GENTE OPINIÓN Escribe: Ricardo Badani Sexólogo badani.gente@gmail.com
Deportes ... o de Torpes?
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l agudo —y preciso— artículo de la Dra. Ana Cecilia Diaz que apareció en el número anterior de Gente (“Maradona y el Homo Sapiens”, pág.21) me motivó a publicar esta dolorosa reflexión sobre cómo se ha perdido el auténtico sentido del Deporte… El Diccionario de la Real Academia define “Deporte” como “Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas”; “Torpe”, en cambio, no sólo es definido como “Que se mueve con dificultad, desmañado (falto de maña, destreza y habilidad), rudo y tardo en comprender” sino, también, como “Deshonesto, impúdico, lascivo, ignominioso, indecoroso, infame, feo, tosco, falto de ornato”. En nuestro medio, se alaba y glorifica el deporte —en especial el fútbol— repitiendo, una y otra vez, que es necesario estimular estas actividades “para que nuestros jóvenes tengan vidas limpias y no se metan en drogas”, pero... ¿es realmente así la cosa? Porque, en fechas recientes, en una discusión sostenida con dos futbolistas profesionales que regentan una cancha de fulbito en la que se venden bebidas alcohólicas (con bendición de la Municipalidad correspondiente y a pesar de estar a menos de una cuadra de un colegio y recibir a menores), uno de ellos me acotó —literalmente— que “no puede haber fútbol sin unas tres o cuatro cervecitas” (?)... y esto, ciertamente, es lo que vemos demasiado a menudo en el fútbol peruano, en que —por desgracia— ha quedado atrás la limpia valía de la escuadra de Cubillas y sus compañeros, quienes sí tuvieron la disciplina para poner el Perú en alto en las competencias internacionales. El auténtico sentido del deporte se da en base a la disciplina que tiene (o debería tener) el verdadero deportista. Esa disciplina —que implica una vida limpia, sin borracheras, drogas, desenfreno, ni escándalos— es la que permite el
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cuerpo sano en el que habita una mente sana, con lo cual, por supuesto, se obtienen resultados positivos al maximizarse el rendimiento y la eficiencia a través de conceptos claros y un cuerpo que responda adecuadamente. Adicionalmente, es importante que en el deporte —y no únicamente en esto— se deje de lado todo el personalismo y las ansias desmedidas de figurar y, en vez de eso, se mantenga un criterio de equipo —como hacen los europeos— con lo cual se logra obtener que el conjunto dé resultados superiores a la simple suma de sus elementos. Desde el colegio debería enseñarse todo esto, esforzándose en lograr canalizar la euforia generada en los eventos deportivos, tal como se hacía antes, armando algún estribillo acompañado de un conjunto de gestos (lo que entonces se llamaba “barra” o “porra”) para así introducir un elemento de orden que impida que se genere el caos de los actuales Troglodhinchas (léase: Hinchada de Trogloditas) que usan el hecho de que su equipo pierda (o gane) como pretexto para desatar la violencia. Pero lo que vemos en el pseudodeporte que nos rodea es el querer lucirse que hace que un jugador no suelte pelota a sus compañeros (aunque perjudique a su propio equipo), así como una falta total de disciplina que no sólo se refleja en el pobre rendimiento de los mercenarios del deporte, sino en el desenfreno desatado por la euforia inducida en las masas (que desembocan en las “barras bravas” que no son más que maleantes con pretexto). Mientras no se corrijan estos errores de fondo, mientras no se busque recuperar el espíritu original del deporte, inculcando su verdadero sentido a nuestros jóvenes, sólo tendremos el triste espectáculo de un circo romano redivivo y utilizado, al igual que el de Roma, para embrutecer y distraer a las masas para facilitar su manipulación por el Gobierno de turno.