Del Claustro a la Escuela

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Del Claustro

a la Escuela

440 años de historia

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Santa Clara la Real de Tunja: El primer convento femenino del Nuevo Reino de Granada

El monasterio de Santa Clara La Real de Tunja, no sólo es el primer convento femenino que se erige en el Nuevo Reino de Granada, en la segunda mitad del siglo XVI, sino también es el primer convento de las hermanas clarisas, que se funda en el continente americano. La primera piedra para el monasterio de Santa Clara, se coloca en los cimientos de la futura Iglesia, de una sola nave, que está ubicada en las casas al oriente de la ciudad, a dos cuadras de la Plaza Mayor, casas que fueran donadas por el encomendero de Ura, Cheba, Gámeza y Mongua, el capitán Francisco Sal¬guero y por su esposa doña Juana Macías y Figueroa, hija del conquistador Gonzalo Macías, soldado rodelero en la expedición del Adelantado Jiménez de Quesada y, luego, vecino de Tunja y encomendero de Tutasá. Los esposos Salguero-Macías, que no habían tenido descendencia, destinaron la totalidad de sus bienes para edificar el convento de Santa Clara, el 7 de marzo de 1571, en Tunja, 32 años después de fundarse la ciudad hispánica, de la que eran vecinos encomenderos, desde finales de 1539. Artículo .1o. La Orden de las hermanas pobres de Santa Clara, Hermanas clarisas pobres, conocidas también como Clarisas descalzas, fue fundada por San Francisco de Asís y Santa Clara de Asís, en el año 1211. Es una orden franciscana de la Segunda orden de San Francisco. Su vida estaba dedicada a la oración, al trabajo manual y a la asistencia a los pobres.

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Artículo .2o. El “Privilegio de pobreza” le es concedido por el papa Inocencio III, en 1216, al renunciar al deseo de las cosas temporales. Vendidas todas las cosas y distribuidas a los pobres, se proponen la Clarisas no tener propiedad alguna. Santa Clara de Asís seguía fielmente el ideal de pobreza de San Francisco. Una nueva Regla, tras la muerte de Santa Clara, del papa Urbano IV, en 1263, deroga el “Privilegio de pobreza”, al establecer rentas y propiedades para los conventos de las hermanas Clarisas. Al capitán Francisco Salguero,el 29 de diciembre de 1539, cuatro meses largos de la fundación de la ciudad, el Cabildo de Tunja le otorga lote para su casa. Salguero figura entre los conquistadores que sabían firmar y aparece registrado como “soldado de caballo” en la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, posteriormente, Salguero se desempeñó como encomendero y como Alcalde de Tunja, donó sus casas que: “eran de piedra y tierra y de buena madera y cubiertas de teja bien fuertes y (...) dobladas de dos altos y (...) las hizo derrocar y desenvolver la mayor parte de ellas para poder, mejor trazar y obrar la dicha iglesia y monasterio”. Las autoridades eclesiásticas de Santafé, concedieron las licencias necesarias para la fundación del monasterio de Santa Clara, que trajo a Tunja el provincial de la Orden de San Francisco Fray Juan de Bélmez, quien coloca “la primera piedra en el cimiento de la iglesia (...) el día de santo Tomás de Aquino a siete días del mes de marzo del año de mil e quinientos e setenta e un años». En 1572, Santafé contaba con “doscientas casas más o menos” y con 53 encomenderos mientras su rival, la Muy Noble y Leal ciudad de Tunja, tenía “más de 60 repartimientos de indios” y contaba con doscientas casas “más de los dos tercios de ellas de piedra, tapia y teja.” El Convento de Santa Clara la Real de Tunja

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es un ejemplo de la arquitectura conventual del Nuevo Reino de Granada, siempre austera, que transplanta modelos españoles en el Nuevo Mundo. Conventos construidos de igual manera en la costa o en el interior andino, que hace que sus celdas sean gélidas en la paramuna Tunja y sofocantes en lugares como Cartagena de Indias. Una Real Cédula, de 1550, ordena a la autoridad civil vigilar que los conventos “sean humildes y no haya en ellos superfluidades más que aquello que forzosamente es necesario para su habitación y orden”, es decir, que “no sean suntuosos y sean decentes” , para evitar lo sucedido en la Nueva España, por los altos costos de las lujosas obras religiosas que terminaron asumiendo los habitantes del virreinato mexicano. Los esposos Salguero, de común acuerdo, se separan voluntariamente para dedicarse, por propia voluntad y de pleno a la vida conventual. Doña Juana Macías y Figueroa, en 1573, toma el hábito de las hermanas clarisas, con el nombre de Sor Juana de Jesús, siendo instruida por el franciscano Miguel de los Ángeles, en la “Religión y Regla de Santa Clara” . Transcurrido el año de noviciado, hizo profesión y obediencia a la Orden en manos de su confesor Sebastián de Ocando, Guardián del Convento de San Francisco en Tunja, quedando así fundado el convento con autorización real y papal . Ingresan al Convento de Santa Clara nuevas novicias que, en 1578, dan obediencia y, la fundadora, Sor Juana de Jesús, se convierte en la primera monja clarisa del continente americano y en la primera abadesa del convento tunjano, ejerciendo el cargo hasta su muerte. Su hermana, Catalina de Sanabria, será la tatarabuela de Sor Josefa del Castillo, abadesa y

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escritora mística que, siglos más tarde, hizo historia y literatura en el convento tunjano. El capitán Francisco Salguero, quien fue Alcalde de Tunja en 1554 y en 1566, 25 años después de la conquista, en 1564, según refiere Jiménez de Quesada “tiene de comer medianamente”, reconociendo que Salguero “era en las virtudes muy entero”. Posee Francisco Salguero 613 indios encomendados y se dedica explotar la sal y a salar pescado, y luego se convierte en franciscano e ingresa y hace votos en el Convento de San Francisco de Tunja, donde pasó el resto de su vida, muriendo a los 82 años de edad. El franciscano Fray Juan Bélmez, declaraba en 1574, dentro de las gestiones que hace en nombre de Francisco Salguero, para realizar la fundación del monasterio de Santa Clara, que “se lo ayudo a trazar” y su hermano en hábito, Fray Antonio de Alcántara, también hacía constar, en igual fecha, que ayudó a trazar parte del monasterio tunjano . En este año consta que el convento de Santa Clara de Tunja era “casa grande y anchurosa y de buen edificio y doblada de dos altos”. Su espacio interior estaba adecuado para una comunidad religiosa, tenía “celdas, capitulo, dormitorio, refectorio, enfermería, torno, locutorio grande y escala y puertas de tablas recias y de buena clavazón y fuertes rejas de hierro y de palo donde son menester cada uno en su lugar (...) largo y anchuroso patio, clausura con sus corredores, largura de corral para huerta y para aves y agua de la que anda por la ciudad perpetua y todo aquello que a las dichas monjas les conviene para su recreación espiritual”. En los documentos coloniales se afirma que la obra de Santa Clara es sólida, “casi perpetua”,

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al ser de muy fuertes cimientos: “todos puestos en lo fijo y de grandes piedras y ladrillo cocido, adobes y tapiería cada cosa donde es menester cal y arena y anchura de las tapias en algunas partes de cuatro pies de ancho y en otras tres según se requiere que por ser tal la tierra e anchura suficiente para que dure el edificio mucho tiempo, y se hace casi perpetuo por la dicha fortaleza de los dichos materiales y el buen asiento que tiene esta ciudad.” Maestros constructores, traídos por los Fran¬ciscanos, realizaron la construcción, de la Iglesia y del Claustro, de acuerdo con las normas arquitectónicas propias de los conventos pertenecientes a la Regla de Santa Clara, “fabricando en tablas cerreras, el coro de las Monjas, comunicado con la Clausura por una estrecha puerta que se conserva todavía; y comunicando la Sacristía y los Confesionarios con el interior del Convento, con el fin de que las Monjas pudieran atender al culto, confesarse y rezar sus Maitines y Laudes etc. sin ser vistas por los fieles que acudieran a la Iglesia para todos los oficios del Culto”. Mientras las comunidades religiosas masculinas asentadas en Tunja, levantaban sus edificaciones ex profeso, para las finalidades de su oficio y las actividades evangelizadoras, en cambio, las comunidades femeninas comenzaban por adaptar casa de habitación, como en el caso de las Concepcionistas, paras ejercer su trabajo, labor y ejercicio de contemplación y crear un ambiente propicio para el recogimiento y la oración, que era a lo que se entregaban las religiosas por aquellas épocas en el mundo de la clausura, dedicándose, en cambio, los religiosos hombres a la enseñanza y a la evangelización misionera. Esta característica de las congregaciones de mujeres se dio en razón de la clausura a la que estaban sometidas y por lo tanto, su movilidad y desplazamiento eran bastante limitados y, por

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esto mismo, las fundaciones en estas tierras, de los conventos femeninos, no se hacían, como era costumbre en Europa, por la intervención directa de la casa principal y con monjas por ella delegadas, sino que, en su mayoría, se hicieron por iniciativa propia de la comunidad civil residente. Según documentos obtenidos en el Archivo de Indias de Sevilla, el 16 de junio de 1594, el convento de Santa Clara de Tunja, cuando todavía no había recibido el título de Real, hizo probanza ante la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá “en razón de averiguar la necesidad de él y su utilidad edificios y otras cosas” . Esta probanza, tenía como finalidad última sustentar ante el Rey la necesidad de prorrogar los beneficios, que de la Corona recibía la comunidad de las Hermanas Clarisas, entre los que estaba el de gozar de los rendimientos del repartimiento de Mongua, que fuera de propiedad de Francisco Salguero y de su esposa Juana Macías y que, a la fundación del monasterio, estos cedieron a la Comunidad. El documento recoge los testimonios del médico vecino de la ciudad, que atendía a las monjas, del capitán Miguel Suárez Rendón, encomendero y Regidor perpetuo de la ciudad de Tunja e hijo del fundador de la misma, el Mayordomo del convento y el vecino contiguo de este edificio, entre otros. En el acta consta, que a la fecha, se habían invertido cerca de doce mil pesos en la edificación y que, sus necesidades eran muchas para las 24 o 25 monjas profesas y legas, que en ese momento vivían en el convento, las cuales quedan consignadas en el testimonio de Don Jerónimo Holguín, al describir el estado de la obra física: “y por tal lo dice este testigo que en parte se ha informado del mayordomo que al presente lo es del convento de el estado de las obras de el y ha sabido este testigo que sigue la traza que está

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dada lo que es necesario y eficaz para la iglesia vivienda y servicio de la casa de las monjas. Falta por hacer y acabar cuatro corredores del patio de adentro de danzas de arcos porque solo está hecho de ellas los arcos de abajo y faltan los del suelo de arriba y falta por hacer la escalera por donde se ha de subir a ellas y al refectorio y cocina y enfermería y campanario y la portada de la iglesia y la sacristía y solar la iglesia y cercar el convento que es forzoso de cuatro tapias y más de altos diferentes de que ahora están y encalar y encarrizar toda la casa y poner puertas y ventanas y otras cosas que fueren y son necesarias para semejante obra que es cosa manifiesta ser de grande costa que el testigo no la sabe numerar y se remite a aquellos que la entiendan y que aunque sea verdad que mediante haber tantas monjas como tiene está echado en renta.” Opina Marco Dorta, que el convento de Santa Clara de Tunja estaba fundamentalmente construido en 1574. Afirmando además que, la pequeña iglesia de Santa Clara, de una sola nave con testero plano y arco triunfal apuntado, pa¬rece inspirada en la iglesia de San Francisco de Quito y, como en aquélla, sus muros se decoraron, en el siglo XVII, con grandes tableros de madera tallada y dorada. Historiadores del arte muestran también el parecido con el convento de Santa Clara de Moguer en la Rábida, en España. Santiago Sebastián sostiene que el claustro del convento de Santa Clara tiene un carácter sevillano y gran semejanza con el del Convento de Santo Domingo de Tunja. Igualmente lo afirma Marco Dorta: “En la fachada cuyo piñón acusa las vertientes del tejado, se abre una sencilla puerta con arco escarzano que descansa en columnas dóricas de fuste estriado. La espada¬ña tiene los arcos del primer cuerpo rehundidos bajo un encuadramiento a modo de alfiz mudéjar. Su claustro parece obra del maestro del claustro de Santo Domingo, o

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direc¬tamente inspirada en éste. Las galerías bajas son idénticas a las del modelo dominico, pero en el claustro alto de Santa Clara el maestro ha preferido emplear columnas de tipo toscano y fuste corto que descansan en un podio. Los ángulos se resuelven me¬diante la unión de cuatro columnas, solución idéntica a la que, con los pilares octogonales se adoptó en Santo Domingo. Numerosos modelos inspiradores pueden encontrarse en la arquitectura sevillana de la época”. La simple y técnica forma descriptiva de estas construcciones no sería suficiente para dar cuenta de su significación real. Al tener acceso y contacto con ellas se siente lo que Germán Téllez describe como “la arquitectura del trasfondo del espíritu” y al recorrerlos se entiende que “al igual que sucedía con el alma de los frailes que los hicieron posibles, templos y claustros son a la vez duros y sensuales, mezcla hispánica de claridad deslumbrante y sombra profunda”. Rubio y Briceño, transcriben las Genealogías de Flórez de Ocariz, donde se habla de la renuncia de Salguero a la encomienda de Mengua, en 1575, a favor del Convento de Santa Clara, que se prorroga por otros 10 años, por Cédula Real del 21 de abril de 1587: "Para congrua sustentación le dieron los fundadores su hacienda y renunció el Francisco Salguero en el Rey la encomienda de Mongua, el año de 1575, con que el Convento gozase perpetuamente la renta; y lo admitió la Real Audiencia, con cargo de confirmación de Su Majestad, y que siempre hubiese dos Monjas sin dote, pobres y bene¬méritas, a nombramiento de la Audiencia; y por Cédula Real de 21 de Abril de 1587, se confirmó por diez años siguientes, con más lo corrido: y después se han dado prorrogaciones por el Rey y por los Presidentes gobernadores de este Reino, obligado a traer aprobación real; y en su virtud han ido gozando de esta renta, que lo esencial con¬siste en tener afectos estos indios al beneficio

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de sus ha¬ciendas de campo. El año de 1595 tenía 26 monjas profe¬sas, y el que hoy tiene es número grande y mayor en su religioso ejemplo." Una de las encomiendas del Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, situada en Norte de la Provincia de Tunja, en El Cocuy, se destina también para ayudar a esta obra pía. Sor María Antonia del Niño Dios O. S. C., del Monasterios de las pobres Clarisas de Tunja, escribe, que mediante Cédula Real de 1587, el Rey Felipe II le otorgó el título de Santa Clara “La Real de Tunja” y que le envió un escudo de armas, que desde entonces y hasta la Independencia, adornó la portada del edificio de las clarisas. Monastoque, afirma que no se ha probado esto documentalmente. Del Convento tunjano salieron las monjas Clarisas a fundar otros conventos como el de Santa Clara de Cochabamba, en Bolivia, en 1648; el de Santa Clara de Mérida, en Venezuela, en 1646; el Convento de las Concepcionistas de Tunja en el año 1600, así como el Convento de las Concepcionistas de Santa Fe, en 1595. En la primera mitad del siglo XVII, el Real Convento abarcaba una manzana de terreno y contaba con doscientas religiosas, el capellán del Convento era el vicario Eclesiástico de la ciudad de Tunja. En 1613, está fechado el retablo de piedra que tiene la iglesia, que hace pensar a los historiadores del arte, que la decoración que hoy conocemos, que tiene un carácter análogo con la Capilla del Rosario de la Iglesia de Santo Domingo de Tunja, fue realizada en la segunda mitad del siglo XVII. 44 años después de colocarse la primera piedra del monasterio de Santa Clara de Tunja, en carta dirigida al Rey de España, el 13 de mayo de 1615, mediante informaciones de testigos se asevera que la escasez de recursos no había permitido al encomendero Francisco Salguero

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finalizar totalmente la obra. “la poca hacienda que tenían la gastaron en edificar la iglesia y casa de dicho convento que aun hoy está por acabar por ser la hacienda y renta corta”. El Cabildo de Tunja concede al Convento de Santa Clara dos cuadras en 1622. Corradine afirma que en el plano de Tunja de 1623, la iglesia de Santa Clara no tiene la actual puerta al exterior, teniendo sólo el ingreso lateral, tradición de las Clarisas. Sostiene el historiador del arte Enrique Marco Dorta, que el monasterio de Santa Clara la Real de Tunja, une a su notable valor artístico el mérito histórico de haber sido el primer convento de: monjas que se fundó en el Nuevo Reino de Granada, y el místico recuerdo de la venerable Sor Francisca Josefa del Castillo, llamada por la historiografía tradicional la “Santa Teresa colombiana”, por su obra literaria. “Aun se conserva la humilde celda, cercana al coro, donde la famosa escritora co¬lonial entretuvo las horas de su clausura escribiendo las obras que le han valido, en esta vida, la inmortalidad que, por sus virtudes, alcanzaría en la eterna.” En el año 1663, por orden del Corregidor de Tunja, se celebra en la Iglesia de Santa Clara la Real un Certamen Poético en honor a la muerte de Felipe Próspero, Príncipe de Asturias, el heredero del trono, hijo del Rey de España Felipe IV de Habsburgo, ocurrida en 1661 y, de paso, en honor del nacimiento del nuevo heredero Carlos José, nacimiento ocurrido el 6 de noviembre de 1661, quien se convertirá en Carlos II de Habsburgo, llamado “el Hechizado”, por su lamentable estado de salud,

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quien será el último Rey de España de la dinastía de los Habsburgo. El Certamen Literario se celebra el 28 de enero, dentro de las fiestas que se realizaban en la Nueva Granada para conmemorar el nacimiento de un nuevo heredero o la coronación de un nuevo Rey. El Corregidor de Tunja argumenta que “para que no falte ninguno de los festejos usados de nuestra España (…) llamamos a los alumnos del Gran Apolo,” al Certamen Literario. La iglesia de Santa Clara se adorna y se llena de braseros, sobre una mesa se colocan los premios para los ganadores en cada categoría, está presente el Cabildo de Tunja con sus asientos y los jueces del Certamen, que se realiza para conmemorar el advenimiento del nuevo Príncipe de Asturias, que es una especie de concurso poético-literario, donde se premia a los participantes que presenten temas como: un soneto acróstico con las letras del príncipe difunto; cuatro décimas laudatorias a Tunja, por el nuevo heredero que surge como el Ave Fénix de sus cenizas; un romance que exalte lo grande que es su Majestad Católica; cuatro estancias de canción real elogiando la prosperidad de la Casa de los Austrias. Los premios que se entregan incluyen una rosa de esmeraldas, espejos con marco de ébano, cortes de telas, anteojos de cristal, limpiadientes de oro y láminas de alabastro. El jesuita Juan de Onofre se lleva el primer premio del Certamen al son de chirimías. Sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara Seis años después del Certamen Literario, a los 18 años, en 1869, ingresa al convento de Santa Clara la Real de Tunja, Sor Francisca Josefa de Castillo y Guevara, en el convento tunjano, fundado por sus antecesoras, vivirá más de medio siglo y todavía hoy se conserva la celda en que vivió y sus restos. A los cuatro meses de ingresar al convento, muere su padre. En 1691, Francisca Josefa inició su período de novicia en el convento de Santa Clara, prolongado irregularmente hasta el 23 de septiembre de 1694, cuando, cumplidos los 23 años, hizo su profesión de monja clarisa, con el nombre de Francisca Josefa de la Concepción. La madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara, se desempeñó en el claustro tunjano como sacristana, portera, enfermera, maestra de novicias, escucha, secretaria y como gradera. Tres veces fue electa abadesa del claustro tunjano: en 1716, 1729 y 1738, otras fuentes afirman que fue abadesa en cuatro ocasiones: en los años 1715, 1718, 1729 y 1738. Entre 1690 y 1695, el padre Francisco de Herrera, su confesor, le aconsejó que escribiera los sentimientos que el señor le inspiraba; así nacieron los Afectos Espirituales. “Por este tiempo, Francisca Josefa compró su propia celda, que tenía una tribuna con vista sobre la capilla y, por el otro

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lado, daba sobre un huerto con árboles frutales” . En el colonial siglo XVIII, el comercio de esclavos en Tunja, que se utilizaban para la agricultura y, en la ciudad, para el servicio doméstico, está en manos de particulares y de los conventos de Santa Clara la Real y de San Ignacio, entre los dos, clarisas y jesuitas, compraron 128 esclavos y realizaron 117 transacciones. En carta, fechada en 1741, Sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara, pide al vicario del convento, don Francisco Caycedo y Aguilar, permiso para conservar el producto de la renta de su herencia paterna, para usarlo en “alguna cosa para la sacristía que sea conveniente y decente”. Con la autorización del vicario, la Madre Sor Francisca Josefa del Castillo, terminó gastando el dinero de la herencia paterna en la fabricación de una custodia, que es encargada a Nicolás de Burgos, orfebre de Santafé, conocida hoy como la Custodia de Santa Clara, o de las Clarisas, obra de orfebrería realizada en el siglo XVIII, en oro y piedras preciosas, posee esmeraldas, rubíes, perlas, amatistas y diamantes, y esmalte, custodia que hoy es propiedad del Banco de la República. Nicolás de Burgos, orfebre español residente en Santafé elabora la Custodia de Santa Clara la Real de Tunja, su peso es de 4.230.80 gramos, tiene 750 esmeraldas grandes además de otras pequeñas, 37 diamantes, 2 rubíes, 42 amatistas, 6 topacios y cerca de 600 perlas. Custodia que fue robada, parcialmente desmantelada terminando en San Antonio, Texas, Estados Unidos, de donde logró recuperarla, el Banco de la República, tras un ruidoso pleito. La escritora mística tunjana Sor Francisca Josefa de Castillo y Guevara, quien escribió siempre en lo que tuvo a la mano: sobres, libros del convento y hasta un libro viejo de cuentas de su cuñado, el gobernador José Enciso, hace parte de una minoría de mujeres en la América española

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que, en tiempos coloniales, sabía escribir bien y acostumbraba a leer. Sor Francisca Josefa de Castillo y Guevara muere en Tunja a los 71 años de edad, en febrero de 1742, tras vivir 53 años en el convento, desempeñándose desde novicia hasta abadesa, en el Monasterio de clausura de Santa Clara la Real de Tunja. De Convento a Hospital de Caridad de Tunja El siglo XIX colombiano es un siglo de conflictos entre la Iglesia y el Estado. A mediados de Siglo lo radicales liberales imponen el libre cambio y el federalismo, expulsan a los Jesuitas y dictan medidas anticoloniales afectando los intereses y bienes de la iglesia: decretan la rendición de censos con el fin de facilitar la circulación de las propiedades, luego suspenden los diezmos; acaban con los resguardos indígenas liberando la mano de obra y, mediante Decreto de 9 de septiembre de 1861, el Presidente Tomás Cipriano de Mosquera promulga la conflictiva desamortización de los bienes eclesiásticos, conocida como “desamortización de bienes de manos muertas”. Tras el triunfo de los liberales en la llamada “Guerra de los Conventos”, Sergio Camargo el Presidente del Estado Soberano de Boyacá, en mayo de 1863, concedió un plazo de 6 días para exclaustrar y disolver las comunidades religiosas de ambos sexos existentes en el Estado . El plazo perentorio generó reacciones de protesta en Tunja. El Decreto establece que “Los archivos cuadros, bibliotecas y demás objetos pertenecientes a ciencias y artes, así como los edificios de los extinguidos conventos, serán recibidos por los agentes de bienes desamortizados,” es decir, quedan bajo control directo del Estado.

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Como con anterioridad había sido extinguido el Convento y disueltos los Franciscanos de Tunja, que eran los capellanes del Convento de Santa Clara la Real, correspondió a la Iglesia Mayor de Santiago y a su párroco, Bernardo María de la Motta, hacerse cargo de los objetos de culto y de los archivos de Santa Clara la Real, que se mantuvieron en la parroquia de Santiago, hasta que el Arzobispo de Santafé ordenó trasladarlos a Bogotá. También en 1863, el Presidente del Estado de Boyacá asume la administración del hospital de Tunja: “teniendo en consideración que el hospital de caridad de esta ciudad estuvo hasta hace muy pocos años directamente administrado por el gobierno y que es conveniente su actual reorganización y buena marcha [...] Decreta: Desde la fecha del presente decreto el gobierno del Estado asume la inmediata inspección y dirección al antiguo hospital de caridad establecido en esta ciudad.” Las Clarisas abandonan Tunja y se refugian en el Convento de Mérida, en Venezuela, durante 10 años, hasta que en 1873 retornan a Tunja las hijas de Santa Clara de Asís, y tras vivir un año en una casa

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particular, en 1874 se trasladan definitivamente, al Camellón de Santo Domingo, a la casa que fuera del Gobernador Bernardino de Mujica y Guevara. Las cifras de la desamortización de los bienes eclesiásticos nos muestra que, después del Convento de Santo Domingo de Tunja, el que poseía mayor poder económico, con $245.590, en bienes raíces urbanos y rurales, le sigue en Boyacá el Convento de Santa Clara, con $185.205. Posteriormente, por Decreto nacional de febrero 1864, es cedido al Hospital de Tunja el edificio del Convento de Santa Clara para su funcionamiento: “El Congreso de los Estados Unidos de Colombia. Decreta: Cédase al Estado Soberano de Boyacá el edificio de Santa Clara situado en la ciudad de Tunja, para que sea destinado exclusivamente al servicio del Hospital de Caridad.” Durante el resto del siglo XIX, hasta 1952, el Hospital de Caridad de Tunja funcionará en esta cuarta sede conventual de la ciudad. En el informe del Presidente del Estado Soberano de Boyacá de 1869 se anota que “Varias

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casuchas o porciones adyacentes al edificio principal, requerían una reparación inmediata que representaba mayor valor que el de las primeras, las que, aun verificando el reparo, no podían servir para el objeto a que estaban destinadas, ni se necesitaban para uso alguno. Se dispuso, pues, que se derribasen e invirtiera la teja i madera útil en las obras de la casa de Gobierno i de la penitenciaría i que su valor, (que se computó en $ 400) se reintegrase en material construido por el presidio en los mismos solares, obteniéndose así la ventaja de la formación de una espaciosa huerta que ayudaría al sostenimiento del mismo hospital. No necesitándole para servicio el claustro principal del local, le fue arrendado al doctor Francisco Mendoza, quien sostiene allí un plantel de educación.” (p: 54 y 55) Posteriormente en el año 1872 el mismo presidente del Estado Soberano de Boyacá informa que “Sería mui conveniente que se pasase el Hospital a la parte principal del edificio de Santa Clara, para .,o cual se ha mandado reparar, pues en la parte que ocupa no hai bastante espacio para el servicio cómodo ni para aumentar en número de camas, que actualmente no pasa de 25” En 1874 se deja ver nuevamente la incapacidad estatal para el manejo de las instituciones de beneficencia, por lo que se recurre otra vez a la Iglesia; en esta ocasión se trae a las Hermanas de la Caridad para que se dediquen a la organización del hospital: “El Poder Ejecutivo del estado contratará [...] la traslación de dos o más Hermanas de la caridad, de las que actualmente residen en la capital [...] para destinarlas al Hospital de Tunja” .

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La Junta General de Beneficencia, instalada en diciembre de 1873, advierte que el edificio del viejo convento destinado para el hospital: “está muy distante de prestar el servicio necesario de un Establecimiento de esta clase.” En 1875, la Junta informa sobre las obras realizadas en el Hospital para adecuarlo a las nuevas necesidades. La enfermería de hombres de 33 por 6 metros, se forma al unir varios cuartos de la parte occidental del edificio; la enfermería de mujeres se hace en la parte norte del patio principal y, en el descanso de la escalera principal, se formó la sala de maternidad. Se resana y blanquea todo el edificio. El Hospital de Caridad de Tunja, es atendido gratuitamente por el doctor Vicente H Azula, quien practica visitas a los hospitalizados los días lunes, miércoles y sábados, además de hacerlo en casos extraordinarios. La puerta del hospital se cierra a las 6 de la tarde y se abre a las 6 de la mañana. El Hospital de Tunja, reporta de 31 a 56 enfermos atendidos al mes, en el primer semestre de 1875, para un total de 338 enfermos en el semestre. 84 aparecen como curados y 18 como muertos en el semestre. El Hospital de Caridad, que en un principio sólo ayudaba al buen morir de los pobres, se va convirtiendo en un recinto más propicio para la atención clínica de los enfermos, al aprendizaje y a la investigación clínica; lo que favorece, que en 1877 se construya dentro del hospital un anfiteatro para uso de la Universidad de Boyacá. Ese mismo año se plantea la necesidad de verdadera sala de maternidad, lo que sugiere que ya no se piensa en un hospital para recluir todos aquellos ciudadanos improductivos, ni tampoco enfermos moribundos o incurables; sino un espacio donde se pueda practicar la clínica y donde el médico desempeña un rol importante.

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Lo que cambia es la manera de pensar el hospital, más no el hospital. Y seguimos viendo una institución con múltiples problemas económicos, a la cual no llegan puntualmente las rentas del Estado, con serios déficit en atención, con un médico no disponible para la labor clínica dentro del establecimiento hospitalario y que asiste gratuitamente tres veces por semana. En 1892 se publica un reglamento para los hospitales de Boyacá, se plantea una misión clara: “El Hospital de Caridad servirá hasta nueva disposición, exclusivamente para la asistencia de enfermos pobres de ambos sexos hasta su curación o muerte, y que siendo atacados de enfermedades agudas o crónicas sin carácter de incurables, soliciten asistencia [...] serán recibidos, previas las formalidades que exige este Reglamento, todos los pobres que se hallen en el caso expresado” . Se prohíbe dar asilo a locos y leprosos y se determina además la posibilidad de dar cama en el hospital a personas con capacidad de pago, siempre que soliciten asistencia y den garantías. Un informe del Gobernador de Boyacá a la Asamblea Departamental, en 1898, permite observar las dificultades del hospital al final del siglo. Afirma el Síndico del Hospital que “su angustiosa situación fiscal” no puede asegurar: “la existencia de este Establecimiento que tantos y tan importantes servicios ha prestado a los menesterosos y cuya clausura es inevitable, si el gobierno lo abandona, sería causa de vergüenza tanto para éste como para la católica sociedad de la capital del Departamento [...] durante el tiempo que he servido la Sindicatura he hecho construir un departamento para Hospital Militar, arreglar el de mujeres, la cocina y varias otras mejoras, gracias a las cuales el edificio presta hoy satisfactoriamente el servicio para que está aplicado, pudiendo asegurarse que es de los mejores de su clase en la República [...] La suma de 20 centavos diarios fijada por la alimentación de cada enfermo es más que exigua y habrá de aumentarse forzosamente, si se quiere que el Hospital sea para disminuir las necesidades de los enfermos y no para aumentarlas [...] la botica está casi completamente desprovista [...] hay un déficit considerable proveniente, de que tanto el Supremo Gobierno como el del Departamento redujeron considerablemente los auxilios decretados [...] por el Congreso y la Asamblea”. Gil Márquez, médico del Hospital de Caridad de Tunja informa las dificultades que tiene para el ejercicio de la medicina en el Hospital, finalizando el siglo XIX, en 1898: “Se han asistido en el Hospital diariamente entre veintiocho y treinta y cinco enfermos, pero se hace necesario que el Hospital de esta ciudad, como capital del Departamento, sostenga por lo menos camas hasta para cincuenta [...] Fuera de las epidemias de Viruela y Sarampión que reinaron en esta ciudad durante algunos meses del año pasado, no se han presentado sino la de Gripe, la cual ha dado lugar al desarrollo de Bronquitis, Pneumonías, Pleuresías, que con Reumatismos, Ortutismos y Disenterías, han sido las enfermedades más comunes en el hospital durante los dos últimos años. Cada día se hace más palpable la creación del Asilo de Indigentes, pues el Hospital tiene que hacerse cargo de esta clase de personas [...] El Hospital carece hasta de un estuche regular de pequeña cirugía de manera que las operaciones que se ocurren practicar, se hacen con la mayor incomodidad con sólo el estuche del Médico”. En el siglo XIX, los locos eran conducidos al Hospital de Caridad, pero allí era imposible controlarlos, pues creaban un ambiente de desorden que impedía la tranquilidad de los enfermos. Por esto, dentro de los reglamentos oficiales del hospital estaba prohibido dar asilo, entre otros, a los locos, medida que,

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a falta de un lugar para alojar a estas personas, no se cumplía. En 1897, en Informe del Presidente del Estado Soberano de Boyacá, el Síndico del Hospital solicita con urgencia la creación de un departamento aparte: “creo de primera necesidad la de arreglar un departamento para locos, porque no habiendo modo de tenerlos en una pieza a propósito, éstos andan por todo el edificio atormentando a los enfermos; lo que introduce desórdenes” . También en el año 1898 en el informe del Gobernador a la Asamblea se lee que “Anexo a él (al Convento de Santa Clara) está el edificio denominado “Trujillo” que después de la caritativa donación hecha por el Sr. Dr. D. Cayetano Vásquez pasó a ser del hospital, edificio que por resolución de la Honorable Junta de Beneficencia se vendió al Señor Presbítero Dr. D. Juan N. Gómez, por la cantidad de seis mil pesos, desde en 16 de Diciembre de 1896, quien generosamente lo cedió a las Hermanas de la Caridad para la fundación de un horfelinato”. El nombrado edificio Trujillo no es otro que aquel en el que funcionó por muchos años el Colegio de la Presentación ubicado en la esquina opuesta de la misma cuadra del Convento, en la carrera 7 con calle 19 y que actualmente es de propiedad de la Curia Arzobispal de Tunja.(p. 22) El Hospital de Caridad de Tunja en la primera mitad del Siglo XX Un Acuerdo departamental de diciembre de 1907, del Consejo Administrativo del Departamento, “Sobre Administración del Hospital de Tunja”, suprime la Sindicatura del Hospital y ordena que desde el 1º de enero de 1908, el manejo del Hospital de Tunja pase a la Sociedad San Vicente de Paúl de la ciudad, “para evitar que este establecimiento se acabara por escasez de recursos.” La Sociedad de San Vicente de Paúl de Tunja fue fundada en el año 1887, con cuarenta y cinco socios. En 1909, cuentan Rubio y Briceño, la sociedad de caridad tunjana contaba:“con cerca de ochenta socios, todos caballeros distinguidos de la ciudad.” En 1911, el Gobernador de Boyacá le informa a la Asamblea Departamental, que bajo la Administración de la Sociedad San Vicente de Paúl, funcionan en el Hospital de Tunja, ubicado en al antiguo convento de Santa Clara, 20 camas y tiene como empleados un mayordomo y dos sirvientas. Las Hermanas Dominicas de La Presentación siguen atendiendo a los enfermos. Hay un Médico, que tiene una asignación mensual de dos pesos oro, un Capellán con un peso mensual y un Tesorero Síndico, que ejerce su oficio sin recibir sueldo. El Gobernador informa también los problemas del viejo convento colonial:“Las paredes de la parte norte, que dan a la calle están por caerse por la humedad”. En 1913, dentro de los actos del primer Centenario de la Independencia de Tunja, se realiza la inauguración de las modernas salas de cirugía del hospital de Tunja, en términos de asepsia y antisepsia. Calixto Torres Umaña , médico tunjano, profesor de la Universidad Nacional, formado en Estados Unidos, a quien la historiografía considera como el “Padre de la Pediatría en Colombia” y quien además es el padre del cura guerrillero Camilo Torres, dice en el discurso inaugural de estas nuevas salas de cirugía del Hospital de Tunja: “donde la ciencia moderna pueda llegar a distribuir sus beneficios a los desheredados de la fortuna (…) estas salas vienen a llenar una de estas necesidades imperiosas; su luz abundante; su capacidad suficiente, sus pisos y paredes lavables, son condiciones por las cuales habrá muy pocas en el país que las superen en condiciones higiénicas; a pesar de haber tenido que acomodar

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su construcción a las exigencias del viejo edificio (…) el caritativo obispo de la diócesis (…) ofreció una gran parte del instrumental (…) y el cirujano tunjano Dr. Hipólito Machado , donó el mobiliario quirúrgico” Para esta conmemoración se hicieron importantes reformas físicas del edificio como queda registrado en el informe del Gobernador a la Asamblea de 1914 donde consta que “ El gran salón occidental que estaba destinado para enfermería de mujeres fue el escogido para transformarlo en salones de cirugía, para su adaptación se hicieron las siguientes obras: 1. se bajó todo el entresuelo un metro, a fin de dejarlo a nivel del corredor principal, se dividió en cuatro salones destinados así: los dos extremos para salas de operados hombres y mujeres, y los dos centrales para sala de desinfección y sala operatoria, en esta última se construyó una claraboya o traga luz de vidrio sobre armadura metálica, de dos metros en cuadro, se enlistonaron todos los pisos de los salones y el techo y claraboya del salón de opertoria, se construyeron de ladrillo los tabiques de separación de los diferentes salones, se pañetaron y enlucieron todas las paredes interiores y exteriores, habiéndole hecho al olio las del salón de operaciones, se construyó de cemento el piso de dicho salón, con su correspondiente cañería de desagüe, se construyeron y colocaron cinco puertas, se hicieron los techos de los salones, se barnizó toda la nueva obra, se enlució el frente del edificio, se pavimentó de ladrillo dos tramos de los corredores del primer piso y se dotó a los salones de operados con ocho catres de hierro con sus correspondientes tendidos” (p. 95) El 7 de agosto de 1918, se inaugura un nuevo salón en el Hospital de Caridad de Tunja, gestionado y financiado por la Sociedad San Vicente de Paúl de la ciudad, con el nombre de Sala Madre Florentina. Dos años después, en 1920, el hospital de Tunja se hallaba en ruinas:

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“carecía por completo de higiene; los pisos de adobe y ladrillo estaban deteriorados, contaba solamente con un pequeño botiquín de urgencia, a los enfermos no se les podía suministrar sino purgantes, remedios caseros y drogas muy rudimentarias, no había servicio de cirugía por falta de sala adecuada e instrumental. Sólo existían 30 catres de madera en mal estado, las camas se componían de esteras de junco y de hojas de maíz; los enfermos tenían que acostarse con la misma ropa con que llegaban, porque el hospital no les podía ofrecer ropa de cama”. El Gobierno le reconocía al Hospital de Tunja doce centavos diarios por cada enfermo hospitalizado, pero pagaba con mucho retardo y después de gran trabajo. Dos hermanas de La Presentación atendían a los enfermos sin recibir ninguna remuneración: “y tomaban la alimentación en el vecino Colegio de la Presentación, los enfermos recibían caritativamente los alimentos sobrantes del personal del Colegio. No había médico oficial; el doctor Gil Márquez acudía gratuitamente a visitar a los enfermos, aliviándolos en lo posible y su generosidad llegaba hasta obsequiar de su propia botica y consultorio los elementos para curaciones de urgencia” Las Hermanas Dominicas de La Presentación, ante la falta de apoyo y recursos para poder atender a los enfermos, pensaron en retirarse, lo que habría traído como consecuencia el cierre del hospital, ya que nadie quería hacerse cargo de una institución que demandaba tantos gastos y no tenía dinero para sostenerse. En el Informe del Medico del Hospital, al Gobernador de 1920, se relacionan las dificultades físicas y financieras presentadas en el Hospital de Tunja ante una epidemia de Fiebre tifoidea en la ciudad:

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“Todos los salones se ocuparon y fue necesario colocar, temporalmente, en la sala de los sifilíticos a enfermos de tifoidea. Bien deseara pintar al señor Gobernador la serie de inconvenientes que fue necesario vencer para poder atenderlos (…) al flagelo aparecido se unieron la extrema pobreza del Hospital y la absoluta indiferencia del público (…) mientras la Asamblea del Departamento no destine una suma suficiente para el sostenimiento diario de los enfermos, el Hospital no puede vivir (…) A pesar de la orden del señor Síndico de no recibir sino diez enfermos, las necesidades nos han obligado a aceptar hasta cincuenta y tres, resulta verdaderamente insostenible el establecimiento en la forma que se halla (…) no pueden atenderse los enfermos con la solicitud requerida, no se despachan las fórmulas a su debido tiempo, las curaciones se demoran o no pueden hacerse y en fin, la marcha del establecimiento se trastorna para nada lograr en forma definitiva.” El Hospital de Tunja tiene dos secciones independientes, una para cada sexo, que son insuficientes para atender la demanda, según afirma el director del Hospital de Caridad: “La destinada al cuidado de las enfermas puede contener 19 y una enfermera, siendo apenas capaz para las mujeres que hay de ordinario; pero el tramo de los hombres es manifiestamente insuficiente y, el suscrito, en más de una ocasión ha tenido que pasar por la pena de negar el asilo a enfermos graves no contagiosos, o colocarlos en los suelos, en el espacio que separen dos camas, cuando la enfermedad puede propagarse en la ciudad.” Existen en el Hospital dos salones para hombres pero uno de ellos, es exclusivo para los militares. Insiste el director en construir una nueva sala de hombres, pero afirma luego que es más urgente: “el aislamiento de los enfermos contagiosos. María Aldana entró al Hospital por una anemia tropical Pedro Patiño por una parálisis general

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y María González por una disentería amibiana y todos, para no citar sino esos casos, en la epidemia tifoidea perecieron contagiados por los enfermos colocados a su lado.” No existe en el hospital una sala de maternidad aislada ni una sala para niños a pesar de que para el Director las enfermedades de la infancia son las más comunes: “las infecciones del tubo digestivo por la ingestión de comidas malsanas y de chichas; las atrepsias por insuficiencia en la alimentación, los enfriamientos, tan frecuentes en los pequeños pobremente vestidos, en una palabra, el quebrantamiento absoluto de las reglas de higiene sea por ignorancia o por pobreza, da la clave de las enfermedades infantiles y su alta mortalidad, juzgo pues de urgencia la apertura de la sala de niños”. El Médico Director informa haber usado como tratamientos las transfusiones y arsenicales para la sífilis: “la trasplantación de sangre de convaleciente de tifoidea exento de otra para los tíficos en pleno periodo de estado con éxitos asombrosos; las inyecciones masivas de suero artificial en las hipotensiones sustrayendo sangre infestada hasta donde lo permita la resistencia individual y las condiciones de los enfermos (...) A los sifilíticos, en período secundario, he puesto con pronta mejoría inyecciones de nov-arsenobenzol (914) llegando a quince las aplicadas hasta hoy.” En cirugía, el Director informa haber practicado tres punciones por ascitis en cirrosis hepáticas alcohólicas; una amputación de la pierna por gangrena; una extracción subtotal de la matriz por un fibroma y dos por el procedimiento americano por igual motivo; un raspado de la tibia izquierda por osteomielitis; un absceso de hígado de origen disentérico; un enorme quiste de ovario;

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una circuncisión; una sección del frenillo; una amputación de seno por cáncer; un raspado en la región dorsal del pié, una amigdalotomía; una apendicectomía y una operación de coto. Dada las dificultades económicas, el médico y la Madre Directora, llegan a la triste conclusión “de lo inútil que resulta acudir a la caridad pública de la ciudad” y resuelven seguir la orden del Síndico y “no aceptar sino los enfermos más postrados”. Por último, el Médico Director insiste en su Informe al Gobernador, que “Un laboratorio bacterioquímico en modestas proporciones, por ahora, podría prestar servicios incalculables” y se lamenta de no poseer sueros y vacunas para luchar contra la enfermedad, por la lamentable situación financiera del Hospital. Ante estos problemas, la Asamblea de Boyacá, optó por acudir a la generosidad del “gran apóstol de la caridad”, el Obispo de Tunja Eduardo Maldonado, lo que se concreta mediante la Ordenanza de la Asamblea de Boyacá, No 30 de abril de 1920, “Sobre Higiene y Beneficencia”. Mediante la cual e le entrega la administración del hospital de Tunja al Obispo de la Diócesis “para obviar las dificultades en que se halla (…) el obispo se ofrece bondadosamente hacerse cargo.” El Artículo 11, de la Ordenanza de 1920 expresa: "En atención a que el ilustrísimo y reverendísimo señor Obispo de la Diócesis, en el deseo de contribuir eficazmente a obviar las dificultades en que se halla el hospital de Tunja, ha ofrecido bondadosamente hacerse cargo de la dirección de aquél, dispónese que dicho hospital quede bajo la exclusivo dirección y administración del ilustrísimo señor Obispo de Tunja", quien en poco tiempo levantó fondos, que junto con sus propios recursos, sirvieron para aliviar las más urgentes necesidades de la institución hospitalaria de Caridad de la ciudad de Tunja:

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“Empezó por pagar la alimentación de las Hermanas de la Caridad que atendían a los enfermos, por adaptar el edificio a hospital y reconstruir paredes que por la parte oriental amenazaban el derrumbamiento de la casa; proveyó de ropas a los enfermos; estableció la botica y la sala de cirugía, y a medida que los recursos iban en aumento, fue adaptando salones higiénicos, dotándolos de catres modernos y de todos los elementos propios de una buena organización hospitalaria”. El documento reafirma la mejoría del Hospital de Tunja, tras la administración y financiación por parte del Obispo Eduardo Maldonado Calvo, cuando su capacidad aumento a 140 enfermos, 120 de ellos de caridad: “el hospital presenta en su interior, un aspecto más o menos moderno; los corredores altos y bajos se hallan baldosinados, lo mismo que un salón para enfermos; tiene camas para ciento veinte enfermos de caridad, para catorce enfermos de hospitalización de segunda clase y para seis de primera; cuenta con dos médicos, un enfermero y tres enfermeras. La botica y la sala de cirugía se hallan provistas de todos los elementos necesarios para atender con eficacia los casos que se presenten; cuenta con lavadoras eléctricas que prestan los servicios con la debida profilaxia y con una refrigeradora para la elaboración de hielo.” “Sin perjuicio de la buena asistencia que se les proporciona a los enfermos pensionados, las cuotas diarias que se les exigen apenas alcanzan a sufragar los gastos propios de alimentación. En la actualidad, fuera del producido de los bazares auspiciados por la autoridad eclesiástica, el (…) Obispo ha venido auxiliando anualmente a la institución a su cargo con una suma que oscila entre cuatro mil y cinco mil pesos; en tanto que la Nación, apenas da un auxilio de trescientos pesos anuales, el Departamento de cien y el Municipio de otros cien que se pagan con gran trabajo y retardo”.

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“No obstante lo anterior, La Asamblea de 1938 consideró inconveniente que el (…) Obispo continuara con la dirección y administración del hospital, y por la Ordenanza 20 de aquel año (…) dispuso que la dirección del establecimiento pasara a manos del gobierno, por considerar, seguramente, que ya el hospital tenía rentas suficientes para aprovecharlas en la formación de un tren burocrático más adicto al dinero que a los pobres”. Cuando algún tiempo después, el señor Obispo de manera ocasional, tuvo noticia de que se le había quitado la dirección del hospital, procedió inmediatamente (…) a comunicarle al gobierno que estaba dispuesto a hacer la entrega inmediata (…) el Gobernador, don Santiago Rivas se dirigió pidiéndole continuara al frente de la dirección del hospital; pero la autoridad eclesiástica (…) insistió en hacer entrega del establecimiento al gobierno (…) En septiembre de 1944 el hospital entró bajo la dirección del gobierno departamental.” En la Revista de Higiene, se publica un cuadro titulado “Movimiento de Hospitales, manicomios, asilos, etc. Correspondiente al segundo semestre de 1933” , estos datos reporta el Hospital de Tunja, en los seis meses referidos: • Pacientes Hospitalizados • Defunciones • Consultas • Curaciones • Cirugías • Inyecciones • Fórmulas despachadas

928 43 483 4800 138 2700 2897

La hospitalización,que era larga en esos tiempos, reporta un promedio de 155 hospitalizados al mes, con una mortalidad promedio de 7 pacientes; 800 curaciones y 450 inyecciones son aplicadas en promedio cada mes, 23 intervenciones quirúrgicas se practican en el Hospital de Tunja, en promedio, al mes y un número muy bajo de consultas se realizan, 80 mensuales.

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En 1938, dentro de las obras del cuarto centenario de Tunja, el Gobierno de Boyacá, adquiere el lote “con destino a la construcción de un edificio para el hospital de la ciudad de Tunja”, edificio que termina sus obras en el año de 1952, año en que inaugura el nuevo Hospital San Rafael de Tunja, Roberto Urdaneta Arbelaez, encargado de la Presidencia de la República. En la segunda mitad del siglo XX, más precisamente entre 1965 y el 2005, se celebra un contrato de comodato con la Universidad Pedagógica de Colombia, hoy UPTC, con el fin de dedicar las instalaciones del antiguo hospital de caridad, ubicado en el colonial y deteriorado convento de Santa Clara la Real, para destinarlo a un nuevo fin, para servir como residencias estudiantiles universitarias masculinas, residencias que reciben el nombre de Juan de Castellanos y que duran 40 años funcionando. Restauración de La Iglesia Santa Clara La Real La obra fue realizada, a finales del siglo XX, por la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Colombiano. Tras levantar los planos de la iglesia, que no existían y comprobar el estado de la edificación, el punto central de la restauración fue la consolidación de la estructura original de la artesa de la iglesia. La pintura mural fue restaurada por Rodolfo Vallín. Para garantizar una mayor duración de la estructura original, ya consolidada, se construyó otra igual y paralela que soporta la cubierta y de la cual se suspende la estructura antigua. En general, la restauración se hizo más siguiendo una metodología y unos criterios históricos que arqueológicos, en la medida que hubo pruebas fehacientes que fundamentaran este proceder. “Se intentó recuperar una imagen arquitectónica congruente con la memoria colectiva urbana sin riesgos de caer en un, a

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veces, puritanismo conservador.” Agregan los restauradores, que el claustro conventual contiene una importante colección de pinturas murales de gran valor artístico e histórico que, no fueron objeto de esta restauración, pero que conviene señalar y tener en cuenta para una posterior intervención. Sobre sus muros y bajo varias capas de cal y pañete u otros recubrimientos, reposa un conjunto de pintura mural al temple que a juicio del restaurador Rodolfo Vallín, podría ser el más importante de la Nueva Granada. Esta clase de pintura fue acostumbrada sobre todo en los siglos XVI y XVII para decorar las paredes que por razones económicas, todavía no habían sido recubiertas con tallas en madera y dorados o con otro tipo de superposición. Los motivos de las pinturas solían ser decorativos y religiosos que facilitaran la catequesis y que además complementaran el ambiente de recogimiento y reflexión propio de estos edificios y que se sustentaba en la idea de Santo Tomás de Aquino quien aseguraba que: “Las imágenes de Cristo y los Santos han entrado en uso en la iglesia por tres razones: Primero para instrucción de los ignorantes que de ellas se sirven como lecciones objetivas, segunda, para que el misterio de la encarnación y los ejemplos de los santos se graben más fácilmente en la memoria de los fieles con la persistencia de la representación y la tercera, para excitar el afecto de devoción que se siente estimulado más por lo que se ve que por lo que se oye”. Posición que luego en el siglo XVI, época en la que se levantaron estos templos y conventos en América, se vio oficializada y estimulada por el Concilio de Trento y como apoyo al movimiento de la Contrarreforma. En el caso del claustro de Santa Clara la Real de Tunja, toda esta pintura está por ser descubierta, para ser recuperada y restaurada.

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