las benditas redes sociales” y ofreció la plena libertad de expresión, si bien no dijo que terminaría con los privilegios a localizados medios que siempre han jugado éticamente según las temperaturas del barómetro nacional: eran priistas cuando el PRI estaba en el poder, panistas cuando el PAN estaba en el poder y ahora, seguramente, serán morenistas porque Morena está ya en el poder. La prensa, en este sentido, es en efecto un poder: el poder del enjuiciamiento. ¿Es posible anular la vieja costumbre del soborno disfrazada de democrática repartición publicitaria de las instituciones oficiales? Cuauhtémoc Cárdenas, al asumir el primer cargo de gobernante de la Ciudad de México, quiso abolir esta infecunda práctica, pero acabó cediendo a la presión peticionaria de los medios so pena de ser agraviado constantemente en la información general. ¿Podrán un día las benditas redes sociales acabar con las malditas costumbres de los periodistas amañados con rostro de crítica de la razón pura? Es, asimismo, sospechoso que los periodistas mediáticos digan estar muy pendientes de lo que ahora en adelante el presidente morenista haga, y le piden a la ciudadanía estar igualmente vigilante de las acciones gubernamentales, cuando antes de López Obrador no se ocupaban de ello. No, por lo menos, que se tenga memoria. Y ahí está, por ejemplo, Ayotzinapa para demostrar que los actos presidenciales antes del lopezobradorismo los tenía sumidos en la indiferencia. Pero, dado que ahora comienza una nueva democracia, los periodistas sí van a ser acuciosos vigilantes de los hechos del gobierno y demandar un comportamiento veraz. Vaya novedosas moralidades que va a adquirir la nueva Presidencia. Era común oír decir, en las conferencias públicas y en los espacios privados televisivos, que había un México antes y después del 2 de octubre de 1968. Medio siglo después, esa premisa ha sido ya rebasada. Ahora México vive un antes y un después del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador. El 2 de julio, un día después del anuncio oficial del aplastante triunfo presidencial de Andrés Manuel López Obrador, la selección mexicana de futbol fue eliminada del Mundial de Rusia por Brasil finalizando con la idea, impuesta desde los espacios televisivos, de que México tenía, hasta ese momento, la mejor oncena del mundo, e incluso considerada, por muchos, como digna favorita para ser campeona del orbe. Pero no se trata sino de un equipo de futbol mediático con jóvenes millonarios, codiciosos y alegres saltarines de la fama que acarrea ser empleados de un consorcio como Televisa (la visible cabeza de la Federación Mexicana de Futbol), donde el sistema económico está por encima del razonamiento elemental. El capitán de esta mediática selección mexicana, en vez de guardar cauto silencio por su derrota ante Suecia por tres a cero, escribió en las benditas redes sociales que todos aquellos que no creían en ellos eran unos mediocres, exhibiendo que ni la investigación estadounidense por presuntos vínculos con el narco puede acallar la soberbia que nace del consentimiento mediático. En su siguiente partido, México sencillamente fue derrotado por dos a cero por Brasil. ¿Y la mediocridad de los que pensaban que México podía perder dónde quedó anegada? Un sabio comentarista, ése sí, como don Fernando Marcos (1913-2000) sentenció, luego de haber cronicado un partido de la selección mexicana de futbol, en un breve, profundo y memorable editorial televisivo: “México jugó como nunca, perdió como siempre”, parábola que no deja de ser amargamente contemporánea.
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Índice
Director fundador Gustavo Sainz† (1940-2015)
Estamos viviendo el ocaso de la palabra utopía: José de Jesús Sampedro José David Cano
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Director general Víctor Roura
Sampedro: Yo, el inequívoco
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Los 130 años de Ramón López Velarde
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Poéticamente
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La “suerte” literaria de Francisco Hernández Rossi Blengio
Arte y diseño Fernando Castillo Juárez
20
Narrativas
26
Webmaster Yair Lira
Philip Roth (1933-2018) Víctor Roura
30
Contracultura, underground, rock, espontaneidad, conciencia, nuevo periodismo Maricarmen Fernández Chapou
38
Tom Wolfe (1930-2018)
46
Centenario de Juan José Arreola Alejandro Alvarado
50
Arreola: un caballero en el autobús
54
El sello de la libélula Kyra Galván
57
Un siglo de Guadalupe Amor Rubén Martínez Cisneros
60
María Luisa Mendoza (1930-2018): El mito Beatriz Espejo
62
Canciones de David Byrne versiones de Lillian van den Broeck
64
Almanaque de las letras Rubén Martínez Cisneros
68
Los cartones de McCutcheon Víctor del Real
74
La pobreza cromática es parte de mi definición plástica: Meme Juan José Flores Nava
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La Ilustración
81
Juan Domingo Argüelles / 19 Eduardo Villegas Guevara / 24 Vicente Francisco Torres / 36 José David Cano / 49 Pablo Fernández Christlieb / 52 Alberto Zuckermann / 53 Guadalupe Flores Liera / 72 José Antonio Gurrea / 67 José de Jesús Sampedro / 76
Articulistas
Artistas
visuales
Alarcón Gabriela Bautista Pascual Borzelli Iglesias Fernando Castillo Trejo Luis Fernando Manjarrez Norma Patiño Melissa Roura Alejandro Zenker
Director editorial Alejandro Zenker
Directora de comercialización Rossi Blengio Subdirector de mercados Javier Flores Carranza Relaciones públicas July Buendía Consejo editorial Federico Arana / Jorge Ayala Blanco / Alberto Chimal / Fernando de Ita / Juan Domingo Argüelles / Pablo Fernández Christlieb / Armando González Torres / Ethel Krauze / Roberto López Moreno / Eduardo Monteverde / Humberto Musacchio / Agustín Ramos / José de Jesús Sampedro/ Alberto Zuckermann Transgresiones, fundada en 2003 y renacida el 2 de octubre de 2017. Año 1, nueva época. Este número 6 fue impreso en agosto de 2018 con un tiraje de 5 000 ejemplares. Es una publicación bimestral editada y distribuida por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V./Ediciones del Ermitaño, con dirección en Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos, Delegación Benito Juárez, C.P. 03800, Ciudad de México, teléfono 5515-1657, correo electrónico: alejandro. zenker@solareditores.com. Editor responsable: Alejandro Zenker. Reservas de derechos al uso exclusivo número 04-2018-011612060800-102, otorgado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Certificado de Licitud y Contenido número 17124 otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. ISSN: en trámite. Impresa por Solar, Servicios Editoriales, S. A. de C. V. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos escritos y de las imágenes de la publicación sin previa autorización del editor responsable. No nos hacemos responsables por textos e imágenes no solicitados.
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José de Jesús Sampedro, Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2018
“Estamos viviendo el ocaso de la palabra utopía” José David Cano
José de Jesús Sampedro (Zacatecas, 1950) es un poeta que lamenta no haber sido poseído por la música porque hubiera compuesto, tal vez, alguna canción inolvidable. Pero como escritor ha sido, hasta este momento, el más joven en nuestra historia en haber recibido el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1975, y ahora es galardonado con el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2018…
D
esde el otro lado de la línea telefónica, la voz de Víctor Roura se oía entusiasmada. —¿Ya te enteraste? —preguntó el también director de Transgresiones. Me quedé unos segundos en silencio, los suficientes para pensar qué se me había escapado de la información del día. Entonces balbucí un alargado “nnnooo”, tan tímido, y con una voz tan baja, que apenas y me escuché. Emocionado, Víctor me dijo: a Sam, al querido Sam, le han entregado el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2018... La información le había llegado aquella tarde de mayo directamente a su correo electrónico. Firmada por el Departamento de Comunicación del Instituto Zacatecano de Cultura, el boletín empezaba así: “El poeta y ensayista zacatecano José de Jesús Sampedro será condecorado con el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2018, galardón que han recibido en ediciones anteriores Juan Gelman, Alí Chumacero, Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Monsiváis y Juan Villoro, entre otros”. El premio, añadía el comunicado, sería entregado por el gobierno del estado durante las Jornadas López Velardeanas (en junio pasado), las cuales organiza el propio instituto para recordar la vida y obra del vate jerezano. Los criterios tomados en cuenta fueron que Sampedro ha desarrollado va-
liosas iniciativas para preservar y difundir la figura de Ramón López Velarde. Entre otras, está al timón del Festival Internacional de Poesía y del Premio Nacional de Poesía. Bautizados ambos con el nombre del bardo —y auspiciados por la Universidad Autónoma de Zacatecas—, el festival honra (y galar-
dona) obra y trayectoria de distinguidos poetas mientras que el segundo premia libro inédito. La labor (ardua) (constante) (permanente) de Sampedro como editor, promotor y gestor lopezvelardeano lo volvieron un candidato natural para este premio.
José de Jesús Sampedro. Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
6 Desde luego el Comité de Selección dio, también, sus propias razones. Precisaron: José de Jesús Sampedro es un poeta y promotor cultural que tiene importantes coincidencias lopezvelardeanas con su actitud: es una escritura de vanguardia que se vuelve vínculo de sensaciones, vivencias e ideas que al formularse dejan de ser provincianas y locales. La voz de Víctor Roura —al otro lado del teléfono— me regresó de mi digresión: —Quiero publicar una entrevista con él para el siguiente número de la revista —dijo firme y convencido; luego, me preguntó—: ¿lo buscas? Obviamente dije “sí” sin chistar...
Dos semanas después, mientras esperaba que José de Jesús Sampedro bajara de su habitación, mi mente divagaba sobre cómo llevar la charla con él. Verán: conozco al maestro Sam desde —por lo menos— hace 16 años, tiempo en el cual ha crecido y madurado una entrañable amistad. Él me llama a la hoy Ciudad de México y yo le llamo a Zacatecas a veces sólo y simplemente por el mero gusto de saludarnos. Lo reconozco: a veces entrevistar oficialmente a un ser humano al que conoces y admiras y quieres, y con el que has compartido, además de cosas gratas —empezando por la bendita risa—, discusiones musicales y literarias, debates políticos y culturales, o tragos balsámicos, puede desprender aroma a simulacro. Era una tarde de junio cuando Sam —como le llaman de cariño amigos y lectores y admiradores— atendió mi petición. Estaba en la Ciudad de México arreglando algunos asuntos personales, me dijo, mientras caminábamos a uno de esos cafés asépticos de marca global en las calles de Reforma. —Ojalá no cuentes esto —me dijo con una sonrisa—, ¿qué van a pensar de nosotros? ¿Café?, ¿té?, ¿a esta hora?, ¿nosotros? Todavía sonriendo le dije entonces la idea central de la conversación. Le expliqué que revisando nuestras anteriores charlas había omitido, no había explorado con demasiada profundidad, su pasado: desde su primer acercamien-
“Mi interés en relacionar la música, cierta música de rock, con lo que escribo es muy ostensible” to a la literatura hasta su familia o el ambiente social zacatecano en aquellos años juveniles... Para entonces, el maestro Sam alternaba un “de acuerdo” con voz baja y un “sí” con movimientos de cabeza. Sentados en un rincón del local —para que no nos interrumpieran—, le pedí que me contara sobre aquellos primeros años. Esto fue lo que me contó... (Ah, por cierto: testifico que me respondió con total franqueza...)
—Yo provengo de una familia típica zacatecana, de una familia muy unida, numerosa, por lo tanto de múltiples contrastes, múltiples reflejos —me dijo José de Jesús Sampedro, apenas comenzamos a platicar—. Mi abuela, por ejemplo, nos declamaba poemas de Juan de Dios Peza o de Amado Nervo cuando estaba de buen humor. La mía fue una familia siempre rodeada de música, fundamentalmente del ineludible bolero: la canción romántica mexicana por excelencia de los 1940, 1950. Supongo que eso explica en buena medida mi primera estética, y luego están mis lecturas en la escuela secundaria, que eran muy frecuentes, que eran muy variadas, siempre constantes. “Mi primer recuerdo, con algo parecido a la literatura —continuó narrando Sampedro—, es comprando una libreta y dirigiéndome hacia las afueras de la ciudad de Zacatecas, observando paisajes y tratando de escribirlos en versos, con una métrica imperfecta, por supuesto, y con una forma clásica, a la que yo había accedido estudiando muy duramente y sin entender del todo de qué se trataba. Por más esfuerzos que hacía, en el sentido de contar las sílabas, siempre me faltaba o me sobraba una o dos o tres. No hallaba el porqué. Claro, me lo expliqué años después cuando supe a plenitud del llamado verso libre, que para mí fue una revelación instantánea. Pero eso ya fue un par de años más tarde...”
Casi sin querer, casi susurrando, me vi interrumpiéndole; le pregunté si sus padres lo habían apoyado desde un inicio. —Debo decir a favor de mi padre que nunca hubo problemas en ese sentido —dijo, enfático, Sampedro—. Sin embargo, también debo decir que él hubiera preferido ver en mí a… no sé… por ejemplo, un ingeniero metalúrgico. Mi padre —añadió— era de oficio minero, lo que de manera eufemística se denomina pequeño minero, o minero en pequeño; entonces, a él le habría encantado que yo me hubiera dedicado a eso. Hizo sus esfuerzos, pero no lo consiguió. Luego continuó con mi segundo hermano, sin mucho éxito, y con el tercero tampoco lo logró. Me parece que tuvo una decepción que le duró toda la vida. Sin embargo, aparte de eso, no hubo mayor comentario, no hubo mayor escándalo, le pareció raro verme escribir. (Creo que tampoco se explicaba muy bien por qué o debido a qué me había decantado por esto.) Cuando vio mis primeros poemas impresos, mi papá, mi mamá, mis hermanos, creo que tuvieron una secreta admiración, la cual, por cierto, se pasó muy pronto… Sampedro, entonces, soltó una risita contagiosa. Iba a preguntarle algo, pero el maestro continuó su relato. —Comencé a escribir poesía entre 1966 y 1967 —me contó—. ¿Por qué? Quién sabe. Es una pregunta para la cual aún no tengo una respuesta precisa. Supongo que influye todo el conjunto; es decir, las lecturas educativas, el ambiente familiar, la cultura que involuntariamente uno consume. De repente me vi escribiendo poemas bajo la directa y obvia influencia de los poetas que influyen a cualquier muchacho de 16, 17 años: Amado Nervo, Manuel José Othón, Gustavo Adolfo Bécquer (a quien recuerdo con bastante estima), o Rubén Darío (quien me deslumbró). Así que comencé a escribir poemas a imagen y semejanza de estos poetas y de otros, intentando decir lo que personalmente me afectaba.
7 “A finales de los sesenta y principios de los setenta —me explicó Sam— estuve practicando poesía versificada con un metro flexible y leyendo bastante tanto poesía como narrativa. Leí muchísima novela española clásica, leí prácticamente todo lo que podía leer, y entonces eso me dio todo ese universo referencial que estaba buscando. Y entonces me di cuenta de lo complejo que era escribir de la manera como yo lo estaba intentando, pero no desistí. Repito: eran poemas (entre paréntesis: que aún conservo) en el absoluto modelo de poetas románticos, tardíos y modernistas, de manera fundamental Rubén Darío, hasta comienzos prácticamente de los años setenta, donde, con el encuentro con el verso libre, también yo hallo otra forma de expresar las cosas. “Al inicio de los años setenta ya tenía un firme propósito de escritura poética. Para esto, se habían sumado personas y acontecimientos en mi vida que me permitieron hacerlo, y pasé de los poetas clásicos a los poetas contemporáneos casi sin darme cuenta (de Octavio Paz o la generación beat), y comencé a imprimirle, a tratar de imprimirle, más audacia a mi expresión, todavía sin la conciencia plena, naturalmente, de lo que estaba haciendo. “Ese periodo fue determinante —quiso puntualizar Sampedro—. En esa búsqueda, en ese cambio, en esa transformación, es cuando empiezo a conocer a personas que fueron para mí definitivas, y que apreciaron lo que hacía, y que me externaron su opinión, y me ayudaron a corregir y actualizar lo que estaba yo escribiendo...” Supongo que mi rostro delató mi angustia, en ese momento, porque el maestro Sam se apresuró a detallar más lo que acababa de decir: —Si digo que este periodo fue determinante —enfatizó— es porque durante esos primeros años, comienzos de 1970, fue cuando me publicaron en el periódico El Nacional unos poemas sueltos, y luego también una serie poética que escribí y envié a la revista Punto de Partida, de la UNAM. Todo esto me convenció de que estaban haciendo lo correcto. “Ahí, en Punto de Partida, conocí a la maestra Eugenia Revueltas, quien me dio su absoluta confianza (me animó como supongo era lo conveniente), y me convertí en asiduo colaborador.
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
6 Gracias a la revista tuve una relación más inmediata con poetas de mi generación, poetas de mi edad que desde entonces, y hasta el momento (salvo excepciones), continuamos sabiéndonos y entendiéndonos… En esos días sentí que mi expresión poética llegaba a un momento importante y así fue…”
Algo que siempre me ha parecido atractivo de José de Jesús Sampedro es, sin duda, su forma de ser: sumamente sereno, sumamente amable, sumamente afable. En cuanto a lo primero, por ejemplo, Sampedro suele expresarse de maFoto de Alejandro Zenker.
nera pausada, pero con naturalidad. Habla como escribe: con una precisión serena, escogiendo las palabras correctas, aislando frases, dejando breves silencios (mientras piensa lo que va a decir) como esas comas y puntos y seguidos tan habituales en su prosa. En cuanto a lo segundo, tiene una calidad en el trato casi imposible de ignorar. A su lado se experimenta un bienestar indescriptible. Y, en cuanto a lo tercero, entre reflexión y reflexión Sampedro suele hacer algún comentario humorístico para quitarle solemnidad no sólo a sus palabras sino al ambiente todo... En un momento de nuestra conversación, le pregunté sobre André Breton.
Si hay una figura que ha marcado la vida y obra de Sampedro ésta ha sido la poderosa presencia del escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo. Sampedro se tomó unos segundos, y su mirada se ausentó del lugar. Me dio la impresión de que su mente viajó al pasado tratando de recordar aquellos años. —Cuando lo leí por vez primera —me dijo, de pronto, Sampedro— percibí una voz fraterna, una voz cómplice, una voz solidaria, e intenté, desde ese momento, merecer algún eco de esa voz, algún mínimo eco de esa voz en lo que entonces comencé a escribir... André Bretón entró a mi vida en los 17, 18 años —rememoró Sampedro—. Desde finales de los años sesenta, por casualidad, leí Nadja; esa lectura siempre me dejó muy intrigado, muy absorto, muy encantado, y lo sigue haciendo. En las ocasiones en las que he releído Nadja, que han sido varias, siempre me queda la sensación de que estoy volviendo a mi adolescencia más pura, y vuelve a encantarme, vuelve a transmitirme un encanto alrededor casi inexpresable. “Eso, por un lado. Por el otro, cuando leí los manifiestos, de una manera muy lírica y constante, también a inicios de los años setenta, entonces sentí que entendía prácticamente qué es lo que yo debía hacer… Así que dejé todo lo que estaba haciendo, e intenté centrarme en una escritura que involucrara ciertas tesis surrealistas, como yo las entendía, como yo alcanzaba a entenderlas, y lo que escribí empezó a gustarme bastante. Sentí que había llegado a un tono óptimo, y que debía profundizar en él, a ver hasta dónde podía llegar. Fue así como surgió mi primer libro, después de un esfuerzo constante, y se me ocurrió que éste podía entrar a un concurso literario. Lo mandé sin muchas esperanzas al Premio Aguascalientes, que era y es un premio sumamente prestigiado. Era 1975”. Lo que sucedió después es de todos conocido: Sampedro ganó ese año el concurso poético. —Supe que había obtenido el premio, sin la conciencia de lo que había ocurrido —me explicó Sampedro con una sonrisa—. Tengo aún la satisfacción de que soy, hasta el momento, el poeta más joven que ha ganado ese premio. Ya te imaginarás lo encantado, lo contento, lo feliz que estaba, pero sin la
9 conciencia suficiente de saber que había ocurrido algo muy importante en mi vida, y que iba a reaparecer de manera constante en los sucesivos años. Tenía 24 años, y ya estaba en camino de los 25. Todavía me encuentro con lectores de ese libro que me hablan de él de manera muy conmovedora. Sampedro sonrió y guardó silencio un instante. Tomé la palabra y le dije que, además de Breton, la música también ha sido una constante en su vida y en su obra. —En efecto —dijo—, la música siempre ha estado presente. Mis padres eran unos oyentes muy heterogéneos, muy heterodoxos, lo mismo escuchaban a los Panchos que a Doris Day o Mario Lanza. Eso me gustaba. Sin embargo, en cuanto tuve conciencia de lo que para mí era la música —añadió, sonriendo—, yo siempre fui y sigo siendo ortodoxo, absolutamente ortodoxo, monótono; es decir, no escucho más que el viejo rock and roll. Y aquí quiero subrayar algo muy, muy importante: la primera vez que oí a Elvis (supongo que como le pasó a otros tantos como yo y antes que yo) me cambió la respiración. Así que comencé a escuchar todo ese rock de los años sesenta y setenta, y hasta la fecha continúo en esa tesitura. Por lo tanto, y desde entonces, mi interés en relacionar la música, cierta música de rock, con lo que escribo es muy ostensible, y lo es de una manera cada vez más y más intencional. Ahora mismo estoy ensayando formas de escritura basadas en canciones de rock e incluso he alterado letras de rock en poemas míos, me las he apropiado. Y eso también me ha gustado. No sé qué vaya a salir de todo esto, pero como aventura creativa es muy estimulante... Hizo, entonces, una breve pausa, y le di un sorbo a mi bebida caliente. Procuré luego dirigir nuestra conversación por otros vericuetos... Es claro que eres un agitador cultural, le dije al maestro Sampedro; entonces le pregunté: ¿desde joven viste el ejercicio cultural como una forma de mejorar tu entorno social, o, más bien, era algo personal, era para ti algo interior? Sampedro negó con la cabeza. Luego, dijo: —Nno-no, en mi caso siempre vi el ejercicio de difusión cultural como una forma de cambiar la vida. Como bien
López Velarde, enigmático y vigente
N
acido en noviembre de 1950, en Zacatecas, José de Jesús Sampedro es editor, docente, tallerista y, sobre todo, poeta. Desde mediados de los setenta publica DosFilos, una de las revistas culturales de mayor tradición y de mayor prestigio en México. El escritor ha sido galardonado ahora con el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2018. Es la pri-mera ocasión que un zacatecano es reconocido con esta distinción que, desde hace 20 años, otorgan el gobierno del estado y la Universidad Autónoma de Zacatecas, para reconocer a los escritores que han dedicado parte de su literatura al impulso de las letras de México e Iberoamérica y, además, han impulsado y difundido la obra del bardo jerezano. Dice Sampedro: “Si naciste en Zacatecas, y si eres integrante de una familia típica de Zacatecas, y estudias en Zacatecas, y te quedas a vivir en Zacatecas, es absolutamente inevitable, absolutamente ineludible, que en cierto momento de tu vida no te encuentres con Ramón López Velarde. Te encuentras con él de una forma agradable o desagradable. Quiero decir, te encuentras con él como lector libre y espontáneo, o te encuentras con él como obligado por las circunstancias educativas, sobre todo. Ramón López Velarde es un poeta con una buena estrella, muy buena estrella, y también es un poeta con muy mala estrella. Me refiero en este sentido último, a que la cultura oficial lo ha acaparado o lo ha reducido de una forma en ocasiones grosera, y lo ha convertido en monumento del mal gusto, lo ha convertido en cita citable de todo tipo de politiquillo de ocasión, o lo ha convertido en tarea obligatoria en las escuelas estatales. Hablo de jovencitos de 15, 16 años, que están obligados a aprenderse de memoria ‘La suave Patria’, o el adolescente que descubre que Ramón López Velarde no falta en los discurso más aburridos de los que tenga memoria”.
Así que “debes sustraerte a esto último para acceder a un aprecio real de la poesía de Ramón López Velarde, más allá de los estereotipos que se le adjudican, y más allá de todos los intentos por reducirlo a eso amorfo que se llama provincia, y que a final de cuentas son injustos con él ya que su poesía es altamente compleja, altamente emotiva en muchos momentos, y muy enigmática. Sigue siendo muy enigmática”. —¿Está lo suficientemente valorada la obra de Ramón López Velarde? —Yo creo que Ramón López Velarde es ya un clásico, es una referencia obligada y obligatoria. Su poesía conserva esa atmósfera enigmática, misteriosa, atrayente, ejemplar en muchos momentos, y es obvio que los estudios alrededor de su obra no han cesado sino que se han incrementado. La lista de sus apologistas y de sus críticos es extensa e impresionante: desde José Emilio Pacheco a Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, Emmanuel Carballo, Marco Antonio Campos, entre otros. Todo esto nos revela que hay todo un aparato crítico a su alrededor que lo mantiene vigente y que lo mantiene como objeto de interés para lectores futuros... Para Sampedro, la vigencia de López Velarde está en diversos planos asegurada, sin contar todo el ambiente mítico que lo rodea y por el que no pasa de moda. “López Velarde es un poeta apreciado y estimado, se lee, me consta que se lee. Y me consta que gusta. Hay algunos cuantos temas de él que se renuevan cíclicamente; digamos la idea de la patria, que es una idea que no acaba de morir y de pasar de moda, la idea de toda esa religiosidad pagana alrededor de su figura, la cual también se renueva con frecuencia, y la idea de este universo amoroso prototípico, que continúa escenificándose más de lo que pensamos. Su temática es la que le da vigencia.”
(José David Cano)
10 sabes, a comienzos de los años 1970 había en todo México, en todo el mundo, una efervescencia por el cambio político, por el cambio social; era la época de la guerrilla urbana en México, de los movimientos sindicales más importantes, de la poesía de protesta, de la canción de protesta... Todos estos exponentes, toda esta atmósfera de inconformidad, de inconformismo, era lo que nos movía. “Además —añadió—, recuerda que todavía estaba el ejemplo muy sano de la Revolución cubana, o aún estaba en el continente sur el ejemplo de los tupamaros; entonces, todo esto magnificaba tu actitud ante el mundo. Te sentías identificado, te sentías formando parte de una sensibilidad muy plástica, muy expresiva, y tratabas de ser consecuente. Esto también se reflejaba en el interior de cualquier grupo literario de la época… Los temas de moda eran la función social de la poesía, el deber del poeta, el compromiso del poeta; en aquel momento eran temas de vida o muerte, por lo menos desde el punto de vista intelectual, y había que afrontarlos, discutirlos, conversarlos…”
Mientras la tarde avanzaba, el lugar poco a poco se había ido llenando. Miré tras la ventana. Afuera, un nutrido grupo de ciclistas desnudos y semidesnudos recorría la calle de Reforma. Sampedro, sentado de espaldas a la ventana, prefirió evitar ver aquel espectáculo, y concentró su mirada en un punto indeterminado, como pensando para sí mismo. Continué con la conversación, y le pregunté sobre uno de los temas frecuentes en su trabajo. Le dije que para los lectores que habíamos seguido sus artículos, sus ensayos, su poesía, era evidente que su adolescencia y su juventud frecuentaban su obra. ¿Qué sucede con el José de Jesús Sampedro de las últimas décadas, el de los ochenta, el de los noventa? ¿Ya no encontró referencias, ya no halló intereses? Sampedro respondió de inmediato: —Mis intereses permanecen iguales. Debo decir que he cambiado poco, pero muy poco. ¿Qué quiero decir? Que mis intereses vitales continúan siendo los mismos que eran en mi adolescencia. Si acaso han cambiado algu-
nas cuantas intensidades. Pero, en general, continúo siendo exactamente la misma persona que fui. Eso —dijo, con un dejo de orgullo— me satisface de manera muy particular. Temática y vitalmente, no creo que haya evolucionado gran cosa. Sin embargo, alrededor no deja de ser decepcionante todo lo que ha ocurrido, y todo lo que continúa ocurriendo. Por supuesto ni el México ni el Zacatecas de los años de 1980 son remotamente iguales que los años de este nuevo siglo. Es algo total y radicalmente distinto. Es algo que a veces tardo en entender, pero que acabo entendiendo a final de cuentas. Y obviamente no me agrada del todo. Empero, tengo la certeza, y tengo la plena conciencia, de que uno debe de hacer lo que debe de hacer, en los término en que suena y nada más. Y a eso me dedico. Ahora mismo —le dije— se está conmemorando en todo el mundo, y en México, el agitado 68. De las utopías de aquel momento, ¿cuáles han quedado pendientes, cuántas se materializaron? Sampedro se quedó un momento en silencio. Pensativo. —Ante todo —dijo al cabo de unos segundos—, la idea de revolución es una idea en crisis, lamentablemente. Todavía hasta la década de 1970 yo pensaba, y pensaba mi generación, que una revolución socialista y democrática era posible, y estábamos comprometidos en ese proyecto. Cincuenta años después del 68 descubres que la idea de revolución, con todo lo que implica, es una idea por el momento a la baja, por el momento en retirada, y con la palabra todos los valores implícitos que incluía... Eso quiere decir que también estamos viviendo el ocaso de la palabra utopía, que era una palabra tan hermosa y de significado tan hermoso. Yo creo que deberíamos imaginar nuevas utopías, o imaginar una nueva utopía, imaginar un nuevo más allá, obviamente en la tierra, que fuera más acorde con lo más humano de la persona humana. Espero no ser injusto con la sentencia —me vi diciéndole al maestro Sampedro—, ¿pero hay una decepción generacional por no haber cumplido aquellas utopías, o qué sensación queda tras esos sueños incumplidos? Sampedro negó que fuera así de simple: —Yo no diría decepción. Decepción es cuando no entiendes el concepto y,
en ese sentido, te decepciona lo que no te explicas —puntualizó—. Pero cuando al menos tienes la presunción de entender qué fue lo que ocurrió, y qué fue lo que está ocurriendo, simple y sencillamente tienes también la noción de que es posible esperar un (llamémosle) renacimiento de lo que ayer estuvo vivo. No es algo concluyente, no es algo definitivo, no es algo determinante, no es algo acabado, no está dicha la última palabra, está en proceso algo nuevo, y yo creo que debemos ser consecuentes e interpretar bien qué es lo que puede ocurrir, y hacer lo posible para que eso que pensamos que puede, y que debe ocurrir, pues ocurra. En mi caso, no me siento decepcionado puesto que continúo absolutamente fiel a lo que pensé en cierto momento, y continúo haciendo lo que hago modestamente en pro de eso que yo pensaba ayer y que pienso hoy que puede ser eficiente… Que dijera esto me llevó a preguntarle sobre el papel de la literatura y de la cultura en este mundo actual. ¿Siguen siendo una antorcha para esta oscuridad? Sampedro ni lo pensó: —Sí, claro, aunque con una condición que yo siempre reclamo, y es que toda promoción cultural, toda divulgación cultural, o como deseen llamarle a los hacedores de cultura, no debe olvidar que existe o debe existir con la finalidad de ayudar o contribuir a cambiar la vida. Soy enemigo expreso de todo tipo de promoción cultural burocrática, frívola, que olvide que hay un objetivo que le explica (e insisto en el objetivo único y número uno): la cultura debe contribuir a cambiar la vida. Como las cosas se estaban poniendo demasiado espesas, demasiado serias, demasiado formales, viré nuestra conversación. Le planteé una pregunta juguetona: si tuvieras la oportunidad de revivir una etapa, si tuvieras una máquina del tiempo, ¿qué momento de la historia te habría gustado vivir más de cerca? Sampedro sonrió. —Me habría encantado que el tiempo y el espacio me hubieran encontrado en 1966 y 1967, en pleno movimiento hippie, al lado de Abbie Hoffman, quizás ayudándole, quizás aconsejándole, y siendo un activo en toda esa manifestación juvenil irreprimible, sobre todo en el momento más alto de la contra-
11 cultura. Eso —me dijo Sam con una sonrisa— me hubiera encantado. ¿Por qué? Porque creo que vivimos en ese momento la última experiencia que puede calificarse como utópica. Me hubiera gustado vivir la última experiencia utópica de Occidente. Espero que en la próxima vida pueda hacerlo... Continué por esa misma línea: ya que la música es algo vital y esencial en tu vida —le dije—, ¿no se te han caído ídolos juveniles? Le puse el ejemplo de Dylan: ahora mismo su música ya sonoriza comerciales. ¡Y él mismo aparece vendiendo autos y whisky! También, ahí está Paul McCartney haciendo duetos con estrellitas pop... Sampedro soltó una carcajada contagiosa. —La verdad —me respondió—, disimulo y como que no me entero. Sería incapaz de decepcionarme de algunas de las personas a las que más les debo, auditivamente hablando… ¡Ni pensarlo siquiera! Algo es cierto: hoy las cosas están ya cambiando —le dije a Sampedro, al final de la charla—: por un lado, el Príncipe de Asturias al fallecido Leonard Cohen; por el otro, el Nobel a Dylan. ¡Las instituciones han empezado a legitimar la canción popular! Sampedro me dio la razón: —Lo veo muy justificado, muy correcto —me dijo—. Soy de los que alabó el Nobel a Dylan... Sigo creyendo que gana más el Nobel que Dylan. Entonces, me parece totalmente explicable: la poesía en su comienzo fue canto, y no tiene por qué dejar de ser canto. Lamento —agregó Sam, al final, con una enorme sonrisa— no haber aprendido música de una manera más directa, quizá hubiera podido escribir y haber escrito sin pensarlo canciones inolvidables. También es una deuda para mi próxima vida que tenga…
Foto de Alejandro Zenker.
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Sampedro, el poeta
Yo, el inequívoco Víctor Roura
Cada texto suyo es un trabajo artesanal al grado de que hay quienes dicen que José de Jesús Sampedro es un escritor para escritores, pero lo cierto es que escribe para la escritura, función que debiera adoptar todo escritor que se respeta…
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uando yo tenía veinte años —y que aún ignoraba que con los años enderezaría mi camino hacia la práctica poética—, José de Jesús Sampedro, en su primer cuarto de siglo, ya obtenía el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, siendo, hasta la fecha, el poeta más joven en recibirlo. No sé qué habrá dicho Sampedro (Zacatecas, 1950), pero ahora que lo conozco bien pienso que ha de haber pronunciado alguna de sus célebres frases que lo caracterizan, porque yo no conozco, y dudo que haya una réplica suya, a otro escritor de tan rebosado ingenio: uno puede conversar durante largas horas con este hombre sin percatarse de cómo pasa el tiempo en torno nuestro. Y lo mismo habla de filosofía que de rock, de literatura que de futbol, de arte que de cine. Su libro un (ejemplo) salto de gato pinto, el elegido para llevarse el preciado galardón en 1975, lo editó Joaquín Mortiz un año después, en abril de 1976, volumen que guardo entre mis connotadas preferencias escriturales, sobre todo por ese acontecimiento joyceano de que algo, siempre, está a punto de suceder en el libro, que me ha dejado, y me dejó en su momento, conmovido, acaso conmocionado: represivo caimán irse de ti muy temprano o meterse dentro de un azogue duro irte de mí puedes oírme afuera un ritmo de botas de soldado una bayoneta se clava en la puerta y cede entran a nuestra casa te despiertas rompen tu sueño desbaratan [el poema.
Y, me pregunto, ¿no puede estar sucediendo esta calamidad ahora mismo?
El poemario cumplió en 2015 cuatro décadas de vida, y José de Jesús Sampedro parece guardar un prolongado —como misterioso— silencio poético. ¿Por qué el poeta no continúa publicando libros de poesía si su escritura, con el tiempo, se ha perfeccionado hasta la desmesura? Cuando leí el libro por vez primera, recuerdo que me hacía numerosas preguntas. Una de ellas fue: ¿este poeta es para poetas? Una más: ¿su escritura es exclusiva de escritores? Y otra: ¿lo que dice lo insinúa o lo reafirma? Y otra: ¿su contenido es producto de la imaginación a partir de la lectura inagotable o son los decires que surgen por destejer la vida misma? Me sorprendía su profundidad en su juventud: da lo mismo mencionar esto Natalia pero entonces saberlo hubiera sido interesante (está lloviendo ahora) dije adiós breton y abrí la puerta siempre tan burro como soy y lo hice perfecto la ciudad se torció fue demasiado un comando militar me apresaría me basta salir un momento (como ahora) y entenderlo todo. ¡Diablos!, me decía, ¿cómo se fabrica esta poesía tan compleja pero tan sencilla de comprender? Tampoco tengo idea de cómo habrán sido los diálogos entre los jueces de aquel certamen, que entonces fueron Miguel Donoso Pareja, Víctor Sandoval y Desiderio Macías Silva, los dos últimos, hidrocálidos, ya fallecidos, mientras el tercero, luego de vivir una larga temporada en México, retornó a su Guayaquil, Ecuador, desde principios de los años ochenta del siglo XX (muerto en 2015). No sé cómo ha-
brán discutido para resolver el premio a favor de este poeta zacatecano, distante de los núcleos de poder culturales originados desde el centro de la República, y pieza irrebatible de la cultura en su estado natal, fundador y director de la revista literaria DosFilos, con más años que ninguna otra creada fuera de la Ciudad de México, e incluso con mayor edad que cualesquiera de las realizadas en la capital del país. Hoy no sé si Sampedro hubiera podido obtener ese preciado galardón, ya que ahora incluso antes de la convocatoria misma se sabe de antemano quién será el elegido (de algo han servido, finalmente, todas estas relaciones públicas que significan las becas y los becarios institucionales). ¿Qué hace que un poemario merezca un premio? La decisión, en efecto, de un jurado calificador. Sólo. Pero así como hay entregas descaradas, descarnadas, desconfiadas, donde los contenidos no importan sino únicamente los nombres, las amistades (¡y vaya cómo hemos tenido de estos entresijos en los últimos años!), que son los más (¿a quién le importa ya que Fernando Savater se lleve el Premio Octavio Paz si este galardón justamente fue creado para satisfacer pecuniariamente a los cercanos del Nobel mexicano, sin importar qué hace o qué ha hecho el galardonado, si sus palabras son mentiras o son simulaciones sus componendas intelectuales?), también hay, que son las menos, voluntades que parten de los hechos mismos, la propia escritura, como fue el caso, me parece, de Sampedro: ánfora de niebla bufido ideamos un puente cruza [aguafuerte permanente melancolía orangután inútil tinaja de astros donde respira un pájaro tonto
13 contraabajo rinde cercado en 0 dispositivo crítico de zona desesperanza resguarda excelente maniobra digo mientras Beatles un durazno soga de cargador entiende dibujo la pasión ortiga la balanza muele tu corazón metate de piedra verde muerde tus entrañas...” Son canciones, me decía, de Procol Harum: “arroja tus ojos de algodón lechuza pálida...” O de Supertramp: “yo toco un piano antiguo en una tienda de animales...” ¿Por qué el poeta no escribe, diablos, más poesía? Pero allí está su libro de prosa No estar y estar y (Cuadernos de El Financiero, número 41, con el cual esta colección celebró su décimo aniversario en marzo de 2012), un panorama —con portada de Elvis Presley, para que no se diga que los tiempos caen en el olvido— de intensa reflexión donde la escritura es el centro de la discusión. De nuevo: ¿es José de Jesús Sampedro un escritor para escritores o escribe tan pulcro, tan conciso, tan riguroso, como pocos son capaces de hacerlo hoy en día que su escritura salta como chorro de vodka —como la mujer de un poema suyo— directo a la embriaguez lectora? Y lo leo, y me contesto que no, Foto de Alejandro Zenker.
“represivo caimán / irse de ti muy temprano o / meterse dentro de un azogue duro irte de mí / puedes oírme / afuera un ritmo de botas de soldado / una bayoneta se clava / en la puerta y cede / entran a nuestra casa te despiertas // rompen tu sueño desbaratan el poema” que Sam no es un escritor de exclusividades, sino que escribe tan bien que es un caso honroso de excepción. ¿A qué escritor le va a importar lo que diga el lector o los lectores si su escritura depende únicamente de él, no de las exhalaciones lectoras? “Bendito sea siempre el futbol —dice Sampedro en su libro de prosa— porque de él serán las alegorías y las ironías, y porque de él será también aquello inexpresable e intraducible que media aún entre ambas, y porque de él será también su metáfora indivisa... Bendito sea siempre el futbol porque multiplicó mi Yo inequívoco y lo bordeó de una fonética cantarina...” ¡Y allí está, hélas, el poeta, también en su prosa, en sus ensayos, en su de-
venir escritural! ¿Que el poeta se había retirado en los refugios del silencio? Craso error: está en toda su escritura, aunque el poeta no lo quiera, aunque quizás en lo más hondo de su ser deseare guardar silencio. No. No le es posible. Porque su libro de ensayos, de apuntes, es un mero hecho poético: bendito sea siempre el futbol porque multiplicó mi Yo inequívoco y lo bordeó de una fonética cantarina... El poeta no puede rehuir de sí mismo.
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Ramón López Velarde, 130 años
“El tren va por la vía como aguinaldo de juguetería” Víctor Roura
Sólo vivió 33 años. Sin embargo, el zacatecano Ramón López Velarde es un clásico en la poesía mexicana. Nació en Jerez el 15 de junio de 1888 y murió en la Ciudad de México en 1921. En este 2018 cumpliría 130 años de edad.
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as cosas que uno se encuentra luego de ciertas básicas lecturas de autores fundamentales de la literatura mexicana. En El son del corazón (libro póstumo publicado en 1932, once años después de la muerte de su autor, reeditado en 2002 por el Conaculta y la Editorial Planeta en la colección “Ronda de Clásicos Mexicanos” dirigida por Antonio Saborit), que contiene diecisiete poemas fechados entre 1919 y 1921, el zacatecano Ramón López Velarde, cuyo 130 aniversario de su natalicio se cumplió el 15 de junio de 2018, exhibe su perfección escritural: Si yo jamás hubiera salido de mi vida, con una santa esposa tendría el refrigerio de conocer el mundo por un solo hemisferio. Tendría, entre corceles y aperos de labranza, a Ella como octava bienaventuranza. Quizá tuviera dos hijos, y los tendría sin un remordimiento ni una cobardía. Quizás serían huérfanos, y, cuidándolos yo, el niño iría de luto, pero la niña no. ¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora, una granada virgen de virginales gajos, una devota de María Auxiliadora y un misterio exquisito con los párpados bajos? Hacia tu pie, hermosura y alimento del día, recién nacidos, piando y piando de hambre rodaran los pollitos, como esferas de estambre. Quiero otra vez mis campos, mi villa y mi caballo que en el sol y en la lluvia lanza a mitad del viaje su relincho, penacho gozoso del paisaje. Corazón que en fatigas de vivir vas a nado y que estás florecido, como está la cadera de Venus, y ceniciento cual la madera en que grabó su puño de ánima el condenado:
tu tarde será simple, de ejemplar feligrés absorto en el perfume de hogareños panqués y que en la resolana se santigua a las tres. Corazón: te reservo el mullido descanso de la coqueta villa en que el señor mi abuelo contaba las cosechas con su pluma de ganso. La moza me dirá con su voz de alfeñique marchándose al rosario, que le abrace la falda ampulosa, al sonar el último repique. Luego resbalaré por las frutales tapias en recuerdo fantástico de mis yertas prosapias. Y si la villa, enfrente de la jocosa luna, me reclama la pérdida de aquel bien que me dio, sólo podré jurarle que con otra fortuna el niño iría de luto, pero la niña no Sin embargo, después de estos ilustres versos, y supuestamente para revelarnos las delicias del poeta, el volumen incluye cinco textos, elaborados por Djed Bórquez, Genaro Fernández McGregor, Rafael Cuevas, Xavier Villaurrutia y Concha Álvarez, para contextualizar el trabajo del escritor prontamente fallecido: a los 33 años, de una pulmonía fulminante. Y aquí pescamos un descuido, imperdonable, de Saborit, quien apunta que López Velarde murió el 19 de diciembre de 1921, cuando en realidad murió, sí, ese mismo día pero de junio de ese año; es decir, cuatro días después de ha-
“Si yo jamás hubiera salido de mi vida, / con una santa esposa tendría el refrigerio / de conocer el mundo por un solo hemisferio”
15 ber cumplido el poeta 33 años, y no seis meses después, como nos lo quiere inexplicablemente hacer creer el siempre bien informado Saborit. De alguna manera, Concha Álvarez nos lo hacía ver, sin precisar los números, en su texto que cierra esta edición: “En muchos meses no volví a saber de Ramón López Velarde y una espléndida mañana de los primeros días del mes de junio de 1921 me lo encontré en la Avenida Madero, se detuvo a saludarme con su cordialidad habitual y le dije que estaba muy sentida con él porque no me había ido a visitar en la ausencia de Palma. “—Tiene usted mucha razón, Conchita, me he portado muy mal, es que he tenido muchas ocupaciones; pero la semana que entra sin falta voy a visitarla. “Marcó la fecha y nos quedamos platicando otro poco. Más que mi charla, él atendía al desfile de mujeres hermosas que a esa hora pasaban por Madero. Para todas tenía un elogio: “—¿Vio usted qué ojos tan hermosos? Y: —Esa otra de silueta tan fina… Y: —¿Aquella maravillosa apiñonada? “Yo me reía de su entusiasmo por todas. Me despedí recordándole que tenía que ir a cenar a mi casa a la siguiente semana. Lo prometió solemnemente y a mí me quedó la grata impresión de que cumpliría su promesa”. A la semana siguiente, “el día señalado para su visita no existía ya el gran poeta y excelente amigo —dice Concha Álvarez—. Una pulmonía fulminante se lo llevó en unos cuantos días”. ¡Pero las cosas que uno tiene que leer luego de la lectura de una obra básica como ésta! Lea el lector esta joyita inextricable de Rafael Cuevas: “La síntesis diferencial de este poeta [el referido López Velarde, se entiende] asciende como un trémolo de aristocracias sobre la hora vacía de las hemorragias nacionales. Enfrentándolo con la realidad externa que lo nutrió, se llega a la conclusión de que el yo irreductible rebasa los datos de la experiencia común y proyecta en hipótesis viables las construcciones del porvenir”. Así como usted lo oye, tal cual está escrito en unas páginas superficiales de un libro fundamental de las letras mexicanas. “Aquel que se evade cotidia-
namente a zonas de abnegación —continúa Cuevas, indetenible en su prosa escandalosamente ornamentada—, donde se argentan los ideales por congelaciones sucesivas y de donde se vuelve con el sentido ingrávido de la escarcha y la alondra; el que logra, por un esfuerzo sostenido, prender en la noche de la patria una bella curva espiritual; quien perfecciona el coloquio con los sistemas planetarios que bailan en las franjas del sol coladas por la rendija; quien, además de todo esto, encadena sus emociones, las combina en los sagrarios intangibles de la personalidad consciente y las filtra por el ojo de una aguja para que caigan libres de escoria, merece ser llamado héroe de la epopeya siglo veinte que vivimos”. O sea, merece ser llamado héroe todo aquel que a diario se evade a zonas de abnegación en las cuales, por congelaciones sucesivas, se argentan los ideales y regresa de ellas con el sentido ingrávido de la escarcha y la alondra. Ahora sabemos la razón de la grandeza del poeta zacatecano. No sólo eso. Dice Cuevas que “por nudos de discreto heroísmo trepaba López Velarde a los cables que nos tiran las constelaciones”. Por eso, cuando Cuevas mira el retrato de López Velarde mira, con su aguda mirada, a un “malabarista que equilibrase la magia interna y la magia del mundo; surge de nuevo con su sonrisa modelada por el septimino de las cañas panidas; en su máscara leemos la teoría de nostalgias y silencios fecundos, y volvemos a ver su cabeza patricia y denodada y su aspecto de angelote escapado de frisos preestelares”. La ubicuidad de López Velarde, como un Dios mismo, “permitíale ser el metaforista bizarro que ritmaba su profetismo intelectual con la mecánica del pelele”. Ahí está el argumento más sonoro, acaso irrefutable: era metaforista bizarro, porque ritmaba su “profetismo intelectual” con las digresiones del fantoche. He ahí la razón por la cual el bardo zacatecano creaba versos magistrales: Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero.
O aquella otra, magnífica: Suave Patria: tu casa todavía es tan grande que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería. Versos impecables de un equilibrista que andaba sobre el hielo de la intelectualidad y el peladaje. Cómo no. Aunque, para fortuna del lector no dedicado a los malabarismos verbales, el poeta Víctor Manuel Mendiola editó, en su El Tucán de Virginia, en 2013, un hermoso libro dedicado, íntegramente —con traducción al inglés vertido por Jennifer Clement—, a “La suave Patria”, línea por línea, con estudios críticos de numerosos poetas, prosistas y críticos de renombre como Evodio Escalante, Juan José Arreola, José Luis Martínez, José Emilio Pacheco y Octavio Paz, entre otros. Acaso el libro definitivo sobre este monumental poema.
Ramón López Velarde.
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“Tu barro suena a plata, y en tu puño, / su sonora miseria es alcancía; / y por las madrugadas del terruño, / en calles como espejos, se vacía / el santo olor de la panadería” Djed Bórquez era en realidad Juan de Dios Bojórquez (1892-1967), revolucionario constitucionalista y secretario de Gobernación con los presidentes Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas, director de la revista literaria Crisol (1929-1938) y creador del Bloque de Obreros Intelectuales, fundado en 1922, el mismo que publicara, en 1932, el poemario póstumo del jerezano Ramón López Velarde, intitulado El son del corazón que, en su versión facsimilar, editara en 2004 Señales, la compañía independiente dirigída por Magdalena González Gámez y por Rodrigo Farías Bárcenas, ambos convencidos por el cantor Óscar Chávez, quien les facilitara su valioso volumen, “salvado del marasmo en viejas librerías”. Djed Bórquez, que también apoyara, como un inesperado mecenas, al pintor Fermín Revueltas (1903-1935), quien por cierto se había encargado de ilustrar, con nueve viñetas, los últimos diecisiete poemas del desaparecido vate zacatecano, apunta unas ligeras anécdotas sobre “el buen Ramón” que desmienten —vaya hondas paradojas escriturales— el texto de José Emilio Pacheco (redactado originariamente en 2001 para la revista Letras Libres, de Enrique Krauze) que los editores de Señales decidieron incorporar, junto con los artículos de Eduardo Lizalde y de Carla Zurián, en las páginas finales de este poemario. Djed Bórquez narra, pues, que, al leer la noticia de la muerte de Ramón López Velarde, se dirige a Chapultepec para acompañar a Álvaro Obregón, entonces presidente de la República, en su paseo matinal por el bosque. —Ha muerto un gran poeta —dice al general. Y le cuenta de López Velarde y le recita sus versos, “que impresionan al poeta que existía en Obregón”.
Al mediodía, en la Universidad, José Vasconcelos “llega alborozado”. —¡Qué gran presidente tenemos! —dice el autor de la frase “Por mi raza hablará el espíritu” y del escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México—. Acabo de hablarle de López Velarde y me recitó sus versos. —Hágale suntuoso entierro, por cuenta del gobierno —había ordenado “el invencible manco”. Ante la alegría del rector Vasconcelos, “yo sólo recordé —acota Djed Bórquez— las poesías lopezvelardescas que acababa de recitar y la formidable memoria del general Obregón”. El texto de Bojórquez fue escrito en julio de 1932, tres meses antes de la aparición de El son del corazón. Por su parte, José Emilio Pacheco, sesenta y ocho años y once meses después, en junio de 2001, dice que “el ser memorizable es una de las cualidades que hacen memorable” el poema “La suave Patria”. Es fama, dice, “que, al morir López Velarde, Vasconcelos fue al castillo de Chapultepec para conseguir que el gobierno pagara las exequias. Álvaro Obregón, uno de los rarísimos presidentes mexicanos aficionados a la poesía y discreto versificador él mismo, amaba a Vargas Vila y a Julio Flórez pero ignoraba quién era el muerto”. Vasconcelos, entonces, según Pacheco, le leyó “La suave Patria”. Y, “en su siguiente acuerdo ministerial, Obregón la recitó como si la hubiera estudiado mucho tiempo”. ¿Quién, pues, tiene la razón? ¿Bojórquez, que fue amigo de López Velarde y del oaxaqueño José Vasconcelos, y del propio general Obregón, o el estudioso José Emilio Pacheco, que no conoció a Obregón ni a López Velarde? ¿Por qué duda, o ignora, o de plano desdeña, la anécdota de Bojórquez, que está, ha estado siempre, en las pri-
meras páginas de El son del corazón? ¿Por qué no creer que fue Bojórquez el causante del interés lopezvelardeano en Álvaro Obregón? ¿Por qué el empecinamiento en fincarle esa hermosa responsabilidad nada más a José Vasconcelos? ¿Porque éste, finalmente, con el tiempo ha opacado a Bojórquez, oscurecido por la intelectualidad modernista? Con esta pequeña variación podemos observar con perfección aquello de que la historia no la escriben sino la acomodan los historiadores. ¿O es, o era, Djed Bórquez un mentiroso profesional, al grado de que los historiadores contemporáneos necesariamente tienen que omitir sus impresiones? Pero hay quien sí cree en Bojórquez, y en el volumen de El son del corazón se aprecia la evidente contradicción editorial, no del todo ciertamente atribuible a los empeñosos hacedores de este bello y rejuvenecido volumen, mucho menos al cantor Óscar Chávez, el culpable directo del renacimiento del proyecto editorial. La cuestión, como siempre, tiene que ver con el respeto a los autores (¿cómo decirle al respetado José Emilio Pacheco que en su ensayo hay una profunda discordancia con un texto original que lo precede literariamente casi siete décadas?), no con el descuido [in]voluntario de sus editores. Porque por algo incluyen el artículo de Carla Zurián, quien, y en su manuscrito lo advierte, deposita su confianza en el funcionario Bojórquez: “Hacia junio de 1932 —dice— se comenzó a promocionar en Crisol un poemario inédito de Ramón López Velarde intitulado El son del corazón. Más allá de una reunión de poemas dispersos en magazines, esta obra completó el periplo iniciado con La sangre devota y Zozobra. Al decir de Djed Bórquez, la edición saldó la deuda amistosa iniciada en 1917 y propició un inaplazable encuentro póstumo”. Zurián es la encargada de hablar de la intervención de Fermín Revueltas (fallecido a los 34 años, un año más que López Velarde, los dos jóvenes, quizás en su madurez incipiente) en la obra póstuma del poeta zacatecano: “De los diecisiete poemas seleccionados, nueve fueron acompañados por ilustraciones de Revueltas. A la lírica vertiente de López Velarde siguió la musicalidad de aquél. Los trazos que se contonean sin agredir la silueta de las figuras, la volcadura de recuerdos expuesta y des-
17 protegida que anida dentro del poema, la intranquilidad por reanudar u olvidar el camino de regreso al terruño, son apenas un puñado de matices tendidos entre pintor y poeta. Equilibradas sin perder su inocencia, las curvas a tinta negra (de un Revueltas comprometido con las imágenes de la juventud siempre recién ida) reposan y se quiebran: devienen anclas urgidas por partir; cruzan momentáneamente sobre piernas, Foto de Gabriela Bautista.
caderas y vientres; yacen en la soltería agonizante, en la ‘grupa bisiesta de Zoraida’. Mientras tanto, otras formas se dibujan como caseríos acompasados, reinos inmóviles a la zaga de una tormenta de abandono, de retirada ante los altares y campanarios que permanecerán en la villa”. Pero, “más allá de estas dos constantes”: la pasión y la partida, dice Zurián que hay una tercera vertiente “que
cautivaría por igual a ambos creadores: el sortilegio del murmullo urbano”. Sin embargo, ¿no están por sobre esos murmullos las resonancias de la bella provincia mexicana? Tu barro suena a plata, y en tu puño, su sonora miseria es alcancía; y por las madrugadas del terruño, en calles como espejos, se vacía el santo olor de la panadería.
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Poéticamente Miembro del Consejo Nacional de Huelga del Movimiento Estudiantil de 1968, el poeta Leopoldo Ayala falleció, a los 79 años de edad, el pasado viernes 8 de junio. Nacido en la Ciudad de México en 1939, Leopoldo Ayala fue, sobre todo, un venerado profesor del Politécnico, institución a la que sirvió prácticamente toda su vida. De su libro Arma cargada de futuro/175 poetas de América en el IPN (1995), con una introducción de Juan José Arreola, reproducimos un fragmento de su poema (muy ceñido a las barricadas del panfleto político) “Novia guerrillera”. Reconocido con el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde de este año, José de Jesús Sampedro nos entrega cinco poemas inéditos que van a componer un nuevo proyecto bibliográfico. Admirado en su tierra natal Zacatecas, Sampedro (1950) es un promotor pertinaz de la poesía con diversas actividades culturales. Y cierra esta trilogía poética una mujer premiada también, en 2015, con el Iberoamericano Ramón López Velarde: la uruguaya Martha Canfield, nacida en Montevideo en 1949.
Novia guerrillera Leopoldo Ayala
No puedo creer que tus rodillas húmedas descubiertas en la tierra de mis miradas sean las mismas de todo tu odio a los bimotores israelitas. No puedo pensar que el beso repartido entre tu hombro y tu cuello sea el mismo de calibre 22, Galil carabina y escopeta irregular en espera acelerada de algunos minutos, saber que tu odio y mi odio cercanos vulnerablemente juntos dolosamente estremecidos, ciertos, se han convertido en zanja, patio, piedra o rama pequeña, pareja auténtica y detonante. Sentir que aquellos dientes tuyos que llenaron mi cuerpo de señales parejas al respirar del amor que se hizo y se hace y seguirá siempre en nuestros mismos lugares son ahora objetos casi extraños de sólo arrancarse con la violencia de la patria son, digo, la única granada que se guardaba como hijo y que estalló en el lugar en que siempre vuela en pedazos la infamia. Tu boca, amor, entre frontera y frontera como vocal compañera que hubiera de avanzar continuamente, nunca irse, sí marcharse sobre los buenos días, las manos, los labios, la lengua, la espalda suelta, el cabello igualitario,
la distancia del paladar, el beso que puede todo. (…) Novia guerrillera mía, la misma de adelantar hacia las montañas de vigilancia constante, de estremecimientos, tez morena, diecinueve años y estatura requisada por el enemigo, de calor húmedo, de alientos en posición de fusil checo, de ruido de millares de chicharras frente a las escuadras, tacto de mis manos como amartillar de G-3. (…) Novia de mi amor, de mi único disparo certero. Novia entera como las cinco de la mañana incorporada definitivamente a la tarea de existir. Novia mía libre —libre pronto como la patria. Novia nacida acerada no puedo creer que estas palabras que he acomodado precavidamente como mecha de bombita casera te contengan hasta mi trinchera hecha sólo de recuerdos. Siento tu vida mía allá y aquí, disminuido, el resonar de tu metralla femenina. Eres entre mis manos clandestina en tu exilio de plomo. Eres contigo más que un mero amor, milisialia de pie. Te amo, novia, mujer mía, adolescente ausente, combatiente firme por amor contra cualquiera dictadura.
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Poemas
José de Jesús Sampedro
ábaco o llueve o imanta tu coeur ritmo de agua lo único irreal versus lo único irreal versus la poesía de mallarmé es toda tuya ahora la poesía de mallarmé es toda tuya ahora lo único irreal versus lo único irreal versus o llueve o imanta tu coeur ritmo de agua permuta él yo: permuta te amo estigma: enigma te amo insufla un aura a un aura: insúflala insufla un aura a un aura: insúflala te amo estigma: enigma te amo permuta él yo: permuta ronda un vacuo amparo de ardua fiera ronda un vacuo amparo de ardua fiera
presley & beout: “hound dog” tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando eres incapaz incluso hasta de atrapar a un conejo y no eres ya y no serás de nueva cuenta mi amiga cuando me aseguraron que tú eras de noble raza hombre eso no sólo fue sino una absurda mentira cuando me aseguraron que tú eras de noble raza hombre eso no sólo fue sino una absurda mentira eres incapaz incluso hasta de atrapar a un conejo y no eres ya y no serás de nueva cuenta mi amiga tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando eres incapaz incluso hasta de atrapar a un conejo y no eres ya y no serás de nueva cuenta mi amiga cuando me aseguraron que tú eras de noble raza hombre eso no sólo fue sino una absurda mentira cuando me aseguraron que tú eras de noble raza hombre eso no sólo fue sino una absurda mentira eres incapaz incluso hasta de atrapar a un conejo y no eres ya y no serás de nueva cuenta mi amiga tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando tú no eres nada sino sólo una perra de caza ayer y hoy y ayer y hoy y siempre llorando eres incapaz incluso hasta de atrapar a un conejo y no eres ya y no serás de nueva cuenta mi amiga
nocturno sol una alabanza ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea: ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe: ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea:
[aplausos/ murmullos/ gritos/ murmullos/ silbidos] [aplausos/ murmullos/ gritos/ murmullos/ silbidos] [aplausos/ murmullos/ gritos/ murmullos/ silbidos]
allumeuse ¿qué desea anhela oh dios— mi siempre inmóvil perfecta?
de una alinea línea de byron ni aun nieve tienen —no— para mí tus ardua altivos ojos ni aun nieve tienen —no— para mí tus ardua altivos ojos ni aun nieve tienen —no— para mí tus ardua altivos ojos ni aun nieve tienen —no— para mí tus ardua altivos ojos
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Nostalgia de un pasado
Martha L. Canfield
El pasado ajeno Nostalgia de un pasado que no tengo (o al menos no conozco) nostalgia de una tierra que no he visto nostalgia de un amor que no he vivido nostalgia de no ser como eres tú y no poder ser yo si no soy tú amigo sueño amigo ensoñación tu pasado lejano tan lleno de Dios y su vital aliento tu pasado terrible más reciente tan lleno del horror que no he vivido pero que siento aquí dentro de mí quién sabe tal vez me digo yo que en otra vida pude haber sido —y por qué no si el corazón lo acoge— la pequeña judía que un nazi masacró sin piedad con su lógica perversa con maldad razonada cotidiana y prolija banalidad del mal que banalmente dura y se repite bajo diversas formas hasta que el corazón de alguno invitable acoge la suma de todo ese dolor que lo precede. México, 13-10-2016
Navegar en el aire Tu cabeza soberbia me miraba seria y concentrada mientras que yo desarmada yacía desnuda enamorada descubriendo la vida misteriosa y por siempre ingobernable del cuerpo empezando a subir cerniéndome en el aire luminoso del cuarto silencioso en sombra en dulce calma guiada por tus ojos Tu cabeza serísima en alto y concentrada me miraba, mientras yo reclinaba la mía sobre tu mano abierta como una planta fresca acogedora tan sólo a mí donada. Tu cabeza desde lo alto me indicaba la muy dulce estación del cielo donde el encumbramiento despacioso conducida por la insólita escala me llevaba Navegar en el aire en la penumbra cálida del cuarto.
Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
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Recuerdos de un reportero
Como en el
New York Times Juan Domingo Argüelles
H
an pasado ya 35 años de esto. Fue a finales de 1981. Tenía 22 años de edad y reporteaba para la sección cultural del periódico El Día, en cuyas páginas se me dio la oportunidad de publicar mis primeros escritos. Había leído con pasión la última gran novela (y las anteriores) de Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, y supe, por los editores, que el escritor peruano venía a México. Pregunté a mi contacto (no perdía nada con preguntar) si habría acaso un tiempito, unos quince minutos, para entrevistarlo. Me dijo que lo encontraba un poco difícil, pero unos días después me dio la hora y el sitio. Con grabadora y libreta en mano acudí puntual una mañana sabatina. Sentados en una banca de concreto, enfrente del Museo Rufino Tamayo (inaugurado unos meses antes), Vargas Llosa me concedió no quince sino 45 minutos. Le hice preguntas no sólo sobre la literatura y su nueva novela, sino también sobre política y sobre las batallas literarias e ideológicas de la izquierda y la derecha literarias. Había leído todos sus libros: no sólo los más grandes, sino también los otros; no sólo las novelas, sino también los cuentos, los ensayos y, hasta ese momento, su única obra de teatro. Se
me notaban las lecturas, ¡qué le iba yo a hacer!, y me explayé en preguntas. Mi interlocutor no me dio trato de aprendiz de periodista, sino de irredento lector juvenil. Respondió a todas mis preguntas, hasta que consideré que ya le había robado mucho tiempo y que él ansiaba entrar al museo. Ya transcrita y editada, la entrevista resultó kilométrica, pero en ese entonces había la costumbre de publicar en dos y hasta en tres partes (una por día) un reportaje o una entrevista en los periódicos. Apareció en dos entregas consecutivas, a toda página, como el texto principal de Cultura. No podía sino estar contento. Era una buena entrevista. Hasta yo lo admitía. Pero cuando se publicó la segunda entrega la jefa de la sección cultural me dijo que la directora quería vernos con urgencia. ¡Vaya (pensé), debe estar contentísima! Y, sin embargo, me dio mala espina el apremio. Entramos y, apenas nos sentamos, supe, por el gesto duro de la directora general, que no era para felicitarnos. Fue muy breve, no más de diez minutos, y no estábamos ahí para hablar, sino tan solo para escuchar. Estaba muy preocupada, dijo, y encabritada (pero esto no lo dijo, sino que yo lo vi) por el espacio que el pe-
riódico le había dado a un escritor de la más recalcitrante derecha, enemigo de la Revolución cubana. Así dijo. (El Día era un periódico con una línea editorial esquizofrénica: priista, pero de izquierda internacional. Como los rábanos: rojo por fuera, blanco por dentro. Obviamente ella no dijo esto. Esto lo acoto yo, ahora.) Nos reprendió severamente. Habíamos cometido un pecado de lesa ideología y no nos percatamos, así dijo, de que estos escritores de derecha utilizan a los diarios y a los reporteros sin malicia (éste era yo) para difundir su ideología y golpear a la izquierda. (Vargas Llosa había roto ya con el castrismo, a raíz del llamado “caso Padilla” y era muy crítico con el gobierno cubano y con los escritores y artistas que aún lo apoyaban incondicionalmente.) La jefa de cultura farfulló una disculpa: debió haber revisado, dijo, con más cuidado el contenido de la entrevista. Se le pasó. No volvería a ocurrir. Yo, el “reportero sin malicia”, tardé algunos momentos en comprender que, con esta expresión conmiserativa, la directora me había dicho “pendejo”, es decir juvenil periodista que se deja usar por un escritor de la derecha. Dio por terminada la reprimenda y, ya en la puerta, desde su escritorio nos alcanzó con esta frase inolvidable: “Si hasta el New York Times admite que, en su línea editorial, ejerce la censura, ¿por qué nosotros no?” Lo escribo por primera vez. El Día fue mi alma máter. No soy desagradecido. Lo que digo es que hubo una vez en que me sentí como en el New York Times.
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La “suerte” literaria de Francisco Hernández
El aislamiento de los poetas Rossi Blengio
El poeta Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz 1946), distinguido por su obra con premios como la Medalla Bellas Artes (2016), el de Poesía Internacional Jaime Sabines y el Nacional de Ciencias y Artes 2012, fue condecorado este 2018 con El Caracol de Plata, máximo galardón que entrega el Encuentro de Poetas y el Arte Letras en el Mar. La obra reunida de Francisco Hernández se halla en los volúmenes En grado de tentativa (Fondo de Cultura Económica/Almadía).
L
a poesía, dice Francisco Hernández, debe intervenir en la problemática mundial: “Sirva o no, hay que intentarlo”. —¿En qué momento toma conciencia de que la poesía es parte de su vida? —La toma de conciencia no ocurrió, porque yo soy bastante inconsciente. En principio me puse a leer y a escribir cualquier cosa más o menos rimada. De esa manera empecé a encontrarme textos que me gustaron, pero sin darme cuenta. De pronto leí algo y me dije: “Esto es mío”. No reconocer algo mío y que me gustara fue un acto de toma de conciencia, porque significaba que sí podía escribir algo que incluso a mí me gustaba. El texto está ahora en escrito en un póster, y pertenece al libro Mar de fondo. También con Mar de fondo sucedió que, por consejos del escritor argentino Pedro Orgambide [19292003], quien era compañero de trabajo, al insistirme mucho en que lo mandara al Premio Aguascalientes en 1982, lo hice; incluso él me ayudó a hacer el paquetito y hasta a enviarlo. Un día Saúl Juárez me habló a mi trabajo para decirme que yo había ganado el Premio y que los jueces habían sido Carlos Montemayor, Margarita Michelena y Sandro Cohen. Eso fue muy muy importante para mí, aunque hay quienes dicen que los premios no sirven para nada. En fin. Se ligan mucho a la vanidad, etcétera; en mi caso fue importante porque a partir de entonces voy a escribir más.
Cuando fui a recibir el premio conocí a don Víctor Sandoval. Recuerdo que hablamos de su libro Fraguas, que yo había leído. Entonces se empezaron a abrir más las pequeñas puertas. Comencé a leer más poesía. En las agencias de publicidad donde trabajé por 29 años me fui encontrando amigos publicistas que eran poetas, como Francisco Cervantes, Guillermo Fernández, Antonio Castañeda, Jomi García Ascott; ellos me iban descubriendo escritores como Lezama Lima, Fernando Pessoa, Octavio Paz, Luis Cernuda, y más, todas esas lecturas me quitaron muchas limitaciones de la cabeza, pues yo no salía de Rubén Darío, Amado Nervo, Bécquer, porque estaba yo encasillado. Y luego me fui a la Ciudad de México y empieza a cambiar todo. —¿Venía usted de su tierra natal? —Sí, de mi pueblo San Andrés Tuxtla, donde hasta la fecha no hay una sola librería; bueno, sí, una de libros religiosos y llega un periódico deportivo.
¿Qué haces ahí? Mi hermano y un sobrino están suscritos a revistas como Letras Libres para estar más o menos informados, y ahora con internet es un cambio notable. Tengo un amigo que vive en Comalcalco, Tabasco, con un promedio de 35 grados de temperatura, que me dice que él va a Villahermosa, pero la cultura de esa ciudad está en Sanborns. Por eso para mí llegar a la Ciudad de México, digan lo que digan, fue muy importante. Y ya tengo más años viviendo aquí de los que viví en mi pueblo. Son 45 años en la capital mexicana. “Déjame recordarte donde me ahogué de niño…” —¿Cómo puede la poesía servir a un mundo como el actual? —Es muy difícil decir que sirva para estas cosas que están pasando tan horribles, pero es necesario decir las cosas poéticamente. Hay quienes tienen esa cercanía con la poesía, esos deseos
“Considero que sí se debe escribir sobre estas cosas atroces que pasan en el mundo, sirva o no la escritura para resolver los problemas. En mi caso sería una mascarada intentarlo, porque a mí no me queda, no voy por ahí”
23 como yo los tuve, y los tengo, para otras áreas de la vida. Como ya dije: considero que sí se debe escribir sobre estas cosas atroces que pasan en el mundo, sirva o no la escritura para resolver los problemas. En mi caso sería una mascarada intentarlo, porque a mí no me queda, no voy por ahí. —En su poema “Las gastadas palabras de siempre” escribió: “Déjame recordarte donde me ahogué de niño / y porque hace brillar mi sangre la tristeza / o déjame tirado en la banqueta cubierto de periódicos / mientras la nave de los locos zarpa hacia las islas griegas”. —Sobre todo tiene que ver con lo que voy a platicar: yo vivía junto a un riachuelo que cuando llovía mucho se desbordaba, así que se llegaba a inundar la casa y el patio. Al ver inundado el temor era como ahogarse. Porque hace brillar a mi sangre la tristeza, porque nunca ha estado lejos de mí esa tristeza, ese sentimiento depresivo. Mi libro Mi vida con la perra, título que viene de un texto de Paz llamado “Mi vida con la ola”. Es mi vida con una perra como cualquier otra, pero ésta se llama Depresión. Es lo que significa vivir con una depresión muy perra durante años y años. Déjame tirado en la banqueta tiene que ver con el alcoholismo. Nunca me quedé tirado, pero sí bebí de los 14 a los 29 años, más o menos, y como alcohólico mi miedo era ése: quedarme como los teporochos, si bien tengo ya cuarenta años de no hacerlo. Un amigo poeta que me vio en ese sufrimiento me ofreció ayuda si yo la requería. A él yo ya lo había visto tirado en la banqueta y de pronto empezó a cambiar, a tener trabajo, a vestir de traje, algo pasó y ya. Cuando yo le dije que me ayudara (“ya no puedo más, he hecho tontería y media, perdido trabajos, estuve a punto de pegarle a un hijo de un año porque lloraba”), y este amigo fue a verme a mi casa, lo vi llegar con una señora, arregladitos los dos. ¿Qué tengo que hacer?, les pregunté. “Ven con nosotros a la asociación Alcohólicos Anónimos”, me contestó la señora. “Es muy fácil, tú nada más ten el deseo de dejar de beber”. Ellos me acompañaron, era un domingo, creí que iba a llegar a encontrar un grupo de teporochos en un lugar de piso de tierra, sucio, y mi sorpresa fue hallar otra cosa completamente distinta. Y empecé a ir todos los días, después lo fui dosificando.
La aparición de la poesía El más reciente poemario de Francisco Hernández se intitula Odioso Caballo (Almadía), el cual “lo confirma como el habitante de un mundo singular, de misterios sucesivos, pleno de lirismo y destellos. Dios como un caballo cuyo galope nos conduce a la muerte, ciudades que encarnan la decadencia y la convulsa belleza de la civilización, la unión alquímica que sucede en el taller de un artista, los encuentros que conducen a un ámbito distinto de la realidad”. El poeta, merecedor del Premio Mazatlán 2010 de Literatura, piensa que en la obtención de estos reconocimientos ha intervenido la suerte, porque recuerda que el poemario Habla Scardanelli ganó el Premio Carlos Pellicer en 1993, pero él no mandó el libro al concurso, acontecimiento para el cual existen dos
versiones: lo mandó una amiga suya y que lo envió la editorial sin decirle a él nada, porque cuando le habló Bernardo Ruiz para decirle que su libro era el ganador, Francisco Hernández le contestó: “Oye, no me estés vacilando, porque yo no mandé nada”, y me respondió: “¿Cómo crees? Éste fue el libro ganador y tú eres el autor”. ¿Eso no es suerte?, dice el poeta. —Quizás, pero en esencia el poemario que usted escribió logró sobresalir por su valía. —Uno cumple con apostar, para citar a nuestro querido Bonifaz Nuño, es lo único que uno hace. Y si editan el libro, qué mejor; pero uno nada más tiró al aire la hoja en blanco. —Alberto Paredes escribió: “Francisco Hernández eres un poeta que narras sólo lo que tú ves y de frases donde
Francisco Hernández. Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
24 la imaginación describe un estado humano: una isla, pero una isla en la que se tiene conciencia de que el archipiélago existe”, y ahí está la idea que nos platica sobre haber asistido a esta agrupación anónima, la cual representa esa isla y salir del aislamiento para describir el misterio de estar vivo. —Sí, de alguna manera es eso de lo que estamos hablando, aunque también lo otro, lo de la depresión, el mismo misterio de la poesía, el aislamiento, los poetas a fin de cuentas aislados estamos, porque hasta la fecha la gente se ríe o no compra los libros o si eres poeta finalmente la pregunta siempre es la misma: ¿pero en qué trabajas o qué haces en la vida? Ese sambenito le siguen colgando al que se dedica a escribir poemas y desde niño es así. —A estos niños también los tildaban de homosexuales…. —Sí, de maricones. Mi papá odiaba todo eso, él no quería que escribiera; recuerdo que cuando le enseñé mis primeros textos publicados nomás no le gustaban. Es curioso, cuando me señalaron el póster donde hay fotografías de poetas y vi la mía, pensé: ¿qué diría mi papá si la viera colgando en cualquier lugar? —¿No siente ganas de llorar al pensar en ello? —No, esta vez no. Después de tantos coscorrones, qué diría mi papá… —El ecuatoriano y también poeta Iván Oñate dijo que la poesía lo elige a uno. —Sí, es una forma de verlo, porque yo creo que si te lo propones no se hace y si se hace, quedará a final de cuentas algo extraordinariamente falso que no se puede evadir. Decir: “Yo voy a escribir poemas”, no se puede, y acaba apareciendo lo que no es. Si lo haces porque no puedes dejar de hacerlo, porque hay una pasión interna que te lleva a hacerlo porque no sabes ni elegir los temas sino que te eligen también, entonces aparecen los poemas y los demás se dan cuenta, los lectores sobre todo. Las flores no se llaman igual en un lugar que en otro —La poesía es engañosa, apenas una copia de la copia verdadera, decía Platón en el sentido aristotélico acerca de que es un conocimiento más perfecto que la historia, pues no es una sierva de la realidad sino atrapa su esencia.
—Eso es tan extraño y tan raro. Cuando aparece la palabra “esencia”, o que eso se atrape, es lo poético, es la poesía y es lo extraordinario: que los poetas hacen aparecer, o que hacen que uno vea o sienta. —Tiene algo divino… —Y también lo visionario. Se dice que un poeta es un visionario. Ante eso, entonces, yo no soy poeta. —¿Considera que haya poesía mexicana, latinoamericana, sueca o específica de alguna región? —Volvamos a esa esencia que es única y de todos lados, pero indudablemente hay poetas que en Veracruz escriben de una manera y en Sonora de otra, los poetas chilenos escriben distinto, porque todo el entorno determina lo que vas a escribir, tu lenguaje incluso, porque las flores no se llaman igual en
un lugar que en otro, las temperaturas, en fin, si vives en el desierto no vas a escribir de la misma forma que los que lo hacen Alaska. —¿Y la hibridación de dos culturas? Por ejemplo, ser de Haittí, como el poeta Anthony Phelps, y escribir desde Canadá… —Puede intentarse la fusión de dos culturas, pero acabará por aparecer la máscara. Creo que lo mejor es sentir lo que está pasando. De todos modos, se vale escribir de Borneo. Por ejemplo, hay un libro cuya historia sucede ahí, pero ni el poeta ni yo estuvimos en Borneo. Yo nada más leí una carta de él que decía: “Si no me sale bien lo de entrar al ejército, entonces me iré como mercader a Borneo”. Con eso sentí por dónde me iba a dirigir para hacer el libro de este poeta, lo que siguió fue una
Mar de fondo (XVIII) A partir de septiembre el río no ha hecho más que crecer. Se lleva lo que a su paso encuentra: casas, puentes, arrumbadas berlinas y muros de contención. La cola del huracán, envuelta en lluvia, llena mi espacio de pájaros sin nido que irrumpen como malas noticias. Mi madre se angustia serenamente. Dice que si yo no estuviera todo el tiempo enfermo podría salir y colocar en el corredor, sobre el butaquito de cuero de venado, la imagen de Santo Domingo Sabio. Así quedaríamos a salvo de inundaciones y otros males del agua. Ayer el río mató a una niña. Le clavó sus colmillos de lodo en el cuello, se metió entre sus piernas hasta salirle por las orejas y la puso a flotar en parihuela de nieve negra. El ruido de la creciente despide un hedor extraño que se adhiere a las cosas. Un olor con dientes que vence las alfarjías, se acomoda en páginas impares, se sienta frente a mí con las piernas cruzadas, mira su corazón en el espejo. Debajo de la almohada guardo una pelota de béisbol y una aguja capotera. Cuando los temblores arrecian, me froto la pelota vigorosamente para que recoja ese maldito sudor que corre por mi cuerpo como río crecido. La aguja me la clavo en la lengua hasta perder el conocimiento. Francisco Hernández
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“Se dice que un poeta es un visionario. Ante eso, entonces, yo no soy poeta” investigación, y en español sólo encontré un libro pero con ese me las arreglé, lo demás viene de la imaginación, y eso hice para inventarle una vida a Georg Trakl en Borneo. Es como un trabajo de novelista o de cronista. —¿Cómo son atendidos los poetas en el mundo actual? Es raro que se le otorgue a un poeta el Premio Nobel. —De los últimos poetas premiados recuerdo a Tomas Tranströmer, quien Foto de Melissa Roura.
no podía hablar y tocó el piano, sueco, y, bueno, no es tan frecuente el Nobel pero ha sucedido. Yo creo que, como decíamos hace rato, son como personajes de segunda, ya lo decía Carlos Pellicer: viajamos en tercera, porque no hay de cuarta. Pero yo no puedo quejarme, y ya son más las veces que digo que no puedo aceptar ir a los festivales que las que acepto, pero también pienso que hay muchos jóvenes poetas que sí tienen muchas ganas de ir y les hace mucha falta convivir y ver otros lugares. —Es magnífico también para los públicos jóvenes conocer de cerca a los poetas cuando ya son menos vulnerables por su permanencia en la literatura. Poetas que ya se reconocen como estables, quizá.
—Yo creo que eso es muy relativo. Siempre se está en el ojo del huracán, uno no es nadie nunca. Generalmente a los encuentros de poesía ya no voy, hay mucha gente, no me gustan los aeropuertos, un poeta que se hizo muy famoso llamado Joaquín Sabina dice en su primer disco: “Estoy solo como un poeta en un aeropuerto”. Eso me había gustado mucho, yo así me sentía en los aeropuertos; ahora ya no viajo solo, pero cuando lo hacía era una soledad enorme la del aeropuerto, estar a merced de lo desconocido, siempre fue así para mí. Ahora por fortuna viajo con mi esposa y ella me ayuda mucho. Pero sí, ya no quiero salir tanto. —¿Y si le otorgaran el Premio Nobel? —Ahí sí iría.
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La poesía de Rolando Rosas Galicia
El ladrón de rosas Eduardo Villegas Guevara
C
on un poco de paciencia y esfuerzo he ido atesorando los 18 libros de poemas que ha publicado Rolando Rosas Galicia. También tengo dedicado el libro 19, que es una reunión de relatos muy entretenidos. Revisen el título y verán que no es tan simple como parece: Pájaro en mano (UACh). Esta manía libresca me proporcionó al paso de los años un privilegio: la amistad con el poeta que hoy celebro. Si remonto mi pensamiento al año 1984, ahí está un joven poeta, ya con una voz muy madura llamado Rolando Rosas. Viaja en compañía de un nutrido grupo de escritores a la ciudad de Xalapa a celebrar el IV Encuentro de Jóvenes Escritores, cuando la UNAM, el INBA y algún gobierno de los estados consideraban importante trabajar en pro de la literatura. Las sesiones literarias, es decir las lecturas y comentarios, algunos muy sabios y otros que sólo destilaban “mala leche”, se pueden rastrear en la memoria de aquel encuentro. Las otras sesiones, no menos importantes, se resguardan en la memoria de los poetas, narradores y de los críticos literarios en ciernes que discutían, hablaban y leían hasta altas horas de la madrugada. Mientras otros autores esgrimían la copa en mano, Rolando Melitón Rosas Galicia esgrimía aquellos primeros poemas, que en posteriores reescrituras terminarían conformando un gran libro
de poesía mexicana: Carajo quebrantahuesos, con unos versos bien destilados, con unas estrofas puestas en donde más brillaban, obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Periódico El Porvenir: la poda, el ritmo, la simetría, los tropos, encabalgamientos que se iban perfilando para anunciar un caudal de fresca poesía, aquella que Rolando extraía con cálidas manos de sus chinampas. Desde entonces muchos otros reconocimientos ha recibido su obra, aunque él no los haya buscado. Nadie que se acerque a los libros de Rolando Rosas Galicia debe olvidar su prístino origen de gente de campo. Su acta de nacimiento lo ubica como originario de San Gregorio Atlapulco en 1954, pueblo de Xochimilco. Su infancia, su mirada ha transcurrido detrás o al lado de la gente que cultiva espinacas, maíz y, entre otros productos, una gran variedad de flores. Rolando nació inmerso en una cultura ancestral que veneraba la naturaleza; contó siempre con una cosmovisión apegada a la tierra y a la familia. En tardes de asueto laboral el poeta recuerda al niño aquel que vivía enamorado de las flores. Si el momento lo amerita, el pequeño Melitón relata su aventura acercándose a una chinampa vecina para expropiarse un solitario rosal, pues su familia sólo sembraba maíz y frijol, los alimentos básicos que pronto saciarían el hambre y en los futuros
trueques servirían para obtener otros sustentos básicos. El poeta Rolando seguramente se ríe ahora de la regañiza que le pusieron sus abuelos por llevar a escondidas un rosal a la casa. Historias como esta hablan de la existencia y apego a una sociedad muy peculiar, la de Xochimilco, donde el poeta sigue hablando de sus muertos como si aún estuvieran vivos y de sus vivos como si éstos fueran eternos. Todos aquellos que hayan leído uno solo de sus libros de manera completa y atenta, podrán encontrarse con su mundo preclaro, con aquellos abuelos que le dieron casa y comida, del padre con el hígado desecho por el alcohol, de los milagros que invocó y encarnó en cada uno de sus poros y que a la larga han compuesto las tibias estrofas del amor y de la piel. Las chinampas y las andanzas que nos encontramos en cada uno de sus versos nos manifiestan un mundo bien vivido y, por lo tanto, bien escrito. Esto es lo que los actuales lectores tienen la oportunidad de leer cuando se acercan a su más reciente antología personal: Víbora de dos cabezas, editada con gran distinción (CEAPE, 2014). Los privilegios de la amistad son cuantiosos. La charla amena y bien informada del maestro Rolando, donde concurren escritores y la luminosa poesía de la vida cotidiana; las lecturas que comparte Rolando Rosas se vuelven otros libros y, por ende, otros conocimientos. Sus procesos de escritura van más allá de las recetas de un taller literario y se vuelven el sendero donde los jóvenes o nuevos escritores encuentran su bien decir. Su admiración por los libros como invento genial del hombre jamás desaparece. En este sentido es un tipo humilde, pues suele decir que apenas
tiene una biblioteca pequeña, pero quien lo escuche con atención descubre que debajo de sus palabras las referencias culturales son enormes. Hay textos donde no se quiere poner el párrafo final, Rolando es un autor en pleno uso de sus facultades literarias (la retórica antigua y sus figuras clásicas se aplican sabia y de manera renovada en sus poemas). Es hombre de grandes pasiones literarias; y ahí tenemos que anotar a su Ilíada y su Odisea que Rolando nunca carga bajo el brazo como los intelectuales de pacotilla, pues Rolando Rosas los lleva en su corazón. Si alguien quisiera saber qué es un poeta, desde luego que yo no sabría definirlo; pero si me preguntaran quién es el poeta Rolando Rosas Galicia, respondería que es una criatura arropada y atrapada en el tiempo, que en sus versos se distingue un bello lugar llamado San Gregorio Atlapulco y, por tanto, toda la belleza de Xochimilco. También les diría que, cuando no quede una sola chinampa en este mundo ni una sola trajinera para transportar nuestros anhelos y deseos y nuestros sueños, tendremos los poemas de Rolando Rosas para ver las transformaciones mágicas de los ajolotes, para despertar con cantos de gallos y ladridos de perros, para respirar el olor a tierra abierta con toda su fertilidad y, sobre todo, para contemplar y aspirar la belleza de las flores. Ésta es la opinión más seria sobre su persona y sobre su trabajo literario: Rolando no sería el poeta que es si no cultivara malvones, margaritas y rosas. Porque Melitón Rolando Rosas Galicia hasta en el apellido lleva escrito su destino y en Víbora de dos cabezas, su antología personal, esto queda de manifiesto para el deslumbramiento de nosotros sus lectores.
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Me moría de ceros
Percepción, no tacto Víctor Roura
D
ice que me ama, pero nunca tiene tiempo para nosotros. Por lo tanto, debo entender sus distintas rutinas, porque no tiene una sola. Lo que me causa inquietud es cómo esta mujer se ha entregado, rabiosamente, a hombres que ha conocido de manera intempestiva. Dice que esos son amores sin importancia, nulos, fútiles. En cambio está consciente de sus sentimientos hacia mí. Por eso no busca entretenerse conmigo, sino desea una relación seria. De ahí que debo entenderla. Si alguna vez incluso mantuvo un intercambio con más de un amante fue por afanes de distracción y confusión, pero ahora que lo tiene claro conmigo no quiere andarse por las ramas del espontáneo y sórdido (así dice ella, sórdido) erotismo. Ya no tiene tiempo para esas baraturas amorosas. Y así lo subraya: “Baraturas amorosas”. Me ama tanto, dice, que es capaz de amarme sin tocarme, que ha llegado, por fin, a ese iluminado concepto donde el amor no se atreve a decir su otro casto nombre. Y yo ardo por un poco de oscuridad, pero me pide, por favor, que ya madure. Que tome las cosas con seriedad, que debería bastarme con saber que ella me ama. Todo lo demás es lo de menos, subraya con tanto énfasis amoroso que la piel se me pone chinita, aunque ella jamás la vea. Porque lo importante en el amor, concluye ella, no es el tacto sino la percepción, cuestión, dice ella con temblor en la voz, que el día en que esté realmente enamorado voy a comprender a la perfección. Entonces nunca me he enamorado, me digo con las manos ansiosas, ocultándolas ante su sinuosa presencia.
Foto de Alejandro Zenker.
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Narrativas Cosme Lavariegos (Ciudad de México, 1966), en una narrativa corta, perfila el trance que se padece cuando las cosas aún no pueden dejarse atrás. El poeta Eduardo Villegas Guevara (Palmillas, Tamaulipas, 1962) nos presenta, envueltos en una tenue prosa poética, cinco relatos metafóricos relacionados con los felinos caseros. Y Mauricio Coronel Guzmán (Ciudad de México, 1963) cierra esta trilogía con dos cuentos breves colindando con la frontera que une felizmente la ficción con la crónica tomados de su libro digital Voy y vuelvo.
Nombre equivocado
Cosme Lavariegos
A
l abrir la puerta, la vi. Estaba de espaldas. Su silueta esbelta, frágil, giró. Contemplé, entonces, sus oscuros ojos. La enredada cabellera adornaba el rostro. Sonrió. Fue cuando pronuncié un nombre que no era el suyo. Sus ojos evitaron los míos. Dijo: ahora sé cómo se va a llamar mi perra. Luego, el silencio. Yo estaba a su lado, abrazándola, besaba su pelo. Súbitamente se incorporó, retiró mis brazos. Al mirarme me lanzó unos guantes de box: póntelos, vamos a jugar, te vas a sentir mejor. Negué con la cabeza. Insistió. Te vas a sentir mejor, repitió.
Me incorporé para tomar los guantes. La noté ansiosa. Sus ojos brillaban y de ellos parecía que brotaban lágrimas contenidas. Comenzó nuestra danza. Ahí estaba ante ella, esta vez no abrazándola ni disfrutando del calor de sus hombros, o respirando su aliento. Ahora estábamos ambos puestos en guardia. Sus brazos en todo lo alto perfilada para el ataque. Su mirada se tornó dura y comenzó a girar en mi derredor, a lanzar su izquierda rápida, a rematar con su derecha buscando con cada golpe mi cara. Cuando la sujetaba soltaba cabezazos: ¡suéltame, cabrón!, decía y atacaba nuevamente. Sus brazos no tenían cansancio, atacaba sin cesar. Sus puños, igual que agujas: pequeños y penetrantes. Creía haber entrado al avispero, mas enfrente estaba ella: yo era su presa.
Sucedió entonces: mi puño tocó su rostro y ella empezó a sangrar. ¡Así, cabrón!, gritó. ¡Más fuerte!, me pidió. La sangre cubría sus carnosos y bellos labios, no se detenía, arremetía una y otra vez. Finalmente concluyó, se quitó los guantes, los arrojó a mi rostro, soltó el llanto. La abracé, se separó de mí. Apoyada en la pared lloró, su llanto me causo más daño que sus puños. Sus lágrimas me hicieron sentir aguijones en mi piel: vete ya, suplicaba. Se dirigió a la puerta y, abriéndola, aún llorando, dijo: por favor. Al cruzar el umbral no quise mirarla. Caminé y no podía respirar: el viento casi me succionaba, la noche era demasiado oscura, el silencio me susurraba con estridencia un nombre que debía ya dejar en el olvido.
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Cinco gatos Eduardo Villegas Guevara
La sombra del Gato-Gatito El gato de mi insomnio deambula, a las tres de la madrugada, detrás de su cola; ahí resguarda un sueño que piensa utilizar al menor rasguño. Tanto es el silencio que teme por sus maullidos. En su ronda persigue, con los bigotes hechos piedra, la frialdad de su espinazo. Si la noche no fuera toda una penumbra, seguramente encontraría algún hueco para su esperanza. Pero, cuando sueña, son racimos de truenos y se revientan sus pulmones en la tormenta. Lo sabe ahora: aquel instante habrá de perdurar más que una lágrima. Y, entonces, ¿aceptará que la soledad es cosa seria? Gato-Gatito, ¿cuánto tardaremos en dormir hoy? Gatito, ¿por qué seguir arrastrando la sombra de aquel Gato? La caricia del gato ¿Qué sabia de gatos mi abuelo? Nada. Bien pudo tener, de mascota, una piedra. O, en el mejor de los casos, un guato de serpientes. Qué tonto fui al decir eso: no me sirvieron sus tardes para transparentar la lección. No era para bobos el mensaje, sino para alertar al joven sobre la crepitación de los huesos. En los primeros deseos la nariz que uno
tiene es torpe. Los sueños nunca están a la mano del asno, ni siquiera su aroma se acerca a la punta de la nariz. Ahora, consumidos mis primeros seis dolores y viviendo la séptima agonía de la distancia, la sonrisa del abuelo brinca en el lomo del gato. No era lo que sabía de la mascota, sino la fortaleza de la caricia. El torpe que fui no vislumbró aquel corazón injertado en la palma de su mano. Mi sordera no adivinó los suspiros cultivados en las yemas… La lección no era sólo sobre los mininos, sino sobre la importancia de una caricia perfecta… Esa que tiene que brindarse desde la raíz del alma. El miau del gato El gato no se encoge ni se hace chiquito. Sólo se acurruca por un tiempo en el olvido. ¿Quién ha de lanzar el primer suspiro? Aquel que recuerde su luz primera. La mar está colmada de ternura y el gato espera por la embarcación del sueño. Mientras tanto, bajo la brisa salina, escupe a solas. Si no fuera gato se tragaría el salpullido y olvidaría tanto beso, tanto canto y tanta muerte. A su paso se arañó todo. Ahora finge su sordera. Pero ni así pudo contener la falsa
conseja de la hembra. Cierto, él sabe la lindura y el dolor de equivocarse a solas. ¡Miau alargado! por estas llagas que serenamos a la luz de la luna. Son las únicas que brillarán por siempre. Y si no, al tiempo miau. El gato de las siete lunas Es bueno reconocernos en el cuenco del ojo y navegar, a pesar de los sermones en contra. El nombre del festín, cuando lleguemos a puerto, será de hembra y gato. La ausencia entrará por el silencio y, con esos inéditos vislumbres, las huellas y los besos se tornarán casa ado lorida. La herencia es apenas pelambre caída. La equivocación fue saborear un sentimiento que nunca tuvo parentesco con el amor. En alguna otra parte del sueño alguien se mira el ojo vacío. Se quisiera tomar ventaja del erizado lomo del gato, este que ahora cruza bajo las siete lunas, arrastrando una herida apenas musitada. La noche es tan plena en su mudez que elegimos silencio por reino. Gato en cuatro patas Caminas por detrás de la carne… Tu maullido no cuenta con la manecilla correcta. Esta no es la ventana que da a luz, sino el resquicio de la hembra voraz. ¿Qué otra cosa es su afilada sonrisa? El auditorio presiente la tristeza a capela. Darás siete piruetas en sus brazos para lamer anticipadamente el hipo de la tristeza. Ya después la carne cobrará cada refriega y los maullidos todos. Anotaremos a su favor una caída: pero que caiga en cuatro patas, que nunca olvide que el dolor también se presta para la elegancia.
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Voy y vuelvo
Mauricio Coronel Guzmán
Doña Inés llora a su Juan Soy la estallante fruta grávida que cuelga del árbol, dijo la voz mientras fundentes martillazos le retraían a la realidad gris y plana. Fruto de la carne trémula es el romance que se transmuta en vigilia; vil recuerdo de la noche, danza de abejorros sin ancla. De mi boca de hielo, el canto pasó al relámpago mercurial, la transparente ceguera nos aleja del verdadero sentido de la ley, dicen algunos. Ideas inciertas discurren a toda velocidad, nos llevan de viaje sin apenas pedir permiso. La tarea consiste en darles forma, cercarlas. Andrajos de sintaxis disparan frases inconexas; pródiga a la sazón, sin hábitos ni gramática, la pupila ve sin mirar. Despliega el vaho un humor impaciente mientras el taxi se dilata en busca de un atajo, otra vez llegaré tarde, dice don Juan. Foto de Fernando Castillo Trejo.
Íntimo y lúdico, el biombo chino de aves abstractas surge del agua y fecunda la dicha de un instante. Al filo del lenguaje monstruos invisibles de paladar obsceno devoran todo a su paso, incluso este rompecabezas. Adorna el fuego la tarde que se quema sin remedio, es el diablo demócrata que consume las horas del domingo. Erizada la palabra terror nos conduce al sótano de nuestra propia conciencia, ahí en el centro mismo de la sintaxis sin resolver. Elena Ferrante, o casi Ustedes no están para saberlo pero el azar, cuando quiere ser generoso, desborda. No es nada más así porque sí, hay que estar despiertos para dar con las grandes cosas. Pero todos debemos estar en alerta ante las noticias falsas (Fake News) que proliferan en internet. Suelen estar adornadas de elementos
distintivos o disfraces intelectuales, o falsos acercamientos. Mi encuentro con Elena Ferrante se produjo en el transbordo del aeropuerto de Atlanta. Según me platicó, estuvo en CNN donde se frustró lo que sería su única aparición en un noticiero. Hoy todo mundo habla de su asombrosa tetralogía Dos amigas, pero en 1999 era absolutamente desconocida. ¿Qué tuvo de particular ese encuentro fugaz? Un libro. Sí, un libro: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. El aeropuerto de Hartsfield es uno de los más grandes del mundo, incluye dentro de sus instalaciones un tren del tamaño del alfabeto y cuando vas a la Z tarda una eternidad. El azar me regaló dos minutos con la misteriosa Elena Ferrante. Ella inició la conversación, me dijo que le resultaba incomprensible que un mexicano estuviese leyendo a Juan Rulfo en inglés. Reconocí que lo hacía por cierto morbo, era una versión anotada de la Austin Press College. Me dijo que la poética de Rulfo no tenía traducción y que, por más cuidadosa que fuese, yo tenía en el español la mejor versión. De su bolsa sacó The Unbearable Lightness Of Being y me dijo que me lo cambiaba. Todo ocurrió rapidísimo, llegamos a la S donde ella se bajó y sólo atiné a preguntarle su nombre: Elena Ferrante, dijo. Creo que eso dijo, ¿o Elena Morante?
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Sol y sombra
‌ En estos caminos donde la sombra hace Sol, tampoco entonces me asombra la indiferencia por esta pobreza que deslumbra en su radiante pureza. Romina Vilardún
Foto de Norma PatiĂąo.
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Philip Roth (1933-2018)
El verdugo matando, el poeta cantando
Víctor Roura
Nació el 19 de marzo de 1933 en Estados Unidos. Tal vez sea el último escritor norteamericano de los tiempos recientes en haber tenido posibilidades de adjudicarse el Nobel de Literatura, pero no corrió con esa fortuna. Philip Roth murió, a los 85 años, el pasado 22 de mayo.
E
l poeta Blake dice que “el enfrentamiento es la verdadera amistad”, pero, añade Philip Roth, “por muy digna de admiración y muy estimulante que suene la frase, sobre todo para los discutidores, y aunque fuera cierto que tamaña perla de sabiduría pudiera aplicarse en el mejor de los mundos concebibles, el hecho es que, entre los
escritores de este planeta, con el orgullo y la susceptibilidad siempre a punto de unirse en mezcla explosiva, uno aprende a conformarse con algo un poco más amistoso que el puro y duro enfrentamiento, para no quedarse sin un solo verdadero amigo entre los escritores”. No le falta razón al autor norteamericano. De ahí que su libro El oficio: un
Philip Roth. Foto de Inge Morath / Magnum.
escritor, sus colegas y sus obras (Seix Barral, 2003) sea por demás interesante: conversa con seis intelectuales y habla de otros cuatro en breves ensayos. Sin embargo, pese a los perfectos perfiles que traza de sus colegas, es en las entrevistas donde Roth, esta vez, fulgura con mayor destreza. Cuando Roth le pregunta a Primo Levi, ese atormen-
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Soy consciente de que casi todo el mundo prefiere cualquier basura a Cortázar o Hrabal. Sé que, seguramente, algún día terminarán para nosotros estos tiempos en que los libros de poesía se editan en tiradas de decenas de miles de ejemplares: Klíma tado escritor judío que acabara suicidándose por la insoportable memoria de su padecimiento en los campos nazis de concentración, “hasta qué punto contribuyó el pensamiento a tu supervivencia, el pensamiento de una mente científica, práctica y humanitaria. Si sobreviviste no fue, al parecer, ni por la fuerza biológica bruta, ni por algún increíble golpe de suerte. Fue algo que tomaba raíz en tu carácter profesional: el hombre de precisión, el controlador de experimentos que busca el principio del orden, enfrentado a la malvada inversión de todos sus valores”. Levi contesta que, al mirar cómo en esos territorios de exterminio mandaba la suerte, que lo mismo “se salvaban listos y tontos, valientes y cobardes, prudentes y locos”, tuvo que llegar a la necesaria conclusión de que, aunque el pensamiento y la observación fuesen en efecto “factores de supervivencia”, la verdad es que lo que prevalecía en esos momentos era “la mera suerte”. Levi le pedía a Roth, “por favor”, que no le negara el derecho a la incoherencia: “En el campo de concentración —dice Levi—, nuestro estado de ánimo era inestable, iba cambiando a cada hora, oscilando entre la esperanza y la desesperación. La coherencia que, creo, se percibe en mis libros es un artefacto, una racionalización a posteriori”. Fanatismo y escepticismo La entrevista con Iván Klíma, realizada en 1990, es una visión abarcadora de la Checoslovaquia oprimida y liberada y de cómo los intelectuales, ahí sí, influyeron para el cambio decisivo de su
nación. “Aún no disponemos de estadísticas fiables —dice Klíma—, pero me consta que llegaron a haber 200 publicaciones periódicas samizdat [autoedición en ruso, medios clandestinos contrarios al régimen] y miles de títulos. Ni qué decir tiene que cuando hablamos de miles de títulos no siempre cabe esperar la máxima calidad, pero habría que distinguir muy claramente entre la samizdat y el resto de la cultura checa: la primera no sólo era independiente del mercado, sino también de la censura. Esta cultura checa independiente atrajo con mucha fuerza a la generación joven, en parte porque tenía el aura de lo prohibido”. Pero con la llegada de Václav Havel al poder, y con el decaimiento de la tiranía, Roth dice a Klíma que, mientras Checoslovaquia vaya convirtiéndose en una sociedad de consumo libre y democrática, “los escritores van a ser agobiados por un gran número de nuevos enemigos de los que, curiosamente, los protegía el antiguo régimen, a pesar de su esterilidad represiva y totalitaria. Te garantizo que ninguna multitud desafiante se apiñará en la plaza de Wenceslao para acabar con su tiranía, ni habrá dramaturgo intelectual a quien las ofendidas masas elijan para rescatar el alma de la nación de la fatuidad a que este enemigo reduce prácticamente todo el discurso humano. Estoy hablando del trivializador total, de la televisión comercial, no de unos cuantos canales que nadie ve, porque están bajo el control de un zafio y torpe censor estatal, sino de un par de docenas de canales de aburrida televisión
estereotipada, que casi todo el mundo ve todo el tiempo, porque divierte. Tú y tus colegas escritores habrán salido, por fin, de las cárceles intelectuales del totalitarismo comunista. Bienvenidos al mundo de la Diversión Total. No saben de lo que se han estado perdiendo. ¿O sí lo saben?” Klíma es enfático y resignadamente culturalista: “Como alguien que, al fin y al cabo, ha vivido cierto tiempo en Estados Unidos y cuyas obras llevan veinte años publicándose en Occidente, soy consciente del ‘peligro’ que la sociedad libre y, más aún, los mecanismos del mercado suponen para la cultura. Soy consciente, por ejemplo, de que casi todo el mundo prefiere cualquier basura a Cortázar o Hrabal. Sé que, seguramente, algún día terminarán para nosotros estos tiempos en que los libros de poesía se editan en tiradas de decenas de miles de ejemplares. Supongo que una ola de basura literaria y televisiva invadirá nuestro mercado, y no veo modo de que podamos evitarlo. Tampoco soy el único que se da cuenta de que, en esta libertad recién nacida, la cultura no sólo gana algo importante, sino que también lo pierde”. En una pequeña parábola, dice Roth a Milan Kundera, “compara usted la risa de los ángeles con la risa del diablo. El diablo ríe porque el mundo de Dios no tiene sentido para él; los ángeles ríen de alegría, porque en el mundo de Dios todo tiene su sentido”. Kundera agrega: “Sí, el hombre utiliza la misma manifestación fisiológica, la risa, para expresar dos actitudes metafísicas distintas. Si de pronto a alguien se le cae el sombrero encima del ataúd, en una tumba recién abierta, el entierro pierde todo su sentido y nace la risa. Dos enamorados corren por un prado, agarrados de la mano, riéndose. Su risa no tiene nada que ver con ningún chiste ni con ninguna clase de humor: es la risa seria de los ángeles cuando manifiestan su alegría de existir”. Ambas modalidades forman parte de los placeres de la vida, pero, llevados al extremo, también indican un apocalipsis dual: “La risa entusiasta de los fanáticos-ángel, tan convencidos de su importancia en el mundo que están dispuestos a colgar del cuello a todo el que no comparta su alegría. Y la otra risa,
34 procedente del lado opuesto, la que proclama que nada tiene ya sentido, que hasta los entierros son ridículos y que el sexo en grupo es una mera pantomima cómica. La existencia humana transcurre entre dos abismos: a un lado, el fanatismo; al otro, el escepticismo absoluto”. Entonces, Roth le recuerda que alguna vez escribió que “la era del terror estalinista fue el reino del verdugo y del poeta”. El totalitarismo, precisa Kundera, “no es sólo el infierno, sino también el sueño del Paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en que todos vivimos en armonía, unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin guardarnos ningún secreto unos a otros”. También André Breton soñaba con este Paraíso, enfatiza Kundera, cuando se refería a la casa de cristal en que ansiaba vivir. Dice Milan Kundera a su colega Philip Roth que si el totalitarismo no hubiera explotado estos nobles arquetipos de la vida colectiva armónica, “que todos llevamos en lo más profundo y que están hondamente arraigados en todas las religiones, nunca habría atraído a tanta gente, sobre todo durante las fases iniciales de su existencia. No obstante, el sueño del Paraíso, tan pronto como se pone en marcha hacia su realización, empieza a tropezar con personas que le estorban, y los regidores del Paraíso no tienen más remedio que edificar un pequeño gulag al costado del Edén. Con el transcurso del tiempo, el gulag va creciendo en tamaño y perfección mientras el Paraíso a él adjunto se hace cada vez más pobre y más pequeño”. Roth entonces le recuerda a Kundera que ha escrito, en algún pasaje suyo literario, que “el gran poeta francés Paul Eluard se eleva hacia los cielos con el Paraíso y el gulag, cantando. ¿Es auténtica esta anécdota?”, a lo que el checo contesta que, después de la guerra, “Eluard abandonó las filas del surrealismo para convertirse en el mayor exponente de lo que podríamos llamar ‘poesía del totalitarismo’. Cantó la fraternidad, la paz, la justicia, el mañana mejor, la camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la alegría y en contra del pesimismo, a favor de
la inocencia y en contra del cinismo. Cuando, en 1950, los dirigentes del Paraíso sentenciaron a un amigo suyo, el surrealista Závis Kalandra, a morir en la horca, Eluard no se permitió ningún sentimiento de amistad: se puso al servicio de los ideales suprapersonales declarando en público su conformidad con la ejecución de su camarada. El verdugo matando, el poeta cantando”. Una pregunta para todo Pero no sólo fue el poeta, aclara con prontitud el mismo Kundera: “Todo el periodo del terror estalinista fue un delirio lírico colectivo. Es algo que ya está completamente olvidado, pero resulta de crucial importancia para entender el caso. A la gente le encanta decir: qué bonita es la revolución; lo único malo de ella es el terror que engendra. Pero no es verdad. El mal está presente ya en lo hermoso, el infierno ya está contenido en el sueño del Paraíso; y si queremos comprender la esencia del infierno hemos de analizar también la esencia del Paraíso en que tiene origen. Es extremadamente fácil condenar los gulags, pero rechazar la poesía totalitaria que conduce al gulag, pasando por el Paraíso, sigue siendo tan difícil como siempre”. Roth, entonces, se vuelca hacia el trabajo específico del novelista Kundera y menciona la palabra “pesimismo”, ante la cual el escritor checo dice que siempre tiene mucho cuidado con esos términos: “Una novela no afirma nada —enfatiza—: una novela busca y plantea interrogantes. No sé si mi nación perecerá y tampoco sé cuál de mis personajes tiene razón. Invento
historias, las pongo frente a frente, y por este procedimiento hago las preguntas. La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo. La sabiduría de la novela procede de tener una pregunta para todo”. Con Edna O’Brien se encontró Roth en Londres, donde vive la autora irlandesa, quien, de súbito, a las primeras de cambio, le dice que ella es “una criatura muy conflictiva”, una persona “bastante enfrentada conmigo misma y con los demás”, a lo que el escritor de Nueva Jersey le pregunta cuál es la criatura a quien aún no perdona: “Hasta el momento de su muerte, que ocurrió hace unos años, fue mi padre —responde O’Brien—. Pero por mediación de la muerte se produce una metamorfosis: dentro. Después de su muerte escribí una obra teatral sobre él, incorporando todas sus características (su cólera, su sexualidad, su codicia, etcétera), y ahora ya no conservo los mismos sentimientos hacia él. No me gustaría volver a vivir mi vida con él, ni reencarnar en la misma hija, pero sí que lo perdono. Mi madre es otra cosa. La quise mucho, incluso demasiado, y ella me infligió un legado diferente, un sentido de la culpabilidad que todo lo abarca. Todavía siento cómo me mira, juzgándome”. Ahí la tenemos a usted, dice Roth —un entrevistador eficaz, moderado y culto—, “una mujer experimentada, hablando de perdonar a su padre y a su madre. ¿Cree usted que seguir preocupándose por cosas así tiene algo que ver con la condición de escritor?” Por supuesto, responde la irlandesa, “es el precio [justamente] de ser escritor. Nos acucia el pasado: el dolor, las sensa-
El totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del Paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en que todos vivimos en armonía, unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin guardarnos ningún secreto unos a otros: Kundera
35 ciones, los rechazos, todo. Estoy convencida de que ese aferrarse al pasado es un fanático, casi desesperado, deseo de reinventarlo para poder modificarlo. Los médicos, los abogados y demás ciudadanos estables no padecen de una memoria persistente. A su modo, quizás estén tan perturbados como usted y como yo, sólo que no lo saben. No andan escarbando”. —En el centro de prácticamente todos sus relatos hay una mujer —dice Roth—, por lo general una mujer que se vale por sí misma, combatiendo el aislamiento y la soledad, o buscando el amor, o retrocediendo espantada ante las sorpresas que trae el aventurarse entre los hombres. Usted escribe sobre las mujeres sin pizca de ideología o sin preocuparse en absoluto de adoptar una postura correcta.
Foto de Melissa Roura.
—La postura correcta es decir la verdad —responde O’Brien—, escribir lo que uno piensa, sin consideración del público ni de ninguna camarilla. Pienso que el artista nunca adopta una postura ni por conveniencia ni por agravio. Los artistas odian las posturas y sospechan de ellas porque sabemos muy bien que tan pronto como adoptas una postura fija te conviertes en alguna otra cosa: en periodista o político. Para Edna O’Brien, las cosas que han cambiado, a partir del movimiento feminista de los años sesenta del siglo XX, han sido, pese a todo, para bien: “Las mujeres no son ganado, expresan su derecho a que se les pague lo mismo que a los hombres, a ser respetadas, a no ser el ‘segundo sexo’; pero en la cuestión del emparejamiento las cosas no han cambiado nada. La atracción y
el amor sexual no son un impulso de la conciencia, sino del instinto y la pasión, y en este aspecto los hombres y las mujeres son radicalmente distintos. El hombre aún sigue teniendo mayor autoridad y mayor autonomía. Es algo biológico. El destino de la mujer es recibir el esperma y retenerlo, y el del hombre, en cambio, consiste en darlo, y en esa entrega se agota, de ahí que a continuación se retire. Mientras ella, en cierto sentido, está siendo alimentada, él, por el contrario, está siendo vaciado, y, para resucitarse a sí mismo, procede a una huida temporal. Como consecuencia de todo ello tenemos el resentimiento de la mujer al verse abandonada, aunque sea por poco tiempo, y el sentimiento de culpabilidad de él, porque se aparta”. Y como la mujer es capaz de un amor más profundo, se-
36 gún O’Brien, es ella, por lo tanto, la que tiene más miedo de que la dejen. Y mientras se tenga, aunque “progresivamente feminista”, esta sometida mentalidad, las cosas tal vez continuarán inamovibles por los siglos de los siglos. Amén. Nuestra pandilla El 3 de abril de 1971 el entonces presidente estadounidense Richard Nixon, en San Clemente, declaraba que por sus muy particulares “convicciones personales y religiosas” consideraba que el aborto “es una forma inaceptable de control de la población”. Además, “el planteamiento no restrictivo del aborto o el aborto de encargo” le resultaban “imposibles de conciliar” con su fe “en el carácter sagrado de la vida humana, incluida la vida de los nonatos, pues qué duda cabe de que los nonatos también tienen sus derechos, que la ley reconoce, que están reconocidos incluso en principios expuestos por las Naciones Unidas”. Por supuesto, la declaración levantó ámpula en las conciencias progresistas (¡la ONU reconoce los derechos humanos de los nonatos!), una de las cuales, personificada en el prestigiado escritor Philip Roth, saltó enfurecida, y seguramente desconcertada, para alzar su voz en protesta por lo que consideraba una irrespetuosa y conservadora barbaridad que ofendía no sólo a las mujeres con otros principios corporales sino a la propia humanidad que empezaba a abrirse paso en ese mundo aún simuladamente victoriano: Woodstock, dos años atrás, había exhibido el renacimiento de las ideas contraculturales, lo que es decir los pensamientos y los comportamientos adversos a las instancias oficiales. Y se puso a escribir Roth un ensayo, que resultó una fina ironía —y un soberbio despliegue de inteligente ferocidad opositora— contra los [a todas luces endebles y moralinos] pareceres del gobernante, el mismo que dos años después de su reelección en 1972 caería políticamente por su afición a la mitomanía en el vergonzoso caso Watergate. Roth escribió Nuestra pandilla (traducido en 2009 al español por Ramón
Los artistas odian las posturas y sospechan de ellas porque sabemos muy bien que tan pronto como adoptas una postura fija te conviertes en alguna otra cosa: en periodista o político: O’Brien Buenaventura para la Editorial Mondadori), cuyo efecto literario, aun con el peso de la distancia —¡casi cuatro décadas después!—, se sostiene con solidez, como un modelo rozagante, en el rubro de la mordacidad política. “Las grandes sátiras, con los años, pierden en el detalle y ganan en aplicación universal —apunta Buenaventura en una nota inicial—. ¿De quién se burlaba Quevedo? ¿A quiénes atacaban Juvenal o Marcial? ¿A qué hechos o situaciones concretas se refería Swift? No nos importa: la ferocidad del texto parece dirigirse contra tipos humanos que van repitiéndose a lo largo de los siglos en múltiples situaciones, y la aprehendemos con tanta fuerza como si estuviéramos al corriente del último cotilleo contemporáneo del autor”. Los breves textos que escribiera Roth, publicados parcialmente en The New York Review of Books, no fueron a toro pasado, como se dice cuando las cosas ya no están en su punto de hervor, sino elaborados justo en el momento en que las circunstancias se iban dando, lo que motivó por supuesto el incontrolado encono del presidente norteamericano, que no ocultó nunca su rencor contra Roth, su acérrimo crítico, mucho antes de que la prensa en general se le fuera encima a Nixon en 1974 por andar espiando a contrincantes demócratas y, de paso, incumplir así su juramento constitucional. Philip Roth, obedeciendo sobre todo a su cabal entendimiento de los derechos humanos, no se arredró jamás al tocar —como en aquellos tiempos se arredraba la prensa oficiosa en general— al presidente Nixon quien, con
sus propias palabras, parecía ponerse una soga al cuello. ¿Qué no hubiera escrito Roth si en lugar de haber nacido en Estados Unidos en 1933 hubiese visto la luz en México y atestiguado el asesinato masivo de Gustavo Díaz Ordaz, la extremada simulación de Luis Echeverría Álvarez, la hipocresía abnegada de José López Portillo, el inmovilismo político de Miguel de la Madrid, el saqueo inabarcable de Carlos Salinas de Gortari, la atrabiliaria bufonería de Ernesto Zedillo, la caterva deslenguada de Vicente Fox, la guerra inútil de Felipe Calderón o las silenciosas complicidades (¿quién puede creer que no sabe lo que ocurrió en Ayotzinapa?) de Enrique Peña Nieto? En noviembre de 2012 Roth anunció que se retiraba en definitiva de la literatura. Y cumplió con su palabra, para nuestro infortunio.
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Soñar despierto Foto de Alejandro Zenker.
Pienso en ella mientras dormito. ¿Es posible soñar despierto? Me hago huidizo y sensible ante su corazón, que nunca me nombra: ¿Soy quizá un tormento y una pálida sombra? Víctor Roura
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Emiliano Pérez Cruz Vicente Francisco Torres
H
asta antes de 1971 era casi imposible que los hijos de obreros y trabajadores tuvieran acceso a la educación universitaria. El gran filtro era la Escuela Nacional Preparatoria porque quienes no eran hijos de universitarios difícilmente podían competir con jóvenes que habían sido cuidados en su educación previa, en casa tenían periódicos, revistas y libros y, para terminar pronto, comían tres veces al día. El número de planteles era insuficiente porque sólo había nueve preparatorias; y, si a esto sumamos que la preparatoria uno en el turno nocturno se convertía en la tres, y la prepa dos era prácticamente copada por los hijos de los trabajadores de la UNAM, veremos que había muy pocos espacios. El Politécnico, desde que lo creara Lázaro Cárdenas, siempre fue una alternativa popular, pero no para quienes aspirábamos al estudio de las humanidades. Por razones que no vienen al caso, yo pude estudiar en la prepa uno y he llegado a la conclusión de que haber estado allí me dio sólidas bases para mi formación futura. Si recordamos que una de las demandas del movimiento estudiantil de 1968 fue la de educación popular, comprenderemos que el sueño se materializó en 1971 cuando se abrieron, con cuatro turnos cada uno, los Colegios de Ciencias y Humanidades. Sus primeros profesores fueron los jóvenes protagonistas del movimiento estudiantil, bajo la dirección de maestros eminentes como Pablo González Casanova y Huberto Batis. Es explicable, entonces, la formación de izquierda y librepensadora que recibieron aquellos primeros estudiantes que tenían como divisa el “aprender a aprender” que tanto cacareó Aurelio
Nuño, 50 años más tarde, en su fallida y mal llamada reforma educativa. Eran años de intensos estudios porque mientras en los CCHaches se formaban escritores como Andrés de Luna y Emiliano Pérez Cruz, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM estudiábamos, en el mismo salón de clase, Vicente Quirarte, Luis Zapata, Agustín Ramos, Jaime Avilés, Mario Calderón, Ethel Krauze, José Francisco Conde, Carlos Santibáñez, Alejandro Pescador, Carlos Chimal, Marina Arjona y otros jóvenes de entonces cuyos nombres no recuerdo. José Joaquín Blanco llegaba a tomar una clase no sé si porque la estaba cursando o por interés personal. Y cómo no iba a ser de este modo si nuestros profesores eran Sergio Fernández, José Luis González, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Rius, Juan Manuel Lope Blanch, Arturo Souto, Héctor Valdés y un largo etcétera. Una mañana en que me dijeron que otro maestro querido, César Rodríguez Chicharro, estaba internado en Cardiología, fui a visitarlo. Entré a su cuarto mientras él miraba por la ventana, y al saludarlo advertí su molestia porque lo primero que hizo fue preguntarme quién me había dicho que él estaba ahí. Después de resignarse a la visita, empezó una suerte de monólogo en donde dijo que nosotros habíamos sido el mejor grupo que había pasado por sus manos. Sostuvo que éramos estudiosos porque el 2 de octubre y el 10 de junio nos habían metido a estudiar a nuestras casas. No sé si tenía razón el maestro, pero he conservado este dicho por más de 30 años. Empecé a hacer periodismo en la revista Tiempo que fundara Martín Luis Guzmán, luego en Comunidad Conacyt con Enrique Loubet, en El Nacional con Salvador Reyes Nevares y en otros medios. Lo cierto es que conocí a Emiliano Pérez Cruz en el suplemento “Sábado”, de unomásuno, bajo la dirección de Huberto Batis.
Tentativas
Años después nos encontramos en el semanario Punto, bajo la dirección de Emmanuel Carballo, y desde entonces no hemos dejado de encontrarnos en diferentes estados de la República o en tertulias y cantinas de la Ciudad de México, porque él tuvo también condiscípulos que han destacado en alguna actividad, como el director de cine Pepe Buil o los periodistas escritores Arturo Trejo e Ignacio Trejo Fuentes. Mientras yo colaboraba en suplementos culturales, ellos escribían en revistas para caballeros como Su otro yo y, precisamente, la famosa Caballero. Emiliano Pérez Cruz fue uno de los primeros estudiantes del CCH Azcapotzalco y uno de los primeros habitantes de Ciudad Nezahualcóyotl. Cuando empezó a escribir cuentos quiso ser fiel al mundo de Neza que conoció, con sus calles lodosas todavía sin pavimentar. Cuando empezamos a usar saco porque los trabajos académicos así lo han instituido, él nunca dejó su vestimenta barrial y, lo que es más importante, conservó su coloquialismo siempre juguetón, entre soez y risueño. De Neza también sacó sus personajes y sus escenarios. Los ha llevado por todos sus libros, a menudo desafiantes desde su título, como el de la noveleta llamada Ladillas. A Emiliano le sucedió una aventura semejante a la que vivió Enrique Serna. En algún estado del sureste, Enrique ganó un concurso de novela. Le dieron el premio, pero de la edición de El ocaso de la primera dama circularon, clandestinamente, unos cuantos ejemplares. Después de un tiempo reescribió la novela y le dio el título de Señorita México, mismo que ha resultado uno de sus libros más vendidos. También en algún estado del sureste Emiliano ganó un concurso de cuento con el volumen Si camino voy como los ciegos. Le dieron el premio, pero no publicaron el libro; los burócratas decidieron que eso no era literatura y sanseacabó.
39 Foto de Alejandro Zenker.
Emiliano anduvo tocando puertas hasta que encontró a Luis Mario Shneider, quien tenía la Editorial Océano. Le dijo que no podía publicar el libro pero le ofrecía editar una plaqueta con tres de los relatos premiados. Los Libros del Faquir eran unos cuadernillos hechos con papel artesanal y colores chillones, como rosa mexicano y lila. Emiliano, siempre ingenioso y apegado a la vena popular, lo tituló Tres de ajo, apelando al dicho de los albañiles cuando compraban el pulque blanco porque no tenían dinero para el curado con frutas. El curado de ajo era el pulque blanco, curado de ajodido. La plaqueta le abrió camino a Emiliano y tiempo después la Delegación Cuauhtémoc editó Si camino voy como los ciegos. Todos sabemos que la literatura de la Onda revolucionó la manera de escribir en México. Sin la expresión antisolemne, soez y juguetona y los personajes jóvenes entregados a vivir su vida con desparpajo y sin plantear situaciones trascendentes, la prosa mexicana sería distinta. Sin José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña la literatura mexicana sería otra. Autores como Enrique Serna escribirían de manera diferente a como lo hacen. Emiliano, junto con Armando Ramírez, hizo una prosa barrial, juguetona, alburera, soez y sensual, pero también terriblemente crítica de nuestra sociedad tan desigual. El aprendizaje que Emiliano tuvo en la revista satírica La Garrapata esgrimió aquí sus logros hilarantes e hirientes. Si la denuncia, en literatura, hoy tiene poco efecto, la ironía y el sarcasmo que han practicado Armando y Emiliano tienen efectos notables. Ellos constituyeron lo que el siempre perspicaz Evodio Escalante llamó lumpenliteratura. Sus libros han sido aire fresco en el mundo intelectual nuestro y, quiéranlo o no las academias, son una raya en el tigre de la narrativa mexicana.
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Tom Wolfe y la irreverencia literaria
Contracultura, underground, rock, espontaneidad, conciencia, nuevo periodismo
Maricarmen Fernández Chapou
El escritor estadounidense Tom Wolfe, uno de los “genios periodísticos más extravagantes, innovadores e imitados de los últimos tiempos”, murió a los 87 años el pasado mes de mayo. No obstante, su “nuevo periodismo”, que enarbolara en los años sesenta del siglo XX, sigue siendo referente de una serie de actitudes, prácticas y estilos periodísticos que no dejan de sorprender en la actualidad.
A
pesar de las críticas que recibió, debido al pretencioso y cuestionable título de nuevo periodismo, esta corriente constituyó una experiencia que nunca se había dado en las letras antes de los años sesenta y que, más allá del contexto contracultural estadounidense, jamás volvió a ocurrir con tal efervescencia. Entre su legado está el rescate del espíritu de denuncia del mejor periodismo de principios del siglo XX; del largo aliento de la novela realista decimonónica; de la poesía y la crónica de posguerra, y, sobre todo, de la recuperación de un periodismo creativo, honesto pero irreverente, opuesto al estancado quehacer informativo propio del mainstream. Precisamente lo que marcó el comienzo de la carrera de Wolfe fue la publicación de su reportaje The kandy-kolored tangerin flake streamline baby, cuyo estilo se distinguía del de otros periodistas por su barroquismo, a veces excesivo, efervescente, casi surrealista; por un periodismo fuertemente creativo y personal hasta el punto de ser acusado de cometer excesos estilísticos. Wolfe tenía la habilidad de lograr que los hechos se revelaran a sí mismos de un modo explosivo, así como de responder a las fuerzas ocultas y menos obvias de los hechos y fenómenos. Trataba de ver la locura bajo la superficie del comportamiento convencionalmen-
te aceptado y discernir el significado ritual y alegórico, o el absurdo, de la actividad humana. Lo que marca la ruptura de Wolfe con el periodismo convencional es la espontaneidad de la conciencia a través de la cual comenzó a tratar los detalles y a desentrañar su significado. Mostraba siempre un compromiso con el tema y con la gente participando plenamente de la cultura sobre la cual escribía. Los resultados, en la mayoría de los casos, eran textos con un sentido barroco del color, cadencia y habilidad para sugerir los significados profundos de las cosas. Como él mismo explicaba, en sus textos el neoyorquino comenzaba siempre de un modo semejante a como lo haría un novelista o un cuentista, y, a continuación, componía cuidadosamente el escenario, los personajes, los diálogos. El uso de la ironía, tan característico de su estilo, se convirtió en sí mismo en un modo de comentario periodístico.
En ese sentido es sobresaliente su novela experimental intitulada Electric koolacid test, calificada por algunos como el mejor trabajo individual del nuevo periodismo, y en la que se ofrece una visión de la cultura hippie a través de una introspección psicosociológica del contexto, plasmado con un estilo periodístico que adquiere el carácter de revolucionario, y que será imitado o enriquecido por muchos periodistas y escritores más. Pero el llamado nuevo periodismo estadounidense no hubiera sido posible sin la contracultura. Y sin la contracultura no se habría perfilado el personaje excéntrico, provocador y visionario que fue Wolfe. Sus textos periodísticos literaturizados que rompían las fronteras de lo convencionalmente establecido, que traspasaban los límites estilísticos y conceptuales propios de una prensa convencional, que se erigían como territorio autónomo y libre para innovadoras y sustanciosas letras, tienen su
“Tom Wolfe trataba de ver la locura bajo la superficie del comportamiento convencionalmente aceptado y discernir el significado ritual y alegórico, o el absurdo, de la actividad humana”
41 explicación en el contexto de los movimientos sociales y culturales que se gestaron en los años de posguerra estadounidenses y culminaron en la década de los sesenta. La contracultura, que fue materia viva de nuevas publicaciones y trabajos literarios, estaba integrada por un conjunto de personas, ideologías y actividades de tintes progresistas, que constituían una alternativa cultural opuesta a la corriente principal del progreso tecnocrático y al dominio del establishment de entonces, y se distinguía por una serie de esfuerzos de cambio sociocultural que se reproducían en distintos sectores de la sociedad, principalmente los de la juventud, los universitarios, los artistas y los periodistas. En aquellos años una nueva generación comenzaba a crear nuevos espacios, posturas, expresiones artísticas y modos de vida sin precedentes. Todo este movimiento social y cultural requería de unos medios de comunicación alternativos que informaran sobre lo que los medios mainstream ocultaban o distorsionaban, siguiendo sus propias agendas, y dieran cuenta de lo que en la nueva sociedad se venía gestando. Así, junto con la aparición de las alternativas culturales de los años sesenta, hizo su aparición una literatura que se fue desarrollando al mismo tiempo que los movimientos y tendencias revolucionarios y que se interesaría por su gente. Parte de estas letras fue escrita por quienes participaban en la realización de esas alternativas y parte por personas ajenas a ellas pero simpatizantes. En su mayoría se hallaba en las publicaciones de la prensa underground, pero lo mejor apareció también en otras partes y tuvo la virtud de trascender aquel contexto. Sin los movimientos contraculturales y sus principales medios de expresión como la literatura beat, el rock y la prensa underground; sin las necesidades informativas de la sociedad del momento, la corriente sobre la que Tom Wolfe se interesó tanto como para escribir un tratado con ese mismo nombre, parecería aislada y desarticulada. El nuevo periodismo es un modelo nacido de manera natural de fuertes tensiones
en pugna en un contexto que pedía a gritos su existencia. Literatura de la vida real Tanto el nuevo periodismo como, entre otros, el nuevo muckraking y la prensa underground atacaron en primer lugar la noción de “objetividad”, convertida desde los años veinte del siglo pasado en “mito y dogma central del discurso periodístico hegemónico”. Los nuevos periodistas veían en la retórica de la objetividad un “sofisma hipócrita y fraudulento, o, en lo relativo a Vietnam, criminal”.
La objetividad, así, ya no era una garantía de verdad sino una “falacia cognoscitiva” contenida en un discurso “falaz y mistificador” sostenido por los medios de comunicación comerciales. Gabriel Galdón apunta al respecto del movimiento neoperiodístico lo siguiente: “Parece claro que este movimiento surgió como una reacción a la rigidez, a las limitaciones lingüísticas y estilísticas, al encorsetamiento formal propio del objetivismo. Para sus mentores, el periodismo convencional carecía de expresividad y era monolítico y aburrido”.
Autorretrato. Dibujo de Tom Wolfe (de su libro En nuestro tiempo, Editorial Anagrama, 1980).
42 Por su parte, en este contexto crítico, muchos escritores de novela pasarían a escribir obras de realidad social, documentales y reportajes, al mismo tiempo que la búsqueda de temas en la sociedad daría como resultado la aparición de un nuevo tipo de novela a medio camino entre la ficción y el periodismo, como A sangre fría de Truman Capote o Los ejércitos de la noche de Normal Mailer. Y así como en la narrativa se daba un cisma, el periodismo experimentaba también un antes y un después con la obra de autores como Tom Wolfe. De esta forma fue que la suma del periodismo con la ficción, en un contexto de crisis generalizada, aportó el impulso y el reconocimiento que el naciente nuevo periodismo necesitaba, pues como diría Tom Wolfe: “Si un estilo literario nuevo podía nacer del periodismo resultaba entonces razonable que el periodismo pudiese aspirar a algo más que una simple emulación de esos envejecidos gigantes: los novelistas”. Es cierto que el nuevo periodismo debe mucho a la novela realista y a la no-ficción; pero el nuevo periodismo Dibujo de Tom Wolfe.
radicaba en una forma de literatura de la vida real, un periodismo que se pudiera leer como si fuera una obra literaria. Dice Tom Wolfe: “Era posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas habitualmente propias de la novela y el cuento. Era eso... y más. Era el descubrimiento de que en un artículo, en periodismo, se podía recurrir a cualquier artículo literario, desde los tradicionales dialogismos del ensayo hasta el monólogo interior, y emplear muchos géneros simultáneamente, o dentro de un espacio relativamente breve, para provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva”. Tal vez por eso Joe David Bellamy marca el inicio de esta corriente en el año de 1963 con Tom Wolfe y su reportaje intitulado extravagantemente There goes (varoom! varoom!) that kandy-kolored (thphhhhh!) tangerineflake stream-line baby (rahghh! around the bend (brummmmmmmmmm...), posteriormente publicado como libro con el título simplificado de The kandykolored tangerin flake streamline baby. Tom Wolfe relata que los nuevos periodistas: “fomentaron la costumbre de
pasarse días enteros con la gente sobre la que estaban escribiendo, semanas en algunos casos. Tenían que reunir todo el material que un periodista reunía... y luego ir más allá todavía. Parecía primordial estar allí cuando tenían lugar escenas dramáticas para captar el diálogo, los gestos, las expresiones faciales, los detalles del ambiente... [Además] las facetas más importantes que se experimentaban, en lo que a la técnica se refiere, dependían de una profundidad de información que jamás se había exigido en la labor periodística. Sólo a través del trabajo de preparación más minucioso era posible, fuera de la ficción, utilizar escenas completas, diálogo prolongado, punto de vista y monólogo interior. Con el tiempo, yo y otros fuimos acusados de ‘meternos en la mente de los personajes’... ¡Pero si de eso se trataba!” En el escenario periodístico al menos dos cambios revolucionarios surgieron en el estilo: primero, nadie estaba acostumbrado a considerar que el reportaje pudiera tener una dimensión estética, y, segundo, el columnista no buscaba en las calles el material noticioso y novedoso para su columna. Cuando un nuevo periodista, James Breslin, del Herald Tribune, convirtió en una costumbre llegar al escenario mucho antes del acontecimiento para recoger material ambiental y detalles para poder incluir en el texto descripción de escenas, diálogos, etcétera, demostró que una simple nota periodística podía convertirse en un relato corto, pero sacado de la vida misma, de lo que había ocurrido en el día. Frente al estilo farragoso del periodismo convencional y sus textos grises y monótonos, el estilo del nuevo periodismo sorprendía al lector y lo involucraba en la recreación del acontecimiento. Entre otras cosas, se consideraba al lector como un receptor activo, y no pasivo, de la historia. En este sentido, experimentos como el de Wolfe acerca del narrador insolente resultaron sumamente interesantes. Cuenta Wolfe: “Me gustó la idea de arrancar un artículo haciendo que el lector, a través del narrador, hablase con los personajes, se insolentase con ellos, les insultase, les hostigase con ironía o superioridad, o lo que fuera. ¿Por
43 qué pretender que el lector se quede tumbado y deje que los personajes vayan llegando de uno en uno, como si su mente fuera una barra giratoria de entrada al Metro?” En el estilo de ese nuevo periodismo la única regla era recuperar la atención del lector, cansado de leer en los diarios textos fragmentados y carentes de significado. De ahí que nuevos periodistas como Wolfe jugaran tanto con la mezcla de géneros o las voces narrativas o los artificios en sus textos: “Escribía sobre mí en tercera persona, por lo general como si fuera un espectador perplejo o alguien que pasa por la calle. Otras veces, como si el narrador insolente fuese otra persona que me trataba a mí con impertinencia. Cualquier cosa con tal de evitar mi entrada en materia como el narrador periodístico habitual”. Si el periodista, para ser más efectivo, quería saltar del punto de vista en tercera persona a otro en primera dentro de la misma escena, o dentro y fuera del punto de vista de diferentes personajes, o incluso de la voz omnisciente del narrador al monólogo interior de un personaje, lo hacía. Y es que la voz del narrador, a decir de Wolfe, era uno de los grandes problemas en la literatura de no-ficción. “La mayoría de los escritores de no-ficción, sin saberlo, lo hacían en una tradición británica vieja de un siglo, según la cual se daba por entendido que el narrador debe asumir una voz tranquila, cultivada y, de hecho, distinguida. Debía ser un fondo neutral. La elipsis era la cuestión. Pero a principio de los años sesenta la elipsis se había convertido en un auténtico tapiz mortuorio y los lectores se aburrían”. Ahora se trataba, más que de hablar como un narrador gris, de crear la ilusión de que el lector veía la acción a través de la mirada de alguien que se encontraba realmente en el escenario y formaba parte de él. Wolfe, para mirar y describir una escena, se “deslizaba lo más rápidamente en las cuencas del ojo de los personajes”; utilizaba el punto de vista en el sentido jamesiano con que lo entienden los novelistas para entrar en la mente de un personaje, para vivir el mundo a través de su percepción de las cosas. Con frecuencia cambiaba el
“Por primera vez, los periodistas se enfrentaban a los novelistas reclamando su derecho a ocupar un lugar dentro del rango literario y artístico” punto de vista en mitad de un párrafo, o incluso en una frase, de un personaje a otro para dar la sensación de estar viviendo la historia en los zapatos de sus protagonistas. “Es una cuestión de personalidad, energía, empuje, brillantez”, decía. Destronar la novela Para Tom Wolfe, las categorías de autores que pudieran considerarse como hacedores de nuevo periodismo antes de los años sesenta se diferencian de los nuevos periodistas en cuatro aspectos: en que “no escribían no ficción en absoluto; en que los ensayistas tradicionales apenas recogían material ‘vivo’ y empleaban pocas, si es que lo hacían, de las técnicas del nuevo periodismo; eran autobiógrafos; y eran caballeros literatos con un asiento en la tribuna”, de modo que, a partir del nuevo periodismo, por primera vez, se realiza un experimento innovador del estilo desde el periodismo y para el periodismo. Ante la coyuntura, la tendencia se expandió como una epidemia: fue adoptado por la mayoría de los periódicos underground que proliferaron en esta época, por grandes escritores, por algunos periodistas y medios tradicionales que poco a poco se fueron abriendo a estas nuevas posibilidades. Hacia 1969, como apunta Tom Wolfe, “prácticamente no existía nadie en el mundo literario que se permitiese desechar llanamente al nuevo periodismo como un género literario inferior”. En cierta medida, este éxito fue posible gracias a que la literatura no periodística había dejado el campo libre a los reporteros para que plasmaran en el papel lo que en el panorama norteamericano se estaba gestando. En los años sesenta, advertía Wolfe, los novelistas más serios, más ambiciosos, habían abandonado el campo más fértil de la novela: la sociedad, el fresco social, las costumbres, las éticas, el
cómo se vive. Incluso, en los frenéticos años de la contracultura, se llegó a hablar de la muerte de la novela, porque no existía, desde el campo de la narrativa, quién contara aquellos días norteamericanos, y eso favoreció notablemente al periodismo. Según apunta Mario Maffi, en este periodo “no hay nada al margen de la vieja guardia (la producción de Ken Kessey, aunque interesante, es anterior); las nuevas promociones han creado pocas cosas dignas de mención; [...] la novela del hijo de Burroughs, Speed, no va más allá de la crónica juvenil. [...] La narrativa se convierte en crónica, testimonio de periodos y experiencias particulares, con un interés, por tanto, sobre todo documental; y es indicativo que el documento probablemente más claro, detallado e intenso de un periodo de la historia underground salga de la pluma de un escritor que no tiene nada que ver con el underground, pese a haber estado en contacto con él muchísimas veces: Tom Wolfe”. Y así lo describe Wolfe: “A todo ese lado de la vida norteamericana que se manifestó impetuosamente cuando a la opulencia norteamericana de la posguerra se le saltó la válvula de seguridad. A todo ello, los novelistas sencillamente le volvieron la espalda, renunciaron por negligencia. Esto dejó un inmenso hueco en las letras norteamericanas, un hueco lo bastante grande como para cobijar a un juguete tan desgarbado como el nuevo periodismo... Nueva York permaneció sencillamente como la mina de oro del periodista... California, años sesenta, la auténtica incubadora de los nuevos estilos de vivir. Unos cuantos periodistas sorprendidos que cultivaban la nueva fórmula lo tenían todo para ellos, hasta el movimiento psicodélico... Los editores habían estado pidiendo a gritos novelas de los nuevos escritores que harían las grandes novelas de la vida
44 de los hippies o la vida en los campus o los movimientos radicales o la guerra de Vietnam o la droga o el sexo o los militantes negros... pero nunca llegaron. Los nuevos periodistas –paraperiodistas—tenían todo, los años sesenta locos de Norteamérica, obscenos, tumultuosos, mau-mau, empapados en droga, rezumantes de concupiscencia, para ellos solos”. Así fue cómo, hacia 1969, los nuevos periodistas arrebataban la técnica del realismo social a los novelistas. La vieja novela realista, con sus angustias, como diría Robert Scholes, se fragmentaría en dos formas nuevas, “una más fabulosa y no realista, y una literatura imaginativa, liberada de la necesidad de inventar historias: un periodismo creativo”. No se trataba simplemente de convertir un relato periodístico en relato literario, sino de crear uno periodístico híbrido donde no existieran reglas rígidas e irrebatibles, donde, muchas veces, con base en la improvisación, el periodista hiciera uso de las técnicas del realismo para lograr la inmediatez, la recreación de la realidad concreta, la comunicación emotiva; para lograr apasionar y absorber al lector. Mientras los novelistas abandonaban la tarea, los periodistas experimentaban con todos los procedimientos del realismo, intentando renovarlos y emplearlos de forma más ambiciosa. El resultado fue una nueva forma que no es simplemente igual que una novela, ni simplemente igual que un reportaje: consume procedimientos que se han originado con la novela y los mezcla con otros procedimientos asociados con la prosa. Y se beneficia de una ventaja: el simple hecho de que el lector sabe que aquello que lee ha sucedido real y recientemente. En ese sentido, el nuevo periodismo fue realmente novedoso, pues marcó un antes y un después respecto al tipo de periodismo que se venía haciendo en Estados Unidos antes de la década de los sesenta, así como influyó en mayor o menor medida en las formas tradicionales de la novela. El hecho de que haya sido un experimento concerniente exclusivamente al ámbito del periodismo, y no de la lite-
“Y así como en la narrativa se daba un cisma, el periodismo experimentaba también un antes y un después con la obra de autores como Tom Wolfe” ratura, como en otros casos de innovación literaria, da a esta forma el carácter de revolucionaria. Por primera vez, los periodistas se enfrentaban a los novelistas reclamando su derecho a ocupar un lugar dentro del rango literario y artístico, cosa que hasta entonces había sido impensable. El propio Tom Wolfe lo cuenta: “Hacia los años cincuenta la novela se había convertido en un torneo de amplitud nacional. Existía la mágica suposición de que el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 significaba el amanecer de una nueva Edad de Oro en la novela norteamericana, comparable a la era Hemingway-Dos PassosFitzgerald que siguió a la Primera Guerra Mundial... El escenario estaba estrictamente reservado a los novelistas, gente que escribía novelas y gente que rendía pleitesía a la novela. No había sitio para el periodista, a menos que asumiese el papel de aspirante-a-escritor o de simple cortesano de los grandes. No existía el periodista literario que trabajase para revistas populares o diarios. Si un periodista aspiraba al rango literario... mejor que tuviese el sentido común y el valor de abandonar la prensa popular e intentar subir a primera división”. Pero el viento de los años sesenta cambió el rumbo de la veleta literaria. Desde que en los inicios de la década comenzara a difundirse la idea acerca de un “nuevo y curioso concepto” de reportaje, los nuevos periodistas iniciaban su ascenso. Y este descubrimiento, al principio modesto, consistiría sencillamente en hacer posible un periodismo que “se leyera igual que una novela” o un cuento, y los escritores, como cuenta Wolfe, “ni por un momento adivinaron que la tarea que llevarían a cabo los periodistas en los próximos diez años iba a destronar a la novela como máximo exponente literario”.
Quizá sea mucho decir que el nuevo periodismo destronó a la novela, pero lo que es cierto es que puso a temblar a los literatos y periodistas y que abrió una nueva brecha para las formas literarias. Su ascenso fue vertiginoso, el nuevo periodismo se escuchaba nombrar por primera vez en 1965, refiriéndose vagamente a “cierta agitación artística” en el periodismo, hecho que resultaba nuevo en sí mismo; hacia 1966, esta “cierta agitación” ya cobraba envidias entre los profesionales del mundo de las letras. Las críticas más conservadoras lo tacharon de “abominable género nuevo”, “forma bastarda” y “paraperiodismo”, según Wolfe. El trastorno por parte de los literatos fue mayor. La aparición repentina de este nuevo estilo en periodismo, “sin raíces ni tradiciones”, había provocado un pánico en la estructura de la comunidad literaria. Explica Wolfe: “Durante todo el siglo XX los literatos se habían habituado a un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Era algo así como una estructura de clase según el modelo del siglo XVIII, en la cual uno podía competir únicamente con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la constituían los novelistas... Se les consideraba como los únicos escritores ‘creativos’, los únicos artistas de la literatura. Tenían el acceso exclusivo al alma del hombre, las emociones más profundas, los misterios eternos... La clase media la constituían ‘los hombres de letras’, los ensayistas literarios, los críticos más autorizados... su provincia era el análisis, la ‘intuición’, el ejercicio del intelecto. No se hallaban al mismo nivel que los novelistas, pero eran los prácticos que imperaban en la navegación de la literatura de no-ficción... La clase inferior la constituían los periodistas, y se hallaban a un nivel tan bajo que apenas si se per-
45 cibía su existencia. Se les consideraba principalmente como operarios pagados al día que extraían pedazos de información bruta para mejor uso de escritores de mayor ‘sensibilidad’. Los que escribían para revistas populares y los suplementos dominicales, los llamados ‘escritores independientes’, ni siquiera formaban parte del escalafón. Eran el lumpenproletariado”. De modo que el surgimiento repentino de unos lumpenproletariados de las letras que tenían la osadía de ignorar estas categorías literarias, forjadas durante casi un siglo, fue motivo de cisma en el mundillo literario. Pero no sólo los novelistas se vieron enfrentados, sino también los periodistas convencionales que se habían acostumbrado a sus formas y modos de trabajar y que ante la horda de nuevos colegas se vieron igualmente amenazados. Aun así, el nuevo periodismo no sólo demostró que a través del periodismo se podía crear una nueva forma de literatura que fuera efectiva; no sólo denunció las carencias pragmáticas de la literatura y, en mayor o menor medida, la impulsó hacia la ruptura de viejos cánones y hacia la innovación, sino además otorgó al periodismo una categoría literaria que no tenía. Tom Wolfe escribía en 1973 las siguientes palabras: “La posición del nuevo periodismo no está asegurada por ningún concepto. En algunos terrenos el desprecio que inspira carece de límites... Si no hay suerte, el nuevo género jamás será santificado, jamás será exaltado, jamás tendrá una teología... Pero el nuevo periodismo no deberá ser ignorado en un sentido artístico”. Referencias Michael L. Johnson, El nuevo periodismo: la prensa underground, los artistas de la no ficción y los cambios en los medios de comunicación del sistema, Troquel, Buenos Aires, 1975. Marta Torrente Morales, Tom Wolfe: nuevo periodismo norteamericano o literatura de no ficción, Surcos, Madrid, 1987. Tom Wolfe, El Nuevo Periodismo, Anagrama, Barcelona, 1975.
Dibujo de Tom Wolfe.
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Tom Wolfe (1930-2018)
Estados Unidos, tierra milagrosa e imperial
Víctor Roura
Nacido en Richmond, Nueva York, el 2 de marzo de 1930, Tom Wolfe falleció, a los 88 años de edad, el pasado 14 de mayo. Impulsó y revitalizó las letras en el campo de la prensa ocasionando un trastorno en el confort de los literatos que despreciaban a los periodistas mirándolos como escritores amateurs… om Wolfe aseguraba, exageraT do como era, que tardar once años en escribir un libro “es la ruina
vasallos de la Gran Unión Americana. Trump, en este sentido, no es sino un lector benévolo y fanatizado económica, un quebradero de ca- de Wolfe. beza, tanto mental como físico, un infierno para la familia y una osten- ¿Pero sabe escribir ese piiiiip periodista? tación de holgazanería para todos Desde su aparición en los sesenta, los demás”. En suma, “un acto imperdonable suscitando escándalos para negar que raya en lo vergonzoso”. No obs- toda la fabricación periodística que tante, ése fue justo el tiempo en que se desarrollaba hasta antes de su tardó en escribir su novela Todo un milagrosa eclosión, Tom Wolfe no ha hecho otra cosa que centrar el hombre, aparecida en 1998. mundo en torno suyo. Si bien su ¿Por qué tanto tiempo? Porque cometió “el pecado de estruendoso arribo ha sido ciertahybris —dice en su libro El periodis- mente mitificado con el acertado mo canalla y otros artículos (Edicio- término de “nuevo periodismo” (de nes B, con traducción a la española no haber gritado terca y empecinade María Eugenia Ciocchini, 304 damente, a los cuatro vientos, aquí páginas, 2001) —: en esa novela me y allá, que el “nuevo periodismo” proponía meter el mundo entero”. venía a poner en su lugar a la adorAsí que hizo un viaje a Japón, el más mecida redacción de los somnoliencaro de su vida, porque su libro ha- tos y moderados periodistas, quizás bía de abarcar “la totalidad del pla- dicho movimiento literario, en efecneta”. Regresó con dos pequeños to, no hubiese tomado el rumbo vicdatos que “quizá sirvan para ampliar torioso y estridente que tomó), colos conocimientos de mis compatrio- rriente periodística que escindía los tabúes de la ortodoxia informativa tas sobre el Lejano Oriente”. Y es ahí, precisamente ahí, don- y arremetía contra todos esos totéde está esa cosa que incomoda de Tom Wolfe, esa cosa acaso minúscula que siempre, por lo menos a mí, me ha molestado de este narcisista narrador estadounidense: su airado centralismo. Estados Unidos es el centro del planeta. Lo que sucede a su alrededor no tiene la menor importancia. Todas las otras naciones sirven al más grande imperio que haya dado el orbe. Para eso están todos los otros países: para ser fieles
micos personajes, conservadores y tradicionalistas, que guardaban para sí las formas con tal de preservar los intereses naturales del empresariado periodístico, tal vez sin saberlo el mismo Wolfe ha conducido a esta nueva prensa, luego de glorificar la “otra” manera de cronicar la realidad, a senderos diferentes pero igualmente calamitosos y evanescentes. El demasiado egocentrismo de Wolfe ha encaminado su periodismo hacia rumbos patrioteros sin límites. Que hable hasta el hartazgo de sí mismo no resulta a la larga molesto como sí lo es su exacerbado nacionalismo. Fuera de Estados Unidos no ocurren sino miserias. Los hombres, si no queremos deslindarnos de nuestro papel en la vida, debemos estar atentos a todo lo que sucede en Nueva York. ¡Ay de aquel que ignore todo lo que acontece en el mercado estadounidense! No en vano Tom Wolfe se dedicó a novelar, cuando se ha sentado a escribir un libro no periodístico, exclusivamente el contorno yanqui.
No son los novelistas sino los directores y productores cinematográficos los que se sienten atraídos por el chabacano carnaval de la vida estadounidense actual, por el aquí y el ahora en todas sus variedades: Tom Wolfe
47 Fuera de Estados Unidos, el mundo no merece ser llevado a la literatura... ni al cine. Al contrario de este férreo estructuralismo novelístico, es admirable su fortaleza contra todas las ortodoxias y los nefandos costumbrismos que atan a la prensa convencional, y de paso a sus obsecuentes periodistas. Bien. Wolfe nos habla de su intenso trabajo de investigación para su libro, en cuya primera edición fueron impresos un millón 200 mil ejemplares. En la librería Borders de Buckhead sólo alcanzó a firmar, en cuatro horas, dos mil trescientos libros. “Borders es una librería muy grande, pero la cola se extendía hasta la acera de Lenox Road [y quien no sepa dónde está Lenox Road es que no sabe nada de la vida, por supuesto]. El libro se vendió tan rápidamente que no tuvo necesidad de ir escalando puestos en la lista de los más vendidos de The New York Times —acotaba Wolfe ya en su humilde territorio, el del estrellato, donde le fascinaba moverse y del cual habla maravillas, como buen actor que fue del ‘nuevo periodismo’—. Saltó al primer puesto y permaneció allí durante toda la temporada de Navidad. Se vendió en tapa dura tanto como si se tratara de un éxito en rústica, a un ritmo tres o cuatro veces superior al del típico best seller en tapa dura [con lo cual ya estaba advirtiendo, ojo, que lo suyo no era best seller sino excelsa literatura]. No sólo se agotó la monumental primera edición, se vendieron otras siete de veinticinco mil ejemplares cada una”. También reproduce algunos textos elogiosos, celebrables, por la salida de su libro (“una novela aclamada por la crítica, que se vende como rosquillas en medio del resplandor de la publicidad”). Bien. Pues toda esta autoexaltación sirvió para ahondar, ahora sí (“no he hallado nada igual en los anales de la literatura estadounidense”), en el meollo del texto: sólo tres novelistas estadounidenses de renombre, “cargados de años y prestigio literario (John Updike, Norman Mailer y
John Irving), alzaron sus voces para denostar a Todo un hombre. Tres novelistas viejos y famosos salieron de sus hornacinas de la historia literaria para anatemizar una nueva novela; si algo semejante ha ocurrido con anterioridad, yo no me he enterado”. Updike, que tenía 66 años (Wolfe entonces contaba con 68 años en 1998), dijo —en cuatro Dibujo de Tom Wolfe.
páginas de New Yorker— que ese libro “no era literatura sino entretenimiento”, ni siquiera podía calificarse de “modesta aspiración a la literatura”. Norman Mailer, que tenía 75 años, escribió seis páginas (“de densa tipografía en una revista del tamaño de un periódico”) en The New York Review of Books para “llegar al veredicto de que Todo un
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“La novela necesita alimento. Necesita novelistas con un apetito voraz y una sed insaciable de Estados Unidos, tal como es ahora. Necesita escritores con la energía y el ímpetu para aproximarse al país de la misma manera que lo hacen los creadores de cine” hombre no era literatura, sino un mega best seller”. Ambos escritores consideraban, además, a Wolfe no un novelista sino, y esto no sé por qué ofendía a uno de los fundadores del new journalism, “un periodista”. Irving, entonces con 57 años, invitado del programa televisivo Hot Type [¡y ay de aquél que no sepa en qué canal se transmitía Hot Type!], tuvo cinco minutos de enfado cuando le preguntaron su opinión sobre Wolfe. “Sus carrillos de sexagenario temblaron. Acto seguido empezó a pitar. Mejor dicho, los técnicos se las vieron y se las desearon para pulsar el botón de los pitidos con la rapidez necesaria”. Irving declaró: “¡El problema de Wolfe es que no tiene la más piiip idea de cómo escribir! ¡No es un escritor! ¡Abra uno de sus libros de piiip! ¡Intente leer una de sus piiiip palabras! ¡Son vomitivas! Ni siquiera escribe literatura, escribe... ¡piiip! No escribe novelas, sino hipérboles periodísticas. ¡Sería imposible enseñar a ese piiip piiip a piiip a los alumnos de una piiip clase de primero de literatura inglesa, piiip!”. La nueva novela del siglo XXI En seguida, Wolfe disparaba contra ellos. Decía que, antes que lo ofendieran, él ya se había burlado previamente de por lo menos dos de ellos: el último libro de Mailer era una, ¡piiiip!, imitación de Dostoievski y los, ¡piiip!, artículos periodísticos de Updike respondían a los, ¡piiip piiip!, viejos esquemas del New Yorker. Con Irving “no teníamos cuentas pendientes de ninguna clase”, reconocía Wolfe, y entonces, ah decepción, todo esto finalmente no era sino una, ¡piiiiip!, de rencores, venganzas y tufillos personales, aunque
Wolfe, para sacudirse con prontitud el agravio, decía que los tres sencillamente estaban “acobardados”, “asustados” de “una posible, o más bien inminente, nueva dirección en la literatura de finales del siglo XX”.Sí: Wolfe, según Wolfe, había inventado, oh, la nueva novela del siglo XXI. De ahí que Mailer, Updike e Irving se sintieron “acobardados” cuando leyeron su libro Todo un hombre, una novela, decía Wolfe, “intensamente realista, basada en la investigación, que se zambulle de lleno en la realidad social de Estados Unidos del presente, de hoy mismo; una revolución del contenido más que de la forma, que estaba a punto de apoderarse de las artes, una revolución que pronto haría que muchos artistas de prestigio, incluidos nuestros tres viejos novelistas, parecieran decadentes e irrelevantes”. El futuro de la novela (de la novela no estadounidense, sino de la novela en general, la novela universal) debe girar en torno a Estados Unidos, novelas reporteadas y detallistas. Wolfe ponía un ejemplo de lo que no se debía hacer. Para ello, sacrificaba un libro de uno de sus contendientes: Una mujer difícil (1996), de Irving, la cual habla de “una pareja de escritores neuróticos que parecían incapaces de salir de su casa de Bridgehampton, Long Island. A medida que iba pasando las páginas yo esperaba que tuvieran la bondad de salir, aunque sólo fuera una vez, aunque sólo fuera para dar un paseo por el pueblo; yo había estado allí, y no hay más que un par de calles que discurren junto a la autopista. En cierto punto de la narración, los
dos... ¡finalmente salen de la casa! ¡Suben al coche! Mientras pasan por un pueblecillo cercano llamado Sagaponack, un encantador y elegante refugio rural (también he estado allí), yo empiezo a rogar que se detengan, que por favor se estacionen junto a los SUV y a los sedanes alemanes para tomar un refresco en el bar de Sagg Main, o que echen un vistazo, sólo un vistazo, al poni de exposición de 125 mil dólares que está en los pastos de la Escuela de Equitación... que hagan algo, cualquier cosa, para demostrar que están conectados con el aquí y el ahora, que de verdad están donde el autor afirma que están, en Long Island, Estados Unidos. Mis ruegos son en vano: ellos continúan su camino, encerrados en su neurastenia, para desaparecer tras los muros de otra casa intemporal y abstracta”. Wolfe quiere que todos escriban como escribe él. Vaya paradójica y sutil lección de autoritarismo del maestro del “nuevo periodismo”. Quiere que se hagan novelas turísticamente descriptivas para engrandecer, aún más, a su querido Estados Unidos. ¿Esto quiere decir que Irving y Mailer y Updike carecen de talento?, le preguntó un periodista a Wolfe. —Lo único que digo —respondió— es que han echado a perder su carrera profesional al no involucrarse en la vida que los rodea, al volver la espalda al rico material de un país sorprendente en un momento fabuloso de su historia. En lugar de salir al mundo, en lugar de zambullirse, como yo, en el irresistible carnaval de la vida estadounidense actual, en el aquí y el ahora, en lugar de echar a andar con un grito de guerra dionisiaco, como habría dicho Nietzsche, y sumarse a la bulliciosa y chabacana verbena, plagada de lujuria, que vibra a su alrededor con el estentóreo sonido de un tambor amplificado con un altavoz de ocho canales, los viejos leones se replegaron, se escondieron, protegiéndose los ojos de la luz, y se refugiaron en temas como el pequeño hueco donde habitan (léase “el mundo literario”) o asuntos tan esotéricos como los presuntos pensamientos de Jesús
49 [y aquí se refiere Wolfe al libro de Mailer intitulado El evangelio según el Hijo]. Ahora, ¡Dios santo!, los novelistas tienen que apegarse a las normas wolfeanas de novelar si no quieren aparecer como narradores débiles, mostrencos y superficiales, al grado de que Wolfe prefería, en lugar de Updike, ¡a Carl Hiaasen, el autor del bestseleriano Strip Tease por el hecho de tratarse de “la excursión de un periodista por el sur de la Florida de fin de siglo”! El cine en lugar de la novela Por lo mismo, los jóvenes de hoy prefieren el cine a la novela. Porque, según Wolfe, “no son los novelistas sino los directores y productores cinematográficos los que se sienten atraídos por el chabacano carnaval de la vida estadounidense actual, por el aquí y el ahora en todas sus variedades”. Son los cineastas, y no los novelistas, “los que se muestran impacientes por sumergirse en la bulliciosa verbena a fin de verla con sus propios ojos. Son los directores y productores cinematográficos los que poseen las cualidades del reportero, la curiosidad, la vitalidad, la joie de vivre, el empuje, la energía para abordar cualquier tema, en su propio terreno, por lejano o ajeno a sus experiencias que sea. De hecho, en ocasiones su interés reside precisamente en que se trata de un tema ajeno a sus experiencias. En consecuencia, las películas han ocupado el lugar de las novelas para convertirse en el medio de narración naturalista por excelencia a finales del siglo XX”. Wolfe entendía por “naturalista” todo aquello que procediera, obviamente, de Estados Unidos. Todos aquellos filmes que se hacen en Estados Unidos sobre Estados Unidos. Y el ego wolfeano se acentuaba todavía más cuando hablaba de las películas basadas en sus libros. Porque si bien son los cineastas los poderosos narradores de hoy, no siempre, por supuesto, pueden descifrar con exactitud lo que está escrito en los grandes libros... como los de Tom Wolfe: “El cine es un medio condicionado por el tiempo y obligado a producir un flujo cons-
tante de imágenes. Se han hecho tres películas basadas en obras mías —decía, henchido de orgullo—, y en todos los casos me sorprendió ver cómo personas tan capaces se mostraban impotentes ante la necesidad de explicar... cualquier cosa... en mitad de aquel torrente vital, ya fuese la mecánica y la aerodinámica de un avión asistido por cohetes o los pormenores de la política racial en el Bronx. Cuando un espectador sale del cine diciendo: ‘La película no es tan buena como el libro’, casi siempre es porque ha fallado en tres puntos: no ha logrado introducirlo en la mente de los personajes, no ha logrado hacerle entender y sentir las presiones sociales que aparecen en la novela y no ha logrado explicar esos y otros asuntos complejos que el libro ha iluminado sin sacrificar ningún momento la acción o el suspenso”. Por eso nunca los cineastas van a poder filmar con sapiencia Ana Karenina, de Tolstoi, o ninguna novela de... de... sí, de Tom Wolfe. Todo este rollo para decir que la novela estadounidense se muere, “y no de obsolescencia, sino de ano-
rexia —sostenía Wolfe—. Necesita alimento. Necesita novelistas con un apetito voraz y una sed insaciable de Estados Unidos, tal como es ahora. Necesita escritores con la energía y el ímpetu para aproximarse al país de la misma manera que lo hacen los creadores de cine, es decir con una curiosidad feroz y el deseo imperioso de mezclarse con los doscientos setenta millones de almas que los rodean, para hablar con ellas y mirarlas a los ojos”. Estados Unidos es el centro del mundo y los novelistas tienen que entender que, si se quieren salir de su rusticidad, deben abordar en su literatura a Estados Unidos, que el resto del mundo lo agradecerá consumiendo dichos productos. El periodismo canalla y otros artículos se publicó un poco antes de los atentados del martes 11 de septiembre de 2001, acontecimiento que exhibió la vulnerabilidad del único país supuestamente invulnerable del mundo, según lo han remarcado, con vigor naturalista y desmedido, sus nacionalistas cineastas y sus, ¡ay!, novelistas patrioteros como... como... sí, Tom Wolfe.
Dibujo de Tom Wolfe. Todas las ilustraciones han sido tomadas del libro Tom Wolfe / En nuestro tiempo, Editorial Anagrama, 1980.
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La fauna
de Alarcรณn
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Transgresiones sonoras
Los 100 de Lenny y otras efemérides José David Cano
H
a transcurrido ya la mitad de año, y las novedades discográficas siguen cayendo sin cesar. Sin embargo, hagamos un alto en el camino; detengamos un momento la imparable máquina borratodo del presente —empeñada en vendernos novedosas banalidades—, para echar una mirada al pasado. Verán: durante 2018 el mundo musical tiene registrados diferentes aniversarios —entre conmemoraciones y celebraciones— en los que hay que poner nuestra atención. Me refiero a esas fechas redondas de la vida que son la excusa idónea para hablar y recordar a artistas que han dejado ya una estela indeleble (sobre todo en este último tramo de la historia). Hagamos un recuento rápido (y nada exhaustivo) para dar cuenta de estas efemérides. Aclaro: algunas ya han pasado, por supuesto; otras, en cambio, están a punto de llegar... Entre las conmemoraciones, el pasado 25 de marzo se cumplieron los 100 años de la muerte del gran Claude Debussy. También en marzo, el día 15, Francia y el mundo sonoro recordaron a Lili Boulanger —cuya vida y obra fueron breves— en el centenario de su fallecimiento. El próximo noviembre, asimismo, se conmemorará al italiano Gioachino Rossini, autor de obras célebres como El barbero de Sevilla y Guillermo Tell, a los 150 años de su partida. Entre las celebraciones, por otra parte, en 2018 están registrados dos bicentenarios de nacimiento: el del
francés Charles Gounod y el del italiano Stefano Golinelli —junio y octubre, respectivamente—; ambos están entre los compositores más importantes del siglo XIX. Sin embargo, la fiesta se sale de control con los diversos centenarios de nacimiento. En el mundo del jazz se celebran varios, empezando con tres grandes pianistas: Marian McPartland (20 de marzo), Hank Jones (31 de julio) y Jimmy Rowles (19 de agosto). La lista se alarga con las celebraciones de los tremendos trompetistas Howard McGhee (6 de marzo) y Gerald Wilson (4 de septiembre), los volcánicos contrabajistas Israel Cachao López (14 de septiembre) y Jimmy Blanton (5 de octubre), además del vibrante baterista Panama Francis (21 de diciembre). En el blues, por otra parte, cumple el siglo de nacimiento el poderoso pianista Professor Longhair (19 de diciembre), así como el cantante y genial guitarrista Elmore James (27 de enero). También han cumplido ya los 100 años de su natalicio uno de los más grandes compositores del tango: Mariano Mores (18 de febrero), y uno de los músicos más brillantes mexicanos: Juan García Esquivel (20 de enero). En el ámbito clásico, en este 2018 cumplirían 100 años de nacimiento dos extraordinarios violinistas: el italoestadounidense Ruggiero Ricci (24 de julio) y el polaco naturalizado mexicano Henryk Szeryng (22 de
septiembre); asimismo, el enorme compositor alemán Bernd Alois Zimmermann (20 de marzo), autor de obras tan poderosas como Los soldados o Réquiem por un joven poeta. Sin embargo, el centenario de nacimiento que más reflectores acapara es, sin duda, el del gran Leonard Bernstein, el cual se cumplirá el 25 de agosto. Y mejor advierto: el precopeo —es decir, el festejo— se inició desde el año pasado con el programa “Leonard Bernstein at 100”, definido por sus organizadores como “una celebración global de la vida y la carrera del gigante cultural del siglo XX”, con más de dos mil actividades en seis continentes durante dos años. Y no es para menos. Ecléctico, excéntrico y extrovertido, Bernstein era un músico absolutamente talentoso. Hasta su muerte, lo fue todo en la música: compositor, director de orquesta, pianista, pedagogo dedicado a difundir la música a través de sus libros o sus legendarios programas de televisión. En algún momento de 1978 —según una nota del Washington Post de ese año—, el propio Bernstein dejó en claro su sentir: “Soy un fanático de la música. No puedo vivir un solo día sin escuchar música, sin tocar música, sin estudiar música o sin reflexionar sobre ella... Y todo esto independientemente de mi actividad profesional como músico”. Hoy ya nadie lo pone en duda: conocido y amado por el mundo como Lenny, Bernstein dejó una profunda huella en la música del siglo XX, pero, también, para el siglo XXI y el futuro... (Un último detalle: las efemérides han sido la excusa perfecta para que las casas discográficas publiquen ediciones especiales o caja con obras completas para coleccionistas y nuevos oyentes. Algunas ya están en el mercado.)
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Centenario de Juan José Arreola
Los alumnos recuerdan al profesor Alejandro Alvarado
Estilista del lenguaje, gran cuentista y hombre fiel al refinamiento literario, Juan José Arreola (Jalisco, 1918-2001) es uno de los grandes escritores en la historia de las letras mexicanas, dedicado también a la práctica de la literatura oral.
L
legaba a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM envuelto en una capa negra o con un gorro cubriendo su cabeza. Cuando caminaba por los pasillos de inmediato se le reconocía. Destacaba su cabellera cana y rizada y su impecable manejo del idioma. Lector infatigable, jugador de ajedrez, maestro de jóvenes escritores a los que editaba en su editorial El Juglar, recorría las librerías de viejo en busca de un libro que le transmitiera grandes emociones.
José Agustín Me dijo en alguna ocasión José Agustín que si Arreola no obtuvo el reconocimiento que se merecía por su aportación a las letras mexicanas fue debido, en parte, al ego de Octavio Paz, quien le cerró las puertas dado que no aceptaba que otro escritor le hiciera sombra; y como Paz ejercía el control de la literatura mexicana, negó siempre a Juan José la entrada al reino de su monopolio. La belleza de la prosa de Arreola poseía el encanto de un río donde fluían las palabras formando imágenes en el agua. Paciente y artesanal, daba el tiempo suficiente a sus trabajos para que éstos se decantaran y maduraran, con la paciencia de un artesano del idioma que va puliendo el lenguaje e iluminando sus ideas. José Agustín lo reconoce como su maestro y editor: “Fue generosísimo conmigo, porque me publicó mi primera novela. Tuvo la generosidad de citarme durante un año en su casa, y ahí leíamos La tumba línea por línea. Me ayudaba a corregirla tomando en cuenta
mi estilo, no tratando de imponer sus puntos de vista. Yo creo que Juan Rulfo, José Revueltas y él son los tres grandes escritores del siglo XX en México”. José Emilio Pacheco José Emilio Pacheco evocó al maestro en su columna de la revista Proceso del 16 de septiembre de 2001 por su obra de teatro La hora de todos, en la que Arreola pronostica que un avión se estrellaría contra uno de los edificios más altos de Nueva York, aproximadamente medio siglo antes del atentado de Las Torres Gemelas. Lo relevante de la obra es que el personaje principal representa el Poder Económico Mundial ubicado en el edificio más grande del orbe de aquel tiempo. Y se adelanta a la lucha que ofrecerán a la globalización quienes se resisten a participar en ella. Beatriz Espejo Beatriz Espejo recuerda que asistiría al teatro con un muchacho muy guapo, pero vio anunciado que Juan José
Arreola ofrecería una conferencia en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras. Pese a que ese muchacho ya había comprado los boletos, “yo no quise sino escuchar la ponencia de Juan José. Lo que es el destino. Cuando entramos al foro ya había comenzado la conferencia. Arreola parecía un ángel caído del cielo que se arrancaba mechas del pelo, se colocaba detrás de nosotros y no sé qué más. Hablaba de Góngora. Yo era muy joven y no entendía la poesía gongorina, pero en medio de todo, sentada, empecé a reconocer que Juan José era un verdadero genio. Me dije: este es el maestro que he esperado toda la vida. Él impartía un taller literario en Río Volga (en la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México). Al terminar la conferencia hablé con él y me aceptó en su taller. Daba sus clases los miércoles a las siete de la noche. A esa hora se disparaban para allá todos los escritores que ahora son consagrados, como José Emilio Pacheco y José Agustín. Así comenzó esta relación tan importante
“Me dijo en alguna ocasión José Agustín que si Arreola no obtuvo el reconocimiento que se merecía por su aportación a las letras mexicanas fue debido, en parte, a la egolatría de Octavio Paz, quien le cerró las puertas dado que no aceptaba que otro escritor le hiciera sombra”
53 para mi formación que es, después de todo, una de las grandes experiencias de mi vida”. Gerardo de la Torre Gerardo de la Torre cuenta que cuando comenzó a probar su escritura se inscribió en el taller de Juan José Arreola; a quien tuvo como maestro en la escuela de teatro, en una clase en la que impartía verso; “y ahí lo conocí, supe que impartía un taller y me convertí en su alumno. En el taller ya estaba José Agustín, quien fue su alumno consentido; a mí, Arreola nunca me consintió. Yo aprendí en las clases que tomé con Juan José; él, a mí, no me tomó de la manita y me dio mi paletita de dulce para que aprendiera. Al maestro le reconozco y agradezco su geneJuan José Arreola. Foto de Kati Horna.
rosidad: no nos cobraba sus clases en el taller. Aprendí mucho de él escuchándolo expresarse; lo hacía con la misma soltura y elegancia con la que imprimía sus palabras en un texto. Nadie como él con ese cuidado con las palabras y con esa riqueza en el lenguaje. Le encantaba platicar cosas, detalles mínimos. Se vestía con su cuello de ganso y movía las manos y gesticulaba cuando estaba hablando”. Vicente Leñero Vicente Leñero lo rememoró también como su maestro y gran ajedrecista. Lo definió como “un hombre multifacético, muy interesado en todo lo que se podía interesar un escritor. Era un hombre de una memoria prodigiosa que se formó una cultura autodidacta.
Fue un actor de teatro natural, una persona muy generosa y un gran conversador”. Elsa Cross Elsa Cross reconoce que le debe a Arreola la decisión de escoger el camino de las letras: “Formó generaciones de escritores. Al maestro se le admira más que se le lee, probablemente por su personalidad deslumbrante, rica y generosa, la cual opacó el brillo de su trabajo literario. Yo creo que es de los mejores prosistas de México y que no se le ha estudiado como debiera. En su taller abría las puertas a cualquiera. Muchos escritores, ya formados, le daban a leer sus manuscritos; sabían que, de las manos de Arreola saldrían textos impecables”.
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El espíritu inútil
Todo el libro Pablo Fernández Christlieb
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ntiguamente los libros servían para pasar el invierno, para leerlos, para tener pocos, para formar vidas. Actualmente, los libros sirven para regalo, para escribirlos, para organizar presentaciones, para dividirlos en ideas sueltas y párrafos varios, pero no para leerlos. Porque leer un libro es todo el libro, y no pedacitos de cortar y pegar. La gente declara en las encuestas que lee en promedio 1.5 libros al año, pero esta cifra es producto del siguiente cálculo: un libro mide 342 páginas (1½, 513), y si alguien leyó cuatro primeros capítulos de libros que no siguió, un prólogo de otro, como 25 noticias de periódicos y equivalentes, tres artículos de revista, 76 pies de foto y unos 1639 textos de Twitter, esa suma, más o menos, da entre libro y libro y medio. Los libros no se han acabado; lo que se está acabando son sus lectores. La cultura no se salva escribiendo libros, sino leyéndolos, pero no porque la gente se vuelva erudita (eso sólo sirve para escribirlos), sino por algo más de fondo, porque leyendo se va llenando por dentro de las mejores maneras de ser de la sociedad en la que vive, de la larga historia de una civilización, del temperamento de una colectividad; porque lo que se lee no se aprende sino se absorbe, y la cultura anda por las venas y no sólo por las neuronas. Pero eso cuesta, y hasta duele: el verdadero significado del dicho de que la letra con sangre entra se refiere a que mientras checar mensajes en el celular es una especie de sobadita, leer libros enteros es un acto intravenoso; leer libros es leer, lo demás es deletrear; la cultura es en-
contrar el sentido del mundo, no sólo la diversión; no es vivir más feliz, pero sí vivir a sabiendas; y, además, quien lee va a tener menos tiempo de ir a molestar al vecino: no va a saber más, pero sí se volverá mejor persona, más interesante, se aburrirá menos, tolerará más a los demás excepto cuando lo interrumpan, y votará mejor en las próximas elecciones. Empezar a leer un libro es medio asfixiante; como que la cosa le es repelente y además habla de lo que a uno ni remotamente le importa (aunque la repelencia ha de ser mutua, porque seguro que el libro siente que ahí viene otro tarado a hojearlo), y por lo común ahí acaba el intento. Porque para meterse dentro del libro hay que aguantar la respiración, algo que se puede hacer por ratitos cortos, como de 140 caracteres, pero leer libros es persistir a pesar del ahogo, hasta que uno empiece a sentir que sabe respirar bajo el agua, que es cuando, en una de ésas, a media lectura, comienza a percibirse cierto tono, como que hay un ritmo que no está en ninguna parte más que entre los renglones, como si todo lo que está escrito trajera un sonsonete, un acompañamiento, un estribillo, en el que uno se envuelve, como coro, como eco, y con el cual se va acompasando, ciertamente acompañando siguiéndolo, y para sorpresa propia inesperada, la cosa empieza a no ser difícil y sí ser fácil, como si a uno le hubieran salido branquias, como si al agarrarle el paso a las páginas se siguiera de corridito. Cuando uno comienza a decir frases con el mismo estilo, a hablar como libro, es que ya está como pez en el agua: uno va leyendo El Cid y empieza a pensar frases en español antiguo. Cuando uno empieza a pensar en endecasílabos es que está leyendo La divina comedia.
Y una vez que uno ha logrado adentrarse con tanto esfuerzo y ya va como en la página cien, no va a tirar tamaño trabajo, y ya está decidido a que no saldrá de ahí más que por la última página, aunque cueste y aunque duela. Y entonces aparecerá algo más en el fondo del libro, a saber —como lo llamó Juan Domingo Argüelles—: el carácter épico de la vida; o sea, que uno se cansa, pero le sigue, descansa tantito, pero le sigue; es decir, aparece la sensación de que el libro que tiene enfrente es una tarea, larga y pesada, que no obstante debe ser atravesada, cumplida (como la del Cid o la de Dante), ya que hay algo en ella que hace que no se pueda rechazar ni renunciar ni abandonar ni rajarse ni rendirse ni claudicar ni tirar la toalla, como si la labor de leer el libro se convirtiera en la labor de uno mismo, como si uno mismo se fuera construyendo a medida que va leyendo, como si la lectura lo hiciera a uno a medida que uno hace la lectura. El carácter épico que tiene el libro es que la manera en que se lee recuerda —tiene la misma forma— que la manera en que se vive: como algo que hay que cumplir y completar aunque a veces sea irrespirable. No es lo que diga el libro, sino el hecho de estar uno ahí adentro, porque el sentido del libro y la vida es el acto mismo de leer y de vivirla. Por este asunto de tenacidad mental, de persistencia laboriosa del ánimo, alguna investigación científica por ahí concluyó que leer libros (no artículos, no resúmenes, no aforismos) alarga la vida, un 17 por ciento. Pero después de haber leído cualquiera ya está en condición de preguntarse para qué quiere alargar la vida 17 por ciento, y parece que ahí mismo viene la respuesta: para seguir leyendo, porque ya le gustó.
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En el ciclo neoyorquino
Promesas del jazz Alberto Zuckermann
A
lo largo de un lustro hemos tenido, los amantes del jazz, la oportunidad de conocer a algunas de las promesas de la escena actual del jazz norteamericano. El ciclo “New York Jazz”, que se celebra en el Centro Cultural Roberto Cantoral de nuestra ciudad capital y en algunos recintos de varias ciudades del país, como Guadalajara y Cuernavaca, ha venido a ser uno de los pocos escaparates para enterarnos de quiénes están tomando el relevo en esta música en el influyente medio neoyorquino, hoy en día la meca del jazz todavía. Así hemos podido conocer a figuras emergentes como la pianista Helen Sung, de elaboradas composiciones en tiempos compuestos, o a la saxofonista Sharel Cassity, de agradables sonoridades en las que com-
bina su formación clásica con el jazz de la corriente principal, o al sólido baterista Ulysses Owens, quien busca poner su instrumento en el centro del diálogo musical, como lo hacía Art Blakey. En este 2018 la programación ya va a la mitad, ha tenido un buen arranque sobre todo con dos músicos que en su instrumento están alcanzando niveles excepcionales. El primero de ellos es el joven pianista Christian Sands con su trío. Recuerdo que el día que se presentó en la sala Cantoral estaba la alternativa de verlo a él o asistir al Auditorio Nacional para volver a escuchar a la cantante y pianista Diana Krall. Opté por lo primero. Creo que tomé la mejor decisión. Sands resultó todo un descubrimiento. Confieso que no lo había
escuchado nunca, con todo y que ya ha grabado con el gran contrabajista Christian McBride con el que colabora en su grupo. Sands mostró desde el inicio un sentido rítmico impresionante y un manejo armónico bastante sólido. Cuando abordó el retador y poco conocido tema “Bolivia”, del ya fallecido pianista Cedar Walton, comprobé que sus recursos y sensibilidad son sobresalientes. Este pianista, de 29 años, exhibió que maneja con soltura los ritmos afrocubanos, seguramente producto de su experiencia con el grupo Los Hombres Calientes, así como el blues y el jazz de la corriente principal. Una de sus influencias más notorias es la de Chick Corea, pianista del que interpretó uno de sus temas con abundante energía y profundidad. En la mayoría de lo que tocó lució ricas texturas y un vuelo melódico abundante y hasta cierto punto original. Entró poco en los terrenos baládicos, ya que no parece tener mucha inclinación por ello. El segundo de ellos es el trompetista Bruce Harris, quien se presentó en cuarteto con una sólida sección rítmica, en la que sobresalió el contrabajista francés Clovis
Nicholas, actualmente establecido en Nueva York. Harris mostró un amplio conocimiento de la tradición y legado de algunos grandes trompetistas como el no tan bien apreciado y recordado Kenny Dorham, al que el propio Harris señaló como su mayor ídolo. Con sonido depurado y brillantez técnica tocó un par de temas poco conocidos de su referido ídolo, como “Una más” acercándonos así a la obra de ese trom-petista poco divulgado. También abordó algunos temas del repertorio clásico y un par de obras propias. Harris, a diferencia de muchos otros jóvenes trompetistas, no muestra tener la influencia o la sombra de Miles Davis, lo cual es de agradecer. Su logrado y recio sonido viene de más atrás. En la segunda mitad de este ciclo aparecerán algunas cantantes como la emergente Shenel Johns (20 de octubre), de la que se dicen buenas cosas. Cerrará la programación el ya veterano y gran baterista Billy Hart el sábado 24 de noviembre, que regresa a este escenario después de su presentación del año pasado formando parte del grupo The Cookers. Ahora lo hará al frente de un cuarteto con músicos jóvenes.
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Arreola: un caballero en el autobús
“La palabra es un medio de ocultación”
Víctor Roura
Nacido en Zapotlán el Grande el 21 de septiembre de hace exactamente cien años, Juan José Arreola falleció en Guadalajara, a los 83 años, el 3 de diciembre de 2001. Fue maestro de una veintena de escritores consagrados. Se rumora que fue él, junto con Alí Chumacero, el que corrigió enteramente los estilos de los dos libros de Rulfo. Se dice de Arreola una y mil prodigiosas cosas…
E
l 30 de agosto de 1952 salía de la imprenta Confabulario, el segundo de los cinco libros fundamentales (los otros son, en orden de aparición, Varia invención, 1949; La feria, 1953; Bestiario, 1959, y Palindroma, 1971) de Juan José Arreola, que en una edición posterior, con agregados y supresiones, dejaría con un total de veintiocho relatos, ocho más de los originalmente publicados. Confabulario estuvo bajo el cuidado de Augusto Monterroso y Antonio Alatorre, que entonces trabajaban para el Fondo de Cultura Económica, la editorial que, en su colección Letras Mexicanas, lo diera a conocer, misma que, en el quincuagésimo aniversario (en 2002) de la primera edición, lo reimprimiera en dos presentaciones: de lujo (empastado en tela) y normal (en cartón). La narrativa Confabulario incluye “Una reputación”, que ya hubiese deseado haber escrito cualquier autor en busca de respeto en el medio literario: “La cortesía no es mi fuerte —narra Arreola—. En los camiones suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, sin darme cuenta, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador. La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí
con la esperanza de que viajaríamos tranquilamente, sin desazón alguna”. Pero ese día, de manera misteriosa, le estaba especialmente destinado al protagonista de dicho cuento. Porque, al rato, subió al camión otra mujer, “sin alas aparentes”, y era una buena ocasión para poner, de una vez por todas, las cosas en su sitio, pero el hombre no supo aprovecharla. “Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento”. Esa segunda vez ya no fueron dos ni tres las personas que aprobaron, sonrientes, la insólita cortesía del ciudadano: “Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: ‘He aquí un caballero’. Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí”. Dos calles adelante bajó del autobús una persona, y, desde el otro extremo del camión, una señora designó al caballero para ocupar el asiento vacío. “Lo hizo sólo con una mirada —nos cuenta Arreola—, pero tan imperiosa que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camión con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de
honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa”. Sin embargo, las proezas de ese día no habían acabado: “Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible, la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías”. Los compromisos del lucido caballero para con el pasaje habían aumentado de modo decisivo. Todos esperaban de él ya cualquier cosa: “Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna
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“Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los camiones, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él” dama, cosa nada rara en los camiones, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama”. Cabe decir, porque Arreola no lo aclara, que Pierre Terrail, señor de Bayard (1476-1524), era un noble francés mejor conocido como “el caballero sin miedo y sin tacha”. Al servicio de Carlos VIII de Francia, según apuntan los diccionarios, “se distinguió en la campaña de Italia contra Ludovico el Moro y luchó contra el Gran Capitán en Canosa y Garellano. Murió en una acción bélica al intentar recuperar Milán”. Se dice que no ha habido otro caballero de su altura, cortés y dispuesto a la gentileza, educado y presto a ayudar al otro. Así, pues, nuestro protagonista es el nuevo Bayardo de la urbe, crecido ya en su amabilidad. “En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme —prosigue el narrador—. Divisé mi casa como una tierra prometida, pero no descendí. Incapaz de moverme, la arrancada del camión me dio una idea de lo que debe de ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo contaba seguramente con la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo en cambio de
mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme en el camión y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo”. El caballero, entonces, decidió actuar hasta la ulterior consecuencia. El protector no podía, nada más porque sí, abandonar a sus protegidos. Poco a poco, las señoras fueron bajando a sus esquinas respectivas, mirando con un gesto de simpatía a su salvador. “La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón como un remordimiento”. Y ya, en una esquina desolada, “casi montaraz, sin pompa ni ceremonia”, el nuevo Bayardo se aprestó a retirarse del campo de batalla: “En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el camión se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró —dice el protagonista, henchido de orgullo— mi reputación de caballero”. La poesía Para ser poeta, decía Juan José Arreola, “hay que ser dueño de las palabras. Que éstas obedezcan a nuestro dictamen, como si obedecieran la música de un caramillo y acudieran como abejas volando en escuadrones de luz”. Para Arreola, construir un poema era una cosa muy sencilla: bastaba con poner, según acotaba, una palabra junto a otra,
y que las palabras dijeran más de lo que representaban, o de lo que ellas quisieran decir aisladamente. Muy sencillo. Pero, pese a su propia teoría, Arreola no fue nunca un edificador de poemas, sino, acaso, un mago del verbo, un equilibrista de la oralidad. “La palabra es un medio de ocultación —subrayaba—; más que manifiesta, oculta la idea. Uno de los grandes méritos de la poesía es encarecerla. El poema es una cárcel de palabras donde está una idea firme y positiva; pero la idea no está realmente, ni la vivencia ni la sensación ni el sentimiento. El poema nos da la forma del cautivo inexistente, porque sentimos la ausencia de lo que el poeta quería darnos. La palabra es el elemento físico que acota el terreno donde se supone que está la presa. El poema nos da la sensación en un hueco formal que nosotros colmamos”. En el libro póstumo Breviario alfabético (Joaquín Mortiz / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002), compilado y seleccionado por Javier García-Galiano, se congregan más de medio millar de definiciones que Juan José Arreola guardaba para sí en su oratoria personal y que, a lo largo de su vida, fue, con fortuna, documentada en una breve pero suculenta bibliografía, de la cual García-Galiano extrajo (recortando los textos de Arreola de aquí y de allá para armarlos de nuevo) los que él consideró que pasaban a formar parte del diccionario básico del autor jalisciense. Es sabido que Arreola, dicharachero sin fin que lo hacía a veces caer, de modo involuntario, en su propia parodia, tenía una opinión para todo que, incluso (sobre todo en su última temporada en Televisa), lograba convertirse a sí mismo en un remedo del charlista sin remedio: en una ocasión invitó a Borges en la televisión pero no lo dejó hablar porque, simplemente, Arreola jamás soltó el micrófono. Conversador implacable, tejedor de oraciones, era capaz de inventar un tema hasta de lo que desconocía. A veces (y ésa no es sino la azarosa suerte del prestidigitador verbal) era bastante desafortunado: “La poesía es una droga que nos devuelve la sensualidad”. Pero dichos conceptos son, sí, los menos. “Me opongo a la declaración de que la poesía es un sueño dirigido —decía—. Si uno lo dirige, el sueño pierde su calidad lírica más auténtica, pier-
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“Creo que toda palabra escrita debe ser esencial. Las habladas suelen ser palabrería, como las hojas que el viento mueve. Son aire y al aire se van” de la rosa, finalmente abierta y a punto de deshojarse. El poeta debe dar la rosa en botón y a veces sólo sembrar, desarrollar en nuestro espíritu las formas que él apenas intuye y que no quiere realizar inteligentemente hasta sus últimas consecuencias, para no deshojar la rosa”. Y a pesar de que no era poeta, Arreola sabía concebir la ilusoria figura de la poesía pura, la cual “sería como un alcaloide completamente soluble en el aire. Sería como el gas, como la gasolina de cien octanos si la hubiera. Se pone una gota y se evapora. Por eso se tiene que rebajar. El alcohol absoluto de cien grados debe tenerse herméticamente tapado. Si no se suelda el ámpula al retirar ese alcohol del alambique, se va. La mejor poesía que existe es de noventa y seis grados. La absoluta sería de cien, pero en cuanto entra en conFoto de Alejandro Zenker.
tacto con el lenguaje, baja. Yo he destilado toneladas de mosto sentimental y cultural para sacar unas leves esencias, quintarlas, hacer quintaesencias”. Y como no tenía freno en su alud verbal, era lógico que consecuentemente se contradijera. “Creo que toda palabra escrita debe ser esencial —apuntó en su Inventario—. Las habladas suelen ser palabrería, como las hojas que el viento mueve. Son aire y al aire se van”. Pero Arreola, y él mismo lo sabía, era un experto en las palabras habladas: ¿esto significa que a sí mismo se reconocía como un palabrero, un palabrista, un irredento vocinglero? Esos son los riesgos, después de todo, del amador de la palabra, y Arreola era, ni dudarlo, un adorador del lenguaje: “La palabra original es una etiqueta —decía—, una ficha significante que menciona un objeto o una acción, pero después viene
la maravilla del lenguaje que se va haciendo más impreciso, las palabras se van enriqueciendo de sentido: se va creando una ambigüedad que nace de la contigüidad, a tal grado que toda frase significa más cuando está bien hecha y ordenada, significa mucho más que la suma de los elementos significantes de cada palabra. La poesía y la buena prosa son poéticas cuando reproducen un movimiento interior. Me gusta pensar en el lenguaje como un elemento conductor que transmite altas tensiones espirituales”. Y era irrefutable, también: “No hay frase de nadie que no tenga mil antecedentes. Con sólo tres o cuatro frases el lenguaje se muestra sucesivo en sí mismo, en la persona que lo habla, en el tiempo, y es también sucesivo porque lo vamos heredando y repitiendo, aunque sus fórmulas parezcan verdaderas novedades”. Para todo tenía Arreola una disquisición. De la piñata, por ejemplo: “Como buen psiquiatra, un amigo mío ha explicado este afán mexicano de romper vasijas de barro llenas de fruta y previamente engalanadas con perifollos de papel de China y oropeles, de la siguiente manera: un rito de fertilidad que contradice la melancolía de diciembre. La piñata es un vientre repleto: los nueve días festivos corresponden a otros tantos meses de embarazo; el palo agresor es un odioso símbolo sexual; la venda en los ojos, la ceguera del amor… etcétera”. Y Perogrullo, decía, era “el mejor de los filósofos porque sólo afirma lo que salta a la vista: la perogrullada es la única forma comprobable de la filosofía, se ha convertido en perogrullada a fuerza de ser real”. La entrada más diversa pertenece a la letra m, y la palabra más abordada quizás sea, obviamente, “mujer”: “Cada vez que una mujer se acerca turbada y definitiva, mi cuerpo se estremece de gozo y mi alma se magnifica de horror —escribió en su Bestiario—. Las veo abrirse y cerrarse. Rosas inermes o flores carniceras, en sus pétalos funcionan goznes de captura: párpados tiernos, suavemente aceitados de narcótico”. La mujer, finalmente, “es la trampa de la carne que está hecha para capturar al espíritu: incluso tiene de trampa el ser oquedad, agujero donde uno se mete o cae fatalmente”. Arreola, como [casi] todos los hombres, cayó gozosa y fatalmente en dichos precipicios.
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Fragmentario El sello de la libélula
Respetar el honor es el don más alto Kyra Galván
“El principio y el final” se intitula el comienzo de la novela El sello de la libélula. (Vergara, 2017) de la poeta mexicana Kyra Galván, quien nos ha cedido generosamente la reproducción de este pequeño fragmento para que nos adentremos, brevemente, en su interioridad literaria.
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engo el ombligo atado a una memoria. A una promesa hecha en otro tiempo. Un guiri, que es una obligación que no se deshace ni con la muerte. Hay que cumplirla, aunque sea en otra vida, en otro siglo y con otro cuerpo. A pesar de que durante mucho tiempo permanezcas ignorante al compromiso, llega el momento de honrar las promesas hechas con el corazón. A costa de lo que sea. Respetar el honor es el don más alto al que se pueda aspirar, lo más apreciado por los dioses que nos observan desde su morada. Debo decir que este concepto sobre el honor como inestimable virtud lo aprendí de una manera extraña cuando viví en Japón. Su significado me fue enseñado por un maestro inesperado y por sombras atormentadas provenientes del pasado, que clamaban exigentes el cumplimiento de juramentos proferidos en otro tiempo. Empezaré a narrar esta historia por el principio; o no, lo mejor será comenzar por el final, es decir por el último día que pasé en el país del imperio del sol naciente, y que, de una manera u otra, cerró el ciclo de muerte y renacimiento de aquella aventura. Me arriesgo impulsivamente a contarles acerca del día que tomé un taxi rumbo al aeropuerto de Narita. Era un 28 de diciembre de 1989, día de los Ino-
centes, cómo olvidarlo. Era un típico día de invierno en el hemisferio boreal, época en que la luz es radiante, pero fría a la vez, y viene asociada con ese tinte ocre tan especial que va otorgándoles definición precisa a los objetos y cierta luminosidad cálida a las personas. Durante la hora y media que se prolongó el plácido trayecto en el coche de alquiler que nos llevó desde el hotel Imperial en el centro de Tokio al aeropuerto internacional, lloré sin parar. Lloré como si mis lágrimas ambicionaran abrir un nuevo cauce en el río Sumida. Como si ellas hubieran personificado cada uno de mis incansables esfuerzos por vivir, hasta ese preciso momento, en el mundo inalcanzable del Lejano Oriente, tan apartado de nuestra realidad. Sollocé perlas iridiscentes recién salidas del mar y las fui dejando como migajas de pan para que algún día constataran mi paso por aquellas tierras, pero regadas también con el objetivo expreso de poderlas recoger años después, como un hilo conductor que serviría para descifrar el laberinto de mi vida. Ese día mi alma le reveló a mi cuerpo una verdad absoluta, una certeza de exactitud extraordinaria que se traducía en una premonición contundente: nunca más habría de regresar a esa bullente ciudad.
Ese presentimiento, preciso y acuciante, se me clavaba en el pecho como un estilete envenenado y, contra todos los pronósticos, me provocaba una tristeza infinita, un dolor inexplicable, que se extendía por mis brazos y piernas y me anudaba el estómago con el pañuelo lánguido de la impotencia y, a la vez, con lo implacable de lo que es definitivo. Era el dolor que las plantas sienten cuando se les arranca de tajo y de raíz. Cuántas debieron de haber sido las ramificaciones que yo había echado en esas tierras, llamadas desde la antigüedad Akitsu Shima o Isla de la Libélula. Fibras que se extendieron en la profundidad y en el misterio de ese reino que turbó mi alma y del que evidentemente me conmovía tanto separarme. Pero tal parecía que la vida sólo me hubiera permitido una rebanada, jugosa pero breve, de esa cultura milenaria. Un pedazo y ni una partícula más. Un lujo y un privilegio ofrecido sólo a unos cuantos, lo sabía. No podía quejarme, lo agradecía profundamente. Una deuda pagada, un capítulo terminado, pero no borrado. Algún día, lo sabía bien, sin tener la certeza de cuándo, habría de escribir una crónica de esos acontecimientos que se estrechaban en el tiempo, más de lo que cualquiera se pudiera imaginar.
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“Éramos criaturas incomprensibles nosotros los occidentales, para ellos, los orientales. Es difícil saber qué siente un oriental en el fondo, de a de veras, porque con frecuencia no son del todo sinceros, y la mayoría de las veces están educados para esconder y suprimir sus verdaderos sentimientos. Y a nosotros, occidentales, nos cuesta arduo trabajo leer sus rostros inmutables, sus reacciones inesperadas, su mentalidad cuadrada, que no por eso, a veces, prodigiosa” Sobra decir que, en aquel momento de despedida, mi marido se sentía perdido ante mis emociones explosivas e incontroladas, y mi pequeña hija se encontraba acurrucada a mi lado y tan callada como un ratoncito de biblioteca. Supongo que el chofer del taxi estaba más sorprendido que molesto por mi llanto, y quizá, en algún nivel de su alma, hasta conmovido. No se atrevió a articular palabra alguna en todo el trayecto. Condujo con suavidad, como solían hacerlo los experimentados conductores nipones de coches de alquiler, mientras acariciaba seductoramente el volante de su auto Nissan con sus blanquísimos e inmaculados guantes de algodón. Mis sollozos inquebrantables, con toda seguridad, eran una cosa más de las muchas que debieron haberle sucedido llevando o trayendo a extranjeros como nosotros, o gaiyines, como ellos nos llaman y que significa, “persona de afuera”. Persona ajena. Difícilmente creo que alguien más hubiera berreado como lo hice yo aquella mañana. Supongo que lloraba mi propia muerte para Japón, mis recuerdos, mis esfuerzos heroicos que me ayudaron a sobrevivir en un mundo extraño y dificilísimo para fuereños, también, por supuesto, el dejar atrás, y quizá para siempre, la existencia de incomprensibles ataduras en ese lugar de maravillas. Un karma saldado al que duele también dejar. Éramos —no cabía la menor duda— criaturas incomprensibles nosotros los
occidentales, para ellos, los orientales. Es difícil saber qué siente un oriental en el fondo, de a de veras, porque con frecuencia no son del todo sinceros, y la mayoría de las veces están educados para esconder y suprimir sus verdaderos sentimientos. Y a nosotros, occidentales, nos cuesta arduo trabajo leer sus rostros inmutables, sus reacciones inesperadas, su mentalidad cuadrada, que no por eso, a veces, prodigiosa. Explicar, sin embargo, la desazón que retorcía mi alma era difícil hasta para mí misma. La estancia en ese país lejanísimo a México había hecho honor, en cierto modo, al título del libro del poeta francés, Artur Rimbaud, Temporada en el infierno. Había sido hasta entonces la experiencia más dura a la que me había enfrentado en mi vida. Porque no es fácil oponerse a Japón, ya que unírsele era casi imposible. Podía ser interesante, chistoso, extraño, pero nunca sencillo. Sin embargo, justo porque había significado el reto más difícil, también se alzaba como lo más preciado, lo más adorado, lo que más dolía abandonar. Lo que más trabajo nos cuesta adquirir es, invariablemente, lo más difícil de soltar. Una carencia, una pérdida irreparable se cernía sobre mi corazón esa mañana de diciembre. Había llegado a Tokio en el mes de octubre del año anterior y recordaba claramente la visión de unos crisantemos dorados de tamaño extraordinario —flor de otoño— que había admirado en una exposición en
el parque de Hibiya, y lo tomé como un símbolo de bienvenida a ese país, considerado la región imperial de los crisantemos. Pero para este día en especial no había crisantemos de ningún tipo para despedirme, ni imperiales ni plebeyos, ni arreglos florales zen, ni existía aún flor alguna sobre el planeta que hubiera brotado para alegrar o apaciguar la quebrazón de mi espíritu. Japón en general, pero la ciudad de Tokio en especial, habían significado para mí tantas cosas en tan poco tiempo que era difícil acabar de digerir la experiencia. Aún más, mi estancia en ese lugar me había hecho replantearme, a una profundidad vital, mi filosofía de la vida, mis ideas, mis conceptos, y mis percepciones más básicas a tal grado que me había convertido en un ser antes y otro después de Japón. Como si en mi vida se hubiera dibujado una línea imaginaria en el horizonte, un eje cartesiano de números positivos y negativos, donde Japón era el cero, el presente, el punto de partida y la disyuntiva. A la izquierda del cero, los números negativos representaban mi pasado, que había transcurrido, con sus altas y sus bajas, de manera más o menos ordinaria, y los números positivos, que encarnaban mi futuro, prometían, después de esa experiencia demoledora, ser mucho menos ordinarios que el pasado. Antes de Japón y después de Japón se establecían como marcas de una línea divisoria en mi existencia, tal y como las conocidas expresiones antes de Cristo y después de Cristo, en la historia de la humanidad. Japón me había cuestionado a mí misma y a mis creencias hasta la médula. No sé si todos los occidentales que visitan ese país tienen la misma reacción, pero yo había tenido que reconocerme, por primera vez, en mi profunda occidentalídad. Esta característica había vivido dentro de mí totalmente igno rada hasta que no la confronté con lo que significaba la orientalidad. La experiencia había retorcido mis huesos como si hubieran sido de cera, había exprimido mi cerebro como a un trapo viejo al que se le retuerce para sacarle la mugre y luego se le enjuaga con agua limpia y lejía para usarlo de nuevo. La vivencia fue tan brutal que había tenido que preguntar a mis ojos si no mentían, si la percepción de la realidad era mental, visual o táctil. Había sacudi-
61 do mi sentido de la estética como al Foto de Alejandro Zenker. cuello de un ganso que está a punto de ser asesinado. Me había sumergido en el sentido del zen en cada movimiento, me había hecho consciente del espacio o de la falta de él, pero lo más dramático del proceso había sido el convertirme en una analfabeta de un día para otro. La experiencia me había hecho sentir en carne propia la humildad. La humildad que sienten nuestros indígenas y nuestros mexicanos pobres ante la arrogancia de la cultura blanca o de la clase dominante. Ésa que los clasemedieros mestizos pretendemos desconocer, desdeñar. Pero que nos aferramos a ella más por sobrevivencia que por pertenencia genuina. Eso, y más, estaba a punto de dejar para siempre en el momen to en que me subiera al avión que me estaba destinado —metálico e impersonal— y que habría de conducirme de nuevo hacia la occidentalidad. Me depositaría otra vez en la cómoda familiaridad de los caracteres occidentales, de los idiomas con raíces latinas y sajonas. Me devolvería a las civilizaciones de hom- bres y mujeres de narices y ojos grandes, características físicas que a los japoneses tanto les sorprenden. A las culturas que, sin saberlo quizá, veneran las peripecias de los helenos, esas tribus medio salvajes que, sin embargo, construyeron la llamada “civilización” basada en sus costumbres y creencias, en sus leyendas y sus mitos, en su estética y en una lengua que habría de convertirse en la raíz de muchas otras. A un mundo que se mide y se extiende a la izquierda de las coordenadas geográficas del archipiélago helénico. A un lugar donde, sin duda, me iba a sentir a gusto, pero que definitivamente no me cuestionaría, ni me retaría de la manera en que lo había hecho Tokio. El Tokio y el Kioto donde se desarrollaron los sucesos que habían transformado mi existencia y en donde se había operado una transfiguración en mi espíritu. El día que dejé Tokio para siempre, morí una parte de mi muerte.
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Un siglo de Guadalupe Amor
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“ Por qué el mundo, en mi destino, pretende ser justiciero?” Rubén Martínez Cisneros
El pasado 30 de mayo Guadalupe Amor cumplió cien años en la memoria literaria. Pita Amor vivió 81 años, murió el 8 de mayo de 2000 en la misma Ciudad de México que la viera nacer. Raíz de vanidad ací en el siglo, en todo y por todo; claro que, siendo mujer, no voy a precisar en qué año. En la Ciudad de México, en el seno de una de esas familias profundamente católicas, de vieja tradición y que llaman entre nosotros familias de aristócratas”, escribió Guadalupe Amor en el texto “Confidencia de la autora”,
“N
Pita Amor.
publicado en su libro Poesías completas bajo del sello de la editorial Aguilar en 1951. Conocida como Pita Amor, habría cumplido este 30 de mayo un centenario de vida, “Soy de raza criolla; con ascendencia española, alemana y francesa. La menor de siete hermanas. De las mujeres, la más vanidosa y la más bonita”.
Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein nació en la Ciudad de México el 30 de mayo de 1918. Hija de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein, fue la menor de seis mujeres y un hermano. “El recuerdo más lejano que creo tener de mi ser, quedó plasmado en una fotografía. A la edad de tres años me retrataron completamente desnuda, recostada en una jardinera de violetas. Tal vez fue eso lo que ahora llaman un traumatismo, y, seguramente, de ese hecho nació mi afición a los espejos, a mis retratos, en una palabra: a mi narcisismo, raíz de vanidad”. Elena Poniatowska, sobrina de la autora de Yo soy mi casa, escribió el 22 de marzo pasado en La Jornada: “Desde muy pequeña, Pita fue la consentida, la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una criatura tan linda que Carmen Amor la fotografió desnuda. A Pita le fascinó contemplarse a sí misma y posiblemente ahí se encuentre el origen de su narcisismo”. “Me bautizaron con los nombres de Guadalupe Teresa. El uno, mexicanísimo; el otro, no puede ser más español. Como ninguno de los nombres me sentaba, siempre me llamaban Pita. Voz que coincide a la perfección con mi cuidada superficie”, escribe la autora de Fugas de negros. Y agrega: “Casi había olvidado mi verdadero nombre, hasta que descubrí mi verdadera vocación. Mi poesía, más real que yo misma, está escrita por Guadalupe Amor”.
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La poesía de Guadalupe Amor es el retrato fiel de una criatura de pasión y de ideas, consumida por los conflictos interiores que han sido comunes al hombre de todos los tiempos: Margarita Michelena Si el amor no lo he cantado, ¿será porque lo he vivido? Si el dolor lo he pregonado, ¿será porque va conmigo? Desamparado terror a la muerte Guadalupe Amor estudió en colegios católicos de la Ciudad de México: el Colegio Libelula (como ella misma escribía sin acento). “Gabriela era la directora, y siempre comenzaba con la lección de catecismo. Allí aprendí desde el Padrenuestro hasta el Yo Pecador”, escribe en su libro Yo soy mi casa, publicado en 1957. También estudió en el de las Damas del Sagrado Corazón de Jesús, del cual recuerda que “ese lugar era para mí una verdadera cárcel”. Heriberto García Rivas, en su Historia de la literatura mexicana, señala que “su inquietud artística la llevó al teatro y al cine”. Se hizo actriz dramática y tuvo varios éxitos, entre ellos su actuación en La esposa constante. Dejó el teatro a instancias de su madre, no sin hacer una incursión no muy venturosa en el cine en la película Cadetes de la Naval. Después de que la fama le llegó, súbitamente, como poetisa, desde la aparición de su primer libro, durante un año actuó en la radioemisora XEW como declamadora de sus propios poemas y los ajenos; también actuó en 1951 en el Canal 4, en el programa ¿Quién soy yo? Por su parte, el escritor Antonio Castro Leal escribe acerca de Guadalupe Amor: “Poetisa que razona los problemas de la vida y la muerte, imperturbable ante el misterio, inmune a los furores del alma. Con una frialdad cerebral y un estilo neto que rechaza toda hojarasca retórica va conjugando y contraponiendo los términos de esos problemas, en cadena de proposiciones cuyo nexo y estructura subrayan más todavía los metros que generalmente utiliza (la décima y el soneto)”. Más aún, escribe Castro Leal en su ensayo “La poesía mexicana moderna”:
“No hay duda que la sorda combustión en que vive su espíritu acabará por encenderse en las lenguas frenéticas de la llama”. “Aunque escrita siempre en primera persona, la poesía de Guadalupe Amor no acaba en el deleznable acaecer biográfico, sino en el relato estremecido de los sucesos superiores del ser”, apunta Margarita Michelena en el prólogo de Poesías completas (editorial Aguilar). Michelena agrega: “Es, pues, poesía de carácter universal, y aquí el poeta es siempre intenso, vigilante y fiel protagonista del drama espiritual del hombre, de su nostalgia del origen, de su desamparado terror frente a la muerte, de la espantosa necesidad de Dios”. Ven disfrazado de amor, de silencio, de quietud, de ternura, de virtud, pero aprovecha mi ardor. A este fuego abrazador Que en mi corazón llamea. Dale un motivo que sea como eterno combustible, ¡Dios, vuélvete ya visible! ¿Qué pierdes con que te vea? La desnudez “Un buen día se me ocurrió —narra Pita Amor— escribir unos versos. No tuve más público que una de mis hermanas, a la que le dije que eran de don Enrique González Martínez. Ella me contestó que le habían gustado”. La también poeta Margarita Michelena afirma que “ante los poemas de Guadalupe Amor tenemos que reconocer el hallazgo de un raro acontecimiento estético: la confluencia exacta, la coincidencia perfecta del fondo y de la forma… incurrir en culpa de superficialidad el reprochar a Guadalupe Amor su preferencia por las formas estrictas (tan explotadas, pero en realidad tan exigentes) del soneto a la décima… La poesía de Guadalupe Amor
es el retrato fiel de una criatura de pasión y de ideas, consumida por los conflictos interiores que han sido comunes al hombre de todos los tiempos”. Por su parte, la periodista Elvira García recuerda lo dicho por el escritor Héctor Azar: “Guadalupe Amor ocupa el lugar de un poeta mayor y sumamente respetable. Dentro del grupo de señoras sigloveintescas dedicadas a los menesteres literarios. Pita Amor se distingue por las características de su obra, así como por las circunstancias en que la produjo”. Michael K. Schuessler, en un ensayo publicado en el suplemento cultural “Laberinto”, del diario Milenio, se pregunta: “¿Quién no la vio, ya vieja pero con gran escote, un moño (pescaguapos) y una flor adherida a la frente, asaltar con un bastón a los transeúntes de la Zona Rosa?” Schuessler señala: “Pita sí pertenece al grupo de excluidas de la historia nacional porque su obra ha sido sistemáticamente suprimida, ninguneada, ignorada y hasta reprendida por los llamados dueños de la cultura en México”. A propósito de lo anterior, leemos en el libro de Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Adolfo López Mateos, en el cual re gistra los aconteceres culturales registrados en 1945, entre ellos “reapareció en el Fábregas el teatro de México, ahora dirigido por Celestino Gorostiza… El Teatro Mexicano de Arte de Luz Alva presentó en Casa de muñecas, de Ibsen, a una Pita Amor todavía no entonces poetisa”. Elena Poniatowska dice de Pita Amor: “Tan llamaba la atención que la pintaron Rivera, Montenegro, Soriano, Raúl Anguiano, a quienes desconcertaban sus desplantes… Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para el horror de la familia y el beneplácito de los morbosos”. En el poema VII de su libro Yo soy mi casa, escribe: Todos hablan de mi vida… algunos, de mis amores, nadie de mis sinsabores ni de mi pena escondida. Si yo a nadie recrimino y todo en todos tolero, ¿por qué el mundo, en mi destino, pretende ser justiciero?
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María Luisa Mendoza (1930-2018)
El mito Beatriz Espejo
A los 88 años de edad falleció, el pasado 29 de junio, La China Mendoza, quien ejerció la escritura a lo largo de seis décadas. Originaria de Guanajuato, María Luisa Mendoza nació el 17 de mayo de 1930. Mujer de muchas palabras iempre he tenido a María Luisa, mejor conocida como La China Mendoza, en calidad de mito. Por comentarios
S
de amigas comunes oí sobre sus amores apasionados o tiernos. A veces llenos de despropósitos como algunas relaciones de casi todos nosotros; sin embargo,
La China Mendoza. Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
pocas sabían que cuando era estudiante de la Universidad Femenina, en un departamento de la calle Ignacio Ramírez desde el que podía verse la cúpula del Monumento a la Revolución, dibujando ante su restirador, estaba enamorada hasta la asfixia de un hombre clave, su maestro al que admiraba sin límites en un romance adolescente abruptamente terminado con la muerte. La China es así, siempre llega al límite. Luego, cuando conocí a esta mujer de muchas palabras, lo primero que de ella me intrigó era su modo de mover los labios como si le importara pronunciar con la mayor corrección cada frase, sin que ninguna sílaba se perdiera o dejara de escucharse. Habla aprisa por temor a no decir los párrafos completos o a perder el cauce de las ideas. A veces me parece que pide un beso de reconocimiento. Por eso a nadie extrañó que uno de sus muchos trabajos fuera programa televisivo y que con Un día, un escritor, donde fui distinguida al ser entrevistada, obtuviera el Premio Nacional de Periodismo. Me entusiasmaban y siguen entusiasmándome sus ojos redondos llenos de luz y en los que si uno se fija puede atisbar fondos melancólicos aunque a menudo los disimule con lentes de aros gruesos, sus ojos que dejaron de ver y la aterraron seis meses oscuros. Reconstruyo su cabello rojo con rayos dorados, su vitalidad, su chispa, su apego al quehacer y al compromiso, su consabida costumbre de compadecerse por distintas injusticias y vicisitudes cuando es una de las personas más fuertes que conozco; pero en realidad, si nos ponemos trascendentes, aceptamos que su
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“Me encantan sus casas de guanajuatense distinguida, la que tenía en la calle El Naranjo de Santa María la Ribera decorada con un barroquismo propio de su fantasía” temperamento la lleva del contento que roza la felicidad a luchar contra la depresión y suele sentirse ajena a su entorno por no haber sido niña-niña como sus primas indiferentes a las voraces lecturas, ni estudiante-estudiante porque trabajó desde los quince años huérfanos, ni casada-casada por no concebir hijos, ni mujer-mujer por inseguridad o por una independencia que la marcó desde el principio, cosa esta última contradictoria. Me encantan sus casas de guanajuatense distinguida, la que tenía en la calle El Naranjo de Santa María la Ribera decorada con un barroquismo propio de su fantasía, y la que ahora vive en General Cano. Imagino las que habitaron sus parientes en Celaya, el casco de la hacienda Ojo de Agua perteneciente a su familia o la de Guanajuato, donde su madre la trajo al mundo en un cuarto cercano al Teatro Juárez que no se le quitó de la cabeza y acabó inspirándole un texto entero. Confiesa que nació para vivir dentro de la casa y que quizás por eso las casas son una obsesión en su literatura. Adoro que haya estudiado para licenciada en letras y escenógrafa por la UNAM y sus dotes de anfitriona excepcional que antes de llevarlos a la mesa, recibe a sus invitados en una especie de invernadero para tomar tequila con limón y abrir el apetito. Su computadora ocupa una pared frontal. No resulta nada extravagante que haya elegido ese lugar como el claustro necesario al cumplir sus tareas cotidianas ante el teclado. Comparto su amor a los animales y alabo que los defienda, no sólo aprovechando cargos públicos sino en su periodismo y en un delicado trato íntimo dispensado a los innumerables perros que pueblan sus páginas o se tienden a sus pies para escucharla pensar en voz alta y a los gatos que han dormido sobre su cama. De vez en cuando recuerdo su habitación. Deja constancia del terruño
lopezvelardeano con visillos blancos, cojines tejidos en crochet y mecedoras. Deja constancia también de su niñez representada por una muñeca puesta en alguna parte esencial del espacio y de su gusto natural por las atmósferas a un tiempo confortables y bonitas (aunque ya sé, ya sé que el término resulta literariamente peligroso pero no encuentro otro que diga exactamente lo que quiero) y es que, ¡Guanajuato a la vista!, está presente, parece un sello que la marca, quizás con júbilo al recordar sus plazoletas, sus acueductos, sus mansiones y presas, sus títeres de barro, sus máscaras que olían a la cola usada por los carpinteros, sus charamuscas y sus borreguitos de azúcar. María Luisa nunca logra despegarse de su región a lo mejor con la nostalgia de las cosas no cumplidas, el recuerdo de la infancia que se vive al día sin pasado ni futuro y la necesidad de mantener señas de identidad. Pensamientos y revelaciones Sin embargo sobre estos rasgos de carácter, lo que más admiro de La China es la forma en que encara una prosa que se permite un montón de libertades. Con su manera de mirar el mundo y describirlo halló su estilo desde la primera piedra de su carrera, sin parecerse ni imitar a nadie que no fueran algunos ritmos internos, los latidos de su corazón y la voluntad por seguir rumbos de caminos soñados. Sabe captar al vuelo lo que descubre sorpresivamente o lo que de pronto se le ocurre y con todo esto, además de haberse convertido en el mito del que antes yo hablaba, ha escrito una gran cantidad de libros y ha sostenido sin parar su labor periodística de la que da cuenta en La O por lo redondo convenciéndonos de su obstinación profesional. Para ella la fama ha sido como la montaña rusa, sube y baja y vuelve a subir. Ignoro si le importa o
si ya se acostumbró al traqueteo, parte del oficio. Pero lo bebido y lo bailado nadie se lo quita ni le quita los éxitos merecidos. Lo importante, lo verdaderamente destacable es que además de haberse manejado ante el micrófono puede enfrentarse a diferentes géneros literarios, la conferencia, el discurso, los prólogos, las presentaciones, el artículo, la novela, la crítica, los guiones cinematográficos, las memorias de viajes de las que dan constancia Ra, re, ri, ro, Rusia ¡La URSS! o Crónica de un viaje a Chile, que le valió el Premio Bernal Díaz del Castillo, el epistolario, Cartas a una amiga, y la biografía en la que me permito destacar Retrato de mi gentedad porque aparte de alabar sus virtudes me permite decir que a La China le encanta inventar términos que le acomoden, como si el extenso y nunca bien ponderado vocabulario del diccionario español no le bastara. No le basta seguir los cánones establecidos para titular sus libros, sino que con un fino olfato prefiere inventarles nombres que a nadie se le hubieran ocurrido y que revelan su peculiar sentido del humor. Para bordar su autobiografía decidió recurrir a una técnica muy suya, desenredar el hilo de sus pensamientos como si fueran revelaciones que se encadenaran unas a otras. Ella misma dijo que había decidido juntar hoy-ayer-mañana, todo revuelto, en un solo relato enmarañado para autodescribirse lo más verazmente que pudo yendo enterita a la gozosa inteligencia. Explicándose, explicándonos, porque la política le interesa tanto al punto de haberse convertido en diputada. Tal vez se lo debía a su padre muerto, al padre que merece constantes homenajes de páginas que por ser tantas dejan lugar para el desfile de esa gentedad rememorada, desde Ángela que vivió en una construcción del arquitecto Tresguerras y acabó prisionera dentro de un nosocomio infamante hasta los próceres lugareños antecedentes de su árbol genealógico. Y a pesar de que La China recogió un verso de Chilam Balam de Chumayel aceptando estremecida que toda luna, todo año, todo día y todo viento pasan, descubrió hace mucho en la escritura el paraíso particular y reconfortante destinado a curar heridas, la única posibilidad de contrarrestar el tiempo por un tiempo.
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Roquerías David Byrne
“La verdad no significa nada si no tienes el dinero en efectivo”
versiones de Lillian van den Broeck
Nacido en Escocia en 1952, naturalizado estadounidense, fundó en 1974 en Nueva York la banda Talking Heads para luego, a partir de la década de 1980, hacer una interesante carrera solista que lo ha llevado a grabar más de una veintena de eclécticos discos. Después de seis años de no grabar nada, en este 2018 ha dado a conocer el álbum Utopía americana, cuyas letras, en parte, presentamos en estas “Roquerías”. Sexto Piso ha editado en español sus libros Cómo funciona la música y Diarios de bicicleta.
Aquí Aquí hay una región de abundantes detalles. Aquí hay una región que rara vez se usa. Aquí hay una sección que continúa viviendo, incluso cuando se eliminan las otras secciones. Saca la mano de tu bolsillo. Limpia el sudor de tu frente. Ahora se siente como una mala conexión. Ya no más información. A medida que pasa por tus neuronas, como un susurro en la oscuridad, levanta los ojos hacia quien te ama. Estás seguro justo donde estás. Aquí hay una sección que es extremadamente precisa. Y aquí hay un área que necesita atención. Aquí está la conexión con el lado opuesto. Aquí hay demasiados sonidos para que tu cerebro los comprenda. Aquí el sonido se organiza en cosas que tienen cierto sentido. Aquí hay algo que llamamos elucidación. ¿Es la verdad? ¿O simplemente una descripción? Aquí.
67 Cada día es un milagro La rosa se corta para darle una forma perfecta. ¿Perfecto para quién?, me pregunto. El pollo piensa de maneras misteriosas, pero la belleza no es lo que buscamos. Ahora el pollo se imagina un cielo lleno de gallos y mucho maíz. Y Dios es un gallo muy viejo. Y los huevos son como Jesús, su hijo. Todos los días es un milagro. Todos los días es una factura no pagada. Tienes que cantar para tu cena. Amar al otro. Una cucaracha podría comerse a Mona Lisa. El papa no significa ni mierda para un perro. Y los elefantes no leen los periódicos. Y el beso de un pollo es caliente. El cerebro de un pollo y el pito de un burro, un cerdo en una cobija. Y es por eso que me quieres. ¿Qué se siente ser tu lengua que se mueve en tu boca?, ¿ser una pulga en el bosque de tu amor?, ¿una cucaracha en el cosmos de tu casa? Cada día es un milagro. Cada día es una factura no pagada. Tienes que cantar para comer. Amarse unos a otros. Soy rubia soy morena y pelirroja. Pensé en los pájaros y las abejas. Mi software es famoso en todas partes. Mi dinero crece en los árboles. La mente es una papa hervida, una joya en una concha de chocolate. Yo engrapé mi amor a tu corazón con recuerdos de bellos olores. Bala La bala le entró. Su piel se separó en dos. Piel que las mujeres habían tocado. La bala lo penetró. La bala entró en él, alegremente. Como un viejo perro gris tras un zorro. La bala le entró con el estómago lleno de comida. Muchas comidas buenas él había probado, pero la bala lo atravesó. La bala entró en él. A través de su corazón con pensamientos sobre ti. Donde inhaló tus besos, las mentiras y la verdad. La bala lo penetró. Viajó hasta la cabeza por los pensamientos de amor y odio. Los vivos y los muertos.
Todos vienen a mi casa Ojalá yo fuera una cámara. Desearía ser una postal. Te doy la bienvenida a mi casa. No tuviste que ir muy lejos. Una casa y un jardín. Hay plantas y árboles. Haz una inspección más cercana. Si te pones, te pones de rodillas. Ahora todo el mundo comienza a llegar a mi casa. Y nunca estaré solo. Todo el mundo está llegando a mi casa. Y nunca regresarán a sus casas. Señalo y describo. Y puedo ser tu guía. La piel es sólo un mapa de caminos. El panorama es muy bonito. Imagina ver una imagen. Imagina conducir en un auto. Imagina rodar por la ventana. Imagina abrir la puerta. Somos sólo turistas en esta vida. Sólo turistas, pero la vista es agradable. Y nunca volveremos a casa. No, nunca volveremos a casa. David Byrne. Foto de Facktmag/Eloquent Science.
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Gasolina y sábanas sucias Alguien en un lugar peligroso… Alguien se perdió en algún lado. Mucha gente quedó encerrada afuera. Mucha gente perdida por ahí. Mucha gente no puede entrar. Mucha gente no le da importancia. Mucha gente deja este lugar. Mucha gente le teme al tiempo. Este hombre podría ser el rey. Esta mujer, ella es de la realeza. Esta mujer es valiente y fuerte. No tiene nombre, pero ella es familia. Gasolina y sábanas sucias. Política y una cara pintada. Ella dice que la libertad cuesta demasiado. Ella dice que la mente no es un lugar. La situación me arrastra. Forman un país en mi casa. En el escenario y en la calle. Seré un ser humano. Bajaré del escenario. El mercado y el centro comercial dentro de la casa, las habitaciones de guerra. Mírame ahora y recuerda. El alto vacío no mece mi mundo. Y la garantía o la devolución de su dinero no me hace el día. Ninguna sensación de seguridad. Dicen que la respuesta está a un clic de distancia.
Bailo así En otra dimensión, como la ropa que usas, una batalla intensa intensa brota cabello ilegal. Un consultor de fitness en la zona negativa vagando por la ciudad buscando un hogar. Bailo así porque se siente tan malditamente bien. Si pudiera bailar mejor. Bueno, sabes que lo haría. Cómo comenzó el rumor, uno sólo puede adivinar y la verdad no significa nada si no tienes el dinero en efectivo. Una tarjeta de crédito, mamá, un padre invisible, oportunidades de carrera que nunca tuviste. Bailamos así porque se siente tan malditamente bien. Si pudiéramos bailar mejor… Bueno, sabes que lo haríamos. Trabajo en mejorar mi baile. Esto es lo mejor que puedo hacer. Estoy temblando tentativamente. No tienes que mirar. No puedo decir que lo siento. No puedo decir que estoy avergonzado. No puedo pensar en mañana cuando parece tan lejano. Bailamos así porque se siente tan malditamente bien.
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En el reino de la ocurrencia
Hambre por los likes José Antonio Gurrea C.
E
se 5 de enero el becario de la sección online entró apresuradamente a la oficina del director del periódico, quien, junto con su equipo, se encontraba realizando la junta editorial del mediodía. El joven sudaba copiosamente y tenía un rictus de angustia en el rostro. “Están saqueando el mercado municipal”, gritaba el imberbe muchacho, atropelladamente y sin dejar de manotear. Detrás de él venía otro de los redactores de la versión electrónica: “Son varios hombres embozados; hay que subir la información al portal, señor. Nos van a ganar la nota, nos van Foto de Alejandro Zenker.
a ganar la nota”, suplicaba histérico. El equipo editorial comenzó a llenar de preguntas a los dos jóvenes: “¿Quiénes están saqueando? ¿Cuáles son sus móviles? ¿Hay heridos o muertos? ¿Ya lo verificaron? ¿Cuáles son sus fuentes de información?” “Lo dicen las redes sociales… lo dicen las redes sociales….”, chillaban los jóvenes sumamente excitados. Entre los murmullos que invadieron la oficina, se escuchó la voz del director: “¡Carajo! ¿Cómo pueden creer a pie juntillas lo que ahí aparece? Las redes sociales están repletas de bulos; son
espacios donde en numerosas ocasiones no hay rigor alguno. Son el reino de la ocurrencia y de la falacia. Son el paraíso de opinólogos ignaros que confunden su punto de vista con el conocimiento”. Para salir completamente de dudas, de inmediato se dispuso que un equipo de reporteros y fotógrafos saliera a cumplir con una regla de oro del periodismo, hoy tan olvidada: antes de publicar o difundir, hay que verificar y contrastar. Otros medios, sin embargo, se sumaron a lo difundido profusamente por las redes sociales y optaron por reproducirlo con detalles cada vez más escabrosos. “Hay un número todavía no cuantificado de muertos”, publicó un portal electrónico; “numerosos embozados con machete recorren la ciudad; no salgan de sus casas, por favor”, recomendó un noticiero radiofónico; “nos hablan de violaciones masivas en el sector norte de la capital”, se dijo en el sitio online de un diario impreso.
En plena histeria, en las citadas redes subían fotos donde aparecían céntricas tiendas envueltas en llamas. En las burdas imágenes era evidente que se había usado photoshop o que eran fotografías de sucesos reales, pero ocurridos cinco o seis años antes. Poco importó. En pleno Día de Reyes, la psicosis social llevó a cerrar miles de comercios. Las pérdidas económicas fueron incalculables. Tan fácil que hubiera sido para esos medios chatarra corroborar que lo emitido por las redes eran simplemente bulos. Pocos minutos después de que desplegó a su equipo, el director recibió un reporte inequívoco por parte de sus reporteros: las noticias sobre presuntos saqueos eran totalmente falsas. Sin embargo, pese a los esfuerzos de este medio y algunos otros por dar a conocer la realidad, ese triste jueves se impuso la tiranía del rating, pero, sobre todo, el hambre por los likes (Villamil, dixit).
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Almanaque de las letras Mueren Aurora M. Ocampo, Federico Álvarez, Julio Mayo
Andrés Manuel López Obrador, nuevo presidente de México Rubén Martínez Cisneros / Rubí Mora Ojeda
Mayo 1
Diversos atentados en Kabul y en el sur de Afganistán, reivindicados por el grupo Estado Islámico, cobraron la vida de 37 personas: diez periodistas, entre ellos el jefe de fotografía en Kabul de la agencia francesa AFP, Shah Marai, de 48 años, y otros ocho periodistas murieron poco después en el mismo sitio.
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El filme El grito, que narra los acontecimientos del movimiento estudiantil de 1968, filmados por los propios estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, fue restaurado en la Filmoteca de la UNAM en el marco de los 50 años de la masacre en Tlatelolco. La noticia la dio a conocer su director Hugo Villa.
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La periodista mexicana Alma Guillermoprieto recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018. El presidente del jurado, Víctor García de la Concha, señaló: “Con una escritura clara, rotunda y comprometida, representa los mejores valores del periodismo en la sociedad contemporánea”. Por su parte, la galardonada afirmó: “Es un honor inmenso ser un eslabón más de esta historia, y por fortuna no cargo con el peso del premio yo sola, pues sé que es un reconocimiento a todos los de mi oficio, el periodismo, que ha sido y sigue siendo la manera más emocionante de vivir el mundo”.
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Ricardo Alemán, autor de la columna “Itinerario Político”, fue despedido de Televisa y del diario Milenio después de haber publicado el tuit “Les hablan!!!” para acompañar el retuit que hizo a una imagen en la que se leía: “A John Lennon lo mató un fan. A Versace lo mató un fan. A Selena la mató una fan. ¡A ver a qué hora, chairos!” (una palabra despectiva para referirse a personas de ideología izquierdista en un desafiante aliento intimidatorio contra Andrés Manuel López Obrador). Dicho mensaje desencadenó críticas en las redes sociales, entre ellas la de Jorge Castañeda, quien escribió: “Qué asco de persona es Ricardo Alemán. Mientras el país está desgarrado por la guerra y la violencia, este imbécil escribe estas cosas”.
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El Museo de Arte Moderno da cabida a la exposición Leonora Carrington: cuentos mágicos como parte del centenario natal de la autora de las esculturas Jaguar de la noche y Virgen de la cueva. Leonora Carrington nació en Gran Bretaña y se naturalizó mexicana. La exposición aglutina pintura de caballete, bocetos de murales, máscaras, fotografías. La muestra concluirá el próximo 23 de septiembre.
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5
Se conmemora el bicentenario del nacimiento del filósofo Carlos Marx en Tréveris, Alemania, con actos y exposiciones.
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El candidato del PRI a la Presidencia de la República, José Antonio Meade, presumió en el programa de Televisa Tercer Grado que saldría al mercado un libro de su autoría. Carlos Loret de Mola le preguntó el nombre del volumen. Meade: “No me acuerdo cómo se va a llamar”. Loret de Mola: “¿Pero sí lo escribió usted?”. Meade: “Sí, sí, sí. Lo único que no escribí yo es el título”.
El escritor estadounidense Junot Diaz se vio obligado a renunciar como presidente del prestigiado Premio Pulitzer después de haber sido denunciado por agresión sexual por una joven.
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Debido a diversas denuncias por maltrato y malos manejos administrativos (aunque ella lo negara posteriormente), la artista escénica Daniela Flores Serrano fue despedida como directora de la Casa Refugio Citlaltépetl.
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Mayo 11
Un día como hoy, hace 80 años, nació la escritora Aline Pettersson, autora de Mistificaciones y A la intemperie, entre otras obras. Un despacho de la agencia EFE señala que el escritor venezolano Rafael Cadenas se hizo merecedor del XXVII Premio Sofía de Poesía Iberoamericana.
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El programa televisivo Aquí nos tocó vivir, que transmite Canal Once, conducido por la escritora Cristina Pacheco, cumplió 40 años de estar al aire.
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Fue presentado el libro XV fabulillas de animales, niños y espantos (Vaso Roto Ediciones, 2018), escrito por Renato Leduc con dibujos de Leonora Carrington. El editor José Luis Martínez S., afirma a Excélsior: “Estamos ante una relación que fue el fruto de las circunstancias, producto de la guerra y la tragedia... y lo más importante: estamos ante un personaje [Carrington] que vive los abismos de la locura, que cuenta esa experiencia y logra salir de ella”.
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El periodista Juan Carlos Huerta Gutiérrez fue asesinado en Villahermosa, Tabasco. Es el cuarto comunicador acribillado en este año. Colaboraba en radio y televisión en el 620 de AM y Canal 9 de esta entidad. Se cumplen 75 años de la creación de El Colegio Nacional en el sexenio de Manuel Ávila Camacho. Entre sus fundadores destacan Antonio Caso y José Vasconcelos.
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El editor y escritor Federico Álvarez falleció, a los 91 años de edad, en la Ciudad de México. Fue colaborador del diario Excélsior. Jaime Labastida, director de la editorial Siglo XXI, calificó a Álvarez Arregui: “Federico fue un profesor extraordinario. Acompañaba a sus alumnos no sólo dentro, sino fuera de la clase. Era su compañero, no mantenía distancia desde el estrado, sino que se acercaba a ellos como amigo”. Siglo XXI le reeditó La respuesta imposible: eclecticismo, marxismo y transmodernidad (2002).
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En la escritora francesa Fred Vargas recayó el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Armando G. Tejeda, corresponsal del diario La Jornada en España, informa: “El jurado, compuesto por representantes de la Real Academia de la Lengua, periodistas culturales y escritores, como el mexicano Juan Villoro, y catedráticos, decidió reconocer la trayectoria de Frédérique Audoin-Rouzeau, quien adoptó el seudónimo de Fred Vargas hace varias décadas en homenaje al personaje María Vargas, interpretado por Ava Gardner en el filme La condesa descalza”.
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Un despacho de la agencia Notimex dice que el narrador español Antonio Muñoz Molina recibió el galardón que otorga el Club Internacional de Prensa por su defensa de los valores humanos. El autor de El jinete polaco y El invierno en Lisboa, con anterioridad, había sido reconocido con el Príncipe de Asturias de las Letras 2013.
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Se cumplen 100 años de la inauguración del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Del diario El Heraldo de México extraemos lo siguiente: “El 3 de mayo de 1917 se colocó la primera piedra del recinto escénico (antes fue sede del Teatro Xicoténcatl), la construcción se inició 12 días después, liderada por los arquitectos Ignacio Capetillo y Federico Mariscal. Un año después, el 25 de mayo de 1918, la Diva de la Opereta (como se conocía a la artista), Esperanza Iris, cristalizó su sueño al inaugurar su propio espacio”.
Falleció la investigadora y académica mexicana Aurora M. Ocampo (1930-2018), creadora del Diccionario de Escritores Mexicanos, editado por la UNAM en 1967, y de la actualización de la citada obra. Era integrante del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Pilar Mandujano Jacobo, coordinadora de la versión digital del posteriormente intitulado Diccionario de Escritores Mexicanos del siglo XX, declaró a Excélsior: “El diccionario enciclopédico de Aurora Ocampo no sólo incluía la biografía de los literatos, sino comentarios sobre su obra y la hemerografía con las referencias y críticas a sus libros”. Por su parte, Humberto Musacchio evoca a Ocampo como “mujer sencilla, afable, muy metida en su trabajo, entregada. Pero, sobre todo, muy tenaz. La UNAM debe estar muy agradecida con ella y también quienes nos dedicamos a escribir”, apunta en Excélsior. El caricaturista Arturo Kemchs Dávila, quien publica sus trabajos en El Universal, fue merecedor de la Medalla José Guadalupe Posada, que otorga el Senado de la República. El archivo personal de Arturo Martínez Nateras, líder de las Juventudes Comunistas de México, será digitalizado y catalogado por el Centro Cultural Universitario Tlatelolco como parte de los 50 años del movimiento estudiantil de 1968
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Junio 1
En marzo de este año, Lidia Camacho, directora general del INBA, aceptó ser candidata suplente al Senado por las siglas del PRI; sin embargo, renunció a esta postulación en carta enviada al líder nacional del partido tricolor, René Juárez Cisneros: “Siempre me he manejado con apego estricto a la ley y a los principios éticos que han regido mi vida profesional”.
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El estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, José Luis Gallegos, fue remitido al juez cívico en la colonia Guerrero de la Ciudad de México. ¿La razón? Ingresar a la biblioteca Benito Juárez, ubicada en la estación Chabacano del metro, pues una empleada de este organismo le argumentó que la biblioteca no era pública. Un asunto para no creerse. Se publica el libro Duotono / Un acercamiento al movimiento estudiantil del 68 a través de la lente de El Heraldo de México, editado por la Universidad Iberoamericana bajo la firma de Ana Cristina Santos Pérez. El volumen contiene 200 fotografías, de las cuales 60 son inéditas. Las imágenes estaban abandonadas en una bodega de Mudanzas Balderas. Teresa Matabuena Peláez, directora de la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Ibero y coordinadora de la obra, declaró a Milenio: “Consiste en fotografías originales y negativos que sobrevivieron a los avatares del periódico y el tiempo, y que van más o menos de 1965 al 2000”.
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El bailarín mexicano Isaac Hernández obtuvo el Premio Benois de la Danza por su interpretación (este año con la Ópera de Roma) del personaje de Don Quijote. La torre Eiffel fue testigo de la venta de un esqueleto de dinosaurio terópodo, en la sala Gustave Eiffel, en 2 019 680 euros. El enorme esqueleto permanecerá en Francia y podrá ser visto por el público hasta que el adquiriente lo retire.
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La Asociación de Editores y Libreros Alemanes encargó un estudio acerca del hábito de la lectura en ese país, el cual arrojó que esta práctica cayó cerca de 18% de 2013 a 2017, debido a que los ciudadanos destinan más tiempo a la red electrónica.
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El poeta Leopoldo Ayala Blanco falleció a los 79 años de edad. Es considerado el poeta del movimiento estudiantil de 1968. Alrededor de 50 años fue profesor del Instituto Politécnico Nacional. Entre sus principales poemas esta “Yo acuso”: “Llevo conmigo la batalla de 629 jóvenes que habían cesado de resucitar. / Mis muñecas se doblan murientes en la trinchera de sus gestos. / Llevo conmigo los cuerpos infantiles rotos contra las baldosas / y que ha regresado el viento. / La sangre de sus cuerpos rotos contra las baldosas, / que el que sabe del sabor del crimen / no ha podido hundir en la porosidad del asfalto”.
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A 20 años de la muerte del poeta Octavio Paz fue recordado en Bellas Artes. Entre los asistentes a la evocación del Nobel de Literatura figuraban Fabienne Bradú, Pura López Colomé, Eduardo Matos Moctezuma, Sergio Mondragón, Alberto Ruy Sánchez y Ricardo Yáñez, quienes leyeron párrafos de sus poemas “Piedra de sol” y “Viento eterno”, entre otros.
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El Museo Nacional de San Carlos celebra 50 años de haber sido creado con un acervo integrado por 2 020 piezas que comprenden seis siglos, donde se encuentran las tradiciones y las escuelas artísticas más importantes de Europa. Para festejar esta efemérides se inauguró la exposición Evocaciones.
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El chef neoyorquino Anthony Bourdain (1956) se suicidó, a los 61 años de edad, en un hotel en Francia. Fue defensor de los inmigrantes latinoamericanos, cuya mano de obra consideraba esencial para la industria culinaria estadounidense.
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Nace el Museo de San Agustín, Lenguajes, Información y Conocimiento (Musa), su sede será en la Antigua Biblioteca Nacional de la UNAM (República de El Salvador número 76, Centro Histórico de la Ciudad de México).
El fotógrafo Rogelio Cuéllar presentó su libro-catálogo Hacer el cuerpo: colección Rogelio Cuéllar (La Cabra Ediciones). “Es un orgullo que a nivel institucional logre circular la muestra. El Instituto Nacional de Bellas Artes siempre mostró interés en ella y ahora la cereza del pastel es que tenemos el libro-catálogo’’, apunta Daniel López Aguilar en La Jornada.
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Junio 14
Se inaugura la Fundación Elena Poniatowska Amor. La autora de La noche de Tlatelolco afirmó: “Se trata de un acto de amor de un hijo para una madre”, pues explicó que Felipe es quien se ha encargado de impulsar la fundación desde hace una década. El doctor Juan Ramón de la Fuente, presidente del Consejo de la Fundación, se refirió a Poniatowska como “una figura emblemática de nuestro tiempo”, no sólo por su obra literaria, “también por sus convicciones y su infinita capacidad para desarrollar empatía con quien interactúa con ella”. Dio inicio el Congreso Internacional de Fomento a la Lectura en Lenguas Indígenas, el cual aglutinó a 70 especialistas provenientes de 10 países, que reflexionaron sobre la situación actual de las prácticas lectoras y el fomento a la lectura, la escritura y la oralidad en lenguas indígenas alrededor del mundo.
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El poema “La suave Patria”, de Ramón López Velarde (1888-1921) ha sido traducida al inglés bajo el título The Soft Land. Quien se dio esta tarea es la autora mexicoestadounidense Jennifer Clement bajo el sello Shearsman Books.
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Se informa que Xilitla, pueblo mágico en San Luis Potosí, se engalanará con la inauguración del Museo Leonora Carrington en el Jardín Escultórico de Edward James a mediados del próximo mes de agosto
La tienda departamental Liverpool puso a la venta tenis de la marca That’s It!, lo cual no tendría nada de raro si no fuera porque el calzado luce estampados creados por artesanos de Tenango de Doria, Hidalgo, sin que los orfebres recibieran algo a cambio. De acuerdo con el diario El Universal, “la Asociación de Dibujantes de Tenango, A.C., Martínez Negrete, solicita a la empresa una reparación integral del daño”
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El INBA otorgó la Medalla Bellas Artes de Arquitectura a Francisco Serrano, quien expresó: “El reconocimiento me lo dan a mí, pero en el fondo es el trabajo de muchísima gente de distintas profesiones: albañiles, plomeros y electricistas, que también se apropian de la obra… Estoy emocionado; siempre digo lo mismo y después lloro. Pero, de verdad, en este caso recibo y agradezco esta medalla, que me honra en mis más de 58 años de labor. Carajo, son un madral de hacer arquitectura”.
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El libro La violencia de Estado en México: antes y después de 1968, de Carlos Montemayor (1947-2010), fue motivo de una mesa de análisis entre Paco Ignacio Taibo II, Luis Hernández Navarro y Jesús Vargas en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Asimismo, fue presentado el volumen Díaz Ordaz y la masacre del 2 de octubre para el cual Hernández Navarro afirmó: “Tiene una estructura narrativa no tan sofisticada pero parecida a Guerra en el Paraíso, donde Montemayor dice que la política se desgasta en la formulación de un sistema de referencia persuasivo, o de reconstrucción de la realidad, que justifique las actividades de represión, reorganización, competencia o justicia social que se propone un grupo en el poder en un momento dado”.
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Se cumplen 25 años de la salida al aire del Canal 22, cuyo director fundador es José María Pérez Gay (1944-2013). José Gordon afirmó a La Jornada: “La confianza estuvo cifrada en la sintonía con la mirada que Pérez Gay tenía puesta en una utopía. Lo compartimos desde un principio: apostamos a crear un guiño y una complicidad con el espectador”.
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El acervo cultural histórico del Claustro de Sor Juana se vio engrandecido al adquirir tres libros originales de Sor Juana Inés de la Cruz. Los volúmenes datan de 1693, 1700 y 1709, mismos que se encuentran en condiciones favorables, ya que conservan su encuadernación original en pergamino, que se estabilizará para facilitar su consulta y conservación.
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Bicentenario de Ignacio Ramírez, el Nigromante, quien naciera en San Miguel el Grande, Guanajuato, hoy San Miguel de Allende.
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David Goldblatt, fotógrafo sudafricano, falleció a los 87 años de edad. A Goldblatt se debe el denunciar el apartheid, las atrocidades de la segregación racial cometidas por el gobierno de la minoría blanca desde 1948. Fue el primer fotógrafo sudafricano que expuso en solitario en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1988. También en una gran retrospectiva en el Centro Pompidou de París.
El fotógrafo Julio Mayo falleció, a los 100 años de edad, en su casa de Atlixco, Puebla. Su verdadero nombre era Julio Souza Fernández, originario de La Coruña, España. Fue uno de los fundadores de la Agencia Hermanos Mayo. El acervo de este establecimiento alcanzó 5.5 millones de negativos. La agencia proporcionaba material a Time, Life, El Popular, Hoy y Mañana, entre otros medios. La escritora colombiana Laura Restrepo ganó la primera edición del Premio Córdoba por la Paz-Antonio Gala de Narrativa debido a “su intensa labor de narradora, que la ha convertido en una de las voces fundamentales de la literatura hispanoamericana actual”.
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Junio 28
La intérprete de “Amarraditos”, “Pa’todo el año”, “La flor de la canela”, “El tiempo que te quede libre”, la española María Dolores Pradera, falleció a los 93 años de edad en Madrid, la ciudad que la vio nacer.
Julio 1
El candidato a la Presidencia de la república por la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, PT y PES), Andrés Manuel López Obrador, se convirtió en el ganador de los comicios por la primera magistratura al obtener, en una primera lectura, 30 112 109 sufragios, que representa el 53.1 por ciento del total de la contienda.
Experiencia en los medios
De editores que no lo son Guadalupe Flores Liera
N
o soy periodista, sí lectora de periódicos. Además, respeto enormemente el trabajo de quienes sí lo son, por la responsabilidad y los riesgos que implica ejercer un oficio que los expone constantemente a la opinión pública. Sin embargo, colaboro en algunos medios impresos y electrónicos. Y, por esta razón, conozco el peso abrumador y el compromiso in-
herente a la hora de firmar un artículo. Sólo que, entre lo que uno entrega y, en ocasiones, lo que aparece publicado puede haber un camino espinoso. Hace algunos años puse fin a una colaboración de más de una década con un individuo que hasta entonces fingió sinceridad. No tanto porque una colaboración mía hubiera aparecido, una vez más, modificada arbitra-
riamente: ver esta situación me produjo desazón y desconcierto. Aparte, mis intentos de ser escuchada y obtener, al menos, una solución—“¡Una fe de erratas bien visible!”— que aclarara que el resultado de lo que aparecía con mi firma no había sido entregado como se publicó, recibieron por respuesta una negativa en redondo. La voz del otro lado me conminó “mandar por escrito mis demandas que serían atendidas si las consideraba pertinentes”. Envié un correo electrónico redactado en el tono frío en que fui atendida telefónicamente exigiendo —ahora sí— la satisfacción mínima que un editor responsable hubiera aceptado conceder sin refunfuñar, y me despedí para siempre. Recibí, por el mis-
mo medio, la “respuesta-versión oficial” que, de hecho, aclaró la que con el tiempo se había convertido en una extraña conducta conmigo y con mis escritos: aparte de adornarme con varios calificativos como arrogante, ingrata, desconsiderada, abusiva, diva e irrespetuosa del descanso y el esfuezo ajenos, se me requirió a publicar mis quejas donde quisiera, y “desde allí te daré respuesta”. ¿No hubiera sido mejor que me cerrara sus puertas desde el principio ya que le resulto tan antipática, tan falta de tacto y de juicio? Evidentemente, ese individuo no conoce algo que los periodistas y los editores de a de veras tienen de almohada: deontología. Como siempre, no todo lo que brilla es oro.
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Manjarrock Bob Marley. Ilustraciรณn de Manjarrez.
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Los cartones de McCutcheon
La caricatura, el racista y el déspota Víctor del Real
¿Quién fue McCutcheon? El estudioso Juan Manuel Aurrecoechea nos trae de vuelta al “hilo conductor importante que generó la tradición de observarnos chiquitos y orejones, merecedores de las diatribas de Donald”...
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uan Manuel Aurrecoechea (Ciudad de México, 1952) es un estudioso de la historieta y la caricatura mexicanas; un autor que escribió, al alimón con Armando Bartra, la estupenda colección de libros intitulada Puros cuentos (Grijalbo, México, 1989) dedicada a hacer el recuento y análisis de la historieta nacional del siglo XX. Juan Manuel es un coleccionista compulsivo de cualquier documento que ponga en claro la naturaleza artística de la obra de los dibujantes mexicanos que crecieron al parejo con la industria de la historieta que sentó sus reales durante varias décadas del siglo pasado. La profundidad de sus observaciones y la calidad de su obra son, hoy en día, referentes indispensables para quien se interna en la historia de México, sobre todo del periodo posrevolucionario, y no sólo del historietismo. Él registró y analizó, en un periodo de seis décadas, diversas galerías de personajes, su lenguaje común, el vestido, la cocina, la música, etcétera, que aparecieron a través de millones de historietas que participaron como herramientas de la nueva educación de masas y como método para aprender a leer. México siempre bárbaro Juan Manuel está, en la actualidad, en otra fase de su obra. En 2016 dio a
conocer su libro Imperio, revolución y caricaturas / El México bárbaro de John T. McCutcheon (Editorial Itaca / Secretaría de Cultura, México), donde Juan Manuel desarrolló una investigación acuciosa acerca de un caricaturista gabacho que dibujó mucho acerca del México insurrecto de la segunda y tercera décadas del siglo XX donde, muy en el fondo, subyace la idea de México como país bárbaro, que fortaleció una idea racista en el imaginario estadounidense y que, como se observa en las actitudes y dislates de Donald Trump, aún es decisiva en las relaciones entre los dos países, amén de incentivar el trato desdeñoso de los norteamericanos del sur contra los mexicanos y latinoamericanos que se internan por esos pagos en busca de los empleos sobrantes o eventuales. Tal idea acerca de nosotros no es poca cosa, es el trazo general de la ideología que se mantiene en la industria cinematográfica de Hollywood, en los
cómics y en la cultura popular estadounidense hasta lograr el deleznable concepto general que los gabos sureños y la población wasp tienen de nuestro país. Según Aurrecoechea, el dibujante McCutcheon, miembro del equipo editorial del Chicago Tribune, era un comentarista más que proporcionaba ideas al ciudadano común norteamericano, y era retratista de las costumbres conservadoras del Medio Oeste. Además de haber dibujado alrededor de doscientas caricaturas sobre la Revolución mexicana, entre 1911 y 1923, participó como corresponsal de guerra. Bajo esta modalidad, acompañó a las tropas estadounidenses que invadieron Veracruz en 1914 y permaneció ahí durante siete semanas. McCutcheon, sin llegar a la posición furiosamente intervencionista de los caricaturistas del New York American Journal, de William Randolph Hearst, o de Los Angeles Times, del coronel Harrison Grey Otis, fue un crítico de la
“Y así hay que leer sus caricaturas, como el sermón de la America wasp sobre la Revolución mexicana. Es por eso que, a veces, uno recorre sus cartones con enojo y desaprobación”
77 supuesta actitud pasiva de Washington con los revolucionarios mexicanos y reclamaba una posición enérgica de parte de su gobierno. Él pertenecía a la segunda generación de la caricatura estadounidense, heredera de los cartonistas pioneros de las revistas Harper’s y Puck. Escribe Aurrecoechea: “la que florece con el cambio de siglo asociada a un momento de singular esplendor en la historia de la prensa y la ilustración periodística, cuando nacen los cómics, la fotografía adquiere un papel protagónico, los anuncios se transforman en marcas identitarias del diarismo moderno, se innovan formatos y diseños y la imagen adquiere un lugar central; es decir, cuando la prensa se hace masiva y se convierte en espectáculo visual […] Se trata de un momento de la penny press (prensa de a centavo), es decir de un periodismo que para convertir esos centavos en millones de dólares —su principal objetivo— debe contar con un público masivo”. Fabulista con dictados moralistas Acaso el éxito y respetabilidad de McCutcheon proviene de un talento que
Caricatura de McCutcheon.
va más allá de su deplorable maniqueísmo, donde la precisión y la eficacia, la claridad y la apuesta expresiva, revelan a una máquina creadora muy bien aceitada, muy al estilo de la disciplina industrial, que no admite lecturas ambiguas o confusas, porque su mensaje es nítido. Nos encontramos frente a un dibujante de pocas dudas y, por ello, no recurre al lápiz y al crayón o los medios tonos: los grises le son ajenos, no se diga los claroscuros. Si bien es cierto que McCutcheon puede ser un cartonista esquemático, compensa esa deficiencia con su versatilidad y talento; podía ser cómico o dramático, luego adquiría un ánimo risueño, y hasta frívolo y festivo. Maneja la composición de los planos y de los ejes de manera notable. Según Aurrecoechea: “Su dibujo puede aparecer a primera vista simple y directo, sin mayores sofisticaciones, pero detrás hay un trabajo minucioso, con gran cuidado de los detalles, un pincel muy educado. McCutcheon parece un dibujante tradicional, pero llega a ser moderno, audaz y hasta vanguardista. Sin duda, es un caricaturista neoclásico que está en las antípodas del barroco, sin em-
bargo puede hacer caricaturas muy abigarradas, con muchos personajes, e incluso en algunas retrata verdaderas muchedumbres”. Este cartonista creía que su tarea, como la de sus colegas, era proporcionar una visión “veloz” de los sucesos de importancia e interés y que, a través de los días, hiciera entender el sentido de las grandes noticias. McCutcheon es un fabulista que dicta moralejas, entiende el periodismo no sólo como información sino como género narrativo, como interpretación y como sermón. Y así hay que “leer” sus caricaturas, como el sermón de la America wasp sobre la Revolución mexicana. Es por eso que, a veces, uno recorre sus cartones con enojo y desaprobación. McCutcheon, finalmente, es un importante guía inspirador de caricaturistas norteamericanos actuales que nos dibujan con desdén y racismo, y nos confieren capacidades ínfimas, sin chance para competir. Es un hilo conductor importante que generó la tradición de observarnos chiquitos y orejones, merecedores de las diatribas de Donald.
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CronoGrafías
Edwige y/o Laura... José de Jesús Sampedro
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ememorando ritma, Fe ayer a la sinuosisísima Laura Antonelli (nacida Laura Antonaz, en Pola o en Pula, en Istria, circunscripción antiguamente en Italia, contemporáneamente en Croacia, el 28 de noviembre de 1941), rememoré “el arduo vaho bordea tu alma y entremezcla calles y alma y entremezcla perros y alma y el arduo vaho baja bordea tu alma” a la sinuosisísima Edwige Fenech (nacida Edwige Sfenek, en Bona o en Bône, ahora Annaba, cuasi gnoseológica comunidad de estirpe aun paleolítica, circunscrita entonces todavía a la soez Argelia francesa, el 24 de diciembre de 1948), y una nostalgia e infringe o a extremo o en cierne e injiere acaso apenas me consternó, difuminándome. (Y de improviso descubre él que contempla justo cómo asciende hasta un mutuo espacio lleno de orlas fijas la luna, y justo cómo la hirsuta lámpara ilumina un leal cuaderno, una pluma, un tácito escritorio todo donde entrecruzan sumas y restas y donde G.W. Leibniz clausurará o inaugurará una esclusa próxima a su decurso en tanto o en cuanto que sutil alumno de la escuela Preparatoria.) 1972, 1975... Cinética ínclita, el Cine. “Una película italiana, de nuevo”. Cauto, al vestíbulo. “Il merlo maschio, Sampedro”. “¿Il merlo maschio?” “Comedia. Y drama. ¿Qué? ¿Entramos?” (Reaparezco opuestamente aquí para pregonarla: “De un muy desconsolado violoncelista, a quien un insomne Azar le confía que en su propia esposa o posee o subyace un e irrefutable objeto de Deseo o de Dios, de sencilla y simple Impudicia, osten-
siva insignia que le gratifica, y que sujeta a un fofo caos su conducta).” “Comedia y drama. Entramos”. Y o entra o sale a escena eocénica Laura Antonelli (y/o la ingenua Costanza Vivaldi que interpreta), y me atrae o ángeles y/o demonios alrededor, y me hipnotiza. (Y de improviso descubre él también justo cómo le remonta el obvio tiempo que le circunda, y justo cómo le sitúa al atroz ribete de ese enigma que involucra la Vida Adulta, sinonimia estricta de enfermedad, de vejez, de altas puertas de un orbe abstruso donde acaece siempre lo Mismo y donde G.W. Leibniz le azotará en tanto o en cuanto que ex sutil alumno de la escuela Preparatoria.) 1972, 1975... Cinética ínclita, el Cine. “Una película italiana, de nuevo”. Cauto, al vestíbulo. “La moglie vergine, Sampedro”. “¿La moglie vergine?” “Sainete y drama. ¿Qué? ¿Entramos?” (Reaparezco opuestamente aquí para pregonarla: “De un muy bienaventurado humoralista, quien desde su contiguo matrimonio adolece de un craso problema fuste de disfunción estéril, insensata burbuja que estalla en plena libido y que ahorna y que conspira en contra de la virtud que o Dios aduce su oblicua esposa.)” “Sainete y drama. Entramos”. Y o entra o sale a escena eocénica Edwige Fenech (y/o la casta Valentina Arrighini que interpreta), y me atrae o ángeles y/o demonios alrededor, y me hipnotiza. (Y de improviso “el vaho baja y cruza un perro la calle”, escribe, y descubre que no está sino en la Zacatecas de 1972, 1975, y que la espera a Ella en el cine.)
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Circuito Interior Guadalajara
La pobreza cromática es parte de mi definición plástica: Meme
Juan José Flores Nava
¿El futuro del arte en el país se halla en una caja vacía de zapatos instalada en el centro de un gran museo? José Manuel Navarro Dueñas, Meme, cree en otras cosas, porque está seguro de que el arte finca su estatus no en superficialidades tangibles…
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os personajes de Meme parecen estar buscando siempre otro lugar: con la mirada, con el pensamiento, con sus manos, con sus gestos, con sus instrumentos musicales, con el tiempo, con las máquinas, con sus pies (y si acaso no tienen pies —o si desean ir muy lejos— usan ruedas). Pero no sólo los personajes, las obras mismas de Meme buscan escapar del estudio del artista, como si supieran que sólo pueden cobrar vida cuando hay alguien que las observa con Casi un Quijote, Dibujo de Meme.
detenimiento. Es más, el propio Meme da la impresión de querer huir, por ejemplo, de su verdadero nombre: José Manuel Navarro Dueñas. En enero de 1974, en Guadalajara, Jalisco, nació un niño a quien sus padres nombraron José Manuel Navarro Dueñas. Muy pronto a este niño comenzaron a decirle “Meme”. Así, nada más. Su pequeña hermana no podía pronunciar el áspero nombre de José Manuel, así que optó por la suave re-
petición de “Meme”. Desde entonces, José Manuel Navarro Dueñas existe únicamente en documentos oficiales; no con sus amigos, mucho menos en sus pinturas, en sus dibujos, en sus esculturas, en el mundo del arte. Ya de por sí Meme vive y construye en sus creaciones un mundo paralelo, una realidad distinta a la ordinaria. Si en sus óleos o dibujos o esculturas aparecen, por decir algo, objetos que para la mirada desatenta son simples instrumentos musicales ordinarios, la observación paciente y reflexiva nos muestra instrumentos musicales que nadie usaría en nuestra realidad. ¿Qué clase de sonido produce un acordeón que se expande y se contrae con un fuelle hecho de libros? El mundo paralelo de Meme puede contárnoslo. El mundo Meme Hace unos cinco años, Meme se conectó con la escultura. Y sigue unido a ella. No la suelta. Tal vez porque hacia este lugar de tres dimensiones es a donde están buscando ir los personajes de sus pinturas y sus dibujos. “Mi pintura y mi dibujo —le dijo Meme hace algunos años a la periodista Verónica Urzúa— siempre han tenido un entendimiento escultórico. Mi pintura y mi dibujo siempre se han centrado en los persona-
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“El artista tiene que estar preocupado por su yo. Debe darse el tiempo de reconocer sus necesidades personales y codificarlas para poderlas transmitir en su obra” jes. Ahora me doy cuenta de que la escultura me ha permitido concentrarme aún más en ellos, en los personajes. Mi conversación con la pintura es, por decirlo así, más lejana y tiene para mí un grado de estrés. Con la escultura, en cambio, la conversación tiene un ritmo más relajado y más cercano”. Más aún: cuando Meme dibuja o pinta piensa en sus trazos o en sus pinceladas como si se expresaran en tres dimensiones. No piensa sus personajes de forma bidimensional. En el plano de las dos dimensiones se queda el entorno, pero no, al menos no en su mente, el personaje: —Trabajar en el personaje, al dibujar y al pintar, me ha facilitado mucho el brincar a la escultura. No obstante, al mundo Meme —al menos hasta el momento— nada más es posible adentrarse, conocerlo a profundidad, a través de las dos dimensiones del dibujo y, sobre todo, de la pintura. Es en estas plataformas de dos dimensiones donde abundan sus personajes deformados; sus reinventados instrumentos musicales; sus cuerpos desnudos, sufrientes; sus crucificados; sus artefactos que rememoran el origen de la modernidad tecnológica; y los variados artilugios pictóricos que Meme emplea para crearlos: grafito, linóleo, aguafuerte y aguatinta, acrílico, óleo y encáustica. —Hoy me doy cuenta de que hay una coherencia en mis obras, una estética intuitiva u orgánica que se ha ido creando a través del tiempo —nos dice José Manuel Navarro Dueñas, Meme, en entrevista. Es una estética que se ha configurado sin la pretensión de parecerse a alguien, en la que más bien ha seguido una serie de necesidades personales, quizá también de casualidades, pues más que por una búsqueda su estética se ha ido configurando con la práctica. Y aunque por lo mismo Meme no sabe con precisión en qué consiste esta es-
tética, como buen pintor empieza por delinear un boceto: —Trato de estudiar mucho. Conocer, por ejemplo, la anatomía, pero en mis obras este conocimiento no se traduce en un realismo absoluto, sino que, al filtrarlo, al pasar por mí, aparece como una distorsión. Por eso no uso fotografías. Más bien pinto o hago escultura con base en recuerdos. Que la obra sea filtrada con sus virtudes y defectos sobre la base de la memoria. Ventanas a una realidad alterna Tal vez una de las constantes más claras en la obra de Meme es la insistencia en la intensidad de los colores rojo, azul, verde y la incesante dispersión de los ocres. —Hay una paleta de colores de la que no me puedo desprender —dice—. Pero no es mi intención. Me pasa que a veces voy al estudio de algunos colegas y me sorprendo con la riqueza de la paleta que ellos manejan. Yo me siento pobre en relación con la variedad de colores que emplean. Pero esta pobreza cromática es parte de mi definición plástica. Acaso por una necesidad personal, creo que siempre hay un toque, aunque sea mínimo, de rojo. No sé qué me da. Lo que sí sé es que si una pieza no tiene rojo, como que le falta algo. Frente a la gran mayoría de las obras pictóricas de Meme, uno no puede evitar esa rara sensación de estarla viviendo en carne propia. Son pinturas, sí, pero son obras vivas. —Ahora empiezo a entender que son ventanas para observar un mundo alterno —conjetura Meme—. Lo que hago con mis cuadros es escarbar y sacar los vestigios de esa realidad alterna. Me interesa cada vez más saber cómo funciona esto. Quizá la magia radica en ignorar, precisamente, cómo sucede, pero tengo la inquietud de querer saberlo, de conocer cómo funciona todo esto. Y por eso he estado escribiendo mucho últimamente.
Este escribir, este reflexionar sobre la obra propia ha llevado a Meme a preguntarse también por la función del artista. Y a responderse, hasta el momento, de la siguiente manera: —El artista tiene que estar preocupado por su “yo”. Debe darse el tiempo de reconocer sus necesidades personales y codificarlas para poderlas transmitir en su obra. La economía mundial nos obliga a dejar nuestro “yo” para ser un “usted”. Por ejemplo, en el trabajo. Entonces andamos con ese “usted” todo el tiempo. A la hora de la comida vamos de nuevo a nuestro “yo”, pero es nuestro yo más primitivo: el alimento. Ya cubierto el “yo” primitivo, regresamos al trabajo y volvemos a ese “usted” que cubre las necesidades ajenas. Lo que un artista hace al estar creando en la intimidad de su estudio es trabajar su “yo”. Y cuando este “yo” se expone en la forma de obra de arte para que otros lo lean, la obra deja de ser un “yo” para volverse un “nosotros”. En el mismo momento en que una persona se conecta con el trabajo del artista es porque halló en la obra algo que necesita. Cuando hay una identificación entre aquel “yo” que mira la obra y el “yo” que la creó es porque se están narrando las necesidades más íntimas del ser humano. Pero qué sucede cuando no existe esa conexión, esa identificación entre la obra y el espectador. Meme lo mira de este modo: —Hay gente que dice: “No me gusta el cuadro, pero no puedo dejar de verlo”. ¡Claro! Porque a fin de cuentas hay cosas que no nos gustan de nosotros mismos pero que son parte de nosotros. E igual de válido es que alguien diga: “¡Me vale madre este cuadro!” Porque la obra simplemente no le está hablando a esa persona de lo que necesita. El artista, lo que hace, es darle a los demás esa dosis de “yo” que todos necesitamos. La gran función del arte es llevar esos “yo” de los diferentes artistas para encontrar espectadores que los conviertan en “nosotros”. Las rutas del arte Seguro es por esto que las obras de Meme buscan escapar de su estudio. Quieren hacerlo pronto, de la mejor manera. Quieren ser vistas. Cuando Meme vivía en Querétaro, tarde o tem-
81 prano el queretano de esos tiempos (entre 2007 y 2014) se topaba con una obra hecha por él: en una galería, en un museo, en una universidad, en una escuela, en un parque, en una calle, en un periódico, en una revista. Y ahora que volvió a su estado natal la cosa va siendo la misma. Sobre todo desde que a principios de 2016 Meme se sumó a la iniciativa de su colega y amigo el pintor Óscar Basulto, y comenzó a viajar para exponer sus obras en varios municipios de Jalisco. Esta iniciativa que lanzó Óscar Basulto (en complicidad con el pintor e ilustrador Mauricio Cárdenas) fue llamada Rutas Plásticas Jalisco. A ella se unieron en un inicio, además de Meme,
los artistas Indira Castellón, Manuel Guardado, Alejandro Camacho y Ana Paula Luna. La propuesta de Basulto fue una sacudida a las formas tradicionales de promover el arte en su estado. No en afamadas galerías. No en prestigiosos museos. No en grandes recintos culturales. No como una forma de engordar la cartera. Y, sobre todo, no como un gesto individual sino con un propósito colectivo al llevar, en coordinación con la Secretaría de Cultura estatal, la obra de pintores jaliscienses a los diferentes municipios del estado, varios de ellos bañados por la brutal violencia y la perversión moral que ejercen el crimen organizado.
Francisco Cervantes, poeta. Dibujo de Meme.
“Quiero hablar en mis municipios, en mi Jalisco, no en Nueva York, la Ciudad de México o Monterrey; quiero que la gente de mi estado vea lo que yo y otros pintores tenemos que decir”, le explicaba hace tiempo Óscar Basulto al reportero Marco Corral sobre la razón de las Rutas Plásticas. A estas alturas, en Rutas Plásticas Jalisco ya han participado unos 35 artistas que han montado más de cien exposiciones en más de la mitad de los 125 municipios del estado. —En muchos museos y galerías lo único que te encuentras ahora es vacío —dice Meme—. Y, por lo tanto, cuando vas a una exposición a un museo o galería afamados, muchas veces sales
82 vacío. Pierdes tiempo y pierdes vida. Pero cuando un niño de uno de estos municipios que hemos visitado con Rutas Plásticas nos dice que nunca antes había visto una exposición, y luego me entero de que ese niño anda tomando clases de pintura, y luego, por las redes sociales, algún maestro que conocí en esa localidad me dice que ya tiene 40 niños tomando clases de pintura, sientes, sin duda, que algo estás aportando. Algo que muchas veces desconocen las nuevas generaciones egresadas de las escuelas de arte que, influidas por las nuevas corrientes, ya no ven como algo imprescindible saber dibujar. ¿Para qué? Lo de hoy es la instalación, el performance, el arte conceptual, el life art, la caja de zapatos sin contenido sobre el suelo de un museo de relumbrón, el trozo de banqueta, las cubetas de agua... El tiempo de la estupidez —Vivimos en el absurdo de los absurdos —dice Meme—. Hay un documental que dice que, en el futuro, a nuestra época se le conocerá como el tiempo de la estupidez. Por otro lado, hoy distintos organismos internacionales están proponiendo, en relación con el arte, que lo mejor ya no es la globalización, sino poner atención en las regiones, en los sitios en los que el arte se origina; es decir, no poner la atención en aquello que es igual y que se exhibe tanto en el Museo Tamayo como en un museo de Berlín y en uno de Tokio, en todos estos lugares en los que una caja de zapatos puesta por Gabriel Orozco es la gran novedad, la gran pieza de arte, al grado de convertir a este artista en el más representativo de nuestro país y gastarse en él, desde el gobierno, millones de pesos para traerlo por todo el mundo. —¿Esta clase de arte y de artistas representan lo que ha sido México en los últimos años? —El arte contemporáneo cumple a cabalidad con lo que ha sido el país en los últimos años: habla de nuestro momento histórico, que es el vacío, la corrupción. Se ha despilfarrado una cantidad de dinero impresionante con una bandera falsa de cultura. Si nos ponen como una gran pieza una caja de zapatos, tenemos también una corrupción intelectual, ¿no? Los chavos quieren defender esto en las escuelas a capa y espada… y es indefendible. Tenemos
que tener conciencia de lo que está pasando y ser críticos de nuestro momento. Lo raro es que los espacios culturales están abarrotados de estas expresiones que mencionabas hace un momento [la instalación, el performance, el arte conceptual, el life art, la caja de zapatos sin contenido sobre el suelo de un museo de relumbrón, el trozo de banqueta, las cubetas de agua], muchas veces carentes totalmente de calidad intelectual. Me da pena ver eso. Y más porque al mismo tiempo la pintura es despreciada. También porque estas corrientes son empleadas como un salvavidas por gente que no tiene talento, o por gente Manejando la locura. Dibujo de Meme.
que teniéndolo no se esfuerza por trabajar su talento, lo que es aún peor. ¿Aún quedan opciones? ¿Será siempre así? ¿Qué es lo que viene? Meme opta por concluir con una intuición positiva: —Ahora hemos empezado a encontrarnos, a preguntarnos, cada uno, quiénes somos, por ejemplo, aquí en Guadalajara; o a preguntarme quién carajos era yo cuando pasé siete años en Querétaro. Quiero creer que viene una época importante para el arte, una época en la que iremos dejando, de una vez por todas, la estupidez que nos han impuesto durante tanto tiempo.
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Corolario visual
En las puertas del asombro E
xisten dos vertientes en el arte pictórico de José Manuel Navarro Dueñas, Meme. La primera se apega a los cánones formales e incluye retratos de factura excelente, en que mezcla los rasgos físicos con elementos suprarrealistas (cabezas en forma de globo, diablitos de iglesias góticas, telones incendiados, notas de grafías musicales, etcétera), que cumplen su función figurativa, casi documental. La otra vertiente, más amplia y libre, es la que ha interesado a propios y extraños, pues es demostración de su capacidad imaginativa, personal e intransferible. En ella vuelca su fantasía en composiciones que rozan con mitos, predominantemente contemporáneos, en los que pululan objetos y seres que son caricaturas casi distorsionadas de otros entes reales, pero en situaciones irrepetibles, casi abstracciones crepusculares a partir del mundo fenoménico. Alguien intentaría adscribir los temas de la obra de Meme a pulsiones freudianas, a desvanes olvidados de la memoria en que lo vivido se mezcla con lo soñado, dentro del marco de una cultura espía, con el misterio de cada artista, a veces en una taracea explosiva de lo cotidiano y lo terrorífico. Él ha creado y colonizado mundos difícilmente habitables, en una especie de país de en medio, lleno de contradicciones, en que la fusión de contrarios es una empresa “normal”, sin aspavientos, pero con toques de lo maravilloso, lo inusual. El elemento creador primordial es el juego, el ludus, en que se entremezclan los malabarismos de la razón con la intuición infantil, con toda su carga de inverosimilitud, que abre la puerta del asombro. No es precisamente un país de hadas, pero sí de gnomos, de mutantes, de mecanos a veces robotizados, de combinaciones de lo orgánico y lo inorgánico, juguetes involuntarios de la memoria, que nos salen al paso en cada esquina y nos echan en la cara la irrealidad del hombre y la realidad de sus fantasmas, en una sociedad cada vez más impersonal e impredecible. En una presentación, después de escuchar algunos poemas míos, una jovencita me preguntó: “Usted viaja a un mundo imaginario, lleno de cosas raras. ¿No tiene usted miedo de no regresar a la realidad?” Cabría plantear la misma pregunta a Meme, aunque es un poco ociosa, pues él tiene las llaves de los dos reinos, y transita por ambos y se divierte como enano en Disneylandia. José Rafael Blengio Pinto
Los dibujos de Meme Melancolica sonata. Dibujo de Meme.
84 Alfonsina. Dibujo de Meme.
85 No todo es el armamento. Dibujo de Meme.
86 Manos para volar. Dibujo de Meme. Mural en la estaciรณn del Metro Auditorio.
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88 Un hombre circular cargando una vida cuadrada. Dibujo de Meme.
89 Chico Magaña. Dibujo de Meme.
Roqueros en el Paraíso.
La incansable persecución de la belleza. Dibujo de Meme.
Perfil de un evento bascular. Dibujo de Meme.
90 AhĂ estaba. Dibujo de Meme.
CON EL
TU PRÓXIMA CITA
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