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En paz

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¡TODO, YO!

Las distorsionadas conclusiones que sacamos al mirar la vida a través de la lupa del sentimiento de culpa.

De niña solía repetir la frase “¡Todo, yo! ¡Todo, yo!” cuando me enviaban a realizar alguna tarea. Hoy me suena irrisoria, pero ¿qué sucede si la aplico a toda situación de mi vida?

Hay personas que continuamente piensan que son culpables por lo que ocurre o por lo que sucedió: -Sugerir una película y que no guste. -Si por el tráfico llega tarde a la cita. -Si no ha alcanzado el ideal de otra persona. -Si la situación en su hogar es conflictiva. -Si sus padres se pelean. -Si por alguna razón los demás se enfadan con ella.

Más allá de las razones, piensan que todo es su culpa. ¿Sabes? El sentimiento de culpa es uno de los más difíciles de sobrellevar, y en ocasiones te conduce a disculparte continuamente, aunque no exista motivo para hacerlo; a tener miedo de fallar; a dejar que otro decida; a alejarte de los demás; e incluso atentar contra tu vida.

La culpa muchas veces provoca una distorsión de todo aquello que se experimenta. Todo lo miramos a través de su lupa, a través de la lente de que, si algo malo ocurre, si alguien se enfada, si alguna situación no es la esperada... entonces seguramente será “mi” culpa. Muchas veces tomamos decisiones por temor a fallarle a otro, a la familia, a la sociedad, a Dios. Y así, la vida avanza, y cuando nos detenemos a mirar nos damos cuenta de que cargamos con relaciones, proyectos, logros que no nos han hecho felices, que no eran lo que queríamos; pero sí eran lo que pensábamos que debíamos hacer para no sentirnos culpables.

Vivir con remordimiento no es sano; seguramente ya lo sabes, pero menos sano es pensar que siempre tiene un motivo válido. La culpa no siempre tiene razón de ser. A veces es producto de nuestra mente, que,

lastimosamente, piensa así. Vivimos en un mundo corrompido por el pecado, un mundo deformado, donde el enemigo de nuestras almas busca continuamente hacernos daño, y la mejor manera de lastimarnos es hacernos creer que no podemos ir a Dios, que todo es culpa nuestra.

Vencer este sentimiento no es tarea de unas horas o de un día. Es algo que debemos enfrentar cada vez que lo sintamos.

¿JUSTIFICADA O NO?

Lo primero que debemos hacer es entender si la culpa es justificada o no.

Para determinar esto, haz lo siguiente: • El motivo que me genera culpa ¿dependía, totalmente, de mí? ¿Había decisiones de terceros que yo no podía controlar? • ¿Por qué hago esto que estoy decidiendo hacer? • ¿Es real que el ciento por ciento de las cosas me sale mal? Haz una lista de las buenas elecciones que has hecho. No confíes solo en lo que se viene a la mente, tenlo por escrito.

Si la culpa no es justificada, entonces considera estos puntos:

• Busca ayuda para superarla, a fin de comprender por qué te sientes de esa manera. • Intenta tener una relación saludable con Dios. Habla con él, escúchalo; que sea una relación genuina. Ve a él para que sane tu mente. • Trabaja en tu autoestima. Muchas veces allí radica el motivo de nuestro sentimiento de culpa.

Por último, si la culpa tiene motivo: • Pide perdón y discúlpate con aquellos a quienes dañaste. • Evalúa las consecuencias y lo aprendido, para que puedas aplicarlo la siguiente vez. • Acepta que puedes equivocarte y que no eres perfecto. • Perdónate. Sí, perdonarse es una de las claves para avanzar.

Estamos a mitad de año, quizás hasta aquí tu frase haya sido “Todo, yo”. Hoy te invito a cambiarla, en lo que resta del año, por esta: “No, no siempre he sido yo”.

Por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

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