Petra. Jornadas de viaje.

Page 1

Jornadas de viaje

PETRA



Jornadas de viaje

PETRA

“To you I say passer by as you are, I was and as I am now, you will be. Enjoy, life is mortal” Inscripción en placa romana en Umm Qais, Jordania, data aprox siglo II. Traducción libre del guia del museo de antigüedades local.



I

Nada prepara para recibir a Petra. Sin importar cuánto se haya leído, ni cuan profusamente se haya uno documentado, el vuelco de corazón que se vive al salir de El Siq, la brecha que separa la ciudad del mundo, es indescriptible.


Sólo espontáneas lágrimas de incredulidad le hacen justicia al segundo preciso de su revelación. Sólo el cuerpo estremecido sin control lo comprende, sólo el alma traspasada por el exquisito dolor de la belleza intemporal, esa que escapa al efímero Cronos. No hay vanidad en Petra, y ese desprendimiento la hace inmensamente bella.


El Siq, largo y estrecho pasaje lleno de misteriosas señales, con el cielo apenas una cinta azul sobre la cabeza, descubre de pronto el majestuoso Al Jesneh (El Tesoro), espectacular visión salida de otro y de este mismo tiempo, en insólita conjunción, congelada en la eternidad de cambiantes tonos de rosado y terracota, excavada con paciente maestría en la arenisca por los Nabateos, nómadas árabes que una vez pausaron en su cabalgar desde más allá de los siglos para extraerla de la roca a punta de cincel.



Hincado, dejo que sus seis columnas ocupen mis sentidos, sus dos ángeles flanqueándolas, sus siete copas en el capitel, y sobre él aquellas treintidós rosetas. En imposible ángulo, mis ojos ya cautivos se dejan llenar de su corona y de su inmensidad, de una dimensión diferente del tiempo, que trasciende incluso lo aparente, pues esconde todavía azules, amarillos y malvas, reservados para el acercamiento de veras. Con capricho de gran dama, Petra juega con la luz y con la admiración. Más que rosa, Petra es la confirmación de, en el fin, lo insulso que es el tiempo.


II

Caminar por el borde de montañas, salir de la ruta trillada, guiado por el paso seguro de Murad, entre riscos y antiguos pasos de agua. La fortaleza para tan duros ascensos y descensos sale más de la emoción que del nulo entrenamiento. Hay que llegar a Petra por los caminos difíciles, los más exigentes. Poder ganarnos a Petra.


¡Qué llenura de contento al conquistar la cima desde donde se ve Al Jesneh de arriba a abajo! a la vista, su corona está ahora más cercana que su entrada. Un angosto y profundo abismo separa el templo del mirador que nos aguanta. Exhaustos y emocionados nos sentamos sobre la roca, colgante como una percha. El ruido de



la multitud – que ahora se me antoja floja apenas un eco lejano que sube fusionando mil atónitas voces en único gemido de júbilo que no cesa, que seguramente llega al infinito. El Tesoro es un sitio donde el silencio no ejerce su frágil majestad. Este improbable balcón en la árida pared es posición de reyes, más por el peligro y el ruido que acompañan al privilegio, apta más para águilas que para gente.


Sin embargo, sea tal vez por el efecto del viento o a lo mejor del vértigo, lo que pareciera es que montase sobre las alas de esos dos ángeles cincelados en la faz de la altísima pared, que desde aquí se dejan detallar con abandono. De nuevo es la belleza la homenajeada y esta caminata es rendido tributo que atravesó flores amarillas del desierto, peligrosas bajadas, subidas coñemadrísimas, para recibirla en recompensa, ahí triunfante a nuestros pies cansados, unos cien metros abajo. Tesoro de la humanidad, te estoy contemplando desde el ángulo alterno, el menos fácil, a lo mejor como nadie por lo revelador que resulta. Petra es un descubrimiento que pertenece ahora a las montañas. Tacharrafna!




III

El camino desde Little Petra hasta El Monasterio atraviesa la vasta planicie de los Ammarin, bedules -especie de beduinos - que viven en carpas y tienen camionetas para cruzar la inmensidad. El sol tempranero es benigno y sopla una brisa fría que contrasta con el cálido dorado del arenal. Protuberancias redondeadas llenan de puntos el paisaje, lo aleja de la monotonía. El camino imperceptible lleva por dos campamentos de cerriles que prefieren esconderse para no vernos, intrusos como parecemos alejados de la ruta usual. En su lugar, nos saluda la algarabía de los perros. A la distancia uno nos muestra sus dotes de cuidador de un rebaño, y ladrando conduce las cabras hasta el redil.


Después de descansar de la estupenda comida preparada a la brasa en la arena, el paisaje cambió para mostrarnos los riscos y paredes que conducen por senderos poco transitados a Ad Deir, El Monasterio. Los ochocientos cincuenta escalones del camino directo que sale de Petra son un bullicio intransitable. Al evitarlo, el precio en dificultad y riesgo trajo la quietud que favorece la contemplación, el sosiego. Ventanas que se abrían a cada recodo del camino con espectáculos de la naturaleza, tan cercanos como la pared de la roca de la que nos agarrábamos para no resbalar ni rodar, tan lejanos como lo permitía la vista ensimismada. La posibilidad de caer si



dábamos un paso en falso era realidad que nos traía constantemente a tierra. Casi sin marcas en este camino, hay pasos que son una adivinanza. El andar parece interminable, el morral me pesa horrores y ya ni el jata, turbante árabe, me protege del sudor. Después de una cuesta candente, se revela a la distancia el sobresaliente perfil de este otro gran monumento de Petra, El Monasterio. Estamos llegando por el lado opuesto a la multitud, tras muchas horas de larga caminata. La explanada por la que le entramos nos da una perspectiva única, nos permite asimilar pausadamente aquel templo colosal tallado de la roca, que completa a Petra, confirmación de la firmeza de la voluntad que la


cre贸. Hay algo magn铆fico en la imponencia de este prodigio. Aunque no causa el asombro de El Tesoro, su monumental aislamiento sobrecoge. El gran ascenso, la magnitud de la fachada y las grandes terrazas en frente suyo le dan un aspecto sacro especial. Al ser la altura parte de su camuflaje, se permite dimensiones de grandiosidad, sobresale retador de la roca sobre la que fue hecho, gigante capullo que se desnuda al amparo de lo remoto.


IV

Los extenuantes alrededores de Petra son murallas naturales que hoy se dejan caminar, un desierto en vertical y sin planicies que mantuvo oculta esta ciudad a los ojos occidentales hasta el siglo XIX. Montes que suben y bajan, viejos cursos de agua hoy desiertos son los surcos del rostro milenario de Jordania. Con andar exhausto llegamos al Alto Sitial de Sacrificio. Es una maravilla espacial, en vez de arquitectónica como los templos y tumbas abajo. La cima aplanada enmarca un rectángulo cuidadosamente sacado a la roca con suaves golpes de cincel, deducible por la exactitud de sus lados y su escasa profundidad. Allí los Nabateos ofrecían a su deidad, DuShara, sacrificios de ovejas, cabras y camellos cuya sangre bañó



alguna vez las laderas. Pero también ofrecían leche, aceite y grano, acompañado de los aromas ardientes del incienso. En las alturas, buscaban la elevación con humilde sencillez, sumisos a lo imponderable, dejando la grandeza a lo etéreo, a lo divino. Antes de llegar, un regalo inesperado siguió con nosotros buena parte del camino: dos niñas sobre su burro, pastorcitas guiando su rebaño de cabras, negras casi todas, por entre rocas y arbustos que comían vorazmente. De sonrisa tímida y nunca arisca, nos permitieron por mucho rato fusionarnos en silencioso andar, apenas


interrumpido por los cencerros cuyo tañer, colgando del cuello de sus animales, marcaba el ritmo de nuestros pasos cansados y gozosos. El rostro de la mayor, de unos diez o doce anos, fue marco para una estupenda y respetuosa foto, que ambos acordamos sin palabras, conectados por el caminar juntos y el poder de la sonrisa cómplice y en mí, jadeante. Prendado por los ojos del desierto, la tez teñida por el sol y el viento, por incontables generaciones de pastores que han repetido su camino de dignidad en pobreza que quizás no sea tal. Más adelante y próximo a nuestro destino del día, una madre beduina nos ofrece Chai, té, dulce humo de la brasa, muestra de hospitalidad que se repite por doquier en el agreste paisaje que nos circunda. Petra sin sus beduinos no existe, sería un lugar sin vida y sin realidad.



V

Cierro los ojos y todavía las vetas multicolores de las rocas de Petra, impregnadas para siempre en la retina, persisten en llevarme hacia el mundo de los sueños regodeándome en los azules, desplayándome en los blancos, colorados y ocres que un pintor divino, refugiado en el solaz de los tiempos, dejó sobre los muros de la ciudad. Petra es un regalo a la memoria, y es ahí donde se conserva intacta. Cada rincón, cada cueva, es un grito de admiración, cada movimiento de la luz un refulgir de colores danzando con la parsimonia de los siglos. Ondas, rizos, círculos y líneas coloridas dibujan cada pared de Petra con abundancia de tonos y exquisito diseño, la madre naturaleza en


gran faceta de artista. Ese misterio solo puede ser entendido visitándola, con la mente como espejo que refleje vivamente su semejanza plena con el mundo subterráneo que hasta ahora conocía sólo en modelos, y del que vivo. Cierro los ojos y franjas multicolores aparecen frente a mí, arrullo visual en cuyas olas cabalgo. Petra ya no es un sueño, es una realidad vivida tan de cerca que sobrepasa la piel, una hermosa y propia forma de mirarla que trato, sin poder siquiera, de transformarla en palabras. La fuerza de los colores de Petra es una marca honda que no le da paso al olvido, y sin embargo enmudece ahogada en lágrimas al intentar describirla. Y aleja por siempre el mito de que la ciudad es rosada.



MAS Oct 21-30, 2008 Petra, Jordania



Estas rocas retornan de otra vida, tras profundo silencio. ... Estas rocas encierran un mensaje que no ha logrado descifrar el tiempo. Miguel Ram贸n Utrera


© 2008. Marco Antonio Suárez.





Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.