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El aullido de Charlie Rivel. Maria Aurèlia Capmany

Coincidiendo con el 125 aniversario del nacimiento en la pequeña población de Cubelles (Barcelona) de Josep Andreu, más conocido como Charlie Rivel, recuperamos en estas páginas dos interesantes artículos escritos hace años por su gran amigo, el artista Joan Soler-Jové; y por la escritora Maria Aurèlia Capmany, que describe con precisión su mítico aullido. Es nuestro homenaje a este gran payaso catalán y universal.

CHARLIE RIVEL NACIÓ EN CUBELLES EN 1896

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El aullido de Charlie Rivel Por Maria Aurèlia Capmany

Un día Charlie Rivel lo explicaba: vio una chiquillo sentado en un banco de piedra, solo, que movía la cabeza, cerraba los ojos, adornados por dos grandes lágrimas, ponía la boca redonda... redonda... como si fuera a silbar, pero lanzaba un chillido, un pequeño aullido, quizás como si fuera un cachorro de lobo abandonado en mitad de la selva. El lenguaje del cachorro expresaba, sin duda, el miedo, la tristeza, la consciencia de soledad, mucho antes de que pudiera esgrimir unas palabras comprensibles para comunicar a los demás esta consciencia primaria. Lo más impresionante del recuerdo de Rivel es, no solo el hecho, ya importante, del descubrimiento de este aullido del niño sentado en el banco, sino del uso que él le fue dando a lo largo de sus apariciones públicas. El pequeño aullido del niño, reproducido por el payaso calvo, con peluca roja, adquiría nuevas dimensiones. En primer lugar, era un chillido desproporcionado, un aullido que continuaba siendo tímido, a pesar de la calvicie, el paso lento, y los años que, capa sobre capa, se iban acumulando en el espíritu del payaso. El aullido se convertía en un aullido discreto, un aullido controlado, un aullido, incluso, agradable de oír y de entonar, casi una caricia. Rivel expresaba, con el gesto de la cabeza y la boca redonda... redonda... y el sonido lento, acompasado, que salía de sus labios, una inmensa soledad pero también una gran confianza. El aullido de Rivel que había heredado de la criatura sentada en el banco, se convertía en una posibilidad de comunicación; una comunicación que venía a decirte: “Mira cómo protesto; mira cómo protesto de tanto desamor que hay en el mundo, de tanta indiferencia, de tanta necedad; mira cómo protesto renunciando al lenguaje pomposo, renunciando deliberadamente a la gramática para explicarte con este sonido, prolongado y tierno, que no estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo con el mal del mundo, con la soledad de la infancia, con las dificultades inútiles de los aprendizajes, con el fracaso escolar, con los proyectos de guerra, con la injusticia, en definitiva, que continúa existiendo en el mundo y contra la cual debemos protestar una y otra vez”. Alguien preguntaba a Charlie Rivel qué quería decir con ese aullido pequeño y tierno y el payaso, astuto y viejo, recordaba aquella experiencia que no podía ser reducida a gramática: la visión de una criatura sentada en un banco, que todavía no ha empezado a vivir i que expresa su perplejidad y su protesta con un sonido prolongado y duelo. Charlie Rivel pertenecía a la familia de los payasos tiernos. Existen tantos tipos de payaso como tipos de persona: modestos, ostentosos, prepotentes, humildes, satisfechos de sí mismos, o, todo lo contrario, siempre dudando de les propias posibilidades. El aullido de Charlie Rivel era tierno y poseía, además, una sutil ironía porque, moviendo la cabeza, cerrando los ojos y redondeando la boca, conseguía que detuviéramos un rato nuestra facultad de enlazar palabras y nos obligaba a plantarle cara a nuestros propios miedos y nuestra propia protesta por todo un mundo que está mal hecho y que tenemos la obligación de arreglar.

Una imagen clásica de Charlie Rivel pronunciando su famoso eslogan ‘Akrobat, Schööön’ a la entrada de Little Bridge, aproximadamente en 1960. Foto: Colección Dominique Jando.

(Texto de la escritora Maria Aurèlia Capmany publicado en ‘Dotze temes de circ’, de la colección Els Gravadors de la Rosa Vera). Traducción del catalán: Núria Duran.

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