Revista Viernes Año I. No. 20

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Editorial n este número rendimos homenaje a “arrieros del agua”: al noruego-lacandón Frans Blom por medio de una carta que rescató nuestro Arriero Mayor Carlos Navarrete; al ingeniero de las sombras Edgar Allan Poe y al recién fallecido poeta argentino Juan Gelman, cuya poesía trashumante abrió brecha más allá de los pantanos del lenguaje. El primero de ellos se definía ante todo como un arriero “con el vocabulario incluido” que empeñó sus mejores esfuerzos en imaginar y adelantar el esbozo de un gran Estado lacandón en el sureste mexicano fronterizo con Guatemala. La importancia de su legado tiene que ver con una visión de conjunto que trasciende las delimitaciones políticoadministrativas, pues concebía, por ejemplo, el Gran Usumacinta como motor de desarrollo binacional y regional. Edgar Allan Poe, por su parte, dejó como legado los mapas de un territorio interior que supersticiosamente solemos pasar por alto. Se trata de un retrato preciso y cerebral de las sombras que nos habitan. Un arriero de lo desconocido, un explorador del mundo oscuro que palpita en las entrañas de aquello que nos negamos a entender. Finalmente, el arriero mundial Juan Gelman, con su poesía mantuvo encendida la luz en el gran cuarto oscuro de América. Su hijo desapareció junto a su joven compañera, embarazada, y nunca supo más de ellos. Se armó de esperanza y de paciencia y echó a andar, siguiendo las huellas de su propia sangre. Muchos años después logró reunirse con su nieta. Entonces pudo confirmar que la luz de la esperanza es una forma de poder. Y Juan Gelman murió ejerciendo ese poder. Supo que en el túnel de la vida, cada uno de nosotros es la luz. Por eso la luz de Gelman sigue encendida. Esa es la lección. Esa es la emoción con la que nos legó sus versos. Por eso es uno de los nuestros. Por eso es uno de los que no se apagan.

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Cuento veinte

CONTRASTES Sobre escándalos de pedofilia

Muerte de un rimador

Francisco Pontífice

“Nos avergüenzan tantos escándalos que yo no quiero mencionar singularmente, pero que todos sabemos cuáles”.

Sara Oviedo, Integrante del Comité de los Derechos del Niño.

“El ejemplo que la Santa Sede debe dar al mundo sería para sentar precedente. Tiene que marcar un nuevo enfoque”.

Agapito Pito era un rimador nato y recalcitrante. Un buen día, viajó a un extraño país donde toda rima, aunque fuese asonante, era castigada con la pena de muerte. Pito empezó a rimar a diestra y siniestra sin darse cuenta del peligro que corría su vida. Veinticuatro horas después fue encarcelado y condenado a la pena máxima. Considerando su condición de extranjero, las altas autoridades dictaminaron que podría salvar el pellejo solo si pedía perdón públicamente ante el ídolo antirrimático que se alza en la plaza central de la ciudad. El día señalado, el empedernido rimador fue conducido a la plaza y, ante la expectación de la multitud, el juez del supremo tribunal le preguntó: -¿Pides perdón al ídolo? - ¡Pídolo! Agapito Pito fue linchado ipso facto.

Otto Raúl González/ Guatemala Fotos: EFE

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mil objetos giran alrededor de la órbita del planeta, a una altitud de entre 800 y mil 400 kilómetros.

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DIRECTORIO

por ciento se ha avanzado en la ampliación del Canal de Panamá, en el cual transita el 5 por ciento del comercio mundial.

Director General, Héctor Salvatierra; Subdirector General Técnico, Rodrigo Carrillo; Editor, Otoniel Martínez; Diseño Gráfico, Héctor Estrada, Elisa Álvarez, Paulo García, Elvis Rodas; Redacción: María Mercedes Arce, Carlos Rigalt, Christa Bollmann, Manolo Acabal. Internacionales: Édgar Quiñónez; Corrección: Jorge Mario Juárez; Digitalización: Boris Molina; Museo de la Tipografía Nacional, Thelma Mayén; Hemeroteca del Diario de Centro América, Álvaro Hernández.


Los frutos de la inversion

Foto: SCSPR

Redacción

Las inversiones realizadas por el Estado de Guatemala en el Banco de Desarrollo Rural (Banrural) reportaron utilidades por Q70 millones 469 mil 840, que fueron entregadas al Presidente Otto Pérez Molina en un acto especial de la Asamblea Ordinaria de Accionistas de esa institución bancaria. El mandatario agradeció la entrega de estos fondos y puntualizó que serán invertidos en obras y acciones para el desarrollo. “Estos fondos serán administrados con responsabilidad en programas y proyectos. Hay grandes retos en el horizonte para mejorar las condiciones de vida de los guatemaltecos. Agradecemos el apoyo de esta entidad bancaria, que nos ha abierto las puertas para llevar el desarrollo por todo el país”, señaló Pérez Molina.

La mirada

Fotos: Josué Decavele

La Coordinadora Nacional Indígena y Campesina (Conic) con el apoyo del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (STEG) solicitaron al presidente Otto Pérez Molina su intermediación ante el Congreso de la República para la agilización de 11 iniciativas de ley. Guatemala, VIERNES 24 de enero de 2014

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Carta de la selva

Lacandona Esta carta del legendario explorador noruego, Frans Blom, asentado en Chiapas desde 1919, fue tomada de una publicación mexicana de 1949 por el arqueólogo, antropólogo e historiador guatemalteco Carlos Navarrete, Premio Nacional de Literatura, que la incluyó en su “Encuentro con Frans Blom en el rincón de una vieja biblioteca”, publicado por la UNAM bajo el título de “Antropología e historia de los mixe-zoques y mayas” en 1983. Por su interés la reproducimos íntegramente.

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uerido amigo: Desde hace varias semanas vagamos en esta selva en partes desconocidas para nosotros y milagro de milagros, hoy en la tarde llegó un indio con unas cartas y entre ellas estaba la tuya, en la que nos preguntas cuáles son las posibilidades del desarrollo futuro de estas tierras ricas en donde estamos viajando. Nos apuramos a contestarte porque el correo regresa mañana en la madrugada. El pobre tiene cinco días de camino por selvas despobladas para alcanzar una montería donde llega de vez en cuando un avioncito. Comenzamos por decirte que nuestro campamento se encuentra en el centro del Desierto de los Lacandones, que abarca alrededor de veinticinco mil kilómetros cuadrados de la tierra más rica de México.


Foto: Archivo

Esta región vasta tiene cerca de quinientos habitantes, entre hombres, mujeres y niños, o sea, cincuenta kilómetros cuadrados por persona. En comparación hay que anotar que la isla de Haití tiene veintisiete kilómetros cuadrados con cuatro millones de habitantes o sea, cerca de ciento treinta y cinco personas por kilómetro cuadrado. Hace mil años el Desierto de los Lacandones mantenía una población densísima. Los valles extensos, regados por infinidad de ríos y arroyos y muchos lagos bellísimos, estaban cubiertos con milpas ricas. Donde ahora se camina semanas enteras por selvas sin fin, sin ver siquiera una casa habitada, latía la vida humana, era un hormiguero de seres humanos. ¿Y cómo saben esto? Nos preguntarás. La contestación es sencilla. Por donde quiera hemos encontrado señas que indican que antes había mucha gente. A cada diez o quince kilómetros percibimos vestigios de mucha gente. A cada diez o quince kilómetros

percibimos vestigios de ciudades y pueblos antiguos de los mayas, nación que tenía la cultura más alta y desarrollada de la antigüedad americana. Es claro que una ciudad como Yaxchilán, situada en la margen mexicana del gran río Usumacinta, en donde todavía se puede ver alrededor de cuarenta edificios de cal y canto y un sinnúmero de casas en escombros, no podía existir sin ser el centro de un territorio densamente poblado. Yaxchilán es sólo una de las muchas ciudades y pueblos muertos que duermen bajo su grandeza pasada, escondido por los majestuosos árboles de la selva. Mencionaremos solamente algunos otros: Palenque, Chancalá, Piedras Negras (en el lado guatemalteco del Usumacinta), Bonampak, Kanankash, Lacanhá, San Pedro, La Lucha, El Zapote, Agua Escondida, El Cayo, Chico Zapote, Busilhá y muchos más todavía por conocer y estudiar. De estos últimos hablaremos en el libro que pensamos escribir de vuelta a la capital. ¿Pero por qué abandonaron los mayas estas tierras que dicen tan fértiles? –vas a preguntar-, ¿por qué dejaron sus ciudades y templos construidos con gastos estupendos de trabajo humano? Contestamos que eran excelentes milperos, pero no conocían la agricultura verdadera. Como es bien sabido, el método del milpero es bastante destructivo, pero así es “costumbre”. Primero se busca un lugar apropiado en el monte para hacer la milpa, se tumba toda la vegetación sin fijarse de salvar árboles de madera preciosa. Expuestos al ardor del sol, se secan los árboles y gajos caídos y antes de que vengan las lluvias se prende fuego a esta leña bien tostada. El fuego y el calor del sol han tostado la capa de humus que cubre la superficie de la tierra hasta que se ha vuelto un polvo fino. Ahora se siembra en esta tierra seca. Las lluvias torrenciales riegan y dan vida a los granos preciosos pero al mismo tiempo el agua se lleva una gran parte de humus, porque en el suelo no hay raíces que puedan detener la tierra. Retoña el maíz y la primera cosecha resulta buena. Esta operación se repite varios años con el resultado de que se agota la fertilidad de la tierra, y las cosechas se dan miserables. Después de unos cuantos años hay que cambiar a otro lugar para hacer milpa nueva. Cuando la población es densa, la destrucción de la tierra es extensa porque este sistema no agota únicamente la tierra, sino también la expone a la erosión. Creemos que esto sucedió en el territorio que se llama hoy el Desierto Lacandón. Hace más o menos mil años los valles y las faldas de los cerros estaban desnudos y su tierra improductiva y así comenzó el gran éxodo. Dejando sus lugares sagrados, sus templos y palacios a su suerte, los mayas amarraron sus maletas y se fueron a Yucatán. Y así sucede todavía hoy. Hay sólo que ver el valle alrededor de Yalalag en la sierra de Juárez, Oaxaca, o el valle de Tila en Chiapas. Son áridos, apenas se ve verdura en las selvas, y las milpas se alejan más y más del pueblo. Pasaron los años, el monte bajo y espeso de los acahuales perdió cada año sus hojas, formando así una nueva capa de humus. Pasaron los siglos y la selva grande tomó posesión de la tierra desierta. Botánicos, entre ellos el doctor O.F. Cook, nos dicen que la llamada “selva virgen” de Chiapas, Campeche, Quintana Roo, Petén de Guatemala y Honduras, en realidad no es selva virgen porque solo tiene alrededor de mil años de edad. Por otra parte, las fechas grabadas sobre los monumentos y edificios mayas que se encuentran en el territorio de que hablamos, terminan abruptamente hace mil años más o menos. Así los datos botánicos y los históricos coinciden. Hoy día, otra vez esta rica tierra, que fue agotada y abandonada por los mayas, puede mantener una

población de no menos de millón y medio de habitantes. Si México aprovecha esta tierra, tendrá un granero rico para la república y países vecinos. Ahora estás pensando: todo esto está muy bueno, pero si esta tierra es tan rica como dicen ¿por qué no va la gente allí a aprovecharla? Contesto que no vale producir cuando no se puede aprovechar el producto por falta de comunicaciones. Si no te aburro mucho con nuestra carta tan larga nos permitimos decirte nuestras ideas sobre lo que se puede hacer. Primero. Debemos establecer un centro de estudios en un lugar céntrico del Desierto de los Lacandones. Para esto podría servir la antigua Central Chiclera llamada El Cedro, donde había un campo de aterrizaje que con poco costo se puede alistar para el tráfico de aviones. Desde México se llega a Comitán, Chiapas, por el excelente Camino Panamericano y de este lugar se puede llegar a El Cedro en avión en una hora y cuarto. En el campamento central se deben poner casas para los trabajadores e investigadores, de los cuales se habla adelante. También se debe mantener una mulada y guías que conozcan la selva, así como la vida en ella. Por lo regular el investigador científico que quiera estudiar su especialidad en la selva pierde tiempo y dinero en sus preparativos. Llegando al último pueblo tiene que conseguir bestias, guía y provisiones. Los comerciantes locales sin falta suben los precios, y tanto tiempo como dinero se gasta en preparativos inútiles. En cambio sí se ha establecido un centro de investigaciones en el corazón de la selva con sus guías y mulas y víveres, el investigador puede irse directamente a dicho centro sin pérdida de tiempo y de fondos. Queda entendido que el transporte, los guías y víveres que se suministren a cada explorador deben cubrirse de los fondos que él tiene para su investigación. Como hemos dicho anteriormente, nuestro problema consiste en el estudio de una zona extensa y rica que debe incorporarse a la vida de la nación, por cuya razón se debe mandar los investigadores siguientes: Geógrafos y topógrafos. Deben hacer un estudio minucioso para formar un mapa final y básico para que puedan trabajar los demás investigadores. Al mismo tiempo se debe desarrollar un estudio hidrográfico. La zona está atravesada por muchos ríos y arroyos y en muchas partes se encuentran caídas de agua que pueden utilizarse en asuntos hidráulicos como irrigación y fuerza eléctrica. Según mi opinión, existe suficiente fuerza hidráulica para proveer no solo a todo el sureste de México de fuerza eléctrica, sino también una gran parte de la República de Guatemala. Como una de las caídas más potentes se encuentra en el río Usumacinta, frontera entre México y Guatemala, el aprovechamiento de sus fuerzas será asunto internacional. Geólogos. Hay poca posibilidad que se encuentren metales en la selva lacandona, por el hecho de que todos los cerros son de roca calcárea. Sin embargo, hay bastantes posibilidades de que la selva esconda zonas de petróleo, por lo que creo que vale la pena hacer un estudio minucioso de la geología. Agrónomos para planear una colonización futura. Hay tierras magníficas para maíz, arroz, frijol, algodón, tabaco y muchas otras siembras. La Compañía Maderera Romano sembró más de cincuenta mil matas de hule, allá por el año de 1908 pero a causa de la revolución que entró en Chiapas desde Guatemala en 1912, bajo el mando del general Luis Felipe Domínguez, nunca llegaron estas plantaciones a producir. También se encuentra una pequeña plantación de hule en la margen izquierda del río Lacandón cerca de la boca del río Ixcán, tanto como manchas de hule silvestre en otras partes de la selva. Se debe

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Foto: Archivo

Importante pulmón del planeta, esta área natural es el hogar de unas 70 especies de mamíferos y unas 300 de aves.

tomar en cuenta la experiencia de los mayas antiguos y preconizar que no se repita el desmonte completo y el agotamiento de la tierra. El desmonte desmedido de los árboles de caoba y cedro que hacen las compañías madereras es destructivo en conexión con erosión y agotamiento de la tierra. Al mismo tiempo las extensas propiedades de las compañías de caoba y cedro son sueños de enormes extensiones y tierra que quedan sin valor alguno para el bienestar general de la población. Estas propiedades particulares que sólo se usan en beneficio de unos grupos pequeños, impide que se utilicen para la siembra de comestibles y para dar vida a muchos campesinos. Botánicos. Especialmente los que estudian las plantas comestibles y medicinales encontrarían un campo casi virgen para sus investigaciones. Arqueólogos. Todavía hay mucho quehacer en esta rama de estudio. Numerosas ciudades mayas aún inexploradas esperan al arqueólogo, al escultor, al pintor y al arquitecto. Todos esos monumentos se deben investigar antes de que se establezcan colonias agrícolas en la zona y es urgente empezar este estudio lo más pronto posible. Durante la última guerra {mundial} la selva estaba cubierta con una red de veredas hechas por los chicleros que buscaban chicle para satisfacer el incansable movimiento de las quijadas de los soldados norteamericanos. Desde que se terminó la guerra la necesidad del chicle ha disminuido y los chicleros se han retirado de la selva de los lacandones. Las veredas hechas por ellos están desapareciendo bajo la exuberancia de la vegetación, y dentro de un año o dos va a ser no solo costoso, sino también difícil encontrar otra vez las muchas ciudades antiguas vistas por los monteros. El ahora famoso Bonampak fue una sorpresa que llamó la atención mundial. Quizá duermen muchas otras sorpresas artísticas e históricas bajo los árboles gigantes.

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Pasaron los años, el monte bajo y espeso de los acahuales perdió cada año sus hojas, formando así una nueva capa de humus. Pasaron los siglos y la selva grande tomó posesión de la tierra desierta. Médicos tienen ahí un buen campo para el estudio de enfermedades tropicales y deben organizar un programa sanitario con anticipación a la colonización de la zona. No queremos “sifilización” para los indios, pero sí queremos civilización. Habrá campo para el estudio final de los pocos lacandones que aún existe. Y por otro para un estudio de los diferentes grupos de indígenas como los tzeltales y tojolabales, que más tarde se puedan escoger para un proyecto de colonización. Los dos grupos mencionados viven bajo condiciones muy semejantes, a los que se encuentran en la selva de los lacandones, pero todavía están bajo la influencia de los finqueros. Las colonias agrícolas hasta ahora están establecidas en terrenos cedidos por los propietarios de las fincas grandes y todavía hay tirantez entre el colono y el finquero. Estableciendo colonias agrícolas en la selva, los indios quedarían más libres de influencias ajenas

y podrían desarrollarse y encaminarse a la incorporación de la civilización y la nacionalidad. Una vez terminado el mapa por los geógrafos y topógrafos llegarán los ingenieros de la Dirección Nacional de Caminos y ya cuando el territorio esté bien estudiado se abre la puerta para la colonización. Con caminos pueden ser aprovechadas las cosechas y el ganado que puede pasturar en las extensas sabanas que hay en varios lugares de Desierto de los Lacandones. Estableciendo aserraderos se utilizarán las preciosas ramas de caobas y cedros que ahora quedan sin utilizarse y se pudren en la selva. Grandes trechos de los ríos Usumacinta, Chixoy y Lacantún se pueden traficar con lanchas de motor, haciendo más fácil las comunicaciones. En fin, México puede conquistar una provincia nueva sin meterse en tierras ajenas. México puede engrandecer su territorio sin invadir otro país. México puede aprovechar las experiencias del pasado –mil años o más- para enriquecer su futuro. El candil está echando mucho humo, los grillos chillan monótonamente, unos saraguatos braman lejos anunciando el día venidero. El lucero de la mañana nos está mirando y sin duda piensa que somos unos soñadores locos. Puede ser que tengan razón: estamos oyendo la brisa murmurando en los maizales y el susurro de los miles de niños que vienen de las casas y de las escuelas; camiones que salen con productos para Comitán, Ocosingo, Tenosique y Tuxtla Gutiérrez, Juchitán Oaxaca, Puebla y México. Aviones que traen correo, medicinas y comerciantes. Otra vez después de mil años de silencio, hay vida palpitante en el Estado del Lacandón. El correo está preparando su desayuno antes de salir con esta carta tan larga y nosotros nos retiramos a nuestras hamacas para continuar nuestros sueños que esperamos no serán utópicos. Hasta la vista querido amigo.


Poe,

donde nace el terror

María Mercedes Arce

enovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror, Edgar Allan Poe, cuyo cumpleaños 205 se conmemoró el 19 de enero, es considerado el inventor del relato detectivesco. La figura del escritor, su vida y su obra, marcaron la literatura del mundo occidental. Son deudores suyos la literatura de fantasmas victoriana y, en mayor o menor medida, autores tan dispares e importantes como Charles Baudelaire, Fedor Dostoyevski, William Faulkner, Franz Kafka, Howard Philips Lovecraft, Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Clemente Palma y Julio Cortázar. En solo 40 años de vida, dejó un legado de 24 títulos de cuento, 32 de poesía, 9 de ensayo, y una novela.

Como escrita por Poe

La vida del literato fue terreno fértil para el desarrollo de su obra. Estuvo marcada por el abandono, la desesperación y la muerte. En sus primeros años, la familia fue abandonada por su padre (David Poe), quien se marchó en 1810. Su madre, Elizabeth, murió a causa de la tuberculosis dos años más tarde. Fue criado por la familia Allan, de quienes tomó el apellido aunque la adopción nunca se formalizó. A los 26 años, se casó con su prima hermana Virginia Clemen el 22 de septiembre de 1835, a quien entonces, literalmente, le duplicaba en edad. Fue un matrimonio breve, debido a la prematura muerte de ella. El 29 de enero de 1847, Poe escribió a Marie Louise Shew: “Mi pobre Virginia vive todavía, aunque marchitándose de prisa y sufriendo mucho dolor”. Virginia murió al día siguiente, después de cinco años de enfermedad. “La pérdida de su esposa fue un duro golpe para él. Tras su muerte, no parecía importarle vivir una hora, un día, una semana o un año; ella era todo para él”, según apunta Jeffry Meyers en Edgar Allen Poe:

El escritor tuvo una infancia difícil, una juventud atormentada y una felicidad efímera marcada por la la prematura muerte de su esposa.

His Life and Legacy. Un año después, Poe escribió que había experimentado el mayor mal que puede sufrir un hombre, cuando, según sus palabras, cae enferma “una esposa a la que amaba como ningún hombre había amado antes”. Poe regresó al alcohol, mientras Virginia aún luchaba por recuperarse, dice el biógrafo. Cuán a menudo y en qué cantidad bebía es un tema controvertido. El escritor se refirió a esta reacción suya afirmando que encontró la cura “en la muerte de mi esposa. Esto puedo soportarlo, y así lo hago, como corresponde a un hombre. Era la horrible e interminable oscilación entre la esperanza y el desespero lo que no hubiera podido soportar por más tiempo sin una total pérdida de la razón”.

De la pluma de sus herederos

Los cuentos de terror constituyen su obra más conocida. Según Benjamín F. Fisher, Poe pretende, no tanto “helar la sangre” del lector, como compatibilizar lo gótico con la plausibilidad psicológica, logrando elevar el género a la categoría de gran arte. El escritor y crítico irlandés Padriac Colum afirma que relatos como El barril amontillado, El pozo y el péndulo, Ligeria y La caída de Usher, se hallan entre los mejores cuentos del mundo. Edmund Wilson subraya los contenidos oníricos y simbólicos en sus relatos, en tanto que Van Wyck Brooks se pregunta qué papel desempeñaron los extraños sueños y terribles pesadillas que el autor padeció desde su adolescencia. El poeta Richard Wilbur manifestó que la grandeza de Poe proviene de su genio literario y de su maestría en la definición de los estados de ánimo, así como las transiciones entre los mismos, y sus posibles significados e implicaciones, lo que logra encuadrar en estructuras oníricas. Harry Levin, por su parte, vislumbra en relatos como Manuscrito encontrado en una botella y Un descenso al Maelstrom, una “impaciencia por enfrentarse a lo desconocido que se aproxima hasta el propio borde del abismo, y aún más allá, hacia el país inexplorado de cuya frontera ningún viajero regresa”. Howard Philips Lovecraft, en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, sostiene que “nos ha dejado la visión de un terror que nos rodea y está dentro de nosotros, y del gusano que se retuerce y babea en un espantoso y cercano abismo”. Para Charles Baudelaire (en Edgar Poe, su vida y sus obras, 1856), este tipo de literatura es “de aire rarificado”, y en ella “la naturaleza llamada inanimada participa de la naturaleza de los seres vivos, y, como ellos, se estremece con un escalofrío sobrenatural y galvánico”. Julio Cortázar escribió que el ambiente resulta de la eliminación casi absoluta de puentes, de presentaciones y retratos. “Se nos pone el drama, se nos hace leer el cuento como si estuviéramos dentro. Poe nunca es un cronista; sus mejores cuentos son ventanas, agujeros de palabras”. Escritores como Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Daniel Hoffman, Joseph Wood Krutch, Sydney Moss, Ellis Praxson Oberholtzer , Mary Pillips, Rafael Llopis, Arthur Hobson Quinn y Kenneth Silverman, entre otros, le han rendido tributo impreso en letras de molde al “Padre del terror”.

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El gato negro

Edgar Allan Poe

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o espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, sucintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, solo trataré de aclararlos. A mí solo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que dé a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales. La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas. Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteligente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables. Teníamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato. Este último animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respecto a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los gatos negros. Esto no quiere decir que ella tomase esta preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencillamente porque me viene a la memoria en este momento. Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y él me seguía por la casa adondequiera que iba. Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué a permitirle que me acompañase por las calles. Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los cuales mi carácter, por obra del demonio de la intemperancia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una alteración radical. Me hice de día en día más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Llegué a emplear un lenguaje brutal con mi mujer. Más tarde, hasta la injurié con violencias personales. Mis pobres favoritos, naturalmente, sufrieron también el cambio

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de mi carácter. No solamente los abandonaba, sino que llegué a maltratarlos. El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía pegarle, así como no me daba escrúpulo de maltratar a los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por cariño se atravesaban en mi camino. Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?, y, con el tiempo, hasta el mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmente se iba haciendo un poco desapacible, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor. Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad. Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensación mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue solo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas. Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción. El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror. Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrolló en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido 100 veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante, la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciéndolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible. En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fui despertado a los gritos de “¡fuego!” Las cortinas de mi lecho estaban con-

vertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación. No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Solo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras “¡extraño!” “¡singular!” y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa. Había una cuerda alrededor del cuello del animal. Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín, contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, porque el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda. Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semisentimiento, muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara. Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio aturdido, en una taberna más que infame, fue repentinamente solicitada mi atención hacia un objeto negro que reposaba en lo alto de uno de esos inmensos toneles de ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala. Hacía algunos momentos que miraba a lo alto de este tonel, y lo que me sorprendía era no haber notado más pronto el objeto colocado encima. Me aproximé, tocándolo con la mano. Era un enorme gato, tan grande por lo menos como Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa. Plutón no tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que este tenía una salpicadura larga y blanca, de forma indecisa que le cubría casi toda la región del pecho. No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamente, prorrumpió en continuado ronqui-


do, se frotó contra mi mano y pareció muy contento de mi atención. Era, pues, el verdadero animal que yo buscaba. Al momento propuse, al dueño de la taberna comprarlo, pero este no se dio por entendido: yo no lo conocía ni lo había visto nunca antes de aquel momento. Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en cuando para acariciarlo durante el camino. Cuando estuvo en mi casa, se encontró como en la suya, e hízose en seguida gran amigo de mi mujer. Por mi parte, bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmente lo contrario de lo que yo había esperado; no sé cómo ni por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgustaba, fatigándome casi. Poco a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio se convirtieron en odio. Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de bochorno y el recuerdo de mi primer acto de crueldad me impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de golpearlo con violencia; llegué a tomarle un indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de la peste. Seguramente, lo que aumentó mi odio contra el animal fue el descubrimiento que hice en la mañana siguiente de haberlo traído a casa: lo mismo que Plutón, él también había sido privado de uno de sus ojos. Esta circunstancia hizo que mi mujer le tomase más cariño, pues, como ya he dicho, ella poseía en alto grado esta ternura de sentimientos que había sido mi rasgo característico y el manantial frecuente de mis más sencillos y puros placeres. No obstante, el cariño del gato hacia mí parecía acrecentarse en razón directa de mi aversión contra él. Con implacable tenacidad, que no podrá explicarse el lector, seguía mis pasos. Cada vez que me sentaba, se acurrucaba bajo mi silla o saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus repugnantes caricias. Si me levantaba para andar, se metía entre mis piernas y casi me hacía caer al suelo, o bien introduciendo sus largas y afiladas garras en mis vestidos, trepaba hasta mi pecho. En tales momentos, aunque hubiera deseado matarlo de un solo golpe, me contenía en parte por el recuerdo de mi primer crimen, pero principalmente debo confesarlo, por el terror que me causaba el animal. Este terror no era de ningún modo el espanto que produce la perspectiva de un mal físico, pero me sería muy difícil denominarlo de otro modo. Lo confieso abochornado. Sí, aun en este lugar de criminales, casi me avergüenzo al afirmar que el miedo y el horror que me inspiraba el animal se habían aumentado por una de las mayores fantasías que es posible concebir. Mi mujer me había hecho notar más de una vez el carácter de la mancha blanca de que he hablado y en la que estribaba la única diferencia aparente entre el nuevo animal y el matado por mí. Seguramente recordará el lector que esta marca, aunque grande, estaba primitivamente indefinida en su forma, pero lentamente, por grados imperceptibles, que mi razón se esforzó largo tiempo en considerar como imaginarios, había llegado a adquirir una rigurosa precisión en sus contornos. Presentaba la forma de un objeto que me estremezco solo al nombrarlo: y esto era lo que sobre todo me hacía mirar al monstruo con horror y repugnancia, y me habría impulsado a librarme de él, ni me hubiera atrevido: la imagen de una cosa horrible y siniestra, la imagen de la horca. ¡Oh lúgubre y terrible aparato, instrumento del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! Y heme aquí convertido en un miserable, más allá de la miseria de la humanidad. Un animal inmundo, cuyo hermano yo había con desprecio destruido, una bestia bruta creando para mí —para mí, hombre formado a imagen del Altísimo—, un tan grande e intolerable infortunio. ¡Desde entonces no volví a disfrutar

de reposo, ni de día ni de noche! Durante el día el animal no me dejaba ni un momento, y por la noche, a cada instante, cuando despertaba de mi sueño, lleno de angustia inexplicable, sentía el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que no podía sacudir, posado eternamente sobre mi corazón. Tales tormentos influyeron lo bastante para que lo poco de bueno que quedaba en mí desapareciera. Vinieron a ser mis íntimas preocupaciones los más sombríos y malvados pensamientos. La tristeza de mi carácter habitual se acrecentó hasta odiar todas las cosas y a toda la humanidad; y, no obstante, mi mujer no se quejaba nunca, ¡ay! ella era de ordinario el blanco de mis iras, la más paciente víctima de mis repentinas, frecuentes e indomables explosiones de una cólera, a la cual me abandonaba ciegamente. Ocurrió que un día que me acompañaba, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde nuestra pobreza nos obligaba a habitar, el gato me seguía por la pendiente escalera, y, en ese momento, me exasperó hasta la demencia. Enarbolé el hacha, y, olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces contuviera mi mano, asesté al animal un golpe que habría sido mortal si le hubiese alcanzado como deseaba; pero el golpe fue evitado por la mano de mi mujer. Su intervención me produjo una rabia más que diabólica; desembaracé mi brazo del obstáculo y le hundí el hacha en el cráneo. Y sucumbió instantáneamente, sin exhalar un solo gemido mi desdichada mujer. Consumado este horrible asesinato, traté de esconder el cuerpo. Juzgué que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de ser observado por los vecinos. Numerosos proyectos cruzaron por mi mente. Pensé primero en dividir el cadáver en pequeños trozos y destruirlos por medio del fuego. Discurrí luego cavar una fosa en el suelo del sótano. Pensé más tarde arrojarlo al pozo del patio: después meterlo en un cajón, como mercancía, en la forma acostumbrada, y encargar a un mandadero que lo llevase fuera de la casa. Finalmente, me detuve ante una idea que consideré la mejor de todas. Resolví emparedarlo en el sótano, como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. En efecto, el sótano parecía muy adecuado para semejante operación. Los muros estaban construidos muy a la ligera, y recientemente habían sido cubiertos, en toda su extensión de una capa de mezcla, que la humedad había impedido que se endureciese. Por otra parte, en una de las paredes había un hueco, que era una falsa chimenea, o especie de hogar, que había sido enjabelgado como el resto del sótano. Supuse que me sería fácil quitar los ladrillos de este sitio, introducir el cuerpo y colocarlos de nuevo de manera que ningún ojo humano pudiera sospechar lo que allí se ocultaba. No salió fallido mi cálculo. Con ayuda de una palanqueta, quité con bastante facilidad los ladrillos, y habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo contra el muro interior, lo sostuve en esta posición hasta que hube reconstituido, sin gran trabajo toda la obra de fábrica. Habiendo adquirido cal y arena con todas las precauciones imaginables, preparé un revoque que no se diferenciaba del antiguo y cubrí con este escrupulosamente el nuevo tabique. El muro no presentaba la más ligera señal de renovación. Hice desaparecer los escombros con el más prolijo esmero y expurgué el suelo, por decirlo así. Miré triunfalmente en torno mío, y me dije: “Aquí, a lo menos, mi trabajo no ha sido perdido”. Lo primero que acudió a mi pensamiento fue buscar al gato, causa de tan gran desgracia, pues, al fin, había resuelto darle muerte. De haberle encontrado en aquel momento, su destino estaba decidido; pero, alarmado el

sagaz animal por la violencia de mi reciente acción, no osaba presentarse ante mí en mi actual estado de ánimo. Sería tarea imposible describir o imaginar la profunda, la feliz sensación de consuelo que la ausencia del detestable animal produjo en mi corazón. No apareció en toda la noche, y por primera vez desde su entrada en mi casa, logré dormir con un sueño profundo y sosegado: sí, dormí, como un patriarca, no obstante, tener el peso del crimen sobre el alma. Transcurrieron el segundo y el tercer día, sin que volviera mi verdugo. De nuevo respiré como hombre libre. El monstruo en su terror, había abandonado para siempre aquellos lugares. Me parecía que no lo volvería a ver. Mi dicha era inmensa. El remordimiento de mi tenebrosa acción no me inquietaba mucho. Instruyóse una especie de sumaria que fue sobreseída al instante. La indagación practicada no dio el menor resultado. Habían pasado cuatro días después del asesinato, cuando una porción de agentes de policía se presentaron inopinadamente en casa, y se procedió de nuevo a una prolija investigación. Como tenía plena confianza en la impermeabilidad del escondrijo, no experimenté zozobra. Los funcionarios me obligaron a acompañarlos en el registro, que fue minucioso en extremo. Por último, y por tercera o cuarta vez, descendieron al sótano. Mi corazón latía regularmente, como el de un hombre que confía en su inocencia. Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me paseé afectando tranquilidad de un lado para otro. La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era tanta la alegría de mi corazón, que no podía contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia. —Señores —dije, al fin, cuando la gente subía la escalera—, estoy satisfecho de haber desvanecido vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba). Yo puedo asegurar que esta es una casa admirablemente hecha. Esos muros... ¿Van ustedes a marcharse, señores? Estas paredes están fabricadas sólidamente. Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón que tenía en la mano precisamente sobre la pared de tabique, detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón. ¡Ah! que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio. No se había extinguido aún el eco de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse en un grito prolongado, sonoro y continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente puede salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos. Relatar mi estupor sería insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí tambaleándome contra la pared opuesta. Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror. Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores sobre el muro, que vino a tierra en seguida. El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada, apareció rígido ante la vista de los espectadores. Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba subida la abominable bestia, cuya malicia me había inducido al asesinato, y cuya voz acusadora me había entregado al verdugo... Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo. (Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

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Carlos Rigalt C.

Buscando empleo en la we

odo comenzó así: “Hacia el final de los 90 los precios de la gasolina aumentaron y había mucha violencia”. Esos fueron los detonantes para imaginar un centro empresarial que ayudara a disminuir los riesgos, y a que las personas gastaran menos gasolina”, cuenta sobre sus inicios, Paulina Arís, creadora de la empresa Transdoc. Pensada originalmente como facilitadora de trámites para empresas que deben movilizar cobradores por la ciudad para realizar pagos, recoger documentos y algunas cosas más, esta empresa de que hablaremos evolucionó hasta incorporar entre su portafolio un portal altamente efectivo que funciona como bolsa de trabajo: Transdoc. Sobre el concepto original se construyó el portal y una nueva gama de servicios por medio de Internet, en donde la bolsa de empleo es la estrella. Les damos por lo menos 25 servicios en uno a las empresas. Inicialmente se buscaba que las empresas contaran con una recepción afuera de la oficina, para que tuvieran menos personas entrando a sus locales, por tema de seguridad. Evolucionamos hacia el área de recursos humanos. Nuestros clientes publican en nuestro portal las plazas que tienen vacantes en sus empresas, y cuentan con acceso a la base de currículos que se renueva cada cinco meses. Se publica un promedio de 750 nuevas plazas semanales, las cuales pueden permanecer publicadas de dos días a un mes. Arís reconoce que la Web nos abrió el mundo, pero al mismo tiempo es una amenaza. Esta ha escuchado las quejas, tanto de empresas que reclutan personal, como de los candidatos que expresan “no me da tiempo” para ver tantos currículos. ¿A qué se debe que Internet pueda complicar más el tema de la oferta de empleos?

¿Qué sucede si usted tiene 10 plazas que llenar en 3 semanas? Pone anuncios y llegan 500 currículos por cada plaza. Nunca va a poder revisarlos todos y tampoco va a averiguar si se perdió de alguien que hubiera sido ideal para su plaza. Ante esto los reclutadores ingresan al correo electrónico donde están los currículos. Y si la persona tiene la fortuna de que el reclutador entró en un punto en el que aterrizó cerca del suyo y este llena los requerimientos, pues lo toman.

¿Se trata de una selección laboral al azar?

Casi. En el momento en que consiguen los perfiles que están buscando con 3 o 4 candidatos, luego guardan los documentos que no vieron.

¿ No es la mejor forma de utilizar el tiempo?

Para nada. He platicado con reclutadores de personal que me confiesan: “Me paso la mayor parte del tiempo ordenando currículos, y llamando por

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Paulina Arís es la mente emprendedora detrás de Transdoc. El portal de Internet de esta firma desarrolló un


Fotos: Josué Decavele

Los 5 consejos para obtener empleo (o mantenerlo)

eb La nueva herramienta permite que los candidatos a emplearse demuestren sus capacidades y actitud ante un posible jefe.

teléfono a las personas a ver si todavía están interesados en las plazas”. El trabajo del reclutador se convirtió en una labor operativa, que consiste en estar ordenando currículos y llamando a los candidatos. Como loros, preguntando lo mismo a cada uno. Y solo van anotando para terminar diciendo: nosotros nos comunicamos con usted. Y esa llamada nunca llega. ¿Qué sucede ahora, con la facilidad de contactarse por medio de Internet que tienen las personas y de multiplicar su envío de hojas de vida para pedir empleo?

Debido a las facilidades de la tecnología del Internet, pueden mandar su currículo y aplicar a 800, 900 empresas. No cuesta nada, antes por lo menos se gastaba en el sello postal o en imprimirlo.

¿Y eso cómo afecta a empresas y candidatos?

Es como una bola de nieve, el reclutador recibe muchos más currículos, pierde el tiempo y al final se convierte en algo poco profesional. Y no porque los reclutadores no lo sean, sino por el proceso. Muchas veces la tecnología nos rebasa y no nos permite ser efectivos.

¿Cómo solucionaron ustedes ese error?

Hace tres años comenzamos a desarrollar una plataforma, que pudiera cubrir todas esas necesidades. Los procesos de reclutamiento y contratación, deberían ser más acuciosos. Se debería invertir más tiempo en conocer a las personas que van a trabajar en vez ordenar currículos. Los procesos de selección de personal son muy importantes y se tienen que hacer bien, sin carreras. En la plataforma Transdoc se logra esto, y además se le da dignidad al que aplica a la plaza, porque siempre va a obtener una respuesta de parte del potencial empleador.

¿Qué características tiene el sitio?

método más congruente para los reclutadores.

Se buscó que el portal fuera amigable para cualquier usuario. Luego, que las empresas se ahorraran tiempo al usar la plataforma. Lo que se hizo fue cambiar la forma en que se hace el reclutamiento y contratación.

En su campus de Paseo Cáyalá, The Learning Group desarrolla diplomados y Master en Emprendimiento avalados por la Universidad San Pablo de Guatemala. Para ellos, el emprendimiento es la fuente de innovación y desarrollo más importante en el país. Según Julio Zelaya, su presidente, hay al menos cinco cosas que tienen quienes logran venderse a sí mismos y obtener un empleo: Aprenden al vuelo con rapidez. “Esa competencia la valoran mucho las empresas”, dice Zelaya. Son innovadores. Eso es “creatividad puesta en practica”, capacidad de materializar lo que se les ocurre. “Hay quienes tienen 100 ideas pero no hacen nada”, acota. Adaptabilidad. El mundo, el entorno “se mueve muy rápido”, y necesita gente que se adapte al entorno laboral fluidamente. Orientación a resultados. Cada vez menos tiempo para prepararte. Las organizaciones están buscando gente que pueda empezar a dar resultados rápidamente Actitud, resiliencia. Personas que se levantan ante las adversidades. La forma en que alguien se enfrenta a los problemas…

¿Cambiaron los paradigmas del reclutamiento de personal por medio de la Web?

La forma anterior era: yo reclutador tengo que ir detrás de las personas para determinar quién cumple con los requisitos que quiero. Lo que hicimos fue cambiar a: yo candidato tengo que estar detrás de las plazas para yo venderme con el reclutador.

¿Cómo lo hicieron?

Todo lo contrario a la manera en la que funciona un programa normal de selección de personal: el reclutador crea los filtros necesarios para cada plaza, porque cada una es distinta.

¿Como en Facebook, que cada quién crea sus propios filtros?

No. Esos también son algoritmos programados. Pero en nuestro caso como funciona es: yo reclutador voy a poner el filtro para mi plaza. Por ejemplo, un puesto para ingeniero en sistemas para dirigir una planta de informática. Las competencias que necesito para esta plaza son tales y cuales, hago las preguntas para que las respuestas sean abiertas y sean los candidatos quienes las puedan contestar de acuerdo con las competencias que poseen. Algo trascendental es que la plataforma permite que el candidato demuestre su actitud, que es algo muy difícil de encontrar entre quienes piden empleo, y es muy importante.

¿A qué se refiere?

La mayoría de candidatos piensa: yo meto mi currículo, a quien le interese, que me llame. Son pasivos. Pero hay otro tipo de personas que se mantienen buscando, están detrás de los trabajos, son proactivas. Son el tipo de personas que todos los reclutadores y empresas están buscando.

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Foto: Archivo

El sabor de la picardia Luis Rocha Urtecho* El sabor de la picardía” es el título de uno los dos nuevos cuentos de Francisco Arellano Oviedo, incorporados a esta segunda edición, que hoy presento, de Entre piadosos ronda el diablo. Creo que todo el libro tiene ese sabor, y por ende es el mejor título para este texto, que tiene su inicio cuando diviso, conversando con Francisco Arellano, a Giovanni Boccaccio, con su Decamerón en mano en el año 1350. Ambos, con Petrarca de testigo, intercambian ideas, según la enciclopedia SALVAT, sobre la alusión a personajes o a costumbres populares, lo cual es lícito hacer incluso con una gran dosis de obscenidad, que alterne con la expresión de elevados pensamientos, y por ello constituye, El Decamerón, una verdadera “comedia humana” de la Edad Media, igual que comedia humana de este siglo es el libro de Francisco Arellano. Luego diviso en el Siglo de Oro de la literatura española, a nuestro don Francisco secreteándose con su tocayo don Francisco de Quevedo, y trastocando los lindes cronológicos de la literatura, van y vienen personajes, Cervantes entre ellos, y desde luego El Lazarillo de Tormes, quien me guía en mi ceguera. Si nos atenemos a la definición de “picaresca” de la enciclopedia ya citada, aquella es una “junta de pícaros”, que encontraron su desahogo narrativo en el siglo XVII, sobre todo con El Lazarillo de Tormes (1554) y Guzmán de Alfarache (1599), grandes amigos de Francisco, el de aquí, por pícaro y piadoso. Pero no será Francisco el único quien dé un uso didáctico y hasta moralizante, de la obscenidad al servicio de la picardía. En nuestro folclore abundan los ejemplos. Ver “Muestrario del Flolklore Nicaragüense” de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada, y remitámonos a Los Cuentos de Tío Coyote y Tío Conejo, por ejemplo, a uno de los finales de uno de sus cuentos, cuando a instancias del burlador Tío Conejo, junto con Tío Coyote ambos se cagan en el interior de una hermosa sandilla, que la viejita, por ser la mejor de su sandillas, obsequia con orgullo al señor Obispo, con las consiguientes consecuencias de indignación que tal obsequio lleno de mierda produce en el jerarca eclesiástico. Eso motiva que la viejita decida tomar venganza en los pícaros animalitos, la cual, por supuesto, se hace efectiva en Tío Coyote después de un ardid de Tío Conejo, quien logra que sea tío Coyote, quien sea capturado, y cuando llega la viejita a la trampa que ha puesto, y descubre a Tío Coyote y no a Tío Conejo, exclama: “¡Ahora verás cagón si no me las pagás todas! Y se asustó de no ver al conejo pero dijo: -Conque tenés tus mañas -¡Velo al bandido, ya se hizo coyote!- Pero

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Carta de Juan Gelman a Luis Rocha 26 de junio de 1983, París. Mi querido y recordado Luis:

Qué raro es este país/ hoy es domingo pero aquí no se casa peringo/ en mi país peringo se casaba cada domingo/ con una mujer que no sabía coser/ que lavaba la olla con una cebolla y abría la puerta con un alfiler/ y uno tras otro pasaban los domingos/ y siempre se casaba con esa mujer peringo/ una mujer maravillosa/ porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa/ y la que con una cebolla la olla lavar/ es mujer que sabe volar/ y la que la puerta con un alfiler abrir/ es mujer que sabe reír/ y aquí parece que ninguno vuela ni se ríe/ y en un infierno personal se fríe/ ni siquiera se trata de un gran infierno/ de esos calientitos y buenos en invierno/ son infiernos chiquitos/ mezquinos a porfía/ en realidad ni son infiernos/ son una porquería/ y con la crisis energética la situación infernal de los franchutes es cosa bien patética/ hasta en su infierno aquí se pasa frío/ comprenderás el extravío/ el otro día vi a Satán/

a mí nadie me engaña! Y le mete el asador entre el culo. ¡Nunca había brincado tanto Tío Coyote! Y sale disparado pegando gritos y dándose contra los palos. Y ahí debajo de una mata estaba viendo todo Tío Conejo, y cuando pasó chiflado Tío Coyote, Tío Conejo, muerto de risa, le gritaba: -¡Adiós Tío Coyote culo quemado! ¡adiós Tío Coyote culo quemado!”. Que sea mejor, por mejor, Pablo Antonio Cuadra, quien se refiera al Pájaro del Dulce Encanto: “ Ya escribí una vez sobre nuestra fábula, tan nicaragüense, del “Pájaro del Dulce Encanto”. A nuestro Esopo anónimo no se le ocurrió otra forma para educar al niño en el recelo de lo que ocultan las apariencias bellas, que convertir burlescamente el lindo pájaro del “dulce encanto”, el sueño todo de la niñez, en mierda. Es un golpe de burla brutal con una brutal moraleja de desconfianza en la belleza aparente… En el mismo nivel de popularidad y quizás mayor aún podemos colocar nuestra narrativa nacional de las aventuras de Tío Coyote y Tío Conejo.” En el capítulo sobre “El habla, la risa y la burla del nicaragüense” – de su libro “El Nicaragüense”- Pablo Antonio continúa diciendo: “El nicaragüense casi nunca elude lo feo, lo asqueroso o lo indecente… Cuando existen dos nombres sinónimos para una misma cosa, el nicaragüense escoge el más áspero.” Entonces, digo yo, corroborando lo de Pablo Antonio Cuadra a la luz de “Entre piadosos ronda el diablo”, que si de reír se trata, no hay recato. Si de enseñar, la obscenidad no es más que otro medio: un instrumento de la naturalidad. Esto lo llamaría el antifariseísmo de nuestro lenguaje. El tejido oral de los “cuentos de camino” abarca desde el humor al miedo. Estos cuentos tenían más sabor cuando no había luz eléctrica y se contaban, muchas veces inventando o exagerando nuevos

temblaba/ envuelto en cibelina y astracán/ y le dije: “Satán/ ¿y tu orgullo?/ ¿qué hacés?”/ y él me dijo: “Hermanito/ soy un Satán francés”/ pero yo quería hablarte de otra cosa: quería decir que extraño a Nicaragua hermosa/ que cuando llueve acá/ (y acá siempre cae agua)/ yo no digo que llueve/ digo que Mana-agua/ y extraño a Nicaragua/al lago/al arboliño/ a cuya sombra amé tu tierra como un niño/ y la amo cuando alzo su luz y sombra/y cuando recuerdo los fernandos que silvan en Fernando/ y los luises que rochan en vos/querido Luis/ y me acompañan hoy/que es domingo/ es París/ y peringo golpea las puertas del quartier y no hay mujer que le abra con un alfiler/ excepto mi mujer: cada domingo yo me disfrazo de peringo y ella me abre la puerta con una cebolla y lava la olla con un alfiler/ pero también quería contarte que soy muy feliz/ y de otro modo no fuera aquí en París/ aunque también lo estaría si fuera en Madriz/ (en la Madriz de Nicaragua)/y quién sabe en Madrid/ donde no sería feliz sino apenas fel/ y ni hablar de Washingtón/ donde sería felón/ y qué decir de rapalwjindij/

hechos en el trascurso de la narración, bajo la luna, también propicia para tonadas y guitarras exaltadas o melancólicas, o se soltaran lenguas con chistes procaces, libradas, por nuestro Señor, de las Academias, o ya fuere que los campistas se refugiaran en la oscuridad de la noche, para darle luminosidad con la palabra, o alrededor de una fogata para calentar café, o quitarse el frío con una buena cususa o un cristalino aguardiente. Eso sí, era religioso el respeto por el cuentero. El silencio se imponía dando lugar a que rondara el diablo. Ese ambiente, además del que ya tiene en este libro, también hubiese sido ideal para narrar “ El sabor de la picardía”, pues ese cuento encuentra su punto de partida en la leyenda del “chupacabras”, siempre tan actual, pues casi cada cinco años aparece para volver a desaparecer misteriosamente, y así demuestra que “entre piadosos ronda el diablo”. El cuento culmina cuando al “Chontaleño”, pícaro por excelencia y endilgador de motes, depredador de meriendas y aliños de comida de sus compañeros, es secretamente descubierto, y un pollo, aderezado hasta la saciedad de ipecacuana, sirve de trampa para que una vez engullido por el depredador, se transforme en un divino castigo culinario, en la forma de una incontrolable currutaca que casi le dura cien años de soledad. Débil, casi cadavérico, putrefacto y maloliente, cuando el “Chontaleño” era preguntado –con disimulada sorna- por su salud, decía que había mejorado, pues “ya estoy cagando duro”, lo que bastó para que el desquite de sus compañeros, se extendiera por el resto de su vida, pues se quedó como “Cagaduro”, apodo que fue extensivo a su descendencia. Desde luego que cito este cuento para llevar agua a mi molino. Acarreo con el que pretendo

aquí metí la pata/ pero pensemos en guadalcanal/ allí sería feldmariscal/ o en Guanajuato/ feldespato/ y qué decir de benarés/ donde sería feligrés/ y algún sitio habrá en ino donde yo sería felino/ y en el mato grosso/ me tocaría ser felposo/ y en melipilla/ felpilla/ y en San Juan de luz/ felús/ y en el balneario (chileno) de papudo/ me apresuro a decir que felpudo/ de manera que es mejor amar en Managua donde la gente tiene la transparencia del agua/ o/en mi caso/en París/ donde me toca ser feliz/ porque mi mujer es como el agua feliz de Nicaragua y aunque de tu cariño nada me saca ni me aparta/ creo que se termina esta carta/ porque cada carta es un mundo o redondez/ donde lo que se dice y no se dice/es/ y es bueno que nos recordemos y nos quieremos/ porque así siempre venceremos/ la derrota mayor es el olvido/

ilustrar la magistral picardía que se sale por los poros de este libro. La moraleja es que no hay crimen sin castigo y que el castigo supera en gracia al crimen. Catalina Haffner, mi abuela materna, era sabia en las aventuras de Pedro Urdemales y Juan Dundo, e Hipólito Reynoso, jardinero, a quien conocí en mi infancia, con sus relatos despertó en mí la interminable seducción por el mundo de la carne, pues contaba cuentos eróticos de un Quevedo que no era don Francisco, pues que no era autor sino protagonista de ingeniosas maneras de hacerse amigo de reyes, para que sin que estos lo supieran acabar yaciendo con sus hijas, las bellas y púberes princesas, casi siempre vírgenes. A ellos, y a Julio César Della Croce (1550), autor de “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno” –mi libro predilecto en la infancia,”obra moral y divertidísima, donde hallarán mucho que aprender y admirar el ignorante y el sabio”- les debo mi adicción a lo “divertidísimo” y a ellos les agradezco el que hayan contribuido a que yo disfrutara, como disfrutarán todos sus lectores, de “ Entre piadosos ronda el diablo”, con el que Francisco da a la solemnidad cristiana sepultura. Del capítulo ya citado de “El Nicaragüense” de Pablo Antonio Cuadra, concluyo con estas líneas, por apropiadas para este libro: “ No se ha escrito todavía la historia de Nicaragua en función de la risa. Pero lo cierto es que el tipo nicaragüense llena de risa, empaca en risa, casi toda su actividad vital. Hasta su tragedia, cuando la tiene, la hace girar sutilmente hacia el terreno burlesco.” “Extremadura”, Masatepe, 4 de noviembre de 2013. * Poeta nicaragüense

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Areas protegidas

Foto: Archivo

Redacción l Organismo Legislativo, considerando que la conservación, restauración y manejo de la fauna y flora nacional es fundamental para el logro de un desarrollo social y económico sostenido del país, ya que han sufrido franco deterioro, al extremo de que varias especies han desaparecido y otras corren grave riesgo de extinción, emitió el Decreto 4-89 “Ley de Áreas Protegidas” que declara de interés nacional la preservación de la biomasa. El citado Decreto establece para el efecto (Arto. 2º) la creación del Sistema Guatemalteco de Áreas

Protegidas (SIGAP), integrado por todas las áreas protegidas y entidades que las administran, cuya organización y características establece esta Ley, a fin de lograr los objetivos de la misma en pro de la rehabilitación, mejoramiento y protección de los recursos naturales del país. En el Artículo 3º se considera factor fundamental para el logro de los objetivos de este conjunto de disposiciones “el desarrollo de programas educativos, formales e informales que tiendan al reconocimiento, conservación y uso apropiado del patrimonio natural de Guatemala”. El Decreto define como áreas protegidas (Arto. 7) –incluidas zonas de amortiguamiento- aquellas que tengan alta significación por sus valores genéticos, históricos, escénicos, recreativos, arqueológicos y protec-

tores, de tal manera que permiten preservar el estado natural de las comunidades bióticas, de los fenómenos geomorfológicos únicos, de las fuentes y suministros de agua, de las cuencas críticas de los ríos, de las zonas protectoras de los suelos agrícolas, que mantengan las opciones de desarrollo sostenible. Dentro de las categorías de manejo se establece (Arto. 8) la clasificación de parques nacionales, biotopos, reservas de la biosfera, reservas de uso múltiple, reservas forestales, reservas biológicas, manantiales, reservas de recursos, monumentos naturales, monumentos culturales, rutas y vías escénicas, parques marinos, parques regionales, parques históricos, refugios de vida silvestre, áreas naturales recreativas, reservas naturales privadas, etcétera, todas estas categorías, integrando el SIGAP.

Reseña

Saker-Ti y los murales Diario de Centro América, 4 de enero de 1950. El Grupo Saker-Ti ha

entrado en arreglo con la Confederación de Trabajadores CTG, para la pintura de murales revolucionarios en las paredes del edificio de la mencionada central sindical. El arreglo se contrae a que el Grupo Saker-Ti de escritores y artistas

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revolucionarios jóvenes, pondrán el personal y los materiales respectivos y la CTG solamente facilitará la colaboración material (albañil, andamios, etc.) Los murales serán de un contenido puramente revolucionario y reflejarán la alianza de los intelectuales y artistas guatemaltecos con los gran-

des sectores populares de nuestro país. Por otra parte se intenta estampar la realidad social y económica del pueblo agrícola y de los talleres guatemaltecos, lo que sería un contraste, según dicen los Sakertianos, con los señores de la pintura de élite que no pintan, o más bien ocultan, la dura realidad social y política de nuestra patria.


Poesías Autor: Juan Diéguez Olaverri Editorial: Tipografía Nacional ISBN: 978-99939-60-84-3 Quizá solo un autor como Juan Diéguez Olaverri pueda obligarnos a replantear la trasnochada idea del romanticismo que aún flota alrededor de la poesía lírica escrita en Guatemala hace ya más de un siglo. Su obra nos permite destruir ciertos prejuicios y nos lleva a valorar de nuevo a los sentidos como parte de un engranaje que permite habitar poéticamente el mundo. Las poesías reunidas en este libro, son el testimonio de la pasión y el sentimiento que se produce cuando el poeta reconoce el mundo y se ubica en este.

Sufrir para

sentir

María Mercedes Arce

n la sala Manuel Galich de la Universidad Popular (10a. calle y 10a. avenida de la zona 1) se presenta la obra Domingo mañana (jugamos a herir para volver a sentir), con las actuaciones de Beldad Soto y Fernando Hurtado, bajo la dirección de Cesia Franco. La pieza es una de 30 que conforman “Cuadros de humor y amor al fresco”, del dramaturgo Jose Luis Alonso de Santos. El autor advierte en el compendio que retrata la eterna lucha entre los sexos opuestos, que se necesi-

tan para encontrar su sentido. “Hombres y mujeres hablando de, para, con, contra, desde... las mujeres y los hombres. Piel buscando otra piel para reconocerse. Amo y sufro: luego existo. “Quien lo probó lo sabe...”, como dijo el poeta”. Estructuralmente, son monólogos y diálogos que se cruzan en una espiral para hablar de placeres esperados, de pensamientos, de estados de ánimo íntimos, de deseos y anhelos que se representan cada día al vivir la aventura de relacionarnos con los demás. El humor hace de mezcla, de estilo unificador y vehículo de comunicación. La dulce venganza -amarga tantas veces- de la risa ante las propias limitaciones. Las funciones se llevan a cabo los viernes a las 19:30, con un costo de admisión por persona de Q40.

Viernes 24

Sábado 25

Miniaturas de Magda Eunice Muestra de 12 miniaturas de la artista fallecida en mayo del 2008. La exposición está montada en Galería de arte El Attico, 4a. avenida 15-45, zona 14. Entrada libre.

Noche Sabinera Se llevará a cabo en Trovajazz, vía 6, 3-55, zona 4, a partir de las 21:00. Participarán Cocky Valdez, Rony Hernández, Roberto Estrada, Mynor García y Sergei Walter. Admisión por persona: Q40.

El cielo ha vuelto Autor: Editorial: ISBN: (e)ISBN:

Clara Sánchez Planeta 9788408119944 9788408124153

Esta novela que ganó el Premio Planeta en 2013, muestra un momento en la vida de Patricia, una chica que trabaja como modelo de pasarela y cuya existencia parece distinguirse por el triunfo. Durante un trayecto en avión conoce a Viviana, quien viaja en el asiento de al lado, y esta le previene que esté alerta porque alguien de su círculo quiere verla muerta. Escéptica y nada supersticiosa, cuando Patricia vuelve a la comodidad de su hogar se propone olvidar esta advertencia sin base ni razón. Sin embargo, una cadena de sucesos casuales, que alteran su trabajo y su vida privada, la mueven a buscar a Viviana para tratar de hallar un sentido a estos hechos.

Domingo 26

Fantasía Fina Exposición que muestra en retrospectiva de la historia de la moda y sus tendencias, presentada por la artista hondureña Lucy Argueta en Galería La Erre, vía 6, 2-60, zona 4. Al lado de Casa del Águila. Entrada libre. Puede visitarse desde las 9:00.

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18 calle 6-72, zona 1

Horario de atenci贸n

para recorridos: De 10 a 11 am y de 2 a 3 pm

Grupos, hacer reservaci贸n al:

2414 9600 extensi贸n

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