AndrĂŠs Hidalgo
TravesĂa en Tierras Neutras
Título original: Los cuatro reinos: Travesía en tierras neutras © Del texto: 2009, Andrés Hidalgo © De esta edición: 2014, Editorial Santillana S.A. © De las ilustraciones: Ariana Bove Avenida Rómulo Gallegos, Edificio Zulia, PB, Boleíta, sector Montecristo, Caracas (1071), Venezuela. Teléfono: (58 212) 280 94 00 Fax: (58 212) 280 94 04 www.santillana.com.ve ISBN: 978-980-15-0764-2 Depósito Legal: lf6332015800102 Impreso en Venezuela
Coordinación editorial: Lisbeth Villaparedes Edición y corrección: Maité Dautant y Elvia Silvera Coordinación gráfica: Mireya Silveira Diagramación: David Baranenko y José Pérez Ilustraciones de cubierta e interiores: Ariana Bove Retoque de imágenes: Evelyn Torres Una editorial de Santillana que edita en Argentina · Bolivia · Brasil · Colombia · Chile · Costa Rica · Ecuador · El Salvador · España · EEUU · Guatemala · Honduras · México · Panamá · Paraguay · Perú · Portugal · Puerto Rico · República Dominicana · Uruguay · Venezuela Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.
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I VIENTO EN LLAMAS
A
bajo no parecía que la vida fuera menos falsa. Había paz y armonía en aquella mentira que vivían los habitantes de la Acrópolis de Delos día tras día, sin que nadie pudiera notarlo. Iban y venían inmersos en la repetición de las frases que habían sido puestas en sus bocas, ajenos enteramente a la verdad oculta a sus oídos. Pobres idiotas —pensó ella, melancólica y con desprecio. Pero no los compadecía de verdad, ni siquiera le importaban. Observaba desdeñosamente el pueblo a sus pies, concentrada en la sensación que le producían sus ligeros ropajes de seda al bailar con el viento. Era un comportamiento habitual: ella podía pasar horas apenas sintiendo la brisa y la gente creería que se preocupaba por sus ciudadanos, que los vigilaba y los cuidaba desde las alturas. Los mechones de su cabello, de un rojo tan intenso como la sangre, se mezclaban frente a sus ojos con la visión. Un crepúsculo blanco velaba los rayos de sol que rozaban las crestas de Ostirien-Estrato, y la belleza del momento parecía depender de un frágil equilibrio que se rompería en cualquier instante. Esperaba una desagradable visita. Al pensar en ello no podía evitar sentirse impotente, algo que se había permitido pocas veces en tantos años.
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La Dama estaba harta y nadie lo sabía. Estaba asqueada de aquella vida en la que le habían hecho creer que podía tener cuanto quisiera pero en realidad no tenía nada de lo que necesitaba. Lo había perdido todo hacía más de cincuenta años. Su tiempo había pasado y ella ya no podía amar. En esta vida no conocía ese sentimiento. Sin embargo, un eco resonaba a través de los años y la atormentaba: sabía que alguna vez pudo. Ahora hasta el amor que le profesaban sus súbditos a esa mentira que ella les prodigaba le resultaba visceralmente asqueroso. Suspiró, y el olor de las flores la calmó de nuevo. El Campo Blanco de Anemoi se arrellanaba sobre el palacio; un techo de miles de flores de nomeolvides blancas desde donde podía divisarse el resto del mundo para quien tuviera ojos, o mejor aún, oídos como los que ella poseía. Era un lugar donde los vientos susurraban los acontecimientos del tiempo con todo detalle. Viene —le dijo el viento al oído, con su agradable voz de mujer. Esa visita la inquietaba. Todos sus sentidos se pusieron en alerta. Sus dedos, casi sin que se lo propusiera, se habían convertido en garras. Ese ser que se aproximaba era diferente a ella en muchas maneras. Un escalofrío recorrió su pálida piel cuando el aire entró en combustión. Tras ella hubo una pequeña explosión muda y se abrió un capullo de llamas en un chispazo que calcinó un círculo de flores. Fue como si lanzaran al aire un velo que oprimiera el cuerpo, que dificultara respirar o hiciera el aire más pesado. De entre la nevada de cenizas apareció un hombre con una armadura negra y una capucha. Tanta maldad… —¿Con quién tendré el placer de hablar esta vez? —preguntó el hombre con voz suave y una media sonrisa repugnante, mientras se ajustaba los guanteletes. 8
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—Odio cuando visitas mi jardín —escupió la Dama. El Amo del Fuego gruñó. La Dama no se había dado vuelta siquiera. —Safira, ya veo… Ella odia cuando la visito, sea donde sea. —Qué considerado de tu parte tener mi opinión en cuenta entonces, Agnarón. Me gustaría que prestaras un mínimo de respeto a mis deseos de mantenerte lejos. Estoy algo ocupada ahora. Lárgate. —Francamente, me asquean tus cambios de personalidad —dijo el sujeto con aquella voz fría y sin vida que no despertaba más que antipatía en ella—. Los encuentro terriblemente irritantes. ¿Ocupada dices? Espero que no sea porque estás llorando la muerte de Nerea otra vez, Safira Feliz fin tuvo esa incompetente. La Dama se mantuvo de espaldas al visitante. Se limitó a dar un paso hacia el precipicio. Las flores se apartaban al roce de su delicado vestido. Desde abajo, desde las calles, podía verse su roja cabellera flotar en el viento, y así era como todos creían que la Dama cuidaba de ellos. Ignesca altare. «La llama en la atalaya» la llamaban al verla allí. —Quizá ese sea el fin que todos merecemos… —susurró mientras recogía y detallaba un nomeolvides que había caído. —¿Todos? —se ufanó el Amo, y esta vez parecía haber encontrado muy divertido el comentario—. Solo porque tú seas la única que queda de esos cuatro idiotas, no significa que yo desee compartir tus patéticos deseos. Esta es una de las razones por las cuales prefiero atender mis asuntos con Sérea. Es una verdadera molestia aguantar tus sandeces… Pero vayamos directo al punto. —¡Sabes que vendrá por mí! —giró Safira, y su voz reventó la tranquilidad como una copa de cristal contra el suelo. Abofeteó el aire con sus largos cabellos, alterada y con el rostro demudado. 9
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—¿Acaso le temes? No seas ridícula. —¿Recuérdame por qué debo ayudarte a cumplir tus propósitos? ¿Por qué recurres a mí? ¿Por qué, si tan grande eres, te vales de un plan tan absurdo? —Porque es para lo que todos estamos aquí, Safira. Para devolverle este mundo a quien siempre perteneció. Muy en el fondo sabes que yo tengo razón. —Argucias —escupió ella—. Es todo lo que me has dicho. ¿Cuándo aprenderás a lograr tus objetivos por ti mismo? ¡Déjame en paz! —Desde que Nerea mordió el polvo no quieres volver a ser la misma, Safira… —comentó el Amo, displicente e insensible mientras achicharraba las flores bajo sus firmes pasos—. Cualquiera diría que ha muerto tu mejor amiga, aun cuando la regalada esa no viera más allá de sus propias narices. No tenía cerebro, era una estúpida comparada con tu inteligencia y no digamos la mía. Ella no tenía ojos para contemplar lo que tú y yo hemos visto venir, y por eso merecía morir primero. Además, bien sabes que Nerea estaba yendo más allá de lo que debía… Quería traicionarnos a ambos después de que intentáramos unirla a nosotros… —¿Nosotros? ¿«Nosotros»? Hazme el favor de no ser tan hipócrita conmigo, Agnarón. No hay ningún nosotros… es únicamente un tú lo que existe aquí, un gran tú. Tu ego desborda este jardín y aplasta la vida que existe en este lugar, y así es como quieres que sea. —Los niños no deben jugar con cosas muertas —la ignoró el hombre—, eso lo sabe todo el mundo, y sin embargo… allí está ella, que revolvió cadáveres con las uñas y murió por incompetente antes de enterarse de lo que tanto ansiaba, encerrada en la habitación cuya llave había estado buscando. ¿Cuál era su afán por encontrar algo que su pobre mente no era capaz de comprender? 10
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»Pero tú, ¿tú qué quieres, Safira? ¿Qué es eso que te gustaría saber…? Pese a mi considerable vivacidad, no logro vislumbrarlo porque, a diferencia de los otros tres, tú lo sabes todo desde el principio. Sabes cómo acabará esto, lo viste y decidiste impedirlo. Fuiste tú quien vino a mí. La Dama intentaba no mirar a su interlocutor. Evadía el cruce de sus miradas y odiaba la manera como reaccionaba su cuerpo al sentir aquel aura maligna que el Amo del Fuego usaba para causarle dolor. —¿Y qué sucedería si ya no me interesa más? —dijo enfurecida. —Eso, me temo, también lo sabes mejor que yo —sugirió el Amo con malicia—. Hasta ahora, lo que los Amos hemos llamado eternidad no es más que una mentira. Los Cuatro Reinos nacieron del cambio y del caos y así han de caer algún día. No son eternos, ni tampoco somos nosotros sus Amos… Hemos llamado eternidad a algo demasiado grande como para contenerse en palabras. De esto estás al tanto. El viento del cambio y el futuro te lo susurró al oído. La eternidad, la verdadera y definitiva, es la que viene, Safira, es la que busco. Una utopía perfecta. —¿«Utopía»? —se alteró de nuevo ella—. ¿Llamas a eso utopía? ¡Lo que traes contigo es el fin de los días, la destrucción absoluta! El Amo del Fuego se irguió sobre ella envuelto en una lengua de fuego. La Dama no lo vio venir. El hombre le puso la mano derecha sobre el cuello y la inclinó como si pretendiera besarla. Sus ojos refulgían como hogueras infernales. —¡El mundo se hizo desde la nada! ¿Qué importa si lo visto de cenizas? Todo esto es transitorio, Los Cuatro Reinos se renuevan solos... Pero sigue con tus estúpidas cavilaciones y tu alma me suplicará el verdadero fin de los días, Safira… —la amenazó entre dientes. Entonces el campo entero ardió en un fuego voraz que calcinó todas las flores. El cielo y el 11
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crepúsculo blanco se trastornaron con brillos rojos y amarillos: el jardín era un pequeño infierno que extendía sus dedos hacia el cielo—. Te daré la Eternidad en ríos de llamas —habló en etrogamanesco—, jamás sentirás un aliento de paz, eso puedo jurártelo, pobre ingenua. ¡Creí que habías entendido! ¡Yo seré todo lo que habrá después! Arrojó a la Dama contra el suelo ardiente. Las llamaradas desaparecieron y solo quedaron motas negras, como una capa de inmundicia oscura que el cielo hubiera vomitado sobre la belleza del Campo Blanco de Anemoi. El vestido blanco de la Dama se tiñó de gris y negro, y la piel de las manos y de la cadera se le quemó al contacto con el suelo muerto. El Amo se mantuvo de espaldas a ella, decidido a no mirarla, como si estuviera conteniéndose para no seguir torturándola. —Todos deberán romperse, Safira —dijo sin emoción alguna—. Uno a uno. Tú te encargarás de hacer que se rompa el primero. Tienes el arma y quiero que la uses. El muchacho no dudará en hacerlo todo si se propician las situaciones. El tiempo ya ha pasado y él ya es lo suficientemente maduro ahora para empezar la tarea para la cual lo trajimos a este mundo… —¿Y crees que no lo descubrirá? —jadeó la mujer, con rabia, sin levantarse del suelo. —Sí, lo hará. —aceptó el Amo, sin darle demasiada importancia—. Pero para cuando eso pase, ya será demasiado tarde. El primero se habrá roto y ya no quedará más remedio que terminar la batalla. Yo me aseguraré de eso. Por ahora, necesito que confirmes el primero… Safira no habló. Con el vestido convertido en harapos grises, permaneció tirada donde estaba porque temía que, si se ponía de pie, el Amo la atacaría de nuevo y esta vez no se detendría hasta drenar esa cólera que le salía por los poros. A media voz, Safira dijo: —El Blanco ya ha regresado. Sabe cuanto necesita saber. 12
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—¿Y lo habrás aconsejado de la forma correcta…? —¡Sé hacer mi trabajo! —rugió como una leona, y el viento alrededor tembló. Las cenizas flotaron por unos instantes y sumergieron el campo en un velo negro. —¿Hablas en serio? —el sujeto miró en derredor e ignoró por completo la amenaza del viento—. No me había dado cuenta. De hecho, me estaba preguntando si no necesitabas algún otro… incentivo… —murmuró apenas. De su mano derecha brotó una bola de fuego como un pequeño sol. La Dama cerró los ojos y contrajo el rostro como si se anticipara al dolor. —¡No! —gritó—. ¡No, ya no más! El Amo del Fuego esbozó una sonrisa leve en su rostro desfigurado por las quemaduras, oculto siempre bajo la capucha. —Bien. Entonces, ponme al tanto. Safira hizo varias arcadas antes de empezar a hablar: —Le he mostrado lo que está por venir al Blanco. Le he azuzado los oídos con los secretos que él habría deseado no descubrir nunca y es su voluntad hacer todo lo posible por detenerlo… Fue al Exilio y ha vuelto, y con él pronto vendrá la chica. Buen castigo tuvieron esos infelices allá. Pero, si están tan resueltos como los quieres, ¿qué te asegura que fallarán? Si ese sujeto cumple su tarea, todo se habrá perdido para siempre, será en vano todo cuanto pretendes llevar a cabo… —Si no falla, significará que todo cuanto he pretendido era una farsa, Safira —dijo con simplicidad, convencido de antemano de su triunfo. —¡Pero tú mismo has dicho que está solo ahora…! —se levantó la Dama—. ¡Los otros lo han dejado, Nerea la mató y los separó! ¡Yo misma he puesto al príncipe a donde quería llegar! —Lo dices como si te importara demasiado… —Ya nada me importa, Agnarón. —Sigues sin llamarme Amo… 13
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—Tú no eres mi amo. —Lo seré… y lo sabes… Pero en fin, no es por eso por lo que estamos aquí. Hay algo más que aún me preocupa. Esta cosa de las impertinentes profecías de antaño, que resultan convertirse en realidades atroces. Una en particular ha llamado mi atención. —¿Cuál? —El ascenso de los Cuatro Ángeles… —Ya sabes quiénes son los cuatro infelices. ¡Mátalos y líbrate de eso! —dijo la Dama con rencor, y añadió con tono fingido—: ¡No, espera! ¡Insistes en decir que los necesitas…! ¿A qué le temes ahora? —¡No seas estúpida, Safira! Mi error fue creer que eran esos cuatro chiquillos, pero no. No son ellos. Un hombre muy cercano a mí —rió, como si la mera expresión fuera una tontería— me ha despejado el entendimiento en cuanto a una antigua historia, que me resultaba absurda hasta ahora que he logrado poner las piezas juntas. —¿De qué estás hablando? —se interesó la Dama—. Recuerdo perfectamente la profecía, y no he visto nada que ya no sepa y no te haya dicho. —Recítala. La Dama le hizo mala cara, pero no tardó en obedecer: Cuando la tierra arda con antorchas de fuego destructor, y el poder se alce en el toque de la última línea pura, los Cuatro Ángeles despertarán en un solo clamor, y las Sombras se desgarrarán en temor. Se oirá su voz en cada confín, y el mundo batallará hasta el fin del fin. El Amo guardó silencio, atento a las palabras que acaba de oír. —¿No te las has sabido siempre? —preguntó la Dama—. Ahí los tienes… Los Cuatro que Regresarán… 14
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—No son ellos… No son esos niños los que regresarán. Son los Cuatro Ángeles, los verdaderos, los que ilustraron a los Grandiosos Cuatro, los que les dieron las Rosas de los Vientos. Esos que están escondidos en algún lugar como ratas sin memoria. —¿Qué quieres decir? —preguntó la Dama, ajena a aquel punto de vista. —¡Que esos cuatro se levantarán de nuevo, Safira! ¡Van a ser despertados en los días por venir! —¿Quién los despertará? —No lo sé. Sospecho que la alusión al fuego tiene que ver conmigo, pero desconozco de qué se trata «… el toque de la última línea pura». Los Cuatro que Regresarán todavía son líneas puras, así que los otros no son los que esperamos. No he podido figurarme qué o quién es esa línea. Por eso necesito que los observes, a todos, y adviertas cualquier señal de estas cosas que la profecía llama ángeles; así podré eliminarlos a tiempo. Si antaño propiciaron la creación de los camafeos y el medallón, no pienso arriesgarme a esperar qué otras cosas pueden traer. La profecía deja en claro que su participación en una posible batalla sería definitiva. —Entiendo tu preocupación —dijo la Dama sin pizca de empatía—. ¿Sospechas que podrían estar en mi reino? —Aun cuando estuvieran aquí, estarían dormidos… No habría manera de encontrarlos hasta que el toque de la última línea pura lo haga. Me intriga el hecho de que estos cuatro mocosos no los hayan encontrado ya. Parecen tener una extraordinaria habilidad para fastidiarme los planes. Otro silencio abrió un abismo en la conversación. —¿Es todo cuanto tienes que decirme, Agnarón? El Amo la miró con desconfianza. —Te traeré noticias del mago muy pronto y espero oír que se cumple con éxito lo que te encomendé —dijo con sim15
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plicidad—. Tus métodos suelen ser bastante lentos, no estoy dispuesto a esperar demasiado. Con toda probabilidad, el mago en nuestros dominios hará cuanto se le ordene. —Es una rata traicionera —dijo ella—. Déjalo allí hasta que todo esté preparado. Si confías en él nos condenas a los dos. —¿Confiar en él? No seas crédula, por supuesto que no confío en él. Yo no confío ni en mi reflejo. Las piezas deben moverse con inteligencia si se quiere ganar el juego. Él es solo una pieza y estará a nuestra merced. Se verá desesperado por buscar lo que sabe que está aquí, y no llegará en dominio completo de sus poderes. No es una amenaza si no tiene con qué defenderse y solo quiere alimentarse de migajas de información. —Lo quieres hacer ver como un estúpido. El mago es de cuidado, no lo subestimes. Podría ser un error de consecuencias catastróficas. —Por eso es que deberás prestar atención a sus movimientos cuando entre en tus terrenos. Algo me dice que Delos le resultará un reino muy interesante. Safira no dijo nada más. Aunque el plan de Agnarón era descabellado, Sérea ya había ido demasiado lejos con los hilos de las marionetas en el Exilio. No tenía sentido arrepentirse ahora. —¿Y los soldados guerreros? —preguntó entonces el Amo. —Camino a tus tierras por el Valle de las Almas de Hielo del Norte —dijo ella—. Si sobreviven eso, serán apropiados para lo que necesitas… —Buen trabajo, Safira. —Después de una pausa, se preguntó en voz alta—: ¿Hace cuanto no me oía a mí mismo pronunciar esas palabras? Safira tuvo que cubrirse los ojos, porque entonces el campo enteró volvió a arder en llamas. Una columna de fuego subió hasta los cielos, devorando el aire, para luego desaparecer con un sonido parecido a un hondo suspiro. 16
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La brisa removió las cenizas que quedaron en el campo desierto, un lugar muerto que la Dama miró con nostalgia. A un movimiento de su mano, un viento sopló por todas partes y de las cenizas resucitaron miles de nomeolvides blancos. El campo fue una vez más un lugar hermoso, con centenares de pétalos en el aire. —Nunca debí ayudarlo a llegar donde está. Jamás pude haber imaginado que se convertiría en este monstruo. Pero él llegará antes a ti… —Y me librará de esto. ¿Por qué estás tan segura, Safira? ¿Qué tal si el muchacho gana… y lo que has visto se hace realidad y es todo tu culpa por no impedirlo? —Entonces yo ya me habré ido. ¿Qué sentido tiene aferrarse a lo que no es eterno? La Dama giró hacia su lugar favorito, surcando el mar blanco, y observó en lontananza las tierras puntiagudas de Delos. Sí, vendría. Muy pronto. Tras un largo suspiro, masculló unas últimas palabras antes de desvanecerse en el aire: —Este mundo se pudre en la decadencia…
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Damián emprende un peligroso viaje a Tierras Neutras. En compañía de sus amigos enfrentará las trampas urdidas por sus enemigos. Él estará más decidido que nunca a libertar a Los Cuatro Reinos.
Luego de Príncipe de piedra, donde Damián es sacado abruptamente de su mundo para asumir un inusitado papel, y de Lágrimas del Calla donde, adaptado ya a su nueva vida, enfrenta innumerables peligros y conoce el mortífero poder de la Emperatriz del agua. Ahora aparece Travesía en Tierras Neutras, una acelerada sucesión de emboscadas, cruentas batallas y pérdidas dolorosas forman parte de esta nueva entrega de la saga, en la que el amor y el sentido de compromiso acompañarán a Damián a dar un paso determinante hacia la madurez.
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