GENTE_EN_LA_HISTORIA

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GENTE en la historia

El almuerzo que indigestó a

VELASCO

La historia de 62 años de vida de la antigua y muy prestigiosa “Federación de Periodistas del Perú” tiene, qué duda cabe, muchas páginas de extraordinaria trascendencia para la vida nacional. Al simple tanteo, quiero escoger dos, ambas ocurridas durante la dictadura del general Juan Velasco Alvarado, época llena de intolerancias y abusos. Me refiero al paro nacional de periodistas que impidió la salida de periódicos, revistas y noticieros de radio y televisión, el 4 de noviembre de 1968, en protesta por el cierre de tres diarios, una revista y dos radioemisoras. La otra fecha es aquella que trae al recuerdo la absurda conversión de un inocente almuerzo de amigos, convertida en una “peligrosísima” e inventada confabulación para “derribar” durante un alegre almuerzo de confraternidad, a Velasco. En esta ocasión solo trataremos acerca de este último tema. Por Justo Linares

Cuenta Arturo Salazar Larraín, a la sazón presidente de la FPP, que la institución efectuó una actividad benéfica a favor de sus afiliados, la cual obtuvo muy buen respaldo informativo de todo tipo de medios de comunicación. Se logró el objetivo perseguido y al momento de hacer la liquidación de cuentas, quedó un sobrante de dinero. Salazar convocó al Comité Ejecutivo Nacional de la Federación para examinar el desarrollo del exitoso evento y el cumplimiento de sus metas benéficas y culturales. Fue en el seno de esa sesión de la directiva que se discutió acerca del destino que debía darse al remanente financiero. Se esbozaron varias posibilidades, pero al momento de escoger la más apropiada, el grupo directivo

aprobó la iniciativa formulada por el joven periodista e integrante de la mencionada directiva, dirigente Enrique Escardó V- G, secretario de Asistencia Social y Relaciones Publicas. La propuesta consistía en reunir en el local de la Federación a los directores y jefes de Redacción de los medios de comunicación que brindaron espacios para promocionar las actividades benéficas. La idea fue aprobada por unanimidad. Su realización fue encomendada a un grupo del propio Comité Ejecutivo, encabezado por el ponente de la iniciativa, Enrique Escardó, director y fundador de la revista “Gente”. El grupo organizador barajó posibilidades y acordó realizar un almuerzo de camaradería. Fijó como lugar del mismo el local de la Federación cuyo undécimo piso estaba destinado a todo tipo de

recepciones por su gran amplitud. Se cumplía así un doble motivo, promocionar las bondades del edificio institucional, y darle un carácter más casero y fraterno a la reunión de destacados periodistas. Es más, para darle un toque “original”, fue escogido un excelente cocinero y mejor periodista, Guido Monteverde, uno de los más queridos miembros del gremio, conductor, a la vez, de un cotizado restaurant (“Firenze”) que funcionaba en el corazón de Miraflores. Con excelente criterio, se quiso despejar cualquier motivo de discrepancia del gremio, tanto que al momento de cursarse las invitaciones no hubo discriminaciones de naturaleza alguna, para precisamente guardar escrupulosamente la forma fraterna de la reunión. Salazar Larraín recuerda que incluso se comprometió la presencia de periodis-


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tas “de la otra orilla”, adversarios a la línea institucional de la Federación. Por ejemplo, el mismo día de la cita, fijado para el 17 de mayo de 1974, Augusto Rázuri Seminario, director de “Ojo”, manifestó que concurriría. Sin embargo, llamó oportunamente para excusar su inasistencia por inconvenientes de último momento. Muy temprano de aquel día, el “cocinero caballero”, como solía llamarse por esa época a lo que hoy se llama “cheff”, Guido Monteverde tomó posesión de la cocina del undécimo piso de la Federación para iniciar la preparación de los platos escogidos por su imaginación para el gusto exigente de sus comensales. Su intención era terminar los platillos antes de las doce del día. ¿La carta? El gran periodista que allá por los años 50 era el barómetro de la información social y de los espectáculos, escogió un “cóctel de whisky” y pisco sour “para motivar la sazón”. Luego, sirvió chicharrón de camarones a modo de “matambre”. Las fuentes quedaron limpias al consumirse este excelente piqueo. Y del mismo modo como inventaba términos lingüísticos en su célebre columna “Antipasto Gagá” de “Última Hora”, preparó “Cebiche Guimont”, abriendo su batería culinaria. La insólita preparación culminó cuando cortó en cuadraditos un par de melones, encima de lo cual vació el cebiche. La combinación resultó tan excelente que los invitados aplaudieron a rabiar una vez consumidas sus respectivas porciones. Guido se vio obligado a abandonar la cocina y a acudir al llamado del respetable. Dio “dos vueltas al ruedo” en medio de atronador aplauso de los numerosos asistentes. No faltaron quienes le preguntaron acerca del pescado usado. La respuesta fue pasmosa: “No hubo pescado. Fue pollo…” Desfiló luego una sabrosísima “Soupé a l’Ognion” que en el vulgo se conoce como “sopa parisina de cebolla”. Más aplausos. Guido prefirió no salir a la recepción de las orejas, premio a su faenón. El público entró en estado de éxtasis. No fue defraudado. Le fue servido un exquisito plato de fondo, “Lomo

Strogonoff” acompañado de arroz negro. La salsa rusa que cubrió el suave trozo de carne frita fue una exquisitez. Una mezcla armoniosa de ingredientes dulces, salados, con acidez del limón y un toque venido del campo soviético, el vodka. El postre fue paradisiaco, “Piñas del Cielo”. Del consumo de esta delicia solo salvaron los platos. Después de la experiencia del “pollo por pescado”, nadie se atrevió a predecir si lo servido fue efectivamente piña. La faena concluyó con un café árabe que el cocinero llamó caprichosamente “Capuchine”. Guido Monteverde cosechó ese día las mayores palmas. Pero fuera de estas sabrosas veleidades, lo realmente excepcional fue la presencia de un extraordinario personaje entre el centenar de invitados especiales, don Luis Miró Quesada de la Guerra, director de “El Comercio”. Su asistencia marcaba el fin de una época de violenta confrontación con la Federación, iniciada cuando el 18 de julio de 1950 Genaro Carnero Checa fundó la institución, apartándola del tutelaje que “El Comercio” ejercía sobre la Asociación Nacional de Periodistas, hija favorita, chochera de don Luis. Bajo su comando e inspiración, el decano de la prensa nacional fue arbitra-

Sin proponérselo,

el almuerzo de la Federación, hecho a propuesta del entonces muy joven colega Enrique Escardó, contribuyó sin lugar a dudas a darle al periodismo peruano una de sus páginas más gloriosas.

riamente reacio a toda forma de sindicato o asociación dentro de su periódico. Pero la feroz oposición a la FPP provenía de su anticomunismo y antiaprismo. En este último caso, la razón era poderosa. La relación de “El Comercio” con el Apra naufragó en un río de sangre, salido a borbotones aquel aciago 15 de mayo de 1935 cuando el militante aprista Carlos Steer Lafint dio muerte a tiros a don José Antonio, hermano de don Luis, y a la esposa de aquel, doña María Laos de Miró Quesada. Desde aquel entonces, don Luis no cedió un milímetro en su fogosa oposición a todo aquello que a lo lejos tuviese algún átomo de aprismo. Alguna vez, Enrique Chirinos Soto dijo que a la hora del balance de los tiempos en el Perú, quedará en claro que esa infranqueable rivalidad costó lo que de tragedia tuvo nuestra historia nacional. La gloriosa ancianidad de don Luis resultó para todos un bálsamo. Había aparecido en el undécimo piso, saliendo del ascensor con su característica suave sonrisa. La faz limpia. Los modales cultivados desde su infancia europea, poco después del fin de la aciaga guerra con Chile. Su clásica vestimenta negra le daba un toque de especial respeto y regia solemnidad. La blanca cabellera era su más visible signo de veteranía. Tal vez, lo pausado de su discurrir era lo único que dejaba en claro que había vencido 94 calendarios. Nadie se movió. Todos callaron cuando él fue desplazándose en medio del gentío. Se escucharon murmullos cuando en una escena otrora increíble, estrechó la mano del broadcaster más distinguido del Apra, Pedro Tello Cadenas, aprista hasta la médula, ex alcalde del Rímac. En ese instante acabó toda una época de mutuas incomprensiones y de división civil por razón de la sinrazón. Nadie llevó cuenta o relación de los presentes en aquel almuerzo. Las narraciones periodísticas acerca de tan notable suceso, dicen que concurrieron mas de 100 personas. Todo allí fue alegría y dicha. Por fin se habían sanado viejas heridas. Por fin se habían soldado férreas sePasa a la página siguiente 


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paraciones. Por fin se habían saldado antiguas rencillas Enrique Zileri Gibson, de “Caretas” recuerda que concluido el almuerzo y la grata sobremesa, cada quien resolvió despedirse para continuar sus personales e individuales tareas del día. Enrique Escardó dice a su vez que cuando todos se despedían, el fotógrafo de “Gente”, recientemente desaparecido, Carlos Bendezú, exclamó a viva voz: “¡Por favor, una foto para el recuerdo!”. La mayoría se apartó. Los directores se alinearon. La primera fila fue preparada con asientos para ocho personas, al medio de las cuales destellaba don Luis, como lo exigía su preeminencia, nada fingida y solo pregonada en respetuoso silencio. Al día siguiente, día 18 de mayo de 1974, la foto apareció en “El Comercio”, discretamente colocada en páginas interiores de la edición. La narración noticiosa era apretada y casi colocada sin ánimo de aspaviento. Esa información fue sepultada por el olvido. Pasaron seis días hasta que la bomba de efecto retardado estalló en la malévola intención de “Expreso” ya en manos del gobierno dictatorial. En titular a toda pagina con una enorme foto en portada de su edición del 24 de mayo, dio la “primicia” que la contra revolución había tenido un aquelarre para presuntamente derribar al todopoderoso gobierno del general Velasco. “Expreso” continuó en los días subsiguientes, en todas sus secciones, con su tóxica interpretación. Había conjura, planteó el Diario de la calle Orejuelas. Después se supo que el ex jefe de redacción de “El Comercio” Augusto Zimermann, meridianamente estuvo tras de esa torva campaña, estaba nada menos la mano de Zimermann, entonces secretario de la Presidencia de la República. La sesgada presunción de complot tenía por objeto fortalecer su imagen, cada vez más desgastada al interior del gobierno militar. Los efectos del “almuerzo de Abancay” (por la avenida de esa capital apurimeña donde se sitúa el edificio de la Federación), fueron múltiples.

El primero de ellos sirvió para sacar del gobierno a la figura del almirante Vargas Caballero, comandante general de la Marina, ministro de Vivienda y sutil crítico de las arbitrariedades del régimen dictatorial. Preguntado por los periodistas acerca de la “peligrosa conjura”, Vargas Caballero restó toda importancia al tremendismo. “Fue un almuerzo de amigos”, dijo ante la irritación mastinesca. “A nadie se le ocurre conjurar a la luz del día”, añadió el almirante. Para acallarlo, Velasco aprovechó una rueda de prensa en Palacio para reafirmar su posición privilegiada de jefe de Estado y jefe de la revolución. Aludió al Estatuto Revolucionario que le daba una preeminencia en el conjunto militar de gobierno, para hacer declaraciones públicas de índole político.. Y en el extremo de su intemperancia, invitó a “cualquier ministro descontento, que renuncie”. Vargas Caballero no perdió un instante y renunció a la cartera ministerial y a continuar en filas. Despejado el camino, Velasco designó a un reemplazante afín a sus ideas

revolucionarias, el almirante José Arce Alarco. Tiempo después, en el gobierno militar de Morales Bermúdez fue expatriado y, juzgado por su institución y le fue aplicada una sanción. Velasco expropió la gran prensa diaria semanas después, la madrugada del 27 de julio horas después de la llegada del comandante general del ejército cubano, Raúl Castro. Un periodista por demás cercano a Velasco, como Gilberto Escudero Oyarce, afirma categóricamente que nada tuvo que ver ni Cuba, ni Castro, ni el comunismo en esa histórica decisión. Estaba planeada, dice, en el Plan Inca, especie de Biblia del pronunciamiento del general Velasco el 3 de octubre de 1968. Pero, ¿realmente hubo complot? Uno de sus participantes, Juan Campos Lama, entonces director de “El Callao” nos dijo en una entrevista en agosto de 2012, que nadie en el grupo trató acerca de una conjura contra el todopoderoso Velasco. “Tuvo un carácter fraterno” dijo quien en su juventud fue aprista. Cuando líder estudiantil en San Marcos, viró hacia la izquierda. En esa posición política se convirtió en


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“Expreso”

ya en manos del gobierno dictatorial dio en titular a toda pagina con una enorme foto en portada en su edición del 24 de mayo, dio la absurda y mentirosa “primicia” que la contra revolución había tenido un aquelarre para presuntamente derribar al entonces todopoderoso gobierno dictatorial del general Velasco.

Los directores de los principales medios de comunicación de esa turbulenta época que asistieron al "famoso" almuerzo, posaron para el lente de Carlos Bendezú otrora fotógrafo de nuestra revista GENTE/PERú (recientemente fallecido). Aquí entre ellos destacan: Pedro Beltrán Ballén (La Prensa),Guido Chirinos (última Hora). Enrique Escardó (Gente), Arturo Salazar Larraín (Presidente de la Federación), Luis Miró Quesada (El Comercio), Doris Gibson (Caretas), Mario Castro Arenas (Correo y Gente), Enrique Agois (Correo), Enrique Zileri (Caretas). un dolor de cabeza para el gobierno del Presidente Prado y del premier Pedro Beltrán Espantoso. Algo semejante dijo Genaro Delgado Parker, entonces gerente de la creación revolucionaria aplicada a la televisión, Telecentro. Dejó esa función abrumado por el oleaje de críticas lanzadas desde “Expreso” ya confiscado y se autoexilió en el Uruguay. A su vuelta, expresó que el almuerzo fue una reunión de periodistas en que sólo habló de periodismo y muy cordialmente. Pero cualitativamente, la presencia del doctor Luis Miró Quesada de la Guerra en el local de la Federación de Periodistas del Perú, fue el hecho más relevante. La relación entre ambos fue durante cerca de un cuarto de siglo áspera, tirante y a veces violenta. Sin duda alguna, el doctor Miró Quesada quiso hacer causa común con una institución que había probado, luchando, que tenía afinidad con las ideas de independencia y libertad que él defendió por muchas décadas desde su periódico. En ese momento, el 17 de mayo de 1974, estábamos a

dos meses de producirse el hecho de mayor connotación en el periodismo peruano de toda la historia, la expropiación del 26 de julio de 1974. Este paso demandó lealtades absolutas exigidas por Velasco a las Fuerzas Armadas que acompañaron su ruta socialista. La sedimentación política en el espectro de las ideas, hizo que Velasco solo fuera acompañado por la izquierda en las tonalidades que van desde el extremo marxista representado por el Partido Comunista Peruano, la Democracia Cristiana (dividida en 1967 en que nace la derecha socialcristiana representada por Bedoya y su PPC); el ala izquierda marxista del Apra, desgajada a partir de 1959 en que nace el Apra Rebelde, acunada por el castrismo; y la izquierda mesocrática representada por pequeños movimientos, como el Movimiento Social Progresista o el Partido Socialista Revolucionario; e individualidades teorizantes, también de clase media, nucleadas sobre todo en medios de comunicación como la revista “Marka” nacida en 1976. Ante el peligro inminente de la ruptura de la historia, Miró Quesada eligió la Federación de Salazar Larraín para estrechar allí, tal vez por primera vez en su vida, la mano de un militante aprista, Tello Cadenas. En aquel momento, la izquierda comandada por Carnero Checa y ayudada por “Expreso”, dirigía “la otra” Federación, por entonces presidida por Enrique Rincón Latínez. El encuentro del 17 de mayo de 1974 fue tardío para don Luis. Dos meses después se consumó el liberticidio, a la medianoche del 26 de julio de 1974, minutos después que él salió de su periódico. La muerte le sorprendió fuera de aquella su casa desde la cual rigió al país sin gobernarlo, el 24 de marzo de 1976. Sin proponérselo, el almuerzo de la Federación, hecho a propuesta del entonces muy joven colega Enrique Escardó, destacado miembro de esa "històrica" directiva de la Federación de Periodistas del Perú, contribuyó sin lugar a dudas a darle al periodismo peruano una de sus páginas más gloriosas.


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