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Crucigrama A Bordo

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Horizontal 1. Nombre del proyecto de intercambio entre jóvenes músicos de Colombia y Francia. 2. Región donde empezó a trabajar la Corporación Manos Visibles. 3. Apellido del primer cantante colombiano de música llanera en recibir un Grammy. 8. Principal motor de búsqueda a nivel mundial. 10. Nombre del reino cuya capital fue la ciudad francesa de Metz. 11. Distrito de Colombia decretado en 1995 Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Vertical

1. Capital mundial del dulce. 4. Una de las premisas que garantiza el servicio de certificación de firma digital. 7. Capital del departamento del Cauca. 9. Caviar de Islandia.

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Recuerdo las historias sobre mi tía Gladys. Una mujer solitaria y torpe que se casó vieja, tuvo un hijo ya vieja y que desde siempre recuerdo así: vieja, torpe y sola. Y en su soledad eterna el mismo cuento: la bruja que de noche se le sentaba en el pecho y no la dejaba respirar. Una bruja que la perseguía de pueblo en pueblo, por todo el Suroriente antioqueño: de Santa Bárbara a La Pintada, de La Pintada a Sonsón, de Sonsón a La Ceja, hasta que finalmente se estableció con mis abuelos en Abejorral hasta donde también llegó la bruja y siguió visitándola cada noche, sin tregua.

A la historia original —la bruja en el pecho, la respiración sofocada, el miedo indescriptible— con los años se le fueron agregando detalles: rasguños en la espalda, moretones en los brazos, escupitajos y, rayando en el surrealismo, trenzas. La bruja, según los relatos familiares, la paralizaba y le llenaba la cabeza de trenzas finas, como a las crines de los caballos —una leyenda extendida entre los campesinos antioqueños—.

Para Rafael Lobelo este tipo de historias, místicas y paranormales, no pasan de ser detalles pintorescos. Rezagos de épocas en las que “la gente venía a mi consulta y me decía que alguien los espiaba en las noches, que los espíritus los paralizaban, que una bruja los iba a matar”. Pero que más allá del terror de la inercia y de las alucinaciones, no hay ningún riesgo real. “Nadie puede morir por esto, porque la respiración sigue y el corazón no deja de latir”, aclara. Por más Freddy Krueger que nos haya espantado en Elm Street, las visiones son tan falsas como cuando soñamos que caemos desde gran altura, que alguien nos dispara o que somos atropellados. Imágenes terribles, que pueden desanimarnos, pero que no dejan ninguna huella ni secuela física.

la sombra Las formas de

Por Sergio Alzate

II

El hombre sombra me visitó muchas veces. Algunas como aquella vez a los cuatro años: un gigante oscuro al frente de mi puerta. Otras, era un ser invisible y pesado sobre mi pecho o una luz que sobrevolaba mi cuarto o una garra brutal que surgía debajo de mi cama o una voz que vibraba desde las paredes —quejidos y gritos en un idioma incomprensible—. La plástica de su ser me parece fascinante. No hay forma que se le resista ni límites para sus amenazas. “Si mil personas sueñan con que se les caen los dientes, hay mil explicaciones únicas para eso”, me dice Candy Delgado.

Candy se define a sí misma como intérprete de sueños desde que, a los seis años, vaticinó que su hermano menor tendría un accidente después de oír un sueño de su madre. Dijo “se golpeará la frente, habrá mucha sangre y le tomarán dieciocho puntos”. Según su relato, así fue, palabra por palabra. Yo soy escéptico. Dejé de creer en el mundo esotérico casi al mismo tiempo que dejé de creer en Dios y en el Diablo. Pero la escucho, intrigado. Su explicación es tan simple como fascinante: “eso que llaman parálisis del sueño no es más que el alma que sale del cuerpo intoxicado por angustias y estrés, y que necesita un respiro, un descanso”. Y en esos instantes sin carne, el espíritu cruza al otro plano: un mundo como el nuestro, pero en el que habita todo lo que nuestros ojos materiales no pueden ver. Entidades benignas (“familiares muertos que quieren vernos”), energías malévolas (“que no pueden hacerte daño porque no tienen cuerpo”) o manifestaciones de la ansiedad y el estrés que nos golpean día a día (“son mensajes que Dios te manda y tú tienes que decidir si los escuchas o no”). Así que para mil hombres sombra en mil puertas de mil cuartos, hay mil interpretaciones que Candy podría hacer.

Quiero saber quién es ese hombre. O, mejor dicho: entender por qué las experiencias son tan homogéneas, tan similares. Por mucho que me desagrade el documental The Nightmare (que sigue ocho casos de parálisis de sueño y, que en mi opinión, no pasa de ser un pastiche de experiencias innecesariamente estilizadas), me asombra constatar que sin importar sexo, credo o nacionalidad las experiencias siguen pautas similares: el cuerpo paralizado, el peso en el pecho, voces, figuras y, en muchos casos, un hombre sombra que vigila y acecha. ¿Quién es él? ¿En qué lugar de nuestros cerebros se aloja, listo para desenfundar su figura terrorífica? ¿Qué dice de nosotros su espectro? ¿Cómo consigue su figura multiforme, elástica, cambiante? Para mi decepción, Rafael Lobelo me responde: “No hay una explicación científica clara con la que uno pueda darle una interpretación a lo que se ve y experimenta durante la parálisis del sueño”.

Tanto Candy como Rafael, desde las antípodas de sus mundos, coinciden en que el estrés y la ansiedad son catalizadores de lo que vemos en los sueños. Sin embargo, Rafael no analiza el alma. Su explicación es más factible, aunque también más cotidiana, aburrida, incluso: “trabajas todo el día, tienes un montón de cargas, y al dormir quedan activos algunos circuitos que con la ansiedad y el estrés te mandan el mensaje de que estás siendo observado, que te generan cierta paranoia, que te hace escuchar voces y ver figuras”. Me explica que también la tecnología juega un papel fundamental en esto: las pantallas de los celulares, televisores, tablets y la omnipresencia de las luces fluorescentes retrasan la producción de melatonina en el cerebro, la sustancia que nuestro organismo busca para poder dormir. “Esto hace que nos estemos yendo a dormir, en promedio, dos horas después de lo que normalmente como humanos lo hacíamos. Es decir, dormimos dos horas menos, pero seguimos levantándonos temprano para trabajar o estudiar”, dice Rafael.

Continúa en la próxima edición.

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