delatripa: narrativa y algo más. No. 37

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Número 37. Julio 2017 - Octubre 2018


Revista

No. 37. Jul. 2017- Oct. 2018. Es un proyecto de la Catarsis Literaria.

Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Paty Rubio, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Waldo Contreras López.

Contenido

Volver a empezar

Dr. Adán W. Echeverría-García.

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¿Dónde está? Pedro Hernández.

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Agentes nocturnos de la caña Oveth Hernández Sánchez.

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Mis bienamados al rescate o Fragmentario sobre el perro de la familia.. Daniel Sibaja.

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Y sus ángeles.

Waldo Contreras López.

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La casa del mirador. Marta Aragón.

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Última noche de bar. Addy Castillo.

84

Preámbulo en 1984.

José Manuel Crespo Escalante.

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El rumiguero. Lucero Ramírez.

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El carrizo. José Martín Hernández Torres.

Los canes del sol. Vianney Carrera

El regreso.

José Trinidad Aranda Aranda.

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¿A dónde van los fantasmas? Diana Brubeck.

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Primavera silenciosa. Joselo G. Ramos.

Dos narraciones. Javier Jara.

El labio roto de Ruth. Rocío Prieto Valdivia.

46 50 52

El principio de la noche. Jesús Fuentes.

Mudanza... cal y arena. Carlos Alberto Rubio. Un mundo nuevo. David Salazar Miranda. Destino. Paty Rubio.

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Encuentros. Gema Cerón Bracamonte.

67

No lo escribas. Berenice Pérez.

Interrumpido.

Brayant Sandoval Escalante.

Poesía desde la periferia. Uriel Martínez.

Waldo Contreras López.

69 71 74

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Dando vueltas con Silvia.

Silvia Polanco Euán.

97

Mi punto de risa.

Roberto Cardozo 101

La Niña TodoMePasa dice:

Jéssica de la Portilla Montaño

Incipit.

Blanca Vázquez

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Desvaríos de la freaky neurosis.

Gema E. Cerón Bracamonte

Nos vemos en el slam.

Mario E. Pineda Quintal 53

Ella. Isaías Solís Aranda.

El Ojo en la acera de enfrente.

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Volver a empezar. J 2017 36 de la revista delatripa: narrativa y algo más. En ese tiempo editábamos la revista en el bellísimo puerto de Ensenada. Sucedió que la vida nos puso a prueba. Primero concluimos nuestro trabajo en el posdoctorado en la Universidad Autónoma de Baja California, compramos una casa en el fraccionamiento Villas del Roble, y durante todo ese año no tuvimos acceso al internet. Y eso porque en aquel fraccionamiento, por cuestiones de la inmobiliaria, a las empresas que brindan el servicio de la internet, no se les hacía “negocio” entrar al fraccionamiento que se encontraba en el lado este de la ciudad, en la salida rumbo al poblado de Ojos Negros. Así que se nos hacía difícil continuar la edición de una revista en PDF que circula por internet, si los editores carecíamos de internet. Pero ahora, nos hemos mudado a la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, y desde acá podemos volver a comenzar con las entregas mes a mes, de las 110 páginas de nuestra revista de narrativa. Podrán hacer drama los poetas, podrán acusarnos de insensatos, de ser cerrados, pero la realidad es que hay muchísimas revistas en nuestro país y en la internet toda, dedicados a publicar poemas. Si a eso le sumamos el deseo de todo poeta a ser leído, que publica todos los días poemas “nuevecitos” en su red social, que nuestra humilde revista, puede prescindir de ellos. Nuestra revista es exclusivamente para promover a los narradores, cuentistas, novelistas, microficcionistas, ensayistas, investigadores culturales, historiadores, reseñistas, dispuestos a compartir su trabajo y

Dr. Adán W. Echeverría-Gracía

sus lecturas con los lectores, para contagiarlos de “otras vidas”. Nuestra revista fue fundada en la ciudad de Mérida, la de Yucatán, en el mes de marzo del año 2013, estamos presentándoles el número 37, en esta actualidad de octubre del año 2018, y en estos cinco años traemos con nosotros más arrugas, algunas canas, algunos kilos de más, y la aparición por la gracia de Belcebú, de nuevos narradores a quienes nos tocará leer. Ahora, en Matamoros, los proyectos de la Catarsis Literaria, comenzarán a mostrar el trabajo de autores nacidos y radicados en esta hermosa ciudad fronteriza, para acompañar a los ya permanentes columnistas, como Mario E. Pineda Quintal, que es columnista de este revista desde el mismísimo número 1. ¡Qué aguante! Para comenzar esta nueva época, hay que traer a la luz aquellos trabajos de los columnistas que habían quedado pendientes. Cierto es que algunos de sus temas parecerán lejanos ya en el tiempo, pero recogerlos nos hace poder mirar quiénes éramos o quienes fuimos alguna vez, y qué era aquello que nos mantenía preocupados en aquellos momentos. Empecemos con las columnas que nos quedaron pendientes, y retomemos el hilo de la magia de la cultura y a narrativa en nuestra vida:

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En la columa Capítulo Piloto, de la escritora María Jesús Méndez, venía el texto titulado: M N . 'Master of None' es una joya con la que me topé hace apenas unas semanas, su primera temporada se estrenó en octubre de 2015 y en mayo de este año la segunda. Considero que es una serie de autor, ya que Aziz Ansari, no solo protagoniza sino produce, es co-creador, guionista y director de esta serie junto a Alan Yang, donde cada capítulo es la muestra de todas esas ideas que rondan la cabeza de Aziz , ya en sus previos stand up que puedes encontrar en Netflix como Bured Alive (2013) y Aziz Ansari: Live at Madison Square Garden (2015) toca los temas que veremos en formato de serie, de una forma bien planteada, con personajes con los que puedes identificarte aunque vivan en Nueva York. Son personajes tan humanos, con defectos y virtudes, no son buenos ni malos ni payasos son simplemente quizás el subconsciente de Aziz y quienes nos ayudarán a entender su visión del mundo. La primer temporada constituida por diez capítulos nos permite conocer a Dev ( Aziz Ansari) quien es un actor treintañero , nacido en los estados unidos, primera generación de inmigrantes indios, está por encima de la clase media lo que le permite tener un buen departamento y que sus mayores preocupaciones en la vida sean no tener que comprar cosas de forma física, a pesar de tan banal que pueda ser la vida de este personaje que me recuerda un tanto Seinfield, pero quizá más empático y con mejor producción , lo brillante radica en la forma crítica de observar a la sociedad actual, a nosotros mismos. Uno de mis capítulos favoritos de esa temporada es el segundo, “Parents”, trata 4

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acerca de los padres de Dev y de uno de sus mejores amigos que es descendiente de inmigrantes chinos. Este capítulo muestra las situaciones complicadas de los padres en sus países de origen, la llegada como inmigrantes en los Estados Unidos y su adaptación ,enfrentándose a barreras culturales y al racismo para poder brindar a sus hijos una mejor vida, sí suena trillado pero la crítica es que hoy los hijos no parecen agradecer el esfuerzo que requirió y ni siquiera pueden devolverles un tiempo de calidad a través de la convivencia, y bueno extrapolándolo, sí me sentí identificada, cuando pienso es mis padres, de cómo tuvieron que sobrevivir, con las crisis económicas en nuestro país, el tener que madurar de trancazo y no pasársela divagando, ellos se enfrentaron a la vida, adquirieron responsabilidades y lograron darme mejores condiciones, comodidades y ahora soy egoísta cuando los visito de forma rápida y no estoy al pendiente de escucharlos con atención, sí definitivamente me identifiqué, ¿Qué no es necesario verlo en una serie? Cierto, pero creo que es bueno que una serie nos diga lo ególatras que nos hemos vuelto como generación. Seinfield era la serie que hablaba de nada, sus personajes vivían situaciones extrañas e hilarantes, mientras que Master Of None, habla sobre temas que importan aderezando con comedia, unas piscas de drama y reflexión. Así nos cuenta la desigualdad en el trato que la sociedad tiene hacia las mujeres, el acoso sexual, los estereotipos con los que son representadas las minorías en la televisión o cine, la soledad de las personas de la tercera edad, las relaciones de pareja y la rutina. Alerta de Spoiler , aquí descubrí que el personaje indio de la película Cortocircuito (1986), es


interpretado por un actor estadounidense quien gracias al maquillaje adquiere un aspecto indio. La segunda temporada inicia con el capítulo “The thief” (El ladrón), Dev se encuentra viviendo en Italia, en la ciudad de Módena, aprendiendo a hacer pasta, este capítulo es un tributo a la película italiana “Ladrón de Bicicletas” está realizado completamente en blanco y negro, tiene un argumento muy sencillo sin perder su esencia crítica. Creo que esta temporada es acerca del amor romántico y todas esas cosas que hacemos durante el enamoramiento, de venir de un corazón roto a encontrarse un nuevo amor. De los 10 capítulos uno de mis preferidos es “New York, I love you” donde nos muestra la vida de esas personas que para la clase alta son invisibles, por ejemplo, vemos a los porteros de departamentos de lujo, a quien atiende locales de autoservicio, a los taxistas generalmente inmigrantes, a personas con discapacidad, juntando cada historia en eslabones hasta concluir con los personajes que ya conocemos que son Dev y sus amistades. Esta temporada es bonita, de esas que te brindan apapachos al corazón por lo cuidada que está la fotografía, la elección de las locaciones, la música. Hace mucho que no veía una serie con la que me identificara o me hiciera expresar ¡es cierto, tiene razón! O ir a Google a buscar más información o bajar parte del soundtrack, Master of None logra eso. Incluso me atrevo a invitarlos a experimentar y no verla en forma de serie, sino como capítulo unitario y dejarse llevar por la trama. Master of None, del dicho inglés “Jack of all trades, master of none”, se refiere a aquella persona que tiene muchas habilidades pero no es especialista, eso es Azis Ansari en esta serie, no sólo por la parte técnica de la creación y

producción, sino en sí creo que es su manera de decir que todo lo expresado es meramente su opinión, no es experto pero quiere contribuir al diálogo y eso es lo que hacemos nosotros en estos tiempos de la multitarea, sólo que ojo , hay que hacerlo con responsabilidad y qué mejor si se hace de forma bella. De la columna Dando vueltas con Silvia, su autora Silvia Polanco Euán, nos presenta el texto: J : P M ,Y .

Dedicado a A los jóvenes del 2do grado, grupos A, B y C de la Escuela Preparatoria Estatal No. 8 "Carlos Castillo Peraza".

Hace cuatro meses conocí a unos jovencitos que jamás olvidaré. Mis ex alumnos de la Escuela Preparatoria Estatal No. 8 "Carlos Castillo Peraza", en Mérida, Yucatán. Escuchamos hablar de educación en todos los medios de comunicación, es un tema recurrente, sobre todo para el país. Nuestra educación resulta ser insuficiente en comparación con otros países de primer mundo. ¿Qué diremos en medio de un panorama que no nos pinta buenas noticias? Desde la primaria estamos acostumbrados a un sistema educativo al estilo "militar"; nos debemos levantar muy temprano, formarnos en filas del menor al mayor, luego el profesor habla y regaña a cada momento si no prestas atención. Eso por seis años. Más tres de secundaria, y tres más de preparatoria. Justo ahí me encontré con ellos, en su octavo año del mismo sistema. Sí, el mismo año en que los Youtubers y la Mars, revolucionan a la delatripa 37

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sociedad juvenil, tanto Millenials como Generación Z. Es prácticamente un hecho que no tomamos en serio los discursos oficiales que dicen los políticos y diversas autoridades sociales. Hacer las cosas diferentes, innovar, modificar, mejorar, son características que me han seguido desde joven; pero ¿cómo hacerlo en medio de un sistema grande y pesado? Tuve una idea, mis clases serían diferentes. Me propuse enseñarles a mis estudiantes a pensar por sí mismos. Tener clases diferentes no sería el único plan que debía ejecutar para marcar una diferencia, y quizá mover un poco la malla que nos limita a los mexicanos para ser estudiantes brillantes. Tenía que ganarme su atención, pero no sería con el método tradicional: "te regaño y me respetas", "yo doy órdenes, tú las obedeces". Me di a la tarea de interesarme en sus vidas de manera particular e integral, sabía que no podría llegar a conocer las necesidades de todos, pero podría entender a algunos que tuvieran el interés, de aprender como de vivir. Me encontré con vidas individuales con ganas de trascender, con muchas preguntas, y pocas respuestas dadas por los adultos. Vidas que viven el presente y ciertamente no piensan en lo importante que es su futuro y que cada cosa que hacen, tiene consecuencias que marcarán el mañana. Precisamente para eso estamos los maestros, para servir no para juzgarlos. También me di cuenta del talento que tenían, algunos habían realizado un excelente trabajo fotográfico, Tienen calidad para participar en un concurso, me dijo un amigo, al ver sus fotografías. Me encontré al violinista, al pintor, al guitarrista, a los que saben actuar, a los escritores, a los poetas, a los que aman 6

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escribir teatro. Les dije el último día de clases: No creo que haya alumnos tontos, ustedes son inteligentes, lo que creo es que hay maestros que no saben encausar sus energías. La pereza, el conformismo y la amargura destruyen la experiencia maestro-alumno. Les dije que los entendía. Yo no fui la chica más inteligente, no siempre fui lectora, no siempre hacía las tareas; pero hubo un punto en el que toqué fondo; y ver mis malas notas me hicieron recapacitar. Fue entonces que, entre otros puntos de esperanza, conocí uno que me cambió la vida: la lectura y la escritura. — ¡No tienen que seguir así!— les dije, esa era la buena noticia; les animé a que si no habían tenido un año tan bueno en sus notas, dieran el giro a su vida, podían hacerlo. Después de todo, una servidora, era un ejemplo imperfecto de cómo el esfuerzo y las ganas de hacer algo por la sociedad, trae su fruto en algún momento. Ya no era la adolescente que seguía a la multitud, ahora estaba parada enfrente de ellos, enseñándoles valores, responsabilidad, pensamiento crítico y literatura; cosa que a su edad nunca imaginé hacer, pero ese día yo misma me sorprendí de ver cómo la influencia de mis profesores había dado fruto y ellos lo estaban saboreando. De la columna Demersales en A Mayor, su autora, la ensayista Sofía Garduño Buentello nos había entregado el siguiente texto: L . Hoy, se concibe el poemario como una obra completa y cosida por un hilo conductor claro. El problema es que aquellos compendios de palimpsestos creados por autores de atención dispersa e inquieta terminan por


salirse de la idea de un proyecto verosímil ante los ojos de la comunidad escritora y yo me pregunto, ¿a dónde terminan por irse esos poemas como minificciones? Hablo de poemas que nacen, crecen, se reproducen y mueren en sí mismos, de ahí su belleza: su finitud. Por cuenta propia, pueden dar cabida a todo el universo de imaginerías necesarias para ser poemas plenos. No necesitan medias naranjas ni mucho menos todo un libro para explicar lo que querían decir. Francisco Segovia da en el clavo para explicar lo que sucede: en términos económicos el Estado ha tratado de hacer producto — y todo lo que ello involucra: ser reproducible, vendible y consumible— incluso a aquello que no puede serlo (¿Cuándo se ha podido lucrar con la poesía? ¿Acaso hemos escuchado hablar de Best Sellers de este género?). De ahí que instituciones como el FONCA y programas como el PECDA, apoyen la creación de proyectos de poesía como compendios de narrativa poética que tengan un principio, un desarrollo y un final a forma de novelas. Cabe mencionar que no por ello desdeño el apoyo que existe en materia de creación artística de toda índole, sino que tal vez la idea de evaluar un proyecto de poesía como un compendio de notas sobre un mismo tema, en las que incluso podría llegar a colarse un poco de paja, no sea la más acertada. Habría que hacer entender a las instituciones que la poesía es fugaz y feroz y por lo tanto es una bestia que no se detiene por mucho tiempo. Por lo menos hablo por mí, que no se detenerme a ver tanto tiempo a la bestia de frente, que paso de un objeto a otro con rapidez que escribo sobre todo y sobre todos, porque el mundo es diverso y rico, porque el chile, el mole y el pozole también se pueden comer juntos. Si la poesía nació como un objeto

literario breve, ¿por qué deberíamos retenerlo hasta cansarlo? De cualquier manera, es un ejercicio que me he propuesto estos días, hacer un compendio que siga un hilo conductor, y he de decirles que me parece una encomienda titánicamente difícil. Seguiré con la misión pero también seguiré manteniéndome al margen y escribiendo palimpsestos. Creo que lucrar con la poesía y hacerla consumible de acuerdo con los cánones de consumo actuales sería imposible, y para hacerlo posible se está tratando de imponer una forma de hacer poesía que sesga la palabra y obra de los escritores. La poesía es un arte (¡qué bueno!) que se hace con las manos vacías y que vacía nuevamente tus manos después de dejar la pluma sobre el escritorio. Ojalá, mis queridos lectores, la poesía se consumiera como se consume Coca-Cola en el mundo, ojala se sustituyeran los memes de la tarde por poesía, los noticieros por la hora de la poesía. No lo digo con afán de insultar lo que se consume, sino con la firme idea de que la poesía abre aquellos conductos sinápticos que de otra forma no se abrirían. La poesía despierta los más dulces sentimientos humanos porque hablamos del momento en el que otra mujer u otro hombre pierde toda defensa, se sabe vulnerable y extiende sus brazos para recibir al extraño en casa.

Si tienes algún comentario, me puedes escribir a: Sofiagb_11@hotmail.com

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Para su columna Mi punto de risa, el creador Roberto Cardozo nos había entregado: X . Es muy fácil, siempre será fácil juzgar y violentar los derechos humanos cuando nos cubrimos en el anonimato y nos diluimos en los arrebatos de una turba. Tal es el caso de lo que está sucediendo en algunas poblaciones de la costa yucateca, que tuvo como detonante la sangrienta agresión a un señor de la tercera edad cuando apenas abría su tienda a las cuatro de la mañana, perpetrado por pescadores que llegaron desde Champotón, Campeche, a Dzilam González, Yucatán, y que se quedaron a vivir después de terminada la temporada de captura de pepino de mar. Es preciso señalar que este descontento entre los pobladores nativos de la zona se venía acumulando desde hace varios meses, debido a que los pescadores foráneos han ocasionado otro tipo de conflictos desde su llegada. Todo explotó este domingo 16 de julio pasado, con el sangriento hecho que mencioné al principio y para la tarde del mismo domingo, un centenar de pobladores se manifestaba en los bajos del palacio municipal, exigiendo al presidente municipal la expulsión de todos los foráneos de la población. El presidente municipal accedió a esta petición y personalmente, de casa en casa, invitó a todos los foráneos a salir del pueblo. Puedo entender la molestia de los pobladores. Puedo entender la rabia sentida, porque también la siento, por el hecho de la agresión a una persona tan apreciada en la comunidad. Pero no justifico la violencia de las manifestaciones, que han llegado a los golpes y agresiones físicas en contra de las personas foráneas que viven ahí. El delito es un hecho grave, los responsables ya fueron detenidos, 8

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por lo que se debe castigar con todo el peso de la ley. Pero no debemos olvidar que algunos de los inmigrantes sí están dedicados a trabajar honestamente. Otra lectura importante es, que si estos pescadores vinieron por la apertura de la temporada de captura de pepino de mar (de ahí que se les conozca como los “pepineros”), la lógica indica que al terminar la temporada, estas personas se regresen a sus lugares de origen. La realidad es otra y está a la vista de todos. Los pescadores, en este caso los “pepineros”, siguen dedicándose a la captura de esta especie marina, de forma furtiva y clandestina, por lo que desde ahí se debió empezar a investigar. Que paguen los culpables de todos los delitos que se están cometiendo en la zona costera. Aquí lo interesante es cómo las autoridades actúan de manera visceral, con la única finalidad de apaciguar a los manifestantes, sin que se propongan jalar el hilo de la madeja hasta llegar a las últimas consecuencias. La pregunta obligada, porque también la gente local se dedica a la captura clandestina del pepino de mar y también han cometido hasta asesinatos, es que si únicamente se perseguirá a las personas foráneas, ¿o también a los delincuentes locales se les pedirá que se salgan de la población? Otra de las medidas, es que, al haber algunos foráneos que ya tienen relaciones sentimentales con habitantes locales, se les está pidiendo que llenen un registro en el Ayuntamiento y dejen sus datos personales, como si regresáramos a esa época fascista en la que uno no podía pestañear sin avisarle a las autoridades. Me parecen acciones xenófobas y fascistas, pero puedo entender que los pobladores y las mismas autoridades han sido


rebasados por este fenómeno. Una de las primeras acciones debería ser la ejecución de la ley en el tema de la captura clandestina de pepino de mar. Un tema del que pronto estaré hablando, ya que también ha venido a cambiar la dinámica de la vida en la costa yucateca. Mi abuelo también fue un migrante que llegó a Dzilam González, hace muchos años, por lo que estoy tomando las medidas pertinentes y ya solicité una cita en las oficinas consulares de Dzilam. A este paso, pronto nos van a solicitar visa a todos los que no vivimos en el pueblo. Nos leemos, en el siguiente número. También la poeta Blanca Vázquez había enviado su columna titulada Incipit, en la que disertaba sobre la obra del poeta Ángel Carlos Sánchez, en un texto titulado: L

Sigo deseando percibir, cuando cierras los ojos, esa transición siempre brumosa entre la distancia y el tiempo. Ángel Carlos Sánchez

Alfred Adler mencionaba que el primer recuerdo que tiene un ser humano es la llave que le brinda la oportunidad de conocer y definir su presente. Sabía Adler que no podía confirmar la autenticidad de los recuerdos de las personas que llegaban a él, pero aun así, consiguió llegar a la conclusión de que cada individuo vive la vida basándose en sus recuerdos, recuerdos que al mismo tiempo, están siendo continuamente reinterpretados desde los pensamientos y sentimientos presentes. ¿Qué une a Ángel Carlos Sánchez a este espacio terrenal? Su palabra, y sus palabras son el recuerdo de aquello que lo ha conformado como creador. Él se presenta en cada poemario de manera tan auténtica que podemos ya ir

conformando la estética de este escritor guerrerense que hoy tenemos aquí. Exposición a la ausencia (Impresiones del sinsentido) se ha reeditado para tener la oportunidad de dialogar con él y su yo poético. ¿Quién se expone a la ausencia? Sólo aquel que se aleja o bien busca separarse de algo o de alguien. Pero cuando se trata de un ser humano, y es ese ser humano que se ama ¿Cómo es que nos podemos exponer a la ausencia? Sencillo, cuando dos seres están inmersos, cuando se aman desaforadamente, cuando la existencia depende del él o de ella, cuando se muere estando vivo al sentir la lejanía la ausencia llega. “Entonces tengo nuevamente Ese misterioso asombro íntimo: Rememoro a solas errores, causalidades… Enfermizamente necesito Sentirte o comprenderte extraña.”

En este poemario se comparte la poesía en tres espacios: El sinsentido ambiente, Gotas al margen y Exposición a la ausencia. José Gorostiza mencionaba que en su propia casa como en la ajena, creía sentir que la poesía penetraba en la palabra, la descomponía y la abría como un capullo a todos los matices de significación. Hay un vacío, un sinsentido ambiente que desentraña al ser de no saberse al lado de quien ama. ¿Sigue existiendo el amor en este siglo materializado? Si. Me dan gozo las palabras del follaje. Tomo breves descansos en rincones claros del parque o en medio de un sendero, al lado de la palabra “escarabajo”. Los besos no son alados pero flotan serenamente y se deshacen al tentarlos con un latido ventricular. Reprimo a la hormiga cuando roza tu palabra “ombligo”: una mariposa y el vientos se asustan y vuelan estorbándose.

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Lluvia ausencia, Como si la noche estuviera regresando de viaje antes de tiempo. Espero que la soledad no confirme su ausencia.

La poesía es también un recorrido cronológico en la que el yo poético nos introduce en su lóbulo frontal y de manera aleatoria nos empuja de un recuerdo a otro. Sí, sí hay una secuencia periódica, pero al mismo tiempo se traslapan eventos, sitios, pasado y presente. Cuando se lee poesía hay un reto interesante, hace que el lector establezca sus pautas sintácticas y por qué no semánticas, ya que los autores crean su propia atmósfera y estética que los hace disímiles pero que los conjunta la imaginatio lectora. Hay en nosotros un margen, un límite que a veces sin darnos cuenta se nos desborda, como corrientes de agua furiosa, como palabras a borbotones que se escurren en los cuerpos, Gotas al margen de nuestro ser.

Perdóname estuve muy tarde cuadro fijo y enmarcado. Por fin libre de mí, acá, así, un rato agua en movimiento, tu mensaje dice que pronto un mes ninguno vendrá. Te desconozco lo suficiente para saber cuánto lluvia en ti, cuánto tiembla.

Lo vivido es importante, pero más lo es el proceso de interpretación porque produce una significación emocional. Buscar dentro de nuestros recuerdos también nos lleva a concentramos en uno o en varios, estableciendo qué es lo que ha sucedido. Esos recuerdos pueden ser muy nítidos o aparecen como manchas confusas y casi veladas. Pareciera que nuestros recuerdos son la narración precisa de una situación que vivimos y que se encuentran íntegros en nuestra memoria, pero no es así, ya que eso a los que nos referimos, ese pasado, se forma o conforma desde el presente con nuestras creencias y actitudes que hoy 10

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mantenemos. Los recuerdos son las palabras de nuestra vida. La exposición a la ausencia retrasó hasta la tarde este

hoy

Y mañana será de algo distinto a la poesía. Muchas parejas se darán un préstamo importante: Que al dormir acompañe toda la noche la lluvia.

La poesía nos remite a observar la obra literaria y saber qué y cómo lo expresa; sus acontecimientos, sus voces poéticas, sus dimensiones, su ambiente, el tiempo y el espacio. Este poemario editado por Ediciones La Boruca, Exposición a la Ausencia (Impresiones del sentido del sinsentido) reencuentra con la esperanza del seguir amando aún cuando se piense que no hay nada dado, que la existencia confabula para dejar los recuerdos atrapados en mensajes de texto, miradas o llamadas espaciadas. Es un poemario donde el amor se enfrenta con su memoria, que puede ser la de ustedes o la mía. Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68

En la columna Desvaríos de la freaky neurosis, la cuentista Gema E. Cerón Bracamonte presentí un texto titulado: P .

Ríe y el mundo reirá contigo; llora, y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar. Charles Chaplin

A nadie le gusta cargar con problemas ajenos. Podemos ser lo suficientemente compasivos o empáticos; podemos incluso ofrecer consuelo a las personas que apreciamos y se encuentran atravesando una etapa difícil. Sin embargo, vivir en un estado de constante


estrés, causado por alguien que no seamos nosotros mismos, no es el objetivo de la mayoría. Me parece absurdo, por ejemplo, cuando las personas se empeñan en compartir estados del Facebook diciendo que están tristes, enojados o despotricando a diestra y siniestra por tal o cual problema. Y no me refiero a un simple comentario donde se denuncia un hecho que está mal (eso me parece correcto); me refiero a algunas personas que dan santo y seña de su vida privada, quejándose de que sus parejas las trataron mal y al día siguiente, publican la foto de la reconciliación, como si nada hubiera pasado. Se quejan de algún establecimiento y siguen comprando ahí. Se pronuncian contra el sistema, pero continúan votando por los mismos. Hablan pestes del vecino, pero ahí están luego departiendo con ellos, como perros falderos buscando una galleta. En lo particular, me parece una pérdida de tiempo quejarse en un sitio web de cada cosa negativa que ocurre en la vida (como si Dios tuviera Facebook y esperaran la respuesta de: “no te preocupes hijito, todo estará bien”). Cada persona tiene conflictos con los cuales debe lidiar, para encima tener que preocuparse de las acciones ajenas. Entonces, ¿por qué son tan populares las redes sociales? Supongo que el ser humano es curioso y competitivo por naturaleza; por eso nos encanta ver en qué gastan su tiempo los demás e incluso pudiera ser una forma de comparar nuestros logros contra los logros ajenos. Quizá también, al formar parte de una sociedad, muy en el fondo (aunque lo neguemos), necesitamos la aceptación de nuestra comunidad. Y no existe manera más fácil de presumir un éxito, que cuando se comparten estados felices de un empleo, de las vacaciones, o de los logros de nuestros hijos.

Por otro lado, nos agrada escuchar historias de éxito. Aquellas de personas comunes que logran alcanzar sus metas. Donde a pesar de todos los tropiezos y dificultades, se vencen los límites. Podría citar por ejemplo a Charles Chaplin, con un padre alcohólico y madre con problemas psiquiátricos, con una infancia llena de carencias; quien se convirtió en el cómico más importante del cine mudo. Frida Kahlo, cuyo arte ha trascendido las fronteras, no se habría desarrollado como pintora, de no haber sufrido aquel accidente que marcó su vida. Oprah Winfrey, con antecedentes de abuso infantil, ahora una de las mujeres más poderosas del espectáculo estadounidense. Ingrid Silva, la primera solista del ballet de Nueva York, salida de una favela brasileña. J.K. Rowling, quien tras haber sufrido de depresión, pérdida de su matrimonio y empleo, logró escribir una historia que vendió millones de copias alrededor del mundo (aunque al principio, rechazaron sus escritos). O Astrid Lindgren, la escritora sueca de mayor difusión internacional, cuya historia de Pippi Calzaslargas, fue también rechazada por considerarla demasiado irreverente para la época en la cual fue escrita. Tiempo después, Astrid se consagró como escritora e incluso su opinión como intelectual era sumamente respetada en su país. En lo personal, las vidas que más me inspiran son aquellas donde existen varios tropiezos; pues en ellas reconozco la imperfección del ser humano, y con ello, mis propias imperfecciones. Entonces comprendo que se necesita constancia, trabajo duro y, a veces, caídas muy fuertes para poder levantarse. Pues no existe mayor delatripa 37

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satisfacción que salir airoso de cada problema; sobre todo cuando al éxito le ha precedido una serie de caóticos eventos. Por más duro que parezca, necesitamos aprender de cada experiencia. La vida no es fácil y en muchas ocasiones, es indispensable perder para ganar. Para concluir este apartado del regreso de nuestra revista, revisamos el trabajo de Jéssica de la Portilla Montaño, que en su columna La Niña TodoMePasa nos presentaba el texto titulado: L . Todavía trabajaba en "el periódico más grande de la zona El Bajío" cuando mi mejor amiga de Ciudad de México me habló por teléfono para decirme que había ido con una médium de ángeles. Sí, lo juro: yo puse exactamente la misma cara de what. Solo pensé: ¿De qué hablas?, ¿y ahora qué te fumaste que no invitas? A pesar de que tengo más de ocho años leyendo la baraja del Tarot para adivinación y terapia, me quedé por un par de horas con mi carota de queeé. Que mi amiga fue con una persona que te da mensajes de tus ángeles, que le dijo cosas muy íntimas, y por supuesto de lo más certeras, como por ejemplo que no siguiera vistiendo de negro o que ya no se bañara con agua tan caliente, y otras cuantas cuestiones que por supuesto ya no me contó. Colgué el teléfono y seguí en mi asunto, aguantando al que fuera mi último jefe, un viejito de esos que te hacía sentir una idiota sin necesidad de insultarte y que siempre contaba la mismas anécdotas. Continué con mi vida sin mayor problema y me olvidé del asunto. Luego me tocó recorte de esa oficina. Me puse a llorar y no podía dejar de hacerlo, más

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que nada porque era precisamente lo que yo quería. Pocas veces me ha sucedido el no contener las lágrimas ante tanta felicidad, y es literal que no podía tranquilizarme. Aguanté ahí casi tres años editando un periódico, aprendí mucho pero hubo días, que de hecho fueron casi todos, en que salí chillando y con el juramento de que ahora sí ahora sí iba a renunciar; y al día siguiente como si nada y dispuesta a soportar jetas hasta que me liquidaran. Mis lágrimas de cocodrilo se evaporaron solitas en cuanto vi la cantidad plasmada en un par de cheques, uno por mi liquidación y otro por el fondo de ahorro que nos tenían que dar en febrero, un mes después de mi feliz adiós. A mi esposo también se le olvidó la congoja cuando le dije que de pronto tenía setenta y tantos mil pesos para disfrutar de vacaciones pagadas durante mínimo unos ocho meses... Pero, por supuesto, no soy lo que se dice una estudiante graduada en economía doméstica. En menos de tres meses nos comimos, literalmente nos comimos en cantidad de restaurantes y saliditas, esos setenta y tantos mil pesos, sin haber hecho ni un solo viaje fuera de León, Guanajuato, sin haberme comprado la laptop por la que tanto he sufrido, y sin siquiera haberme hecho de un par de estúpidos tenis. WTF! El recorte de personal fue casi a finales de enero de 2017. Cuando me di cuenta ya estábamos en septiembre y yo sin un peso, sin chamba, sin haber escrito ni medio versito, feliz con mi hija todo el santo día pero sin mayores actividades que limpiar la casa (según) y ver series repetidas. Ya había pensado en regresar a la universidad, misma que dejé primero por un


berrinche cuando intentaron de acusarme de deshonestidad académica, y luego porque entre el trabajo de tiempo completo y la maternidad y shalalá. Justo en esos días estaba pensando en solicitar mi certificado de preparatoria a la promotora, cuando de la nada y tantos años después me llegó un correo notificándome que quedaban algunos días para inscribir materia. ¿Casualidad? Me inscribí. Los cuatrimestres de cuatro materias ahora eran módulos de un mes para llevar una sola clase. ¡Perfecto! Por fin había ocupado mi cabeza con algo productivo. Escribir hace tiempo que no se me da como antes, lo cual agradezco, de hecho, porque cuando empiezo con narrativa me da un insomnio que se convierte en amenaza de psicosis. Estoy más tranquila entre menos tecleo. En esos meses aprendí a cocinar. Sí, a mis treinta y muchos años por fin aprendí algo a lo

¿Dónde está?

que toda la vida me negué, a pesar de que mis tres primos hermanos son chefs titulados y todo. Un día cualquiera creo que de noviembre, y ni sé por qué fue, pero de la nada se me ocurrió hacer una fanpage de Facebook: Tarot Adivinatorio y Terapéutico. Y no sé si fue antes o después que encontré una novena del "trabajo de mis sueños" al arcángel Chamuel, a quien jamás había escuchado mencionar. Y de hecho lo encontré en la misma página donde hace ya trece años descubrí la existencia de una Escuela de Escritores en Coyoacán, cuando no buscaba ninguna escuela de escritores sino información sobre el psicotrópico ilegal más popular. Y lo demás te lo cuento la siguiente vez que me leas por acá… www.TodoMePasa.com @todomepasa

Pedro Hernández.

—¿Dónde está?—, preguntaba mientras estaba en la cocina. —¿Dónde está?—, volvió a preguntar mientras manejaba. Podría sonarte molesto tener a tu novia haciendo las mismas preguntas cada día, cada semana, cada mes. Pero es bueno tener alguien de compañía, a pesar de que solo haga esa pregunta. Un día volví tener la misma rutina con ella, y antes de salir de mi apartamento hizo la misma pregunta y, finalmente, le respondí furioso: —No lo sé, la policía aún no encuentra tu maldito cuerpo. delatripa 37

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Agentes nocturnos de la caña .

1. El fuego. L puede ser concebida de dos formas: como un elemento redentor o como otro purgador. Lo primero se corrobora mediante un ligero repaso histórico de aproximadamente tres milenios atrás. En tal ejercicio, encontramos que ya desde los tiempos monárquicos-hebreos del s. X a. c., y de los poetas míticos homéricos del s. VIII a. c. el fuego era un símbolo poderoso, como se comprueba en los libros sagrados cuando se lee que muchos infantes eran arrojados entre los brazos llameantes y triturantes de los dioses Quemos y Moloc, o como cuando se prendía en llamas a toda una ciudad por venganza, como sucedió con Troya, ciudad del raptor de Helena. Con los niños sacrificados, los deudos buscaban redimir sus tierras, recuperar la prosperidad de sus campos de espigas; con las ciudades bajo llamas, también se buscaba restituir la dignidad de una nación o, como en el caso del (auto) incendio de Roma en el 64, reivindicar el nombre de su emperador. Pero, también el uso del fuego es purgativo, pues ha intervenido con los propósitos de recolección de frutos, semillas y hortalizas. La caña de azúcar, por ejemplo. Este agente ha purgado desde antaño, con sus fulminantes brazos, sendos prados de azúcar para desenredar la vara dulce de malezas y ayudar en el proceso de la extracción de su líquido. La quema de este producto es toda ya una construcción de mitos en muchas culturas, sobre todo si las sofocantes llamas son provocadas bajo un cielo nocturno. La planta proviene del Extremo Oriente, y fue España quien la introduce en América. En aquel hemisferio, el corte se realizaba en crudo. Pero los americanos la pasamos arrogante por la cata

Oveth Hernández Sánchez A Zacnicté Irazuh Batún Vega, naturaleza solitaria e incomprendida, que gusta de la saciedad. Hermann Hesse.

del fuego. Cruda o quemada, los cubanos y mexicanos conocemos el exquisito olor de su carne. Se dice que los persas, cuando se entregaban a tan bucólica actitud de recolección, combinaban un espíritu de solemnidad con otro de saciedad. Para los mexicanos, en especial para los cañeros de la Subregión Chontalpa, de Tabasco, también se superpone un instinto de sobrevivencia y espiritualidad, un instinto en suma contemplativo. 2. Las cenizas. Así, los chontalpeños se dan prisa en agilizar el proceso de la tumba de la caña no sin antes atestiguar la magia de su caída. El fuego es un agente seguido de otros. Hay un grupo de agentes que lo componen ciertos testigos. Un testigo puede, desde un punto de la zona incendiada, mirar cómo las llamas retan las alturas y muy arriba ver cómo se desintegran en millares de chispas de fuego que se expanden hasta extinguirse en la noche oscura. Otra estupefacción sucede cuando entre esas nubes de fuego y humo la luna se camuflajea con su luz radiante. El cielo y el horizonte nocturno se vuelven mágicos. La música de la noche, el chispear de las hojas carbonizadas, el silencio que se posesiona en el prado vuelto cenizas y el olor a tierra y caña quemadas son capaces de crear otro mundo en la mente de quien funge como espectador desde la corta distancia.

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3. El incendiador. Un primer agente de este grupo de testigos es, sin duda, el incendiador. Es el individuo a quien le ha sido encomendado el acto de la quema. Tal personaje debe cumplir con ciertas características esenciales. Su primer requerimiento será la Valentía. No todos están acostumbrados a lidiar con el fuego, tal fue la suerte de aquellos verdugos babilonios, quienes al echar al horno de fuego a los tres detractores del rey Nabucodonosor alcanzaron mortalmente ellos mismos sus incinerantes ráfagas. Por eso, quien atizará las llamas en los infinitos cañales sabrá que morir entre sus flamas se postula como posibilidad. Otra actitud que debe cumplir es un ánimo alborozado. Debe ser un joven atrevido, uno que no le tema a los retos. En cada familia de ejidatarios cañeros hay siempre un mocoso valiente y alborozado. Por eso, cada quién envía a sus locos a ejecutar la incineración. Así, el incendiador no teme a la muerte, y se yergue a la orilla del infinito pastizal dulce con euforia y adrenalina. Toma la antorcha y corre de una esquina hacia otra dejando mechas de fuego por todo el sendero. Su espíritu se enardece y se ensancha de emociones, exhala alaridos de catarsis y de alucinaciones como de posesión. Por fin, cuando ya ha recorrido medio kilómetro de orilla, al ver la pared de amarillas miradas que carcomen las hojas asidas a las carnes de la vara de caña y le tronetean sus huesos de azúcar, entonces se sienta y después se recuesta en la tierra cerca de la guardaraya, se pierde en la comtemplación de un nocturno cielo ya semi rojo. 4. El inspector. Justo cuando el vapor de esas infinitas hectáreas de caña comienza a subir en señal de consumación, allí aparece otro agente-testigo con menos temple, el inspector. Él es un

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emisario de la empresa azucarera a la que los cañeros ejidatarios se encuentran afiliados. Este sujeto llega por lo general alrededor de las ocho de la noche en un volkswagen tipo sedán (“volcho”, “vocho”) o en una camioneta v6 con batea. Lleva traje grueso, generalmente viste con botas de casquillos y gorra. Siempre sostiene en sus manos un tablón de notas. Su propósito es cerciorarse si la orden de quema ha sido ejecutada en tiempo y en forma. Su presencia es fugáz. Normalmente, después de las formalidades, el “inspe”, ante la vista flácida del socio cañero a quien ha escrutado, se sube a su vehículo acompañado del delegado municipal y el comisariado ejidal para ir por “dos como la gente”. 5. El velador. Después viene la imprescindible imagen de otro agente-testigo icónico, el velador. Y es que la imagen del velador guarda semejanza a la del bufón. Vaya acompañado de su contratador o de su acompañante, el velador desde que se desplaza a la zona de trabajo le sirve a su interlocutor de contador de historias, generador de risas y de caos. Este agente normalmente acostumbra llevar consigo un chalán vigía. En el camino rumbo al cañal van contándose chistes mal relatados, juegan a las carreritas y hacen recuento de las leyendas de la llorona. Entran al callejón, llegan al terreno, y trepan la máquina que necesita de la seguridad. A veces, al llegar al cañal, las llamas no han cesado aún. Ambos se ponen de frente a la pared de fuego, y sus pupilas se colorean, dejan entrar en calor sus cuerpos. Extienden sus manos para absorber el poco sereno que escapa del vapor, luego se disponen a trepar con mayor rapidez y arrebatar el mejor lugar arriba del autotractor que deben cuidar durante la noche, para cuyo objetivo fueron contratados.


A diferencia del incendiador y del inspector, el velador es un ser sufrido, uno que vende la comodidad de la noche, alguien que sólo o acompañado establece en la vigía una tensión cargada de resuellos, de nostalgias, de un no sé qué. Siente culpa y adviene la confesión, se asincera consigo o con su peón, es alguien que llega para quedarse, para aguantar la friega de la oscuridad; dormir es su cura. Duerme encaramado en el tractor. 6. El ingenio azucarero. Pero, hay otros agentes determinantes en la industria de la zafra. Uno de ellos, el ingenio azucarero. Su aparato recolector es gigante y cuantioso. Este agente dispone hasta de treinta máquinas de fuerza, de recolección, de carga y de traslado para el producto parcelario de un trazo de seis hectáreas, que es de lo que cultiva un productor campesino en promedio. Así, cuando le llega al agricultor el turno de la recolección de su cosecha, éste se entrega a la observación resignada de un movimiento de máquinas que, después de arribar desde la noche anterior, comienzan a trabajar desde las cinco de la mañana cuando los cortacañas ya han dejado largas filas de gavillas detrás de ellos. De hecho, a la media noche, cuando los veladores aún no concilian el sueño, se les ve venir a las máquinas desde la lejanía de esos infinitos trazos de plantíos de cañas, enfilados como un ciempiés que avanza hacia donde está uno, como si cada uno de sus pies iluminara su propio camino. Por su parte, a veces los veladores se encuentran en sus momentos de ensueños y éxtasis cuando desde lejos miran en el paisaje nocturno desde tres o cinco kilómetros esa luz parpadeante que se ve cada vez más cerca. Se mira desde lejos ese aparato cosechero y emergen al momento las supersticiones al confundirla con luces de “encantamientos”. En un sobre salto ante tal confusión, el velador más

listo halla ocasión para explicarle al más novato el recuento de los “encantamientos”: ...El encantamiento comienza siendo una luz insignificante; cuando alguien la ve, entonces, ésta se va haciendo mayor hasta que ilumina con fuerza, lo que permite dar con ella, cavar y obtener el tesoro que guarda; de hecho, uno de esos raudales podría ser el mismo tesoro de Moctezuma...

7. El productor cañero. Finalmente, hay un agente más de la caña, uno que mira caer sus cañas como lienzos perpendiculares, y que luego son atrapadas por las garras de esos tractores alzacañas, uno que cuenta treinta, cuarenta, cincuenta camiones salir repletos de cañas en dirección al ingenio azucarero. Él es un agente nocturno más de la caña. Él reúne todas las cualidades de los demás agentes en su propia persona. No sólo está presente cada que determinado agente ejecuta su misión, sino que también mira la magia del fuego, la trituración y la maquinización de su producto. El productor cañero lleva consigo una hoja de cálculo donde hora tras hora suma centenas de toneladas de caña de acuerdo al número de camiones que suben a la báscula para luego partir al molino. ...Pero, aún obteniéndolo hay un problema, y es que nada es gratis, el costo que tienes que pagar para poseer tal riqueza es a veces hasta mayor de lo que terminas ganando…

Después, en las siguientes horas, cuando su cañal ya ha sido rapado, desraizado y ya no quedan señales de maquinización, ni de algarabías ni personas ni nada; cuando la noche ya se ha ido y el sol calienta sobre el tronquerío de cañas cortadas, y hace despedir de ellos un olor amielado y nostálgico; entonces, bajo algún árbol cercano, como todo un productor cañero, simula la tabla final de activos y pasivos. delatripa 37

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...Dicen que el que se mete en esas cosas termina devastado y poseĂ­do por el gran diablo. No vale la pena. Por esa razĂłn a mucha gente esas seducciones no le interesan. AsĂ­, como dicen, es mejor ganar el pan diario con el sudor de la frente.

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Daniel Sibaja. Mis bienamados al rescate o Fragmentario sobre el perro de la familia.

Perra la maldita hora y la forma en que murió. Antes de olvidarse del cántico hogar y de su familia, los bienamados, y sin poderse ir lejos, sin medidas o apapachos, pudrirse entre escombro y hojas secas de guanábana fue su infortunio. Añorando al teniente y a sus hijos, a la maestra y al mosaico que lo arrullaba por las tardes, como un parasol, el techo y sus ventanas, aullaba por volver; recuerdo, en la noche acostumbraba cubrirse del frío, extendiéndose cerca del verde sofá y del cuerpo pendiente de sus súbitos; porque fue ascendido por su corpulenta y canina masa, que más bien fue perrísima figura de un corcel y cancan al llegar su gente; además, alaridos y rugientes contra el miau, una gática enemiga jaúrica de todos en la calle 14 pte. desde la número 204, residencia sin color y rejas oxidadas. * Pedro, el teniente, estuvo embriagado y hastiado de su vida por años. Frente a la aurora, gritaba, disparando con una remmington magnum de calibre 7 mm hacia el hocico y sus ojos vivitos de café, manchados de negrapupila, de su oscuro pelaje y sus nobles colmillos pa' fuera. Apenas con suerte esquivó balas y maltratos del usual hombre firme, su amigo. Obedecerlo fue la tarea de toda su historia. Echándose al suelo, siguiendo la melodía que al chiflarse reconoció de cuando en cuando, para volver a casa, para subirse de patas al cielo a la ranger siempre azul y beberse el agua a lenguaciones. * Los ladridos del chucho fueron cada día de un minotauro preso, de una bestia temida por escuincles de paso y mamaítas preocuponas que

no aguantaban ni un guiño del can familiar y de su forma tan grotesca de colgarse las babas y agitarse como loco-moribundo, para finalmente tirarse a la reja y moverse como presumiendo su postura agigantada. Ahí viene el perro de perros, métanse, carajo, métanse. Sólo los hijos del teniente que jugaban con él podían enfrentarlo sin medida alguna. Olía sinvergüenza las colas femeninas de las visitas; y a falta de hembras caninas, se embrutecieron sus ganas de perder la virginidad perruna. Es lastimoso, saber que nunca pudo reproducirse, nohombre, y es que tanto rey fue de esta casa que, tocando la puerta en días lluviosos o acalorados, ya sea relampagueando o entre el sol de nuncajamás, pudo a sus anchas entrar al palacio siempre que quiso y tenderse al frío de los mosaicos. Su maldeamores era su paladar bien nutrido y bien cuidado, de leche y pan francés, teleras o cuernitos, todas las veces cuando enfermaba, o todos los viernes. Este recuerdo significa: perra la semana que ha pasado y la nostalgia que nos falta para sentirlo junto nuevamente. * El teniente aguantó la separación de sus hijos y por más de ocho años estuvo acompañándolo en sus viajes a un terreno de monte alto, más para sí mismo que para su descendencia. Tres años antes de su muerte, regresó a esta casa de mosaicos, repitiendo sus hazañas en la 14 pte. Ya para esas épocas, otra mujer había ocupado el lugar que obtuvo al lado del teniente. El error no fue ignorarlo, el error estuvo inmerso en apresarlo, una vez más, en casa del teniente delatripa 37

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con aquella: la de olores irreconocibles, una mujer llamada Rosa y que por cariño nos acostumbramos a reconocerla con un diminutivo agradable. Ahora, en los mosaicos no hubo un rey, ni un minotauro, mucho menos un compañero en los jardines, o a quien despulgar; ni conversar pudimos con nosotros mismos. Corríamos a campo abierto, y sobre la ranger miramos la ciudad, si acaso no olvido, escapando de abejas en un terreno lejano y disparando por vez primera hacia unas latas de coca-cola y botellitas de caribecooler. Quizá lo tapamos mal y le dimos una sábana inca tan vieja como desgastada. El error fue —por más que corrí ese día a su rescate— no traerlo a casa ese sábado antes del lunes, casi cumpliendo un año en ese maldito laberinto, prisión de caras desconocidas. * Murió por un sedante de veterinario chafa y mataperros. De camino a casa se tambaleó y echose a los brazos del teniente, quien lo vio dar un último alarido y movimiento de bigote. “Murió…”, me dijo, entrellorando desde una llamada jamás prevista, y supe que era tarde. Oímos todos, ese día, una calle repleta de ladridos. Y aullaron los perros, sí, los gatos, sí, incluso la familia entera, cada quien por su lado y su rincón; pero El Canuto, mi perro, no alcanzó a ser siquiera la excusa para volver a reunirnos.

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El rumiguero. Cuando era un niño recuerdo soñar con ser aventurero, escalar las montañas más altas, viajar por el mundo y contar las historias más maravillosas, ¿y ahora? Ahora soy adulto, un adulto con forma de adulto, y que hace todo lo que los adultos hacen, vestir de colores sobrios, conducir un automóvil clásico (que ahora es mi mayor orgullo), y trabajar con los mismos números que tantas pesadillas me ocasionaron en el colegio, ¡un adulto! Hace unos momentos, sentado en mi sofá favorito realizaba las cuentas del mes, y no pude evitar darme contra el escritorio, ¡otra vez ese ruido! No cabe duda que el que lo esté haciendo, no sabe de deberes, ni de trabajos, ni de cosas de adultos. Es un rumiguero, sin duda, esos sí que no saben de nada; se la pasan el día jugando y saboteando a las personas decentes que, como yo, sólo queremos tener una vida tranquila. Debo haber dejado migajas de aquel dulce de amaranto que me regaló Lupita, no hay otro motivo por el que pueda estar aquí. La pregunta es dónde… Esos atrevidos tienen un sonido muy dulce, pero se la pasan copiando los sonidos que más les gustan y pueden sonar como pajarillos cantores, o lluvia ligera, pero también como estruendosos martilleos; por eso pueden llegar a ser molestos. Pero éste en particular, suena peor que todos, tiene un sonido escandaloso, como de campanillas que quien sabe dónde habrá escuchado. ¡Ridículo!, eso es lo que es. Un ruido que aparece cada tantos minutos sin detenerse y que atrae las miradas inquietas de mis vecinos. Tres noches han pasado sin poder pegar el ojo. Pero no más, está vez voy a atraparlo, cueste lo que cueste. Y ahora, heme aquí, haciendo a un lado mis documentos para ir por ése rumiguero; espero unos momentos y… sí, ahí está una vez más, inundando mi habitación con ese sonido como sirena, enloquece; c om e n z a m o s e l j u e g o d e a t r a p a d a s s i n m i consentimiento, ignoré el sonido algunos minutos hasta que, cansado de esconderse, se asomó para ver por qué ya no lo seguía. De reojo lo vi acercándose a brinquitos y, disimuladamente, saqué un nuevo dulce de amaranto, justo para la ocasión. Al verlo, dio un chirpido alegre y

Lucero Ramírez.

se abalanzó sobre él, para luego salir volando con su premio; por pura suerte conseguí atraparlo de una de sus patas. Sonreí y lo sujeté con fuerza, pero era más fuerte de lo que pensé, y en vez de tirar de él, él terminó tirando de mí hasta que me encontré corriendo con todas las fuerzas que tenía fuera de mi segura habitación, tropezándome en el camino con la puerta, algunos muebles y macetas que se encontraban en mi camino; la velocidad de la criatura fue aumentando hasta que de pronto sentí que mis pies dejaron de tocar el suelo, y lo único que podía ver eran imágenes que pasaban rápidamente. Sin poder soportar la velocidad, terminé por cerrar fuertemente los ojos mientras todo giraba a mí alrededor; hasta que de pronto… se detuvo, y caí sentado en algo mullido que me parecía familiar, abrí los ojos despacio… era el sofá de mi habitación. Estaba a punto de reprocharle al rumiguero el viaje tan repentino, cuando desde mi estómago una extraña sensación ascendente se comenzó a apoderar de mí, y de pronto temí que fuera a expulsar todo su contenido; por suerte no ocurrió, en cambio, una delicada calidez me inundó, y escuché aquel sonido extraño de campanillas por la habitación, seguido de otro sonido escandaloso que se le unió, creando una extraña harmonía; un sonido que hace mucho había olvidado surgió de mí, hace décadas que no reía de esa forma, con una fuerza que me llevó a doblarme sobre mis rodillas, y no pude evitar las lágrimas que caían despacio y en silencio; hace tanto tiempo que no me sentía de esta forma, olvidé los números, y los deberes, y el trabajo, y las compras que tenía que hacer; por un momento, dejé de ser un adulto. Finalmente pude controlarme, y vi de reojo al rumiguero que dando un último chirpido se posó sobre mi hombro. De golpe lo supe, éste no era un rumiguero cualquiera, era mi rumiguero.

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El carrizo

José Martín Hernández Torres

Mi apá me contó, que cuando la gente enfermaba, acudía a consultar al "curandero”. Éste era un matrimonio, el señor tenía una enfermedad, y su mujer lo llevó al curandero para que le diera un remedio. El remedio consistió en tomar té de hojas de carrizo, instrucción que se atendió tan pronto como llegaron a casa. Al día siguiente el paciente se sentía sin fuerza para caminar, y la esposa, nuevamente acudió al curandero para explicar tal situación; le pidieron tomar el té pero del tallo del carrizo. Las instrucciones de nuevo fueron seguidas al pie de la letra. Los malestares continuaron, y la señora se entrevistó con el curandero por tercera ocasión; le explicó la desmejoría, Ahora ha estado tirado en la cama y casi no se mueve. Ante tales comentarios el curandero cambia otra vez el remedio, el té ha de ser de la raíz del carrizo. Tan rápido como le fue posible, la mujer prepara el brebaje y con dificultades hace que su marido se lo tome. Al día siguiente la mujer se encuentra con el curandero: —¿Ya tiene mejoría su marido? —No. ¡Murió! — Entonces queda claro que el carrizo no es un buen remedio.

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Los canes del sol Esa mañana cuando el señor Ramiro abrió la puerta, Don Garrapata estaba muerto. Su cuerpo estaba hinchado y lleno de sangre en el hocico, al igual que la celda; las moscas rondaban por toda la perrera en busca de alimento. El más viejo de los canes estaba inerte, en medio de la asquerosa jaula a la que le llamó hogar. El cuidador por un momento se enfureció, pero no hizo nada, ni siquiera patear el cuerpo. Salió hacia largo pasillo, para luego volver con unas bolsas de basura destinadas a envolver el cadáver del perro. Una vez terminado su labor, se lo llevó al patio, y estoy seguro de que lo tiró afuera de la perrera, en medio de calle. Vi la celda. La celda que por tantos meses perteneció a Don Garrapata e inevitablemente recordé la primera noche que dormí en la perrera. Ese viejo can, ahora muerto, me dio una esperanza: —Descuida, compañero. Tendrás más tiempo de vida aquí. Tú eres como yo, somos razas finas. El señor Ramiro no te matará pronto. En ese momento no le dije nada, sólo dormí con miedo y recordando mi breve vida en las calles con mi madre y mis hermanos. Ella era muy bella, no era como los demás perros, tenía porte, gracia e inteligencia, nunca se dejó llevar por las supersticiones callejeras. Incluso me habló de mi padre, me contaba que era idéntico a mí. Pero estaba cansada de tanto parir porque sus huesos sobresalían y sus pechos eran tan pesados que le era imposible caminar con rapidez. Ese can, su aspecto, me era familiar. Se parecía a mi progenitora no sólo por su aspecto altivo; él me dio una esperanza, al igual que ella, cuando me contaba sus años dorados a lado de sus cuidadores. Don Garrapata era muy sabio, el señor Ramiro siempre me sacaba al jardín de la perrera cuando iba a matar a los demás. Había tenido suerte, porque desde entonces sobreviví a las matanzas semanales. El hombre siempre me repetía las mismas palabras como si yo fuese capaz de contestarle en su lengua: —Tú si eres fino, no como esos pulgosos. Pronto te voy a vender.

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Vianney Carrera.

Por supuesto que comprendía. Y ansiaba con salir de aquí aunque esa fuera la única manera. Porque estaba harto del hambre, del calor y más del sufrimiento ajeno. El hombre siempre cargaba con una manguera para empapar a todos los perros e ir, uno por uno, asesinándolos de la manera más perversa. Colocaba unas pinzas a sus colas y orejas para electrocutarlos. Pero no siempre funcionaba, así que ciertas ocasiones subía el voltaje para que éstos se quemaran por dentro. Vivo con miedo, porque los escucho sufrir. Escucho su llanto, sus aullidos agonizantes que suplican misericordia. ¿Cómo puedo entrar cada semana y ver los cadáveres chamuscados y llenos de humo? Le temo al agua, porque se mojan mis patas y en cualquier momento, ese hombre puede asesinarme si no soy vendido. Cada día que pasa, me perturba e imagino que el señor Ramiro viene a asesinarme aunque no esté presente. Escucho los lamentos de mis compañeros aunque permanezcan en silencio. Mi voz interna se encuentra en un debate: si morir o seguir aferrado a la oportunidad que Don Garrapata me brindó. Unos minutos después de que el cuidador se llevó su cuerpo. La voz del perro fallecido comenzó a escucharse: —Es momento de que me vaya, mi querido Canelo. He descubierto que la única forma de estar tranquilo es morir a mí manera y no como los humanos quieren. He de confesártelo, hace poco descubrí la verdad, nuestras almas van al sol, ¿lo sabías? —No lo sabía, Don Garrapata —contesté sin darle importancia a los demás perros—yo pensé que nosotros no teníamos alma. Y sólo escuchaba…escuchaba…escuchaba… —El alma no es propia del humano, Canelo. Los hombres tienen el cielo y los perros al sol. Ahí es un lugar hermoso porque hay paz y tranquilidad. Enséñales mi palabra. El acto más puro es renunciar a la supervivencia, porque es esa quien los tiene encerrados en estas jaulas. Cuando mueran,


descubrirán el amor, la luz del sol los hará sentir ese calor y cuando sea la hora, se despedirán de este mundo con honores y alabanzas eternas. —No entiendo tus palabras. —No tienes que comprenderlas para enseñar mi legado. Canelo, mi querido amigo, te veré en el astro rey. No te voy a extrañar porque estoy seguro que pronto estarás con nosotros. Y desapareció. Cuando me percaté de ello, los demás canes me miraban con asombro. Bajé la cabeza y puse la cola entre mis patas, supe entonces que me estaba volviendo loco. No quería moverme y la perrera permaneció en silencio durante varios minutos, hasta que Óscar, uno de los perros más enfermos y débiles, me preguntó: —¿Así que le contestabas a nuestro compañero que ahora descansa en el sol? Por un momento, el miedo desapareció y le pregunté: —¿Cómo lo supiste? —Porque ese perro era un can del sol —me dijo con firmeza, luego exclamó hacia los demás —¡Hemos sido bendecidos! ¡Seremos salvados! Un pequeño chihuahua que recién había entrado, Lenny, exclamó con voz chillona: —¡Se sacrificó por nosotros! ¡Estamos benditos! —¿Por qué tendría qué hacerlo? Él sólo quería llegar al sol, eso es todo. No hay nada más. ¿Qué más quieren saber? Don Garrapata está muerto, como lo estaremos nosotros la siguiente semana. —Repuse, esta vez, molesto. La muerte de mi compañero les causaba alegría, para mí, eso era repulsivo. Lana, una pequeña perra sarnosa que estaba al extremo del pasillo, en la última jaula, alzó la jadeante voz: —Un can del sol estaba entre nosotros y nadie se dio cuenta de ello. ¿Saben lo que significa? ¡Es verdad! ¡Es verdad que hay esperanza después de la muerte! No lo veas de esa manera, Canelo. Tú eres el más afortunado, ¡Don Garrapata se comunicó contigo! Al terminar, los demás perros comenzaron aullar llenos de euforia, incluso, Óscar, el sobreviviente de moquillo, su cabeza palpitante comenzó a temblar con más rapidez, y éste exclamó:

—¡El sufrimiento no fue en vano! —¡Seremos libres! —exclamó otro. —¡Don Garrapata nos ha salvado! —aulló la mestiza Cristal, que apenas había hablado. No sabía a qué se referían. Todo el alboroto me estaba irritando porque no se callaban. Se burlaban de su muerte, de mi delirio. Cuando estaba a punto de gritarles, el señor Ramiro entró con estrépito y comenzó a golpear todas las jaulas con un tubo. Ese día, no recibimos comida. La siguiente noche, Óscar murió. Yo no me percaté de nada, estaba tan hambreado y molesto que el sueño fue muy pesado. Sólo supe que al día siguiente, el cuidador sacó al defectuoso pitbull. Según los demás, su muerte fue silenciosa, sólo su cabeza comenzó a latir con más fuerza hasta deshacerle los sesos, tal vez, por un golpe que él mismo se propinó chocando contra la puerta de su celda. Cristal, dijo alegre: —Óscar ya no está sufriendo. Nos espera junto con Don Garrapata. ¡Estoy tan ansiosa de ir con ellos! —Regocíjate, algún día tendrás el valor para hacerlo. Recuerda que cuando permaneces o permaneciste cerca de un can del sol, tu alma también podrá salvarse. Si te sirve de consuelo. —le dijo Lenny. En cambio, no quería preguntar nada. Eran unos estúpidos. Cada mañana, un perro amanecía muerto. Algunos de las maneras más desastrosas y desagradables. Lana, la perra sarnosa, se rascó tanto hasta dejar desangrarse. Lenny, el chihuahua, un día amaneció con el cuello roto y su cabeza entre las rejas. El asunto de los canes del sol, además de enfurecerme, me estaba provocando desesperación. La esperanza que me había dado Don Garrapata ya era lejana porque eran ellos quienes se quitaban la vida, no los humanos. Comencé a dudar de mí mismo, de mi cordura, cada muerte era desagradable y perturbadora ¡Ya no quería saber nada de los canes del sol! Quería gritarles que Don Garrapata ya no existía, que ya no lo volví a escuchar. Pero algo muy dentro de mi ser, pedía piedad por ellos, por no destruir sus esperanzas, ¿cómo podría negarles la existencia

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de su mundo? Yo no tenía el derecho de quitarles el único anhelo que poseían para ser felices: una esperanza tenebrosa que lograba arrancarles la vida. Pronto acabaría la semana, y Cristal, la mestiza, un antes del día en que el señor Ramiro mojara a los perros, comenzó a sollozar. Me miró triste, y me dijo: —Canelo, tengo mucho miedo. —¿A qué le temes? —contesté con negación. No quería escucharla, ya tenía suficiente con mis propios pensamientos. —Al sol. —¿Por qué te asustarías de algo que quieres alcanzar? Me aulló devastada. Era un aullido estrepitoso, se escuchaba por todo el corredor y me desgarraba los nervios oírla de esa manera. —¿Qué pasa, Cristal? —le pregunté con una suavidad fingida. —Tengo mucho miedo, Canelo. Tengo miedo a la muerte. Estoy comenzando a dudar en las palabras de mis padres y de los demás perros vagabundos. De cachorra ansiaba con encontrar a un can del sol, y ahora que estoy aquí, no puedo con esa carga. ¿Sabes lo que significa estar con uno de ellos? ¿Uno de los elegidos? —hizo una pausa esperando mi respuesta, aunque no le contestara. —Significa que estamos benditos. Y más tú. Don Garrapata te escogió para que nos dieras la enhorabuena. Debo sentirme dichosa, pero no puedo, el temor invade mi espíritu y eso me impide ir con los demás, con Lenny, Óscar, Lana… todos ellos me esperan. Ya estaba harto de tantas estupideces. Quería que se callara: —Si tanto miedo tienes, espera la mañana. Hazte la inconsciente para que el señor Ramiro no suba el voltaje. —¡Es fácil para ti decirlo, tú vivirás! —exclamó al punto del llanto. —No es así, Cristal, es peor. Yo no sé si mañana ese hombre decida matarme, ni siquiera sé si alguno de estos días voy a salir. Por lo menos, los demás tienen la certeza de que mañana, será su final. La mestiza no me dijo nada. Mis palabras fueron crueles, pero verdaderas. No escuché su voz en toda la noche, pero dormí muy intranquilo. En la mañana, Cristal amaneció muerta. Cuando el cuidador la sacó, mientras éste caminaba

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cargando el inerte cuerpo, vi que de la boca de mi compañera, salieron piedras. Creo que las tragó hasta morir. Al volver de la calle, el señor Ramiro, mientras me jalaba del pellejo, me condujo al patio como era costumbre cuando iba a limpiar la perrera. Los perros que aceptaron su destino comenzaron a aullar estruendosamente, y esta vez, el hombre no golpeó sus jaulas para callarlos. Hoy no iba a morir. Una vez afuera, el hombre me amarró a un palo. Eso me puso nervioso, porque no sabía que iba a ser de mí. Tal vez me golpearía o quizás, iba a torturarme. Tomó una manguera y comenzó a mojar a los perros. Mi respiración era pesada y honda. La incertidumbre me hacía alucinar, las palabras de los perros estaban causando un efecto en mí. Miré al cielo. Tal vez el sol estaba destinado para nosotros porque era tan magnífico y protector, que ni siquiera la mirada de los humanos podía dañarlo. Esta vez no escuché aullidos. Don Ramiro salió, desamarró la soga y me encaminó hacia la salida del lugar. Vi dos personas a lo lejos. El cuidador entregó la soga a la mano de uno de ellos y me sacaron para siempre de ese asqueroso lugar no sin antes de pagarle a éste una buena cantidad de billetes. El miedo se convirtió en paz, la incertidumbre se tornó amor. El señor Ramiro cumplió su promesa, me había vendido y al parecer, a un buen precio, porque yo era fino, no como los demás. Esas personas resultaron ser angelicales. La sensación de tranquilad era muy similar a lo que mi madre me explicaba de cachorro y se sentía muy bien, estaba al fin reconfortado y por un largo tiempo, olvidé todo lo que había vivido en la perrera, inclusive mis pesares y a Don Garrapata. Se volvieron tan ajenos a mi nuevo estilo de vida que sólo los recordaba como una pesadilla. Mis nuevos amos me hicieron una casa de madera en el patio de su hogar. Ahí podía dormir tranquilo sin ser molestado. Después de mucho tiempo, mi pasado volvió, en una mañana fresca. Apenas abrí los ojos y vi con claridad a ese can que me había dado esperanza. Estaba frente a mí con un semblante lleno de paz y tranquilidad. Era tan real. Por un momento pensé que estaba soñando, hasta que me habló: —Te estamos esperando, Canelo. Y de pronto, comenzaron a aparecer las siluetas


de mis compañeros de perrera. Eran irreconocibles para mí, Óscar era un imponente pitbull aunque jugara alrededor del patio, Lenny husmeaba con un estómago satisfecho, Lana ya no tenía sarna y era una bella poodle y la temerosa Cristal, daba saltos de alegría. Todos estaban eufóricos, menos Don Garrapata, él me veía sereno. Volvió a repetir: —Te estamos esperando, Canelo. No sentía temor, ni confusión, no como en la perrera. Esos recuerdos volvieron, pero ya no había incertidumbre, al contrario, la voz de Don Garrapata me daba una inmensa paz, un gozo que ni siquiera en todo este tiempo, con mis nuevos amos había sentido. La mestiza antes de morir tenía razón, era un privilegio haber estado en la misma perrera que un can del sol y yo, era especial entre todos los perros. Mi vida, el tiempo, los vestigios del miedo, mis nuevos amos y la tenue imagen de mi madre, comenzaron a disolverse en mi mente, hasta quedar convertidos en lágrimas. Exhortado, le dije a Don Garrapata: —Ya voy con ustedes, ahora sé la verdad —luego salí de mi casa de madera. Olfateando, busqué el lugar perfecto para ir con ellos. Comencé a cavar un hoyo lo suficientemente grande y profundo. Una vez terminado mi labor, antes de que mis amos despertaran, entré en el y los

d e más p er ro s , com o s i a ú n exi s ti e s en , devolvieron la tierra a su lugar, dejándome adentro. Mientras que Don Garrapata me cantaba con dulzura: al morir sentirás lo que es el amor. Donde vamos hay luz y sol, siente el calor del amor, y unidos vayamos con honor. Mientras que, poco a poco, comenzaba a ver sombras y a perder el sentido del oído. Una inmensa luz enceguecedora perturbó mi vista. Vi la tierra acumulada en el jardín y a mis compañeros que me hacían reverencias. Don Garrapata se acercó y me dijo: —Vámonos, hijo mío. Los demás se levantaron de sus adoraciones, y comenzaron a correr en círculos cada vez más y más rápido hasta que sus espíritus se transformaron en fuego, en una llama cálida. Mi guía se unió a ellos hasta disolverse. Jamás volví a sentir miedo. Me lancé a la llamarada y nuestras almas finalmente, se elevaron hasta el sol.

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El regreso. Tengo que salir ya, ocuparme de mis pendientes. Eso me hizo despertar. Cuando abrí los ojos después del profundo sueño una sola idea me punzaba en todo el cuerpo: los pendientes. Enfrentar la oscuridad total en que me encontraba me lanzó de cabeza a la más horrible claustrofobia. Tocar el techo de cristal, sin embargo, me hizo entender que la salida de ese hoyo negro era posible. Disponer de materia acojinada me ayudó a no lastimarme mucho las manos, tampoco me salvó de un par de cortadas, pero por el deseo irrefrenable de salir no sentí dolor alguno. En medio del esfuerzo por romper esa cubierta transparente, otra vez el pensamiento que no sé de dónde ha venido: mis pendientes. Sin lograr recordar cuáles son, de qué asuntos se trata, estoy seguro de que se son muchos y muy importantes; es inútil, parece como si me mente girara en un cuarto vacío en cuyas paredes sólo hay dos palabras escritas: mis pendientes. Seguí trabajando, pensando en una meta: salir al exterior. Aún sin poder ver nada el espacio reducido me permitía ubicarme mentalmente. Sólo eso ocupaba mi cabeza, mi ubicación espacial y mis pendientes, que aunque seguían escapando a mi memoria todavía, sabía con certeza que vendrían a mi pensamiento. Me topé luego con una cubierta metálica. Empujé con fuerza, parecía más difícil. Un pequeño chirrido me indicó que el perno estaba a punto de ceder. Al fin salió disparado con un muy breve

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José Trinidad Aranda Aranda.

sonido, como una ligera explosión, seguida de un tintineo apenas perceptible. Levanté la cubierta pero no logró abrirse por completo, parecía que un techo de concreto lo impedía. Afortunadamente el espacio era suficiente para deslizarme hacia afuera. Como lo hice boca abajo se trabó en una de las orillas lo que creí era la tela de mi camisa. La oscuridad permanecía pero ahora como acompañada de un halo ligeramente luminoso que permitía percibir ciertas formas. En medio de ese halo, de nuevo el pensamiento recurrente: mis pendientes, tengo que atenderlos y resolverlos; no me podía quedar así nada más. Cuando entendí que lo que tenía encima eran unas losas unidas por cemento aún fresco apliqué todas mis fuerzas en las uniones hasta que cedió la primera, las demás fueron fáciles. Salí en medio de una lluvia de flores que empezaban a marchitarse. Me erguí y caminé hacia la reja de la entrada. Lo único que me preocupa es lo que ha estado en mi mente desde que desperté: mis pendientes, mis asuntos pendientes que tengo que resolver. Mientras me acercaba a la reja cobré conciencia de que no me preocupa nada más. No me preocupan las cortadas que me hice en las manos y los brazos, tampoco mi desnudez. Ni siquiera me preocupa no tener en claro cuáles son mis pendientes, seguro los recordaré. Sólo me preocupa un poco cómo explicar a la gente que me encuentre por la calle la cicatriz que circunda mi cabeza y la otra, una enorme sutura que va desde mi cuello hasta el pubis, como explicar eso mientras voy caminando hacia mis asuntos pendientes.


A dónde van los fantasmas.

Diana Brubeck

Al salir de la cama pasado el mediodía, encontré la casa vacía. No era de sorprender, mis padres siempre habían vivido por esa filosofía de “al que madruga, Dios le ayuda”, pero yo no compartía aquello. Como sea, eso traía consecuencias como no encontrar desayuno en la cocina, solo una pila de trastes sucios que ignoré deliberadamente, para ir a encender la televisión de la sala con la intención de que hubiera algo de ruido. Ojalá no lo hubiera hecho; sabía que no habría nada más interesante salvo uno de esos canales que dejan la pantalla azul mientras repiten la misma lista de música 24/7. La canción en el canal 196 llamó mi atención, no tanto por la melodía sino por la calidad del sonido, como si estuvieran reproduciéndola desde un viejo casete, en un reproductor igual de antiguo. Además de eso, los instrumentos apenas se percibían, pero lo único más o menos claro eran las palabras que se escondieron en mi nuca con disimulo: Chasing shadows, over my walls with myself hardly sleeping. Dwarfs and giants, twenty feet tall fill the room with their creeping. “Tú nunca piensas”, solía escuchar decir a mi madre y nunca antes le habría dado la razón. Era cierto, o al menos en ese momento jamás pensé que al salir a la tienda por algo para comer, no llegaría más lejos de mi cuadra. La calle estaba tranquila, con el vecindario sumido en la aburrida cotidianeidad de un día de descanso, así que era imposible notar que aquella normalidad era casi extrema. Rara. Y el cantar de los pájaros era esa melodía que suena en las películas de terror justo en los momentos de mayor tensión. Cuando estuve a punto de cruzar la calle, un carro dio la vuelta frente a mí y de éste provenía la misma canción que había escuchado apenas una hora antes. Al dar el siguiente paso, mi pie no bajó de la banqueta al pavimento. Sentí un repentino tirón que me sacó de la calle para escupirme en una habitación que definitivamente no era la mía. Como si mi voz no hubiese quedado olvidada en la vereda, solo atiné a maldecir mentalmente y me apresuré a la puerta con tal de salir de ahí, tratando de entender qué demonios había pasado. delatripa 37

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Desearía haber gritado, porque sé que las cosas más pequeñas pueden darles un giro a todas las historias, pero no fue mi caso. Con la mano en la perilla, volteé al escuchar el viento romper en la habitación y al otro lado de la ventana abierta, descubrí mi casa del otro lado de los cables del alumbrado público. Perdí el aire, me senté en la cama y no pude encontrar una explicación, así que me las ingenié para dejar el hogar de mis vecinos. De nuevo en mi sala, cambié el canal de música al azar y me senté frente al televisor, e intenté prestar atención al aburrido filme de ciencia ficción (Marooned, según los anuncios), con tal de dejar de pensar en lo que había pasado. Seguro no había sido más que un sueño, uno demasiado vívido. Lo que hubiera dado por tener razón sobre eso. Poco después de que terminara, mis padres llamaron para decir que me esperaban en el restaurante de uno de sus viejos amigos, a donde solíamos ir a comer por lo menos una vez cada dos meses. La idea me entusiasmó y el simple recuerdo de la deliciosa comida italiana me hizo salivar como si fuera un perro de Pavlov. No perdí más tiempo y decidí darme el lujo de ir en taxi, el problema era esa infalible ley de no encontrar algo cuando lo buscas, de modo que comencé a caminar por la avenida, mientras esperaba algún taxi vacío que me llevara con mi familia, antes de que me llamaran para regañarme por la tardanza. Entonces sucedió una vez más cuando unos ciclistas pasaron por la derecha. No tuve tiempo de fijarme en cuántos eran ni de dónde provenía realmente la canción, pero me pareció que venía con ellos y se bajó de

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un salto sobre mis oídos. No fueron más de dos segundos del retumbar de la batería y aquella voz arrastrada, antes de verlos alejarse a lo largo de la calle, mientras yo observaba desde lo alto de uno de esos enormes anuncios de Coca-Cola. Fue un milagro que no me desmayara ahí mismo, aunque sigo pensando que quizás hubiese sido lo mejor. Esa vez sí grité cuando logré salir del shock y después, no sé cómo lo hice, pero superé mi complejo de vaca y logré bajar. Tenía las piernas temblorosas y las manos sudadas. El resto del trayecto fue más de lo mismo: avanzar unos metros en la carrera por llegar al restaurante, y luego, la extraña succión por obra y gracia de esa música que pesaba sobre mis hombros como un parásito aferrado a mi espalda. Cada vez que pasaba un coche con la canción, cada vez que de un establecimiento salían esa melodía, no tenía tiempo ni de asustarme. Tan pronto reconocía las palabras, aparecía en el lugar más alto cercano a mí. Enseguida me convertí en una persona experta en bajar de cualquier sitio, sé que era instinto, el mismo que me hizo correr a tomar un autobús después de la segunda abducción, o a entrar al centro comercial luego de la tercera, o a buscar ayuda de un policía luego de la cuarta, cosa que, por cierto, no logré. La adrenalina erradicó el tiempo. Huir a toda costa de la canción y sus secuestros era lo único importante. Sí, era aquella pieza de rock psicodélico, ¿qué otra cosa si no? Resultaba una certeza oculta, como si entre sus líneas pudiera leer la advertencia, o escuchar una voz de fondo susurrando “cuidado”, pero ya era demasiado tarde. De pronto era un cervatillo asustado que huye


entre los árboles, pero siempre entra en la mira del cazador hasta que finalmente logra derribarlo. Suponía que sería un golpe de muerte, algo así como quedarte sin aire repentinamente, pero esta vez ni siquiera lo sentí. Fue como ver todo el proceso en cámara lenta, con esa mano invisible tirando de mis hombros hacia lo alto. Las cosas malas, extrañas, fantásticas suelen venir de tres sitios: la vuelta de la esquina, la oscuridad o el cielo. Para mí, llegó de una sombra sobre mi cabeza a la vuelta de la esquina. Mis pies comenzaron a levantarse en lentos milímetros hasta que dejé de tocar el suelo por completo, alcé la vista y el azul claro del cielo me envolvió con su llana plenitud. Una maravilla capaz de hacerme olvidar las reacciones lógicas de cualquier persona cuando se da cuenta que está flotando. Alrededor todo parecía haberse detenido. Las personas que jamás se darían cuenta de la extraña desaparición sucediendo justo a su lado, los carros en un gran estacionamiento sin el sonido de los cláxones ni las maldiciones. Algunos perros callejeros, pausados mientras buscaban un bote de basura del cual sacar comida. Debí haber sentido un pánico terrible e intentar moverme para volver a tierra, asirme a algo, lo que fuera. Lo sé. Debí gritar, maldecir a Dios, al cielo, al mundo, cualquier cosa, pero no lo hice. Una extraña calma me envolvió en ese momento en que me transformé en un globo de helio que se eleva dispuesto a perderse en el cielo. Ahí lo comprendí, volví la vista hacia arriba de nuevo, atravesé nubes, la estratósfera y todas esas otras esferas que no recordaba. No había nada, absolutamente nada de miedo mientras contemplaba aquello. No

había una extraña nave extraterrestre, no había luces extras llevándome como un tubo hacia lo alto. Tampoco había terror ni ganas de huir y no entendía la razón. Al ver mis pies, todo cuanto conocía se reducía de forma exagerada; las personas y ciudades eran una maqueta miniatura, y entonces ya no estaba tan solo flotando en mi ropa de calle, sino dentro de uno de esos trajes espaciales que siempre parecían incómodos y pesados. Sí, tal vez pesaba, pero no en cuando todo mi ser era helio. Pensé en lo curioso que era vivir en una esfera azul en medio de otros tantos puntos brillantes, fenómenos naturales que se reducían a ser esferas de gases y otros compuestos o elementos que jamás me interesaron. Ojalá me hubieran interesado, o tal vez así estaba bien. ¿Habría perdido el asombro al encontrarme con todo aquello a mí alrededor? Los colores en medio de la oscuridad, rompiéndola aquí y allá como el paño donde los pintores limpian sus pinceles. Alguna vez un amigo me contó sobre los astronautas fantasmas; gente que moría en misiones espaciales no reconocidas, personas perdidas en el espacio y de las cuales nada se sabría. Se separaban de su nave por algún designio de la caprichosa vida y se quedaban flotando en aquella inmensa y fría oscuridad que parece casi amable. No abruma, al menos a mí no. Y me pregunto ahora, tras ver el día que se fue, quedando atrás con aquel insignificante punto azul que cada vez se aleja más junto con el sol mientras yo sigo a la deriva: ¿a dónde van los fantasmas? Soy delatripa 37

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uno de ellos ahora. ¿Es este el cielo, el paraíso prometido por la religión, o sólo otro paso entre una y otra cosa? Esta es la más inmensa soledad que he experimentado alguna vez, con los minutos contados porque el oxígeno se acaba, se agota pronto. Puedo sentirlo. Mi vida ya ha pasado frente a mis ojos mientras contemplaba esa bola con tierra y agua allá abajo, sabiendo que no es algo a lo que volveré cuando me desinfle. Sé que estoy ahora aquí y no es un sueño, porque de serlo podría cambiar el giro de las cosas, abrir los ojos y aparecer en mi casa a las once de la mañana, no encontrar a mis padres y lavar los trastes, pero no puedo. Sé que no puedo. No, esta certeza se internó en mi pecho desde el principio, y así, recurro a aquello que alguna vez hice porque mis padres me enseñaron a hacer antes de dormir, con la poca o nula fe que tuviera, tal vez más insignificante que un quark. Con los ojos todavía en el insignificante y egocéntrico planeta Tierra, separo los labios para invocar la única oración, de entre todas las que conozco, en la cual todavía conservo algo de fe. Un nuevo credo, o intento de ello. Un salmo salvavidas de la nueva era, apócrifo tal vez. Palabras que han sido mis pequeñas acompañantes durante todo el día, la tonada que me depositó ahí, tal vez cantada por otro astronauta que se perdió a finales de los sesenta y no encontró otros versos para hablar con su Dios o su universo. Su última plegaria para encontrarse en un mejor sitio al cerrar los ojos. Canto, por si alguien en el espacio, o tal vez en la tierra, me escucha: All I'm asking some secret voice is to lead me to darkness. I'm so tired, dawn never comes I just hide in the shadows.

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Primavera silenciosa. E 1995 de la secundaria porque rompí los vidrios de algunos salones. Me sorprendió el intendente justo cuando creí que ya no había nadie por ahí; además, quién iba a soportar el sol que hacía a esas horas. No hice nada para defenderme, me dejé llevar jalado de las orejas hasta mi casa. Ante el castigo todos actuaron con mucha pena, para empezar, el director no quería expulsarme, pero si no lo hacía varios de mis compañeros tomarían mi caso como excusa para salirse con las suyas. Mi papá no se enfadó, en realidad no se podía enfadar, hace unos días habíamos dejado a mi madre en el panteón y no estaba de ánimos para gritarme, incluso se comportó demasiado frágil, dijo que me entendía. Mis amigos no hicieron ningún comentario al respecto, los encontraba demasiado callados, entristecidos por mi situación, pues también los dejaría de ver por un buen rato. Mi papá tomó la opción de mandarme a pasar el resto del año al pueblo donde vivían mis abuelos. Allá el cielo no tenía nubes, estaba limpio, tampoco había tantos ruidos como en la ciudad. Pero las brisas cálidas me hacían sudar igual que siempre, las sombras no servían para refrescarte, ni siquiera el agua, siempre acompañada de vapor, y terminaba saliendo igual de sudoroso que cuando entraba a bañarme. La casa de mis abuelos era muy grande, el pueblo estaba casi abandonado, así parecía que todo ese espacio era para mí solo. Las calles, los huertos, la pradera donde está el arroyo, hasta el corral de las vacas también era para mí. Tenía todo el espacio y el tiempo del mundo y ni así llegaba a quitarme la sed que sentía, porque hasta las noches eran un horno, dormía sin cobijas, completamente a oscuras, pero el clima pesado allí estaba como abrazándome. En menos de dos semanas logré 46

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Joselo G. Ramos.

adaptarme al pasto amarillo, a las sombras que sofocaban, a la soledad y al silencio. Le tomé cariño al ocio, a no hacer nada más que salirme a pasear con los perros de mi abuelo y regresar hasta que el sol se pusiera naranja. Pronto me hice de una rutina que me estaba gustando demasiado. Una vez que terminaba de desayunar me iba corriendo, con los perros atrás de mí, hasta el arroyo. Luego me iba a dormir bajo un árbol o en algún pastizal hasta que me despertaban las hormigas o el graznido de algún cuervo. Regresaba a casa para ver si mi abuelo ya había desocupado la bicicleta para agarrarla e irme pedaleando, otra vez con los perros tras de mí, hasta donde terminaba la terracería y empezaba el asfalto. Me daba la vuelta porque estaba hirviendo, tenía miedo de que las llantas se derritieran o que las patas de mis compañeros se quemaran. Por eso pedaleaba más fuerte, el regreso era una carrera contra la luna que salía y se metía entre los cerros. Pocas veces llegaba hasta la huerta porque era el lugar más alejado del pueblo, por ahí rondaban coyotes y era probable que pisara a una cascabel. Pero no me resistía a andar corriendo entre los maizales, hasta había un árbol muy alto al que podría treparme con facilidad. Uno de esos días en que el silencio era más fuerte, igual que la luz del sol y que el hervir del agua, me fui caminando hasta la huerta. Fue a la misma hora que me agarraron rompiendo los vidrios, estaba trepado en lo más alto del árbol, me había llevado unos lazos y una tabla para hacer un columpio. Unas gotas de sudor habían llegado a mis ojos pasando sobre el tope de mis cejas, tuve que dejar de hacer nudos sobre la rama para frotarme los párpados y cuando logré ver con claridad eché un vistazo a las últimas filas del maizal. Pude distinguir una espalda robusta


contoneándose sobre las cañas, parecía herido, creí que algo le había pasado, tal vez lo había mordido una serpiente. Me paré sobre la rama y silbé con tanta fuerza que una pequeña parvada salió de otros árboles cercanos. Aquel hombre que me mostraba la espalda giró de golpe para dejarme ver a otra persona, una mujer que estaba escondida tras la anchura de ese cuerpo. Ante la distracción que provocó mi silbido, ella reaccionó echándose a correr, de inmediato el hombre fue por ella. Pude ver su avance, cómo se escabullían entre las cañas más altas, hasta que se perdieron de mi vista. No hice más que bajar del árbol e irme a casa acompañado del silencio. Esa noche fue, como todas, un fuego a mi costado. La oscuridad completa me hizo ver con nitidez lo que presencié esa tarde. Una mujer claramente más joven que su perseguidor. Era evidente que me ganaba con algunos años. No le puse mucha atención a lo que podría distinguir de las facciones en ese hombre y la mujer, porque cuando ella logró salir de entre el maíz, me enrojecí tanto al ver que traía el torso descubierto, pero con algunos de sus cabellos castaños cubriéndole el pecho. El gordete corriendo atrás de ella mientras se sostenía los pantalones. Todo estaba en silencio, tan callado, cómo no los había escuchado antes. Traté de dormir lo más pronto posible, pero el horno que era mi habitación, el recuerdo que iba y venía como un martillo sobre mi frente. Pasé horas enteras dando vueltas sobre la cama, asomándome por ventana, volteando al brillo de la luna que, al igual que yo, extrañaba las nubes. Al final logré conciliar el sueño, pero dormí con mucha sed, con más de la que pude sentir en toda mi vida. Volví al día siguiente, olvidando mi rutina y dejando a los perros en la casa. Subí a la misma rama del árbol para esperar a que llegaran. Sabía que era muy ingenuo creer que volverían a este lugar, pero el que había llegado tarde era yo. Escuché un ronquido a unos metros de mí, estaban entre unos arbustos cerca del maíz, por completo desnudos. Él, bañado en sudor, encima de ella, a

quien sólo le veía la cara enrojecida y con gestos de soportar el peso de ese hombre. De vez en cuando ella pataleaba el suelo sin hacer bastante ruido, pues se mezclaba con los sonidos del huerto y a la vez se convertía en silencio. Yo no hice más que treparme, con cuidado, a otra rama para apreciar mejor la escena. Llegué a estar casi sobre de ellos sin que se dieran cuenta, sólo era expectante de tal imagen muda. La cabeza de la mujer sobresalía por sobre el hombro del gordete, él se ocupaba en contonearse y hacer ruidos extraños pero sigilosos. Ella mantenía los ojos bien cerrados y la cara enrojecida. Ante mis ojos sin parpadeo ella abrió los suyos para sorprenderme en esa rama viéndolos. Quiso alertar al gordo dándole golpes en la espalda, pero él no hizo caso y le echó más peso encima. Sin embargo, ella no dejaba de mirarme, suplicaba a la vez mi silencio y mi ayuda, en realidad no había nada que pudiéramos hacer. Por mi lado estaba el morbo de verla arremetida por ese marrano y también deseaba que dejara de estar sobre ella o que cambiaran de posición para poder verla desnuda. Ella seguía mirándome con su eterno silencio, me puse rojo ante esos ojos fijos a los míos, y nos comunicábamos con la mudez de las pupilas un tremendo malentendido, un hueco entre nuestro puente. Luego me sonrió y tal acción fue la que me hizo reaccionar del hipnotismo, bajé del árbol y corrí lo más rápido que pude hasta alejarme lo suficiente del huerto. En el transcurso de la carrera no dejaba de pensar en la mirada y en su petición. ¿Qué era lo que me estaba pidiendo? Me pasé una semana yendo al huerto desde temprano, subiendo a lo más alto de aquel árbol para buscarlos; hasta tenía pensado pedirle a mi papá unos binoculares con excusa de ver las aves. Durante esos días solamente los sorprendí unas cuatro veces, en ocasiones muy cerca, otras sólo veía los delatripa 37

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contornos del hombre. La mujer también me veía, sabía que siempre que terminaba entre los maizales estaba buscándome nada más para verme, porque no me decía nada, no hacía ningún gesto que no fuera ocasionado por la bruteza del hombre obeso. Ella enrojecida, con los ojos lagrimosos viéndome, era nuestra única comunicación, algo tan desesperante para mí, porque si no llegaba a entablar una relación normal con ella, al menos quería verla entera, llena de tierra y empapada de sudor ajeno. Siempre me iba antes que ellos, sabía que, si esperaba a que terminaran, yo era capaz de seguirlos hasta saber dónde vivían, o al menos ella. Pero no lo hice porque eso representaría mi perdición, terminaría obsesionado con esa mujer y con el silencio. Un sábado en que me cansé de ir al huerto sólo para presenciar, con suerte, un acto que comenzaba a volverse repetitivo y angustiante, preferí quedarme en casa. Respondí al llamado de mi abuela pidiéndome que fuera a almorzar, cuando entré a la cocina vi que mi abuelo compartía la mesa con el regordete y la mujer del huerto. Mi abuela me los presentó, pero el silencio atrapó sus nombres, algunos detalles llegaron a mis oídos. Él trabajaba para mi abuelo, ella era sordomuda, eran hermanos. Comí lo más rápido posible para salir de ahí y evitar la mirada morbosa que me echaba el gordo, luego salí corriendo. Me encerré en mi cuarto y permanecí dentro alrededor de una hora esperando a que las visitas se esfumaran. Pensaba en nunca volver al huerto, en seguir con la rutina acompañado por los perros. Un golpeteo suave sobre mi puerta rompió la mudez y mis pensamientos, abrí con naturalidad, cabizbajo, esperando a alguno de mis abuelos, era esa mujer. Después del estremecimiento, de haber azotado la puerta en su cara y salir por la ventana, corrí a ciegas hasta topar con una enorme barriga. Luego del forcejeo comprendí que sólo quería decirme algo; citarme con su hermana dentro de dos días, en el huerto, bajo el árbol, a la misma hora que rompí los vidrios de la secundaria. Antes de que me dejara ir me 48

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aconsejó que la ensalivara bien, hasta que pasaron unos años pude saber a qué se refería con eso. En ese momento sabía la intención de mi encuentro con la sordomuda, aunque nunca fue explícito, mi propósito era quitarme la sed que tenía desde hace un buen rato, avivar el fuego que me acompañaba día y noche. Tenía bastante miedo, pero me motivaba el hecho de que cuando regresara a la ciudad tendría la mejor anécdota que contar. Mis amigos dejarían de comportarse lastimosos conmigo, mi papá notaría lo que sucedió, porque él es muy astuto, y no me dejaría volver al pueblo, eso me salvaría de reencuentros incomodos. Bastaba la paciencia, eran dos días nada más, peleando contra la sangre hirviendo, el sudor y la ropa interior manchada. No pude evitar que uno de los perros me siguiera, aunque al final no me importó porque nunca entendería a qué iba al huerto. El sol estaba amarillento, más silencioso que nunca, requemándome cada minuto, manteniendo la temperatura de mi sangre. Esperé más de lo pensado, creí que, como siempre, había llegado tarde, que se había arrepentido o era una mala broma, pero no. Venía sola, caminaba arrastrando los pies, traía puesto un vestido naranja y eso me sonrojó hasta el cuello. Justo cuando venía entre los maizales, se detuvo unos segundos, me miró fijo, se dio la vuelta y se fue corriendo. Iba a ir tras ella, pero antes de hacerlo escuché que a mis espaldas alguien dijo mi nombre. Era mi abuelo acompañado del otro perro. Trataba de esconder su cara con la sombra del sombrero, se le veía consternado, tal vez ya sabía por qué estaba en el huerto esa tarde. Seguro el hombre gordo le había contado cada detalle, me sentía en una jugarreta, ahora el cerebro era lo que se me iba a derretir. El silencio se acrecentaba hasta que los labios de mi abuelo lo rompieron dándome la noticia que me hizo sentir bastante frío. Me había quedado solo, mi papá prefirió irse con mi madre. No volvería a la ciudad en mucho tiempo, iba a vivir en casa de mis abuelos y seguiría estudiando en un pueblo aledaño. No pudimos enterrar a mi papá junto a mi madre


porque el panteón donde ella descansaba ya estaba completamente lleno, tuvimos que dejarlo en uno cercano a la iglesia de este pueblo. No lloré porque dentro de mí había un alivio, la desgracia me devolvió el fresco y los rezos hicieron que se borrara el silencio. Agarré un puño de tierra que sentí como si fuera nieve, se la arrojé para decirle adiós y agradecerle por haberme salvado de la lenta incineración que estaba sufriendo. Tampoco volví a ver a la pareja incestuosa, a pesar de que viviéramos en el mismo pueblo y camináramos por las mismas calles, nunca me topé con ellos. Muy probablemente siguieron visitando los maizales del huerto, pero eso ya no me interesaba. Después de tantos años y bajo la insistencia de mi hijo por conocer el lugar donde crecí, me pareció buena idea llevarlo a visitar la tumba de su abuelo. Él cargaba un arreglo floral que se veía enorme entre sus brazos. El tiempo no había pasado en vano, cambió tanto el panteón que nos perdimos un buen rato. Entre tantos rectángulos de cemento y algunos mausoleos era difícil dar con el nicho de mi padre. Caminábamos lento mientras leíamos los epitafios más desgastados para ver si así dábamos con él. Justo cuando me sentía más cerca de lo buscado, la pequeña mano de mi hijo jaloneó mi brazo, volteé a verlo, estaba apuntando hacia la que sin duda era la tumba de mi padre. Pero el silencio volvió cuando noté, a un costado de ella, a un par de cuerpos arrugados retorciéndose con senilidad, sudando, siendo grotescos. De inmediato me agaché para tapar los ojos de mi hijo, para salvarlo del ardor que estaba volviendo a expandirse desde mi nuca.

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Dos Narraciones.

Javier Jara

El ordinario caso del árbol enjuiciado. Por aquellos lares todo era como era y nadie objetaba casi nunca nada. Las cosas pasaban con la mayor parsimonia factible y la gente era algo así como feliz en su planeta reconstruido. Todo ocurrió una tarde de abril en la que el viento soplaba sobremanera y la advertencia de lluvia en todos los noticiarios la volvía un hecho. Isidoro, sentado al comedor, escribía un reporte sobre las anomalías actitudinales de los seres vivos antárticos en la primavera durante la época postespacial de la cuarta invasión. La cosa no era tan simple como parecía e Isidoro no lograba encontrar el vínculo entre los concentrados de maíz inflado sabor chocolate y los problemas de radiación primaveral que afectaban a los seres vivos cuando permanecían con los ojos abiertos por más de dos días durante el inclemente sol antártico. Meditaba sobre la posibilidad de que el detonante de la desaparición del desierto y todo rastro de vida de dicha zona junto con todos sus habitantes hubiera sido la introducción indiscriminada a la zona de alimentos enlatados a presión o de si la deshidratación que sufría la gente por entonces habría influenciado de alguna manera u otra. Cavilaba, se levantaba y regresaba al asiento. No lograba entender. El aire afuera seguía y le llegaba la ráfaga a través de la ventana entreabierta. El árbol de enfrente detenía un poco el ventarrón. Se incorporó de nueva cuenta y fue por una bebida traída de alguno de los planetas cercanos y que según la propaganda regeneraba las células y eliminaba en su totalidad el sueño por algunos días. Mientras la ingería recordó la noticia sobre la posibilidad de construir otra luna el mes próximo y que había oído discutir entre sus colegas, todos ellos muy excitados. Intentó regresar al tema que le preocupaba, pero un golpe seco lo aturdió hasta el punto de cerrar los ojos y soltar la bebida, que cayó al suelo esparciéndose en rombos. Le pasó por la cabeza la idea de que se hubiera vuelto a caer alguna de las nubes de neón congelado o una de los tantos planetas que para entonces se desmoronaban en miles de trozos y les daba por caer sobre las calles y avenidas en horas pico. Pero no, el golpe había venido de más cerca. Quiso sentir miedo, pero era un sentimiento extirpado al llegar a la mayoría de edad, por lo que supuso que debía de tener algo de temor y dedujo que aquel estremecimiento debía pertenecer al área de algún pánico. Al abrir los ojos vio un árbol incrustado sobre su ordenador. La pantalla estaba

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partida por la mitad, destrozada. Pensó en la imposibilidad de la pérdida de la información y se sintió algo aliviado; sin embargo, cayó en la cuenta de que sería acto imposible conseguir otro aquella temporada debido a que la compañía encargada de distribuirlos había detenido su producción y distribución debido a problemas legales con las normas galácticas. Entonces su mente revolucionó a velocidades insospechadas y un odio enorme se apoderó de su cuerpo. El monopolio de las computadoras consideraba delito gravísimo adquirir una en el mercado negro e Isidoro no se arriesgaría a pasar tiempo encarcelado ya que la urgencia de concluir su reporte y su sentido de legalidad se lo impedían. Comenzó a gritar improperios ininteligibles pero que definitivamente demostraban su alta capacidad de enojo y frustración. Tomó todos los objetos que tenía a su alcance y los proyectó contra las ramificaciones del árbol. La escena era patética. Tomó al árbol de las ramas y lo amenazó con arma blanca en mano. Lo soltó y fue al intercomunicador de la policía interestelar. Lo remitieron a la policía galáctica. -Lo siento, tal acción no procede. Lo único posible es que lo someta a juicio. Fue un acto cometido con alevosía, ventaja y con toda la intención de dañarlo a usted y/o a su ordenador en su o sus integridades físicas, en miras de afectarle en su desempeño y/o en su reporte profesional, que para el caso es por lo que usted está preocupado; además de incitarle a cometer un ilícito grave, el cual, cabe señalar, no llevó a cabo. Esto último de suma importancia. -Pero... -¿Desea que se detenga al árbol en cuestión y se proceda conforme a la ley? -¡Absolutamente! -Requerimos de su firma. -Por supuesto, ahora mismo se la envío –visiblemente más calmado pero consternado por todo lo que pudiera pasar. El árbol fue detenido y a pesar de intentar defenderse alegando haber sido víctima de abuso físico y verbal, además de ser también dañado por esos vientos infames, aun así fue procesado. El juicio se demoró cerca de dos años. La sentencia fue clara, aunque para Isidoro no fue adecuada dado lo siniestro del acto. El árbol


consideraba que había sido víctima de un proceso injusto donde Isidoro movió sus influencias para afectarle, y así lo denunció ante las autoridades. El caso llegó a las altas esferas, pero al no encontrarse pruebas de abuso de poder ni de ningún otro aspecto turbio, se prosiguió con la condena. Por su parte, Isidoro estaba triste y molesto. No logró encontrar otro ordenador oficial que le agradara, además de que extrañaba al suyo, con el cual había trabado una amistad profunda y de un tipo de camaradería que consideraba difícil poder hallar en algún otro. El árbol permaneció recluido por décadas, se le negó cualquier amparo, cualquier beneficio, y se le sometió a las labores más arduas dentro de la prisión. Isidoro lloraba por las noches y un odio inaudito le nacía en la boca del estómago y le subía por el esófago, le brotaba por entre los dientes y era entonces que deseaba con todas sus entrañas asesinar a sangre fría al árbol que le había provocado tantas penurias.

Con el paso del tiempo el árbol se fue secando, dándose por vencido en su intento por salir del reclusorio. Terminó marchito y vilipendiado hasta por sus congéneres. Isidoro, quien, aunque concluyó su reporte, siguió cuestionándose si existía algún tipo de vínculo entre los concentrados de maíz inflado que se habían importado indiscriminadamente durante esos años y los problemas de radiación primaveral que sufrían los seres vivos cuando permanecían con los ojos abiertos por más de dos días durante el inclemente sol antártico. Aún dudaba si el detonante de la desaparición de aquel lugar y sus habitantes había sido la introducción indiscriminada a la zona de ciertos productos, o si la deshidratación que sufría la gente por entonces había llevado de alguna manera u otra a la extinción en masa.

Ahora sí viene —Doña Juanita, ¿cómo está? ¿Qué tal amaneció? —Pues, mijo, ya amanecer es ganancia. —No diga eso, doña. ¿Qué no le basta con que aquí la queramos harto? Además acuérdese que este fin de semana hay baile en el asilo de enfrente, y nos han invitado a todos. Hay que... —No, mijo, pero yo ya ni puedo con mis pies, cómo voy a andar bailando. Aparte tocan esa música ruidosa que... —Mambo y chacha-chá, doña Juanita, puro sabor. —En mis tiempos de juventud, en mi pueblo una bailaba polcas, chotis, huapangos, redovas. —Música es música, doña. ¡Anímese! —Pero no es lo mismo. Mejor olvidémonos de eso y acércame la silla de ruedas para que me saques un ratito al jardín, y me asolee un poquito antes de que llegue mija, que me prometió venir. —Pero doña, ¿por qué mejor no la llevo a la salita, para que vea un rato la tele? ¿Para qué se tortura? Ya van años así. Mejor... —Llévame al jardín, muchacho, que mi Lolita me lo prometió. Seguro que ahora sí viene. Pobrecita, esta ciudad la ha de traer vuelta loca. Eso ha de ser.

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El labio roto de Ruth.

Rocío Prieto Valdivia.

“Tantas veces las mujeres necesitamos ese sadomasoquismo que todo hombre tiene dentro”.

Una tarde de noviembre, mientras Ruth amamantaba al pequeño Rodrigo y Gonzalo leía, se empezó a sentir triste; veía sus manos tan delgadas, los pantalones le habían empezado a quedar enormes, flojos; de las anchas caderas que tuviera al embarazarse ya no queda nada, sólo esas fotografías que meses antes se tomará junto a sus compañeras de trabajo. Tal vez era esa estúpida crisis que toda mujer recién parida pasa, el síndrome posparto, en la cual algunas odian a sus críos y otras se sienten terriblemente entristecidas; a Ruth siempre le habían gustado las emociones fuertes, la adrenalina corriendo por sus venas. Aun cuando su médico había indicado una cesárea ella quiso que se le rompiera la fuente, sentir como sus caderas se iban abriendo, y sus entrañas se hacían pedazos. Fue Gonzalo quién al verla sufrir pidió que la sedaran y la metieran al quirófano para que su hijo no sufriera. Sabía que su mujer no era una santa. En múltiples ocasiones lo habían hecho perder la compostura, pero había hecho una promesa a la virgen del Carmen, que si el pequeño Rodrigo nacía sano y rozagante no volvería a tocar a su mujer. Había pasado meses esquivando los constantes cuadros patéticos de celos, los reclamos irónicos, esas madres que las mujeres cuándo recién paren están expuestas. A Gonzalo ganas no le faltaban de romperle la madre a Ruth, pero cuando un macho alfa promete algo a la virgen lo cumple a toda ley. Ruth se vio al espejo, tenía el semblante demacrado, se vía ella misma tan ridícula, tan ordinaria. Gonzalo en cambio estaba feliz a su lado; ella sin más miramientos lo empezó a golpear con el puño cerrado; le fastidiaba que su hombre no se inmutara de su cuerpo esquelético, de sus estúpidas pijamas en las cuáles andaba noche y día. Gonzalo esquivó los golpes, uno a uno; Ruth con la irá circulando en su sangre estalló en llanto. —Ya no me amas por eso esquivas mis puñetazos.

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Gonzalo la miró sin decir una sola palabra. Ruth en un arranque de rabia tomó el abrecartas que estaba sobre el pequeño escritorio, donde Gonzalo se encontraba sentado tecleando uno de sus escritos. Y con saña, intentó apuñalar a su hombre. La adrenalina le corría por las venas, —¿Qué te pasa, estás loca mujer? —Tú serás el culpable que yo me convierta en asesina. —Cállate, suelta el abre cartas. —Te he dicho que no. En el forcejeo Ruth hirió a su hombre en el estómago, lo vio pedir auxilio, pero ella estaba extasiada con tal escena. —Anda, corderito mío, bésame. Gonzalo con las pocas fuerzas que tenía aún le aventó un juguete de Rodrigo, rompiéndole el labio. Fueron cinco minutos lentos de agonía para el hombre que yacía en el suelo desangrándose; Rodrigo lloraba hacía ya veinte minutos, las vecinas de al lado tocaban insistentes la puerta del pequeño departamento. —¿Qué ha pasado, chicos? — No puedo abrir. — Gonzalo, me ha golpeado de nuevo. — ¿Dónde estás cariño? Al abrir la puerta las vecinas se horrorizaron, ahí estaba Ruth con el niño en brazos y el labio roto. Minutos más tarde se escucharon las sirenas, los paramédicos encontraron aún con vida a Gonzalo; en su mano sostenía la estampita de la virgen del Carmen. — Ella te salvó chaval. — Sólo te quedará una cicatriz enorme. Gonzalo había librado la muerte, pero no la prisión, cada mes, puntual, Ruth lo visita junto con Rodrigo. Asegurándole que siempre estarán juntos.


El principio de la noche.

Jesús Fuentes.

Cada noche imagino el tac, tac, tac apresurado de sus tacones carmín huyendo de mí. Al pensarla me invade un temblor que me zarandea todo. ¿De miedo? ¿De excitación? El deseo arde en mis venas. Esta tarde, ya cerca la noche, la he seguido. Llueve. Atraviesa el parque. Me oculto detrás de los arbustos a la orilla del sendero. Las hojas de los árboles se lamentan, caen desprendidas por el viento del otoño que ruge. Las bancas de hierro, al lado del camino, frías. Sin alma, muda quietud. La observo: camina con rapidez, los zapatos con sus tacones rojos —los lleva como siempre—, salpican sus piernas por los pequeños charcos que se han formado en la vereda. Trago saliva solo al pensar en tenerla, poseer su alma, será mi suerte. Sé que es noble, lo he visto en su sonrisa, cuando hace rato saludo al vendedor de flores y a la señora de las frutas… Lento, comienzo a caminar. La tenue luz de la luna anuncia el principio de la noche, se filtra a través de la bruma, ilumina mi andar y, el crujir de los árboles bajo el peso del viento, absorbe el ruido de mis pisadas. Me acercaré, ¿cómo? Le pediré una moneda, tal vez le pregunte la hora… ¡ ¡No sé! No importa cómo. Sólo quiero verla cerca, muy cerca, sonriente. Le alcanzo al final del sendero. La degolló. Desangra con lentitud y en su mirada me pierdo, seré lo último que vea… —pienso— pero antes provocaré su sonrisa. Percibo su aliento y mis brazos la rodean. Se sobresalta. Mi mano apaga un grito. Muy bajo le susurro al oído: —Soy… No grites… Si lo haces… Trata de desprenderse. Pegándola hacia mí, aumento la presión de mis brazos. La lluvia convertida en tormenta. Caemos entre lodo y agua que corre. El viento silva enfurecido, arrastra ramas grandes, troncos. Nos golpean con fuerza. Permanecemos quietos, rígidos…

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Ella. La luz del sol se filtra a través de los empañados cristales de la vieja ventana de tu cuarto y te toca la cara. Te recuerda a regañadientes que un nuevo día acaba de comenzar. Te cubres el rostro con las manos para evadir la sensación incómoda que te ocasiona el astro rey gritándote que tienes que moverte, que debes levantarte. Te sientas. Aún con ojos entrecerrados, meditas y analizas, tratas de encontrar una excusa perfecta o alguna razón idónea para no salir. Así podrías encerrarte una vez más en la prisión de ti mismo, en tus miedos, en la triste pocilga en que vives, esa misma que estás a punto de perder por no cubrir la renta. Aún no encuentras una razón confiable o creíble, más responde tu cuerpo al grito de tu mente con un: ¡Vamos, levántate! Con un humor de los mil demonios te levantas, dudas que harás, si responder al llamado de tu cuerpo en la duda de primero cagar y luego asearte. Los cánones de costumbres impuestas por tus ancestros se presentan como reglas en tu mente y los sigues, así que optas por dejar correr tu mal humor hacia las entrañas del excusado para luego asearte. Te miras al espejo, la imagen desagradable reflejada te recuerda que eres feo, y esa barba mal alineada y sucia, tal como de náufrago a la deriva, acentúa esa pinche cara horrible. Dejas de mirar, retiras la vista de él, buscas el espejo de cuerpo entero, tratando de disminuir ese sentimiento de animadversión hacia ti mismo que te propinó el primer reflejo. La respuesta magnificada es aún peor, porque no sólo eres feo, también eres flaco, esquelético, con una barriga prominente de perro milpero que te hace lucir como una soga mal hecha con un grueso nudo en medio. Tu mismo

Isaías Solís Aranda.

reflejo te despierta náuseas, muestra lo que eres, lo que el mundo exterior ve y percibe de ti, algo que no puedes cambiar, y peor aún, no deseas hacerlo, te has acostumbrado a ser así, tu físico antiguo te ha abandonado y ha derivado a la soledad que ahora te acompaña. Recorres los espacios de tu prisión de cuatro paredes como lo haces a diario, buscas algo para calmar el hambre, más los esfuerzos son inútiles, y llevas ya varios días sin probar alimento. —¿Crees que a ella le importa? Buscas la ropa que te habrás de poner, revisas el tiradero en el suelo, y entre todo el arsenal de suciedad, polvo y desorden del cuarto, rescatas una prenda, la aproximas a tu rostro, esperando que el olor aun no sea penetrante y pueda pasar desapercibido, que nadie olfatee lo desagradable de tu ser. Es entonces, entre todo este confuso escenario de abandono en tu mente, aparece ella, el resplandor de su rostro y su aroma fresco, a vida, invade tu estúpido cerebro. ¡Suspiras! Recoges del piso aquella foto antigua, descolorida, carcomida, vieja, polvosa, que refleja la imagen lejana de aquella tarde en el hotel donde juntos se entregaron al placer carnal por vez primera. Sí, en aquel lugar donde tú fuiste feliz, los dos fueron felices. Te secas las lágrimas que corren por tus mejillas y buscas la puerta, entonces caminas, deambulas incesante y sin rumbo. Diez minutos más tarde el sonido del claxon de una motocicleta te vuelve a la realidad, vas buscando la nada, te haces uno mismo con el desconsuelo. El cerebro te vuelve a atacar, esa batalla entre tiempos y recuerdos incesantes entre el

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ayer y el hoy, entre tu vida, tu deambular a su lado y tu realidad, el caminar ahora solo y sin rumbo, sintiendo que la lámpara de tu vida se apaga. La misma rutina repetida hace varios días, caminar de prisa, sin sentido, sin rumbo, y como siempre, ella te acompaña, la magia de sus ojos refleja tu imagen, en un espejismo íntimo que ya habita en ti. Sigues caminando, no te detienes, el sudor en tu frente te nubla la vista y la resequedad en tus labios te recuerda que tampoco has bebido agua, te sientes mareado. Te sientas en una banca de aquel parque donde un día le juraste amor eterno. Estás agotado, sin fuerzas, solo, tú y tus recuerdos, esos que te han llevado a cegarte y a vivir sin un futuro, sin esperanzas. Sentado en la banca te aborda la noche, miras el periódico del día, observas detalladamente la fecha, y una sonrisa triste te confirma que, en efecto, hoy es tu cumpleaños.

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Las luces de los autos transitando por la avenida principal te lastiman los ojos, casi no los puedes mantener abiertos, te sientes cansado, las fuerzas te han abandonado. De nueva cuenta ella te acompaña, te susurra al oído, te invita con su dulce, dulce voz, a que la recuerdes, que descanses, que te entregues a ella, cierres los ojos y dejes de luchar. Las luces se apagan, tus párpados se cierran, tu voluntad camina hacia una penumbra que se torna en oscuridad. Con esa imagen feliz y dulce en tu mente caminas de la mano con tus recuerdos… Una suave brisa desciende y abriga tu cuerpo amorosamente…


Mudanza... cal y arena.

Carlos Alberto Rubio.

La casa trasminaba una amalgama de recuerdos y sentimientos múltiples, risas infantiles inundaron sus cuartos y pasillos, secretos dichos y perdidos en sus rincones a cal y arena, desavenencias familiares, basadas en disputas de posesión sin aclaración alguna, que se fueron enterrando en una cacofonía de resentimientos conforme el tiempo fue pasando, ocasionando que nunca se conciliaran y quedarán contrariados por años en la raíz de sus paredes, al grado que sus inquilinos llegaron a pensar que si dañaban sus muros para colgar un cuadro y raspaban su superficie, al hacerlo se podría escapar un recuerdo atrapado en ellas y abrir una herida ya cicatrizada y que el dueño de la misma volvería a sangrar en carne propia por la culpa de quien dañó la pared. La luz mortecina de los pasillos se adhería a los recuerdos intentando dar claridad a las sombras que se cernian sobre ellos, lo que difícilmente podían lograr. El paso de los años fue calando hondamente en sus habitantes, quienes confusos al ver todo lo que se había acumulado en los confines territoriales de los muros de la casa familiar, decidieron dejar sus vidas atrapadas en sus paredes e iniciar nuevos momentos intentando dejar atrás los rencores, las risas los llantos y desavenencias ocultas, lo que difícilmente podrían hacer, puesto que aquellos actos eran la suma de sus relaciones y por consiguiente su presente, sin considerar que la mudanza de sus vidas, convocada con la esperanza de iniciar una nueva aventura, no era sólo dejar el pasado encerrado a cal y arena, sino que se llevaban su individualidad fundida en el crisol de sus vidas que no iban a poder cambiar. La mudanza tan sólo era, retomar en otra vivienda, la vida bajo la prudencia de una nueva vestimenta, dejando sus recuerdos apilados como una estantería de una biblioteca.

4. The Ottawans.

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Un mundo nuevo.

David Salazar Miranda.

En un universo de infinitas casualidades orbitaba un pequeño planeta azul, el tercero de la fila de un sistema solar. Era habitado por seres de ojos pequeños, de piel delgada, de cerebro pequeño y con sangre caliente en sus venas. Cobijados por la luz germinadora de un una estrella de brillo amarillo y el místico rostro de una luna blanca, cuya cercanía inflamaba los sentidos, fueron conociendo las leyes primeras obedecidas por los vientos y por las mareas. Se alimentaron del fruto de los árboles, de los peces, venados y pavorreales, supieron del fuego y lo domesticaron, la vara la hicieron lanza, luego flecha, mataron primero por saciar su hambre, por ambición exterminaron especies. Se reproducían y se multiplicaban, habitaban cuanto sus ojos veían, todo sucumbía, todo destrozaban; inventaron los títulos de propiedad, los títulos de origen noble y divino, distinguieron sirvientes de señores. Si bien al principio su inteligencia se mostraba limitada e inconstante, ésta empezó a regir su destino a partir de que en piedras grabaron su historia, los mapas y el calendario, sus letras, sus temores y sus dioses. Las veredas se volvieron caminos, y la rueda fue un arma en la guerra, volaron alto sin plumas y sin alas y pudieron ver de cerca las estrellas; las distancias ya no fueron límite y el mundo recorrían en unas horas. Pero hubo quienes más tuvieron y de ambición sus ojos se llenaron, enfermedad cuyo principal síntoma es el menosprecio a los semejantes y la búsqueda permanente, egoísta, de toda clase de bienes materiales. En un breve intervalo de tiempo, esta raza fundó nuevas ciudades, grandes fueron sus conquistas, de héroes de espadas sangrientas, de imperios con tronos de oro, de muerte de pueblos enteros. Sus necesidades básicas satisficieron y entre excedentes todos se auguraban un siempre dulce y próspero mañana. Más allá del precio a sus mercancías, se olvidaron que en la nota iba incluida dejar para el futuro, vacía la alacena. Estos hombres olvidaron sus sentidos, sus ojos ya no seguían a las aves, solo miraban imágenes de tonos digitales que falseaban verdades con alta resolución, menospreciando los bellos colores del arcoíris. Perdieron el gusto por el lenguaje de los ríos, cubrieron sus orejas con plásticos embudos aislándose groseramente de las voces viento, del canto de la lluvia de la voz del vecino y del amigo, de los ladridos del camino. Su voz se hizo breve, de pocas sílabas, sin coraje ni ternura, sin dolor ni hambre, sin asombro ni esperanza, perdió su espíritu, su calor de hermano, 60

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olvidó de los vocablos primeros con los que identificaban la crudeza del frío Su piel se volvió suave y nunca agradeció el sacrificio de las especies extinguidas, más bien, aumentó su voraz apetito por aquellas especies indefensas, justificando el uso de su escopeta en una supuesta ley de selección natural. Su olfato naufragó en tóxicos parajes, el nuevo imperio solo le exigía a la nariz la función básica de conducto respiratorio, de proveedor constante de oxígeno y se olvidara de los olores de la tierra por ser tarea innecesaria y superflua. Y distinguieron solamente a los que vestían con los mismos colores, a los que pensaban de igual manera, a los que creían en las mismas doctrinas, reduciendo las voces personales y generando miles de ecos ensordecedores. De poco sirvieron las violentas alertas de los proclamados como última conciencia, quienes atrincherados en las verdades primeras, fueron aniquilados casi por completo, escapando del absurdo sistema sólo aquellos que fingieron ser enfermos mentales. Y un día llegó la noche y no hubo nuevo día, había quedado desmentida la teoría del botín infinito, de la bondad del ego, pero ya no había tiempo para construir un mundo nuevo.

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Destino. Noelia se despertó con una terrible sensación. Algo le preocupaba. Una especie de angustia le hacía sentir un nudo en el estómago, y le subía un raro humor en la boca, desde el centro del plexo solar, dejando un sabor a cobre. No sabía a por qué. Eso la molestó durante toda su jornada de trabajo en la pastelería. Ya no recordaba cómo era tener las comisuras de los labios apuntando hacia arriba. Hacía mucho tiempo que, se sentía deprimida. Se le había formado un rictus crónico de tristeza en el rostro, y no encontraba ninguna razón para cambiarlo por una sonrisa. Su vida no había sido nada fácil. Quedó huérfana desde los diez años. Su madre había muerto atropellada por un ladrón, que se dió a la fuga y a su padre nunca lo conoció. Es más, según había escuchado, ni su madre llegó a saber nunca quien la había preñado, pues Noelia era la consecuencia de una violación. Y al parecer no tenía ningún pariente, ni cercano, ni lejano. Rosvelia, quien fue vecina y amiga de su madre, al quedar huérfana, la había terminado de criar y la sostuvo hasta que cumplió 15 años. Hasta que pudo mantenerse por sí misma. Lo que para Noelia fue un alivio, ya que el marido de Rosvelia, un hombre libidinoso que, literalmente babeaba cada vez que se topaba con él, había intentado abusar de ella en diversas ocasiones, por lo menos desde que tenía 13 años, aprovechando la ausencia de su esposa, cuando ésta salía a entregar la ropa que confeccionaba como modista. Por fortuna siempre logró librarse. Ellos nunca tuvieron hijos propios. Noelia tratando de no crear un conflicto entre Rosvelia y Pedro, se mantuvo callada. Era en extremo delgada, la tristeza crónica y falta de apetito la tenía en los huesos. A pesar 66

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Paty Rubio.

de su tristeza y delgadez era una chica con un rostro bonito. Tenía unos enormes ojos azules que, semejaban un mar a punto de derramarse. La depresión se le había estacionado en el corazón. Aunque nunca supo si le nació roto, o se rompió al morir su madre. Otra condición, con la que había tenido que acostumbrarse a vivir, fueron los episodios en los que olvidaba lapsos de tiempo. Fastidiada de tanta desolación en los huesos, esa tarde al llegar a casa del trabajo, con el deseo de que su bebida favorita la ayudara a relajarse, lo primero que hizo fue servirse un café. Mientras lo dejaba enfriar un poco, trató inútilmente de recordar qué había hecho la tarde anterior, para entender ese fatal presentimiento de “no sé qué”, y el mal sabor de boca sufrido durante el día. No recordó que se había levantado tanto o más deprimida que de costumbre, y el deseo por acabar su penar, la había llevado a vaciar en la lata de café, un poco del arsénico que usaba para acabar con la plaga de hormigas, que hacía tanto la incomodaba. Pero finalmente se arrepintió, y a pesar de haber preparado una taza con esa mezcla, sin tomársela, se acostó a dormir y se olvidó de tirar la que quedó. Así que, al llegar a casa tan acongojada, con el amargo dejillo que la incomodó todo el día, y el afán por recordar lo sucedido el día anterior se distrajo. Como rutina, se preparó una taza de café y se lo tomó, sin percatarse del extraño sabor, tal vez debido a que su atención se mantuvo centrada en el chocante presentimiento. Cuando se lo hubo bebido sintió un dolor punzante en el estómago que la obligó a irse a la cama, a donde apenas logró a llegar.


Encuentros. Debes admitirlo, la monogamia no es lo tuyo. Cuestionas seriamente la validez del matrimonio. Después de doce años y tres infidelidades, es lógico. Tu marido, el pusilánime que no terminó la licenciatura, te ha perdonado dos. ¡Pobre!, no tiene pizca de amor propio. Ni cuando encontró los mensajes en tu celular se rindió. Sí, por supuesto, armó tremenda escena, revisó tu cuenta de Facebook e incluso tu correo electrónico; ¡reconócelo!, fuiste muy estúpida al darle tus contraseñas. Preguntó de manera altisonante: “¿Crees que soy pendejo?”, antes de dar el portazo y salir con prisa hacia el trabajo. Fue lo mejor, te ahorraría la pena de solicitar el divorcio, el camino estaba allanado. ¿Cómo ibas a imaginar que doce horas más tarde, te pediría intentarlo de nuevo? Sentiste culpa. Estabas desempleada y él había amenazado con alejarse de los niños si la separación se concretaba. Hasta para eso le faltaron huevos. Pensaba huir a la Ciudad de México, a recluirse en brazos de su madre si lo dejabas. A lado de esa arpía, de la cual no se había destetado por completo. En el aeropuerto, mientras despedías a tu amante, no dejabas de mirar alrededor. Temías que alguien te reconociera. Descubriste lo improbable del asunto y tomaste valor. Eran las ventajas de pertenecer a la clase media, pensaste, tus amigas no tendrían tanto dinero para realizar un viaje en avión. Acurrucada junto a Humberto, te instalas en sus labios. Es delicioso besarlo, aunque sientas las miradas insidiosas del guardia de seguridad y demás pasajeros en espera. Sabes que no lo verás largo tiempo, quizá no vuelvan a encontrarse. Después de todo, pasaron quince años para reencontrar aquel amor de juventud, quien se había mudado a Zacatecas apenas concluida la preparatoria. Ardieron las cenizas de aquel fuego. Esa escapada se la debían desde hace mucho. Sentiste un cosquilleo en el estómago, como antes, cuando se conocieron. Sin embargo, él ha cambiado y tú también. Apenas desapareció en la sala de abordaje, te alejaste. Volverás a la tediosa rutina. Tomas el celular y lees el mensaje de tu esposo: ¿Dónde nos vemos?

Gema Cerón Bracamonte Antes de pagar el estacionamiento, le marcas para preguntar si ya salió del trabajo. Deciden verse en casa, pero antes, debes recoger a los niños. Mientras conduces, piensas en Humberto. Todavía sientes el sabor de sus besos y el cosquilleo interminable en el estómago, en la entrepierna, que te hace sentir lubricada cuando lo recuerdas. Deseabas prolongar aquellos encuentros placenteros, practicar el oral, el kamasutra completo, pero no disponían de mucho tiempo. Cuestionas la calidad moral de tu conducta. Sin embargo, no sientes culpa. Deseas tomar ese vuelo también, salir de la monotonía, recorrer otros lugares, sentir otros aromas. ¡Sería tan fácil abandonarlo todo! Empezar una nueva historia y vivir. Aunque Humberto no mostró gran interés en tus pensamientos e intereses, como si sólo le importara ahogarse en tu cuerpo, para luego desaparecer por completo. A diferencia tuya, no parabas de atosigarlo con preguntas, sobre todo acerca de Janet, la mujer con quien se había comprometido. En más de una ocasión te arrepentías de haberte casado con Esteban. No debiste ignorar a tu madre, quien se oponía rotundamente a esa unión. Lo habrías hecho con o sin su permiso; para eso eras una mujer autosuficiente que no necesitaba la aprobación materna. Seguías pensando en Humberto, antes de él fue Antonio, y antes, Isaac. Te preguntas cómo puede una mujer caer tan bajo. Tres infidelidades, ¡tres!, ¿no bastaba con la primera? ¿Es la infidelidad, una enfermedad hereditaria? Tu padre siempre fue promiscuo y mujeriego, y le contagió papiloma a tu madre. ¡Papiloma!, ese maldito asesino serial de mujeres. Ella tuvo suerte de habérselo detectado oportunamente. De lo contrario, sería otra más en la estadística. No tendrías quién cuidara a tus hijos cuando salieras de flirteo. Piensas en lo horrible que sería contagiarte de algo así, o de cualquier enfermedad de transmisión sexual, ¿cómo le explicarías un herpes a tu esposo, por ejemplo?

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No puedes evitar el interrogatorio riguroso de tu madre y tu hermano, cuando se enteran que se trataba de Humberto, tu novio de preparatoria, a quien habías llevado al aeropuerto. Tus hijos cuestionan por qué demoraste tanto. Evades la respuesta abrazándolos fuerte, preguntando cómo la habían pasado. Tu madre se conforma mirando la selfie tomada con Humberto y las escuetas respuestas sobre su empleo actual en Zacatecas. Cortas de tajo el interrogatorio, argumentando que Esteban los espera en casa. Apresurada te despides y subes al auto. En casa, todo luce en calma. Esteban se está bañando cuando llegan, los niños bajan del auto. Es hora de cenar, llamas a tus hijos mientras sirves leche con cereal. Te sientes muy cansada, madrugaste para estar con Humberto en el Motel. Son las ventajas de que Esteban salga desde las cinco de la mañana y tener una madre a quien endilgarle a tus pequeños. Esteban se sienta a la mesa y pregunta: ¿Cómo te fue? Le explicas que estuviste largo rato charlando con la familia de tu amigo, antes de llevarlo al aeropuerto, evitas los detalles. Esteban se conforma con tus argumentos. Te retiras para ducharte y cambiarte, no sea que tu esposo descubra el olor a saliva y semen de tu ropa. Los niños duermen, cansados de pasar todo el día con la abuela. Después de la ducha, sigues tu ritual de belleza y aplicas esa crema de fresa que tanto enloquece a Esteban. Sobre la cama King Size, él permanece acostado mientras mira El perfecto asesino. Le das el beso de buenas noches, apagas las luces y te acuestas a su lado. Pensaste que seguiría viendo la película, pero él apaga el televisor y asegura la puerta de la recámara. Cierras los ojos, lo que menos apeteces es otra sesión de sexo salvaje. Ya tuviste suficiente con Humberto, te dejó bastante agotada. Sólo de recordarlo, sientes el cosquilleo de nuevo y cómo te vas humedeciendo. Esteban te abraza, te besa el cuello, acaricia tus pezones y luego la entrepierna. Sabes que le excita cuando te depilas el monte de venus, aunque ignora que esta vez, no lo hiciste para complacerlo a él. Ahora introduce los dedos en tu humedad y sientes su erección. Se siente afortunado de tener a su mujer siempre dispuesta. Mientras tú, continúas pensando en la lengua de Humberto jugando entre tus piernas.

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No lo escribas. Personajes: Policía. Hombre. Sonia. Laura. Profesor. En un parque de la ciudad, se encuentra un hombre acostado en una banca (no tiene zapatos). Hombre.- Alarma. Las noticias de hoy se parecen mucho a las de pasado mañana, ayer ocurrió lo mismo, lo bueno es que estoy aquí. Shisss guarden silencio, ya vienen los perros. Policía.- ¿Son de usted estos zapatos? Hombre.- ¿Qué zapatos? Policía.-Estos zapatos. Hombre.- Deben ser de alguien. Policía.- ¿Quién los dejó aquí? Hombre.- Quizás algún hombre que prefirió caminar ligero. Policía.- úsalos. Hombre.- ¿Yo? Policía.-Si, son buenos te quedaran bien. Hombre.- ¿Por qué yo? Policía.- ¿Por qué no? Hombre.- Yo no los quiero, son de alguien. Policía.- Si alguien los dejo es porque ya no los necesita. Y ya empieza la temporada de lluvias, sería bueno que los uses. Te recuerdo que no tienes dinero para pagarte un médico. Hombre.- para sus adentros. Deja de fastidiar y sácate a la verga. Pinche tira pendejo. ¿Crees que puedes arreglarlo todo? Policía.- para sus adentros. Abecés solo quiero platicar, no importa con quien, no importa de qué. Platicar, solo eso. ¿Y de cuando es ese periódico? ¿Me dejas leerlo? Hombre.- Este periódico es solo para dormir. Policía.- ¿Desde cuándo lo tienes? Se ve bastante viejo. Hombre.- Desde hace tiempo. (Pausa) Policía.- ¿Y de dónde eres? ¿Por qué estás en la calle? Te ves joven, ¿Dónde está tu familia?

Berenice Pérez.

Hombre.- No tengo. Policía.- ¿Amigos? Hombre.- No creo en eso. Policía.- Bueno. Te habrás enamorado alguna vez, ¿cierto? Hombre.- Te refieres a ¿tener sexo? Policía.- Me refiero a si alguna vez te gusto alguna muchacha y… (Pausa) Bueno hombre se terminó mi turno, recuerda que no puedes quedarte aquí, das mal aspecto. Salen. Escena 2. Escuela. Laura.- ¿Qué onda loca, cómo te fue con el William? Sonia.- Pinche wey solo quiere coger. Laura.- Pues esta chido ¿no? ¿Eso era lo que buscabas? Sonia.- Ya no me gusta. Sus manos apestan a cigarro, me da asco. Laura.- Chale morra, entonces para qué me pediste que te consiguiera su número y todo eso show. Wey. Tanto desmadre, tantos mensajes en la madrugada de que no podías dormir y tú te morías por él, para que me salgas con que a la nenita ya no le gusta el niño más galán de la escuela. Lo que darían las viejas por estar en tu lugar, y tú que lo tienes no lo aprovechas. Por qué eres tan pendeja? Neta wey no te entiendo, ese wey te trata como Reyna, tiene varo y esta rechulo. Ese wey te compra o que quieras, te pasea, no es agarrado como sus amigos. Sonia.- Si pero me cela por todo. Y solo quiere tener sus manos debajo de mi falda. Laura.- No mames nena, aguántate a que salgamos de la prepa. Ya viene las vacaciones, las fiestas en el puerto se pone buenas, todo lleno de antros, puteria y desmadre en todos lados. Vas a necesitarlo, nos la pasaremos a toda madre. Mira nena yo iré con Carlos,

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Martha con el Faby, el ya pidió la casa en el puerto. Ya está todo armado. Es más mira lo que conseguí. (Saca una tira de condones) ya vez chava nada de qué preocuparse. Pausa ¿Qué pasa? Sonia.-Me gusta otro chavo, Lau. Laura.- ¿Ha si? ¿Quién? Sonia.-Otro, solo otro. Laura.- Pinche vieja mamona, ya dime. Ni que no fuéramos amigas. Sonia.- silencio. Laura.- Puta Sonia, no mames, me costó un huevo que el William se fije en ti. Mínimo dime quien te gusta. Sonia.- no te puedo decir, Lau. No ahora. Suena el timbre de la escuela. Escena 3. Parque. Un hombre camina descalzo, encuentra un refresco en la basura. Saca su periódico y se sienta en una banca. Escena 4.Escuela. Profesor.- Sonia, lea en voz alta su trabajo. Sonia.- Peto 2017. Él era el chavo más guapo de la escuela, eso no parecía a muchas, incluida a mi amiga. A mí me atrajo su carácter, su inteligencia y su destreza para pasar todas las materias. Siempre tan seguro de sí mismo, arrogante y decidido, como que él lo podía todo. Laura.- que hueva. Lee la parte donde se besan y eso. Profesor.- silencio por favor. Continúe, Sonia. Sonia.- Ya no me gusta nada. Sus manos apestan a cigarro, si te fijas bien su mirada es extraña. Me da miedo, quisiera que ya no me tocara… Suena el timbre. Profesor.- Muy bien, para mañana entreguen su historia, recuerden darle un giro dramático. Salen. Escena 5. El hombre sentado en la banca. Hombre.- Esta bien, ya lo sabrás… Mira, observa la tinta, se borró de las páginas y ahora está en mis manos, en mi frente. Nadie lo sabía, nadie debió

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saberlo. Hasta que el GPS marcó mi ubicación. Puto GPS. Señalo donde estaba. (Silencio) No fue el GPS. Fue él, el me delato. Toda la pinche vida me pidió que confiara en él, me prometió que el secreto estaría seguro. Él fue, él les dijo todo y mi vida se arruino. Familia jajaja no, yo no tengo familia, yo no sé qué es eso, hijos menos, de eso estoy seguro. No hay más amigos, todos se fueron. Mujeres, esas me fastidian, se quejan y lloran por todo. La pinche Sonia si era. Me acuerdo cuando se le quedó el condón adentro, metí mis dedos para sacarlo, se quejaba, decía que le dolía, creo que le dolió mas el cachetadon que le di para que dejara de estarse moviendo, luego de llorar dijo que tenía frio. Pausa Sabes qué. Me gusta más ser niño. Cuando sea niño caminare en el parque y comeré palomas. Cuando sea grande recordaré a aquel niño. Cuando sea niño caminare, mientras vomito sobre las palomas. Escena 6. Escuela. Sonia de pie lee su historia. Sonia.- Ese era mi secreto. Nunca debí contarlo. Era ella, mi mejor amiga. ¿Pero qué son los amigos? Ahora, después de ayer me lo pregunto y ya no tiene caso. Ya no insistas, le dije. Pero no quería quedarse con la duda, empezó con su ataque de neurosis a reprocharme y a echarme en cara que ella si era una buena amiga. Es Carlos Lau, me gusta Carlos. Laura.- Como fue, que ha pasado entre ustedes, cuéntame todo. He de decir que éramos tan afines, nuestros cuerpo se acoplaban bien el uno al otro, me gustaba su susurro en mi oído, y las clases tempranas que pasábamos en el parque. Laura.- Puta, perra, Sonia. No mames eras mi amiga. Sonia.- Laura lloro. Ella no lloraba, cuando su papá le pegaba ella lo maldecía, pero no lloraba. Ese día no pudo contener su llanto y me dijo que se las pagaría, que me iba a arrepentir.


Escena 7. Parque. Hombre.- Llevo la tinta en mis manos, en la frente. Todos se acercaron y leyeron mis manos; aún tenía la tinta fresca. Estaba asustado, no comprendía del todo lo que había pasado, fue como un abismo en mi cabeza, solo quería salir corriendo, era parte de mi instinto, pero debía decírselo. Yo fui papá, yo mate a Sonia, la maté y tire su cuerpo. Lugo de eso no volví a mirarlo a los ojos, solo corrí. Sonia.- En casa me van a extrañar. Mamá se lamentara toda la vida, se cuestionará. Donde estaba ella. Se torturara la cabeza preguntándose cómo deben ser los padres, hará esas preguntas y nadie tendrá una respuesta. Mamá no duerme, tiene miedo de soñar con su pequeña, mamá llora, es lo único que ahora recuerda. Llorar. Hombre.- Dicen que fue el GPS. Eso escribió la prensa. El GPS delató su ubicación. Yo sé que fue mi padre. El me delato. Adiós escuela, adiós amigos, y viejas buenas saltando en mi colchón. Adiós Sonia. Shisss se acercan los perros. Solo a ti te contare el secreto: Cuando niño camino ligero cazando palomas, cuando viejo recuerdo su grito de dolor. Sonia.- Maestro, ya no quiero leer esta historia. Me duele recordarla, es como si la viviera cada vez que la cuento. Profesor.- Sonia, lo lamento mucho. No existe manera de borrar lo ya escrito. Cada vez que alguien lo lea volverás a vivirlo. Suena el timbre. FIN.

Interrumpido.

Brayant Sandoval Escalante.

Me besaba. Sus manos inquietas tomaron mi miembro endurecido. Continuaba acercándome a su pecho, mientras desabrochaba los botones de mi camisa uno tras otro. Entonces bajó el cierre de mi pantalón y noté una luz intensa dentro del coche, luego a un policía descender de la patrulla, y a mí mismo en el espejo retrovisor cubriéndome de la vergüenza.

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Poesía desde la periferia. Viví el año 1968 en la periferia de México, acaso sin conciencia de clase y egresado, los primeros años de vida escolar, de una escuela confesional en que aprendí las tablas de la Ley sin poseer, tampoco, el significado de muchos dogmas y como se aprende, a esa edad, las tablas de multiplicación o el himno equis. Acaso empecé a expresarme por escrito sin saber que aquello era verso o prosa o nada. Cierto es que en mi escuela hubo "huelga" por lo que nos decían había sucedido en Tlatelolco pero yo no leía periódicos sino que veía tele, pero Jacobo (Zabludovsky) contaba las cosas de otro modo, como de otro modo me habían contado la infancia de quienes nos dieron patria, libros de texto gratuito, desayunos escolares y elegías a este y aquel episodio de nuestro pasado. Todo contrapuesto al Génesis, al Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y a la costilla de Adán. En un principio fui educado para "confesarme" de rodillas, frente a un hombre vestido de negro, desconocido para mí, y yo delante de él en el confesionario.Hasta que fui cambiado de escuela. 2. Puedo decir que mis primeros pasos fueron marcados por una condición nómada: de niño me llevaron de la cuna a casa de los abuelos; luego de muerto mi padre, de mi lugar de origen a otra ciudad -como quien dice del campo a las luces de neón-; para avanzar en mis estudios, viajaba de un lugar a otro, igual para ver cine, para consultar libros y bibliotecas, para cumplir con las tareas escolares en grupo y para estudios y repasos de apuntes previo a los exámenes de fin de curso. Varias veces hube de pasar la noche fuera de casa a petición de algún compañero de escuela. Creo que primero viví mis primeros episodios 74

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Uriel Martínez.

sexuales que mis primerizos balbuceos literarios, aunque la inquietud homoerótica la había empezado a experimentar a una edad temprana. Sería en Torreón cuando viví la primera experiencia de que alguien me bajara los cortos (bóxer) más allá de las corvas. 3. Dentro de ese nomadismo que me marcó, un día llegué a estudiar y trabajar a la ciudad de México (1973) y donde ya tenía amigos en dos talleres de creación literaria (UNAM) y fuera del ámbito estudiantil,. Uno de ellos, Carlos Eduardo Turón (1935-1992), amigo a su vez de Efraín Huerta, José Revueltas y Abigael Bohórquez escritores todos-, me abrió camino con otros poetas, curiosamente todos ellos alejados de círculos oficiales. Por todo lo hasta aquí evocado, niego que yo sea un heredero directo de las "libertades sociales conseguidas" en la década de 1960 pues una primera distinción literaria obtenida mientras cursaba la Preparatoria en Durango fue gracias al jurado de un premio de poesía, jurado encabezado por José Joaquín Blanco y quien me abrió las puertas para mi primera colaboración publicada en la capital, en el suplemento "México en la cultura", de la revista "Siempre!". 4. No niego haber sido amigo cercano de los cabecillas del Infrarrealismo, sólo que a diferencia de ellos -hijos de familia-, yo vivía en ese entonces de mi trabajo y me costeaba los estudios, por lo cual no podía amanecerme en la farra y pulular de un café a otro, de un recital a otro ni organizando boicots a Juan Pérez o Juan de las Cuerdas. En este sentido fui independiente de los independientes y, como tal, me


identificaba con los "raros" como el poeta Darío Galicia, con el pintor Enrique Guzmán, con el dramaturgo Manuel Herrera, muertos antes o después del fallecimiento de Mario Santiago Papasquiaro y Roberto Bolaño, también amigos entrañables. Cuando busqué una beca del Centro Mexicano de Escritores no la conseguí, hasta que un día recibí un recado de Fernando Curiel (UNAM) para impartir un taller de lírica en Casa del Lago. 5. Con estas palabras espero haber desmentido a Sergio Téllez-Pon quien me hizo el "favor" de incluirme en su cuaderno "La síntesis rara de un siglo loco, poesía homoerótica en México", edición Fondo Editorial Tierra Adentro, primera edición 2017. Ensayo endeble y superficial en que no se incluyó la poesía de Carlos Eduardo Turón, autor de La libertad tiene otro nombre (1979) y de las novelas "Sobre esta piedra" (1981) y "Las cenizas de Roma" (inédita)

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Y sus ángeles. Un lugar para mal morir. Yo solo he estado en uno varias veces y esos momentos fueron suficientes para enamorarme de este lugar sincero como una tumba. Ahí conocí a una multitud de almas que cierran sus ojos al vivir, que se aferran a la muerte, hombres y mujeres de índole depresiva y llenos de miedo, con afanes para la cuesta abajo; un ejército de ángeles de Tánatos que hicieron de este lugar mi llongo preferido para matar los fantasmas que me asediaban. Un lugar moribundo para siempre, un rincón luminoso y ebulliciente de vida artificial. La culera vida en toda su expresión: dolorosa, cruda, poética y vulgar vida. Un gargajo luminosos bajo la luz tenue y el ambiente aromado por la mariguana, la metanfetamina, cerveza y vino; el tabaco y los perfumes baratos de la mujer llonguera y despotricadora; una casa ambientada por las sonoridades de la música “oldie”, funky, balada pop en inglés, rock sesentero, chicano… y Chava Flores, siempre Chava Flores. Y todos nosotros "nadando" en la espeses cálida de ese gargajo. La voz pausada, baja, de palabra inteligente, hilada dentro de un escenario mesmérico, encerrada en cuatro paredes; esa voz de tonada profunda salida de un tipo alto, delgado, nariz ganchuda y ojos de lechuza; ese muchacho borroso a quien todos llaman Drea dice: —La única realidad que vale la pena padecer es la que explota dentro de nuestra cabeza: esas imágenes que nosotros creamos, todos esos rostros, esas sonrisas que jamás alcanzamos a completar, esos besos que nunca podemos saborear, esos sexos que jamás acabamos de calentar… ese amor que nunca conseguimos dar sentido… eso es lo único que

Waldo Contreras López.

debemos padecer; no vale la pena algo que existe fuera de nosotros porque simple y llanamente no le pertenecemos. Nada. Lo que hay fuera de mi o de ti; lo que camina, respira o mira, todo aquello que se materializa fuera de estas cuatro paredes no vale la pena siquiera para verle más de tres segundos de estos largas horas que vivimos. Yo, al menos, nada fuera de mí necesito. —¿Te has enamorado alguna vez, Drea? —Sí, me sucedió una vez y fue algo hermoso. Aquella no quiso recibirme jamás. Le entregó mi amor a otro: ella lo besó y el mundo se volvió tan difícil de cargar… ahora estas cuatro paredes me han curado… un poco, sí, pero al menos me siento a salvo de todo. —¿Y por qué no vuelves a intentarlo? El Drea al fin terminó de preparar su paquete de cristal; dio fuego al encendedor y se puso entonces a combustir el foco. El humo tóxico daba vueltas como un huracán feroz encerrado dentro de la bola de vidrio. Y fumó y fumó. —¿Volver a intentarlo –se rió, una carcajada queda y sonoridades maníacas— yo sigo amando lo que ella es hasta ahora –dijo— No hay algo nuevo que intentar. Ella vive en mí… esta bola de cristal también me la trae enterita… esta bola de cristal… de un modo tan jijo que hasta siento palparla. —¡No! Pero si no ha de ser igual, Drea. ¡Jamás podrá ser lo mismo! — ¿Para qué la quiero a ella, Camels? Mi amor es algo que nadie puede tocar o ver, es como el amor carnal ¿sabes?, como tenerla aquí y tocarla… es lo mismo, lo sé. Su cuerpo ya no me interesa. ¡Esta bola delatripa 37

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mágica es como vivir con ella! …es una lámpara de Aladino. —Te volverás loco pronto, Drea. —Tú estás igual que yo, deberías probar a ver si te quita esa cara de pendejo que traes ¿a qué vienes por acá? ¡Estás tan mal ahora, camels! ¿te curas con mariguana, rivotril y cocaína y no alcanzas a llegar a algún lado? No vengas a chingar y corregirme pues tú está peor: tú huyes de las mujeres, yo amo. Huir es una forma del amor. El Drea es un verdadero ángel de Tánatos. Un hombre loco que ha descubierto las formas internas de su cabeza para vivir de lo que necesita. —Tú quieres su cuerpo ¿verdad Camels? Entonces ¿por qué no vas por él? No soy como el Drea yo soy un pobre diablo de Eros quien lucha por sobrevivir a su herencia genética de amador animaloide: el amor me está matando. No puedo creer que un adicto a la metanfetamina haya encontrado su camino. Gracias a la vida y `para la salvación de mi alma que no tardé mucho en dar cuenta de lo muy poco acertado que estaba con respecto a mi amigo. Thànatos no perdona. —Le subiré el volumen a esta canción, Camels. Ahora callemos; yo fumaré mi astilla de hielo mientras tú has de reflexionar sobre la finalidad de tu presencia aquí. Esta canción viene muy al caso en este momento, escucha y verás que tiene sentido en tu situación – se ríe con sus formas maníacas— no vayas a llorar, por favor, o tanta mariguana, cocaína, cerveza y rivotril vendrán a ser un triste desperdicio —me guiña uno de sus ojos de lechuza y las bocinas suenan a todo poder. Suena: “baby come back”, una canción de amor fresa de los ya olvidados años ochenta y sus peinados acuanet, pantalones entallados y sexualidades reprimidas— a ver quién se vuelve loco primero, camels. A ver quién se pierde primero en este triste camino. El Drea termina de hablar...me abandona entre los ecos de sus palabras. El Drea se mete 78

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dentro de su cabeza, a su mundo; se esconde tras su sonrisa de demonio y sus ojos profundos. Su mirar se larga lejos de aquí. La casa del Drea es un llongo más en estos barrios suburbanos. Sus calles de arrabal poetizan el ánimo no obstante la posterior resaca mental. Esos terregales y sus ventarrones que llenan los dientes y los ojos de un polvo duro como lija. La casa de este loco hierve de adictos toda la noche y gran parte del día. La casa de cuatro cuartos y vitropiso refleja el mundo de su habitante vicioso: en las paredes se pueden ver las pinturas groseras de una multitud de seres extravagantes. En una esquina se recarga un payaso llorón; en el techo hay una trio de humanoides alados, mujeres angélicas desnudas enrolladas por víboras que lamen con sus lenguas bífidas esos pequeños y erectos pezones. Hay, asomándose dentro el closet y tras los amontonados muebles: dragones, gárgolas, diablos y demonios, brujas y ninfas, cupidos, aves fénix. Se pueden ver también historias gráficas de horror: niños y niñas desnudos jugando con ogros y trôlls; hombres lobo mordiendo el cuello de infantas con senos espléndidos. Hay también hombres icónicos de la historia humana: Hitler, Atila, Napoleón, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Ernesto Guevara, Albert Einstein...y, en medio de toda esta mancha de tinta colorera está él, resaltando frente a todo como si fuera uno héroe. Él es una pintura grosera que evidencia la intención de plasmar una imagen con relieves y profundidad de campo detrás; sus ojos de lechuza relumbran como las explosiones de luz que contienen las lejanas galaxias que fotografiara el anciano Carl Sagan; y, adornando más humanamente toda esta imaginería, estamos todos nosotros...todos reunidos en torno a este pequeño fin del mundo, drogándonos hasta para pasar por encima de las más vieja enfermedad humana: la soledad, dura y pesada de nuestros cuerpos plenos de vacío, de seres fallidos...o mejor aún:


de seres certeros en sus afanes: por allá está el Rafa “rolando” un cigarrillo de mariguana, serio, en su espacio, casi mudo, gesto petrificado; allá está “el chivo” y “el pitufo” dándoselas de gallones ante otros dos locos igual quienes les admiran con un temor patético; acá está “el toneladas”, la Tere y “el cáncer” disputando sexo y cristal; cristal y sexo… aquí llega el buen César rascándose los brazos y la cara con sus manías hechas de desesperación por una astilla; la Pita pasa en piyama y descalza, ignorándonos con un afán fingido; y aquí estamos este ángel de Thànatos y yo describiendo nuestros pensares los cuales nos vienen tragando hasta las agallas y sin dar oportunidad de escape...sólo esto. Sólo esta amarga compañía fantasmagórica y oscura. Nuestro mundo apenas respira, tranquilo, fluyente, esperando el acabose. Aquí pues; todos disputan, disputas en una cárcel sin rejas, sin celadores, solo vigilados por nuestras propias ansiedades y pánicos y los ojos muertos u opacos de todos esos seres en las paredes que nos observan casi con burla. El Drea es un gran artista: sabe muy bien que el mundo imaginario es una gran burla, una universal burla, un gran engaño. Él jamás sale a la calle desde hace unos años. Ya no le importa caminar sobre estos polvos ardientes. Ahora solo se asoma, se asoma a esta intemperie terrible, lo más lejos: la atisba desde la acera y cuando mira que algo ajeno al dominio de su mente se le acerca demasiado, retrocede unos pasos hasta alcanzar la puerta de la sala, se pone tras esta, la entrecierra y desde ahí se cubre del miedo. Le teme a todo. Mi gran amigo ignora, por supuesto, que a la gente le importa un carajo sus ganas de estar fuera de estas paredes. Drea ignora que la gente le ignoraría hasta viéndolo atravesado en medio de una avenida transitada: un automovilista es capaz de pasarle por encima una y otra vez hasta sacarle las tripas y su cerebro por las cuencas de los ojos...esta es la disputa mental de mi amigo

hijo de Thànatos... él es terriblemente débil como un ángel sin cielo: tienes las alas pero carece de firmamentos y alturas que alcanzar.

Una disputa.

Una disputa física entre dos hombres perdidos en la misma obsesión; primero, un reto verbal: la grosería y desvirtúo. Luego llegan los jaloneos y golpes. Una pelea alucinada y en cámara lenta como si la escena se desarrollara dentro un sueño en el que los músculos apenas y responden al viaje imperativo—eléctrico del cerebro: “aquí van éstos locos”, dice el Drea con su voz profunda. Yo me quedo perplejo, con una emoción recia anudada como víbora en la boca del estómago...una náusea en el corazón quiere vomitar toda esta sangre contaminada de tristeza. Ellos se pelean por un gramo de metanfetamina. El más urgido arenga al otro que tiene la posesión de la cachimba a que se apresure, que no sea tan goloso y díscolo; que no ha de ser justo si se la acaba pues resulta impensable salir a la calle con tanta adrenalina en la sangre y tanto policía queriendo joder a los jodidos: “apenas llevo dos fumadas, pinche joto”, le dice el poseedor de la droga y el artefacto, el desesperado intenta un asalto para arrebatarle la cachimba, el goloso esquiva el ataque y se pone de pie con gesto bravucón. Se manotean con agresividad afeminada, se enredan en un abrazo de fraternidad enferma. Forcejean. Se van ambos al suelo y se revuelcan como dos amantes en busca del placer efímero; ruedan enlazados por en medio de la habitación hasta que al fin, agotados, se ríen uno del otro, de su mierda, de su lodo; luego se sientan cada uno en su rincón, en silencio. Entonces el Drea se pone de pie enseguida y da con su voz altísona un discurso pasional y triste: “cómo valemos delatripa 37

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verga todos por acá ¡mírense!, peleando en el infierno sin conseguir cansancio ni consuelo. ¡Debemos parar! ¡Esto es muy triste! ...todos ustedes me ponen triste en esta casa culera. Debo aliviarme de este puto mundo; todos ustedes son unos grandes culeros que me lo recuerdan....debemos parar unos días… esta forma loca y suicida, nadie querrá mencionar nada de nuestra existencia” .Camina hacia el estéreo y pone un casette, una canción que lo hipnotiza “El gato viudo” .Se acerca a la puerta, gira la perilla, da un paso afuera y mira. No hay luna, no hay gatos, no hay medicina, parece que va maullar, no hay cura al mal de amores mi Drea, no hay cura. La luz del alumbrado público refleja su sombra al piso de la sala, es un ángel que va a volar, lo miro y quiero seguirlo. La canción suena como las burlas que él me arremete sobre mi mal de amores. Ahora yo me rio. Es el Rafa quien lo pone en su lugar con su muy poca palabra: “cállate la boca, pendejo, te estás muriendo de pie. No vengas a decir que paremos cuando no eres capaz de caminar siquiera un metro fuera de esta casa .No vengas a hacerte el mártir pinche gato viudo. ¡Pásenle la bola al Drea para que se serene –el Rafa se ríe a carcajadas. Al fin le brindan la cachimba a nuestro loco anfitrión. Él la toma como dudando hasta de sí mismo y enciende el fuego. Todos le miramos con la respiración contenida mientras él fuma con sus ojos de lechuza entrecerrados: “así te vez mejor”, le juzga con su palabra mordaz el Rafa. Yo le doy un manotazo en el hombro mientras le digo que todo será mejor mañana. Me forjo un cigarrillo de mariguana, trueno una rivotril con un vaso de cerveza; luego me siento a reflexionar acerca de esta vida de perros hambrientos y tripa vacía. Me miro dentro estas paredes, Pancho Villa me mira: “el mundo se está acabando. Nosotros somos la crónica de

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una tierra que agoniza sin la ilusión del amor mijo” me dice. Esta ciudad. Mi ciudad es un lugar que se pudre poco a poco. El amor está muriendo. El Drea, el chivo, el tonelada, la pita, el pitufo, el rafa: todos padecemos un amor muerto. Pocos sobrevivimos en las afueras de aquel llongo hermoso; todos quienes recordamos aquella casa y sus últimos habitantes vivimos porque no hemos muerto. Todos amamos con toda el alma pero todos callamos ante la violencia y el atropello. El Drea era amo de la palabra certera. Él enloqueció de tanta mierda; aquella mujer encerrada dentro esa bola mágica de cristal ha silenciado su voz profunda. Sus manos hábiles y artísticas ya no pueden tocar este mundo; ya no pueden dibujar seres extravagantes ni dudar de la existencia de las cosas. Mi amigo vive errante dentro de un perímetro que abarca tres calles. Pervive a la buena de Dios y a la poca piedad que le tienen sus vecinos. Sus cabellos largos y alambrados por una gruesa costra de mugres, sus ojos hundidos y extraviados girando de un lado a otro; su boca que vibra ante un mínimo esfuerzo, babeante; sus ropas sucias, hediondas que le cubren la piel pegada a los huesos Él es un gran mártir de los barrios suburbanos, completó al fin el pacto que Thànatos hizo con él. Sí no me había equivocado, el dios de la muerte no perdona y yo vi a su ángel aquella noche.

Tu recuerdo es como la lluvia.

Ella se fue tras la última lluvia como cuando se van las luciérnagas. De su presencia solo quedaron las pisadas marcadas en el suelo lodoso del traspatio. Aquel hombre pensaba con esperanza mal fundada que volvería al próximo verano, más tardar, antes de que el primer aguacero de la temporada borrara las huellas de aquellos diminutos pies marcados en bajo relieve sobre el suelo. Esa mujer se le iba


volviendo poco a poco un recuerdo muy extraño. Un recuerdo sin muerte segura. Una remembranza que le hacía pensar con alivio que no amaba una parte del pasado sino más bien un anhelo traído desde lo más profundo de un sueño malogrado. Creyó comenzar a olvidarla al transcurso de un año, cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a mojar de nuevo la tierra del patio triste sobre el cual se pasaba las tardes en tertulias con el adiós. Acababa de terminar de creer que aquella mujer en blanco y negro silencioso al fin se iría llevándose esas huellas pero de repente tuvo la certeza de que ella estaba cerca. La sintió entrar por la puerta de enfrente azotándola con su lánguida y resuelta fuerza femenina. La presintió moviendo la cortina colgada del quicio de la puerta que da a la cocina. La escuchó jugar con las campanas colgadas en el arco de la sala. La sintió invadirlo con el preticor de su casi olvidada entrepierna. Esperaba que ella lo abrazara por detrás y le besara la nuca. Nada. La tormenta comenzó con la fuerza de un huracán. Escuchó entonces cerrarse la puerta de entrada con la misma delicadeza que ella la abriera. Escuchó el callar de las campanas alejándose poco a poco al ritmo del vendaval y el suave murmullo de la cortina sosegándose. Se cerró por último la puerta del traspatio dejándolo solo ante el diluvio. El olor a tierra mojada se transformó en suave caricia de agua nueva, árboles celebrando, botones floreciendo y aves en silencio. Salió huyendo antes de que aquel amor reviviera dejándolo preso en esa casa que por años compartieran. "Voy hacerme de cuentos que se murió como mueren las nubes", se dijo después de suspirar largamente. Comenzó a llorar sincero, como si de veras se hubiera muerto. "Si las lluvias se van, también se irán mis lágrimas. Sí los truenos callan, también callara el dolor", dijo por último.

La metamorfosis de una mandrágora llamada Inmanuel. —Conocí una mujer —contó el "Drácula"—que padecía un tipo de afección emocional que tuvo relación con la no aceptación de su ser físico. Cuando se matriculó en la facultad de filosofía parecía ser una joven perfectamente normal. Era extremadamente delgada y de piel blanca. No se le notaba nada raro además de una imperceptible cojera, unas raras casi cejas enmarcándole los ojos y la gratuita timidez que le hacía actuar como gata de basurón. Pero cuando conoció a Nietzsche se transfiguró en una mariposa negra. Se volvió agresiva hasta en el vestir y comenzó a pintarse las alas para emprender el vuelo. Tenía una relación exasperante con el dolor. Primero se tatuó las cejas. Después los brazos y después y después tanto pellejo. Le dije: "te has vuelto adicta a los tatuajes. No pararás hasta que nada quedé en ti para rayar" No se detuvo. Y luego se colgó piercings hasta parecer un promocional pendido sobre la barra en una cantina Funky. "No parará hasta que nada quede perforable en su cuerpo". Un día dos de octubre las bocinas de la escuela sonaban a Silvio Rodríguez. Sonaba "al final de la segunda luna". La flaca Inmanuel se subió al estrado en la cúspide de un viaje de "micropoint", se despojó de sus ropas mostrándonos el cuerpo de gata entecada y aquella retinta personalidad "emo" rayada en el cuero. Nos gritó: "es tremendo estar vivo". Luego nos mostró el último piercing engarzado en los pliegues de sus diminutos labios vaginales transfigurados en una mariposa multicolor. "Esto soy, una mariposa coleccionable ensartada en un fistol. Esto dejaré de ser".

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El siguiente lunes nos recibió la Facultad de Filosofía y Letras, con la noticia de que Inmanuel se había suicidado con un tajo en la garganta". Ricardo alias el "drácula" tiene la habilidad de ponerme mal por cosas o asuntos que antes no me atribulaban. Desde la historia de Immanuel no puedo confiar en mujeres llenas de tatuajes y piercings ensartados por todos lados. Jamás me podré sentar en la misma mesa en la que esté una mujer como lo fue Immanuel. Se me figurará que gritará el peso de la existencia, me mostrará alguna perla horrible oculta en el cofre de su cuerpo y luego regará mi platillo con la sangre trepidante disparada desde un hoyo perforado por el cuello.

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La casa del mirador. En una esquina al pie del cerro se alzaba sobre la barda que rodeaba la casa y el jardín que crecía desmañado en la parte frontal. Era cuadrada, de paredes de grueso adobe, la coronaba un techo de cuatro aguas como un sombrero de tejamanil. Tenía un respiradero en forma de palomar y una especie de barda de tubos demarcaba el corredor al que se llegaba por una escalera de cemento sin pasamanos. Aquella construcción tenía dos aspectos sobresalientes: las puerta-ventanas de cristales enmarcados de blanco, siempre cubiertas por los mismos visillos de encaje también blancos, que aún siguen allí, y el mirador que se alzaba en el fondo y al costado derecho de la edificación. Pasé por aquel sitio todas las veces que fui al colegio durante el Jardín de Niños, la Primaria y la Secundaria. Siempre lucía igual: pintada de un color azulverde con base de agua, con ventanas y puertaventanas protegidas por visillos de encaje blanco. Jamás vi un alma que anduviera en el jardín o entrando a la casa o de menos asomándose por las ventanas. Lo mismo pasaba con el mirador, cuyas ventanas parecían las cavidades de una calavera, porque allí no había visillos y tampoco nadie se asomaba por ellas. La casa emanaba un silencio extraño, como de viento entre las ramas, como arrastrar de hojarascas secas, crujidos de ramas adornado con ojos de lechuzas entre las sombras. ¿Quién vivirá en la casa?, me pregunté de niña y de adolescente, pero nadie contestó a mi pregunta y el tiempo siguió. Me hice adulta, conocí otros lugares, formé una familia, envejecí. Fue cuando regresé y la casa seguía allí. El mismo azulverde descascarado, los mismos visillos, las ventanas vacías del mirador, el jardín seguía enmarañado, aunque el guayabo y la morera que dejaban caer sus frutas a la banqueta, envejecieron, junto con el pirul de espeso follaje. La verja de metal cerrada y aquel silencio rumoroso continuaba presente.

Marta Aragón R.

He vuelto a pasar, aunque ahora con pasos torpes y cansados. La casa sigue igual como la miraba de niña. Soy una abuela y me visitan los nietos y aquel sitio no ha cambiado.¿Quién vive en la casa del mirador? Nadie sabe, todos se alzan de hombros. En la penumbra de una tarde pasé de nuevo por la casa del mirador. La verja estaba abierta, apenas entornada. La curiosidad sobrepasó los límites de la prudencia y me metí con la intención de husmear por los visillos. Me adentré entre la profusión de bugambíleas policromas que formaban enramadas con racimos de colores mezclados; subí la escalinata y me asomé entre los visillos, nada, no había rendijas ni en ventanas ni en las puerta-ventanas. Le di la vuelta a la casa hasta que llegué a un porchecito en la parte trasera, que imaginé daría a la cocina, Las sombras escurrían en la casa porque el anochecer se acercaba. Continué en aquella obstinación, aunque sentía que el corazón iba a salirse por mis orejas y tenía la boca seca y amarga por la excitación, no desistí de mis intenciones y sin pensarlo mucho, empujé la puerta trasera, que inesperadamente se abrió. Entré a la casa junto con los restos de luz que aún quedaban. Di el primer paso y mi cuerpo quedó dentro de aquella habitación. Esperé a que mis pupilas se adaptasen, y cuando pude ver, el contenido de la casa del mirador apareció ante mis ojos: aquella casa era como un huevo huero sin el menor rastro de vida en su interior. El vacío era aterrador, más siniestro que una noche sin luna ni estrellas o que un pozo sin fondo. El silencio era escalofriante y tan duro que parecía taladrar mi cerebro. No di un paso más,.desde donde estaba miré hacia afuera, una niña pasaba y se detuvo, la escuché preguntar:: ¿Quién vivirá en esa casa?

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Última noche de bar. Le revolvía el negro cabello con los dedos, distraídamente, mientras él se sentaba entre sus piernas, dándole la espalda con los brazos apoyados sobre las rodillas abiertas de ella. La banca donde se encontraban, instalada en la terraza de ese bar rústico, en un rincón apenas iluminado por unas cuantas velas, estaban solos, lo que les permitía un poco de intimidad. La mínima que permite un bar. Adentro debía escucharse la música animada, la charla de amigos y ebrios, el rumor de los vasos rebosantes de cerveza entrechocando, y las risas habituales del fin de semana. A ratos él levantaba la cara hacia ella y ella acercaba la suya, sus labios se buscaban ávidos a veces, tiernos por momentos, y los besos tronaban en el trascurso de la velada. El calor llenaba de sudor sus brazos, sus rostros, su pecho, pero eso los hacía más compenetrados, como si compartir un fluido los hiciera uno. A lo lejos se oían a lo lejos las sirenas de las patrullas y ambulancias, no se inmutaban por que no les importaba el resto del mundo. El eclipse lunar en toda su plenitud se alzaba sobre sus cabezas, pero apenas le concedieron un minuto de interés y siguieron en lo suyo. En silencio, como si no hicieran falta las palabras entre ellos, rozaban sus pieles y se estrechaban a ratos; él le apretaba las rodillas y ella rodeaba su espalda con los brazos, luego seguía con los jalones breves de cabello. Entre movimientos para besarle, él se reacomodaba entre sus piernas y accidentalmente le rozaba las ingles, la sentía húmeda y caliente y remoloneaba feliz ahí, mientras ella se lo permitía. La sensación líquida y tibia que le recorría la espalda a ambos, no los incomodaba, muy al contrario los hacía sentir libres de prejuicios y sumergían las narices en el olor de cada uno, mientras la noche trascurría entre eclipses y sirenas. Cada uno tenía su historia. En algún punto de ellas, se habían encontrado y aun no sabían si algún día dejarían de tocarse; por lo

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Addy Castillo Espínola.

pronto ahí estaban jugueteando a calentarse mutuamen te bañ ándose de sudor y otras humedades, uno a otro. Las sirenas se acercaban gradualmente, las luces azules y rojas de la policía se reflejaban en sus rostros, llenándolos de tonos festivos; ya no parecía ser un bar, si no un cabaret. La música continuaba sonando a sus espaldas, pero se agregó un estruendoso megáfono policíaco: —Suelten las armas y pónganse de rodillas— vociferó el oficial a cargo. En un abrir y cerrar de ojos, el estruendo de una bala rompió la noche en mil pedazos más y calló bruscamente al del megáfono. La ráfaga de metralla desde todos los mandos policiacos abatió los cristales, los candeleros, la madera de las bancas y los cuerpos jóvenes, turgentes, sudorosos y bañados en sangre propia y ajena, se contorsionaron en una danza macabra provocada por los proyectiles al impactar en sus carnes. Un abrazo mortal e infinito los inmortalizó en las fotos de los forenses que se acercaron después: la cabeza de él reposando sobre el vientre abierto y sangrante de ella, y las manos de ella alrededor de su pecho con la cabeza caída en un ángulo que semejaba un postrero beso arrancado desde la muerte. A su lado, en el suelo, las armas de ambos y atrás, en el interior del bar, la matanza que originó todo el operativo tras de ellos, horas antes de ser abatidos.


Preambulo en 1984. He de volar como las gaviotas. Comer a ratos o cuando los peces quieran dejarse morir, y cuando la noche apague mi Fe. He de morir si es necesario. Enterrarme para siempre en las profundidades del océano. Morir en el intento. Pero voy a cumplir mi promesa. Voy en busca de ti, sin más espera. Sé que debes de estar ahí, esperándome en la orilla del mar, contando las olas que me devolverán a ti. Es por eso que he de navegar sea cual fuese mi destino. Aunque estoy completamente seguro que mi destino es estar a tu lado. He de embarcar mis pertenencias más importantes, para resistir cualquier naufragio. Llevarme sin duda lo más valioso que puede tener un marinero: una fotografía de su amada y el recuerdo del último beso. Los objetos materiales los guardaré si a caso en el baúl de las anécdotas. Mientras que tu foto y tus besos, los llevaré en mis ojos y en mi boca. II Voy en busca de ti, mi amor. En busca de tus ojos. En busca de tu paz. Ya que mi alma negra atrapada en mis sombras me consumen la existencia. En ti… veo la gloria. Y la vida eterna. III A estas horas el corazón se me cae a pedazos. La luna es un poco más grande. No hay estrellas que seguir. Lo misterioso del mar desaparece en sus aguas quietas. No hay piratas a quien vencer. No hay peces gigantes. Ni fantasmas, ni sirenas. Pero sí recuerdos que salen del mar. Pero sí nostalgias que caen como luciérnagas fugaces. Pero sí amores que todavía duelen y matan. Y a estas horas estoy seguro estas en mis sueños. Pues ya no te hago esperar más, amada mía, me dormiré enseguida. IV Ya no llueve… tengo que contártelo. Ya no llueve. Ya por fin mis palabras pueden ser escritas. Porque no corren peligro alguno de borrarse o de que

José Manuel Crespo Escalante.

el viento se las lleve. Hoy puedo escribirte con toda tranquilidad. Y lo hago, mientras suspiro uno que otro te quiero en ti, me solapo la existencia. Mientras me desv anezco de cansancio, me quedo con las ganas de estar a tu lado. No, no me duele nada. Físicamente estoy como un toro de lidia. Pero tu recuerdo es implacable conmigo. Tu recuerdo que alborota mi consciencia convirtiéndolo en un remolino de ti. Tu recuerdo hace mi vida un rompecabezas donde la pieza única eres tú, irónicamente tú, necesariamente tú. Porque ya no llueve… porque amar es más hermoso después. El mar es de cristal, en donde se refleja el mundo y la noche, y lo nuestro y todo. V Hoy no quiero abrir los ojos. No quiero levantarme del catre. No quiero mover ni un hueso, ni salir a cubierta. No quiero verme al espejo, ni recordar mi pasado. No quiero más perderme en el mar, dejar mi mirada en el agua. Hoy veintisiete de julio de mil novecientos ochenta y cuatro, me siento jodido por los años. Y es una terrible tristeza que ataca a todos los marineros. Al mar. Al crepúsculo. Al aire. A la noche…porque mis compañeros también tienen sus propias hecatombes. Y yo tengo la mía. La mía eres tú. VI Llegaremos como a las doce de la noche, en cuarto menguante. Un día después de lo previsto. Desembarcaremos unos días para luego retornar a nuestro deber. Ya no es necesario escribirte más. Me basta con este pequeño preámbulo para darme a entender que te quiero a pesar de la distancia. Que pude imaginar nuestro encuentro de día y de noche, en la calma y en las tempestades, pero no se compara con verte.

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VII He de mirarte a los ojos. Tus ojos reflejaran el beso de bienvenida. He de aferrarme a tu cintura como un marinero enamorado, colgar tus manos a mis manos, y caminar hasta oscurecernos. He de amarte sin más preámbulos, sin tiempo, sin nostalgias, sin lágrimas, porque el amor que nos tenemos no se derrumba con ninguna clase de tristezas. Haz de callarme toda la vida que me queda, porque de mi boca no saldrá otra palabra que no sea, te quiero. Y te quiero con la boca, con los ojos, con las manos. Con toda mi enardecida vida de marinero.

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El ojo en la acera de enfrente. Que la muerte no nos enfríe. Que los espantos nos recalienten. Siempre que una noticia de espantos aparece en las ocho columnas de la opinión pública procuro visitar los dorados patios de la niñez. Prefiero refugiarme en aquellos recuerdos antes que dar sustento a las malas noticias. No es en balde. Yo no recuerdo horrores de este tipo en aquellos ochentas del siglo pasado. El peor recuerdo sangriento de la infancia es el de aquel cadáver en medio de la calle sin pavimento, sangrando por medio de un balazo en la cabeza, la vista agarrada de un último y delgado éxtasis erotomaníaco y los últimos estertores de la vida asomándose por el dedo índice de la mano derecha. “lo arrojaron de un coche en movimiento”, explico don chuy, el viejo boticario de la farmacia Diana, la más popular en mi barrio. Dicen que cada generación es diferente. Que cada época carga consigo un poco de brutalidad humana que se inscribe para siempre en la historia. Los “viejos de hoy”, dicen los jóvenes de cada generación humana, “siempre se quejan de nuestro hoy”. De acuerdo, a veces los viejos de hoy nos espantamos y somos algo puritanos. Aun así, yo puedo tolerar con poca gana de no opinar , que un adolescente se la pase rascándose las verijas con la naríz metida en la pantalla de un Smartphone, puedo bien sonreír ante sus modas sociales sobre ecología, zoofilismo, ideales morales de amplia apertura,

sus series de televisión al filo de la pornografía y decadencia “gore” entre lo mágico y mítico; esa admiración por los youtubers, los retos idiotas de red social, sus hashtag, sus emoticones (que de vez en cuando uso) y su cada vez más efímera conversación frente a frente y en vivo y a todo color. Así es. Es una nueva generación. ¿Pero, cuál es su realidad y cuál es su fantasía? Mejor: en ¿qué mundo vivimos? Ahora necesitamos de más de trecientos muertos en un refrigerador rodante para apenas lograr un diminuto espanto del tamaño de un terabyte. Un “me asusta”. Y hasta ahí. Pocos se han de preguntar de donde salió tanto muerto y porqué. Nadie se pone a pensar que todas esas personas estaban lo suficientemente lejos de alguien que tuviera la piedad de al menos cerrarles cristianamente los ojos con un poco de amor, tan lejos de alguien que se ocupara de bien buscarlos. Trecientos cadáveres abandonados, no por las autoridades sino por quienes. Eso es lo doloroso. Es abrumador. Trecientos cadáveres no cuadran con el arqueo de la delatripa 37

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realidad. La realidad si apesta y no se puede ni se debe refrigerar con noticias amarillistas. Es realmente poco comparado con la cantidad de jóvenes que a diario muerden las aceras tiñéndolas de sangre, otros muchos guardan la tierra entre su carne en un anonimato que nos debe romper el corazón. No. No es suficiente un” me enoja”, “me sorprende”, “me entristece”. No es suficiente ni es posible banalizar un hecho con compartir este tipo de noticias con tus más de trecientos amigos de Facebook. La realidad es una rueda que gira con nosotros sosteniendo su eje de rotación. Una bola de tierra y sangre cada vez más grande, tan grande que a veces podemos verla de lejos y a veces nomás nos pasa rozando. Habrá más y peores espantos que este tan amarillado. Por ahora, todos calmos con la despedida de un oscuro funcionario forense, con las promesas de un gobernador en busca de la silla mayor. Yo me vine de mi tierra pensando que era el peor escenario. Mi tierra antaño mujer vaporosa y dadora de fruta y aguas. Mis viejos barrios llenos de polvo, luces ambarinas, gritos de juegos infantiles, música guapachosa a todo sonar. Temo admitir que solo me queda recorrer sus recuerdos a modo de adiós. Hoy todas las ciudades se han vuelto un lienzo para rayar sangre joven. Todos y cada uno de nosotros hemos perdido nuestra ciudad y quien sabe cuándo la recuperaremos.

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Dando vueltas con Silvia La importancia de la literatura en la sociedad. La literatura es parte de una gran orquesta, en donde cada uno de los instrumentos representa todas las dimensiones que puede tomar o abarcar la literatura y una de ellas, es la sociedad. Históricamente la literatura ha sido utilizada de muchas maneras. La literatura nos da vida. Sin ella aquellas expresiones decodificadas del ser humano no podrían transmitirse hacia el otro. Pues queramos o no, el lenguaje nos ha permitido estrechar lazos con el otro, trabajar de manera unánime, crear y destruir. La literatura es una disciplina que vive alrededor de otras, como las matemáticas, la física, las ciencias biológicas, las cuales no son comparables con ella, pues cada una tiene sus propias virtudes y sus propias confusiones. Las letras tienen un papel único, es como si poseyeran un “poder” para combatir las ideas, el cual muy bien puede usarse y se ha utilizado, en nuestra sociedad. Por lo tanto, la pregunta no es si gusto o no de la literatura en medio de mis entretenimientos o materias escolares, la pregunta es si he sabido utilizar la literatura en sus distintas dimensiones. Y no hablo de la Literatura social. Ciertamente hay épocas en las cuales se usó mucho de la

literatura para expresar hechos sociales; pero a lo que me refiere es que la literatura simplemente no podría existir sin el humano, éste vive en sociedad y está inserto en ella. Tampoco me refiero a que las letras 'siempre' están dando un mensaje directo a los problemas sociales, pero ya sea el individuo represente, interprete, o construya algún aspecto de la realidad, está haciendo uso de ella, y la realidad la vivimos a diario no solo de manera individual, sino social. Pero para todos aquellos que quizá dicen no gustar de este arte, aquellos jóvenes, niños y adultos que pensando que la literatura está solo encerrada en historias que poco tienen que ver con la vida y las emociones, que están en los estantes públicos, o aquellos sitios que adornados nos ofrecen un producto digno de disfrutar, cabe decir que no gustar de ella, es válido, tal como decidir si me gustan o no los caramelos de leche con chocolate; sin

1 Se refiere al término usado en la antigua grecia para referirse a la crianza y enseñanza moral de los niños.

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embargo, no podemos negar la importancia que tienen las letras, sobre todo a la hora de plantar las ideas que terminan dirigiendo nuestro entorno social. La literatura es un aspecto de la realidad. Es un ĂĄrea disciplinaria que colinda con las demĂĄs y que juntas hacen una orquesta de conocimiento, con las ciencias exactas y naturales, con los diferentes tipos de arte como la pintura, la mĂşsica, el teatro, entre otros; dicha orquesta que es practicada e instrumentalizada por nosotros mismos, los seres humanos, quienes somos parte de este mundo.

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Mi punto de risa Compartir la mentira. De nuevo la rapidez de las noticias en las redes sociales me sorprende. Todo comenzó con una publicación en Facebook de una maestra de una población del estado de Puebla. Luego una detención policiaca y a partir de ahí, el infierno para un par de desgraciados que su único delito fue estacionar en una calle a tomarse unas cervezas después de trabajar en un municipio cercano y en su regreso a casa. También pude ver que algunos de mis contactos compartan una captura de encabezado de noticias, donde se menciona que el huracán Florence, que para estas fechas ya debe ser historia, lleva tiburones entre sus vientos. Una noticia que se ha venido repitiendo desde hace un par de años, con huracanes anteriores. En este caso, pude leer de personas que compartieron la información falsa, solo porque les “pareció divertida”; así, con todo el desparpajo de quien no se fija del impacto que la información, la falta de ésta o, como en estos casos, la falsedad de la misma. También he notado que algunas personas son afectas a compartir noticias falsas con tal de generar polémica y con toda la intención de causar comentarios enconados para su propio divertimento. No hay peores, el efecto es el mismo. Como el de la maestra de Puebla que comenzó leyendo noticias falsas sobre las bandas de robachicos, que a cada rato inundan

la red. No podemos saber si las creía en su totalidad, o cuál haya sido su motivación para compartir ese fatídico día que había dos secuestradores frente a su escuela. Así, sin confirmar su información, quizá por la histeria que se ha instalado en tantas personas, o por querer un poco de atención. Es increíble el impacto que la difusión de noticias falsas ha tenido en la sociedad, generando una histeria colectiva que, en un principio iba de simples comentarios como “no estoy seguro, pero, por si las dudas”, “esto pasó en otro lado, pero debemos estar preparados” y que fue aumentando en intensidad, pasando por comentario cada vez más violentos, de la gente que, detrás de una computadora se sentía con el valor para juzgar y ejecutar; hasta llegar a las acciones, toda vez que la misma gente, aprovechando la mala administración de la justicia en nuestro país y usándola también como pretexto, se sintió protegida al seguir el mismo principio delatripa 37

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que rige las redes sociales, la responsabilidad diluida entre una turba enardecida. Uno de los motivos para seguir opinando y trabajando en este tema, es que la normalización de la violencia no llevará a escalarla a niveles cada vez más peligrosos; por lo que, no debemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo se difunden notas con supuestas noticias como si fueran reales. Aún no estamos preparados para discernir sobre lo que es una broma y lo que es algo serio. Esta falta de criterio, sumada con la falta de una comunicación efectiva, que es el producto de una mala formación como emisores y receptores en el proceso comunicativo, hace que las redes sociales sigan siendo caldo de cultivo para los rumores y los chismes mal intencionados. Yo sí me pongo a favor de una regulación en cuanto al acceso a ciertos contenidos y sobre todo a la forma de abordarlos, no todos saben calificar la veracidad de lo que ven en internet. Bueno, esta posición mía a favor, es producto de una gran conspiración reptiliana que pretende que nosotros mismos nos empecemos a vetar la información para volvernos cada vez más ignorantes y continuar siendo una sociedad anestesiada. Esto último es real, me lo confirmó Maussan en persona.

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La Niña TodoMePasa dice: Forrest Gump Inverso. Eras lindo a lo Forrest Gump. No muy guapo, no muy feo, no brillante, no tan menso. Sonriente, muy sonriente, a veces sumiso y siempre correcto. Pero yo fui la única que te veía como si fueras lo máximo, aventurero y mediocre soñador en ciernes, un espécimen adorable y desconocido para bailar por primera vez con un hombre en un antro que terceras personas improvisaron sin drogas, sin alcohol y sin sexo. Pronto me di cuenta de que cambias de gustos como otros cambian de pantalón. Casi diario te interesaba conquistar a otra, a cualquier otra chica, sin importar el que ella te quisiera o no. Ibas por ahí, dibujando caricaturas con rosas blancas de papel maché. Las palabras nunca se te dieron, así que guardabas las mías para exprimir su perfume, reciclar las ideas y plagiar mis sentimientos para otra chica, cualquier otra chica que en ese momento conquistara tu atención. Ibas por ahí, enredándote con cerdos de Guinea y lagartijas con lentes, durabas un par de días con tus nuevas mascotas antes de arrojarlas fuera de tu balcón. No eras malvado, solo un tanto indiferente.

Mientras tanto yo fui como Jenny, incluso antes de comprender mis motivos; pero en mi película jamás escapé porque en todas partes te veía y caminaba sin rumbo ni prisa pero siempre en continua búsqueda. Y conocí a millones de Forrest que me consolaron temporalmente, a muchos les hablé de ti y seguí caminando hasta encontrar otros brazos porque los tuyos siempre estaban ocupados. Pasó la onda oscura, el paz y amor de visuales en tercera dimensión. Tú viviste tu mundo y yo viajé por el mío sin necesidad de moverme. En mi historia es Forrest Gump el que muere, no logra cosas notables ni conoció presidentes. En mi historia Jenny sigue viva.

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Incipit. Retorno de nuestra memoria. “Iré a ese país mío y le diré: ‘Abrázame sin temor… Y si sólo sé hablar, hablaré para ti’”.. Aimé Césaire.

El griego Gorgias comentaba 500 años antes de Cristo que la palabra hablada o escrita era la expresión más perfecta del pensamiento, sabemos que ella nos revela al mundo exterior y es el vínculo más potente y eficaz de nuestras relaciones recíprocas. La herramienta de las mujeres y hombres que encuentran en la poesía la manera de relacionarse con este mundo es precisamente la palabra articulada y podemos pensar que es la expresión más perfecta del pensamiento. ¿Qué pretende el poeta cuando expresa su experiencia? La poesía decía Rimbaud, quiere cambiar la vida; no piensa embellecerla como piensan los estetas o los literatos que hacen del canon su látigo, ni hacerla más justa o noble, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra se consagra la experiencia y las relaciones entre los seres humanos, por esa razón la poesía no mantiene la intención de adornar, glorificar o idealizar lo que se habla, sino que es simplemente poesía de comunión del individuo entre su entorno y sus emociones. Aimé Césaire en su poemario Cuaderno de un retorno al país natal transmite un sentipensar del otro lado de la línea, como menciona Boaventura de Sousa, es la a reflexión de quien ha sido oprimido y vejado por el sistema colonizador, pero a través de sus versos se va fortaleciendo su pertenencia y forma parte de ese todo que ha sido desplazado.

“Mi boca será la bocaa de las desdichas que no tienen boca; mi voz, l libertad de aquellas que se desploman en el calabozo de la desesperación”.

Césaire nació en un territorio colonizado por Francia, la isla Martinica, la cual tuvo un constante maltrato hacia la población negra, no se pensaba desde la literatura o la academia el hablar de Negritud; pero el poeta él ya lo iba conformando e hizo que esta mirada se incorporara en la poesía, entendemos entonces que la palabra se sustenta en aquello que se está viviendo; en este instante quizá llegarán a su mente otras voces que han escrito en torno al ser negro, voces que han hecho temblar lo que llevamos dentro. Considero que por ello es relevante comprender la diversidad no como diferencia, sino como riqueza de nuevas visiones que muestran un sistema de valores o creencias de las culturas originarias o rurales que se han incorporado a las luchas por el reconocimiento y sobretodo han señalado la

Aimé Césaire. Cuaderno de un retorno al país natal. México: Laberinto, 2010.

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urgencia de cohesionarse para eliminar las exclusiones, dicotomías o en diversos casos las autosegregaciones a las que han sido orilladas con el único interés de crear un movimiento de separación que los haga visibilizarse no solo una herramienta para el trabajo, sino como un ser humano que se identifique como un ser colectivo, pero al mismo tiempo independiente al saberse poseedor de una identidad personal y una identidad colectiva. Cuaderno de un retorno al país natal es la sustentación de Césaire, no desprecia ni una palabra, aunque provoque dolor o melancolía, por el contrario, la musicalidad nos mueve y estruja como pasos lastimados que son mudos testigos del ramalazo emocional, porque a veces aún en ese atolondramiento, de tránsito de otros como nosotros estamos solos, completamente solos, anhelantes de la colectividad, de sabernos todos, como cuerpos reapropiados. El autor no sólo es el creador de este espacio retornado, sino que además es el espejo de aquellos que no se atreven a develar los temores y angustias, construye un sitio de identidad que se materializa en cada lectura del verso, un mundo léxico de represiones expuestas, de relaciones sociales deficientes, soledades sociales por la no pertenencia. Una soledad que permea en nuestras calles, que no es nuestro país de retorno, pero que como a él nos cobija de madrugadas, atemorizados por la muerte y el desencanto de la inseguridad; una soledad que quiere palabras, pero que las ve perdidas en los espacios intelectuales donde centellean los discursos y las malas utopías, una soledad que nos aqueja a todos pero que pocos nos atrevemos a descubrir por miedo a que otros le toquen o nos descubran en el retorno, quizá el de nuestra memoria.

Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68

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Desvaríos de la freaky neurosis. Cerrar los ojos. “...lloró

por el fin de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre” William Golding..

En nuestro mundo impera la violencia. “El hombre es, en efecto, el más cruel de todos los animales” sostenía Nietzche. Podríamos decir que ha sido así desde el inicio de los tiempos. Necesitábamos la violencia para sobrevivir a un mundo hostil, dominar territorios, cazar animales y demostrar la superioridad del hombre. Nuestros ancestros nómadas debieron atemorizarse ante las fuerzas de la naturaleza y de aquellos animales que los superaban en agilidad, quienes los miraban como presa fácil. Entonces el hombre decidió resguardarse en cuevas y asociarse en tribus para proteger su integridad. Llevó miles de años pasar de nómadas a sedentarios, descubrir la agricultura, dominar el fuego, domesticar animales salvajes y después; empezar a crear el arte o la cultura, como la conocemos en la actualidad. La historia nos cuenta que las civilizaciones siempre han querido subyugar a otras, al sentirse superiores. Sabemos de grandes conquistadores como Alejandro Magno o emperadores obsesionados con el poder como los romanos, a quienes no les importaba pisotear la dignidad de los demás. Recordemos a Calígula o Nerón. Siempre

han existido excesos, traiciones, asesinatos, violaciones, pedofilia. Pero aterricemos a nuestros tiempos, donde incluso la música demuestra la descomposición del ser humano, o más bien, nuestra naturaleza primitiva. ¿Es malo el reggeatón, o sólo es un reflejo de lo que vivimos en la actualidad? También existen cumbias y narcocorridos cuyas letras son para pensarse. Por supuesto, la gente está fascinada con todas las series de narcotraficantes y sicarios transmitidas en la televisión; pero se indignan cuando en las noticias comentan que encontraron un camión lleno de cadáveres, culpa del crimen organizado. Nuestra sociedad disfruta con el morbo. Los adolescentes prefieren filmar una pelea que intervenir para disuadirla. delatripa 37

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Además se atreven a compartirla por las redes sociales y son publicaciones que tienen miles de visitas. Es fácil ser espectador. Ir a la iglesia, golpearse el pecho, creer que existe un Dios con un plan perfecto que perdona todo, culpar al diablo por nuestros impulsos, voltear la cara ante un indigente, dejar que asalten al vecino o violen al prójimo. La gente sigue creyendo en una institución arcaica que defiende a sacerdotes pederastas. Nos resguardarnos en modernas “cuevas”, a mirar programas estúpidos en nuestra pantalla gigante, con la idea de alcanzar el estatus máximo de la civilización; porque tenemos tecnología de vanguardia, televisión de paga, wi-fi y ropa de marca. Sin embargo, carecemos de lo esencial: Ética. No se trata de pensar que a nadie le importa. Hay quienes se manifiestan al respecto. Se han escrito novelas, tratados, incluso utilizado el psicoanálisis para entender cuál es la razón de nuestro comportamiento. Existen quienes toman lugar activo en la sociedad realizando marchas, organizaciones civiles o albergues; intentando resarcir un poco el daño causado. Sin embargo, también es cierto, que existen periodistas muertos en aras de la verdad y movimientos saboteados cayendo en el olvido. Los sobrevivientes y los espectadores, nos damos cuenta que existe una respuesta inmediata a todo esto: el miedo y el instinto de supervivencia. Miedo que nos ha permitido sobrevivir y

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mantenernos a salvo, pero igual nos impide tomar parte activa, por temor a perder nuestra integridad. Es más fácil ignorar una situación que se sale de nuestras manos. Es más fácil decirle a un niño “mentiroso” por denunciar al sacerdote, maestro o su propio padre por tocarlo de manera inapropiada. Es más fácil presumir que vives en la ciudad más segura del país, cuando al resto de la república se lo está cargando la chingada. Porque hay lugares donde matan mujeres a diario, donde encuentras cadáveres en cada esquina, donde las madres deben realizar guardias en las primarias porque hay niños violando niños. Ciudades donde existen toques de queda o poblaciones tan marginadas que deben acceder a formar parte del crimen organizado para seguir viviendo. Habitamos en un mundo de gente extraña con instintos primitivos, pretendiendo ser civilizada. Incluso algunos se sienten tocados por Dios al no comer carne, por tratar como hijos a sus mascotas; pero viven ofendiendo a quienes no piensan como ellos. Personas condenando el aborto, a quienes les importa poco la realidad de los niños abandonados o abusados. Seguimos siendo irracionales de alguna forma y es más fácil cerrar los ojos, mintiéndonos a nosotros mismos; creyendo que, si no lo vivimos, en realidad no pasó.


Nos vemos en el slam. El centro no calla. Tengo la esperanza de llegar al centro de la ciudad de Mérida un sábado por la noche y volver a escuchar sus “ruidos” chéveres y fiesteros. Tengo la esperanza de que esos foros alternativos sepultados en fachadas repintadas surjan como edificios zombis y abran sus puertas para un último baile a todo volumen, un último slam que tras su codazo final se convierta en un fantasma que recorra las calles recordando a los amantes del silencio que el centro necesita de la fiesta nocturna provocada por el sonido de las bandas locales. Tengo la esperanza de llegar al centro y en vez de ver en las casonas restauradas mantas exigiendo un silencio mortífero para el ambiente multicultural del centro, escuché varios ritmos y por culpa de la indecisión, vaya a disfrutar un poco de todas sus rolas, con cheva en mano. Quizás mis esperanzas nunca se cumplan. Hoy para las autoridades tiene más valor el capital extranjero, local y nacional que están convirtiendo al centro en una unidad habitacional bien pintadita con un nivel de vida que requiere de una mudez panteonera para existir sin problemas. Hace diez años esta situación no existía o no tenía la fuerza para interrumpir y desmembrar un ambiente que necesita el centro histórico de la capital yucateca, para tener de manera integral una identidad cultural en el que todos puedan encontrar algo de su gusto desde musical como artístico. Recuerdo que les decía a amigos de otras entidades que, en el centro de Mérida, principalmente los fines de semana, la música sonaba y sonaba en las noches; pero ahora cuando me preguntan de esta zona solo me queda decirles que está invadida de restaurantes finos que mueren en bancarrota para dar paso a otros que les pasa lo mismo. En varias ocasiones a Mérida le han dado el mote de “Capital Cultural”, algunos consideran que lo tiene de por vida, pero yo pregunto ¿Cómo vas a disfrutar una capital cultural, si cuando cae la noche alguien abre su puerta y enfrente de ti pone un dedo firme en su boca cerrada?

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Ni modos, si les tocó vivir en un espacio que por naturaleza debe sonar y sonar, aguanten; ahora si vinieron de otro país a disfrutar sus últimos días y van al Ayuntamiento a imponer sus condiciones de silencio, no son visitantes, no son nuevos habitantes, son invasores y el invasor nunca será bienvenido.

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