HISTORIA DE LA CREACIÓN odo estaba en calma, en silencio, el mundo se encontraba en penumbras e inmóvil, pues aún no existían los hombres, ni los animales, ni los bosques: sólo existían el cielo y su magnitud.
Al no haber nada dotado de existencia, el dios creador Tepeu y el dios formador Gucumatz hablaron entre sĂ, se pusieron de acuerdo y unieron sus palabras y sus pensamientos para crear seres que los pudieran adorar.
Entonces ambos planearon la creación y crecimiento de la tierra, los árboles, las selvas y toda la flora: ― ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe el espacio, que surja la
tierra y que se afirme! ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! Así dijeron.
Al instante crecieron las montañas y los valles, los cuales fueron atravesados por ríos y arroyos que corrieron libremente, y fue así como las aguas se dividieron.
El dios creador y el dios formador trabajaron en compañía del corazón del cielo, el dios Huracán; quien permitió que cada una de sus palabras y pensamientos tomara forma, consistencia y realidad. Al terminar, meditaron sobre su obra y dijeron: ―¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que haya quien los guarde. Luego hicieron a los animales que habitaron todos los bosques y las selvas, entre ellos habían pájaros, jaguares, serpientes y monos, a los cuales les fue asignado su lugar en la tierra. Pero como las criaturas solo podían chillar, cacarear y graznar, los dioses se enfadaron al no poder pronunciar sus nombres en señal de alabanza, por lo que maldijeron a los animales y los condenaron a ser devorados: ― Hemos cambiado de parecer: su alimento, pastura, habitación y nidos los tendrán, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoren e invoquen. Pero habrá quienes nos adoren, haremos otros seres que sean obedientes. Ustedes tendrán que aceptar su destino: sus carnes serán trituradas. Ésta será su suerte.
Así, pues, hubo una nueva tentativa de crear y formar a un nuevo ser que los invocara y los recordara en la tierra, seres que fueran obedientes, respetuosos y que les ofrecieran alimentos y sacrificios. Tepeu, Gucumatz y Huracán decidieron crear del barro a los hombres, ellos pensaban que el barro sería un buen elemento por su manejabilidad y su docilidad, pero las cosas no salieron como esperaron y los seres de barro resultaron siendo muy frágiles e inestables, y de igual forma que los animales no pudieron alabarlos.
Al ver que su primer intento fracasaba, los progenitores decidieron llamar a un cuarto dios para que les ayudara a cumplir su meta, así lo hicieron y Xibalbá llegó en su ayuda. Pero lo que a simple vista no se sabía era que Xibalbá tenía su corazón consumido por el odio y la envida, por no ser convocado desde el inicio para ser creador del mundo, entonces decidió interponerse en los planes de las demás deidades y en la oscuridad de su interior juró hacerlo con los seres que deseaban crear.
Los cuatro dioses se pusieron en la tarea de buscar un nuevo material para crear los seres, Xibalbá fue el primero en hablar y propuso construirlos y tallarlos en madera, de inmediato los demás dioses accedieron y se pusieron en la labor de concebirlos, sin embargo, la malévola divinidad sabía que la madera era rígida e imperfecta y haría a los hombres carentes de sentimientos, por lo que no podrían alabar a sus dioses. Y así fue, nuevamente habían fracasado.
Iracundos Tepeu, Gucumatz y Huracán por haber fallado de nuevo y por ver que Xibalbá se burlaba de su creación imperfecta, destinaron crear un lugar especial para él, un castigo ejemplar por haberse burlado de sus hermanos: ―Xibalbá, hermano nuestro! Nos has engañado burlándote de nosotros, tu sabías que la madera sería un material inerte, vacío como tu corazón, así que te quedarás eternamente de esta manera, vacío, eclipsado por la penumbra en un mar de soledad y deshonra.
El maléfico Xibalbá no podía creerlo, no quería irse porque deseaba seguir arruinando los planes de la creación, sin embargo al ser enviado al mundo oscuro, derramó un maleficio tan sombrío como su alma: ―Ustedes se arrepentirán por haberme desterrado, y dejarme a un lado en este artificio, les juro que cobraré la vida de cada uno de esos seres insignificantes y que con todo mi poder los convenceré de que sus alabanzas se dirijan a mi. Después de este decepcionante suceso los dioses tomaron más tiempo en pensar en un tercer intento, en un tercer elemento, estaban cansados de los fracasos anteriores, sabían que la derrota no era cosa de dioses por lo que congregaron a diez divinidades más para recibir su sabio consejo, entonces se realizo una gran junta en lo alto de los cielos: ―Que sean engendrados por el viento ―propuso el gran Huracán―y así serán ágiles, rápidos y competitivos.
―Están equivocados, deben germinar del fuego, poderosos e imponentes como ningún otro ser―determinó otra de las divinidades allí presentes―. ―¡No!―reaccionó una bella diosa abrumada―deben estar hechos de luz de luna, para ser serenos y armoniosos. ―¿Pero han perdido la razón hermanos míos?―protesto Kukulkán―ninguno de estos materiales nos ayudarán en nuestra ardua labor, el viento se desvanecerá ante la magnificencia de nuestras selvas y se escapará de nuestros dedos; el fuego, aunque poderoso e indomable, devorará el amor hacia nosotros, y se renegará a la obediencia y la luz de la luna, aunque bella y sumisa, será eclipsada por el astro sol y allí morirá.
Entonces hubo un gran silencio en la cúpula celestial y una anciana humildemente dijo: ―El maíz, ese será nuestro acierto, un grano noble y valioso hará que sus criaturas posean un corazón destellante como el oro, sumiso y maleable. Los trece estuvieron de acuerdo en que podría servir, el maíz, el alimento
de la alabanza, de la tierra, el alimento dorado que asemejaba al oro, y así se hizo. Las deidades repartieron entre sí sus quehaceres, algunos recolectaron los granos con el amor de la primer cosecha, otros lo cocinaron, la sabia anciana lo molió, y los dioses mayores con sus divinas manos, moldearon al hombre, por último Kukulkán les concedió un suspiro de vida.
Las cosas salieron como lo esperaban y del maĂz surgieron seres que tenĂan sentimientos, que amaban y respetaban a sus dioses, que agradecĂan la vida y que sobretodo estaban dispuesto a adorarlos como ellos deseaban. De esta forma la vida en la tierra fue prospera, los primeros seres humanos se reprodujeron y comenzaron a crear grupos, a vivir en armonĂa con los otros seres vivientes y ante todo con los dioses.
Sin embargo Xibalbá cumplía su promesa y una que otra vez se robaba la vida de los seres y los llevaba a su reino oscuro. En la nación de la muerte había un árbol grande, poderoso, fuerte y retorcido, de cuyas ramas colgaban las calaveras de los difuntos, de sus trofeos. Xibalbá sólo deseaba que alguna de las cabezas del linaje real hiciera parte del ornamento que allí reposaba, pero hasta el momento no lo conseguía, pues la realeza estaba fuertemente protegida por los dioses creadores.
EL AMOR DEL PRÍNCIPE HUNAHPÚ Y LA TEJEDORA n lo más profundo de la selva, el reino de Mayan, reino de sangre real, estaba formado por la maravillosa riqueza natural, vegetal y animal que sorprendía cada día más a sus habitantes. El príncipe Hunahpú, descendiente de los primeros hombres, luego de haber salido de caza había quedado asombrado con la belleza de una mujer maya, quien pertenecía al grupo de las tejedoras, por lo que su amor se volvió imposible ante los ojos de Xibalbá, un amor impuro, ajeno a toda casta o linaje era repugnante ante sus ojos, por lo que determinó que lo mejor era cobrar la vida de la bella mujer para causarle dolor al príncipe y por medio de éste, a sus hermanos, los dioses creadores.
Un día, El príncipe Hunahpú tuvo un sueño escalofriante, en el cual se encontraba solo bajo la penumbra, y un frío gélido y desolador se filtraba por sus huesos mientras una tenebrosa voz susurraba palabras inconcebibles. Era una sensación desvanecedora y abrumante, por lo que al despertar, de inmediato convocó la presencia del sacerdote de su pueblo. El místico predijo que Xibalbá mataría a la mujer de la cual se había enamorado Hunahpú, por lo que de inmediato el príncipe envió a su mejor guerrero en busca de su amada para llevarla sana y salva a sus brazos donde la tomaría por esposa.
El noble guerrero salió a cumplir su misión, pero en la negra oscuridad de la noche, unas manos asesinas lo despojaron de la vida y arrojaron su cuerpo a la espesura de la selva. Al enterarse de lo sucedido, el príncipe tomó su lanza, y se dirigió al lugar donde habitaba la mujer. Al llegar se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos, demostrándole que la amaba con todas sus fuerzas.
―Nunca me alejaré de tus brazos, pues sólo aquí me encuentro en paz, en tu regazo hallo aquella felicidad que siempre había añorado y sobre todo prometo que nunca te dejaré sola en la incertidumbre.
De repente, aquella escena fue interrumpida por una flecha que salió de las sombras y atravesó el pecho de la tejedora. Su cuerpo frágil y sin vida cayó, hundiéndose en las aguas del Lago Sagrado.
Hunahpú estaba embargado por un profundo dolor, la flecha no había atravesado sólo a su amada sino también a su corazón; bañado en lágrimas, rogó a los dioses piedad y compasión. Fue tal su tristeza, que el corazón se le hizo pedazos, y cayó agonizante al borde del Lago Sagrado sobre un charco de sangre.
Las Deidades lo escucharon con compasión y enviaron a la Señora de las Aguas y al Señor de los Pájaros. La Señora de las Aguas bajó a lo profundo del lago, y convirtió el cuerpo inerte de la mujer en un hermoso loto. Mientras que el Señor de los Pájaros se posó sobre el corazón del príncipe, y lo transformó en un hermoso pájaro cardenal, siempre sediento de amor. Desde entonces, cuando aparece el alba, y los primeros rayos de sol tocan aquel místico lugar, el pájaro rojo baja hasta el Lago Sagrado para cantar con trinos de amor sobre los abiertos cálices de los lotos.