Ensayo Sadeano (PARA INVITAR A PENSAR UNOS EJERCICIOS TRANSGRESIVOS)
Adela HR
Chorcha Chillys Willys México 2014
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A Juan GarcĂa Ponce
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I El personaje sadeano no puede obtener la adhesión del interlocutor con argumentos sino con la complicidad. La complicidad es lo contrario de la persuasión según el entendimiento universal. Aquellos que se saben cómplices en la aberración no necesitan ningún argumento para comprenderse. PIERRE KLOSSOWSKI, Sade mi prójimo.
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* Este ensayo quiere pensar algunos conceptos/aspectos que encuentro en la obra de Pierre Klossowski. Para ello he tomado prestadas algunas citas de varios ensayos de este autor francés. Aunque, antes de desarrollar las partes (palabras-frases) que (me) indican una propuesta de pensamiento que está absolutamente en contra de todas las leyes humanas y divinas, ya ni se piense contra las de la naturaleza, comenzaré realizando un breve comentario crítico acerca de la concepción misma del término “sadeano” y sus derivados, que son utilizado(s) en tan variado espectro de niveles de interpretación semántica que más vale no caer en falsos supuestos al ponerlo en juego. Cuando hablo aquí de un personaje “sadeano” me refiero a los personajes de la obra literaria de Sade y no hablo para nada del personaje “sádico”, tan usado y explotado en forma policíaca por la psiquiatría e, incluso, en espacios más amplios de la sociocultura, también por el psicoanálisis canónico y la nota roja o amarillenta. De ahí que pueda prestarse a confusión la casi imperceptible diferencia (est)ética que hay entre ambos términos, por lo cual aclaro de nuevo que aquí hablaré de un personaje sadeano-artístico, más que de un personaje sádico-terapéutico. Aquí hablo de arte y no de psicosis, hago ciencia de la 5
comunicación en la interpretación del arte, hermenéutica radical del acontecimiento estético. El personaje sádico es, más bien, la denominación usual con que se etiqueta clínica o policiacamente la conducta in-usual o a-normal de ciertos sujetos sociales, que, en la gran mayoría de los casos, no tienen nada que ver con la que aquí yo denomino conducta sadeana, lo que sí me preocupa pensar, algo por completo diferente -- a no ser que se relacionen entre sí en esa inestable superficialidad psicosemiótica de ejercer ambos personajes la violencia o cierta violencia contra los otros, en el acto de hacer daño a otra persona. Aunque, entonces, el personaje sadeano en realidad no ejerce de verdad tal violencia, puesto que la transforma o sublima en forma estética, incluso en medio del más misterioso acto sadomasoquista, ya que todo ocurre efectivamente por programa y acuerdo manifiesto. A diferencia del personaje sádico, en el personaje sadeano la transgresión reside en el hecho de sí tener plena conciencia y voluntad de hacer lo que hace, pues su transgresión reside precisamente en el hecho de planear, de imaginar, de anticipar, de preparar con argumentos las condiciones necesarias para que ocurra su deseo transgresivo y perverso. Planear el goce por adelantado, verbalizándolo, convirtiéndolo programa de actos de habla, a través de fantasías y adelantos parciales, fantasmas y simulacros, anticipos fragmentarios, escenificados ritualmente, teatralmente. Como ocurre en los escritos literarios del Marqués de Sade en tanto que escritura misma, muy especialmente, para nuestro caso, en La filosofía del tocador.
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El personaje sadeano es, en esencia, un ser pensante que ocupa la razón en pensar lo prohibido, porque trata de pensar eso que se trata de no pensar en sociedad, por ello se manifiesta abiertamente en contra de lo establecido, y por eso se le califica también como libertino. Lleva su libertad más allá de lo establecido como normal por el orden simbólico. Se permite situaciones donde el exceso y las irregularidades ocurren únicamente por un trabajo de reflexión muy intensa acerca de lo que es lo establecido (“vicios privados, virtudes públicas”), quién lo establece y por qué. Entonces, el personaje de que aquí hablamos es del personaje sadeano y no del sádico (ya que este último es meramente impulsivo y muy poco reflexivo a la hora de transgredir la norma, de modo que la reproduce sin darse cuenta). Aquí hablamos de lo que significa programar el goce de la transgresión del orden establecido, lo que significa deshacer el orden de la represión patriarcal autoritaria; aunque también vale la pena notar que ambos personajes tienen en común justamente el hecho de ser perversos, esto es, de designar una actividad de transgresión en contra de lo establecido como lo permitido o normal socialmente acordado. También el personaje sadeano al que aquí me refiero es, como he dicho más arriba, el libertino, ese ser que se toma tan en serio la libertad que a todas luces es un personaje que transgrede la libertad burguesa del otro, pues, para el libertino, la libertad no tiene límites ni se rige como un enunciado que se emplea para proteger la propiedad privada; me refiero a casos como el de la tan sobada frase: “tu libertad termina donde comienza la libertad del otro”. Porque, para el libertino, la libertad comienza justamente donde comienza la libertad del otro, que se vuelve su cómplice, es decir, le cede su espacio de 7
libertad y (¡ay sorpresa!) así tenemos que la libertad realmente no tiene límites, ni se puede restringir. Si la libertad de veras es, entonces tiene que ser ampliada, extendida a los otros, comunicada, pues eso de que existe una libertad distinta para cada quien y de acuerdo a sus supuestas características esenciales más bien me parece que es un espejismo del individualismo posesivo, una ilusión, nada que tenga que ver con la realidad. Entonces, para el libertino, la libertad es primero que nada comunicación, siempre comunicación, permanente transgresión de límites. Pues demuestra que es posible y deseable lo otro, el más allá, especialmente cuando lo prohibido en realidad no lo prohíbe ni puede prohibir, porque está afuera de ello, dentro del territorio del tocador, que no es la recámara ni exactamente la calle. El carácter del personaje sadeano se manifiesta por su modo de buscar la complicidad, más que por ejercer la persuasión, pues éste no argumenta para ganar adeptos o seguidores, sino para conseguir complicidades. Busca complicidades para su perversión, más específicamente, la sodomía, porque: …la sodomía se manifiesta por un gesto específico de contrageneralidad, el más altamente significativo a los ojos de Sade: aquel que afecta precisamente a la ley de la propagación de la especie y que atestigua así la muerte de la especie de un individuo. No sólo de una actitud de rechazo, sino también de una agresión: al mismo tiempo que es el simulacro del acto de generación, es su escarnio. En ese
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sentido es igualmente simulacro de destrucción que un sujeto sueña ejercer sobre otro del mismo sexo por una transgresión mutua de sus límites. Ejercido sobre un sujeto del otro sexo, es un simulacro de metamorfosis y se acompaña siempre de una especie de fascinación mágica. Y en efecto, en tanto transgrede la especificidad orgánica de los individuos, este gesto introduce en la existencia el principio de la metamorfosis de los seres unos en otros, que tiende a reproducir la monstruosidad integral que postula la prostitución universal, última aplicación del ateísmo. PIERRE KLOSSOWSKI, Sade mi prójimo.
Más específicamente todavía, aquí estaré refiriéndome en forma cómplice a los siguientes conceptos sadeanos que Klossowski nos propone para reflexionar como ejercicio transgresivo: Atentar contra la ley de la propagación de la especie. Hacer un simulacro del acto de generación. Un simulacro destructivo. Perversión sadeana simple. Realizar la transgresión mutua de los límites canónicos falogocéntricos, específicamente, tal como el mismo Klossowski lo señala, a través del acto en sí de la sodomía.
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Reflexionar así, desde la desviación del pensar que plantean estos conceptos, constituye un acto de voluntad voluptuosa que contiene transgresiones que afectan al (des)orden paternalista-monoteísta, por actualizar de alguna(s) manera(s) lo reconocido como antinatural, lo estrictamente prohibido. El exceso sobrenatural. Se califica de complicidad aberrante la de los sodomitas, en forma fetiche se les piensa como una secta secreta o algo así, porque actúan contra el sentido esencial de la relación sexual, que es la reproducción material de los individuos… Se cree que son gente que se pone de acuerdo en lo oculto y oscuro, donde no tienen que verse ni hablarse, porque ya todo lo tienen acordado de antemano. Ahora bien, como el mismo Klossowski aclara, este acto aberrante tiene dos variantes, una simple y otra compleja, pues tenemos, por una parte, un simulacro destructivo, cuando se trata de sujetos del mismo sexo, y un simulacro de metamorfosis, cuando es ejercido entre sujetos de sexos diferentes y así se acompaña siempre de una especie de fascinación mágica, fetichista, que, ya aquí y ahora debemos considera como el origen o base del fetichismo (sexual, mercantil y político). Por raro que parezca, todo esto tiene mucho que ver con el feminismo y la liberación feminista de la humanidad, pues la reflexión sadeana encaja perfectamente en el discurso feminista más transgresivo, el de la desconstrucción y olvido del binario dualista simple, la herida entre macho y hembra, y toca temas que coinciden plenamente con mi trabajo personal de reflexionar acerca de cómo transgredir de inmediato los límites impuestos por el orden simbólico falogocéntrico. Así es como he llegado a la conclusión de que 10
mi praxis feminista más radical está justamente en atentar contra la ley de la propagación de la especie. Un trabajo psicosemiótico práctico que consiste en renunciar voluntariamente a la condición de madre/puta que significa la “realización” institucional de las mujeres como objeto sexual dentro del orden patriarcal autoritario. Trabajo de autoconciencia que me tomo muy en serio desde los veinte años, cuando me di cuenta de que mi trabajo básico como feminista radical contemporánea era y tenía que ser el de cuidar que este cuerpo mío que piensa y escribe estas ideas no se reproduzca, pues en ese gesto se construye mi poder personal para liberarme y ser de verdad diferente al cuadro impuesto, ya que así me convierto en soberana de mi propia existencia, es decir, me apodero como persona realmente libre, pues así transgredo materialmente el límite a mi libertad que significa la condición de madre/puta. Es un trabajo trascendental, pues libera de la enajenación falogocéntrica la conciencia de mi ser una persona con un cuerpo del sexo femenino. Ojo, mucho ojo: aquí estoy hablando ahora mismo de atentar contra la ley de la propagación de la especie, pero no lo hago en contra de la propagación de la especie, que es una cosa muy distinta, que cada quien debe resolver por su propia cuenta. Hic et nunc. Hay que ver bien que, aunque muy parecidas, no remiten a la misma situación, el asunto de la “ley” es lo que a los personajes sadeanos nos interesa transgredir, y, si hay una fijación en atentar, superficialmente, contra la propagación o reproducción de la especie, ello es por considerar a-priori que no hay ninguna ley que nos tenga condenados a ceñirnos sin chistar a ella. Y si bien la pseudo-ley de que hablo cuida de una 11
propagación real de la especie dentro de ciertos límites y reglas, no toma en cuenta que también restringe todas las demás posibilidades de relación humana, pues todo lo pone únicamente a favor del matrimonio burgués, todo lo enjaula en el esquema neurótico de la pareja monogámica paternalista autoritaria, es decir, en el sueño de amor creado por el hijo varón con respecto a la madre simbólica. En cierto momento, para practicar la liberación feminista, la síntesis inmediata del movimiento y el pensamiento feminista radical, hay que transgredir por completo el (des)orden simbólico del patriarcado. Hay que desvirtuar y deshacer todas las identidades fijas que impone el esquema canónico, dualista, binario, escindido, inconsciente. Se necesita llevar la perversión más allá de sus límites, a fin de convertirla en virtud, en paradoja que libera, porque invita a romper las trampas de la fe y salir del engaño fetichista. Con Klossowski y con Sade, yo también encuentro que el simulacro de metamorfosis puesto en juego con la sodomía es la transgresión que lleva al extremo la transgresión a la ley: la sodomía efectuada de tal modo es el acto contranatural por excelencia, pues es una relación estéril en sentido extremo, una relación sin sentido aparente, gratuita, por demás, absurda, es decir, un gesto en verdad exacerbado, ya que no tiene por fin la generación de la especie, sino lo contrario, su desperdicio, y por eso es un simulacro destructivo, contrario a la vida, pues no contribuye para nada a la reproducción material de los seres humanos, sino que únicamente contribuye al goce particular y sin sentido claro de quienes realizan tal acto, y por todo esto la 12
sodomía de metamorfosis es un acto muy señalado y duramente castigado todavía… Aunque también por ello muy deseado y sobrevaluado como fetiche, como engaño aceptado para alcanzar el goce en y para sí. El simulacro de metamorfosis es calificado y penado con mayor dureza que otras perversiones sexuales, como, por ejemplo, la cada vez menos invisible condición lesbiana. Quizá su principal conflicto emerge del desperdicio de semen, pero eso se aprecia desde la condición objetual de las mujeres, del hecho de que ese semen se desperdicie de este modo en los cuerpos de las mujeres. Si en el simulacro destructivo, la sodomía entre personas del mismo sexo, se da una relación sexual entre dos cuerpos negados ontológicamente para la maternidad, en el simulacro de metamorfosis el cuerpo que tiene una doble simulación en el acto sexual es el de sexo femenino, pues está negando de hecho una supuesta esencia biológica y espiritual que ese cuerpo contiene: la condición objetual de “madre”; pero al mismo tiempo y del mismo modo este cuerpo así está negando la condición también objetual de “puta”. Quien así se encuentra no es mujer para ese acto, aunque lo sea. Porque, entonces, la mujer deviene varón, primero, y luego, en consecuencia, deviene algo más allá todavía, alguien que ni es varón ni es mujer, y que entonces quizá convenga denominar como ángel o demonio, en términos, ojo, sustancialmente a-teológicos, aunque entonces, sin duda, ya ha sido puesto en juego el concepto de monstruo y monstruosidad. Nada más aberrante que los cuerpos femeninos que por propia voluntad se niegan a la propagación de la especie, sin que por ello renuncien a realizar el acto sexual o, quizá entonces, un simulacro de tal acto sexual, y así comienzan a practicar la sodomía como apoderamiento físico y psíquico de una identidad 13
diferente, la realmente propia de tal perversión estéril. Lo anormal del simulacro de metamorfosis, su fuerza para desconstruir y hacer olvidar el orden simbólico del padre-autoritario, el patrón-explotador y el patriotabelicista, está en la participación en él de sujetos de diferente sexo, que, así, se masculinizan en forma extrema, más allá de los sexos, pues el simulacro destructivo, bien que mal, es aceptado y reconocido como una práctica que se puede establecer únicamente entre los cuerpos masculinos, por la derrama sin sentido de semen, ya que así son siempre cuerpos estériles entre sí, siempre ajenos a la ley de propagación de la especie, destruyéndola, porque nada más que ese simulacro de acto sexual puede pasar entre ellos, hagan lo que hagan y lo hagan como lo hagan. Allí siempre es inútil la emisión de espermatozoides fértiles. Mientras que, cuando la sodomía ocurre entre personas de diferente sexo, intencionalmente se está actuando contra la naturaleza, se está equivocando la unión de los cuerpos sexuados, ya que se está pervirtiendo en forma extrema el sexo femenino de una persona, porque intencionalmente se está realizando un exceso sobrenatural con los cuerpos así unidos, pues se derrama semen fértil en un cuerpo que puede poseer óvulos fértiles, pero que no los quiere poner en juego dentro del simulacro de acto sexual así programado. Pensar en un personaje sadeano del sexo masculino puede ser la primera imagen que nos viene a la mente cuando pensamos en Sade. Sin embargo, sus mejores personajes literarios suelen ser del sexo contrario, tal como sucede con Juliette y Justine. En este ensayo quiero pensar en/desde un personaje sadeano del sexo femenino, uno que tiene plena conciencia del simulacro de 14
metamorfosis y la transgresión que con tal acto contra la madre/puta natural realiza su cuerpo: monstruosidad integral, perversa polimorfía liberada. Aquí, entonces, la máquina textual expresa lo sadeano como metamorfosis extrema, un acontecimiento de comunicación análogo a la consagración de la hostia en la misa católica, ya que allí, aunque sea únicamente como deseo de fe teológica, ocurre la divinización de un objeto material, la transformación del vino y el pan en cuerpo y sangre de Cristo vivo y eterno. Que, por tanto, en la sodomía de metamorfosis de que este ensayo sadeano habla, ocurre la divinización angelical o demoníaca del sujeto de la unidad de la conciencia del cuerpo femenino que así está actuando en este otro acto ritual.
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II Cuando más grande sea la soberanía del querer, más sabrá ésta conceder libertad a las pasiones. La grandeza del “gran hombre” reside en su avidez y más aún en el poder, todavía más grande, que tiene de poner a su servicio estos monstruos espléndidos. PIERRE KLOSSOWSKI, Nietzsche y el círculo vicioso.
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** Para llegar a esta monstruosidad integral del cuerpo sadeano, se requiere cumplir ciertas condiciones, pues, para transgredir ciertos límites, hay que pensarlo excesiva, morbosa, reiterada, obsesivamente. Contra eso mismo: contra el exceso, el morbo y la obsesión. Hay que reflexionarlo. Es un trabajo crítico que requiere de toda la capacidad de voluntad o querer del sujeto, para así poder prestarse a relaciones y pensamientos que no son los usuales y así mismo poder ingresar de verdad en la cuestión. Esa monstruosidad que diviniza a las personas que la realizan o vuelven posible. Una situación sagrada legítimamente posible ahora, dentro del cuadro democrático mundial. Me interesa la obra de Pierre Klossowski porque es un autor que incluye en sus reflexiones sadeanas la parte femenina. No la excluye. Para él, la parte femenina pone un ingrediente que la masculina no tiene, uno más trascendental, un plusvalor. Es decir, la mujer no es un varón incompleto, efectivamente castrado, degradado, tampoco es una ilusión teológica, sin precio, luego entonces des(a)preciada, vuelta inaccesible y distante diosa o conceptual eterno femenino. En los textos de Klossowski la mujer representa un valor que
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desconstruye la metafísica occidental, el valor feminista de Roberte como moneda viviente. Un cuerpo que en el acto contra-natura hace ingresar en el orden simbólico un goce imposible, la anti-materia fálica. El Des-Orden. Un goce efectivamente compartido, comunicante. Que deshace el cautiverio insular en el orgasmo masculino. La parte femenina pone el cuerpo que hace más evidente la transgresión sodomita, la renuncia voluntaria a la procreación, pues simula ser un cuerpo masculino, un cuerpo que no se ve afectado en ningún sentido por relacionarse sexualmente con varones, cuando, en realidad, es, hablando en el campo discursivo de la generación de la especie, un cuerpo que sí es afectado por estar así relacionado con un varón, y que, entonces, una, para no verse afectada negativamente por ello, simula ser todavía y además un varón en y para sí, pues lo que una hace así, lo hace por la estrecha y seca vía sodomita, por donde no hay generación y sólo existe la noción de goce, una intensidad por encima del placer. Un sublime artificio. Donde en realidad no hay diferencia sexual clara. Relación más estéril y monstruosa no existe para el orden simbólico falogocéntrico. Pues se supone que la vía anal es, en los varones, lo que suple, por necesidad, la vía uterina de que carecen, la vía propia de las mujeres, y por eso mismo se considera doblemente perverso que un cuerpo femenino se entregue voluntariamente, es decir, por su soberano querer, a prácticas de este tipo, ya que así, al no ser ni mujer ni varón, puede llegar a deshacer, si lo piensa, el sentido carcelario-policiaco de la relación sexual, transformándolo en un acontecimiento efectivamente sobrenatural, especialmente para su conciencia directa, personal. 20
Es una situación que desvirtúa el sueño de amor masculino. Donde la unión perversa y perfecta a la vez es entre el hijo-varón y la madre-mujer. Una unión donde lo único imposible es el goce, esa comunicación erótica de conciencias diferentes de verdad. Para que un cuerpo femenino se entregue conscientemente a la práctica de esta transgresión perversa, debe tener plena soberanía en el querer, para así poder dar plena libertad a las pasiones, es decir, para comunicarse con lo incontrolable, lo siniestro, lo que cuestiona en esencia al fetiche... Lo pasivo que conmueve. Un doblez de Moebio. Un querer limitado, únicamente otorga una libertad limitada a las pasiones; mientras que un querer ilimitado les entrega una libertad ilimitada a las pasiones. Un querer ilimitado es la soberanía del querer. Es decir, constituye la plena libertad democrática, la realidad concreta del sujeto libre efectivamente posible. Hic et nunc. No poner freno a las pasiones es crear monstruos espléndidos, libertad que se goza libre. Contra el querer limitado por la procreación biológica, ocurre el querer ilimitado de ese goce permitido, fabricado, que no tiene más fin que la intensidad sensible de tal posibilidad. El cuerpo sadeano femenino es, en resumidas cuentas, un monstruo espléndido, por la avidez que pone en el reconocimiento de la transgresión a la que conscientemente se entrega. Su gesto soberano. No únicamente goza con la destrucción del orden establecido a la fuerza, sino que además hace que esa destrucción se transforme en su contrario sublime, la construcción de un goce superior a lo humano, un legítimo goce sobrenatural, que no ocurre por
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sustitución o en forma vicaria, sino que lo hace de por sí y para sí, como la actualización de la presencia, puro goce extremo, sobrehumano, divino – en términos, insisto con Klossowski: radicalmente ateos, vacíos por completo de la ilusión teológica. El cuerpo sadeano femenino es ilimitado en exceso. Luego entonces: es el cuerpo de un sujeto extremada y excesivamente libertino. De allí el giro siniestro de la situación donde el masculino pasivo se piensa mujer por completo, y más aún cuando ello ocurre en el activo. Todo trasciende la norma reproductiva. Procrea conocimiento, conceptos. Sobre lo sensual. Un exceso, como mencioné anteriormente, que se inicia con un pensar que elabora fantasías para actuar después, para gozar ya con ese trabajo, que le permite programarse goces aún mayores, plusvaluados, cuando ponga en práctica el programa libertino que ya elabora con gozo; un exceso en el pensar. Para atentar, razonable y razonadamente, contra la ley, a veces es necesario pensarlo en exceso, diré aquí una vez más; para poner en acción una conducta que se vuelca en el exceso, es decir, en no poner freno a las pasiones, en querer siempre un querer ilimitado, a fin de convertirse, entonces sí, en un monstruo espléndido, porque comunica su monstruosidad, la sublima, al ser conscientes de que, probablemente, para llegar a la armonía integral sea necesario el reconocimiento de la necesidad real de ejercer en forma libre, democrática, posible en extremo, nuestra perversa polimorfía. Saber querer con todo y ser con todo, para estar en todo con todo. Experiencia interior de la experiencia exterior, gozo comunicándose, comunicándonos...
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Nuestra permanente necesidad de excesos sobrenaturales. La soberanía del querer habría que pensarla ahora como ese querer Ser-Soberano de que Descartes habla en sus Meditaciones, cuando hace referencia a un Ser-Soberano (Dios) que produce al ser y el no-ser, un ser que igual es el ser y el no-ser perfecto (no Ser-Soberano), por carecer de algo que en realidad lo haga Ser-Soberano para crear al Ser de otra manera y no dejarse perder de nuevo en la nada o no-ser. Ser-Soberano de sus pasiones no significa gobernar las pasiones, ni mandar sobre ellas, ni reprimirlas, ni tiranizarlas, ni dominarlas, ni ignorarlas, ni olvidarlas, ni nada de eso. Ser-Soberano de sus pasiones significa dejarlas fluir, significa dejar que ocurran según el propio querer, es decir, programadas por la voluntad de poder de la persona que las practica auto-concienciadas, doblemente pensadas cuando menos, reflexionadas...Al dejarse ir sin freno ni control por lo en verdad sin freno ni control que no es instinto, hasta ese fondo abismal de los otros y las pasiones... hasta el ejercicio democrático posible de nuestra libido perverso-polimorfa. Goce en esencia gratuito del goce gratuito mismo, repetición que no repite, libera. Lo imposible, diría Bataille. Esa gratuidad que en realidad sea gratuita. El encierro del Yo, nos hace renunciar a esa gratuidad del goce que goza libre, a la libertad gozosamente compartida.
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III “Todo lo que entra en el reino de Dios viene también de Dios.” Lo que quiere decir que todas las identidades son intercambiables, y que ninguna es estable de una vez para siempre. Por ello, el desatino es la forma de vestir exigida (lit. el desaliño en la ropa es la condición que exigen las conveniencias). El desaliño, en otras palabras, es la disponibilidad infinita del histrionismo divino. El desaliño representa la supresión de esta “inconveniencia”: el principio de identidad, sobre el que se basan, no sólo la ciencia y la moral, sino todo comportamiento que proviene de ellas, y, por tanto, toda comunicación a partir del discernimiento entre la realidad y lo irreal. PIERRE KLOSSOWSKI, Nietzsche y el círculo vicioso.
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*** Que todas las identidades son intercambiables y ninguna es estable de una vez para siempre resulta ser una propuesta difícil de aceptar, pues uno de los enunciados que sostienen este (des)orden simbólico falogocéntrico afirma justamente lo contrario, el egoísmo individualista compulsivo, el absurdo deseo de que el yo sea auténtico propietario personal, privado, de todas la cosas que nos da la imagen del mundo. Para el (des)orden todavía establecido, canónico, aunque ya disolviéndose de muchas maneras democráticas en muchas partes reales del mundo, haz de tener una identidad y solamente una, no dos ni tres o cuatro o las identidades que tú quieras. Estas identidades en los entes no son intercambiables, dice el orden simbólico, sólo hay una identidad para la unidad de la conciencia, de esa unidad depende el buen funcionamiento del sistema patriarcal de herencia de la propiedad privada, el (des)orden simbólico del sujeto individual autoritario, aquí y ahora para este (des)orden nadie puede pretender otra cosa para existir como sujeto individual simple. Lo demás, dicen, es pura locura. Una vez adquirida una sola identidad como yo/ego, ésta debe permanecer tan estable y fija como sea posible todo el tiempo, única,
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inalterable por completo en su diferencia insular absoluta, es decir: una y la misma identidad para siempre. El registro civil es una institución encargada de la construcción y el cuidado de la permanencia de las identidades canónicas falogocéntricas, es un aparato tecnológico para el control (¿inconsciente?) del yo/ego. La identidad que trabaja y procrea, la identidad de la servidumbre voluntaria al sexo, el dinero y el espectáculo. Una vez que alguien queda registrado con estos o aquellos datos, resulta casi imposible cambiar de identidad; a menos que se invierta una cierta cantidad de tiempo y mucho dinero para poder cambiar de nombre y apellido, más aún para cambiar de sexo. Si ya eres tal como ahí dice que eres, tal como sostiene el (des)orden simbólico falogocéntrico, pues ya no puedes ser cual tú quieras, sino que serás como allí dice que eres, tu identidad real es la que te imponen y marcan las tecnologías del yo, o sea, los aparatos ideológicos del estado, el mercado y la opinión pública. Una vez que un sujeto adquiere una identidad específica y una constancia oficial lo acredita para usar esa identidad determinada y específica, entonces ese sujeto ya cuenta con una credencial o documento que certifique que sí es la persona que le dicen y dice que es, luego entonces, el sujeto ya está enajenado en la identidad que así se le ha construido; ya no bastará con que se presente en persona, ni bastará con mostrar su linda cara, ni con mostrar su huella digital para estar de verdad presente como quien se supone que es, ahora tiene que mostrar una identificación oficial que acredite su identidad y su huella digital, lo mismo que su propio rostro, para que entonces sí sea de verdad la identidad de quien dice y le dicen que es. Lo esencial, entonces, el estar ahí de la persona real, resulta 28
invisible e indecible, impensable, ¿inconsciente? Marginado. Censurado. Silenciado. Fuera del cuadro sociocultural. Se pretende que se adquiera una identidad única y verdadera, que no se piense que se tiene más que una actitud, más que un carácter, más que una conducta que nos defina, porque, para la herencia paterna como dominio de la propagación de la especie se necesita que nuestra identidad permanezca estable, fija, vigilable y controlable. Todo debe ser a imagen y semejanza del Dios único que no hay, de allí la infinidad de desperfectos en el resultado. Nuestra experiencia interior, en las condiciones sociales actuales, está siendo constantemente violentada por la experiencia exterior, pues esta última exige, reclama, impone que se permanezca sin cambio alguno, sin diferencia, sin ser, mientras que por dentro sabemos perfectamente que todo es cambio y transformación constante, que en nosotras todo cambia todo el tiempo, porque somos, porque estamos con vida. Las identidades todavía nos son impuestas a la fuerza, sin discurso, con violencia, sin que se tenga claro por qué y para qué o para quién(es). Todavía nos dejamos construir, ¿inconscientemente?, por la trama trágica y tramposa del complejo de Edipo, miedo a la castración y desviación de objeto, enajenación innecesaria, in- voluntaria. El sujeto social, el ser social del estar ahí, se construye según las normas monoteístas, monopersonales de este (des)orden simbólico falogocéntrico. Es sujeto porque lo “sujetan” y “cosifican” esas normas, las leyes de la herencia patriarcal autoritaria, las leyes del egoísmo individualista posesivo, la compulsión consumista, etcétera. La primera identidad, la que se construye en torno a las acciones prácticas de la escena 29
primera edípica, la identidad que define todo en este devenir social, es la identidad oficial que se nos impone a partir del registro del sexo del nuevo ser, que así nace a este mundo capitalista con una identidad de género impuesta desde antes de que construya la unidad de la conciencia, una identidad que impone una conducta, un ideal, algo imposible de cumplir y que por eso causa dolor y neurosis, y por eso enajena para el (des)orden del mercado, el estado y la opinión pública. Así se le marca al sujeto una identidad a la fuerza, una jaula, una trama, un marco y su cuadro, uno, solo uno, la soledad inaudita, la neurosis egoísta compulsiva. De ahí en adelante, todos los detalles que forman una identidad personal canónica, estereotipada, serán elegidos de acuerdo a tal marca inicial inconsciente, traumática, engañosa y engañante, que todo lo organiza y escinde de acuerdo al binario de lo masculino y lo femenino, lo macho y lo hembra, lo varón y lo mujer, lo heterosexual y lo homosexual, lo viril y lo femenil, y así sucesivamente, siempre organizando y escindiendo en lo singular masculino universal, es decir, en la trampa psicosemiótica del macho patriarcal autoritario. Sin dejar que ocurra como conciencia real todo lo demás que puede estar ocurriendo de otra manera. Nada más erróneo que tal confusión de identidad(es). Hay muchas personas que no acatan esa evaluación. Simple, tal es el caso de los homosexuales y las lesbianas, que no se mantienen dentro de los límites de identidad normal instituida que les fue otorgada desde que se supo de qué sexo eran, ahora, muchas veces, desde antes de que nazcan. Y como no se comportan como estaba bioprogramado, causan muchos conflictos a la identidad escindida del sujeto egoísta patriarcal, tanto en la experiencia interior del individuo 30
como en la experiencia exterior de la sociedad. Sin embargo, se acepta y se reconoce que hay casos en que la identidad puede ser falsificada, disfrazada, enmascarada, transformada, operada y, bueno, entonces se acepta en los hechos que la identidad puede cambiar y estar cambiando, que no toda identidad tiene que ser única e invariable, sino que hay identidades que cambian, identidades variables, distintas. Incluso se acepta que esos cambios son correctos para adecuar la conciencia al cuerpo de la persona así cambiando de identidad, reconociendo así mismo que hay inadecuaciones y equívocos en la asignación de identidad antes del nacimiento, y todos esos conflictos que trae consigo la sombra del nombre del padre en la marca de la letra de identidad personal concreta. Dentro del orden ya está su desorden, por eso es (des)orden falogocéntrico, porque nunca ha podido ni podrá cumplir lo que se promete como norma, porque siempre hay anormalidad y diferencia, cosa que las deja suponer como necesarias para la buena sociedad, y entonces... ¡Ay sorpresa! El desorden predomina, pues siempre se impone la necesidad de que la persona permanezca estable, enmarcada, encerrada, para que no se le siga causando conflictos de duda a la personalidad imposible del Uno-Macho In-dual Patriarcalista Autoritario. Siendo menos extremistas, en el trato social como convivencia pacífica deseada todo el tiempo, aún en los casos de ruptura, la afirmación real de la identidad de alguien la aportan sus credenciales y documentos oficiales, de allí emerge la verdad sobre el sujeto real contemporáneo, tanto en lo que refiere al sexo como a la economía-política y las comunicaciones públicas y privadas, todo lo determina lo externo al sujeto, la identidad individual simple es 31
producto del entorno social, la circunstancia, la imagen del mundo imperante como arquetipo canónico, construida idealmente por los aparatos de control del yo/ego – dispositivos donde la religión y la familia únicamente son ya segmentos parciales, sin centro. Total, la identidad, toda identidad, es una construcción sociocultural, una maquinación civilizadora. Algo que siempre se puede hacer cambiar para que sea mejor todavía, diferente todavía. La intimidad. El más allá del sujeto y el estar ahí. Donde se funda lo auténtico, la verdad de la persona. Nos es ajena de inmediato, la tenemos denegada, prohibida, interdicta, rechazada, generalmente. Pero es la verdad que emerge en los momentos donde se nos dice que así no éramos, que somos diferentes, que nos estamos contradiciendo, y todo eso. La alegría de escuchar que otra vez se nos dice: “¡Cómo has cambiado!” Prueba de que estamos en movimiento. Contra la desdicha que nos causa escuchar que se nos diga el trágico: “¡Estás igualita a como te vi la última vez!” Manifestación expresa de parálisis y rigidez mortuoria. Por eso, para hablar de la intimidad, hay que desviar el discurso, hay que salir de las normas discursivas. Hay que pervertir el discurso con libertinajes. Hay que desaliñar el discurso canónico, el discurso gramatical perfecto, que, según parece, es justo el Logos virtuoso del Uno-Macho In-dual. La trampa del singular masculino universal, cautivante, engañoso, dialéctico, enajenante. Hay que pervertir, seguir pervirtiendo... por ejemplo, como Nietzsche, la indumentaria, hay que pervertirla con el desaliño, hay que cometer desatinos al vestir. Por ejemplo.
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La manera de vestir también aporta su granito de arena para acabar de confundir por completo esto de las identidades. La vestimenta personal en otros tiempos era toda una marca para identificar realidades sociales fijas, invariables, aristocráticas, ahora, en estos tiempos postmodernos, parecería que ocurre lo mismo y nada más. Pero no, la actual sociedad del espectáculo ha creado una situación en verdad fuera de serie, la moda, lo que hoy se vive como pura moda y resulta aún imposible de entender en términos meramente lógicos y objetivos, ya que la moda de la época de la reproducción técnica de la imagen de la obra de arte está cargada en extremo de fetichismo, esa rara extrañeza que parece tan normal y tan si nada, como todo lo del espectáculo. Pero esto de querer identificar eso, lo propio del vestir para las identidades estereotípicas puede crear confusiones interesantes, al tratar de aplicar el modelo binario propio de la pareja heterosexual monogámica, donde si traes falta te tratan de una manera y si traes pantalones te tratan de otra manera. Si eres una persona desaliñada ya eso no vale, ni tiene sentido, se confunde, se complica, cambia el sentido, transforma las identidades, las hace raras, aunque predomine la masculinización. Pero entonces resulta que el territorio de la vestimenta también es un territorio de lo político, una zona donde se expresa en forma real la psicosemiótica contemporánea, postmoderna, un código de debate y consenso sobre el ser social, una cuestión radicalmente cosmopolita, arte y espectáculo, resistencia libertaria y mercado despiadado. Todo es político, todo expresa un deseo de sociedad, lo mismo si eres desaliñado o si no, si tienes cuidado por tu persona o si no, tu identidad es parte del ejercicio público y privado de tus libertades democráticas, las que legitiman y activan los derechos humanos. Tu(s) identidad(es) se ve(n) en la ropa y el arreglo personal, 33
muchas veces con mayor claridad que en tu discurso razonado y mejor que en tus identificaciones oficiales, entonces, también tus más secretos y perversos deseos se expresan de algún modo a través de la simbólica de tu vestimenta, algo que te saca de todo estereotipo, lo mismo que de todo arquetipo, para dejarte escenificando en verdad quien tú crees que eres. En el capítulo IV de El Principito de Antoine de Saint-Exupery encuentro una simpática alegoría sobre todo esto de la ropa y las identidades, y el trato social que obtiene de todo ello. Allí, el narrador intradiegético nos cuenta cómo el asteroide donde vive el Principito, o sea, el asteroide B 612, fue descubierto en 1909 por un astrólogo turco que, al dar a conocer su descubrimiento ante la comunidad científica universal, nadie le creyó por su rara indumentaria oriental, pues para el mundo occidental, que se cree y quiere universal, no hay nada más inexplicable, raro y extraño que lo oriental, que resulta ser todo lo que no sea occidental. Entonces, para ser creído por la comunidad científica, este científico turco vuelve a presentar su descubrimiento, pero ahora lo hace vestido a la europea, es decir con un esmoquin blanco, así vuelve a presentar su descubrimiento del asteroide B 612. Y ahora sí le hacen caso sus colegas, pues ya no representa la extrañeza salvaje de oriente y de todo lo que no sea el mundo a la europea, identidad otra que está fuertemente marcada entre la mayor parte de los habitantes del planeta tierra. Así se puede entender que todo aquello que no corresponde a la moda europea o a la europea, es desaliño. El no estar a la moda occidental de la sociedad del espectáculo es desaliño manifiesto, resistencia, rebelión contra Occidente como individualismo
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posesivo. Vestirse como esté cómoda la identidad de cada quien en el cuerpo de cada quien es desaliño. El desaliño representa la supresión del principio de identidad sobre el que se basan no sólo la ciencia y la moral, sino todo comportamiento, y, por tanto, toda comunicación posible a partir del discernimiento entre la realidad y lo irreal. Una persona tiene problemas con su personalidad canónica cuando es desaliñada (galocha), pues su identidad está representando así un comportamiento alterado, al incidir en la realidad canónica con un comportamiento irreal, equívoco, desacorde con el ser social de la moda como espectáculo. El desaliño es parte de esa monstruosidad integral que practica el simulacro de metamorfosis sodomita, pues el desaliño es la disponibilidad infinita al histrionismo divino, es dejarse ser lo que dicten las infinitas identidades que se habitan como persona. Dejar de ser mero personaje pasivo, para devenir autor-personaje divino, activo, anormal, transgresivo. Es decir, la perversa polimorfía. Ser diferente, ser sagrado. Parte de este encierro, que significa buscar sostener una identidad fija, es para que los seres humanos estén en contra de ese histrionismo divino, porque su praxis, tal como insinúa la metáfora del final del capítulo 3 del libro del Génesis en la Biblia, es una praxis que nos libera para siempre y legítimamente del Dios Uno-Macho In- dual, pues nos deja ver que todos los seres humanos sí somos dioses, y que no hay mejores dioses que los que sí hay, nuestras sagradas presencias. No entender la necesidad de disolver el encierro falogocéntrico en la identidad fija (yo/ego) fundada (sin discurso) en el singular neutro universal masculino, significa quedar encerradas en la fijeza neurótica 35
de los celos y suspicacias que contrae el uso de una identidad egoísta, propietaria privada de un yo/ego como única identidad o construcción simbólica, más que nada verbal todavía, que ocupa (¿inconsciente?) la intimidad personal, esa idea monológica y monologante, ese soliloquio compulsivo, esa tram(p)a pronomial con que se nos distrae de esa intimidad. Y no hay peor desaliño que el de la total desnudez humana, esa situación que más científicamente, quizá, deberíamos nombrar y situar como “encueramiento”, algo distinto y contrario a la desnudez del campo nudista y de la clínica médica, pero también distinto y contrario al desnudo artístico. La desnudez. En esta sociedad, el cuerpo no tiene ningún valor propio. Hay que pagar para entrar y salir de este mundo. Nadie nos paga por eso. Nuestro cuerpo en realidad no es nada nuestro, nos es esencialmente ajeno, tanto en lo mercantil, como en lo estatal y lo público/privado. Por ello, manifestarlo como cuerpo viviente es un escándalo. Todo el cuerpo, vuelto ajeno para el sujeto, se convierte en un símbolo, un concepto, una idea, es decir un no-cuerpo. Es contradicción pura, permanente. Por eso lo identificamos vistiéndolo, enmascarándolo, disfrazándolo. No es suficiente un cuerpo para identificarnos y ser, el propio cuerpo, para identificarse, necesita pensarse desde y para el no-cuerpo, el concepto, la razón. La identificación de un cuerpo la fija el contexto que imponen el registro civil y las otras instituciones que producen la actual sociedad civil, una figura política todavía en situación de servidumbre (in)voluntaria respecto al sexo, el dinero y la política de la sociedad realmente gobernante: mercado, estado y opinión pública. De ahí que la desnudez sea tan poco aceptada “socialmente” hoy 36
día, pues se cree que una vez que estemos desnudos nos des-identificaremos, nos confundiremos, no sabremos reconocer nuestros límites de identidad única fija... Se pierde la apariencia social instituida, visible, quedando manifiesta únicamente la intimidad de esa desnudez como símbolo social que lo dice y calla todo a la vez, para establecer desde ahí una comunicación capaz de interrelacionar de verdad nuestras personas. Digamos que esto de la identidad comenzó con ese cuento de la dichosa hojita dizque de parra que se encargó de cubrir y resaltar las partes del cuerpo que desde entonces quedaron excluidas de la mirada, únicamente de la mirada, pues los otros sentidos las perciben de modo sinestésico-metafórico, pero resulta que con ese mismo trabajo sinestésico los demás sentidos se han aliado en forma sinergética a la mirada y “no ven” ni perciben lo que está oculto a la mirada, lo pierden siempre en ese sentido, confundiéndolo siempre con ese oscuro objeto del deseo, lo siniestro, lo surreal. Y así los sentidos se pierden a sí mismos como sentidos. Lo que la mirada no ve, los demás sentidos se lo niegan por palabra, con el juego del signo y los signos, por contrato psicosemiótico escindido, hasta que, en definitiva, se deniegan a sí mismos por completo, convirtiéndose en palabras sin mirada, no oliendo, no tocando, no degustando, no escuchando, no sintiendo nada que no pase, primerísimo y principalmente, por el juicio crítico y severo de la mirada que se enajena sin darse cuenta en las palabras... El Ojo de Dios, mirada de un padre severo, individualista posesivo, neurótico obsesivo, propietario privado, celoso y suspicaz, inseguro y violento, por haber dotado de mirada a su creación, que lo mira y de algún modo conoce a través de esa misma creación y sus detalles, la historia sagrada de la creación, su creación imposible, pero deseable, pues la mirada es parte de ese histrionismo divino con que los seres 37
humanos contamos para comunicarnos, más que naturaleza, más que teología, más que ciencia y moral. Sólo que esta mirada divina es una mirada hoy día sólo de varón, que todo lo juzga, en forma injusta, que todo lo castiga, en forma errónea, por la ley de la conservación de la herencia como propiedad privada del patriarca, siempre del patriarca, sólo del patriarca, porque todo lo quiere a su gusto, sin conciencia del estar ahí de la demás gente. Algo que ya se disuelve en la nada, afuera de la historia presente. Una mirada que, sin embargo, disolviéndose en nada, todavía reprime en forma directa, edípica, el flujo libre de identidades democráticas realmente posibles, es flujo sociocultural que nos convoca este histrionismo divino del ser en verdad las divinidades reales, posibles, presentes, que nos otorga la conciencia de las palabras, la conciencia que las desordena y libera, desaliñada, encuerada, siniestra, desnuda. ¿Todo comienza con la famosa hojita de higuera del Génesis? Con esa metáfora hebrea del “imposible” complejo de Edipo psicoanalítico freudolacaneano. Imposible. Pero así parece que es en apariencia, y por eso hay que avanzar en sentido contrario, perverso. El histrionismo divino, nuestra sacralidad real, objetiva, como entes que se comunican por auto-poiesis directa, hoy día es una condición de existencia que queda oculta tras de la máscara de la identidad única y fija, porque, quien no porte esa máscara ilusoria, sin sentido real, es alguien desaliñado, sucio, incompleto, cochino... palabras que tienen fuertes resonancias en esta otra, más rara y barroca: galocho... una rara palabra que desde el diccionario patriarcal explica, exactamente, por qué el desaliño no está bien visto por la gente enajenante del ser de las mujeres, pues alguien galocho, una persona galocha, es alguien de 38
vida disoluta y disipada, alguien excéntrico, fuera de contexto, como un libertino. Es decir, quien es desaliñado en su aspecto externo, también es desaliñado en las costumbres y estas malas costumbres que practica son la disolución y la disipación del orden simbólico falogocéntrico... dilapida la herencia paterna, sin sentido y sin arrepentimiento. Porque sí. Con programa. Por eso, la norma dicta: nada de desaliños, nada de suciedades, nada de irregularidades, nada de querer salir de la costumbre, todos muy bien vestidos y portaditos, todos pobrecitos pero limpios, con su ropita bien planchadita, con su hojita de parra en la mente para que no vean que esa mirada divina monoteísta, represiva, egoísta, patriarcal, es injusta e inequitativa, por egoísta, porque niega la divinidad a los seres humanos, ese histrionismo divino, lo que se niega por la permanencia neurótica en la identidad fija y estable, inmutable ante el tiempo.
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IV [E]l terreno del erotismo es el de la transgresión de los interdictos. El deseo del erotismo es el deseo que triunfa sobre el interdicto. Supone la oposición del ser humano a sí mismo. Los interdictos que se oponen a la sexualidad humana tienen en principio formas particulares, afectan por ejemplo, bajo un aspecto que sin duda no se daba en las épocas más antiguas con el paso del animal al ser humano, y que, por otra parte, se pone hoy día en cuestión, me refiero a la desnudez. En efecto, el interdicto de la desnudez es hoy en día estricto, pero, a la vez, está puesto en cuestión. Todo el mundo se da cuenta del relativo absurdo del carácter gratuito, históricamente condicionado, del interdicto de la desnudez y, por otra parte, del hecho de que el interdicto de la desnudez constituye el tema general del erotismo, me refiero a la sexualidad propia del ser humano, la sexualidad de un ser dotado de un lenguaje. GEORGE BATAILLE, El erotismo.
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**** Además, en el erotismo, este juego libre de las conciencias libres, la desnudez del cuerpo femenino es sumamente transgresora, pues, en definitiva, es el cuerpo en el que esta sociedad falogocéntrica todavía pone el énfasis por encubrir y descubrir en secreto, en privado, en el terreno propio del patriarca. De allí el escándalo permanente por nuestros libertinajes postmodernos en el espectáculo, los vibrantes escándalos por el erotismo de la publicidad y el espectáculo, que todo lo contamina, y por todas partes expone y hace visible en forma simbólica ese cuerpo simbólicamente censurado. Todo se contradice y deshace todo. Se considera que el cuerpo tiene partes pudendas que hay que cubrir, partes que nos deben hacer sentir pudor y vergüenza, pues a partir de cierta edad el cuerpo remite a aquello que el ser humano tanto quiere olvidar: la pertenencia a ese grupo animal de los mamíferos vertebrados, etcétera, pues a las personas del sexo femenino se les desarrollan los pechos a determinada edad, amamanten o no. Y como a los varones no se les desarrollan los pechos a ninguna edad, por envidia trágica, desde su condición dominante en lo sexual, lo económico y lo público, se sienten superiores porque esa no es una parte 43
pudenda de su cuerpo, es decir, no es una parte de la que deben sentir pudor y vergüenza, una parte libre, pública, abierta, ya que no tienen un signo físico tan evidente de nuestra pertenencia al orden animal de los mamíferos, de aquello que quieren olvidar: su cuerpo mamífero, atrofiado o algo así. La desnudez de los pechos femeninos es una prohibición de doble batiente, un doble lazo semiótico: a la vez que es lo más escandaloso en cierto nivel del Eros falogocéntrico institucional, pues su exhibición pública denigra la condición esencial de madre que, se supone, les corresponde a las mujeres. A cierta edad, cuando una niña deja de serlo y se convierte en mujer, tiene que ocultar esos pechos que se le han comenzado a desarrollar. Pero también desde esa edad esa visión indebida de los pechos desarrollados de las mujeres se convierte en una imagen que se permite ver casi por todas partes, cada vez con menos dificultades de censura, al grado que hoy día los pechos de las mujeres son uno de los objetos mercantiles más exhibidos en público. Tienen un alto valor como fetiche sexual. Porque se confunden en forma clara con el sueño de amor del macho-varón, es decir, con esa ilusión egoísta de que el hijo estuvo efectivamente unido en cuerpo y mente con la madre cuando habitó el cuerpo de ella, una grave mentira o mito patriarcal, pues sirve para legitimar la hegemonía política y económica del sexo masculino y los varones. Los pechos son la zona pudenda con que la boca del hijo entra en relación sexual simbólica, fetiche, desviada, perversa, con la madre. Una metáfora opaca de la escena primera, imposible de reconstruir, la imposible disolvencia del momento de la procreación del hijo en el momento en que siente cómo la madre lo alimenta con esos flujos de líquido que brotan de su pecho, la sensación de la vida, la acción 44
contra el hambre, ese también goce erótico intenso, profundo, duradero. A tal grado se han vuelto sobre-significantes los pechos desarrollados de las mujeres en esta sociocultura del espectáculo y la desaparición del patriarcado, que gran parte de la pornografía puesta en circulación se funda justamente en dar a la plena observación de quien sea los pechos descubiertos de las mujeres, entre más voluminosos y desproporcionados en relación al cuerpo que los porta, mejor, más fetiche, más deseables, más apreciados, para el sexo, el dinero y la política de segunda categoría, la machista, de votos y corrupción. Ese fetiche, esa metonimia muy extraña y al mismo tiempo cotidiana, incómoda y gozable. Por lo contrario, si la parte superior del cuerpo femenino es hasta celebrada, pues constituye un signo manifiesto de la maternidad, deber ser de toda mujer dentro de este in-equitativo orden simbólico para organizar la civilización y la sociocultura, entonces la visión de la desnudez de la parte inferior del sexo femenino es realmente lo insoportable, lo indeseable, el conflicto. El sexo en sí, la genitalia femenina, eso es lo que siempre debe estar resguardado de las miradas curiosas, por un lado, y entonces, por el otro lado, eso es lo en verdad más deseable para la mirada institucional, pues se considera que el sexo de la mujer es y debe ser visible únicamente para el sujeto que será su dueño o propietario privado, y si no tiene dueño que le impida cuidar de la mirada de los otros esa desnudez, pues se le considera entonces como un cuerpo prostituible o comerciable para el placer de los varones, que, a cambio de dinero pueden disponer de la mirada de esa parte pudenda. La parte en que el hijo y la madre se unen y desunen, se encuentran y desencuentran, pendulando, según el Edipo y el sueño de amor. Madre o puta, 45
eso es lo que hay que ver allí, en esa parte pudenda, un concepto, un uso, un intercambio: objeto, signo, deseo. Simbólicamente, violentamente, no hay mejor mujer que la madre y no hay peor mujer que la puta, y ambas están presentes, latentes, pendulando, en esa parte pudenda del cuerpo femenino. Sí, la trampa de este dispositivo machista en buena parte consiste en hacer desear al cuerpo femenino como madre o como puta, y nada más, sin ver lo demás, sin nombrarlo, ni traerlo a cuento… más que en lo interdicto, en la sombra, en el silencio, en los gritos y los quejidos. Para que la máquina libidinal de tal cuerpo se ofrezca y demande en el mercado y ello se regule desde el estado y la opinión pública, desde los territorios donde se ejerce aún a la fuerza, sin discurso, la hegemonía del colectivo del sexo masculino. La reducción de una identidad a un cuerpo, es decir la negación de la identidad, para mostrar ese cuerpo como objeto vendible por excelencia, justo por sus servicios para el goce y para la ley de la herencia paterna, servicios ajenos a toda subjetividad e identidad, servicios que cosifican a la persona o intimidad de ese cuerpo. Que, para ganar plusvalía, debe estar oculto, invisible, en silencio, lo más alejado del mercado y lo público, para situarlo en desventaja cuando se encuentre en tales lugares, de modo que termina enjaulado en lo privado y lo público, al menos de principio, en prácticamente todo el mundo, todavía. Para que funcione, siga funcionando la máquina libidinal de las leyes del mercado. Estamos plagados en lo público manifiesto por las imágenes de las desnudeces femeninas como impulso mercantil. Son desviaciones falogocéntricas, pues ocultan lo esencial, la imagen primera, la escena crucial, 46
donde se funda la presencia posible del sujeto. Sólo se permite el fragmento, lo parcial, la metonimia, la metáfora lejana, el distanciamiento, la separación de tal desnudez, nunca su presencia real, quizá ni siquiera para los sujetos que la realizan como relación sexual imposible. Tal desnudez. La que enciende la máquina de la conciencia, la máquina de la libido… la desnudez que enciende la psique del sujeto individual simple, mortal… el comienzo y el origen del yo/ego. Lo prohibido. Pensar ese hecho. Sacarlo del silencio y la oscuridad, enfocarlo con cuidado para extraerlo de lo opaco y sordo del mito del instinto y la fuerza de la carne. Porque la desnudez femenina real únicamente cabe en el orden de la perversión, donde se distorsiona todo por completo, como tiene que ser, en la prostitución universal como acción coherente y congruente con el ateísmo total, sin titubeos, afuera de la fisiología médica y la inhibición sublimatoria, afuera del arte y el delito. Porque dentro de este injusto orden simbólico la desnudez de la mujer está regulada, básicamente, por la ley de la propagación de la especie, pues con esa actitud de desnudez de la mujer el cuerpo de sexo femenino está al servicio de la reproducción según las normas de propiedad que dicta, solamente, el deseo egoísta del varón. Una equivocación tremenda. Para valorar el valor de los objetos, los signos y las herencias como propiedad privada, lo que se sanciona por sistema es el trabajo real del cuerpo femenino que se desnuda para cualquier simulacro desconstructor y desvirtuante de la propagación de la especie, es decir, de contradecir el impulso mismo del orden patriarcal, pues aún con esa actitud de desnudez está afectando gravemente los interdictos puritanos y pacatos que regulan hoy día el consenso real del ser social. De modo que esa desnudez, en apariencia servil, tampoco sirve para lo que debe servir, según el canon, y por encima de todo símbolo e incluso de toda 47
lógica simple, por encima de la supuesta marca natural de la identidad de la unidad de la conciencia y por encima siempre de la norma, plantea otras figuras de conciencia y existencia, distintas y efectivamente contrarias al orden simbólico falogocéntrico, ahora y aquí. Porque, hasta cuando está en situación instituida, enjaulada, la desnudez del sexo femenino transgrede La Ley, nos libera de esta Ley que organiza el fetichismo, esta Ley que se cree invencible. La desviación simbólica predomina entonces, como casi siempre, en buenas condiciones democráticas, posibles ya casi siempre de inmediato, la mal interpretación intencionada, libre. Duda permanente y apartamiento absoluto. Soledad solidaria. Con la ampliación de la distorsión feminista, comunal, libertaria.
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V [M]antener en una especie de disponibilidad interpretativa los residuos de todo lo que, en el contexto actualmente vivido, forma el pasado. Lo que lo cotidiano aleja para solo recibir el hecho del día tras día, eso es lo que bruscamente hace la irrupción: el horizonte del pasado se aproxima hasta confundirse con el nivel cotidiano y se accede a ello al mismo nivel; en compensación, las cosas cotidianas se distancian de repente: ayer se vuelve hoy y antes de ayer se desborda sobre el mañana. PIERRE KLOSSOWSKI, Nietzsche y el círculo vicioso.
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***** Ya hice mención y reflexioné acerca de por qué el desaliño abre la disponibilidad infinita del histrionismo divino. También ya hice mención de cierta desnudez femenina, que, durante el acto sodomita, hace factible la plena vivencia consciente de esa disponibilidad, en definitiva, sagrada, sublime. Esa disponibilidad infinita del histrionismo divino es la disponibilidad interpretativa que se realiza con los residuos del pasado, la recepción perversa de la historia. Esa disponibilidad interpretativa es lo que hace que ayer se vuelva hoy y antes de ayer se desborde sobre el mañana, ser como dioses, de acuerdo a la realidad, pues así es como, según el Sócrates de los Diálogos de Platón, se realiza el juego psicosemiótico de la anámnesis o acto de saber recordar todo, igual el futuro que el pasado. La unidad de la conciencia, un presente que se desborda en el tiempo, sin límite. Un juego más que nada sagrado, teatral: tragedia e ironía de la filosofía radical. Acto de habla. Escenificación. Rito. Porque esta disponibilidad interpretativa, además, es contraria al orden simbólico que no desea y que reprime por sistema las transgresiones, ya que esta disponibilidad para el histrionismo divino pone en duda la imposición sin discurso de ciertos interdictos, como el interdicto de la desnudez, esa 51
desnudez de que ya hablé, y como el interdicto de la sodomía, más que nada la del simulacro de metamorfosis de que también ya hablé antes en este ensayo. Pues todo puede ocurrir, por acuerdo y para el goce puro, sólo para el goce; humana, muy humanamente libre. Elegir estar ahí y ser de esa forma. Y una vez que esos interdictos son puestos en cuestión por medio de un discurso ensayístico como éste, entonces: entre el acto de la duda y la acción transgresiva queda muy poco espacio, apenas un estrecho pliegue, un doblez cómplice, pues ese intermedio en realidad ya es una transgresión al interdicto de dudar de su aplicación entre los seres que están haciendo sociedad. Nadie puede dudar de que duda, sólo se duda de las certezas. Y si se pone en duda un interdicto, y luego ya se duda de dos interdictos, de tres… entonces, se ponen en duda activa todos los interdictos, es decir, se cuestiona de hecho el orden de los interdictos, la simbólica de la represión inconsciente, la imposibilidad de lo imposible. Y desde esta situación todo lo recibiremos con esa disponibilidad interpretativa de que disponemos como entes que hacen uso de su razón para entender abiertamente todos los fenómenos del devenir social que se establece entre los que nos comunicamos con un lenguaje que a la vez que impone el interdicto, permite des-hacer y transgredir la prohibición del interdicto mismo, tal posibilidad infinita, tal disponibilidad abierta al porvenir más auténtico, el que todavía no ha llegado al presente. Nos volvemos, de esta manera, responsables, en verdad, de los interdictos, que, de inmediato, se disuelven, en el aire, como tales, dejan de ser interdictos. Revelan lo que está del otro lado, la comunicación, el acuerdo. Saber estar ahí. Y para mantener en una especie de disponibilidad interpretativa los residuos de todo lo que en el 52
contexto actualmente vivido forma el pasado, se requiere del continuo ejercicio de pensar todas nuestras repeticiones que son eco de esos residuos que forman el pasado y que inevitablemente están haciendo proyecciones hacia el futuro. Al transgredir lo interdicto, actualizando lo que no se debe actualizar, es decir, en el goce sadeano se afecta ese pasado y ese futuro y se sale del engaño del sobre-ego de lo prohibido, de lo tabú, del pecado y la mancha. Ya que, cuando se transgrede un interdicto impuesto por cualquier instancia del sobre-ego, lo que se consigue, finalmente, motivo del cruce de la línea de lo interdicto, es que los límites del yo/ego se vuelven difusos, brumosos, fácilmente confundibles unos con otros, plegables y desplegables unos sobre otros y desde otros. Porque la disolución del yo falogocéntrico tiene efecto cada vez que se transgrede el orden de lo prohibido, es decir, cuando se actúa voluntariamente en contra de la razón que impuso tal veto. Nos liberamos de esa ilusión gramatical, el yo del nombre del padre y la lengua materna, y también así nos liberamos del espejismo creado por el ojo único y divino de la perspectiva renacentista, teológica. El personaje sadeano, entonces, no se conforma nada más con atentar contra las leyes impuestas por la institución patriarcal, el personaje sadeano, por probidad y congruencia, por honradez, tiene que actuar contra sí mismo, contra su identidad o yo/ego, contra su cuerpo institucional y contra su mente, tiene que contradecirse por completo y sin conflicto, en el goce, para liberar su espíritu atormentado por tanta prohibición sin sentido, que no deja lugar a la expresión sin censura.
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Actuar excéntrico, posible en el territorio privado del tocador feminista radical, teatralización ritual, performance, acto de habla, y así sucesivamente. Manierismo del sujeto, que se deshace, fluye, está ahí sin falsa unidad egoísta individualista, tiene más bien una vibración indeterminable de personalidades, pues todo es alegoría, metáfora que no regresa. Exaltación que eleva la conciencia en términos plurales. En efecto. Acción sadeana, rito sodomita, en contradicción extrema, denegándolo todo, menos esto… la afirmación del gozo. Un resultado. Para actuar, el personaje sadeano parte de que:
Se puede ser uno y otro al mismo tiempo; a veces se es una persona y luego la contraria, sin dejar de ser la otra, dejándola atrás simplemente, olvidada por un momento, en el fondo; pero dentro de todo ese movimiento en el que apenas hay quizás un centro único, inconmovible, y si uno se deja ser ignorándolo, a veces es posible entreverlo, casi tocarlo, dentro y fuera de uno al mismo tiempo, como una totalidad inconmensurable y como un vacío. Pero el centro está y los caminos hacia él son la única moral. JUAN GARCÍA PONCE, El libro.
Entonces, si una se deja estar ignorándolo, se está ya en camino de perder al yo/ego. Se está en camino de no estar escribiendo de esta manera, haciendo que esta manera de escribir se deshaga. Para comunicarnos. Afuera del cuadro establecido a la fuerza como orden pero dentro del todavía más allá de la democracia mundial realmente posible. Dado que en este ensayo se habla desde el discurso universitario postmoderno y la radicalidad feminista 54
correspondiente, extrema. Se está en eso que intuimos ahí, donde se es y está sin el yo/ego, pero que, aun así, permanece inconmovible y que sólo en breves descuidos del yo/ego es posible entrever, casi tocarlo, y poder estar adentro y afuera de una al mismo tiempo, para ser la totalidad completa y concreta que se actualiza en simulacro de metamorfosis de ambos lados de la pantalla en doble lazo del cuerpo como materia telemática, tal situación, que sólo se piensa en un cuerpo, pues en el acto sadeano positivo el cuerpo reproductivo por excelencia se transforma en puro derroche de erotismo, se niega en la posibilidad del goce, se niega sin pérdida. Es decir, se apodera. Una condición de escritura extrema, más allá de la escritura misma, pues parece imposible de poner por escrito, así. De allí la necesidad del ensayo como forma de expresión general. Experimento crítico, según Montaigne y según Virginia Woolf. Otra escritura, ni poesía ni prosa, ni documento ni reportaje. Comunicación tecnoética. Goce sadomasoquista lesbiano de la sodomía libre, tal deriva afuera de la norma falogocéntrica. Nuestro tema. Risueña confusión que brilla, en lo oscuro, en la dureza nihilista pasiva. Que fluye. Brilla, todavía. De pronto, se borran por completo las líneas divisorias que hemos impuesto al cuerpo, la mente y el espíritu. Brilla. Ilumina el no estar ahí de las fronteras. Se deshace en los hechos el encierro en el binario y los números, esa herida injusta. Se deshace. En la realidad posible. Nos deshacemos, aunque sólo sea por un instante, del yo y sus escisiones bioprogramadas, porque a través de 55
la experiencia se ve y se nombra todo eso de que el yo sólo es un ancla pesadísima que nos tiene “atadas” a todas las personas, “sujetas” por los interdictos falogocéntricos institucionales, El Canon para la sobreexplotación del sujeto, que se concentra especial y específica en el sujeto femenino, que todo lo sostiene la negación, el nihilismo pasivo, estar sin atrevernos a mover de este lugar que nos fue asignado de forma inconsciente como único yo posible desde antes del momento mismo del nacimiento: masculino o femenino, macho o hembra, varón o mujer, viril o femenil, y nada más. orque, cuando nos atrevemos a desocupar de forma disipada y disoluta la situación encerrada en sí del yo edípico, entonces se nos abre a cambio la posibilidad de conducir la experiencia interior hacia la praxis crítica del (des)orden inmediato, para así poder hacer ingresar en el (des)orden la totalidad concreta libertaria de nuestra conciencia verbal de la vivencia existencial de esas instancias egoístas desocupadas, abandonadas. Brilla. Ese goce. Que, entonces, son las instancias de sentido que ahora y aquí gozan la perversión de los límites, su disolución divertida, su olvido gozante directo, un olvido que crea más goce, positivo, libre… comunicación… la fluencia de los soplos del conocimiento con el que se auto-valora nuestra moneda viviente a través de los ejercicios transgresivos de la interpretación sadomasoquista lesbiana, diferente, de la sodomía radical o simulacro de metamorfosis histriónica divina, politeísmo incorporado, panteísmo liberado. Ser como dioses. Juego sadeano. Comer, ahora, del fruto del Árbol de La Vida. El Otro Árbol. Nuestro tema.
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La eternidad instantánea, si es posible. Brilla, en la medianoche de Occidente. Un ir más allá de la esfera cerrada de las palabras y los signos en abstracto. Más allá. Para acceder a la vibración permanente del sentido como presencia espiritual incorporada, apoderante, como autoconciencia del flujo plural del ser. La ondulación permanente. Brilla, sigue brillando todavía. Más brillante. Enigmática. Real. Y así se puede cruzar, al fin, el umbral del sentido vuelto diferencia e identidad enfrentadas como términos contrarios, que en realidad no son ni pueden ser… Para salir en el acto: al Afuera distinto, Otro. La Diferencia. Brilla. Nuestro conocimiento. Legítimo discurso universitario, pues afirma un modo de ser posible en democracia, según la realidad imperante. Poder actuar contra las leyes humanas y divinas. Esta gran libertad. Discurso argumentado en donde los anudamientos semióticos institucionales generan sentido contracultural, contra-signo, otro sentido, que ya no es exactamente sentido, un sentido que los contradice como lo que son, instituciones del signo y la palabra… El Canon, que se deshace y se olvida… In Hoc Signo Vinces… que cambia de signo y de giro y todo eso. Que esto diga aquello. Lo Otro. Los nudos de la red de la enajenación innecesaria del sujeto, La Cruz, las cruces, los cruces, El Signo, La Palabra, se deshacen y se olvidan… Es el fin del humanismo monopólico del singular universal masculino, es el comienzo de lo siguiente, menos tenso, menos angustiante, por acuerdo. Así, con este sentido contradictorio, incontenible, desconstrucción generalizada, así es como se presenta dentro del marco de la gramática el 57
discurso de la contracultura libertaria, feminista, comunal, el discurso que, al ocupar el sitio del signo único, quita la unidad falsa del ego (el falo) y el sujeto (yo/ego), y les deja significar libres de nudos ciegos, libres de las instituciones del egoísmo patriarcal hereditario. Libres de sí. En este discurso, una situación nueva, distinta, donde ya únicamente la poesía esencial puede discurrir con sentido, porque ya, aquí y ahora, aunque todavía con estas letras, nada está fijo en términos neuróticos, y así, ya: La Fijeza funda y sostiene, viva, La Casa del Ser…
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CUANDO FARRALUQUE VOLVIÓ a saltar sobre el cuadrado plumoso del segundo cuarto, la rotación de la españolita fue inversa a la de la mestiza. Ofrecía la llanura de sus espaldas y su bahía napolitana. Su círculo de cobre se rendía fácilmente a las rotundas embestidas del glande en todas las acumulaciones de su casquete sanguíneo. Eso nos convencía de que la españolita cuidaba teológicamente su virginidad, pero se despreocupaba en cuanto a la doncellez, a la restante integridad de su cuerpo. Las fáciles afluencias de sangre en la adolescencia, hicieron posible el prodigio de que una vez terminada una conjugación normal, pudiera comenzar otra per angostam viam. Ese encuentro amoroso recordaba la incorporación de una serpiente muerta por la vencedora silbante. Anillo tras anillo, la otra extensa teoría fláccida iba penetrando en el cuerpo de la serpiente vencedora, en aquellos monstruosos organismos que aún recordaban la indistinción de los comienzos del terciario, donde la digestión y la reproducción formaban una sola función. La relajación del túnel a recorrer, demostraba en la españolita que eran frecuentes en su gruta las llegadas de la serpiente marina. La configuración fálica de Farraluque era en extremo propicia a esa penetración retrospectiva, pues su aguijón tenía un exagerado predominio de la longura sobre la raíz barbada. Con la astucia propia de una garduña pirenaica, la españolita dividió el tamaño incorporativo en tres zonas, que motivaban, más que 61
pausas en el sueño, verdaderos resuello de orgullosa victoria. El primer segmento aditivo correspondía al endurecido casquete del glande, unido a un fragmento rugoso, extremadamente tenso, que se extiende desde el contorno inferior del glande y el bálano estirado como una cuerda para la resonancia. La segunda adición traía el sustentáculo de la resistencia, o el tallo propiamente dicho, que era la parte que más comprometía, pues daba el signo de si se abandonaría la incorporación o con denuedo se llegaría hasta el fin. Pero la españolita, con una tenacidad de ceramista clásico, que con sólo dos dedos le abre toda la boca a la jarra, llegó a unir las dos fibrillas de los contrarios, reconciliados en aquellas oscuridades. Torció el rostro y le dijo al macrogenitosoma una frase que éste no comprendió al principio, pero que después le hizo sonreír con orgullo. Como es frecuente en las peninsulares, a las que su lujo vital las lleva a emplear gran número de expresiones criollas, pero fuera de su significado, la petición dejada caer en el oído del atacante de los dos frentes establecidos, fue: la ondulación permanente. Pero esta frase exhalada por el éxtasis de su vehemencia, nada tenía que ver con una dialéctica de las barberías. Consistía en pedir que el conductor de la energía, se golpease con la mano puesta de plano la fundamentación del falo introducido. A cada uno de esos golpes, sus éxtasis se trocaban en ondulaciones corporales. Era una cosquilla de los huesos, que ese golpe avivaba por toda la fluencia de los 62
músculos impregnados de un Eros estelar. Esa frase había llegado a la españolita como un oscuro, pero sus sentidos le habían dado una explicación y una aplicación clara como la luz por los vitrales. Retiró Farraluque su aguijón, muy trabajado en aquella jornada de gloria, pero las ondulaciones continuaron en la hispánica espolique, hasta que lentamente su cuerpo fue transportado por el sueño. JOSÉ LEZAMA LIMA, Paradiso.
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ÍNDICE I / 3 [IMAGEN / 1] Foto: Robert Doisneau, Una mirada oblicua, 1948 * / 5 II / 17 [IMAGEN / 2] Foto: Helmut Newton, Autorretrato con su esposa June y modelos, estudio Vogue, París 1981 ** / 19 III / 25 [IMAGEN / 3] Foto: Pablo Volta, Pierre y Denise Klossowski, 1975 *** / 27 IV /41 [IMAGEN / 4] Dibujo: Pierre Klossowski, Acteón y Diana, 1954 **** / 43 V / 49 [IMAGEN / 5] Foto: Pierre Zucca, La extracción de la plusvalía, 1970 ***** / 51 59 [IMAGEN / 6] Dibujo: Jim Osborne, Snatch Comics, 1974
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Esta es una edición electrónica que está a la disposición del público en general, que no te la vendan, ni la puedes vender. Citar la fuente es de buena educación.
Ediciones Chorcha Chillys Willys México, 2014
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