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Microrrelatos: Infección

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Héroes bíblicos

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Microrrelatos

INFECCIÓN PARTE 1: LA GUERRA

Fue como despertar luego de uno de esos sueños que parecen más reales que la realidad misma. Miré a mi alrededor, pero no sabía dónde me encontraba. El impacto de la luz que emitía el tubo fluorescente que colgaba del techo, justo sobre mi cabeza, me obligó a proteger mis ojos. A medida que mi visión se fue acostumbrando, pude apreciar mejor el entorno que me rodeaba. Era una habitación bastante amplia, pero vacía. Las paredes eran grises, el techo estaba más cerca del suelo que lo normal y no había ni una sola ventana. Todo parecía indicar que me encontraba en el sótano de un edificio abandonado. Intenté moverme, pero todo mi cuerpo estaba adolorido. Allí fue cuando percibí que estaba recostado sobre una camilla. Giré mi cabeza hacia la izquierda, y vi un soporte de metal que sostenía una bolsa de sangre a la cual estaba conectada una delgada manguera transparente, que transportaba el líquido de color rojo oscuro hasta mi antebrazo. –Casi te perdimos hoy. Qué bueno que ya estés despierto –dijo una voz a mis espaldas.

Intenté incorporarme con esfuerzo para ver quién me hablaba. Era un hombre alto, vestido con un traje militar y un chaleco, que se acercó hasta la camilla en la que me encontraba. Tomó una pequeña e inestable silla metálica y se sentó frente a mí.

–Seguramente tienes muchas preguntas, pero no puedo responderlas todas ahora mismo –continuó el hombre–; mi nombre es Uriel, soy tu Mensajero personal.

Me quedé mirando el suelo por algunos segundos mientras me sentaba en la camilla. Realmente, no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Levanté la mirada y vi que el extraño estaba en silencio, como esperando que me presentara. –Mi nombre es… –Christian. Lo sé. Te conozco hace 22 años, cuando naciste.

Uriel sonrió al ver la expresión de perplejidad en mi rostro. Para probar que no estuviera mintiendo, señalé la bolsa de sangre y dije: –Si me conoces hace tanto tiempo, debes saber que soy… –Cero negativo. No te preocupes, el donante fue el Dador Universal. No hay ningún cuerpo que rechace su sangre, es compatible con todos.

Por segunda vez quedé perplejo, con la vista en el suelo. En mi mente trataba de procesar la información, pero todavía no lograba entender dónde me encontraba. –Uriel, me está costando entenderte. ¿Qué es lo que está sucediendo acá?

El Mensajero colocó su mano sobre el mentón y respondió: –¿Qué es lo último que recuerdas antes de despertar aquí?

–No tengo la memoria muy fresca. Recuerdo haber visto luces de varios colores acompañadas de una música a todo volumen. Luego recuerdo la fresca brisa de la noche, una luz blanca enceguecedora y un dolor intenso en el pecho.

Uriel me miró seriamente. Sus ojos denotaban tristeza y dolor, mezclados con desilusión. Casi susurrando, me dijo: –Christian, hoy casi te convertiste en otra víctima de la infección. Hace más de seis mil años que luchamos contra esta pandemia. Al igual que todos los seres humanos, estás infectado. Y la única cura que existe es la sangre del Dador Universal. Lo que vas a ver, de ahora en adelante, va a responder tus dudas, y va cambiar tu visión de la realidad. Pero ahora no tenemos mucho tiempo, los Rebeldes deben estar buscándote.

Uriel abrió la mochila que llevaba consigo, extrajo una muda de ropa cuidadosamente planchada y la dejó caer sobre la camilla. Sin decir una palabra, me indicó con la mirada que me pusiera el traje. Luego volvió a girar su cabeza y continuó con su tarea. –Estamos en guerra, Christian. Lo primero que tienes que saber es que los Rebeldes son nuestros enemigos. Ahora ponte el traje, no puedes salir al exterior sin protección.

A esta altura, me inquietaba más la intriga que el sentido de urgencia de la orden de mi Mensajero. –Si estamos en guerra... ¿eso significa que vas a darme un arma? –No es una guerra convencional. No hay balas, ni campos minados, ni bombas ni granadas. Esta es tu única arma –respondió Uriel, extendiéndome un objeto que acababa de sacar de la mochila.

Miré con asombro y respondí con ironía: –No sabía que un libro podía llegar a ser un arma letal.

La mirada seria de Uriel me dio a entender que no le había gustado mi chiste. –Este no es un libro cualquiera, es “el Libro”. Te resultará difícil de creer, pero es lo único que puede mantenerte con vida allá afuera, sobre todo, porque te indica cómo colocarte el traje –respondió mientras dejaba el Libro abierto en mis manos.

No me costó encontrar el párrafo que Uriel quería que leyera, ya que estaba resaltado en color amarillo. Mientras leía el Libro, comencé a ponerme el traje: “Pónganse toda la armadura del Creador para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del Falsificador”. Pasaron algunos minutos silenciosos mientras yo terminaba de cambiarme y Uriel finalizaba algunos preparativos. En mi mente surgían cada vez más preguntas, pero había algo en ese Mensajero que me inspiraba confianza... –Christian, ¿estás listo? –preguntó el Mensajero. –Sí, estoy listo. –Prepárate, porque lo que encontrarás afuera es un mundo en guerra.

Lo que dice el Libro: Efesios 6:10-17.

Martín L. Mammana, estudiante de la Licenciatura en Teología en la Universidad Adventista del Plata, Argentina.

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Atrévete a pedir más es precisamente el llamado estratégico de Dios a esta generación: más, mucho más del Espíritu Santo; más, mucho más del carácter de Cristo; más, mucho más del amor abnegado. ¡Atrévete a pedir más!

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