Los Conquistadores de América: Síntesis Histórica (1912)

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LOS Vasco Núñez de Balboa Hernan Cortés- Francisco Pizarra- Cristóbal de Olid Fern a ndo de Magall a nes Juan Ponce de León - Sebastié.n Cabot, etc., etc.

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Con permiso de la Autoridad Eoleslástlca

BARCELONA IMPRENTA DE HENRIOH Y

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EN COMANDITA

Calle de Córcega., 348



LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA




VICARIATO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE BARCELONA Nihil obstat. El Censor, FRANCISCO DE P. RIBA9 Y SERVET, Pbro.

Barcelona 8 de Febrero de 1912. Imprimase: El Vicario General, JoSÉ PALMAROLA.-Por mandado de Su Sria., LIC. SALVADOR CARRERAS, Pbi'O,, Serio. Canc.


VASCO NÚÑEZ DE BALBOA Descubrimiento del Grande Océano ó Mar Pacífico El descubrimiento de Cristóbal Colón abrió ancho campo á las ambiciones y á las iniciativas de algunos aventureros arrojados, á los que alentaba especialmente el afán de atesorar riquezas, ha· ciéndose dueños de aquellos países que por tan fabulosa manera las contenían. Junto con Alonso de Ojeda, Fernández de Enciso y Diego de Nicuesa pisó los ricos países de Veragua y Urabá el valeroso Vasco Núñoz de Balboa, quien por sus relevantes cualidades, demostradas en varias ocasiones, consiguió en breve autoridad y mando, viniendo á ser el promotor y el alma de o.trevidas empresas que han hecho su nombre imperecedero.


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Oriundo de Extremadura y, aunque de noble alcurnia, empobrecido, el estado .precario de su fortuna habíale obligado á atravesar el Océano acompañando á Rodrigo de Bastidas en su viaje de exploración. Fijóse después en La Española, donde residió largo tiempo sin conseguir que mejorase su fortuna; y tan agobiado de deudas se hallaba, y tan perseguido y martirizado por sus acreedores, que sólo por medio de la fuga podía librarse de aquella apurada é insostenible situación. Pero la realización de tal proyecto tenía sus dificultades, porque la vigilancia que se ejercía en los buques que salían de la isla era muy severa y, según la ley, ningún deudor podía ausentarse sin el consentimiento de sus acreedores; por lo que Vasco Núñez, resuelto á tentar fortuna en las colonias que iban á fundar Ojeda y sus compañeros, bízose encerrar en una caja de provisiones y conducir á bordo del buque que, al mando de Fernández de Enciso, debía salir en 1510 con provisiones y refuerzos para las colonias de Urabá. Ya en alta mar el buque, salió nuestro héroe de su escondite, llegando felizmente á aquellos países que, para él como para los demás compañeros de aventura, eran la tierra de promisión que con sus fabulosas riquezas trocaría en venturosa su hasta entonces aciaga suerte. Pero, ¡quién dijera á esos aventureros que la mayoría de ellos sucumbiría á las penalidades y á las privaciones, y que las soñadas riquezas trocaríanse en hambre, miseria y enfermeda· des y, en último término, una iguorada tumba sería el premio de todos sus afanes! Vasco Núñez de Balboa resistió á tantas contrariedades, y en una de aquellas muchas rebeliones que contra los gobernadores se sucedían en las colonias, logró ponerse á la cabeza de los rebeldes y quitar de en medio á Enciso, embarcando luego á Nicuesa con otros compañeros en una destartalada carabela, que al parecer se fué á pique durante una tempestad. _ Temido de los indígenas, con su valor y previsión consiguió organizar de nuevo la colonia de Santa María de la Antigua, á orillas del Darién, desde donde emprendió varias expediciones al interior con objeto de ponerse al corriente del estado del país; y en 1511 envió á Francisco Pizarra con algunos hombres á sus órdenes, para. que le trajese noticias de la provincia de Coyba, distante 30 leguas al Oeste. Mal recibidos estos exploradores por los indígenas, quienes los obligaron á batirse en retirada, creyóse Balboa en el caso de acometer por sí mismo la empresa, y acompañado de 130 hombres dirigióse á Coyba, sometió á su cacique Careta y penetró en la provincia de Comagre, cuyos habitantes salieron á recibir á los españoles y los condujeron á su pueblo, colmándolos de atenciones. Según parece desprenderse de las relaciones de aquella expedición, lo que más admiró á los españoles en dicho pueblo fué la morada


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del cacique, más por su extraña construcción que por su capacidad: tenía 150 pies de largo por 80 de ancho, estaba constrnída sobre recios troncos de árboles y rodeábala fuerte muralla de piedra. El piso superior constaba de multitud de aposentos destinados unos á vivienda y otros á despensa; en uno de ellos encerrábase gran provisión de pan, frutas y carne seca; en otro veíanse grandes jarras llenas de vino de palmera y otras bebidas fermentadas hechas con maíz y algunas raíces; en un extenso corredor, convertido al parecer en santuario de la casa, había los bien conservados cadáveres de sus antepasados y parientes, momificados al fuego, envueltos en grandes mantas de algodón, adornados con gran profusión de oro, perlas y piedras preciosas, y colgados de pare!fes y techo por medio de fuertes lazos. Cuenta un historiador moderno que el hijo mayor del cacique de dicho pueblo regaló á los españoles gran cantidad de adornos de oro, y al ver que aquéllos reñían por el reparto, admirado en extremo les dijo: <Si tan valioso es este oro ante vuestros ojos y sólo para poseerlo abandonáis vuestra patria exponiéndoos volun· tariamente á toda suerte de peligros, tras de aquellos montes que al Sur se levantan existe un dilatado mar, frecuentado por un pueblo que, cual vosotros, posee barcos con velas y remos: su rey come en vajilla de oro, y el país está cruzado por ríos que son riquísimos de dicho metal, tan abundante allí como aquí el hierro .•> Se le diera en esta ú en otra forma la noticia, pues nada nos autoriza á dudar de la autenticidad de tales palabras, es lo cierto que impresionó vivamente á Balboa, y en su afán de inquirir más noticias acerca de dicho país, interrogó á su anfitrión, quien le dijo que el viaje para ir allá era en extremo arriesgado y peligroso y que necesitaba muchos más hombres ero los que consigo llevaba, pues debía de atr¡>vesar intrincados bosques casi impenetrables, escala.r ademál abruptos y escarpados montes sin camino ni vereda, y cruzar regiones cuyos caciques eran en sumo grado belicosos y disponían de numerosos combatientes. Pero estos obstáculos, en vez de desanimar al atrevido explorador, encendieron aún más en su pecho el deseo de descubrir aquel mar y hallar aquella tierra; porque si en su fuero interno se acusaba de ser un usurpador que por la fuerza se apoderara de la dirección y mando supremo de la colonia, érale de todo punto evidente que para alcanzar el perdón de su conducta debía de realizar algún hecho eminente, llevar á cabo una arriesgada empresa. Y pues se le presentaba ocasión de atenuar, si no borrar por completo, el mal efecto producido por su traición contra Enciso y Nicuesa, creyó no debía desperdiciarla, y después de madurado su proyecto, emprendió la marcha el 1. 0 de Septiembre de 1513,


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acompañándole 190 españoles y 600 cargadores indios, que partieron de Santa María de la Antigua en demanda de aquel misterioso país, llevando consigo una numerosa jauría de perros de presa, valiosos auxiliares en los combates, muy temidos de los indígenas, según se lo demostrara la experiencia. La expedición se componía de un bergantín y nueve grandes canoas, que se dieron á la vela con rumbo al NO ., costeando el istmo de Darién hasta llegar al pueblo en quo residía el cacique Careta, con cuya hija había casado Balboa, por lo que le dispensaba estrecha amistad; allí dejó casi la mitad de su gente custodiando los barcos, y partió resueltamente con el resto el 6 de Septiembre para el interior. El sitio elegido por Balboa para cruzar el istmo, después d" adquirir d" los indios noticias ciertas, fué el más estrecho, donde las dos opuestas costas se hallan sólo separadas entre sí por una distancia d" nuev" leguas poco más ó menos. Inmensos, algunos casi insuperables, fueron los obstáculos qu" en tan corto trecho hubo de vencer la expedición, pues aun cuando la altura de la sierra no excede de 700 metros, el bosque virgen qu" por aquella parte del istmo se extiende, casi impenetrable á la humana planta á causa d" las gigantescas lianas, enredaderas y otras trepadoras que con sus duros y gruesos tallos entrelazaban unos árboles con otros á manera de tupida y enmarañada roo, hacía tan penosa la marcha y tan arriesgada la empresa, que merece se la considere como uno d" los mayores trirmfos de Balboa, máxime si se tiene en cuenta que en .,¡pasado siglo intrépidos viajeros intentaron infructuosamente atravesar el istmo, teniendo que desistir después de algunos dias de indecibles trabajos. A los naturales peligros de tan penosa marcha ha de agregarse que la expedición dirigida por Vasco Núñez de Balboa tenía que atrav.,sar comarcas regidas por indomables y belicosos caciques, quienes oponían con sus intrépidos guerreros la más enérgica re· sistencia al paso d" los españoles. Uno de esos caciques, llamado Quaraqua, juntó en torno suyo la mayor parte de sus guerreros, con el propósito de exterminar á los españoles, harto extenuados ya por el hambre y la fatiga. Pero las armas de fuego de los invasores infundi.,ron tal terror entre los indigenas, armados sólo de lanzas, mazas, arcos y flechas, que el ejército de Quaraqua, creyendo que los extranjeros lanzaban rayos y truenos, emprendió precipitada fuga, convertida á poco en espantosa derrota á causa del páníco que produjeron los perros de presa que, azuzados por los españoles, corrían tras de los indígenas ladrando furiosamente, arrojábanse sobre ellos y despedazaban sus carnes cual lobos hambrientos. Más de 600 cadáv.,res quedaron tendidos en el lugar de la refriega, entre ellos el del ca-


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cique. Además se hicieron gran número de prisioneros, entre los cuales se hallaban el hermano de Quaraqua y varios jefes de menor importancia, quienes, condenados á muerte, fueron, por orden de Balboa, arrojados á los perros, que los destrozaron horriblemente en breves momentos. x El 25 de Septiembre llegaron por fin al pie de la cordillera, desde cuya cima, según afirmaba el guía indio, podía verse el otro mar. Sólo le quedaban á Balboa 67 hombres, pues el resto había enfermado en el camino y regresado al punto de partida por orden de aquél; y con tan exigua hueste emprendió muy tempra.no la arriesgada ascensión á la montaña, alcanzando la loma á las díez de la mañana, faltándoles sólo subir á un pelado pico desde el que se divisaba el mar del Sur ó Grande Océano. Palpitante de emoción el corazón, encaramóse Balboa hasta la cima, y ya en ella, al contemplar á sus pies el dilatado Océano y abarcar con la mirada el grandioso panorama que ante sus atónitos ojos se extendía, hincóse de rodíllas conmovido, y juntando las manos en actitud de orar, dió infinitas gracias al Creador por haberle concedído la gloria de realizar tan importante descubrimiento. Luego llamó á sus compañeros, quienes, después de saciar la vista. con el imponente espectáculo que ante ellos se ofrecía, erigieron con piedras un tosco altar en el que el religioso Andrés de Vara entonó el Te Deum laudamus. Terminada tan augusta ceremonia, sobre el má.s elevado pico de aquella montaña levantaron una cruz, símbolo inefable de la religión cristiana, que desde allá arriba extendía sus cariñosos y protectores brazos sobre aquellas inmensas y desconocidas regiones. Tras de aquella espantosa marcha de veinte días á través del intrincado y pavoroso bosque en medio del cual cayeran más de cuatro abatidos por mortal desfallecimiento, fácil es de comprender el júbilo de los expedícionarios al ver alcanzados sus deseos y terminados de momento tantos trabajos y privaciones tantas. ¡Y qué de esperanzas hacíales concebir aquel descubrimiento! Abierto tenían ya el camino de aquellas ricas comarcas del Sur, en que al parecer existían grandes ciudades, mercados y puertos; las aguas de cuyo mar bañaban también las playas de aquellas suspiradas islas de la Indía, tan ricas en perlas, piedras preciosas y especias y tan apetecida" desde remotos tiempos por todos los pueblos comerciales de Oriente. Vasco Núñez de Balboa realizaba los presentimientos ·de Cristóbal Colón, qnien buscó infructuosamente el paso que le condujera de uno á otro mar, sin sospechar que á pocas leguas de distancia tenía la solución del problema que por modo talle preocupaba. Después de algún descanso descendió Balboa al otro lado do la cordillera, y atravesando con su pequeño ejército la llanura cu-


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bierta de bosque y de sabanas, llegó el 29 de Septiembre, á los cuatro días de penosa marcha, á la desembocadura del río Sabana, en el golfo de San Miguel, donde le fué dable contemplar el proce· loso mar que se extendía hasta perderse de vista, y en cuyo punto debía de verificarse conmovedora ceremonia. Armado nuestro héroe de punta en blanco, sosteniendo en la mano un estandarte con la imagen de la Virgen y el Niño Jesús en brazos, entróse en el agua hasta la rodilla, y, desenvainando la espada, tomó posesión en nombre de España de aquel nuevo mar descubierto, de sus costas, puertos, islas y paises adyacentes, y con potente voz retó á com· bate á quien quisiera disputarle los derechos que acababa de adqui· rir sobre ta.n desconocidas regiones: en señal de la toma de posesión, grabáronse cruces en los árboles vecinos, de los que además cor· taran algunas ramas. Balboa y sus compañeros permanecieron algunas semanas en las costas del Grande Océano, al que entonces dió el nombre de Mar del Sur porque bañaba la costa del istmo opuesta á la acariciada por las olas del Mar del Norte. Valiéndose de las piragua<~ de los indí· genas, navegó por aquellas babias, visitó varias islas inmediatas, hizo amistad con los caciques, y, comerciando con unos y peleando con otros, adquirió un gran tesoro en objetos de oro, así como mul· titud de valiosas perlas que los indios pescaban en aquellas costas, donde abundaban tanto que los naturales adornaban con ellas los mangos de sus remos. . · Después de inquirir cuantas noticias les fué dable acerca de los ricos países del Sur, el 3 de Noviembre emprendieron el regreso Balboa y los suyos, que fué mucho más penoso para aquellos in· trépidos conquistadores, pues habiendo cargado de oro los buques, llevaban escasas provisiones, y no podían obtenerlas de los indígenas porque éstos, por lo general, huían al aproximarse los españoles, por lo que el hambre era inseparable compañera de los atrevidos aventureros, quienes sin embargo no desperdiciaban ocasión de despojar del oro, perlas y otros objetos de valor á cuantos indios sorprendían. Esto permitió á Balboa llegar con toda felicidad á la colonia de Santa María, llevando rico botin, el 19 de Enero de 1514, sin haber perdido un solo hombre en empresa tan temeraria y que había durado cerca de cuatro meses. El informe que de su descubrimiento envió Balboa á España pocas semanas después, ya de sí importante, adquirió valor especial por haber unido á él doscientas valiosas perlas y una cantidad en oro que ascendía á 20,000 castellanos; pero llegó tarde á la corte para contrarrestar el efecto producido por su anterior conducta con En· ciso y Nicuesa, pues ya se bahía nombrado gobernador de Darién á Pedro Arias de Avila, quien en Abril de 1514 hízose á la vela con


Vasco Núñez de Balboa. tomando poses ión del Mar del Sur



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una armada de veinte embarcaciones, dirigiéndose á su destino al mando de 1,500 hombres. Algunos de Jos capitanes que con el nuevo gobernador del Darién partieron de España alcanzaron más adelante brillante renombre en la Historia, pues contábanse entre ellos B. Fernando de Soto, que descubrió el MissiSsipí; Francisco Vázquez Coronado, conquistador de las siete ciudades de Cibola; Diego Almagro, conquistador de Chile; Benalcázar, que lo fué de Quito y Bogotá, y Bernal Díaz del Castillo, el valeroso compañero de armas de Hernán Cortés en la conquista de Nueva España. Avila recibió el encargo de practicar una minuciosa investigación acerca del delito cometido contra Enciso y Nicuesa y castigar severamente á los culpables; pero una vez alli y comenzadas las investigaciones, dilatáronse en.o éxceso, cesando por completo cuando Quevedo, electo obispo de: Dl1rién; y¡ la esposa de Avila intercedieron en favor de Balboa; aLprópio tiempo, habiendo llegado el informe de este último á pode( 51~1 Rey, éste, en recompensa á los grandes servicios prestados po:. :aquél, nombróle Adelantado del Mar del Sur y le confirió el mando de Jos países por él descubiertos en la costa Sur del istmo, con la sola condición de quedar supeditado al poder de Avila, que gozaba del mando supremo de aquellas regiones. Así Avila como Balboa, ambos de carácter enérgico y emprendedor, organizaron varias expediciones con objeto de explorar detenidamente el interior del país, entre ellas la que, á las órdenes de Pizarra y Morales, conocedores ya del terreno y avezados á las fatigas de aquel género de vida, tenía por objeto conquistar las islas de las Perlas, situadas al Oeste del golfo de San Miguel; también enviaron una expedición á saquear el templo de Dabayba que, según decían, hallábase repleto de oro, y fracasada ésta, mandaron otras dos, que tampoco lograron su objeto. Una de las más importantes fué la de 400 hombres que, á las órdenes de Ayoro, tenía la misión de establecer una serie de estaciones para poner en comunicación las costas septentrional y meridional del istmo; pero destruidas aquéllas por los indios, encargóse á Balboa su restablecimiento. Lo primero que se le ocurrió á Balboa en su larga experiencia fué fundar en las cercanías de Careta el puerto de Acla, desde donde se adoptaron las necesarias disposiciones para una expedición más importante que tendría por objeto la más amplia exploración del Mar del Sur, para Jo cual se necesitaban algunos buques, que se construyeron en Acla, arrastrándolos Juego á través del bosque virgen con indecibles trabajos. Este transporte costó la vida á centenares de hombres; pero tantos esfuerzos viéronse allin coronados por el éxito, y Balboa pudo emprender con sus carabelas


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una travesía de reconocimiento sobre las aguas del Mar del Sur, navegando á lo largo de la costa de la actual república de Colombia; pero los vientos contrarios obligaron á los buques á emprender el regreso sin haber logrado alcanzar el Perú. AUil.que con pena, hemos de mencionar que en todas estas expediciones los españoles cometieron inicuas crueldades con los infelices indios, matándolos en gran número, haciéndolos despedazar por los perros de presa ó dándoles horrorosos tormentos para que confesaran dónde tenían tesoros escondidos; porque es innegable que á aquellos aventureros sólo la codicia les alentaba en su empresa y eran en general hombres sin corazón que no reparaban en los medios, y lo mismo se vallan de la astucia y de la traición que del asesinato, no respetando ni á sus propios compañeros cuando éstos constituian un obstáculo á sus planes. Vasco Núñez de Balboa debía perecer por la envidia y los celos de su enemigo y jefe Pedro Arias de Avila, porque la especial posición de ambos rivales, con el transcurso del tiempo acarreó entorpecimientos, qne trató de salvar en vano el obispo Quevedo proponiendo el matrimonio de Balboa con la hija del gobernador; y aunque dicho enlace se efectuó al cabo, no tardó en renacer la desconfianza de Avila al saber que su yerno proyectaba hacerse independiente por completo y erigirse en gobernador de las provincias de Panamá y Coyba. No se le ocultaba á Avila que con la separación de aquellos ricos países del gobierno de su mando, perdia su distrito el principal valor; así fué que, celoso de su poder, renacieron en él los antiguos odios y rivalidades, y, dejándose llevar de la ciega pasión, mandó prender á Balboa, formarle un breve proceso como traidor y decapitarle en Acla, en 1517. ¡Triste fin de uno de los más hábiles y valerosos descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo! Balboa contaba sólo cuarenta y dos años de edad, y su valor y aptitud eran prenda de grandes esperanzas. El odio de Avila llegó á traspasarlos umbrales de la muerte, pues ni aun respetó el cadáver de su rival, cuya cabeza, clavada en el extremo de una pica, mandó exponer en la plaza pública durante muchos dias. Y para demostrar la aversión que Balboa le había inspirado en vida, aparentó ignorar por completo sus planes, que, como sabemos, consistían en buscar aquel rico país situado al Sur llamado Perú, y dirigió todas sus expediciones hacia el Nordeste del istmo para explorar los países situados en aquella región. En 1519 fundóse la colonia de Panamá, á la que en 1521 se concedió el título de ciudad, y de ella partían todas las expediciones en busca de descubrimientos y conquistas. Bartolomé Hurtado exploró el mar de Costa Rica hasta el golfo de Nicoya, y Gil González de Avila,


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pariente del gobernador, arriesgóse en 1521 hasta Nicaragua, realizando una venturosa expedición hacia el interior del país, gobernado por el cacique Nicaragua, quien recibió afablemente á los españoles y vió sin recelo cómo aquél, delante de sus compañeros y de los indígenas allí reunidos, entraba á caballo en el lago de aquel nombre, poblado de islas de origen volcánico, y bebía agua del mismo, tomando posesión de él y de todo el país que le rodeaba, después de practicadas las solemnes ceremonias requeridas. Estímulado González de Avila á proseguir sus descubrímientos en vista del éxito de la primera expedición, de la que trajeron oro por valor de 100,000 pesos, en 1524 emprendió un segundo viaje á Nicaragua, penetrando en el país por la costa oriental, por cabo de Honduras, y dirigiéndose al lago por la parte Sur. Allí se encontró con otra expedición enviada por Pedro Arias de Avila, al mando de Francisco Fernández de Córdoba, el cual había echado los címientos de las ciudades de Granada y de León. No tardaron en originarse desavenencias entre los dos rivales, que terminaron arrojándose González sobre la hu.este de su contrario y arrebatándole las armas y el botín que llevaba. Más tarde volvió González á la costa oriental del istmo, que le disputó esta vez Cristóbal de Olid, uno de los capitanes que iban con Hemán Cortés. I gual suerte que á Balboa debía de caberle á Femández de Córdoba, quien, después de la marcha de González, habíase establecido en Nicaragua, donde trató en breve de hacerse independiente del gobernador Avila. Empero sabedor éste de los intentos de su subordinado, organizó numeroso ejército, se dirigió á Nicaragua en busca de Fernández de Córdoba, púsole preso y ordenó su decapitación, en 1526, en la ciudad de León. En 1530 murió también en esta última ciudad Pedro Arias de Avila, dejando á la posteridad un nombre aborrecido por sus crueldades y por la mala administración de Jos países que le fueron encomendados y que otros habían descubierto y conquistado. En cambio, el nombre de Vasco Núñez de Balboa será siempre respetado, pues á él se debe el descubrimiento del Océano Pacífico y las prímeras investigaciones á través del istmo de Darién bacía el rico país del Perú.



HERNÁN CORTÉS Y LA CONQUISTA DE MÉXICO Hc.rnández de Córdoba.- Juan de Grijalvn. y su descubrimiento de Yuca.Mn y México. - B ernán Cortés: su vida a.ntes ele la conquista de :México. -Su desembarque en México.

Varias eran las expediciones que en el espacio de pocos años hahian salido de la isla de Cuba, poblada ya por numerosos aventureros, que, sedientos de gloria y de riquezas, partían de alli á descubrir y conquistar nuevos países. No sólo de los informes dados por Colón en su cuarto y últímo viaje, mas también de las afirmaciones del arriesgado navegante Juan Díaz de Solís, quien, en compañia de Vicente Yáñez Pinzón, visitara en 1506 la isla de Guanaja, descubierta por Colón, llegando después á un gran país situado al Occidente de la isla de Cuba, podia deducirse con visos de certeza que al Sudoeste de esta última encontrábanse extensos territorios que debían de explorarse. Uno de los prímeros exploradores de esas desconocidas regiones fué Hernández de Córdoba, rico hidalgo prímo del Fernández de Córdoba decapitado en Nicaragua, quien en 8 de Febrero de 1517 salió de Santiago de Cuba con tres buques y llO soldados, llegando en veintiún dias de navegación á una costa desconocida, donde al prepararse para desembarcar, vieron se dirigían hacia ellos cinco grandes canoas aparejadas con velas y remos, llenas de in-


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dios, que les invitaron á visitar su ciudad, situada á dos leguas hacia el interior. El sitio donde desembarcaron los españoles, ósea la punta Norte de Yucatán, recibió el nombre, que aun conserva, de Punta del Catocho, porque los indios, para invitar á los españoles á ir á tierra, les decían repetidamente conéx catoclt. Cuando los españoles se encaminaban á la ciudad de los indi· genas, cayeron en una emboscada que éstos les tenían preparada, y sólo merced á la superioridad de sus armas pudieron regresar á sus buques. Navegando hacia el Oeste, sin perder de vista la costa, llegaron á los quince dias á un puerto cerca del cual había una gran ciudad, con casas de piedra, •templos y torres, llamada Kimpech y situada donde hoy se halla Campeche; pero horroriza· dos al ver"los restos de recientes sacrificios humanos ofrecidos por los indígenas á sus dioses y no creyéndose seguros, abandonaron aquel país, y siguiendo la costa llegaron á otra ciudad llamada Potonchón y actualmente Champotón, á una legua de distancia hacia el in· terior. La falta de agua obligó á los españoles á ir á tierra en busca . de ella, y mientras llenaban los toneles fueron sorprendidos por los indios, que armados de arcos, flechas, lanzas, hondas, espadas y rodelas, les acometieron denodadamente, teniendo los españoles que sufrir un verdadero asedio, del que sólo pudieron librarse al si· guiente dia después de grandes esfuerzos, heridos casi todos y per· diendo más de 80 hombres entre muertos y prisioneros. El mismo Hernández de Córdoba recibió doce flechazos, y durante mucho tiempo fué conocido aquel sitio con el nombre de Bahía de la Mala Pelea. · En vista de las grandes pérdidas sufridas determinaron los ex· pedicionarios volver á Cuba, y después de larga y penosa travesía llegaron á la Habana, llamada entonces Puerto Carenas, donde, á los diez días de su llegada, murió Hernández de Córdoba, á consecuencia de sus heridas. Así terminó la primera expedición á Yucatán. Diego Velázquez, gobernador de Cuba, en vista de las noticias dadas por los expedicionarios, y más que todo por las riquezas que habían traídq de aquel país, comprendió la importancia del descu· brimiento y organizó una segunda expedición, al mando de su so· brino Juan de Grijalva, joven apto y emprendedor, quien á princi· pios de Mayo de 1518 salió de Matanzas con cuatro buques que conducían 240 hombres. Impelidas por la corrientes las embarcacio· nes hacia la isla de Cozumel, fronte á la cósta de Yucatán, desde allí rodeó Grijalva toda la peninsula, tocando en los mismos puntos visi· t ados por su antecesor, en todos los cuales vió grandes ciudades que despertaban la admiración de los expedicionarios; el cuidadoso cul· tivo del suelo y los vistosos trajes de algodón que vestían los in· digenas, demostró.ban]es que habían llegado á un país más adelanta· do que todos los hasta entonces descubiertos en el Nuevo Mnndo.


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Pero en todas partes fueron mal recibidos por los naturales, especialmente en la Bahía de la Mala Pelea, donde, al desembarcar, encontráronse con los habitantes de Potonchón que, envalentonados por su anterior victoria sobre los españoles, les aguardaban en la orilla y les lanzaron tan gran número de flechas, que muchos de ellos quedaron gravemente heridos; á pesar de lo cual, y tras rudo combate, lograron desembarcar poniendo en fuga á sus enemigos. Después de permanecer allí algunos días, embarcáronse de nuevo, y al cabo de tres 6 cuatro llegaron á la desembocadura de un gran río, llamado Tabasco por los indígenas y al que los españoles dieron el nombre de Grijalva. Esta vez lograron entrar en tratos con los indígenas, pudiendo entenderse sólo por medío de signos. Obtuvieron varios objetos de oro, a.sí como la noticia de que en un país situado más á Poniente abundaba tan rico metal, país que los indígenas indícaban con los nombres de Culhua y M exico. Algo más al Noroeste encontraron á orillas de un río á gran número de indíos que habían adornado sus lanzas con banderitas blancas, de trapo, por lo que le llamaron Río de las Banderas. Al parecer díchos indíos estaban allí enviados por un gran rey que vivía en el interior y gobernaba muchos países, el cual, teniendo noticia de los combates sostenidos por Hernández de Córdoba y Grijalva en Yucatá.n, hacía espiar todos los movimientos de los españoles, porque existiendo en el país una antigua tradíción según la cual iría allí un pueblo de Oriente que le sometería á su yugo, quería conocer cuáles er.an sus intenciones. Ese gran rey llamá.· base Moctezuma y vivía en una ciudad construida en medio de un gran lago, siendo uno de sus gobernadores el jefe de la embajada indía. Después de permanecer algunos días en aquella comarca cambiando chucherías por ricos objetos de oro, los españoles se hicieron á la mar, encontrando á poco una pequeña isla, en la que había un templo de piedra y una especie de altar adornado con extrañas figuras de ídolos. Al parecer hacía poco tiempo se le habían sacrificado bastantes víctimas, pues aun se veían los mutilados cadáveres esparcidos en torno de él, abierto el cuerpo para arrancarles el corazón, cortados á hachaws los miembros, y chorreando sangre todavía los altares. Algo semejante vieron en otra isla, donde cuatro sacrificadores envueltos en amplios mantos negros, con los cabellos en asqueroso y repugnante desorden, acababan de matar- á dos muchachas arrancándoles el corazón para ofrecerlo á un horroroso ídolo. Por ello díeron á la primera de díchas islas el nombre de Isla de los Sacrificios y á la otra el de San Juan de ffiúa, por haber llegado á ella el día de San Juan Bautista y porque un indío, señalando con la mano la tierra firme, repetía, mal pronunciada, la voz culúa, culúa. Más adelante convirtióse este sitio en el puerto de Veracruz.


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Desde aquí envió Grijalva á Cuba á Pedro de Alvarado con las riquezas hasta entonces recogidas, para que diese cuenta á Velázquez de las grandes tierras que había descubierto, y para que si resolvia se poblara en ellas, le remitiera 111 orden y le auxiliase con alguna gente y pertrechos que le eran necesarios. Cuando Pedro de Alvarado hubo partido con uno de los buques, Juan de Grijalva hízose á la mar con los demás, rumbo al Norte, sin perder de vista la tierra y las dos sierras de Tuspa y de Tusta, que se hallan entre el mar y la provincia de Tlaxcala, hasta que llegaron al actual río Pánuco, que trataron de remontar. Pero habiendo sufrido un ataque de los indios, que ayudados por la corriente presentáronse en diez y seis canoas, las cuaJes fueron derrotadas y puestas en fuga por los españoles, Grijalva, en vista del mal estado de sus buques, del cansancio de sus hombres y de la escasez de provisiones, optó por regresar á Cuba, para hacerse con los medios de emprender una tercera expedición á aquellas tierras cuyo descubrimiento y conquísta eran imperfectos. El 15 de Noviembre de 1518 llegaron felizmente al puerto de Santiago de Cuba, pocos dias después del arribo de Pedro de Alvarado. Las riquezas que éste trajo y la relación que hizo de los países descubiertos dejaron encantado al gobernador Diego Velázquez, quien reprendió luego á Juan de Grijalva por no haber fundado ninguna población en Río de Banderas, motejándole de inactivo y poco emprendedor, y decidió enviar á otra persona más resuelta, que supiera desembarazarse de las dificultades y salirse de los accidentes, empero sumisa al propio tiempo y sin otra ambición que la de la ajena gloria. Aun cuando la gente se inclinaba á la elección de Juan de Grijalva, conocedor ya de aquel país, y se presentaron muchos pretendientes que se creían con los méritos necesarios para aspirar á mayores empleos, el gobernador Velázquez no se resolvia por ninguno, temiendo de los unos y dudando de los otros, hasta que personas de su absoluta confianza le propusieron encargara la empresa á Hernán Cortés, cuyo celo y pericia alabaron, logrando que el gobernador se decidiera al fin por éste. Fernando, Remando ó Hernán Cortés, nombre este último con que es más conocido, nació en Medellin, Extremadura, en 1485, y era hijo de D. Joaquin Cortés de Molli'OY y D.' Catalina Pizal'l'o Altamirano . Dedicóse en sus primeros años á las letras y cursó dos en Salamanca; pero su carácter inquíeto y el espíritu guerrero de 1a época decidiéronle á dejar los estudios y á seguir la guerra, por lo que regresó al lado de sus padres, que no trataron de contrariar su intento de marchar al Nuevo Mundo descubierto por Colón, cuyas maravillosas narraciones y las ponderadas riquezas de aquellos paí-


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ses habían exaltado la imaginación del joven y futuro héroe. En 1504 embarcó para Santo Domingo, llevando una carta para su deudo D. Nicolás de Ovando, comendador mayor de la Orden de Alcántara, á la sazón gobernador de aquella isla, el cual le re· cibió con agasajo y le tuvo empleado durante algunos años; pero no satisfaciéndole aquella ociosidad, pidió pasar á la isla de Cuba, donde el gobernador le tomó á su servicio como secretario particular, llegando por su espíritu reflexivo, su decisión y su valor á ser el favorito de Velázquez. Era Cortés de agradable rostro y gentil presencia, y sus cualidades nat1.uales le hacían ser bien visto entre las damas; en su entusiasmo juvenil había dado palabra de casamiento á la hermosa, noble y recatada doncella D.• Catalina Suárez Pacheco, con quien luego se resistía á desposarse á pesar de las instancias de los parientes de la joven y de los consejos del gobernador, cuyo favor perdió, teuiéndole preso hasta que consintió en casarse. Realizado el matrimonio con D.• C~talina, del que fué padrino el propio Velázquez, volvió Cortés al fávor_, de éste, quien le confió las funciones de alcalde de Santiago de Cnba, donde vivió algunos años feliz y tranquilo al iado de su hermosa consorte, dedicado á la administración de sus fiucas y logrando reunir considerable fortuna, hasta que Velázquez le nombró para proseguir la empresa comenzada por Grijalva, estableciéndose, á ser posible, en los nuevos países. En aquel entonces, dice un historiador, contaba Cortés treinta y tres años de edad. De estatura más que regular, era esbelto, de ancho pecho, miembros musculosos y bien proporcionados; sus obscuros ojos y la palidez de su semblante daban cierta gravedad á su rostro. De carácter abierto y jovial y firme voluntad, tenía muchos partidarios: sabía- hacerse obedecer sin reservas, y hasta á sus mejores amigos les inspiraba cierto respeto su espíritu reflexivo. Era muy ágil en toda clase de ejercicios corporales y un verdadero soldado, de aspiraciones sencillas y moderadas costumbres, sufrido para toda clase de luchas y privaciones y sabiendo alentar á todos con el ejemplo y con su brillante palabra. Tal era el hombre elegido por el destino para desempeñar uno de los más importantes papeles en la historia del Nuevo Mundo. Aceptó Cortés el nuevo cargo con agradeciruiento y entusiasmo, consagrando desde el primer momento toda su actividad é invirtiendo parte de su fortuna, lo propio que su crédito, para dar mayor grandiosidad á la empresa. Su elección fué bien recibida en gene· ral, y poco le costó reunir buen número de valerosos guerreros, además de algunos amigos y compañeros de armas que á él se unieron; poro los que habían aspirado al cargo, entre ellos unos parientes de Diego Yelázquez, empezaron á murmurar y, dominados por la envidia, hicieron cuanto estuvo de su parte para que


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el gobernador recelara de Cortés y le retirara su nombramiento. Vacilaba Velázquez en su decisión, porque comprendía que el negocio estaba ya muy adelantado, y que Cortés tenía partidarios decididos que podían armar una revuelta al ver contrariados sus propósitos. Supo Cortés todos estOs manejos, y aprovechando la indecisión de Velázquez, activó sus preparativos de marcha, fijando la partida para el 18 de Noviembre de 1518. Dicen algunos escritores que Cortés salió casi furtivamente del puerto de Santiago de Cuba, á despecho del gobernador Velázquez, quien, vencido al fin por la desconfianza y los celos, trató de impedir la partida. Pero Solís, en su Histo7ia de la conquista de México, combate tal aserto, signíendo en esto á Berna! Díaz del Castillo, testigo presencial y compañero de Cortés, pues díce no cabe en humano cerebro que un hombre tan avisado como Cortés <<se adelantase á desconfiar abiertament& á Diego Velázquez hasta salir de su jurisdicción •, pues que había de tocar con la armada en otros lugares de la misma isla, para recoger las provisiones y la gente que en ellos le aguardaban. Salió, pues, la armada el mencionado día 18 de Noviembre de 1518, dirigiéndose primero al puerto de Trinidad, donde tenía Cortés algunos amigos, que se le unieron, entre ellos Pedro de Alvarado y cuatro hermanos suyos, Alonso Dávila, Juan de Escalante y otros, reclutando en este punto y en Sancti Spíritus, que estaba poco distante, otros cien soldados, que se juntaron á los 300 que ya traía; al propio tiempo compráronse provisiones, arm.as, municiones y algunos caballos. Entretanto los enemigos de Cortés habían consegnído vencer la indecisión del gobernador Velázquez é inclinádole á que destituyera á aquél del mando de la armada. Al efecto envió á Trinidad dos mensajeros, con orden expresa para su cuñado Francisco Verdugo, alcalde de aquella villa, para que destituyese á Cortés; pero éste consiguió que el alcalde ·retuviese la orden y abandonó precipitadamente el puerto, dirigiéndose á la Habana, donde fondeó después de algunos contratiempos y donde el gobernador Pedro de Barba le alojó en su propia casa, recibióle la gente con mucho ágasajo y alistáronse algunos vecinos y personas de calidad, ayudando con sus haciendas al completo apresto de la armada. Furioso Velázquez por no haber sido obedecido en Trinidad, destituyó formalmente á Cortés de su cargo, dando orden de que se le prendiera inmediatamente, Pero convencido el gobernador Barba de que la empresa no era fácil, pues las gentes de Cortés no consentirían se les arrebatase á su jefe, y defiriendo á una carta de éste en que le prometía hacerse á la mar el día signíente con objeto de evitar disensiones, dejó incumplida la orden de Velázquez. En efecto, el lO de Febrero de 1519 mandó · Cortés levar anclas, emprendiendo el viaje con once barcos, entré los que dividió su gente en


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once compañías, cada una al mando de un capitán. Viéronse al principio favorecidos por el viento; pero á poco se desencadenó recio temporal, y sólo con grandes esfuerzos lograron llegar felizmente á Cozumel, punto de cita de toda su armada. Allí hizo Cortés el recuento de su gente, resultando que había 109 marineros para el servicio de los barcos, 550 soldados, entre ellos 32 ballesteros, 13 mosqueteros, lO artilleros, 4 falconetes y 16 caballos, y con tan reducidos medios emprendió la conquista de un poderoso imperio, que tenía millones de habitantes. Los indios de la isla de Cozumel <tlarmáronse al principio por la llegada de los españoles; pero luego, cobrando algunos confianza, fueron acercándose á la playa y entraron en breve en tratos con sus visitantes, al ver la buena acogida y el amable trato que éstos les dispensaron. Paulatinamente acudieron muchos otros indígenas, que transitaron por entre los soldados con alegre familiaridad, y al día siguiente el cacique principal de la isla, con grande acompañamiento, visitó á Cortés, quien le recibió con el mayor agasajo y cortesía, asegurándole por medio del intérprete su buena amistad y benevolencia. Por estos indios supo Cortés que en Yucatán había unos prisioneros naturales de una tierra llamada Castilla, los cuales se parecían mucho á los españoles y hacía ocho años estaban en poder de unos indios principales, en vista de Jo cual ordenó á Diego de Ordaz se trasladase con su buque á la costa de Yucatán más inmediata á Cozumel y trata~e de rescatar á los prisioneros.

Entretanto Cortés marchó con su gente á reconocer la isla y, encontrando no lejos de la costa un templo en que ídolo yucateca había un ídolo muy venerado, mandólo derribar y destruir, Jo propio que á otros ídolos más pequeños, substituyéndolos por un altar que representaba á la Virgen Mada, y fijando en la entrada una gran cruz que labraron diligentemente los carpinteros de la armada. Al dia siguiente se celebró una misa en' ese altar, á la que asistieron, mezclados con los españoles, el caciqu-e: y


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gran número de indígenas, quienes contemplaron con respetuoso silencio aquellas sagradas ceremonias. A los pocos días llegó Diego de Ordaz, sin traer noticia alguna de los prisioneros españoles, y Cortés ordenó levar anclas, haciendo rumbo al Norte, con intento de seguir las huellas de Juan de Grijalva. Iba la armada viento en popa; pero á poco, un percance sufrido por el buque que mandaba Juan de Escalante y que le obligó á tomar la vuelta de tierra, hizo que Cortés ordenara el regreso á la isla de Cozumel, con objeto de reparar el barco averiado, y en los días que por esta causa hubo de permanecer en la isla, llegó en una. canoa tripulada por indios uno de los cautivos españoles que estaban en Yucatán, llamado Jerónimo Aguilar, natural de Ecija. Iba casi desnudo y tenía todas las apariencias de un indígena, cuyas costumbres y lenguaje conocía, por lo que prestó en lo sucesivo grandes servicios á la expedición. Dijo que su único compañero sobreviviente era un marinero llamado Gonzalo Guanero, de Palos de Moguer, qnien no había querido seguirle porque se hallaba casado con una india acomodada, de la que tenía tres ó cuatro hijos. El 4 de Marzo de 1519 salió de nuevo de la isla de Cózumella armada de Hernán Cortés; sin ningún contratiempo dobló la punta de Catoche y siguiendo la costa llegó á la bahía de Potonchón, donde Fernández de Córdoba y Grijalva sufrieron tan grandes pérdidas en el combate sostenido con los yucatecas; pero desistieron de entrar en ella, prefiriendo aprovechar el viento favorable para llegar al país "de Tabasco, verdadero objeto del viaje, fondeando el 12 de Marzo frente á la desembocadura del río de aquel nombre, llamado también río de Grijalva. Con gran sorpresa vieron toda la costa ocupada por guerreros indígenas bien armados, que proferían grandes voces, las que, según el intérprete Aguilar, eran amenazas de guerra, y por más protestas de paz que se les hizo no quisieron atender á razones, llegando á disparar sus flechas contra los barcos de Cortés. Entonces contestó éste con sus fuegos y ordenó al propio tiempo un desembarco, trabándose reñido combate, en un suelo pantanoso, entre españoles é indígenas, silmdo vencidos estos últimos, más que por el fuego de los arcabuces, por el terror que les inspiraron los caballos, creyendo que éstos y el jinete constituían un solo individuo. En aquel lugar del suelo mexicano en que por primera vez puso su planta Hernán Cortés y tuvo lugar el primer combate, fundóse más adelante una ciudad que se llamó Santa María de la Victoria.


II Combates con los indígenas.- Embajadas do 1\[octczuma.- Fundación de Veracruz.-Cortés destruye sus barcos.- ¡A :México! -Los lla.xcaltecas.-Xicotencatl.-La. matanza de Oholulo..-Camino de México.- El Popoca.tepetl.

Después del combate refugiáronse los escarmentados indios en las montañas, por lo que Cortés hizo retimr los heridos y llevarlos á los buques para su asistencia, ordenando desembarcara toda la gente disponible, así como los caballos, acampando en aquel lugar y preparándolo todo para emprender la marcha al día siguiente. Al amanecer de éste celebróse una misa, que oyó toda la gente, y después, encargaodo á Diego de Ordaz el maodo de la infantería, montaron á caballo Cortés y los demás capitaoes, y emprendieron la marcha al pa-so de la artillería, que avanzaba con dificultad por lo pantanoso del terreno. A poco más do una legua encontraron Wl numeroso ejército de indios, trabándose encarnizado combate, en que los de Tabasco, á posar de su heroica resistencia, fueron vencidos, dejando algunos prisioneros en manos de los españoles, que al día siguiente puso Cortés en libertad, diciéndoles sólo por medio de su intérprete que él <<Sabía vencer, pero también sabía perdonar•>. Esta piadosa clemencia pudo tanto en el ánimo de los naturales, que á las pocas horas presentáronsc en el real de Cortés algunos indios cargados de maíz, gallinas y otras provisiones, pidiendo sumisamente la paz en nombre de su cacique, la cual les fué concedida, regalándoles además algun:ts chucherías á que los indios se mostraban tan aficionados. Presentóse luego el cacique con todo su acompañamiento, de


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capitanes y aliados, trayendo rico presente en valiosa~ joyas de oro, . telas de algodón y plumas de varios colores, y 20 mujeres jóvenes, una de las cuales era de singular belleza. Esta muchacha, convertida después al Cristianismo y bautizada con el nombre de Marina, prestó señalados servicios como intérprete á. los españoles, y tan prendado quedó Cortés de ella, así como de ·su ingenio y de su apacible carácter, que la hizo su confidente. El influjo de doña Marina, á. quien los españoles llamaban la Malinche, corrupción del nombre MalitzÍÍl, que le daban los indios, era grande entre los mexicanos, y <<sin su ayuda, dice Berna] Díaz, no hubiéramos podido alcanzar m u· chas cosas)>. Preguntó Cortés á. los de Tabasco dónde había oro, y le indicaron el Poniente, repitiendo las palabras Culhua y M exioo. Hablá.ronle también de Moctezuma y de su gran ciudad, situada en el interior, á la que el conquistador tenía vivos deseos de llegar. El domingo de Ramos celebróse en el campamento la fiesta del dia, con la bendición de los ramos y procesión, que presenciaron los indios maravillados; a l siguiente dia levó anclas la armada; y el Jueves Santo, 21 de Abril de 1519, fondeó en San Juan de Ulúa. Apenas habían echado el ancla presentá.ronse dos canoas de indios que preguntaron por el TlaWán ó jefe, y tras de los usuales cumplimientos dijéronle que su amo era súbdito del gran Moctezuma y les enviaba para saber el objeto de su llegada á aquellos países. Contestó Cortés que sólo deseaba conocerlos y entrar en relación con ellos, sin intención de hacerles ningún daño, lo que tranquilizó á. los indigenas, que presenciaron al dia siguiente sin recelo el desembarque de los españoles y la instalación de su campamento. El dia de Pascua llegó el mismo Teuhtile, gobernador de Moctezuma, con grande acompañamiento, llevando ricos regalos de part6 de su rey. Preguntó á. Cortés por el objeto de su viaje, y al contestarle éste que traía uná embajada del rey de España, Carlos V, que le había enviado á través de los mares con tal fin, dijole que no podía permitirlo sin antes enviar correos á 1\foctezuma para sabor cuál era su voluntad. Al conocer Moctezuma las pretensiones de Cortés alarmóse en gran manera, porque existía on el país una tradición según la cual irían de Oriente hombros extraños, de rostros blancos y barbudos, que derrocarían la sobor!l.nía. de los aztecas, y como en aquellos dias sucedieron algunos fenómenos de la naturaleza y el rey azteca era muy supersticioso, consultó á. sus astrólogos, quienes nada consolador pudieron decirle. Al propio tiempo, las opiniones de sus consejeros estaban sumamente divididas, pues mientras unos sostenían que debía impedirse á. todo trance la entrada de los españoles en el país, otros creían más prudente recibirlos :con toda


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clase de honores y respetos, pues á creer el relato de los mensajeros y la significación de los jeroglificos enviados por Tenhtile, aquellos hombres eran indudablemente dioses que disponían del rayo y del trueno. Moctezuma eligió el término medio y envió á Cortés nueva embajada con valiosos regalos y el encargo de hacerle desistir de su idea de visitar la capital. Cortés aceptó regocijado los regalos, escuchó benévolamente á los embajadores, que en vano quisieron disuadirle de su empeño de introducirse en el país, y les contestó que el emperador Carlos, su señor, se admiraría y ofendería mucho si él se volviera sin haber visto á Moctezuma, y que por lo tanto érale preciso cumplir el principal objeto de su viaje. Los embajadores partieron á comunicar á su jefe la respuesta de Cortés, y á los pocos días presentóse á éste otra embajada, con nuevos y ricos regalos de parte de su rey, diciendo al conquistador que era imposible la entrevista que solicitaba. Cortés no era hombre que desistiera fácilmente de sus proyectos; molestado al ver rechazada su visita, decidió tomar por la fuerza lo que no se le concedía de buen grado, y aunque en un principio fueron contrariados sus planes por algunos partidarios de Velázquez, á quienes logró vencer por la astucia, ordenó por fin todo lo conveniente para establecerse en un lugar de la costa adecuado al objeto, y emprender desde alli paulatinamente la conquista del reino azteca. Nombróse un consejo para organizar la nueva colouia, y después de presentar Cortés la diruisión del cargo que le confiriera Velázquez, aceptó los puestos de autoridad suprema y de juez, que le ofrecieron todos, prometiendo consagrarse por entero á los intereses del monarca y de la colonia. En esto llegaron cinco indios, que se diferenciaban , tanto por el traje como por el idioma, de los súbditos de Moctezuma, pertenecientes á un poderoso pueblo llamado totonacos que habitaba en las tielTaS situadas entre la costa y las montañas que se elevaban hacia el interior. Reveláronle que los habitantes del territorio mexica.n o no formaban una sola nación, sino que se dividían en muchas tribus ó naciones, que no sólo no tenían conexión ninguna, sino que á menudo combatían entre sí, y refiriéronle cómo los aztecas, en un principio poco numerosos, estableciéronse en las orillas de un gran lago en la altiplauicie del Anáhuac, donde fundaron su capital Tenochtitlán, y desde alli, con su valor y habilidad guelTera, fueron conquistando todo el país situado entre el Grande Océano y el golio de México, siendo el azote de numerosos pueblos que gemían bajo su opresión y deseaban sacudir su yugo. Cortés, en su clara percepción, comprendió en seguida cuán favorables le eran aquellas circunstancias, y decidió aprovecharlas para destruir el poderoso reino azteca. Pero antes era necesario con-


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tar con un seguro punto de refugio en la costa, por lo que resolvió trasladar el campamento á la bahía de Chiahuitzlán, donde ordenó fueran también los barcos. Para ello tuvo el ejército que atravesar el país de los totonacos, y antes de llegar á la ciudad de Cempoala fueron recibidos por 20 indios principales, que los condujeron á la ciudad, la que constaba de unos 20,000 habitantes y era muy grande y hermosa. El cacique acogió con cariñoso afecto á los españoles, quejándose amargamente de Moctezuma y sus gobernadores, que los expoliaban de todo el oro y joyas que poseían; y como el cacique de Chiahuitzlán formulara parecidas quejas, fácil le fué á Cortés convencerles de que se aliaran con él para sustraerse al dominio de los aztecas. Mientras estaban en estas negociaciones llegaron cinco empleados de Moctezuma, encargados de cobrar el tributo, los cuales al ver el buen recibimiento hecho á los extranjeros irritáronse en gran manera y exigieron de los totonacos veinte adolescentes y doncellas para sacrificarlos á los dioses y aplacar su enojo. Los asustados totonacos consultaron el caso con Cortés, y éste les ordenó que no sólo no pagasen el tributo sino que pusiesen presos á los enviados de Moctezuma, á lo cual se resistían en un principio; pero resolviéronse luego á obedecer, y ya se disponían á sacrificarlos á sus dioses, cuando Cortés se opuso á ello, y en el silencio y obscuridad de la noche avistóse con los prisioneros y les ayudó en su fuga, encargándoles de paso saludasen amistosamente á Moctezuma, logrando de este modo reanudar sus relaciones con el soberano azteca. Al propio tiempo los totonacos, temerosos del enojo de éste, aliáronse con los españoles, reconociendo su autoridad y dominio; y les ayudaron en ln. construcción de la nueva ciudad de Villa Rica de la Veracruz, que edificaron á media legua de Chiahuitzlán. Los caciques totonacos, para sellar su alianza con los españoles, trajéronles ocho doncellas indias de las más hermosas, ricamente ataviadas, rogando á Cortés las tomasen por esposas como prueba de la fraternidad que había de unirles en adelante, negándose Cortés á aceptarlas si no se convertían antes al Cristianismo y los totonacos prometían renunciar á los sacrificios humanos y á la antro~ pofagía, porque los españoles habían hallado en todos los teocallis muestras recientes de sacrificios. Rcsistiéronse en un principio los totonacos á renunciar á sus prácticas idolátricas; pero al fin consintieron en que los españoles quitasen del templo principal las informes figuras de sus dioses y las destruyesen, colocando en su lugar un cuadro de la Virgen Maria. En breve inaugmóse el templo con una solemne misa, bautizando después á las doncellas indias. En Julio llegó un barco al puerto do Veracruz y llevó la noticia de que el gobernador Velázquez había recibido plenos poderes de la




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corte para establecer colonias en los países recién descubiertos. Esto alarmó á Cortés, decidiéndole á proseguil: su expedición al interior del reino mexicano para obtener prontos y seguros resultados, y á enviar inmediatamente á España algunos leales amigos que llevaran al Emperador un informe del estado de aquel país y de la situación de Cortés con respecto á Velázquez, qnien, según él, no perseguía más que mezquinos fines particulares. Al propio tiempo hizo que el Consejo municipal de Veracruz agregara otro escrito en que hablaha muy mal de Velázquez y muy bien de Cortés y terminaba pidiendo la confirmación real de todas las disposiciones tomadas provisionalmente. Cortés dió á los embajadores todas las joyas y preciosidades que hasta entonces adquiriera, convencido del buen electo que aquellos presentes habían de causar, y el 26 \le Julio de 1519 partieron los enviados directamente para Espaqa; ·có~ Orden expresa de no tocar en Cuba. A poco supo Cortés que aJg)lllos descontentos, partidarios encubiertos de Velázquez, tratalian ·ae-" huir y volverse á Cuba, para lo cual habían provisto secretamente un buque; mandólos prender y condenó á muerte á dos de los "más culpables, y con objeto de evitar otras tentativas semejantes, concibió el proyecto de inutilizar sus buques. Para ello inculcó á los marineros la idea de que todos los barcos estaban averiados, carcomidos é inútiles para el regreso, y ordenó desguazados y vararlos en la playa con objeto de que nadie pensase en volver á Cuba. Luego hizo un brillante y entusiasta discurso á sus compañeros, quienes prorrumpieron en gritos de ¡á México! ¡á México! El 16 de Agosto de 1519 salió Hernán Cortés de Cempoallán para dirigirse á México, acompañado de 300 soldados de infantería, 15 de caballería, 1,300 guerreros totonacos y 1,000 cargadores indios para la artillería, alimentos y municiones, dejando en Veracruz 154 hombres para la defensa de la colonia. Después de tma penosa marcha á través de bosques de exuberante vegetación tropical, casi intransitables; de ascensiones difíciles á las altas regiones montañosas; de bordear vertiginosos precipicios y atravesar imponentes y estrechos desfiladeros, habiendo alcanzado una altura de 2,500 metros, llegaron á una dilatada plataforma de apacible clima, desde donde se distinguían blancos pueblos y ciudades con edificios de piedra, rodeados de jardines, y grandes extensiones de terrenos bien cultivados, en los que predominaban el maíz y el maguey ó .agave; empero al par de esto, y á medida que avanzaban, veían en todas partes horribles muestras de sacrificios humanos á que aquellos pueblos eran tan propicios. A los lados del templo de Yocotlán bahía hacinadas más de cien mil calaveras humanas en ordenadas hileras, guardadas por tres horripilantes sacerdotes cuyas negras vestiduras estaban manchadas de sangre.


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Todo aquel país estaba sujeto á los aztecas, y sus habitantes, temerosos de disgustar á éstos, recibían con ~ecelo y frialdad á los españoles. Preguntó Cortés cuál era el camino más corto para llegar á Tenocbtitlá.n, y los caciques le aconsejaron que pasara por Cholula, á lo que se opusieron los totonacos que iban con Cortés, alegando que aquellas gentes eran traidores, y le propusieron pasar por el país de los tlaxcaltecas, que eran amigos suyos y enemigos de los aztecas. Decidió Cortés aprovecharse de la enemistad que reinaba entre ambos pueblos, y para saber en qné actitud se colocarían los tlaxcaltecas, envióles algunos de los totonacos que con él iban, llevándoles regalos y rogándoles le permitieran libre paso por .su territorio. Pero como transcurridos algunos días no regresaran los enviados con la respuesta y se supiera por varios indigenas que los tlaxcaltecas se preparaban á impedir por la fuerza la entrada de los españoles en su territorio, temiendo se entregaran al robo y al pillaje, ordenó Cortés qne avanzase la expedición, la que de repente se encontró ante un recio muro construido con grandes piedra" y cal, de tres metros de alto y seis de espesor, que cerraba por completo el camino de Tlascala y sólo tenía un pasadizo espira.! de tres metros de ancho. Como dicho paso no estaba defendido, penetró por él Cortés con sus tropas, encontrando á pocas leguas numerosas masas de in· dios que, además do hacerles sufrir dolorosas pérdidas, les detuvieron días enteros en su marcha, viéndose por tal modo cercados en. algunas ocasiones, que necesitaron los españoles de todo su esfuerzo para no sucumbir al número. Ninguna proposición de paz quisieron aceptar los tlaxcaltecas, y después de varios combates importantes, dióse el 5 de Septiembre la batalla decísiva. Todas las fuerzas útiles de los tlaxcaltecas habíanse reunido al mando del joven jefe Xicotencatl y, según Berna! Díaz, que asistió á la batalla, ocupaban un frente de dos leguas cuadradas. Iban casi desnudos, y sólo los jefes llevaban mantos y cascos adornados con plumas de hermosos colores. Decidió Cortés atacar á. los indígenas en su propio campo, dando las oportunas órdenes para el mejor éxito del combate; mas apenas avanzaron los españoles, por todos lados arrojáronse sobre ellos legiones de indios dando desaforados gritos y atronando el aire con el sonído de los cuernos. Cuatro horas duró la sangrienta lucha, en que por ambos lados se hicieron prodigios de valor, retirándose al fin los tlaxcaltecas horriblemente diezmados por el fuego de los cañones y de los arcabuces ó por las espadas y lanzas de los españoles, y como de éstos ninguno quedara ileso, no tuvieron á.nímos para emprender la persecución y acamparon en una eminencia. Reiteró Cortés al día siguiente sus ofertas de paz, amenazándo-


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les con la ruina total do su ciudad si no accedían á quo atravesa.ra pacíficamente el territorio. Pero las opiniones andaban divididas, pues mientras unos eran de parecer que debía accederse á. la petición, los partidarios de Xicotencatl, que eran los más, querían á todo trance vengar la derrota sufrida, por lo que intentaron un ataque nocturno al campamento de los españoles, que fué brillantemente rechazado, emprendiendo precipitada fuga el ejército de Xicotencatl. Después de este nuevo descalabro de los tlaxcaltecas volvió á insistir Cortés en sus pacíficas pretensiones, que por fin fueron aceptadas, yendo los senadores y el propio Xicotencatl al campamento español, y no sólo ofrecieron al conquistador su amistad, sino también sus servicios para combatir á. los odiados aztecas, lo que Cortés aceptó con júbilo, pues comprendía que con sólo sus propias fuerzas le sería imposible someter á los mexicanos. El 23 de Septiembre de 1519 entró el ejército español en la capital de la república de Tlaxcala, siendo solemnemente recibido por los habitantes, quienes arrojaban olorosas flores al paso de los españoles, los cuales quedaron encantados de la hermosura de la ciudad , una de las más importantes de México . En ella permanecieron algunas semanas, disfrutando de la hospitalidad de los tlaxcaltecas. Al conocer Moctezuma las repetidas victorias de los españoles sobre los tlaxcaltecas, á quienes él jamás pudo vencer, afirmóse en la creencia de que aquéllos eran los hombres que, según la profecía, debían arruinar su reino; y, supersticioso y débil como era, envió á Cortés nueva embajada con preciosos regalos, felicitándole por su tritmfo sobre Tlaxcala, ofreciéndose él mismo á ser vasallo del e mperador Carlos V y obligándose á pagar el tributo que se le exigiese; pero le suplicaba desistiese de continuar su marcha hacia Tenochtitlán, por ser empresa muy peligrosa; mas Cortés despidíó á la embajada diciéndole que á pesar de todo visitaría á Moctezuma en su capital, pues así se lo había ordenado su soberano. Decidido Cortés á seguir adelante en su campaña, tomó cuantos informes creyó necesarios acerca de las fuerzas y poder de Moctezuma, que los tlaxcaltecas le ponderaron, detallándole al propio tiempo· las fortificaciones de la ciudad de Tenochtitlán. Al saber empero que los aztecas y su emperador eran profundamente odíados por todas las tribus sometidas á su poder y que sólo á la fuerza satisfacían el tributo, concibió el plan de azuzarlas contra aquéllos, para destruir su imperio con mayor facilidad. M.ientras se ocupaba en los preparativos de marcha presentósele otra embajada de Moctezuma, la que no sólo le dió la más cordial bienvenida, sino que invitó á los españoles á visitar la capital, añadíendo que no hicieran trato ninguno con los tlaxcaltecas y se dirigieran cuanto antes á la ciudad de Cholula.


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Sospechando los tlaxcaltecas que tras de esta invitación se ocultaba una emboscada, aconsejaron á Cortés que no fuera á Cholula, ciudad sometida á los aztecas y santuario del dios Quetzalcoatl, la que contaba unas 20,000 casas y estaba rodeada de dilatadas y fértiles llanuras cuajadas de jardines y de extensos campos de cultivo. Veíanse además grandes selvas y terrenos montañosos, así como los volcanes Popocatepetl é Iztaccihuatl, unidos en su cúspide, de la que se elevaban grandes columnas de humo. Empero Cortés no escuchó el consejo y emprendió la marcha, acompañado de algunos miles de tlaxcaltecas puestos á su disposición por el senado de la república, atravesando aquel grandioso paisaje y llegando por la tarde ante Cholula, donde fué recibido por gran número de nobles y sacerdotes que, al son de las trompetas y tambores, condujeron á los españoles á la ciudad, alojándolos en las habitaciones que les teman dispuestas. Los tlaxcaltecas tuvieron que acampar en las afueras de la ciudad, pues así lo exigieron lo3 de Cholula. A los pocos días de permanecer en la ciudad comprendieron los españoles que sus aliados tenían razón al sospechar en una traición de los cholultecas, pues los enviados de Moctezuma iban y venian sin ver á Cortés; súpose al propio tiempo que en los inmediatos bosques se reunían numerosos guerreros, observando en la ciudad indicios de ·que se preparaba un alevoso ataque, pues las calles inmediatas á las viviendas de los españoles estabau socavadas y llenas de fosos cubiertos artificialmente, en cuyo fondo había puntiagudas estacas. Además, D .• Marina consiguió captarse la confianza de uua mujer cholulteca, la cual le confesó que por instigación de los enviados ;Ídolo azteca ·de Moctezuma se ato.caría á los españoles á su salida de la. ciudad, inmolándolos á todos en • hólocausto de sus dioses. En vista de ello quiso Cortés adelantarse á este ataque y ordenó á los tlaxcaltecas que en cuanto oyesen el prímer cañonazo penetrasen en la ciudad; y así fué, pues al amanecer oyóse el estampido del cañón, y españoles y tlaxcaltecas precipitáronse sobre los de Cholula, haciendo en ellos horrible matanza, incendiando buen número de edificios y el gran templo, convirtiendo la ciudad en teatro de horripilantes escenas. Más de 3,000 cadáveres queda-


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ron tendidos en las calles, y sólo al cabo de cinco horas consiguió Corté• detener el saqueo. Aterrorizado Moctezuma por la matanza de Cholula y previendo la catástrofe que se le avecinaba~ envió nueva embajada á Cortés provista de ricos presentes, invitándole á que fuera á visitarle en su residencia, donde le esperaba. El conquistador, restablecida la calma en Cholula, emprendió la marcha hacia. Tenochtitlán, acompañado de sus españoles, totonacos y tlaxcaltecas. Mucho sufrió el ejército en el camino, especialmente al atravesar la cim" de la montaña que unía los dos volcanes, cuyas colmm1as de humo llamaban poderosamente la atención de los españoles, no sabiendo á qué 11tribuirlas, por lo que Cortés ordenó á Diego de Ordaz subiera hasta la cúspide del Popocatepetl con algunos soldados é investigara la. causa, cosa á que no se había atrevido jamás ningún indio. Cuando después de inauditos eafoerzos llegaban casi á la cumbre· aquellos atrevidos exploradores, retembló la tierra bajo sus pies, y con espantoso y ronco bramido empezó la montaña á vomi· tar llamas, piedras y cenizas candentes: calmada la erupción, prosiguieron el ascenso, llegando hasta la boca del cráter, que tendría unos cinco kilómetros de circunfereneia, uno de diámetro y 300 metros de profundidad, de donde con ruido atronador salían las llamas y el humo. Desde allí se divisaba dilatado y sorpren"dente panorama, en medio del que se destacaba la gran ciudad de Tenochtitlán en el centro de un azulado lago. Reunidos con sus compañeros y vencido el escabroso paso~ des~ cendieron por el otro lado de la montaña, pasando á la rica pro· vincia de Chalco, donde se les presentaron muchas dificultades á causa de los obstáculos que por orden del indeciso Moctezuma se oponían en todas partes al paso de los temidos extranjeros. En Tlalmanalco presentáronseles nuevos enviados de Moctezuma para rogar á Cortés no fuera á Tenochtitlán, augurándole terribles agitaciones, y ofreciéndole grandes riquezas si desistía de su propósito. Pero el implacable conquistador no accedió á tales ruegos y continuó su marcha hacia México, atravesando comarcas cuya lujul'iante vegetación los tenía maravillados, y cuyos lagos y estanques cuajados de aves acuáticas y peces de brillantes colores los mantenían en constante admiración y sorpresa. Así llegaron los españoles, después de caminar algunos meses, ante la hermosa Tenochtitlán, residencia del soberano azteca. 1


Lleg!\cla tL Mé.xico.-i\Ioctezum<t.-Rccibimiento hecho á Cortés.- La. gra.n Tenochtitlá.n. su tcocalli y el pa.ta.cio de Moctezuma.-Muerte de Esca.la.nte .Prisión de Moctezuma.-Pá.nfilo de Narváez: su prisión .

E l 8 de Noviembre de 1519 llegaron los españoles ante la capital dol imperio azteca, rodeados por millares de indios que iban acucliendo ele todas partes y les contemplaban con curiosidad. Poco antes do entrar en la ciudad salieron al encuentro do Cortés un millar de caciques y nobles ricamente vestidos, para darle la bienvenida por parte do Moctezuma, y después do los acostumbrados saludos, condujéronle, á través de algunos puentes tendidos sobre cortaduras practicadas en el dique, al interior de aquélla. Poco habían andado, cuando vieron se dirigía á su encuentro Moctezuma, el temido soberano do los aztecas, acompañado de lucida comitiva de nobles y llevado sobre un trono de incomparable riqueza con adornos de oro y plumas. Al llegar cerca de los españoles descendió de su trono, siendo conducido bajo un gran palio de plumas verde y oro ricamente adornado con multitud do piedras preciosas. A ambos lados de la calle formó el cortejo en dos fila<~, por en med io de las cuales avanzó el soberano marchando sobre ricas alfombras que impedían que su sagrado pie tocase en tierra. Nadie de cuantos le rodeaban le miraba, y el pueblo permanecía arrod illado y con los ojos bajos a l paso de su rey. De elevada estatura y bien constit uido, Moct ezuma aparentaba


HER~ÁN CORTfS

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unos 40 años de edad: su pálido rostro estaba rodeado de negros cabellos lacios, y sus ademanes demostraban dignidad y benevolencia. Ancho y rico manto adornado de plumas rodeaba su cuerpo; llevaba además un bien trabajado taparrabos, valiosos brazaletes en brazos y piernas y calzaba unas como medias botas cubiertas de piedras preciosas y con suela de oro. Ceñía sn frente alta y reluciente diadema de oro, de la que pendían penachos de verde pluma que le llegaban á la espalda. Al hallarse frente á frente aquellos dos hombres que tan importante papel desempeñaban en los destinos de nn pueblo, saludáronse varias veces inclinándose, y Cortés, que se había apeado del caballo, cumplimentó al soberano en breves palabras, á lo cual contestó éste dándole la bienvenida: luego hablaron algunos instantes por medio de la intérprete doña Marina, y al terminar rodeó Cortés al cuello de Moctezuma tm collar de cuentas de vidrios de colores, perfumadas con almizcle, á cuyo obsequio correspondió el monarca adornando al conquistador con dos collares de conchas de langosta, de los que pendían ocho langostitas de oro muy bien hechas. A continuación los grandes del reino saludaron á los españoles, y luego se condujo á éstos al palacio de Estado del emperador, situado frente del palacio privado. A Cortés se le introdujo en w1 vasto salón destinado á las grandes ceremonias, rogándole Moctezuma se sentase en un rico estrado; después de darle de nuevo la bienvenida y ofrecer á sus pies ricos regalos, sentóse frente á él y le dirigió un largo discurso, en el que hizo una sucinta historia de su país, aparentando creer que los españoles eran los descendientes de Quetzalcoatl é iban tÍ tomar posesión de aquel reino, por lo que le prometió obediencia reconociéndole por gobernador de dicho gran monarca. Luego trató ele convencer á Cortés de que le habían engañado cuantos le hablaron mal de él, y añadió que no era tan rico como le habían


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LOS CONQUJSTADORF.S DE AYÉRIC.!.

ponderado, pues sólo tenía algunos objetos de oro legados por sus antepasados, que le daría en cuanto los deseara. Viendo Cortés que la credulidad del monarca en la profecí& de Quetzalcoatl favorecía sus planes, contestóle de manera adecuada á arra.igar má3 en su ánimo dicha creencia. La antigua Tenochtitlán estaba situada sobre una pequeña isla del lago de Tezcoco, en el mismo sitio que hoy ocupa la ciudad de México, y se comunicaba con la tierra firme por medio de algunos diques, que estaban cortados para dificultar ataques enemigos y dar paso á ba-rcos y canoas, cortaduras que en tiempo de paz cubríanse con puentes fáciles de quitar. Rabí"' grandes edificios ce piedra ricamente adornados con esculturas, é infinidad de casas construídas con piedra y adobes; al parecer contaba con 200,000 habitantes. En el centro de la ciudad había el gran teocalli ó templo, la plaza situada delante de ésk, el palacio de Moctezuma y el de Estado, que habitaban los españoles. Una gran plaza mer-

Sup erfl.ci ~:~

y ba.jo relieve de la. piedra del sacrificio en 11-Iéxlco

cado, capaz para 60,000 personas, circundada por galerías de columnas en las que se hallaba sombra y frescura, servía á los habitantes de la ciudad para proveerse de cuanto necesitaban, pues en ella se vendía de todo: alimentos, vestidos, joyas, armas, pinturas, etc. Cortés hizo fortificar en lo posible su alojamiento para precaverse de cualquier sorpresa, y recomendó á los suyos ejercieran la más exquisita vigilancia, especialmente por la noche, después de lo cual dedicáronse los españoles á recorrer la ciudad, sirviéndoles de guias altos empleados del gobierno que Moctezuma puso á su disposición. Visitaron después el gran Teocalli, situado frente á su alojamiento, en el cual los esperaba Moctezuma. El templo ocupaba. un cuadrado de lOO metros de lado, y por una ancha escalera de 140 peldaños, situada en el lado Oeste, se subía á la plataforma superior, de 20 metros de lado, desde la que se dominaba toda la ciudad, los muchos pueblos del lago, el mercado de Tlaltelolco y los




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diques de Iztapalapán, Tlacopán y Tepeyac . En los bordes de la plataforma estaban colocadas las piedras ó altares de los sacrificios, sobre las que se abría el pecho de la víctima para arrancarle el corazón, después de lo cual se arrojaba el cadáver escaleras abajo, po.ra que el pueblo se lo repartiera y comiera. Después de permanecer un rato en la plataforma del templo, Cortés y sus acompañantes descendieron al gran patio, donde había mfinidad de edificios, entre ellos uno donde se guardaban los cráneos de las víctimas sacrificadas á sus dioses, el principal de los c u11les era Huitzilopochtli, dios de la guerra. También tuvieron -ocasión de visitar varias veces el palacio de 1tfoctezuma, que ocup t1ba un área inmensa y tenía veinte puertas ext eriores. El edificio , adornado con ricas esculturas, era todo de piedra: sobre la portada había un escudq._:_giande con las armas de los 1\foctezuma, que consistían en un gritó., medio águila, medio león, teniendo entre las garras un tigre. E~ .Palacio .contenía muchas salas, algunas de ellas adornadas con tal gra~deza que causaba admiración ; los pavimentos hallábanse cubiertos con esteras de variadas labores; de las paredes pendían diferentes colgaduras de a lgodón, pelo de conejo y plumas de distintos colores, llenas de figuras; los techos eran de ciprés, cedro y otras maderas olorosas, con diversos follajes y relieves. En cada una de estas salas había diferentes jerarquías de criados, y en la puerta de la antecámara del rey esperab11n los próceres y magistrados, debiendo todos permanecer allí hasta la puesta del sol; los mayordomos habían de estar siempre presentes ante su señor, y antes de entrar á su presencia tenían que ponerse un tmje sencillo, andar con los pies descalzos y los ojos bajos, pues nadie podia levantar la vista ante Moctezuma; y cuando éste salía, todos tenían que echarse en tierra sin mirarle hasta que había pasado. Diariamente cambiaba Moctezuma cuatro veces de vestido, estrenando trajes que no ·volvía á ponerse: cuando comía, le lle· vaban los manjares tres ó cuatrocientos mancebos, y antes de em· pezar á comer, cuatro hermosas mujeres ricamente vestidas le presentaban agua para. lavarse las manos: servianle á la mesa algunos ancianos de rango, y durante la comida, que hacía el rey detrás de un rico biombo para que nadie le viera comer, no se oía el menor ruido en las salas contiguas; en un vaso de oro bebía el cacao, al que daban el nombre de Clwcolatl, y al terminar volvia á lavarse las manos, fumando después en unos tubitos de oro un poco de ta-· baco perfumado. Contiguo al palacio había varios edificios destinados á contener jaulas apropiadas para alojar aves y pájaros de todas clases, lo propio que fieras y animales salvajes de toda especie, llamando


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LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA

extraordinariamente la atención de los españoles las repugnantes serpientes de cascabel, sumamente venenosas, pero que los aztecas consideraban como a.nimales sagrados. También había estanques con variados peces y aves acuáticas, y en los inmensos jardines se ostentaba la más rica flora de aquellos países. Los aztecas eran muy hábiles artífices para fabricar artísticos objetos de oro y plata, así como para tallar y labrar las piedras

Ídolos.- Trajes mexicanos por pintores indios del tiempo de Moctezuma

preciosas, ignorándose con qué clase de instrumentos realizaban tUl trabajo tan perfecto. También eran muy diestros en trabajar la pluma, con la que, en unión del algodón, tejían ricas telas; había además excelentes pintores y escultores. El año de los aztecas constaba de 365 días, y estaba dividido en 18 meses de 20 días, con má.• 5 días bisiestos; los meses tenían cuatro semanas de 5 días. Carecían de signos de escritura, pero los suplian por medio de jeroglíficos que les permitían expresar todas las ideas. Había escuelas en las que se daba á los niños una educación por demás severa, y no faltaban los establecimientos benéficos y los hospitales, así como asilos para los guerreros heridos ó inutilizados. Como se ve, los aztecas eran un pueblo bastante civilizado, aun cuando el sangriento y horrible culto á sus falsos y horribles dioses les tuv:iera embrutecidos. No escaparon á los españoles todas esas muestras de la cultura


HER~.~Í.)l COR'.rf:S

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azteca, y comprendieron que con su entrada en Tenoehtitlán ha bíanse colocado en situación peligrosísimn,, que el mejor día podía acarrearles su total perdición, pues aunque Moctezuma seguía. mostrándoles grande amistnd, nadie podía asegurar que fuese duradera ni había que fiar mucho de ella. En su consecuencia, convocó Cortés un consejo de guerra para acordár lo que debía hacerse en lo su-

Cu.lcndor!o mc.xicano

cesivo, y no faltó quien propusiera. hacer prisionero á 1\Ioctezuma. y se le tuviera en rehenes, idea que no desagradó á Cortés, decid iendo ponerla en práctica inmediatamente, máxime cuando se supo por unos mensajeros que Escalante, el gobernador que Cortés dejara en Veracruz, había sido muerto, con varios españoles, por guerreros aztecas, al ir en auxilio de una tribu vecina que se negaba á pagar el tributo á Moctezuma. Esto sirvió do pretexto á Cortés para presentarse en el palacio real, acompañado do D.' Marintt y de cinco de sus más resueltos capitanes.


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LOS CO!ilQUlSTA.DORBS DE AMÉRICA

Una vez en presencia del monarca azteca, acuaóle Cortés de ser el instigador de los trastornos de Veracruz y le dijo que para se guridad de los españoles debía ir á vivir con elloo, proposición que rechazó consternado Moctezuma; pero al vor la resuelta actitud de los capitanes, comprendió que su existencia pendia de un cabello y que si no les segtúa voluntariamente serían capaces de ma.tarle, por lo que cedió, dando orden de que le trajeran las andas, y rodeado do los españoles abandonó su palacio, que no debía volver á pisar, declarando al pueblo, que se reunía al verle marchar, que iba vohmtariamente en seguin1iento de Cortés. A pesar de esta declaración, comprendió el pueblo que llevaban }Jl'eso á su soberano, y comenzó á iniciarse una efervescencia que fué aumentando cuando Cortés, que había hecho citar por medio de Moctezuma al vencedor de Escalan· to, el gobernador Quauhpopoca, mandó ponerle preso y quemo.rle, junto con quince de sus principales guerreros, en presencia del soberano azteca, á quien tenía encadenado, y sólo el temor de compromc·• ter la vida de su rey contuvo á los habitantes de la ciudad á no levantarse en masa contra los españoles. El príncipe de Tezcoco, irritado por las humillaciones que se hacían sufrir á su soberano, proyectó sorprender á los españoles y sacrificarlos; pero delatáronle, y por orden de Mootezuma, dócil instrumento de Cortés, fué preso y destituido. El propio Moctezuma tuvo que prestar juramento de homenaje Gon7-'llo de Sa.udo\·a.I al emperador Carlos V, lo cual hizo con lágrimas en los ojos, dominado por la supersticiosa creencia en la profecía de Quetzalcoatl. Ya Cortés, por medio de tributos para el rey de España, había conseguido reunir grandes tesoros que guardaba en el fuerte para remitirlos á la Península, cuando una grave é inesperada noticia de Veracruz sembró la alarma entre los españoles. Había arribado á dicho puerto una escuadra de 18 barcos, á las órdenes de Pánfilo do Narváez, enviado del gobernador de Cuba Diego Velázquez, con el encargo de destituir á Cortés y hacerle prisionero: acompañaban á Narváez unos mil hombres, entro ellos 80 jinetes, 70 mosqueteros,


HER..~Á..:.'.'" CORTÉS

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00 ballesteros y además 20 cañones, cuyas tropas había distribuido por la ciudad de Cempoala, convencido de que Cor tés no se atrevería á atacarle. Pero el audaz conquistador, dejando á su valiente capitán Pedro de Alvarado con 140 hombres y las necesarias municiones para guardar y defender la capital, partió con el resto de su gente al encuentro de Nanráez: en el camino se le incorporó Sandoval,. el nuevo gobernador de Veracruz, con 60 hombres, y aunque las fuerzas de que d isponía Narváez eran quintuplicadas, presentóse de improviso Cortés en una tormentosa noche de lluvia torreucin.l, frente á la ciudad de Cempoala, apoderóse en un momento de las armas y obligó al sorprendido Narváez á encerrarse en un templo destinado á los sacrificios, dentro del cual hubo un breve pero reñido comb:tte, que terminó por haber caído prisionero Narváez después de perder un ojo. Pronto cundió la noticia por toda la ciudad, y los soldados del vencido Narváez pusióronse sin vacilar á las órdenes del vencedor, con cuya victoria el ejército de Cortés aumentó en 1,300 hombres, 90 caballos y veinte cañones. Mientras el conquistador saboreaba tan señalado tl"iunfo, dos mensajeros tlaxcaltecas trajéronle una desagradable noticia, que amargó su alegría. La ciudad de Tenochtitlán y sus alrededores se habían sublevado, encerrando en la fortaleza á Pedro de Alv·arado y á sus compañeros, muchos de los cuales estaban heridos, y era urgente acudieran en su auxilio . Cortés no se hizo de rogar; á marchas forzadas se dirigió allá, tomando de paso 2,000 combatientes de Tlaxcala, y el 24 de Junio de 1520 presentóse de nuevo ante la capital azteca. Vamos á ver qué había sucedido. 1


IV Pedro de Alv a.mdo y la matanza. en el templo.- Los aztecas a.ta.ca.n y sitian á los espa.ñoles.-Llegada de 0ol'tés.-Nuevos ataques de los azteca.s .-Der!'ota de los españoles. - La Noche Triste.-Batalla. de Otumba.-Llega.da á Tlaxcala..- Cortés reorganiza. su ejército y vuelve á México.

Cuando á principios de Mayo s<>lió Cortés de Tenochtitlán p<>m ir al encuentro de N arváez, supieron los aztecas con alegría su pa1·tida y no se mcataron de manifestar el deseo de que fuera del'l'otado el gran conquistador. Con ello cambió también la actitud que observaban con respecto á los españoles, y no fueron ya tan solícitos con los que habían quedado en la capital. Alvarado enkó en sospechas, y la altivez de su carácter, que no le permitía rebajarse á entrar en explicaciones con <(el perro de Moctezuma)>, tulida á lo que los t laxcaltecas le contaban acerca de los propósitos de los mexicanos, le llevaron á una resolución tan imprudente como poco meditada. Y no es de extrañar, pues á Alvarado le faltaba el ingenio de Cortés, y á su menguada inteligencia no se le ocurrió más que reproducir la matanza de Cholula, creyéndolo una medida salvadora y un remedio radical para atajar sucesivas sublevaciones. Era el dia de la fiesta Toshcatl, una de las más solemnes do los aztecas, y los nobles, reunidos en el templo en número de más de 400, entregábanse ú la danza y al regoci jo, cuando Alvarado, que había dejado en el cuartel la mitad de su gente para custodia del monarca, presentóse con el resto en medio de los desprevenidos y


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confiados mexicanos, empezando la más horrorosa y despiadada carnicería, á pretexto de que estaban conspírando; y después de satisfecha su sed de sangre, despojaron los cadáveres de cuantas' joyas llevaban. La noticia de lo ocurrido exasperó á los aztecas y avivó por modo tal Bu deseo de venganza, que, á la. voz de uno de sus caudillos, atacaron en BU propio cuart~l á los asesinos con ta.nto coraje, que á duras penas pudieron éstos conservar su alojamiento, y sólo después que Moctezuma, intimidado por los españoles, hubo dirigido la palabra á sus súbditos, depusieron éstos su furor, limitándose á sitiar á los aborrecidos extranje· ros, quienes en su mayoría estaban heridos y extenuados de hambre, habiendo muerto muchos de ellos en la refriega . La situación de los españoles fué haciéndose insostenible, hasta que la llegada de Cortés con su reforzado ejército los libertó del sitio, poro no de la miseria y el hambre que les asediaban. Alvamdo salió á dar la bienvenida á su jefe y á ponerle al corriente de la situación, al tiempo que lVIoctezuma fué á saludar al general y felicitarle por su victoria; pero Cor tés pasó por delante de él sin .escucharle, lo cual afligió grandemente al monarca. La cólera del conquistador subió de punto al ver que escaseaban las provisiones, Pedro de .AJval'tl.do hasta el extremo de inferll· un ultraje á llfoctezuma negándose á una conferencia solicitada por el soberano y pronuuciando las siguientes palabras: «¡Qué tongo yo que ver con ese perro de rey, que nos deja morir de hambre!)> Poco tardó en llegar á noticia do los aztecas este ultraje hecho á su rey, y capitaneados por el principo Cuauthémoo, so alzaron de nuevo contra los españoles, cortanclo los puentes y dírigiéndose á atacar á aquéllos en su propio alojamiento . Y habiendo enviado Moctezuma á su hermano Cnitláhuac para rogar {t los amotinados que clepusiera.n su actitud, el príncipe, on vez do cumplll· las órdenes


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L OS C0:-<Q1_r;STADORES DE AM:tRlOA

recibidas, incorporóse á los rebeldes y se puso al frente de ellos. Cortés envió al capitán Diego do Ordaz con 400 infantes y algunos caballos · pa.ra que reprimiese el movimiento; pero fueron atacados y envueltos por los aztecas, y Cortés hubo de salir en persona á proteger su retirada, en la que el propio general quedó herido, así como la mayoría do sus guerreros. El ataque continuó encarnizado hasta el anochecer y sólo la obscuridad de la noche puso fin á la matanza. Al amanecer del día siguiente, mientras se preparaba Cortés á un gran ataque, presentáronso ele nuevo Jos aztecas rodeando su estandarte, que representaba un {tguila con las alas extendidas, posada sobre un nopal y devora.ndo una serpiente; pero cuando iban á atacar ol cuartel, abriéronse de repente las puertas de éste y uoa lluvia de balas diezmó sus filas: luego salió la 'caballería y detrás de ésta la infantería y los th1:<caltecas, á cuyo empuje no ¡mdieron resistir los amotinados, retirándose con grandes pérdidas tras las barricadas constr uidas para impedir el paso á los españoles. Pero en cuanto ést.os emprendieron el regreso á su alojamiento, recomenzó el ataque más que nunoa. encarnizado, pues desde las azotea• de las casas y templos arrojáhanles espesa lluvia de piedras y flechas. Con el intento do des.~loj ar á los aztecas de las azoteas, el día 27 invirtiéronlo los sitiados en construir grandes castillos rodantes de madera, cada uno de los cuales podía contener 25 mosqueteros; y al día siguiente algm1os robustos tlaxcaltecas los impelieron colocándolos frente á las casas donde mayor ora la resistencia. Trabóse furioso combate, y á duras penas consiguieron los españoles d esalojar al enemigo de algunos edificios, que fueron inmediatamente incendiados y arrasados. Así continuó la luch:t en los siguientes días, con sensibles pérdídas por parte de los españoles; en el gran teocalli habíanse situado 500 guerreros aztecas que. con certera puntería, les arrojaban una lluvia de piedras y flechas, lo cual hacía su situación desesperada, por lo que Cortés resolvió verificar una salida y desalojar del templo al enemigo. Después de tres inútiles asaltos pudieron los españoles penetrar en el patio del templo, ocupado por 4,000 aztecas, á los que un nutrido fuego de mosquetería obligó á retirarse con numerosas pérdídas, dejando a bandonados á los que estaban en la plataforma, y entonces Cortés ordenó cercar la pirámide y al frente de sus soldados subió los 140 peldaños de la escalera, que á poco hallóse convertida en uo r ío de sangre de los asaltantes, que caían en gran número á consecuencia de las grandes piedras y flechas arrojad as por los de arriba. Cuando españoles y tlaxcaltecas lograron llegar á la plataforma trabóse furiosa y desesperada lucha sin cuartel, pues siendo imposible la fuga, los que so acercaban demasiado al borde de la plata-


RERNÁN CORTÉS

forma caían al lago impulsados por sus enemigos. Tres horas duró, ~a carnicería, hasta que no quedó ni un solo azteca; y, conseguido el triunfo, los españoles arrancaron

las estatuas de los ídolos y las arrojaron al lago. Mas de nada sirvió este triunfo á los invasores, como tampoco las amenazas

de Cortés de arrasar la ciudad, porque los aztecas, resueltos á morir antes que ceder, continua-

ron el combate uno y otro día ani· mados por su sed de venganza. La situación de Cortés y sus parcia· les hacíase cada vez más desesperada, por lo que el conquistador e;xigió del monarca azteca que saliera á la azotea del palacio para recomendar la paz á su pueblo; mas éste, que ya no veía en Moctezuma á. su soberano,~sino á. un enemigo, y había

reconocido á Cuitláhuac como emperador, contestó á sus palabras con tal lluvia do pie· dras, que, herido por tres de ellas y una flecha, cayó sin sentido,

falleciendo poco después de haberle trasladado á sus habitaciones, agobiado por el sentimiento que le causóel ultrajequeseleiofiriera. Su cadáver fué entregado á los aztecas, que lo recibieron

con grandes gritos y lamentos, ignorándose lo que hicieron de

sus restos ni

Ídolo enooul..rado t}n: IM rui11as de Oopán

dónde los enterraron. Después de la muerte de Moctezuma agravóse la situación de los españoles, pues los aztecas redoblaron con mayor furia sus ataques. La permanencia en la ciudad era ya imposible para Cortés y sus gen·


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LOS CONQUISTADORES DE A.i\IÉRICA

tes, por lo que, reunidos en consejo, acordaron abandonarla, saliendo por el dique de Tlacopán, que era el más cm·to y el más inmediato á su alojamiento, lo que realizaron la noche del l.• de Julio de 1520. Con ohjeto de poder atravesar las cortaduras de los diques construyeron un puente portátil, que transportaban y custodiaban cuatrocientos tlaxcaltecas y ciento cincuenta españoles. Recogieron todos los tesoros que hasta entonces habían podido reunir, cargaron seis caballos con la parte perteneciente -á S. M., y lo demás se repartió entre los soldados para que llevaran cuanto pudieran; y tomadas estas disposiciones, emprendióse la retirada poco antes de media noche. Ligera niebla envolvía la ciudad y lloviznaba: sin dificultad atravesaron los fugitivos las primeras calles hasta llegar cerca del dique de Tlacopán; pero en aquel momento se oyeron las t rompetas de guerra de los aztecas, seguidas del lúgubre son del gran tambor, y á ambos lados del dique aparecieron millares de embarcaciones cuyos tripulantes lanzaron sobre aquéllos una lluvia de flechas, al propio tiempo que sobre el dique se presentaban compactas huestes de combatientes, que atacaron con furia á los fugitivos. Lo que entonces ocurrió es indescriptible: volcóse el puente portátil cuando uo había pasado aún la retaguardia, lo que originó terrible desorden entre los españoles y sus aliados; filas enteras de soldados cayeron al agua, y los que no se ahogaron sufrieron después espantosa muerte en poder de los aztecas. La boca del canalllenóse de jinetes y caballos muertos, de cañones y carros de bagajes, por encima de los cuales pasaron como una avalancha los combatientes. Con indecibles trabajos logró la diezmada hueste de Cortés alcanzar la tierra firme , y los que escaparon con vida reuniéronse al parecer cerca de Popoptla, bajo un ahuehete secular que aun existe, donde Cortés lloró la destrucción de su ejército, por lo que se ha dado á aquel árbol el nombre de árbol de la Noche Triste. Al rayar el alba dirigiéronse los fugitivos á una próxima eminencia, en cuya cima había un templo de sacrificios en el que construyeron un sólido campamento . Alli, al pasar revista á su pequeño ejército, vió Cortés que había perdido más de la mitad, junto con todos los cañones y bagajes y gran parte de los tesoros que llevaban, y angustiado se preguntaba cómo salvaría á aquel resto de sus compañeros, que sólo en él confiaban. Aunque ignoraba si los tlaxcaltecas continuaban siéndolo fieles en la desgracia, decidió volver á Tlaxcala, ofreciéndose á servirle de guía algunos de los tlaxcaltecas escapados á la matanza. A la noche siguiente emprendió la marcha la menguada hueste, dirigiéndose al Norte, siempre acechados por sus implacables enemigos. Andaudo de noche, alimentándose con fl'Utos silvestres y carne de algunos caballos muertos, y padeciendo horrorosa sed que no les ora dable apagar en las saladas aguas del


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lago de Tezcoco , pasaron cinco días, hasta llegar á la llanura de Otompán ú Otumba, en las que se elevaban las dos formidables pirámides de Teotilmacán. No bien habían atravesado la llanura cuando algtmos jinetes de los que formaban la vanguardia fueron á decir á Cortés que se veía á lo lejos un poderoso ejército azteca díspuesto á cerrárles el paso. Aprestóse el conquistador al combate, que duró encarnizado todo el día, y mal hubiera terminado para los fugitivos si Juan de Salamanca no hubiese llevado á cabo una valerosa hazaña, matando á un poderoso jefe azteca que enarbolaba valiosa divisa con plumas de color verde oro y al cual había atacado Cortés en persona junto con varios de sus más bravos jinetes. Esto decidió la batalla, emprendiendo los aztecas la fuga perseguidos por la caballería española. ' Dos días después de este combate, y sin ningún otro contratiempo, llegó Cortés con su hueste á la frontera de Tlaxcala, siendo amistosamente recibidos por los habitantes y por los cuatro caciques que gobernaban aquella región. También hallaron los españoles la mejor acogida y la asistencia más esmerada en la capital de la república, pues ninguno había quedado ileso, y hasta el mismo Cortés había perdído dos dedos de la mano izquierda y le dolía mucho la cabeza á causa de dos pedradas recibidas en la batalla de Otumba. La situación de Cortés era en un principio poco halagüeña, pues desalentadas las gentes de Narváez, querían volverse á Cuba; pero no sólo logró el conquistador con vencerles con sus lmbilidosos discursos, sino que consiguió se le uniesen parte de las fuerzas enviadas por Velázquez á Narváez, al que creía dueño del país, y se atrajo la tripulación de un buque enviado por Garay, gobernador de Jamaica, aumentando así sus huestes con 150 hombres y 20 caballos. Esto animó á Cortés á emprender nuevas hazañas, atacando de nuevo el reino azteca; empero antes renovó con los tlaxcaltecas su tratado de alianza y les sometió un plan consistente en apoderarse de Tepoaca, ciudad azteca de la frontera, en la quo Cuitláhuac tenía fuerte guarnición, y desde allí empezar sus ataques contra los culhúas. A primeros de Agosto díó principio la expedición con unos 500 hombres y poderosa vanguardía tlaxcalteca, sin contar los ocupados en llevar los bagajes, teniendo insignificantes encuentros en Zacatepec, Quecholac y Acatzingo hasta llegar á Tepeaca, de la que se apoderaron en los primeros días de Septiembre, fundando en ella la nueva colonia de Segura de la Frontera. Desde allí continuó sus conquistas hasta la Mizteca, peleando en tmos puntos con los aztecas, entregándose en otros pac\ficamente los habitantes. En cinco meses expulsó Cortés á los aztecas do toda la región oriental , haciéndose dueño absoluto de ella, aplicando las leyes de la


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guerra, saqueando loa pueblos y haciendo esclavos á sus moradores. A mediados de Diciembre de 1520 volvió á Tlaxcala, siendo recibido por los habitantes de la ciudad con grandes muestras de regocijo y organizándose en su obsequio lucidas fiestas, juegos y cánticos. Lo más importante fué que los caciques de la república mostráronse dispuestos á abrazar el Cristianismo, como así lo hicieron, recibiendo el agua regeneradora del bautismo. Terminadas las ceremonias y los festejos, dispúsose la partida. Cortés sólo contaba con 550 españoles; pero uuiósele un ejército de 100,000 t laxcaltecas, á los cuales los españoles habían enseñado muchos de sus recmsos militares; además, para atacar la ciudad por los costados y salvar las cortaduras de los diques, ordenó Cortés la construcción de 13 bergantines que, desarmados en parte, fueron conducidos ha~ta las orillas del lago de Tezcoco por cargadores indio•. El 24 de Diciembre emprendióse la marcha y el 31 llegaron ante las puertas de la ciudad de Tezcoco, cuyos habitantes salieron á recibirles llevando el estandarte de paz y rogando á Cortés se alojase por aquella no<1he en los arrabales, pues su soberano, igno~ rante de su arribo, no había hecho ningún preparativo para recibirle; pero dmante aquella noche huyeron casi todos los habitantes con su jefe, llevándose cuanto poseían. Cortés eligió de entre los que quedaron un nuevo cacique, llamado Ixtlilxochitl, quien contribuyó en gran manera á asegmar en el Anáhuac la dominación española. Mientras el conquistador español continuaba su victoriosa marcha hacia Tenochtitlán, en ésta había.n tenido lugar diversos acontecimientos importantes. La viruela, importada por los españoles, hacía estragos entre los indígenas, quienes además de su predisposición á contraer dicha enfermedad, no sabían curarla; propagóse á la capital azteca, y una de sus primeras víctimas fué Cuitláhuac, hermano de Moctezuma y su sucesor en el trono. Muerto aquél, nombróse soberano á su sobrino Guatemotzin ó Cuauhtémoc, de veinticinco años de edad, audaz y decidido caudillo de la primera sublevación contra los invasores y que parecía el más indicado para defender la independencia del Anáhuac contra la dominación de los españoles, el cual había tomado todas las necesarias precauciones para recibirlos cual convenía. Más previsor que en su primera expedición, asegmóse Cortés la dominación de los pueblos situados en las orillas de los lagos, para no verse atacado por la espalda, y después de reñidos combates sometió á muchos de ellos, entre los cuales, Iztapalapán y Chalco. Luego emprendió un viaje de exploración por el valle de México y alrededor del lago de Tezcoco hasta volver á Tezcoco, donde entretanto se hacían todos los preparativos para la conquista de Tenochtitlán.


MÉXICO. - Teoyamiqui, diosa de la Muerte, ídolo azteca


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At..'\ques y conquista. de Tenochtitlán.-Destrucción é incendio de la ciudad.Prisión de Cua.uhtémoc.-Reconstrucción de la ciuda.d .-Nuevas conquistas. -Pedro de .Alva.ra.do y Olid .-Destitución de Cortés y su regreso á. España. -Nuevas expediciones.-Muerte de Cortés.

Mientras Cortés realizaba las e:s:pediciones guerreras que acabamos de citar, 8,000 trabajadores indigenas construyeron un ancho canal de 4 metros de profundidad, desde la ciudad de Tezcoco hasta orillas del lago, situado como á media hora de ella. Por dicho canal fueron botados al agua los 13 bergantines, que se balanceaban orgullosos en sus saladas aguas, henchidas las velas y ostentando sus desplegadas banderas. Cada barco, suficientemente tripulado, montaba un cañón. La hueste de Cortés, nuevamente reforzada con 200 guerreros procedentes de España, componíase de 800 soldados de infantería, 87 de caballería, 3 cañones pesados y 15 ligeros, además del importante contingente de tlaxcaltecas que le acompañaban ansiosos de vengarse de sus enemigos los aztecas. En tres partes iguales dividió Cortés tan respetable ejército: la primera, al mando de Pedro de Alvarado, debía situarse al Oeste del lago de Tezcoco, en Tlacopán; la segunda, encomendada á Cristóbal de Olid, había de dirigirse á Coyoacán, y la tercera, á las órdenes de Gonzalo de Sandoval, situóse en Iztapalapán, empezando el ataque de Tenochtitlán así que los tres cuerpos de ejército halláronse en los puntos fijados . Ante todo se ocuparon los tres diques 4- C.A..


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que unían la ciudad con la tierra firme, destruyendo al par la conducción de agua que surtía á aquélla. Cortés, entretanto, apoderóse, con la escuadra, del lago, echando á pique á las numerosas canoas aztecas quo se le oponían; también se apoderó por asalto del baluarte de Xoloc, impOl"tante posición de defensa, y asentó su cuartel general en Coyoacán, donde hizo levantar el edificio de un solo piso que aun existe y que habitó mucho tiempo. Aun cuando Cortés ordenó á cada cuerpo de ejército cegar las cortaduras de los diques, con objeto de tener seguro paso para llegar á la ciudad, los aztecas defendían el terreno palmo á palmo, destruyendo ele noche el trabajo quo los españoles habían conseguido hacer en todo el día., y arrojando sobre éstos, desde sus canoas, una lluvia de piedras y flechas. Por fin, tras de muchas semanas ele fatigas y á costa de grandes pérdidas, pudieron los españoles apoderarse de los diques y penetrar en la ciudad, sosteniendo desde entonces sangrientos combates en las calles, en que ambos bandos luchaban con gua! encarnizamiento y con varia fortuna, pues si algunas veces los españoles lograban avanzar, tenían luego que retroceder ante los obstinados ataques de los mexicanos, y si un día consiguieron llegar victoriosos hasta el gran teocalli, hubieron de abandonarlo por no poder todavía sostenerse en él. Cada día renovaban el ataque los españoles, destruyendo los baluartes y barrios que podian servir de defensa al enemigo, y cruzaban con los barcos por frente la ciudad para impedir el abastecimiento de los sitiados. Alguna vez fué adversa la fortuna á los sitiadores; y un día en que se internaron demasiado, dejando sin cegar una de las cortadnras de los diques, el propio Cortés se vió en inminente riesgo do perder la vida, pues vencido por seis jefes aztecas, quo trataban ele apoderarse de él, no se hubiera salvado, herido como estaba en una pierna, á no ser por el esfuerzo de algunos de sus soldados. Cuauhtémoc había hecho indudablemente aquel dia un esfuerzo supremo para expulsar á los invasores, pues éstos, acorralados por los defensores, tuvieron que refugiarse en su cuartel de Tlacopán, pereciendo más de sesenta españoles, mil tlaxcaltecas y seis caballos, y viendo con horror á la noche siguiente cómo eran sacrificados muchos prisioneros, entre ellos algunos españoles, á los cuales se les abría el pecbo para arrancarles el corazón, y cuyas cabezas envió Cuauhtémoc como trofeo á los aliados, amenazándoles con severos castigos si no abandonaban á los blancos, lo cual verificaron algunos jefes en el silencio de la noche. Cor~s no se desanimó por ello; después de descansar unos días, emprendió de nuevo el ataque de la ciudad, y tras de tm asalto general, consiguió llegar á las fuentes donde se proveían de :>gua los


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habitantes, y las destruyó; apoderóse luego del mercado de Tlaltelolco, conquistando así el terreno paso á paso y destruyendo las casas, con cuyos escombros cegaban las cortaduras de los diques y los fosos que por todos lados obstruían su paso. Los aztecas eran impotentes para impedir la total ruína de la ciudad, máxime cuando el tifus, la peste y el hambre cebábanse en ellos causando numerosas víctimas. Aun cuando tenían que alimentarse de raíces, hierbas y cuanto encontraban á mano, no por ello pensaban en rendirse; el valeroso Cuauhtémoc rechazaba cuantas proposiciones de paz se le hacían y prohibió á sus súbditos le hablaran de rendición. Y aquella horrorosa guerra continuó, destruyendo ó incendiando cada dia los españoles templos y palacios, hasta que no quedaron de la ciudad más que ruinas y muerte. , Cuando no les restaba á los sitiados como último refugio más que la parte Norte de la ciudad llamada Tlaltelolco, tornaron el mando ele las tropas Cortés, Alvarado, Olid y Sandoval, y atacaron por todos lados á los aztecas haciendo espantosa matanza: las casas y las calles estaban sembradas de cadáveres, y arroyos de sangre corrían hacia los canales; grandes columnas ele fuego y humo elevábanse á inconmensurable 11ltura, y los ca-lcinados edificios se derrumbaban, sepultando á centenares de infelices mujeres y niños. El propio Cortés, en carta dirigida al emperador Carlos V, dice que partía el corazón ver aquel cuadro de destrucción y muerte, y seg(m su informe, perecieron aquel dia más de 40,000 personas. Rechazada de nuevo por Cuauhtémoc la intimación de ron· dirse, on la mañana del dia siguiente, 13 de Agosto, docidióse Cortés á dar el último golpe. Ordenó á Sandoval que con la escuadra cerrara la retirada de los aztecas por el .lago y evitara la fuga de su soberano, mientras él, desde la azotea de un templo, dirigía o! asalto . Después de muchas horas de combate, más terrible y sangriento que el del día anterior, quedaron los aztecas con sus barcos acorralados en el dique que conducía á Tepeyac, y al verse perdidos arrojábanse al lago en gran número para perecer entre las .olas. Viendo por la tarde los aztecas la inutilidad de su resistencia, trataron de huir con sU. mujeres en las embarcaciones que al efecto tenían preparadas; pero Sandoval les obstruyó el paso, ordenando al propio tiempo suma vigilancia por si en alguna de ellas estaba el soberano. Efectivamente, observando que tres ó cuatro barcas provistas de toldos se esforzaban en llegar á la orilla Norte del lago, el bergantin que mandaba García Holguin dióles el alto, y al ver que los tripulantes de aquéllas no obedecían, amenazóles con hacer fuego, ante cuya amenaza se detuvieron, presentándose Cuauhtémoc, que se dió á conocer como soberano de México. La noticia de su prisión puso fin á la resistencia de los aztecas.


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Cuando el joven monarca, conducido por Sandoval y Holguín, llegó á presencia de Cortés, quien le recibió con la mayor consideración, avanzando con firme paso dijo al conquistador: «He hecho cuanto mis fuerzas y las de mi pueblo me han permitido para conservar la independencia . Vencidos, podéis hacer de nosotros lo que queráis : soy tu prisionero, y ruégote que con el cuchillo que llevas al cinto me arrebates una vida que aborrezco.>> Cortés le consoló, contestándole cariñosamente que los españoles s11bían 11preci11r el valor de sus contrarios; que continuara siendo soberano de Te-

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nochtitlán, y que deseaba tenerle por amigo. Estas palabras consolaron á Cuaubtémoc, y se retiró con los suyos á la casa de Cortés en Coyoacán, donde le condujo Sandoval. El soberano azteca rogó á Cortés permitiera salir de la ciudad á los h11bitantes que quedaban, pues á causa de la grande aglomeración de cadáveres en las calles, respirábase un aire mefíticO, que hacía imposible la vida en ella; y habiendo accedido á ello el conquistador, durante tres días y tres noches viéronse desfilar por los diques interminables filas de hombres, mujeres y niños, demacrados y macilentos, y terminado el desfile, entraron algunos españoles en la ciudad para inspeccio nar el estado en que se hallaba, no encontrando en ella, según dice


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Berna! Díaz del Castillo, testigo presencial, sino cadáveres por todos a dos y algunos vivos que, por su extrema debilidad, no habían podido marchar. Tomáronse las más enérgicas medidas para limpiar y desinfectar la ciudad, encendiendo en las plazas grandes hogueras para quemar los cadáveres, qne se hacen ascender á más de 120,000. No se encontraron las esperadas riquezas, pues los aztecas las habían ocultado y algunos arrojádolas al lago. Una vez limpia la ciudad, emprendióse su reconstrucción, erigiéndose en aquel sitio la Nueva México, más magnífica que la antigua Tenochtitlán; derribóse el gran teocalli dedicado á Huitzilopochtli, construyéndose en su lugar una iglesia consagrada á San Francisco, cuyo sitio ocupa hoy la catedral. Cegáronse los canales, se ensancharon las calles, y edíficóse un fuerte para defensa de la ciudad, y á medida que renació la tranquilidad y se normalizaron los asuntos, volvieron los emigrados, acudieron muchos españoles de otros puntos y la destruida Tenochtitlán volvió á florecer. La noticia de la destrucción de Tenochtitlán cundió con rapidez; de todas partes acudían gentes para cerciorarse de ello por sus propios ojos, y esto dió ocasión á Cortés de averiguar que más allá de !lfichoacán existía un dilatado mar, del cual formó el propósito de posesionarse en nombre del rey de España. Envió algunos emisarios por dos distintos caminos, llegando uno de estos grupos á la costa de Tehuantepec, donde después mandó Cortés algunas tropas capitaneadas por Sandoval y Alvarado, quienes en poco tiempo sometieron toda la comarca hasta el mar. Más difícil fué la sumisión de los zapotecas, que en uuión de los mixtecas, sus parientes, habitaban una abrupta comarca al Sudeste del Auáhuac: aunque valientes y feroces en el combate, eran los zapotecas buenos escultores, como lo demuestran las ruinas que aun se conservan; dedicábanse con preferencia á la cerámica, y sabían hacer fieles retratos, figuras de dioses y otros objetos. Sometidos éstos á la soberauia española, pronto hicieron lo propio sus vecinos los habitantes de los distritos de Tutepec y Tehuantepec, así como los de la comarca de Pánuco, lindan te con el golfo de México . Estos éxitos valieron á Cortés el nombramiento de gobernador general y juez supremo de la Nueva España, firmado por Carlos V en Valladolid en 15 de Octubre de 1522, con lo cual venció á sus muchos adversarios, que por todos. los medios habían tratado de impedirlo, y ocasionando tal disgusto al gobernador Velázquez, que murió á los pocos meses presa de profunda melancolía . Cortés emprendió con empeño la colonización del país, dictando severas reglas á los colonizadores españoles é introduciendo además de varios g~anos europeos, el cultivo de la caña de azúcar


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y extensos viñedos. El terreno y sus habitantes repartiéronse entre los conquistadores, y los indios tuvieron que sufrir penosa servidumbre. Algunos frailes llegados á México emprendieron la tarea de convertir á los indigenas al Cristiauismo, y los templos paganos fueron demolidos, reemplazándolos por templos cristianos. Supo Cortés el viaje de Magallanes al rededor del mundo, en el que se demostró que si era posible llegar á la India pasando por el extremo meridional del Nuevo Mundo, era en camhio muy peligrosa y larga la travesía, y que lo beneficioso para España sería encontrar un paso á través del istmo do Darién; y todo el pensamiento del audaz conquistador ooncentróse en hallar este paso, á cuyo objeto preparó una serie de costosas expediciones, que, unas por mar y otras por tierra, se dedicasen á resolver problema tan importante. Sin desanimarse por el contratiempo de ver destruidos por un incendio los barcos que en el astillero de Zacatula se acababan de construir para la primera e:.!>edición, envió Cortés á Pedro de Alvarado y á Cristóbal de Olid á proseguir los reconocimientos. A fines del año 1523 salió Al varado de México, con 300 soldados de infantería española, 135 de caballería y 20,000 guerreros indios, con el encargo de internarse por tierra y conquistar el país de Quauhtemallan, hoy Guatemala, que hasta entonces había rechazado someterse á la dominación española. Muchos y sangrientos combates tuvo que sostener Alvarado con los guatemaltecas, especialmente la batalla de Xulahuh, la actual Quetzaltenango, en la que el soberano Tecum-Umam, á la cabeza de numeroso ejército, opúsose al paso de los españoles, retando personalmente á Alvarado. Aceptado el reto, al tercer encuentro cayó el soberano atravesado por la lanza del esforzado capitán, lo cual decidió la victoria en favor de los españoles. El nuevo mouu.rca invitó á los españoles á visitar Utatlán, residencia real, que por la magnificencia de sus palacios podia competir con Tenochtitlán. El palacio del rey estaha emplazado en el centro de la ciudad, rodeado de las casas de los nobles principales. Era todo de piedra labrada y tenía 728 pies de largo por 374 de ancho. Había además otros magnificas palacios, y un colegio, en el que, por cuenta del Estado, recibían instrucción cinco ó seis mil niños. Alvarado aceptó la invitación del monarca; pero sabiendo por confidencia que los qillchúas tenían el propósito de atraer á los españoles á la capital para, durante la noche, quemar sus alojamientos y asesinar á los que tratasen de huir, mandó hacer algunos reconocimientos en las ~asas, encontrando on ellas grandes depósitos de leña y otros combustibles, en vista de lo cual, pretextando que sus caballos no podían albergarse convenientemente, salió de la ciudad y estableció su campamento en unas alturas inmediatas, haciendo


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prisionero al rey, que hasta allí le había acompañado, y condenán· dole á la horca. Después de varios reñidos combates en que triunfaron los espa· ño!es, apoderándose de Utatlán y destruyendo los palacios y el castillo, sometieron todo el país y llegaron á la capital de los cakchiquelos, cuyo rey se sometió vo:untarinmente. No así el cacique de Amatitlán, que se había hecho fuerte en un castillo en medio del lago de Atitlán, pero que al fin fué vencido, lo propio que los habitantes de las llanuras do, Itzcuintlán y Acayutla; también conquistaron el reino y ciudad de Cuscatlán, funcla.ndo sobre las ruinas de ésta la actual San Salvador. Menos afortunada fu · la expedición que envió Cortés á las órdenes de Cristóbal de Olid, que salió del puerto de Veracruz elll de Enero de 1524, con objeto no sólo de conquistar los países de Honduras é Higueras, sino de buscar un paso para el mar del Sur. Detúvose la escuadra en la Habana para tomar víveres y caballos, y, según parece, Velázquez incitó á Olid á que se declarase indepen· diente de Cortés, lo cual 1;ealizó no bien hubo llegado á Honduras y fundado la , iudad del Triunfo de la Cruz. llfas al sa.berlo Cortés envió á Honduras á un pariente suyo llamado Francisco de Las Casas, quien con cuatro barcos y 150 hombres llegó á la bahía del Triunfo, trabó naval combate con los buques de Olid, que trataron de impedirle la entrada, y aun cuando triunfó Las Casas, desencadenóse una tempestad á la siguiente noche, que echó á pique su escuadra, pereciendo 30 hombres y salvándose los demás con gran trabajo, para caer prisioneros de Olid. Este, para atraerse á Las Casas, que también se había salvado, invitóle á comer varias veces; pero el pariente de Cortés, de acuerdo con Gil González de A vila, uno de los capitanes de Olid, lanzóse sobre éste puñal en mano al grito de: <<Por el Emperador y por CortéS.•> Olid trató de huir, pero fué cogido y decapitado. Como pasaran varios meses sin recibir Cortés noticias de Honduras, decidióse á ir en persona, dejando en México como suplente suyo á Alonso de Estrada. En Octubre de 1524 partió con 150 mosqueteros, 90 jinetes y alg¡mos miles de guerreros indigenas, sus aliados, llevando en su compañía á Cuauhtémoc, el soberano de los aztecas, al rey de Tacuba y otros varios príncipes indios, para que no promoviesen alguna algarada. durante su ausencia. Cruzaron la comarca de Guazatcoalco sin grandes inconvenientes; pero al llegar á los territorios de Tabasco y Chiapa, ricos en agua, hallaron á su paso obstáculos de toda clase. Caudalosos ríos y torren· tes que era necesario vadear, inmensos y espesos bosques virgenes casi impenetrables, dilatados pantanos difíciles de atravesar separa· ban las escasas ciudades que los expedicionarios encontraban al paso;


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los habitantes huían á su aproximación, incendiando las viviendas y no dejándoles sino humeantes ruinas. Agotados los víveres, empe· za.ron los españoles á experimentar las mayores privaciones, vién· dose obligados á alimentarse con frutos silvestres y raíces. Avanza· ban muy paulatinamente entre malezas y pantanos, sufriendo mil penalidades y renegando los soldados de su suerte. Las quejas y maldiciones aumentaron al verse detenidos por un ancho río, pro· bablemente el Usumacinta, que les cerraba el paso; pero Cortés no se desanimó: propúsose pasarlo, á pesar de todos los obstáculos, y como después de sondeado vió que había dos metros de fango en o! fondo y tres de agua encima, ordenó derribar mil árboles para con ellos formar un puente flotante, trabado con lianás y travesanos, que tardaron seis días en construir y por sobre del cual pudo pasar á la otra orilla con toda seguridad el pequeño ejército. Después de infinitas dificultades y peligros llegaron felizmente á un pueblo donde los proveyeron de víveres, y desde allí continuamn su marcha. Mas á poco propalóse el rumor de que Cuauh témoc, con algunos de los caciques que le acompañaban, ha · bían fraguado el proyecto de arrojarse sobre los españoles á la primera ocasión y extermíoarlos, contando para ello con las tropas indígenas. Algunos autores dicen que fué un complot urdido por los soldados españoles que, sedientos de oro, querían que por medio del tormento se hiciera confesar al monarca azteca dónde estaba escon· dido el tesoro de Axayacatl; pero, según parece, las indagaciones practicadas por Cortés confirmaron la veracidad del rumor, por lo que fueron presos el monarca y algunos caciques, y después de sometidos al tormento Cuauhtémoc y el rey de Tacuba, fueron a horcados el 26 de Febrero de 1525. La ejecución del monarca azteca fué uno de los mayores yerms de Cortés; la mayoría de sus mismos compañeros desaprobaron la rapidez con que se llevó á cabo, y Berna! Díaz del Castillo dice que fué una grande injusticia, de la que Cortés sintió en adelante remordimientos que le quitaban el sueño. Reanudada la marcha, atravesaron penosamente grandes y desiertas sabanas y los distritos de los mazotecas y lacandones, llegando por fin, casi aniquilados por Wl calor tropical, á las orillas del lago de Petén, rodeado de montañas cubiertas de bosque; en una lengua de tierra que se introducía eu el lago hallaron la ciudad de Taiza, cuyos pacíficos habitantes les acogieron amistosamente, y allí descansaron cinco días, prosiguiendo luego su marcha hacia el Sur hasta llegar á Tania y Colista. Como les dijeran que á dos días de distancia en la costa existía una colonia de hombres blancos y barbudos, encamináronse allí, llegando felizmente á la colonia de San Gil de Buenavista, fundada por Gil González de Avila, capi·




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tán de Olid, donde su presencia causó al principio alguna alarma sólo duradera mientras ignoraron qillénes eran aquellos soldados. Al saber que Cortés estaba allí, toda la colonia corrió á su encuentro, y por ella supo la muerte de Olid; pero como aquellas gentes andaban escasas de provisiones y muchos padecían de fiebres palúdicas, en vez de dar descanso á sus tropas, en viólas Cortés á proveerse de víveres, y él mismo se embarcó en un bergantín, con 38 españoles y 20 mexicanos, remontando la corriente del río Dulce después de un viaje de 25 días, durante el cual sometió á varios pueblos de las orillas del lago, regresó á la colonia, y poco satisfecho de las condiciones de salubridad de aquélla, trasladóla á la bahía del puerto de Caballos, donde se fundó la ciudad de Natividad de Nuestra Señora, embarcándose luego Cortés para dirigirse á Trujillo con objeto de someter loo. ·!)Citjtorios de la costa de Honduras y penetrar hasta Nicaragua. :g!;rot-p.Otii)ias recibidas por un buque procedente de la Habana obllgal'!J'9- <.a] conqillstador á regresar precipitadamente á México. :·.;.~:. =/ He aquí lo sucediuo:· ::Esparcido el rumor de que Cortés había perecido con todo su ejército en los pantanos de Tabasco y Acatlán, celebráronse misas y funerales en sufragio de su alma, y sus bienes y los de sus compañeros repartiéronse entre los demás. Suscitáronse violentas pendencias entre los comisionados que dejó Cortés durante su ausencia, y sus vejaciones ocasionaron la sublevación de los zapo tecas y mixtecas. Por esto el conquistador se apresuró á partir por mar para Veracruz; pero violentos huracanes obligaron por dos veces á sus buques á refugiarse en el puerto de Trujillo, y unas fiebres que le atacaron retuviéronle luego en Honduras hasta el 25 de Abril de 1526, llegando por fin á Veracruz á fines de Mayo. Al saber su regreso, que á todos sorprendió, afluyeron de todas partes españoles é iodígenas á felicitarle; su viaje por el país fué una continuada marcha triunfal y en la capital se le hizo solemne recepción. Con su férrea voluntad restableció en breve el orden; pero como durante su ausencia sus enemigos hicieron todo lo posible para calumniarle y derribarle, acusándole ante el Emperador de haber dado ioformes falsos y apropiádose la mayor parte de las riquezas de la Corona, despilfarrándolas en empresas temerarias, así como de querer declararse iodependiente y proclamarse soberano absoluto de Nueva España, en Junio de aquel mismo año llegó á México un enviado del Emperador, para sustitillr interinamente á Cortés. Resignóse el conquistador é hizo entrega del mando; pero á poco murió de unas calenturas el nuevo gobernador, así como Marcos de Aguilar, que le sucedió, recayendo el gobierno en Estrada, enemigo personal de Cortés, quien persiguió á éste cuanto pudo, obligándole


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á abandonar la ciudad y retirarse á Coyoacán, no cesando de calumniarle y acusándole hasta de haber envenenado á muchos de sus adversarios y hasta á su propia esposa. Llamado á Madrid por el Emperador, partió Cortés de Veracruz, acompañado de algunos fieles compañeros y varios caciques in-

dios, llegando al puerto de Palos en Diciembre de 1527, donde falleció el valiente Sandoval á la edad de 31 a5os. Dirigióse luego Cortés á· Madrid, donde Carlos V le recibió en solemne audiencia, admirando al grande hombre que tantos reinos conquistara. Entregó Cortés al Emperador un memorial de defensa escrito por él niismo, y el monarca español le nombró marqués del Valle de Oaxaca y le concedió grandes posesiones en N neva España, con el

título de capitán general; pero á pesar de los repetidos ruegos de Cortés, no pudo éste recobrar el gohiemo de los países por él conquistados. Poco después casó con una de las más hermosas damas de la Corte española, D.• Juana de Zúñiga, y la ceremonia de la boda fué una de las más pomposas que jamás se vieran en España.

Mas la vida tranquila de la Corte cansó pronto á Cortés, y en la primavera de 1530 partió para Nueva España, viviendo algunos años en sus ricas y dilatadas posesiones ocupado en la ejecución de un

contrato hecho con la Corona de España, mediante el cual obtuvo poderes para hacer viajes de exploración por el mar del Sur. Con este objeto aparejó Cortés dos barcos que salieron de Acapulco en 1532, al mando de Diego Hurtado de Mendoza, descubriendo el grupo de islas llamadas las Tres Marías y penetrando hasta el golfo de California, donde se separaron los dos buques, de los que uno naufragó salvándose muy pocos tripulantes, y el otro, mandado por Mendoza, desapareció, sin saberse nunca más de él. En 1533 envió

Cortés dos carabelas en busca de los perdidos barcos; pero á la primera noche separólas ya violenta tempestad, siendo una de ellas empujada á gran distancia basta una isla desierta, á la que dieron el nombre de Santo Tomás, actualmente del Socorro. Este buque entró en Zacatula en Enero de 1534, después de haber tomado posesión de algunas islas. Poco después de la separación de las dos carabelas hubo en la segunda un motín, durante el cual murió el capitán Diego Becerra. Prosiguiendo el viaje, descubrieron la península de la Baja California, que tomaron por una isla y bautizaron con el nombi'e de Santa. Oruz; pero como los habitantes de aquellos paises se mostraron crueles y salvajes, asesinando en la bahía de la Paz al timonel y veinte marineros, el resto de la tripulación emprendió el regreso,

llegando al puerto de Chamatla después · de infinitas privaciones y contando maravillas de la riqueza en perlas de aquel país. No se desa.nimó Cortés por estos desastres, antes bien doci-


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dióse á emprender por sí mismo un viaje á Santa Cruz y fundar alli una colonia, siendo tan bien acogido su proyecto, que en 15 de Abril de 1535 se hizo á la vela con tres buques, llevando 320 hombres. El 3 de Mayo llegaron á la bahía de la Paz; pero fracasaron cuantas tentativas hicieron para establecerse alli, regresando al puerto de Acapulco á principios de 1537, después de descubrir 50 leguas más de la peninsula de California. La última expedición que al año signiente envió Cortés, mandada por Francisco do Ulloa, fué también desgraciada, pues de los tres barcos que salieron de Acapulco el 8 de Julio, uno se fué á pique, y los otros dos, encargados de buscar al desaparecido Hurtado de Mendoza, costearon siete meses la Baja California sin hallar huella alguna. Uno de los barcos quedó inservible, y Ulloa lo envió á Acapulco con la relación de sus descubrimientos, mientras él prosegnia la exploración; pero tampoco ha vuelto á saberse nunca más de él. A pesar de las enormes sumas empleadas por Cortés en estas tentativas, preparaba aún cinco barcos, que ponia á las órdenes de su hijo Luis, cuando el virrey Mendoza retuvo violentamente los buques, disputándole el derecho de hacer descubrimientos en aquellas comarcas. Cortés reclamó á la Corte de España; pero como con esta cuestión se complicaban otras, decidió volver á la peninsula para defender sus derechos, llegando á la Corte en 1540, donde fué recibido con todos los honores debidos á su rango. Las negociaciones se prolongaban indefinidamente, y entretanto tomó Cortés parte, en 1541, en la campaña contra Argel, que terminó desgraciadamente, ofreciéndose á reanudarla con mejor éxito si le ayudaban con un ejército. Desatendido su ofrecimiento, disgustóse en extremo, alejándose paulatinamente de la Corte, y en Febrero de 1544 dirigió su última carta al Emperador, quejándose con amargas . frases de las dilaciones que sufrían sus asuntos y de la poca consideración que merecían sus cuarenta años de sacrificios y penalida· des, mal alimentado, casi sin dormir y siempre con las armas en la mano. Como esta carta produjera poca impresión en el ánimo del Emperador y viera Cortés que sus asuntos no se resolvían, decidióse á volver á Nueva España, y mientras se ocupaba en los preparativos del viaje, sorprendióle en Sevilla aguda enfermedad, por lo que se retiró á Castilleja de la Cuesta, donde dictó sus últimas disposiciones, nombrando heredero universal á su hijo natural don Martín, y falleciendo el 2 de Diciembre de 1547, á los 62 años de edad. Sus restos mortales, depositados interinamente en el pnnteón del duque do Medinasidonia, fueron transportados á Nueva España en 1562 y entenados en el convento de San Francisco de Tezcoco; pero en 1629 trasladáronlos á la iglesia de Franciscanos


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de México; en 1794 Jos llevaron á la iglesia del Hospital fundado por él, y en 1823, cuando el pueblo de México quiso destruir el sepulcro del conquistador, se Jos transportó secretamente á Palermo, donde se hallan aún en el panteón del duque de Terra Nova Monteleone, último descendiente de aquel héroe. La posteridad ha juzgado muy distintamente á Hernán Cortés, acrimiuando acerbamente algw1os de sus actos y tratándolo de cruel y sanguinario. La matanza de Cholula y el suplicio de Cuauhtémoc empañan verdaderamente el brillante relato de sus hechos de armas; pero sus hazañas y conquistas le colocan entro los grandes caudillos do la Historia.




FRANCISCO PIZARRO Y. LA CONQUISTA DEL PERU

Francisco Pizarra, Diego de Almagro y Heruando de Luque.-La. primera expedición al Perú . -Los Inca.s.-Segundn. expedición.-Atahu nlpa .-¡Sa.nttugo y á ellos!- Horrible matanr:a.- Prisión de Ata.hualpa.,- Suplicio del Inca.

Cuando Alonso de Ojeda estuvo en el Darién, en 1509, uno de sus compañeros era Francisco Pizarra, que se distinguió ya en algunas campañas como soldado. Más adelante formó parte de la expedición que, al mando de Vasco Núñez de Balboa, descubrió el mar del Sur, posesionándose de toda aquella costa, y su jefe le envió á conquistar las islas de las Perlas, situadas al Oeste de la bahía de San Miguel. No desconocía los planes de Balboa, consistentes en buscar y conquistar el rico país llamado Birú ó Perú, situado más al Sur, y á la muerte de aquél quedóse en San Miguel y asistió á la fundación de la nueva colonia de Panamá. ~ Varias tentativas se habían hecho para internarse en aquellas dilatadas regiones de la América del Sur conocidas con el nombre del Birú, todas ellas desgraciadas á consecuencia de la fiebre que


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diezmaba á cuantos se atrevían á intenta·r la arriesgada empresa. Sin embargo, esto no arredró á tres hombres audaces hasta lo sumo, habitantes en Panamá, quienes emprendieron en 1519 la conquista del Perú, con muy escasos elementos por cierto para tan grande empresa. El primero de ellos era Francisco Pizarra. Hijo natural del capitán Gonzalo Pizarra y de Francisca González, nació en Truji· llo (Extremadura) en 1471 y, según se d ice, abandonóle su madre á la puerta de una iglesia. Todos los cronistas están contestes en que Francisco Pizarra fué en su juventud guardián de cerdos, y por ello cuando llegó al apogeo de su poder, diéronle sus enemigos el mote de el porquero. Al llegar á virrey del Perú su educación intelectual era muy escasa, y no sabía léer ni escribir, por lo que cuantos do· cumentos debían llevar su firma poníala en su nombre un escribano, á la que Pizarra añadía dos garabatos, uno á cada lado. El segundo llamábase Diego de Almagro, también de obscuro origen, nacido al parecer en Almagro (Ciudad Real), en 1463, y había hecho muchas campañas contra los indigenas, lo que le conquistó fama de capitán experimentado, siendo de carácter más integro y resuelto que Pizarra . El tercero era un eclesiástico llamado Hernando de Luque, arrojado al Darién por un temporal; y después de haber sido maestres· cuela de la catedral, desempeñaba en Panamá las funciones de . Párroco, lo cual le daba grande in1portancia. A éste se dirigieron los dos primeros para que facilitase el dinero necesario para. llevar á cabo la empresa, y los esfuerzos reunidos de aquellos tres hombres lograron armar dos barcos, el primero de los cuales zarpó de Panamá el 14 de Noviembre de 1524, llevando á bordo 112 hombres al mando de Pizarra. Arrostrando temibles borrascas llegó Pizarra al continente, cuyas costas, cubiertas de impenetrables y pantanosos bosques, exhalaban pestilentes miasmas productores de fiebres, hallándose plagadas de molestos mosquitos. Cuando á los setenta dias de navegación fon· dearon en una bahía de regulares condiciones, habían muerto ya 34 personas víctimas de las fiebres, y disminuido las provisiones, por lo que Pizarra envió el buque á Panamá, á las órdenes de Montenegro, para que en doce ó catorce días regresara con víveres; pero éste tardó setenta y cuatro dias en volver, encontrando que la miseria había hecho tales estragós entre la gente de Pizarra, que sólo queda· han sesenta personas, las cuales se vieron obligadas á alimentarse de animales marinos, caracoles, lagartijas y los frutos de todas clases que hallaban: á esa bahía se le dió el nombre do Puerto del Hambre. Fortalecidos en parte aquellos infelices con las provisiones que condujo Montenegro, prosiguieron su viaje hacia el Sur, descubriendo


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en la cima de un monte una población indígena rodeada de empali· zadas, cuyos habitantes huyeron á la aprmdmación de los españoles, dejando en sus chozas gran provisión de maíz y cacao é innumerables adornos y vasijas de oro, así como unos calderos puestos al fuego en que se cocía carne humana. Mientras los soldados se distribuían el botín, viéronse de pronto acometidos por gran número de indios, trabándose encarnizado combate, en el que murieron cinco

espaftOles y quedaron heridos díez y siete, entre ellos Pizarro muy gravemente; y sólo á la oportuna intervención de Montenegro, que venía de algunas correrías, pudieron volver al barco los españoles y regresar á Panamá cargados con las riquezas que tan caras pagaron. Entretanto Almagro que, según lo convenido, salió de Panamá con el segundo buque para llevar á Pizarro setenta hombres y provisiones, llegó poco después al saqueado pueblo, teniendo que sostener con los naturales obstinados combates, en uno de los cuales perdió un ojo. No por ello desistió do buscar á Pizarro, prosiguiendo hacia el Sur y asaltando algunos otros pueblos; descubrió el Río de San Juan, y no hallando ninguna huella de su compañero, regresó á Panamá con riquísimo botín. Tan desgraciadas tentativas demostraron que, si no se había descubierto el verdadero Perú, existían cuando menos al Sur ricos paises abundantes en oro. Así, pues, restablecido por completo Pizarro, en lO de Marzo de 1526 fumaron aquellos tres hombres un tratado que había de ser la ruina del poderoso imperio del Perú y de la dinastía de los Incas. En la primavera de aquel mismo año salió la expedíción de Panamá, compuesta de dos buques tripulados por ciento setenta hombres, al mando de Pizarro y Almagro y dirigida por el entendido piloto Bartolomé Ruiz, que la llevó en linea recta hasta la desembocadura del río San Juan . Por doquier desembarcaron recogieron rico botín en oro y piedras preciosas, y como al decir de al· gunos prisioneros que hicieron los españoles, los países del interior eran muy fértiles y había en ellos muchas y grandes ciudades, decidió Pizarro enviar á Panamá un barco mandado por Almagro, en busca de refuerzos, y en tanto aguardarle en un pueblo conquistado, mientras Ruiz, con el otro barco, exploraba la costa en dirección Sur, comisiones que desempeñaron perfectamente ambos emisarios. Ruiz, en su viaje, encontró un extraño barco que navegaba á velas

desplegadas, especie de balsa construida con gruesos troncos de ca· ñas, puntiaguda por la proa, con una cubierta hecha de cañas más delgadas sobre la que se elevaba una pequeña cámara; la~ velas, hechas de algodón , estaban sujetas con cuerdas de cáñamo á unos delgados mástiles. La tripulación era indígena, comerciantes, á juzgn.r por ol cargamento que llevaban, constitnído por cinturones,

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sombreros, armaduras, adornos para la cabeza, vasijas, espejos, vestidos, joyas de oro y plata, etc. Hombres y mujeres llevaban vestidos de lana muy fina, bordados con figuras de animales y flores de colores varios, y subieron sin ningún temor al buque de Jos españoles, dándoles á entender por señas que procedlan de Túmbez, donde había grandes templos que conte1úan mucho oro y plata. A cambio de algunas fruslerías sin valor los españoles obtuvieron gran cantidad de objetos preciosos. Con asombro oyeron Pizarra y sus compañeros el relato de Ruiz, y habiendo regresado Ahnagro con ochenta hombres y grandes provisiones, decidleron ir á Túmbez. Embarcóse toda la hueste en los dos buques, navegando hasta la bahía de San Mateo, desde la que dlvisaron el pueblo de Túmbez, situado en el centro de unos grandes campos cultivados, que desistieron de asaltar al verle defendido por un ejército de diez mil combatientes. Hicieron señas á los habitantes de que iban en actitud pacífica, y los indlgenas acercáronse á los forasteros y les condujeron á su ciudad, compuesta de más de tres mil casas, con calles rectas y cruzadas por canales y grandes plazas plantadas de árboles, viéndose por todas partes inequívocas pruebas de bienestar. Después de hacer algunas transacciones de objetos con aquellos naturales, prosiguieron su viaje, llegando á una isla, á la que llamaron <<del Gallo•>, donde convinieron Ahnagro y Pizarra que el primero volviese á Panamá en busca de más refuerzos, si habían de emprender con éxito alguna expedición. Entretanto el segundo aguardaría en la isla á su compañero, á lo cua} se opuso la tripulación, que deseaba vo]ver á Panamá, y como se negara Pizarra, escribieron al gobernador de Darién, pintándole su situación con los máa negros colores é impetrando su socorro. El gobernador Pedro de los Ríos prohibió á Ahnagro el reclutamiento de nuevas fuerzas y envió inmediatamente á la isla del Gallo dos buques mandados por el capitán TafUl' para que recogieran á los descontentos. Todos se alegraron de la llegada de aquellos barcos excepto Pizarro, que habiendo recibido cartas de Ahnagro y Luque anunciándole un pronto auxilio, negóse á ir á bordo cuando Taflll' comu nicó la orden del gobernador; y trazando en la arena una línea recta con su espada, colocóse en la parte SU!', diciendo: «Allí, hacia el Sur, está el Perú con sus tesoros; ahí, hacia el Norte, Panamá con su pobreza. Escoged. ¡Yo voy al Sur!•> Sólo diez y seis personas, al parecer , pusiéronse del lado de Pizarra; y como Tafur les dejó muy escasas provisiones, aquellos hombres construyeron una balsa y se dejaron arrastrar por la corriente en dirección Norte hasta la isla Gorgona, que ofrecía mayor abundancia de víveres, en la que permanecieron siete meses sufriendo las


FRANCISCO PI.ZARRO



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FRANOISCO PlZARRO

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mayores privaciones y aguardando la llegada de refuerzos y provisiones. Llegó al fin o! pequeño barco mandado por o! piloto Ruiz, que sólo conducía provisiones de boca y municiones, siendo portador de la orden del gobernador para que Pizarra y sus compañeros regresasen á Panamá en el término de seis meses. Pero el audaz conquistador no acató tan severa orden, sino que, dominado por su sed de gloria, al verse sobre la cubierta de un buque dirigió la proa al Sur, llegando á los veinte días al golfo de Guayaquil, frente á la ciudad de Túmbez, perteneciente al Imperio de los Incas, ciudad magrúfica, defendída pon poderosas fortificaciones y rodeada de bien cultivadas llanuras. Habiendo conseguido entrar en amistosas relaciones con los habitantes, fneron muy bien acogidos y agasajados, por suponerlos hijos del Sol, mostrándoles cuanto de notable ofrecía la ciudad y conduciéndolos al palacio que habitaba el soberano de Tahuantinsuyu, nombre de aquel ·país, cuando iba á visitarla. Túmbez era una floreciente ciuda¡l ,c<imetci,al, cuyos habitantes surtían de mercancías á todos los dlstrítos : -~e la costa. Impotente Pizarra para acometer á aquel pueblo, recomendó á su escasa gente observara pacífica actitud, continuando á poco su viaje hacia el Sur, hasta llegar á la ciudad de Paita y al río Santa. Luego, cargados de oro y plata, obtenidos en parte en los sepulcros de la isla de Puna, regresaron á Panamá, donde á pesar de las tentadoras noticias de que eran portadores los aventureros, el gobernador Pedro de los Ríos hizo enérgica oposición á que Pizarra continuara el descubrimiento y conquista del Perú, que tantas victimas costara hasta entonces. En vista de ello, Pizarra, Almagro y Luque acordaron que el primero marchase á España é hiciera personalmente un relato á Carlos V de sus descubrimientos, impetrando su protección. Tan poderosamente llamaron la atención del monarca los ricos presentes de oro y plata, tejidos, mantas, etc., traídos por Pizarra, que después de estudiar las condíciones del país y la carta geográfica trazada por Bartolomé Ruiz, accedíó á hacer un tratado, en 26 de Julio de 1529, en el que nombraba á Pizarra adelantado del Perú, á Almagro gobernador de la fortaleza de Túmbez, y al sacerdote Luque obispo de la misma ciudad: á Ruiz se le confirió el título de piloto mayor del mar del Sur, y á los demás compañeros de Pizarra se les prometieron pingües beneficios. A Pizarra se le concedió una renta anual vitalicia de 725,000 maravedíses y á Almagro otra do 30,000, obteniendo además el primero, en el Perú, todos los derechos y fueros de virrey, con su correspondíente guardia de honor. Además se ponían á su disposición armas, municiones y caballos, concediéndole permiso para el reclutamiento de tropas, é imponiéndole la obligación de alistar en el término de medio año 250 soldados bien armados.


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Pizarro visitó Trujillo, su ciudad natal, y con el concurso de sus hermanos consiguió los principales medios para realizar la expedición, llevándose consigo á sus hermanos Hernando, Gonzalo, Juan y Martin, y aunque no consiguió completar su hueste en el plazo fijado, el 19 de Enero de 1530 hizose á la vela desde Sanlúcar de Barrameda, llegando sin contratiempo á Panamá. Almagro mostróse muy descontento con Pizarro, á quien echó en cara haber procurado sólo para sí, sin tener en cuenta los intereses de sus compañeros, y aunque el último procuró cahnar á aquél con toda clase de promesas, estaba ya latente aquella rivalidad que más adelante había de ser la perdición de ambos. Esta y otras contrariedades obligaron á demorar la expedición, hasta que en Enero de 1531 Pizarro logró zarpar, con tres barcos, de la bahía de Panamá, llevando 180 soldados de infantería y 37 de caballería, ejército ínsigníficante para conquistar el poderoso imperio de los Incas. Después de trece dias de navegación desembarcaron en la bahía de San Mateo, desde donde penetraron en el interior del Tahuantinsuyu, de cuyo país se apoderaron aquel puñado de atrevidos aventureros, con relativa facilidad, aprovechándose de las disensiones existentes entre los dos hermanos Huáscar y Atahualpa, hijos de Huayna-Capac, descendiente de Manco-Capac, fundador de la dinastía de los Incas. Atahualpa había decidido exterminar á toda la familia de su padre, con objeto de poder reinar él solo, y para ello la había convocado en el Cuzco á pretexto de hacer el reparto con su hermano de la herencia de su padre: y precisamente cuando salia de su reino de Puitu, camino del Cuzco, desembarcaban Pizarro y su gente en la bahía de San Mateo. Siguieron los españoles á lo largo de la costa devastando cuantos pueblos encontraban, hasta la bahía do Guayaquil y apoderáronse por la fuerza de la isla de Puna, á la que dieron el nombre de Santiago. Allí supo Pizarro la fratricida lucha que había estallado en el reino y el triunfo de Atahualpa, y queriendo agradar á éste, puso en libertad á 600 hombres de Túmbez que tenían prisioneros los de Puna, sus enemigos, con lo cual creyó captarse las simpatías de la gente de Túmbez. Pero se equivocó, pues éstos, que sabían la dureza con que los españoles trataban á los indios, empuñaron las armas para in1pedir el desembarco de Pizarro y los suyos, y viendo que no pudieron lograrlo, destruyeron la ciudad y huyeron al monte. La hueste de Pizarro, aumentada con algunos refuerzos llegados de Nicaragua, siguió hacia el Sur, penetró en el valle de Tangarara y fundó alli la colonía de San Miguel, dejando en ella cincuenta soldados y el tesorero real. Con solos 62 jinetes y 106 infantes emprendió Pizarro en Octubre una de las marchas más audaces que registra la Historia, dirigiéndose en linea recta al campamento de Atahualpa.


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Siguiendo por el valle del río Piura, sin perder de vista la cordillera de los Andes, llegaron los aventureros al poblado de Sana, donde á poco se presentó una embajada de Atahualpa, según unos para invitar á Pizarro, de parte del Inca, á visitarle, y, según otros, para decir á los españoles que abandonaran inmediatamente el país <<Si estimaban sus ojos y sus dientes•- Pizarro contestó á los enviados del Inca que era embajador del más poderoso monarca de la tierra; que iba á concertar una amistosa alianza con Atahualpa y que estaba dispuesto á ayudarle contra su hermano Huáscar; y sin aguardar respuesta del Inca, avanzó hacia el Sur, llegando á poco á

Un paisaje de los Andes del Pení

la magnífica carretera que conducía al Cuzco, sombreada por frondosos árboles plantados á cada lado, Jo cual admiró grandemente á los españoles. Por ella siguió Pizarro hasta el sitio donde se bifurcaba en una estrecha senda que, á través de la Cordillera, conducía á la ciudad de Caxamarca, en cuyos alrededores tenía instalado Atahualpa su campamento de guerra. Ruda fué la tarea de atravesar aquella formidable cadena de montañas, cuyos altos picos cubiertos de nieve parecían desafiar al cielo, y el camino que seguían, abierto entre las rocas, llegaba á veces hasta el borde de vertiginosos abismos en cuyo fondo bu-


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!lían espumeantes torrentes, y otras se internaba en empinadas y abruptas gargantas para ascender á enormes alturas, por cuyo pedregoso suelo era imposible utilizar Jos caballos, teniendo que llevarlos de las riendas. Sólidos fuertes, completamente desguarnecidos de gente, elevábanse en los más difíciles pasos, en los que un puñado de guerreros hubiera podido detener á un ejército, lo cual maravillaba á Jos españoles, que, en siete dias de penosa marcha, llegaron á las altas y dilatadas llanuras en que los helados vientos les lricieron sufrir mucho. Allí recibieron la visita de algunos em-. bajadores de Atahualpa, portadores de varios presentes para Pizarro, llevando el encargo de invitar á éste á visitar al Inca y la misión secreta de enterarse del número de guerreros que componían la hueste y la clase de armas que usaban, pues el monarca peruano desconfiaba de las intenciones de aquellos extranjeros tan singulares. Después de reiterar á los enviados del Inca las seguridades de su amistad, avanzó Pizarro, en Noviembre de 1532, por el fértil vall& en cuyo centro veíanse brillar los blancos edificios de la ciudad de Caxamarca, rodeada de verdes prados y frondosos jardines, y una legua más allá distinguíase el campamento del Inca, que se extendía oobre una cadena de colinas, Jo cual no dejó de infundir algún temor en el ánimo de aquellos audaces aventureros, temor que supieron ocultar prudentemente. Como no les era dable retroceder, pues hubieran perecido á manos de los indios, descendieron al valle erguida la cabeza y penetraron en la ciudad de Caxamarca. Desconociendo Pizarro las intenciones del Inca, formó en la plaza á su gente en orden de batalla y envió al capitán Remando de Soto con 20 jinetes al campamento de Atahualpa, para partioiparle su llegada é invitarle á que le visitara en Caxamarca; pero viendo que al aproximarse los españoles adoptaban los peruanos belicosa actitud, destacó á su hermano Remando con otros 20 jinetes en ayuda de Soto. Maravilláronse los españoles del perfecto orden que reinaba en el campamento peruano, así como del excelente a.rmamento de aquellos indígenas, consistente en arcos, flechas, lanzas muy largas, hachas de combate y mazas, estas últimas cubiertas de cobre ó bronce con gruesos pinchos en la punta, hondas y cortantes espadas de metal ó de madera dura. Llevaban cascos de madera cubiertos del cuero de la cabeza de animales salvajes, y Jos capitanes y soldados distinguidos vestían gruesas cotas de algodón acolchadas, empuñando rodelas de madera, mimbres ó conchas de tortuga. Las armas de Jos guerreros inferiores eran de cobre; las de los jefes, de plata, y las del Inca, de o¡:o. Los españoles, acompañados de dos intérpretes, fueron conducidos á presencia de Atahualpa, que se hallaba en un edificio situado en medio del campamento y rodeado de un jardin, en el que es-


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taban reunidos los grandes del reino. El Inca, de unos treinta años de edad, distinguíaoo por la borla que en señal de soberanía adornaba su frente; estaba sentado sobre un cojin, con los ojos bajos, y ni siquiera contestó con una mirada al saludo de Soto, y sólo cuando le fué presentado el hermano de Pizarro, levantó los ojos y le dijo que Maizabilica, un cacique de las orillas del río Turicara, le había comunicado que los españoles maltrataron y encadenaron á unos empleados suyos y que había conseguido matar tres cristianos y un caballo; pero que á pesar de este indigno proceder, él visitaría á Pizarro como amigo. Hernando contestó que el cacique había mentido, pues ningún indígena podía matar á un cristiano, y en cambio un solo cristiano hubiera muerto al cacique y á todos los in· dios del río, añadiendo que diez jinetes bastarían para dispersar á todo un ejército indígena. Esta bravata hizo soureir al Inca; y después de ordenar á varias mujeres magníficamente vestidas que sirviesen á sus huéspedes la bebida de bienvenida en grandes jarros de oro, despidiólos diciendo que al día siguiente iría á visitar á Pizarro . La visita que Hernando Pizarro y Soto hicieron al campamento peruano convencióles de que sería temeraria locura atacar al Inca, que contaba con un ejército de treinta á cuarenta mil hombres bien armados; pero que tampoco podían retirarse sin que se enterasen los indios de su fuga, por lo que, sumamente abatidos, comunicaron sus impresiones á. Pizarra. Este, después de oirlos, reunió á sus capitanes en consejo, y les expuso que, á su parecer, no les quedaba otro recurso, para salir de aquella violenta situación, sino apoderarse por la fuerza del Inca y tenerlo en rehenes para su seguridad. Aprobado tan temerario proyecto tras detenida discusión, tomáronse las necesarias disposiciones para el completo éxito del que dependía la suerte de todos, dividiendo la hueste en tres grupos, que se situaron en los edificios que rodeaban la plaza: colocaron dos cañones en la fortaleza que la dominaba, con objeto de barrer al enemigo, y quedóse Pizarro con sólo veinte hombres escogidos para apoderarse del Inca. El ataque no debía empezar hasta que Pizarro diera el grito de ¡Santiago y á ellos! Al dia siguiente presentóse Atahualpa con gran pompa, sentado en magnífico trono adornado de oro y plata, piedras preciosas y plumas de brillantes colores, llevado sobre unas andas en hombros de ocho robustos indios. Precedíale gran comitiva de cantores y danzantes, de nobles y altos diguatarios, y seguianle algunos parientes y otros altos empleados, conducidos en tronos y literas, así como gran número de jefes ricamente ataviados, cerrando el cortejo unos cinco mil guerreros. La comitiva imperial llegó á la plaza de Caxamarca cuando el sol se dirigía ya al poniente. El P. Vicente de Val verde, que iba con Pizarro, adelantóse hasta


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el trono de Atahualpa, y después de una larga arenga acerca de su misión de enseñar la palabra de Dios y del deseo del emperador Carlos V de España de que los pueblos herejes del Nuevo Mundo fuesen instruidos en la fe cristiana, presentóle una Biblia que el Inca hojeó, contestando que él no entendía aquel libro, que el único creador de cielo y tierra era Pachacamac, que el sol y la luna por ellos venerados eran inmortales y que nadie sino él mandaba en su reino; y tiró despreciativamente el libro al suelo. Esta fué la señal: al ver el libro en tierra, el P. Valverde exclamó: <<¡Venganza, cristianos; atacad á los herejes!• y entonces Pizarro, al grito de ¡Santiago y á ellos! arremetió con su hueste contra los indios desarmados al tiempo que entre el estruendo de los arcabuces y cañones, penetraron los sesenta jinetes forrados de hierro y arrojáronse con sus caballos en medio de la multitud atropellando, hiriendo y matand<> á diestro y siniestro. Pizarra, seguido de algunos soldados, ábrase paso hasta el trono del Inca, y en un abrir y cerrar de ojos derriban á los que llevaban las andas, apodéranse del monarca., despójanle de sus adornos, le amarran y le encierran en lugar seguro. Entretanto continúa la matanza de indigenas, que horrorizados huyen perseguidos por los invasores, y aunque aquella espantosa carnicería duró apenas media hora, perecieron casi todos los notables del reino, escapando sólo algunos merced á las sombras de la noche. A la mañana siguiente veíanse sólo en la plaza más de dos mil cadáveres, y cuando los españoles atacaron el campamento peruano, faltos de guía los indigenas dispersáron~e tras corta resistencia, dejando en poder de los vencedores riquísimo botín en objetos de oro y plata, tejidos, esmeraldas, rebaños de llamas y numerosos prisioneros, entre los que había unas cinco mil mujeres. Con la persona del Inca habían quitado los españoles á los pe.ruanos toda su fuerza y éstos no pensaban en oponer resistencia, por lo que los vencedores eran dueños absolutos de la situación. Comprendiendo el monarca prisionero que lo que más importaba á los españoles eran sus tesoros, ofreció á Pizarra un enorme rescate á cambio de la libertad, con objeto de impedir que su hermano Hu áscar fuese elevado al trono, y como el conquistador quisiera saber qué cantidad de oro le daría, contestó Atahualpa que estaba dispuesto á llenar de vasijas de oro y plata la gran sala que le servía de cárcel hasta la altura que alcanzase su mano. Aceptó Pizarra, y el soberano envió mensajeros en todas direcciones para reunir los tesoros del reino, que fueron llegando, penosamente arrastrados por numerosas caravanas, á Caxamarca. Y todas aquellas riquezas, consistentes en vasijas y platos, planchas, adornos, estatuas, fuentes, etc., todo de oro y plata, fueron fundidas y convertidas en barras. Entretanto, con gran disgusto de Pizarra, presentóse Almagr<>


procedente de Panamá con !50 infantes y 80 jinetes, y reclamó una tercera parte del botín, alegando pertenecerle según contrato, y por más que Pizarra se resistía diciendo que él solo bahía dado el golpe contra el Inca, no tuvo más remedio que conceder una indemnización á su compañero, haciéndose el 25 de Julio de 1533 el reparto del botín, que ascendió á unos 75 millones de pesetas. Capitanes y soldados distribuyéronse gruesas sumas; Almagro obtuvo 30,000 pesos oro y 5,000 libms ·de plata, y á sus soldados se les repartieron 20,000 pesos oro. Atahualpa había cumplido su promesa, pagando un fabuloso rescate; pero Pizarro no pensaba en devolverle la libert.<Ld, temeroso de que una vez libre reuniese todo su ejército pa.ra arrojar á los españoles, que habían cometido lamentables excesos en sus últimas excursiones. Además, para hacerse dueños absolutos del país y ahorrarse los serios cuidados que proporcionaba la custodia del Inca, creyeron lo mejor dar muerte á éste, y á tal idea se aferró Pizarra, buscando pretextos que justificasen tan cruel resolución. Acusóse á Atahualpa de haber ordenado la muerte de su hermano Huáscar, que había sido arrojado á un impetuoso torrente; de haber intentado un levantamiento general de los índigenas contra los españoles, hecho á todas luces falso, pues reinaba completa tranqnilidad en todo el país, según pudo comprobar Soto; de haberse apoderado sín derecho del imperio ínca, dilapidando los íngresos del mismo en daño de los españoles, y de rendir culto á la idolatría y la poligamia. El tribunal, presidido por Almagro y Remando de Soto, después de oir á algunos falsos testigos, condenó á Atahualpa á morir en la hoguera a.ntes de la media noche. Algunos de los pre- . sentes en el tribunal protestaron contra tal sentencia, alegando falta de pruebas de la culpabilidad del Inca, así como no haberse oído su defensa; pero Pizarro hizo caso omiso de tal protesta, mandó levantar una hoguera en la plaza de Caxamarca, y aquel mismo dia, 3 de Agosto de 1533, condújose al suplicio al infeliz monarca. La.rgo tiempo se resistió el Inca á que se le bautizara, y sólo accedió á ello después que le prometieron que moriría ahorcado en vez de ser quemado. Mientras el verdugo le ahorcaba, los soldados, provistos de hachones, entonaban el Credo y el De 'flTOfundis; el cadáver quedó expuesto en el cadalso durante toda la noche, enterrándole á la mañana siguiente en la capilla de Caxamarca, porque el Inca había muerto como cristiano, y asistiendo á sus funerales Pizarro y sus capitanes, vestidos todos de luto. ¡Cruel irrisión tributar honras fúnebres al cadáver de un hombre tan injustamente sacrificado! Cuando los españoles abandonaron la ciudad, los índígenas des· enterraron el cuerpo de Atahualpa, lo embalsamaron y lo condujeron á Puitu, depositándolo en la cripta imperial.


II Conqui1ta. de Cuzco.- El Dorado. -Fundación de Lima.- Conquista. del Puitu • (Quito).- Sebastián Belalcá.zar y Pedro de Alvarado. -Desavenencias entre t. ~!=~~-y Alm&gro.-Prisión y muerte de Almagro.- Asesina.to de Francisco

Poco tardó Pizarro en comprender que la ejecución de Atahualpa había sido un acto de impremeditación, que tuvo funestos resultados para el país, dado que muchos importantes caciques declaráronse soberanos en sus respectivos territorios, dividiendo de este modo el imperio en numerosas regiones independientes que acarrearían su total derrumbanriento. Para impedirlo hlzo proclamar Inca á Tupac-Hualpa, hermano menor de Atahualpa y dócil instrumento de los españoles, á quien el propio Pizarro puso por su mano la roja borla en la frente, haciéndole jurar fidelidad y obediencia al monarca español en la plaza de Caxamarca. Después de la ceremonia, emprendió la marcha el conquistador con su hueste para acom-




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paña.r al nuevo moua.roa á la capital del Cuzco; pero en el camino murió Tupac, envenenado al parecer por el cacique Chalcuchima, á quien Pizarra hizo quemar vivo inmediatamente. Cuando Pizarro llegó á las inmediaciones del Cuzco, no sin haber tenido que sostener algunos combates, presentósele un hermano de Huáscar, llamado Inca-Manco, visita que produjo agradable sorpresa al astuto conquistador, quien se esforzó en hacer comprender á su visitante que en toda ocasión habíale guiado el intento de ofrecer su auxilio á Huáscar en contra de Atahualpa; y por tal modo logró con vencer Pizarro al heredero de los Incas, que éste, que iba á impetrar su auxilio, encargóse de conducir al conquistador y su hueste al Cuzco, en cuya capital penetraron el 15 de Noviembre de 1533, precisamente-cuando hacía un año entraron en Ca- xamarca. La opulenta ciudad del Cuzco, antigua capital del imperio de los Incas, causó maravillosa impresión en los españoles: contaba entonces unos 200,000 habitantes y por todos lados elevábanse los majestuosos palacios de los anteriores Incas, construídos respectivamente al encargarse cada uno del mando. Sobre la ciudad, edificada con regularidad suma, eleváInca, copia. de una. antigua pintura mura base el formidable fuerte de en la entrada de Cuzoe Sacsahuaman; rodeado de sólidas murallas y torres, había en el centro una plaza donde empezaban las célebres carreteras:del Inca, una de las cuales conducía hasta Puitu y Pasto, pasando por Chinchasuyu; otra iba por los Andes atravesando Andasuyu; otra conducía á Chile, pasando por Collasuyu, y otra llegaba al mar al través de Contisuyu. El edificio más grandioso de la ciudad era el del Sol, que con las viviendas de los sacerdotes, los jardines y las habitaciones destinadas á las vírgenes del Sol, formaba un barrio separado de la ciudad á que llamaban El Dorado, situado sobre una eminencia y rodeado de cinco sólidas murallas, ostentando las dos más interiores


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LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA

cuatro torres en sus ángulos. Estas murallas, formadas con formidables bloques de piedra, causaban gran sorpresa, pues era inconcebible cómo habían podido ser transportadas y colocadas aquellas grandes piedras. El templo era circular y su principal departamento estaba dedicado al dios Sol, ostentándose en su muro posterior una imagen de éste, toda de oro y de colosal tamaño. Las paredes se hallaban revestidas de planchas de oro y las puertas tenían abraza. deras de este metal cuajadas de esmeraldas y otras piedras preciosas, sobrepujando todos los demás adornos del santuario en brillo y riqueza á cuanto pueda soñar humana imaginación; veíanse esta· tuas de oro macizo, siendo incalculable el número de vasijas, copas, jarros y otros utensilios dedicados al culto . Una puerta tachonada de plata conducía á la capilla de la diosa Luna, cuya imagen, tam· bién de plata, ocupaba el lienzo de pared frontero á la entrada, viéndose todas las paredes cubiertas de planchas del mismo metal. Un tercer aposento, consagrado á las estrellas, estaba revestido de oro, siendo también de este metal la multitud de estrellas que tachonaban el techo azul del aposento. El saqueo de templos y palacios fué inmediato al establecí· miento de los españoles on la ciudad, y aunque los indígenas procuraron ocultar las mejores riquezas, los tesoros de que se apoderaron aquéllos sobrepujaron á los que para su rescate diera Atahualpa. Pero, lo propio que en Ca.xamarca, al reparto del botín sucedió el juego y el derroche, y más de uno perdió en poco rato . los tesoros alcanzados á tanta costa, y aun se cuenta que uno á quien correspondiera la gran imagen de oro del Sol, la perdió á una carta. Los habitantes del Cuzco aguardaban con impaciencia el dia de la coronación de Inca-Manco, creyendo equivocadamente que entonces los odiados españoles abandonarían el país. Verificóse la coronación en la gran plaza de la ciudad, consistiendo en una solemne misa mayor cantada por el Padre Valverde, después de la cual Pizarro colocó sobre la frente del Inca la roja borla; éste cogió la bandera de Castilla y la agitó varias veces jurando ser vasallo del rey de España.' A continuación bebieron y brindaron uno á la salud del otro, el Inca y Pizarro, en sendas copas de oro, y abrazáronse ante la multitud, la cual prorrumpió en jubilosos gritos, al ver que tenían otra vez un Inca. Mas poco duró el júbilo, pues pronto se convencieron los peruanos de que su Inca era una figura decorativa, y que Pizarro empuñaba con férrea mano las riendas del gobierno, nombrando empleados y repartiendo palacios y riquezas entre sus compañeros. Además hizo transformar el templo del Sol en iglesia cristiana. En 6 de Enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes, la actual Lima, con objeto de mantener comunicación con


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la costa, y en el propio año otra que bautizó con el nombre de Trujillo, en bono1· de su ciudad natal. Al partir Pizarra para la conquista de la parte Sur del imperio de los Incas, había nombrado gobernador de la colonia de San 1vliguel al capitán Sebastián Belalcázar, quien, á su vez; procuró someter la parte Norte del país, ó sea el antiguo reino de Puitu , que gobernaba Atahualpa cuando usurpó el trono á su hermano Huáscar, pero que á la muerte de aquél quedó sin monarca, por lo que el general Rumiñahuy, sobreviviente de la matanza de Caxamarca, reunió

los restos del ejército peruano y se proclamó soberano independiente. Belalcázar, de quien más adelante trataremos con mayor detenimiento, sabedor de la coronación del general peruano y de que poseía inmensa cantidad de oro, que había puesto á salvo en Puitu, marchó con 150 soldados aventureros y algunos centenares de indígenas enemigos de Rumíñahuy, con intento de arrebatarle la presa; y aunque éste opuso muchos obstáculos á los españoles, mandando abrir zanjas y hoyos disimulados en los caminos y clavar en su fondo estacas puntiagudas con objeto de que cayesen en ellas los caballos, los invasores pudieron evitar todas estas trampas gracias á que los mismos indígenas traicionaban al general indio, y el cacique Chaparra regaló á Belalcázar un mapa del reino de Quito para que pudiera guiarse en su marcha. Como el jefe español decía á los indígenas que no iba á hacerles la guerra, sino sólo á librarles del usurpador del trono de Atahualp~. conseguía que aquéllos le llevaran provisiones y objetos de oro y plata. Varías batallas dieron los españoles á Rumiñahuy, siendo la principal la de Río bamba, en que como siempre quedaron derrotados los peruanos, perdiendo los invasores diez soldados y bastantes caballos. Los españoles siguieron la carretera que, atravesando Quito, conduce á Caxamarca, y cruzaron la hermosa llanura que á unos 2,500 metros sobre el nivel del mar se extiende entre la Cordillera y los Andes hasta el Ecuador, desde donde se disfruta de encantadores panoramas. El Chimborazo, de 6,310 metros de altura, con su cima cubierta do nieve; los fantásticos picachos del Carhuairazo, de 5,106 metros; el Igualata, do 4,452 metros de elevación, extendíanse en la parte occidental de la Cordillera; mientras que en la oriental elevaban sus cimas el Sangay, de 5,323 metros de altura, de cuyo cráter en constante actividad desprendíanse con horrísono estruendo gruesas columnas de humo y cenizas; los volcanes Altar y Tunguragua, de más de 5,000 metros de elevación, y allá en el horizonte sobresalia el majestuoso y gigantesco Cotopaxi, de 5,994 metros, uno de los más terribles volcanes de la Tierra. Acampado en las inmediaciones del Cotopaxi se hallaba~Belal­ cázar, cun.ndo de repente se le presentó Diego de Almagro, que,


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LOS CONQUISTA.DOEES DE A.MÉBIOA.

acompañado de numerosos descatamentos de caballería, iba á. darle la desagradable noticia de que Pedro de Alvarado, el conquistador de Guatemala y compañero fiel de Hernán Cortés, iba á. dispu· tarJe la posesión de aquel país. En efecto, sabedor Alvarado de los grandes éxitos de Pizarra, salió de Guatemala con cinco barcos y 500 hombres, y en Marzo de 1534 desembarcó en la embocadura del río de Puerto Viejo, situado al O. de Quito, y emprendió la marcha con su hueste, cuya mitad era de caballería, en demanda del anti· guo reino de Atahualpa, donde esperaban hallar rico botin. Aun hoy dia, una de las comarcas más intransitables del Ecua· dor es la que habían de atravesar Alvarado y sus hombres, pues está llena de pantanos y bosques vírgenes, por entre los que hubie· ron de abrirse camino derribando árboles y arbustos con auxilio de sus hachas y hasta con las espadas. Y lo peor eran los gran· des tormentos del hambre y de la sed que sufrían, y que de seguro hubieran acabado con la mayor parte de aquellos hombres á no hallar en las gruesas cañas de una variedad de bambú un liquido agradable con que pudieron cahnar la sed, de las que hicieron abun· dante provísión para no quedarse en adelante sin agua. Después que hubieron atravesado aquellos enmarañados bosques, continua· ron su marcha por la cordillera occidental del Ecuador, de muy difí· cil ascenso y en la que no había entonces pueblo ni ciudad alguna, por lo que los españoles no hallaron en ninguna parte refugio contra los helados vientos que descendían de las imponentes alturas, ni ali· mento de ninguna especie con que acallar el hambre devoradora que sufrían. Gran sorpresa experimentaron cierto día al ver obscurecerse ele repente el sol y empezar á caer fina lluvia de ceniza que duró algunos días, llegando á alcanzar un pie de espesor en el suelo. La ceniza procedía del Cotopaxi y el viento la arrastró hasta alli, acompañando al fen.Smeno un frío glacial, que hizo perecer hela· dos á. sesenta españoles y centenares de indios. Después de tras· poner la cima de la montaña, vieron en la arena huellas de herraduras, lo cual les hizo suponer que por allí habían pasado europeos en dirección á Quito, como efectivamente era cierto, pues aquellas huellas eran las de los caballos de Belalcázar. Este descu· brimiento contrarió en gran manera á Alvarado, pues comprendió que otro se le había anticipado en la conquista de aquel país, por lo que decidió arroj ar de él por la fuerza de las armas á su compotidor. Supo Pizarra la llegada de Alvarado, é inmediatamente ordenó á Diego de Almagro saliera con numerosas fuerzas y á marchas forzadas se dirigiera al Ecuador para unirse con Belalcázar y recha· zar al intruso. Reunidos Almagro y Belalcázar, salieron en busca del


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importuno invasor, encontrándose los dos ejércitos españoles en la alta llanura de Ríobamba, y á no haber Alvarado propuesto un convenio á sus contrarios, para evitar un choque, indudablemente hubieran venido á las manos ambas huestes. Concediéronse un armisticio de veinticuatro horas, durante el cual arreglóse el convenio, consintiendo Alvarado no sólo en volverse á Guatemala sino también en ceder á Pizarro todo su ejército con armas y caballos mediante una indemnización de 100,000 pesos oro. Una vez libres de su temido competidor, Almagro y Belalcázar se separaron, prosiguiendo el segundo su marcha hacia Quito, donde penetró por fin á pesar de los obstáculos que le oponía la naturaleza del terreno, después de haber vencido al usurpador Rumiñahuy. Almagro regresó al Cuzco con sus tropas, y mientras Pizarro permanecía en Lima ocupado en proporcionarse los medios para asegura.r la posesión del país, él emprendió una campaña para el descubrimiento y conqnista de Chile. Como después de la partida de Almagro quedó en la capital una reducida guarnición española, creyó Inca-Manco que debía aprovechar aquella ocasión para sacudir el yugo de los españoles, y al efecto huyó del palacio donde residía, convocó á los indígenas, instigándoles á levantarse contra los opresores, y logró tan buen éxito que consiguió apoderarse de la fortaleza de Sacsahuaman y emprender el sitio de la ciudad de Cuzco, que duró cinco meses, durante los cuales fueran abrasados casi todos los edificios por las flechas incendiarias que arrojaban los sitiadores, teniendo los españoles que refugiarse en la gran plaza del centro de la ciudad para no perecer en aquel horno ardiente, cuyo fuego sólo terminó cuando nada quedaba por quemar. Varios sangrientos combates tuvieron que sostener los españoles para reconquistar la fortaleza, pereciendo en nno de ellos Juan Pizarro, uno de los hermanos del Virrey; poco tiempo después levantaron los peruanos el sitio de la ciudad, lo cnal fué gran fortuna para los sitiados. De vuelta Almagro de una desgraciada expedición á Chile, comenzaron las desavenencias entre los españoles por la posesión de la ciudad de Cuzco, de la que se apoderó aquél después de haber hecho prisionero á HernandG Pizarro, que la tenía en nombre de su hermano, poniéndolo poco después en libertad por haber declarado que se hallaba dispuesto á reconocer los derechos de Almagro, quien, fundado en un Real decreto expedido por el emperador Carlos V en 21 de Mayo de 1534, pretendía tener derecho á la posesión de la ciudad de Cuzco por formar parte de su distrito. El citado Real decreto dividía en cuatro distritos los territorios conquistados por Francisco Pizarro, de que era Virrey, 6 sea toda la costa occidental de la América del Sur, situada al mediodía del


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LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA.

Ecuador. El más septentrional de dichos distritos comprendía desde la ciudad de Santiago, situada á los 1• 20' de latitud Norte, hasta la ciudadLde lea, á los 14• 5' de latitud Sur, y fué ofrecido á Pizarro, recibiendo el nombre de Nueva Castilla. Lindaba por el Sur con el distrito de Nueva Toledo, que se extendía desde l ea 200 leguas más al Sur y había correspondído á Diego de Almagro, de donde las pretensiones de éste á la ciudad de Cuzco. Los otros dos dis· tri tos, situados más al mediodía, hasta el estrecho de Magallanes, se concedieron á Pedro de Mendoza y Simón de Alcazaba. Cuando Francisco Pizarra tuvo conocimient-o

del convenio hecho por su hermano con Almagro pa· ra obtener la libertad, declarólo nulo , por lo que empezó de nuevo la lucha entre las huestes de uno '·

Muer!<> de Pizarro

~s~tr~e~o:~e~~~:~e~~ suerte para Diego de Al· magro, pues después del combate de las Salinas, el 26 de Abril de 1538, cayó prisionero, en las inmediaciones de Cuzco , de Hernando Pizarro, quien, sin recordar que le debía la libertad, mandó sin compasión le dieran ga · rrote en su prisión el dia 8 de Julio del propio . año.

Esto fué causa de que las rencillas existentes entre los espa· ñoles tomaran mayor incremento y se convirtieran en odiosas pen· dencias de bandería, en las que la conspiración, la astucia y la traición estaban á la orden del día, y de una de las cuales, tramada por los amigos y partidarios del difunto Almagro, debía ser víctima el propio conquistador y destructor del reino de Tahuantinsuyu, el valeroso virrey del Perú Francisco Pizarro. Diego de Almagro tenia un hijo que residía en Lima, y en la morada de éste reunié-


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ronse algunos de Jos conjurados el 26 de Junio de l5<U, y saliendo de ella, penetraron armados en el palacio de Pizarro, que se ha-1\i>ba comiendo con varios amigos, y á ·pesar de la desesperada resistencia que opusieron el Virrey y sus comensales, los asaltantes mataron á Pizarro. Los restos del temido conquistador fueron enterrados sin la menor pompa en un rincón de la catedral por él construída, y sólo en el año 1607 fueron exhumados para darles solemne sepultura. A su muerte tendría el atrevido conquistador unos 65 años, y en el antiguo palacio de los Virreyes españoles de Lima se conserva uno de sus retratos, que parece se había hecho poco antes de que le asesinaran.

Era Pizarro hombre de temerario valor y de intrepidez y perseverancia á toda prueba; pero en sus demás cualidades nada tenía de agradable, ya que sólo era un rudo soldado, que no sentía escrúpulo en inmolar á sus propios amigos cuando los creía un obstáculo á sus planes. Carecía de instrucción y desconocía el arte de gobernar, por lo que á su muerte sólo dejó en el país un nombre odiado á causa de la mucha sangre que hizo verter para satisfacer su ambición. ¡Dios se Jo haya perdonado!



OTROS CONQUISTADORES Juan Ponce de León.- Francisco de Montejo .- Rernando de Soto.- Francisco Vá.zquez de Coronado.- Fernando de Magalla.nes.- Sebastián Belalcáza.r.Pedro de Valdivia..-.Juan y Sebastián Ca.bot.-Pedro de Mendoza. y otros.

JUAN PONCE DE LEÓN Después del descubrimiento de las islas de Cuba y la Española, nadie volvió á visitar el archipiélago de las Lucayas, á no ser algunos aventureros dedicados á la caza de indigenas, que vendian como esclavos. Así fué como tuvieron noticia los españoles de un extenso país situado al Noroeste de las Lucayas, al que daban el nombre de Bimini, y el primer viaje que á él se hizo realizólo en 1512 Juan Ponce de León, noble español, natural de León, que habia acompañado á Colón en su segundo viaje y distinguídose después como conquistador y descubridor de Puerto Rico. Anciano ya, cuando cesó en el mando de esta isla armó por cuenta propia tres carabelas y zarpó del puerto de San Germán, en Puerto Rico, el 3 de Marzo de 1512, con objeto de investigar la verdad de las noticias que sobre la fabulosa Bimini llegaran á sus oídos. Siguiendo la costa de la Española y tocando en alguna de las


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Lucayas, hlzo luego rumbo al Noroeste, con.siguiendo anclar el 2 de Abril en la costa de m1 país que presentaba todo el esplendor primaveralJ y como lo habían descubierto desde lejos el día de Pascua de Resurrección, el descubridor dióle el nombre de La Florida. Em· pero en a.quel florido país no había oro alguno, y á esta decepción agregábase que los naturales, de la familia de los &mínolas, valientes hasta la temeridad, opusieron seria resistencia á los invasores. En vista de ello, alejóse Ponce de León de aquel lugar y navegó en dirección Sur á lo largo de la costa de los nuevos países descubiertos. En el extremo Sur de La Florida, cubierto de impenetrables pantanos, destacábasc una á manera de cadena de islas largas y llanas, á cuyo grupo más occidental se dió el nombre de islas de las Tortuga s, á causa de la gran cantidad que de esos quelónidos encontraron en ellas. Aquellos solitarios páramos nada ofrecían á la codicia de los descubridores, por lo que durante algún tiempo siguieron la costa oriental de la que por entonces creía Ponce de León isla de La Florida, llegando á una bahía situada á los 27° 30' de l~titud Norte, la que durante varios siglos conservó el nombre de su descubridor. No se sabe con seguridad el rumbo que desde alli siguió Ponce de León; sólo es indudable que el 24 de Junio emprendió el regreso á Puerto Rico, desistiendo por entonces de su aventurada empresa. Sin embargo, encargó al capitán Juan Pérez de Ortubia y al piloto Antouio de Alaminas que á su regreso por las Bahamas hlcieran más investigaciones para hallar la isla de Bi.mjni; pero tampoco lograron dichos navegantes encontrar ese ma· ravilloso país, aun cuando todas aquellas islas recién descubiertas ofrecían el aspecto de una primavera eterna. Ponce de León regt·esó á España y . entregó al rey Fernando el Católico un extenso fuforme acerca de sus descubrimientos; por lo cual se le agt·ació con el título de Adelantado de Binliui y La Florida, concediéndole además permiso para conquistar y colonizar aquellos países. Pero transcurrieron bastantes años antes que el anciano campeón pudiera llevar á cabo dicha conquista y coloniza· ción, habiendo entretanto fracasado en una tentativa de someter á ¡os piratas caribes y desempeñado de nuevo el cargo de goberII&dor de Puerto Rico. Los grandiosos resultados obtenidos por Hemán Cortés en la conquista de México, y haberle asegurado que L'!< Florida por él descubierta no era IDla isla, como creía, sino un vasto continente cuyos países del interior eran a!Úil desconocidos, aguijonearon su adormecido espíritu de conquista y descubrimientos, que de otro modo difícilmente hubiera vuelto á proseguir, y reanimaron sus deseos de gloria y de riqueza. Reunió, pues, el resto de su fortuna, que empleó en organizar una segunda expedición, compuesta de dos buques, en los qne embarcó


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200 hombres y gran número de caballos, vacas, ovejas y cerdos, y salió de Puerto ~ico llevando por objeto la conquista y colonización de La Florida. lgnórase á punto fijo el lugar donde desembarcó tras de un penoso viaje; sólo se sabe que mientras los colonizadores estaban ocupados en la construcción de sus viviendas atacáronles los indígenas, viéndose obligados á sostener sangriento combate, en el que perecieron muchos españoles y el mismo Ponce de León quedó gravemente herido en un muslo por una fiecha . E l anciano descubridor, convencido de que ya no le era dable á él recoger el fruto de sus descu)>rimientos, decidió desistir de tan costosa empresa y volverse á Cuba con sus barcos, donde, tras un prolongado período de dolorosa enfermedad, falleció á consecuencia de su herida.

FRANCISCO DE MONTEJO Por bastantes años estuvo concentrado todo el interés general en la sumisión del poderoso imperio de los aztecas, olvidándose por completo de aquellos paises en que verQ.adera¡nente había comenzado la conquista de México: Cozumel y Yucatán. Pero en 1526 un noble sevillano, Francisco de Montejo, concibió el proyecto de reconocer y reconquistar aquellas aban<lonadas regiones; y como era muy con~ siderado por Hernán Cortés, á quien acompañara en su campaña de conquista, en recompensa de sus servicios obtuvo el 8 de Diciembre de 1526 permiso para conquistar y colonizar la isla de Cozumel y Yucatán. Varias cláusulas contenía dicho permiso: en la primera se le exigía e¡nprender el viaje y la conquista de Yucatán en el término de un año; por la segunda y tercera so le nombraba gobernador, capitán general y adelantado vitalicio, pasando este último titnlo, 9espués de su muerte, á sus descendientes y herederos; ~::n la cuarta se le concedían diez leguas cuadradas de terreno, así como ,e l cuatro por ciento de todos Jos beneficios que se obtuviesen en los paises conquistados, y á cuantos le acompañasen en la expedición se les otorgaba una parte en los terrenos y el derecho de hacer esclavos á los indios rebeldes. El importe de los tributos sobre las minas habia de destinarse á la fundación de iglesias y adquisición de ol:>jetos necesarios al culto. La última cláusula, por extremo expresiva, .ordenaba que ningún jurisconsulto ni abogado de España ó de cualquier otro país fuera á los territorios conquistados, para evitar los altercados y pendencias que pudieran suscitarse. Casi toda su fortuna empleó Montejo, muy dado á la esplendidez, en prepara" la expedición, que se componía de cuatro buques, llevando á bordo unos 400 soldados, y con ellos pudo darse á la


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LOS CONQffiSTADORES DE AMÉRICA

vela á principios del año 1527. Llegados felizmente á la isla de Cozumel, costóle gran trabajo al Adelantado entenderse con los indígenas, pues carecía de intérprete, y después de corta permanencia en dicha isla, dirigiéronse á la peninsula de Yucatán, considerada aún como isla, y tomaron posesión de ella en nombre de España, con el ceremonial de costumbre, sin que se presentara nadie á oponerse á la toma de posesión. . . Sin embargo, Jos sufrimientos que agnardaban á Jos españoles en aquel país eran inmensos, y ya desde el primer momento, mientras transportaban caballos, armas y provisiones á tierra, enfermaron muchos de aquéllos á consecuencia del excesivo calor, aumentando las penalidades cuando, gillados por un indígena, emprendieron el reconocimiento del país á lo hrgo de la costa, donde aun cuando hallaron algrmas pequeñas poblaciones, la escasez de agna hacía más insoportable el calor. Parecía en un principio que Jos indígenas toleraban la presencia de Jos españoles, pero pronto se echó de ver que aquella tranquilidad era aparente y que no se someterían de grado; un indigena trató de asesinar á Montejo con un cuchillo de monte que arrebató á un esclavo negro, atentado que pagó con la vida. Decidido Montejo, después de recorrer buen trayecto de costa, á internarse en el interior del pais, dirigióse con sus hombres á la provincia de Ohoaca, y cuando rendidos de fatiga y de sed llegaron á la ciudad de Aké, saliéronles al paso repentinamente grandes núcleos de indígenas que se habían reunido y ocultado en Jos bosques y cuyo aspecto horripiló á los soldados de Montejo, que los creyeron verdaderos demonios, pues sólo cubrían sus cobrizas carnes con un taparrabos; además, los guerreros yucatecas llevaban todo el cuerpo lleno de pinturas terrosas, en la cabeza grandes plumeros que al andar se movisn y pendientes de orejas y nariz unos aros de piedra, todo Jo cual les hacía aparecer horribles. Lanzando grandes gritos y atronando el aire con el estrepitos<> sonido de sus trompas de concha, se arrojaron los salvajes sobre Jos españoles, trabándose encarnizado combate que duró todo el día, con grandes pérdidas por ambas partes, y al que sólo la noche pus<> fin. Los ind1genas permanecieron sobre el campo de batalla y al amanecer reanudaron la lucha, no logrando Jos españoles hasta la mitad del di!L poner en dispersión á sus terribles contrarios, que dejaron en el campo más de 1,200 muertos. Dirigiéronse los vencedores después de esto á Chichén-ltzá, cuya magnificencia denotan las ruinas. que de dicha ciudad aun se conservan. El propio Montejo escribió al rey de España una carta, fechada en 31 de Abril de 1529, en la que decía que en la comarca donde se hallaba había <•grandes y maravillosas ciudades>> y que se ocupaba en fundar una colonia para emprender desde alli la sumisión de la península.


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Dos años hacía. que se hallaba Montejo en Ohichén-Itzá, y engañado por la tranquilidad que reinaba en dicho tiempo, cometió la torpeza de dividir sus fuerzas, enviando á Alfonso Dávila con 16 jinetes y 50 infantes á la provincia de Ba-Khalal, donde, al parecer, había oro . Sin duda los yucatecas aguardaban tal ocasión, pues así que Dávila hubo partido reuniéronse en grandes masas alrededor de Chichén-Itzá y suspendieron el aprovisionamiento de ella. Imposibilitados los españoles de comunicarse con Dávila para que acudiese en su socorro y sufriendo repetidos ataques de los indígenas, atrincheráronse en una eminencia artificial sobre la que existía un templo, y viéndose rodeados por todas partes de compactas masas de yucatecas, entre morir de hambre ó á manos de los indígenas prefirieron bajar á la llanura, trabándose sangriento y encarnizado combate en que los indios cayeron por millares y de los españoles pe~ecieron unos ciento cincuenta, quedando heridos casi todos los demás ó tan extenuados, que trabajo les costó volver á su atrincheramiento . Por fin, aprovechándose de una noche obscura en que los indígenas estaban descuidados, huyeron los españoles, consiguiendo llegar felizmente, tras de algunos combates, á la costa occidental, es~ a­ bleciéndose en lo que hoy se llama Campeche. Tampoco fué más feliz el capitán Dávila, quien después de inútiles tentativas para encontrar oro y arrostrando infinitas penalidades, logró reunirse en Campeche con Montejo, al cabo de dos años de haberse separado . Igual resultado obtuvo una segunda tentativa para penetrar en el interior del país, y cuando la situación de Montejo empezaba á ser ap urada, llegó la noticia del descubrimiento del Perú, lo cual fué un pretexto para que desertaran muchos soldados. Convencido el Adelantado de que con la escasa fuerza de que disponía nada podría lograr, dirigióse á Nueva España en busca de ref11erzos, que aquel gobierno le concedió. Envió algunos hombres á Campeche, y con el resto encaminóse á sofocar una revuelta de los indígenas de Tabasco, que estaba bajo su jurisdicción; y aunque la empresa resultó más difícil y requirió más tiempo de lo que había creído, logró por fin su objeto. Entretanto las tropas de Campeche ningún resultado obtuvieron, pues cercadas por todas partes, presa de la fiebre y teniendo que sufrir grandes privaciones, llegaron á quedar reducidas á cinco soldados útiles para .cuidar y defender la plaza, por lo que decidieron abandonarla. Dos años después de la sumisión de Tabasco, en 1537, envió Montejo á su hijo D. Francisco para que se posesionara de nuevo de Yucatán, lo que logró efectivamente, pero con poco provecho, por impedírselo los grandes ejércitos indígenas que le ceiTaban el paso por todas partes, viéndose obligado á volver á su campamento de Champotón eada vez que intentaba penetrar hacia el


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interior. En Yucatán no había laureles ni riquezas que cosechar y muchos soldados huían, cuando se les presentaba ocasión, unos por tierra, otros en canoas, por lo que fué disminuyendo por tal modo el pequeño ejército, que quedó reducido á solos diez y nueve hombres, los cuales, dado su exiguo número, ningún resultado po· dían obtener, y decidieron abandonar la empresa, á lo que se opuso el hijo de Montejo rogándoles aguardaran que él Juera en persona á enterar á su padre de la situación. Este, al oír el relato de su hijo y fiado en el valor de éste, transmitióle todos sus poderes, reunió lo que de su hacienda le quedaba y proveyóle de Jo necesario pára intentar de nuevo la conquista de Yucatán. Vuelto Montejo hijo á Chanl· potón, abrió un camino desde esta ciudad á Campeche, en donde fundó en 1540 una ciudad que llamaron San Francisco de Campeche, desde la que emprendieron Jos españoles una expedición á Que· pech, s:ituada al Nordeste, y en la que había una gran ciudad lla· mada Tihoo, de que consiguieron apoderarse tras de algunos san· glientos combates, conquistando el terreno palmo á palmo. Entretanto, cuando los españoles iban á fundar en aquel paraje una ciudad, Jos indígenas del Nordeste de Yucatán reuniéronse en grandes masas para arrojar del país á los invasores, y al anochecer de un día de Junio de 1540 cayó sobre éstos, que apenas eran unos 200, un ejército de 40,000 á 70,000 combatientes, aunque estos da· tos parecen algo exagerados, y al amanecer del siguiente día trabóse encarnizado combate, que duró muchas horas y terminó con la com· pleta derrota de los yucatecas. Tal fué el número de cadáveres que dejaron éstos en el campo de batalla y tan escarmentados queda· ron, que no sólo no volvieron á atacar á los españoles, sino que algunos de Jos principales caciques se sometieron de buen grado, lo· grando, ora con dádivas, ora con amenazas, que los demás aceptaran la paz. En Enero de 1542 fundó Montejo, con las ruinas de Tihoo y en el lugar que ésta ocupaba, la muy loable y noble ciudad de Mérida, en la que aún hoy existe el edificio que para sí mandó construir el conquistador de Yucatán. Aunque Montejo consiguió establecerse en Yucatán, ningún re· sultado positivo obtuvo, persiguiéndole la adversidad lo propio que á su padre. Vuelto á Nueva España, después de renunciar sus de· rechos de gobernador, falleció en 1564 completamente pobre y car· gado de deudas. Mucho sentimos no poder dedicar algunas páginas á la familia maya, que era la dominante en la península de Yucatán, pues los restos que de su arquitectura existen todavía demuestran la relativa civílización de aquel pueblo indómito, que costó mucho someter; pero nuestra misión se reduce á trazar un bosquejo de los conquis· tadores sin extenderlo á los pueblos conquistados.


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llERNANDO DE SOTO Después del descubrimiento de La Florida por Ponce de León fueron muchos los que, en su a.fán de conquista, visitaron aquella.s playas inútilmente, pues mal recibidos por los guerreros indígenas, tenían que escapar los que no perecían en ellas. Garay, gobernador de Jamaica, envió dos sucesivas expediciones, una en 1519 y otra en 1520, al mando de Alonso Alvarez de Pineda, ambas desgraciadas, siendo éste y la mayoría de los que le acompañaban .en su segrmdo viaje, muertos y devorados por los indígenas del Pánuco. En 1521 Francisco Gordillo y Pedro de Quexoa llegaron á la embocadura de un río, en la costa de La Florida, al que dieron el nombre de San Juan Bautista; tomaron posesión del país grabando cruces en los árboles y se apoderaron traidoramente de 70 ·indígenas de los qne confiadamente habían ido á visitar las carabelas, haciéndose á la vela y llevándoselos como esclavos. Lucas Vázquez de Ayllón, dueño de la carabela qne comandaba Francisco Gordillo, en vista de los informes de éste pidió al emperador Carlos V permiso para conquistar el país descubierto, y una vez que lo hubo obtenido, armó en 1525 dos carabelas al mando de Pedro de Quexos, que recorrieron 250 leguas de la costa occidental de La Florida tomando posesión en nombre del emperador; y al año siguiente el propio Ayllón salió con tres buques, que conducían 600 personas de ambos sexos, entre ellas algunos sacerdotes y médicos, con objeto de fundar una colonia; poro equivocando la embocadura del río de San Juan, fondearon en otro más 'a l Norte, donde la expedición sufrió graves contratiempos, pues se fué á pique el mayor de los buques, cargado de provisiones, fugáronse los intérpretes indios y Jos españoles se encontraron en la playa sin saber qué partido tomar. Como la fertilidad del país era escasa, remontaron la costa en dirección Norte, y en el país de Guandapa, más fértil, fundaron la colonia de San Miguel; pero atacados de fiebres perniciosas, murieron muchos, entre ellos Ayllón, en Octubre de 1526, por lo cual y á consecuencia de disputas sobrevenidas entre los supervivientes y de ataques de los indígenas, regresó la expedición, que había quedado reducida á 150 personas. Otra tentativa hecha por Pánfilo de Narváez, el vencido de Cortés, que salió de Sanlúcar de Barramed!> con cinco barcos, llevando lOO tripulantes y 300 hombres de desembarco, fracasó también, pues llegado á la costa oriental de La Florida en Abril de 1528, desembarcó con sus 300 hombres, dando orden á la escuadrilla de que siguiera la costa, para volver á embarcarse cuando lo creyera con ve ·


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niente; pero cuando á fuerza de pen<>lidades y trabajos lograron volver á la costa el 31 de Julio sin haber encontrado oro ni riquezas, no vieron ni huella de la escuadrilla, que en cambio aguardó largo tiempo á los expedicionarios cerca del río del Espíritu Santo, regresando á Cuba en la creencia de que Narváez y sus hombres habían perecido. Viéndose Narváez abandonado con los 250 hombres que le quedaban, resolvió construir algunas pequeñas embarcaciones y navegar en ellas por la costa hasta llegar á las colonias españolas del Pánuco. Con las espuelas, estribos y arreos de los caballos fabricaron cuerdas é hicieron velas con sus propias camisas, y así el 20 q.e Septiembre pudieron embarcarse en cinco toscas barcas, nave~ gando todo un mes á lo largo do la costa y sufriendo toda clase de penalidades. Llegados á la embocadura de un caudaloso río, sin duda el del Espíritu Santo, era tal la violencia de la corriente, que las frágiles embarcaciones de los españoles no pudieron arrostrarla: algunas volcaron, ahogándose sus tripulantes, y la en que iba Narváez fué arrastrada á alta mar y desapareció para siempre: cuantos lograron llegar á tierra sub-ieron más espantosa suerte, pues los que no murieron á manos de los indígenas padecieron duro y largo cautiverio. Hernando de Soto, natural de Barcarrota (Extremadura), que había tomado parte en las campañas de Nicaragua, Castilla de Oro y otr.os países, desempeñando brillante papel en la conqnista del Perú, regresó á España á causa de las disidencias surgidas entre Pizarra y Almagro, después de haber acumulado grandes riquezas en el Perú. Pero ávido de gloria, decidióse á emprender una campaña de conqnista en La F lorida, y en breve tiempo reunió en torno suyo gran número de aventureros atraídos por su fama, por lo que en Abril de 1538 llegó á Cuba con un ejército de casi mil hombres, en cuyo punto completó cuanto le era necesario para su expedición. Envió al piloto Juan de Añasco con una carabela para que explorara la costa de La Florida y escogiera sitio seguro para el desembarco, y al regreso de aquél se hizo á la vela desde la Habana en Mayo de 1539, con un ejército de 1,000 infantes y 250 caballos, siendo el más numeroso visto hasta entonces en América. El 30 del propio mes llegaron á La Florida con toda felicidad, y por una dichosa casualidad libertaron á un joven español llamado Ortiz, sobreviviente de la expedición Nar váez, que hacía diez años era prisionero de los floridanos, y el cual pudo servir de intérprete á Soto. Después de entablar amistosas relaciones con el cacique Mukoso y descansar algún tiempo en Chirihigua, envió Soto las mayores embarcaciones á Cuba, quedándose sólo en la bahia con las pequeñas, que confió á la custodia de 40 jinetes y 80 infantes; luego, á la cabeza de su ejército, penetró en el iuterior del país, siguiendo la


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dirección Norte. Rodearon pantanos, construyeron puentes para atravesarlos y sostuvieron numerosos combates con los indígenas, que trataban de impedirles el paso; y después de atravesar un pro· fundo río llegaron á un pueblo de cincuenta chozas, en cuyo centro se hallaba la del cacique Ochile, del que se apoderaron, así como de su hermano Vitachuko. Poco faltó para que los españoles fuesen víctimas en dicho pueblo de una emboscada, en la que debían de perecer todos. Descubierta la intentona, Soto hizo prender al cacique y atacar á sus guerreros que, aun cuando sorprendidos, hicieron vivísima

resistencia durante todo el día, defendiéndose desde un profundo estanque, del que tuvieron que sacarles á viva fuerza. Por fin, ren· didos de cansancio, entregáronse á los españoles, que se repartieron á los vencidos como esclavos; pero aunque derrotados, los indígenas no desistieron de sus planes, y por medio de mensajeros secretos pasiéronse de acuerdo para, á una señal con venida, dada por Vita· chuko, caer sobre los españoles, precisamente á medio día, que era la hora de la comida. Y así fué en efecto: Vitachuko, preso y custodiado en la tienda de Soto, reuniendo todas sus fuerzas y tras de inauditos esfuerzos, consiguió romper sus ligaduras y, lanzando espantoso grito, arrojóse de un salto sobre Soto, dándole un tremendo puñetazo en el rostro y tratando de estrangularle; pero antes de que pudiera lo· grado, le mataron algunos oficiales españoles. Al grito de guerra de su jefe arrojáronse los prisioneros indígenas sobre los españoles, esgrimiendo teas encendidas, trozos de madera, piedras, etc., y á pesar de hallarse encadenados, mataron á muchos españoles, quienes sólo después de larga lucha eonsiguieron dominar la revuelta, quedando más de 900 muertos en el lugar de la refriega. Restablecido Soto de la herida, aunque con la pérdida de varios dientes, prosiguieron los españoles su marcha, atravesaron un gran río y llegaron á una comarca en que las habitaciones de los indige· nas estaban situadas sobre eminencias artificiales de unos seis á diez metros de elevación, sin duda á causa de las inundaciones y da la gran humedad que éstas deía.ban. El intento de Soto era ir a l país de Apalache, para lo cual tenían que cruzar un pantano de media legua de ancho, cuyas orillas estaban cubiertas de bosques casi impenetrables, no quedando más que un estrecho paso rudamente defendido por los indígenas. Tras de algunos combates llegaron los españoles á la ciudad de Apalache, rodeada de grandes maizales, donde estableció Soto su cuartel do invierno, pues las provisiones abundaban. Después de algunas exploraciones por el país y de ordenar á 1'" escuadrilla fuera á Apalache, en Marzo de 1540 dirigióse Soto hacia el Norte, atravesando algunas florecientes comarcas y un gran de-


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sierto, y llegó al reino de Cofaciqui, lindante con el actual río de Sabana, donde reinaba una joven y hermosa indía, la cual, acampa- ñada de ocho de sus principales damas, salió, en nna embarcación ricamente adornada, al encuentro del general, ofreciéndole su amiatad, poniendo á. su disposición el país y su morada y entregándole un precioso collar con t res valiosas sartas de perlas. Soto en cambio regaló á la joven soberana una magnifica sortija de rubíes, y tan impresionado se hallaba, que se olvidó de preguntarle su nombre. Soto permaneció bastante tiempo en la residencia de la hermosa soberana, enviando algunas expediciones á reconocer el país y los inmediatos, que poseían gran riqueza en metales, abundando el co bre y el oro en las arena• del río. Prosiguiendo al fin su marcha, atravesaron los españoles otras fértiles comarcas y llegaron al territorio del poderoso cacique Taskalusa, quien recibió á los extranjeros con gran pompa, saliendo al encuentro del general para saludarle. Luego, montado sobre un caballo, les guió á nn lugar llamado Movila, situado en una gran lla nura á orillas del río Alabama y debidamente atrincherado y for~ificado: la ciudad componíase de 80 sólidas casas, algunas de las cuales podian albergar de 600 á 1,000 hombres. Empero por algunos detalles sospecharon los españoles que ·se les tendía una celada, y después de algunas pesquisas descubrieron que unos 10,000 indígenas, perfectamente armados, estaban apostados en la fortaleza; el combate no se hizo esperar, durante el cual retiróse Soto con su gente, incendiando antes algunas casas y atacando la fortaleza desde la llanura. La lucha duró horas enteras, siendo una de las más sangrientas habidas entre blancos y pieles rojas, y en la que -las mujeres tomaron activa parte; sólo después de nueve horas de encarnizado combate lograron los españoles penetrar en la ciudad, que los indígenas habían abandonado á causa del incendio que se propagó á toda ella. Los conquistadores perdieron 82 hombres y 47 caballos, y los indígenas dejaron en el campo 2,500 cadáveres, segón algunos cronistas, y 10,000, segón otros. El cacique Taskalusa desapareció, sin que pueda precisarse cómo fué su muerte. Convencidos de que el país no poseía oro ni plata ni nada que les compensase de las penalidades sufridas, muchos españoles deseaban regresar al puerto de Achusi, donde aguardaban los barcos; pero Soto,_ poco dispuesto á desistir de su empresa, emprendió de nuevo el camino á marchas forzadas y apoderóse de la capital de los chikassas, en la que decidió invernar; mas una noche de Enero del siguiente año cayeron los indígenas sobre la ciudad y la incendiaron, pereciendo 40 españoles y 50 caballos, perdiendo muchos equipajes y provisiones; y como el pueblo quedó completamente derruido tuvieron los invasores que levantar su campamento á una legua de la ciudad,


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donde permanecieron hasta fines de Marzo, sosteniendo infinitos combates con los indígenas. Atravesaron luego el territorio de Alabama, y en Mayo de l54J llegaron á orillas de un caudaloso río, tan ancho que no se distinguía un hombre de una á otra orilla: era el Mississipí, y lo cruzaron en cuatro botes que construyeron, á pesar de "la resistencia de los naturales. Penetraron después en los países de Casquín y Capaba, y unidos á los habitantes del primero tomaron paite Soto y su gente en un combate contra los segundos, conquistando y destruyendo su fort ificada ciudad y persiguiendo en canoas á los defensores hasta una isla situada en el Mississipí, donde se habían fortificado y se defendieron valerosamente.

Dirigióse después Soto con su ejército por las comarcas de Colima y TuJa, conduciéndoles sus correrías muy hacia Occidente; invernaron en el país de Utianque, donde permanecieron hasta principios de Abril de 1542 y se dirigieron de nuevo hacia el Mississipí. Cansado el ejército de las indecibles fatigas sufridas y reconociendo Sota la falta cometida al llevar á su gente años enteros do acá para allá, sin haber construido una ciudad desde la que pudiera emprender la colonización, disminuídas sus tropa.s en una mitad á consecuencia de enfermedades y combates, decidió bajar hasta la desembocadura del Mississipí y edificar en sus inmediaciones una ciudad. A fines de Abril llegaron á un lugar llamado Guachoya, cuyos habitantes huyeron por el río en ligeras emba-rcaciones. Estableciéronse alli los e3pañoles y en unión de los habitantes del país, cuyas simpatías se habían captado, emprendieron tma campaña contra Anilko, cuy<Y territorio incendiaron. De regreso Soto á Guachoya consagróse á trazar el plano para la construcción de una gran ciudad, pero sorprendióle aguda fiebre que le llevó al sepulcro en breves días, confiando , poco antes de morir, el mando á Luis Moscoso. Soto falleció el 21 de Mayo de 1542, á los cuarenta y dos años de edad, y sus compañeros diéronle sepultura por la noche, temerosos de que los indígenas de los vecinos pueblos, al saber su muerte, desenterrasen el cadáver para ultrajarle. A pesar de esto, los salvajes lo supieron, y entonces los españoles lo exhumaron, construyeron un ataúd con el tronco de una gran encina y sumergieron con él los restos de Soto en el rio Mississipí. Con la muerte de Soto terminaron las empresas de los españoles en el país, y los restos del ejército conquistador procuraron abandonarlo cuanto antes, llegando tras infinitas penalidades, peligros y privaciones á las colonias del Pánuco, y de alli, hambrientos y casi desnudos, se dirigieron á México, donde el virrey Mendoza les recogió en número de 300, únicos que quedaban de aquel lucid() ejércit<>.


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Los desastrosos resultsdos de esta expedición, así como a emprendida en 1561 por Angel de Villafañe, también desgraciada, retrajo á los españoles de volver á La Florida, y en 23 de Septiembre del propio año publicóse uu real decreto prohibiendo terminantemente toda empresa á aquel territorio, para ahorrar vidas y riquezas.

FRANCISCO VÁZQUEZ DE CORONADO Núñez de Guzmán , gobernador de Nueva España, tuvo noticia por un indio de Texas de que lindante con dicho país exístía uu gran reino llamado Oibola, que poseía siete grandes ciudades tan ricas como México, y que para ir allá tenían que atravesarse grandes desiertos, durando el viaje cuarenta días. Organizó en 1530 uua expedición, compuesta de 400 españoles y 20,000 indios, que después de vencer grandes obstáculos sólo consiguió llegar á los países de Culiacán y Sinaloa, que colonizaron. Había ya caído en el olvido el reino de Cibola, cuando en 1536 llegaron á Cu!iacán cuatro hombres sumamente miserables y cubiertos de harapos, los cuales habían ido á La Florida en 1528 con Pánfilo de Narváez y eran de los pocos que se salvaron: llamábanse Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo Maldonado y uu esclavo moro conocido por Estebanico; y tales cosas contaban, que causaron la admiración de cuantos les oían. Imposible nos es describir las penalidades y sufrimientos experimentados por Cabeza de Vaca y sus tres compañeros en su viaje á través de los territorios situados desde la embocadura del Mississipí hasta el golfo de California. Después de varios años de cruel cautiverio en poder de los salvajes, lograron fugarse, faltándoles poco para morir de hambre en los desiertos situados al Oeste del Mississipí, habiendo tenido que alimentarse de raíces. Luego atravesaron comarcas muy pobladas y bien cultivadas, y en uuo de aquellos pueblos les adoraron como hijos de/, Sol. En todas partes fueron bien recibidos y los indios les regalaban turquesas y pieles de búfalo. Luego pasaron por Arizona, y siguiendo el curso del río Gila llegaron á México extenuados y hambrientOs, siendo muy bien recibidos por el virrey Mendoza, qu.ien, después de oír sus relatos, decidió enoargar al gobernador de Culiacán, provincia de Nueva Galicia, que practicara investigaciones para cerciorarse de la veracidad de las noticias dadas por Cabeza de Vaca y sus compañeros acerca del reino de Cibola. El gobernador Coronado envió al franciscano Marcos de Nica á que se cerciorase por sí mismo del estado del país de Cibola. Partió Marcos de Nica, acompañado de otro fraile, alguuos indí-


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genas y Estehanico el moro, que murió á manos de los indígenas de Cibola, y á su regreso á Nueva Galicia contó con tal entusiasmo lo que había visto, que Mendoza úo vaciló en enviar una expedición á Cibola para conquistarla, y Coronado, al frente de 300 españoles y 800 indígenas reunidos en pocos días, salió en la primavera de 1540, atravesando los países de Chiamatla, Culiacán, Petatlán y Sinaloa: además, salieron al propio tiempo del puerto de Natividad dos barcos á las órdenes de Fernando de Alarcón, con objeto de llevar provisiones á Jalisco y estar á la disposición de Coronado . Los capitanes Melchor Díaz y Juan Saldíbar, que el invierno anterior enviara Coronado á explorar el país de Cibola, diéronle en Chiamatla, al incorporarse con él, noticias tan distintas de las de Maroos de Nica, que muchos de los españoles se desanimaron y querían emprender el regreso, accediendo á continuar merced sólo á las grandes promesas que les hizo el gobernador. A medida que penetraban en el interior, mayores eran los obstáculos de toda clase que encontraban, sin que por ninguna parte aparecieran las magnificencias contadas por el franciscano Nica, y sí sólo las ruinas de algunas grandes casas de piedra rojiza. Siguieron un trecho del río Gila y atravesaron en linea recta el desierto de este nombre, sufriendo espantosas penalidades en su marcha, que duró semanas enteras, con hambre y sed, caminando sobre ardiente arena y peñascos de extrañas formas, no encontrando sino cactos gigantescos, de original figura, que causaban grande asombro á los españoles. Tras de otros quince días de marcha llegaron á orillas de un río, al que dieron el nombre de Bermejo á causa de que sus aguas, por la tierra que arrastraban, tenían color rojizo, y después de atravesarlo, vieron por fin la ciudad de Cibola, que en nada se parecía á la descrita por Marcos de Nica, pues era sólo un pueblo indígena de 2,000 á 3,000 habitantes, con casas de adobes extrañamente hacinadas. Los guerreros de Cibola, en número de unos 200, habíanse reunido al pie del baluarte de roca para defender la ciudad, y aun cuando arrojaron una granizada de flechas, piedras y rocas contra los españoles, algunos de los cuales recibieron graves heridas, no pudieron resistir el empuje de los atacantes y tuvieron que refugiarse en las azoteas de las casas, desde donde opusieron tenaz resistencia; empero tuvieron por fin que abandonar este último baluarte, apoderándose los españoles de la ciudad, que se hallaba muy bien provista, y les sirvió de centro para someter el resto del pais, al que llamaron Pueblo. Tuvo noticia Coronado de que al Noroeste de Cibola había otro reino llamado Tusayán, y á él envió con 17 jinetes y algunos infantes, á D. Pedro de Tobar, qmen penetró hasta el territorio de los


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indios de Moki, sin que consiguiera apoderarse de ninguna de sus poblaciones. En Tusayán dijeron á los españoles que por la parte Oeste lindaba con el pais un maravilloso río, á larga distancia, y -Coronado envió á García López de Cárdenas, con doce hombres, á explorar su curso;- pero después de una penosa marcha de veinte días á través de áridos desiertos, lleváronles los guías al borde de un espantoso abismo ó precipicio de más de mil metros de profundidad, ante el cual retrocedieron espantados los españoles. Eran las gargantas del Colorado, en cuyo fondo distinguíase una pequeña faja de color rojo sucio, que, según aseguraban los indígenas, era un caudaloso y ancho río . Grandes esfuerzos hizo aquel puñado de valientes para descubrir un punto desde donde pudiesen bajar hasta el río; pero todo inútilmente, hasta que convencidos de la imposibilidad de verificarlo, regresaron á Cibola, contando al gobernador maravillas de los altos paredones del Tizón, ó sea el actual Colorado del Oeste, cuya desembocadura en el golfo de California descubrió ca<~i al propio tiempo Fernando de Alarcón, aquel que con dos barcos había salido de La Natividad, el cual el 26 de Agosto de 1540 probó, con dos chalupas, de remontar el río, llegando al cabo de qnince días á la embocadura del Gila, desde donde tuvo que retroceder por falta de provisiones. El 14 de Septiembre volvió de nuevo á remontar el 1·ío y llegó al parecer hasta los 33° de latitud Norte, donde erigió ¡¡.na cruz, depositando al pie de un árbol una copia de su diario de navegación y la descripción de su viaje, y en la corteza del árbol grabó <>atas palabras: Alarcón llegó hasta aquí; dehajo del árbol hay escrito¡J. Melchor Díaz, á quien había enviado Coronado en busca de Alareón y sus barcos, halló dichos documentOs; después remontó el Ti'LÓn hasta cerca del cañón de éste, cruzó en balsas dicho río y bajó por la orilla de<echa con intento de explorar la península de California, pero murió víctima de un accidente y sus compañeros regresaron á Sonora. Entretanto, habíase presentado á Coronado el cacique Bigotes con intento de captarse su amistad, é invitó á los <>spañoles á visitarle en su ciudad de Cicuye, situada setenta leguas al Este de Cibola. Coronado comisionó al capitán Fernando de Alvarado para quo con 20 hombres acompaña,ra al cacique y se enterara del estado del pais. A los cinco clias de marcha divisaron una ciudaq india construida á vertiginosa altura sobre la cima de una roca, llamada Acuco, y consiguieron que sus habitantes les diesen agua y algunas provisiones; á los tres días más llegaron á la provincia de Tiguex, qua poseía doce ciudades situadas á orillas de un gran río, que lleva hoy el nombre de rio Grande del Norte, siendo muy bien recibidos por los habitantes; y ¡u;Jmirándose Alvarado de la fertilidad del suelo, envió un mensajero á Co,·on.'tdo para PFOponerle


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que invernara aJ». Cinco días después entraron en Cicuye, siendo recibidos con gran pompa. Un esclavo indio, natural de La Florida, dió á los españoles curiosos informes de aquellos países, y Alvarado llevóle consigo á Tiguex, donde había entretanto llegado Coronado, para que les sirviese de guía. El indio explicó al general grandes maravillas de la tierra de Quivira, que dijo encerrar inmensos tesoros, y aunque los indígenas de Cicuye aseguraron que el floridano mentía, Coronado salió con parte de su ejército el 23 de Abril de 1541, cruzó un ancho río y penetró en las ilimitadas praderas comprendidas entre las montañas Roqueñas y el Mississipí, donde encontraron á los indios nómadas !mmados querechos, que vivian en chozas de piedra cubiertas con pieles de búfalo: en aquel pais vieron por primera vez los españoles aquellos extraños animales cuya piel tanto habían admirado los soldados de Soto, el búfalo ó bisonte americano, que pastaba en grandes rebaños en aquellas estepas, y á cuya caza se dedicaron en compañía de los querechos, muy diestros en ella. Como á pesar del tiempo transcurrido, el maravilloso país de Quívira no aparecía por ninguna parte, Coronado decidió mandar algunos pequeños destacamentos en direcciones distintas, en busca de aquel país. Uno do los destacamentos inquírió de un indio anciano y ciego, que hacía mucho tiempo había visto á cuatro españoles, sin duda Cabeza de Vaca y sus compañeros; otro destacamento, que llegó al país de Texas, supo por estos indios que Quivira se hallaba aún á cuarenta días en dirección Norte. Coronado, no queriendo exponer á todo su ejército, dió orden de que volviera á Tiguex, y él p¡¡,rtió con algunos hombres escogidos en la citada dirección, llegando al cabo de treinta días á un gran río á que dió el nombre de San Pedro y San Pablo, cuyo ourso siguieron por algunos días, caminando luego dos semanas en dirección Nordeste, sin encontrar más que miserables chozas con techos de paja de maíz y cuyos habitantes no poseían oro ni plata. Indignado el conquistador por el engaño del floridano, le hizo dar de puñaladas. No se sabe á ciencia cierta hasta dónde llegó Coronado; pero ~n sus cartas al emperador Carlos V asegura haber alcanzado los 400 <,le latitud Norte, á unas 950 leguas de México. Veinticinco días permaneció Coronado en aquellas apartadas regiones, y á fines de Julio emprendió el regreso á Tiguex, adonde llegó á los cuarenta días de penosa marcha. Invernaron segunda vez en Tiguex, y á principios do 1542 hicieron todos los preparativos para una grande expedición á Quivira, que no llegó á realizarse, porque en un torneo Coronado cayó del caballo y recibió tan fuerte coz en la cabeza, que estuvo semanas enteras luchando con la muerte. En un consejo celebrado por sus compañeros, resolvióse abandonar los países con·


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quistados que tan poco beneficio reportaban, y regresar cuanto antes á México, como lo verificaron. Otras expediciones hicieron posteriormente los españoles á la .América del Norte, sin conseguir adueñarse de aquellos territorios que tantos sacrificios les costara descubrir.

FERNANDO DE MAGALLANES Después de la muerte de Colón comenzó á arraigar entre los cosmógrafos el convencimiento de que los paises descubiertos por aquél no pertenecían al Asia, sino que formaban un nuevo y hasta entonces desconocido continente, acerca de cuya forma se tenían vagas y confusas noticias. Pero existía la creencia de que en dicho continente ó islas había pasos que conducían á la India y á Zimpango (Japón), y aun creíase que en el istmo de Darién existia el paso con tanta porfía buscado por Colón y sus sucesores. El profesor Juan Scboner de N uremberg consignaba ya en 1515, en uno de sus diseños del globo terráqueo, un estrecho situado al extremo Sur de Terrano va. Muchas exploraciones se hicieron sin resultado, esencialmente la realizada por Juan Díaz de Solía y Vicente Yáñez Pinzón, valientes navegantes que intentaban llegar á la isla de las Especias pasando por el Estrecho del Sur, y aun cuando no lograron su objeto después de seguir la costa del Brasil hasta los 4()<> de latitud Sur, no por ello dejaron de creer en la existencia de dicho paso, En 1515, tras seis años de negociaciones con el gobierno español, contrariadas por el rey de Portugal, que se creía lastimado en sus derechos, obtuvo Solís tres barcos bien equipados, para que navegase á Jo largo de la costa del Brasil con rumbo al Sur y con objeto de descubrir por la otra parte de Castilla del Oro, nombre con que se conocía entonces lo que es hoy Panamá y Colombia. Solía fué el primer europeo que penetró en la babia de Río de Janeiro, y en 1516 llegó, por Jos 36• de latitud meridional, á la desembocadura del río de La Plata, al cual dió el nombre de Mar Dulce, donde halló la muerte, siendo devorado, al decir de algunos, con varios de sus compañeros. Además, perdióse uno de los buques con toda su tripulación, y Jos demás expedicionarios, desanimados, emprendieron el regreso á España. Algunos años transcurrieron sin que nadie intentara nuevamente hallar el paso del Sur, hasta que Fernando de Magallanes, portugués, nacido en 1480 en Saborosa, ofreció sus servicios al rey de España, disgustado de su país que, á su parecer, no recompensaba debidamente los servicios que había prestado así en sus diversos viajes á las Indias como en las guerras de los portugueses contra


los moros, en uno de cuyos combates quedó cojo. Magallanes halló favorable acogida en la corte de España y su proyecto fué bien recibido, ya que se comprometía á descubrir un camino más corto para llegar á las islas Molucas ó de las Especias, que aseguraba no estaban situadas en territorio portugués, sino que pertenecían á España. Entabláronse negociaciones, y en Marzo de 1518 se firmó un convenio entre el gobierno español y Magallanes, á disposición del cual se pusieron cinco buques abastecidos para dos años, con 234 tripulantes, que no pudieron salir del puerto de Sanlúcar de Barrameda hasta el 20 de Septiembre de 1519, á causa de las numerosas dificultades que hubo de oponer Portugal, creyéndose perjudicado en sus derechos. En Enero de 1520 llegó la expedición á la desembocadura del rio de La Plata, donde hicieron minuciosas exploraciones sin dar con el soñado estrecho, hasta que á principios de Febrero emprendieron de nuevo la marcha, navegando hacia el Sur por aguas completame)lte desconocidas y reconociendo minuciosamente todos los recodos y desembocaduras de ríos. Siguió Magallanes la costa baja y sin puertos de Patagonia, llegó á la babia de San Matías, situada á los 42<> de latitud Sur, y á pesar de las borrascas, dobló los promontorios Blanco y Deseado, llegando el 31 de Marzo al espacioso puerto de San Julián, á los 49" 15' de latitud Sur. Como Magallanes decidiera invernar alli á causa de los fuertes temporales y riguroso frío, en espera de estación más favorable, opusiéronse al· gunos de los capitanes y tripulación, y á pesar de la firmeza del almirante, estalló la rebelión, á la cabeza de la cual pusiéronse el capitán Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena, quienes lograron atraerse las tripulaciones de tres de los buques, quedando sólo fieles á Magallanes la Trinidad y el Santiago. Resistióse enérgicamente Magallanes á las exigencias de los amotinados, quienes pretendían fuese á bordo del San Antonio, donde se hallaban reunidos, y ya que no podía vencerlos por la fuerza, procuró hacerlo por la astucia. Envió un bote con seis hombres á bordo de la Victoria, con una carta para el capitán Luis de Mendoza, y no había tenido éste tiempo de leerla cuando recibió una pui'ialada en el cuello, que le causó la muerte. Trastornada la tripulación, no se opuso á que el contramaestre Espinosa tomase el mando del buque é izase en él la bandera de Magallanes: los otros dos barcos rebeldes intentaron huir por la noche; pero el almirante cerróles con sus embarcaciones la salida del puerto y les atacó, venciéndolos. Encadenó luego á los causantes del motín y juzgóles con gran severidad: Quesada fué decapitado, el cadáver de Mendoza descuartizado, y Cartagena y el capellán Sánchez de la Reina continuaron encadenados. Restablecida la disciplina, tomáronse las con-


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venientes disposiciones para la invernada, permaneciendo allí cuatro meses y veintiocho días, durante los cuales se ocuparon en reparar los barcos, cazar, pescar y hacer excursiones al interior del país. Ignoraban los expedícionarios que aquel país estuviera habitado, hasta que transcurrido algún tiempo presentóseles un hombre de elevada talla, vestido de pieles, con la cara y lo que se le veía del cuerpo pintado de rojo, dos círculos amarillos alrededor de los ojos y en cada mejilla una mancha en forma de corazón. Más tarde hallaron algunos pequeños grupos de estas gentes, que llevaban vida nómada, á los que dieron el nombre de patagones, por las grandes huellas que dejaban en la nieve á causa de las informes abarcas de pieles que llevaban. Antes de proseguír el viaje envió Magallanes al Santiago á explorar la costa; pero un violento huracán lo destrozó, arrojándolo contra las rocas, salvándose á duras penas la tripulación, que con gran trabajo logró reunírse á su general. A los pocos días continuó el víaje el almírante con los restantes buques, dejando á los dos presos, Cartagena y Sánchez de la Reina, en aquel solitario desierto. A pesar de los fuertes temporales con que tuvieron que luQhar y sin perder de vista la desolada costa, arribaron á una espaciosa bahía que llamaron puerto de Santa Cruz, y como los temporales habían maltratado los barcos, permanecieron allí en reparaciones hasta el 18 de Octubre, en que se hícieron de nuevo á la mar. Navegando más hacia el Sur llegaron el 21 á un ancho brazo de mar que se internaba en el país hasta perderse de vista, y Magallanes envió dos pequeñas embarcaciones á reconocerlo, mientras él quedaba, lleno de ansiedad, á la entrada del estrecho, aguardando noticias. A su regreso, los tripulantes del primer barco manifestaron que sólo habían visto una bahía cerrada por altas montañas; pero los de la segunda díjeron que después de cruzar la bahía penetraron eri un angosto paso que los condujo á una segunda bahía, y desde ésta, por otro estrecho, á otra mayor que las anteriores, encontrando la sonda en todas partes gran fondo y fuertes corrientes, señales indudables de que aquél era el tan buscado paso del Sur. Reunido consejo de capitanes y pilotos y á pesar de que sólo tenían provisiones para tres meses, anunció Magallanes su inquebrantable propósito de penetrar en el estrecho, y como algunos híoieran objeciones, prohíbióse, bajo pena de muerte, hablar de regreso. Confesados y comulgados todos, entró la escuadra en las aguas del estrecho, sumamente peligroso para los buques de vela á causa de las fuertes corrientes y los numerosos arrecifes que se encuentran debajo del agua, sin contar los violentos huracanes. Después de pasar la primera ensenada encontraron un estrecho canal que conducía á una segunda, flanqueada por negros riscos que les


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impedían ver más allá de kilómetro y medio, no distinguiéndose el más pequeño arbusto. A continuación de la segunda ensenada hallaron otro estrecho canal, que cruzó Magallanes llevando una a van· zada de algunos botes que sondeaban constantemente las aguas, y como divisaran con frecuencia fogatas en la costa meridíonal, dió á aquel país el nombre de Tierra del Fuego. Pasaron felizmente el segundo estrecho, que iba ensanchándose gradualmente en dírección Sur. En el centro dividíase en varios canales, y Magallanes envió al San Antonio á que reconociera uno de ellos, con orden de estar de vuelta á los tres días; pero dicho buque no volvió, porque había emprendido el regreso á España, tocando en el puerto de Sau Julián y recogiendo á Cartagena y Sánchez de la Reina. El 6 de Mayo de 1521 llegaron á España, diciendo que se habían separado del almirante porque era un loco que estaba engañando al rey. Adívinando Magallanes lo ocurrido, al ver que no regresaba el San Antonio, convocó á los capitanes y principales marineros de sus tres buques, exhortándoles á perseverar en la empresa, y decidíeron continuar la marcha por el canal que les pareció más ancho y cómodo, aunque luego se fué estrechando por gran número de islas y ensanchándose de nuevo hacía la salida al Océano Pacífico, donde llegaron el 28 de Noviembre, suceso que Magallanes, su· mamente conmovido y con lágrimas en los ojos, ordenó solemnizar disparando todos los cañones de la escuadra. El almirante podía considerarse díchoso, pues el problema quedaba resuelto. Bautizó el estrecho con el nombre de Canal de Todos los Santos, conocido hoy por Estrecho de Magallanes, y á los dos promontorios situados á la salida del mismo llamólos Caho Deseado y Cabo Victoria, este último en recuerdo del primer barco que surcara aquellas aguas. Una vez en el mar del Sur, siguió Magallanes en dirección Norte á lo largo de la costa hasta los 37° de latitud meridional, desde donde emprendíó rumbo en dírección de las islas de las Especíaa. Durante la travesía padecieron aterradora hambre, viéndose obliga· dos á comer los trozos de cuero de vaca puestos debajo de las vergas para que no se estropeasen las jarcias, cueros que ablandaban .teniéndolos días enteros en agua de mar y que tostaban después: el escorbuto y algunas enfermedades desconocidas diezmaban á la tripulación, y á no tener vientos favorables, hubieran perecido todos. El 6 de Marzo de 1521 descubrieron algunas islas del archipiélago de los Ladrones, llegando después á las de San Lázaro ó Filipinas, donde Magallanes encontró la muerte el 27 de Abril en un combate <:on los malayos de Mactan, á los cuarenta y un años de edad. Rudo golpe fué para la expedíción la muerte de Magallanes, por lo que los navegantes resolvieron regresar 6. Espafta, y como los tripulantes eran insuficientes para el servicio de los tres barcos, de-


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cidieron incendiar el Concepción, que era el peor. Después de muchas aventuras y de visitar Mindanao, Cagayán, Palauán y Borneo, llegaron á las Malucas el 8 de Noviembre de 1521. A consecuencia de una grande avería, el Trinidad quedóse en Tidor para hacer las necesarias reparaciones, y no queriendo esperarse la tripulación del Victoria, hízose á la mar el 21 del mismo mes, á las órdenes de Sebastián del Cano. Diezmada la tripulación por las enfermedades, presos 13 individuos de ella por los portugueses en las islas de Cabo Verde, los demás, entre los que había 18 europeos, llegaron á Sanlúcar el 6 de Septiembre de 1522. De la tripulación de la Trinidad sólo tre J ip.dividuos llegaron á España tras de algunos años de cáutiverio: los demás habían perecido. El nombre de Magallanes será imperecedero en el libro de la Historia, pues fué el primero que se atrevió á dar la vuelta al mundo, demostrando con su viaje que la Tierra era una circunferencia mucho mayor de lo que se había creído y que América era un continente muy distinto del Asia.

SEB.ASTlÁ.N BEL.ALC.ÁZ.AR Hijo de unos pobres aldeanos de Belalcázar (Córdoba), nació á filies del siglo xv, y cuando apenas contaba quince años huyó do la casa de su hermano y se alistó en el ejército que D. Pedro Arias Dávila reunía para marchar á Castilla del Oro, cambiando su a pellido Moyana por el de Belalcázar, sin duda para que no le descubriera su hermano. Llegado á Da.rién con sus compañeros en Junio de 15ll, poco de notable hizo en los primeros tiempos; pero protegido por Francisco Pizarra y Diego de Almagro, llegó á obtener el hombramiento de capitán, siendo muy querido de todos por su carácter modesto y apacible. En 152~ marchó á la conquista. de Nicaragua, asistiendo á la fundación de la ciudad de León, de la que fué primer alcalde. En Agosto de 1530 se embarcó para el Perú, acudiendo al llamamiento de Pizarra, y empeñó toda su modesta fortuna para alistar 30 hombres, fletar un buque y embarcar seis caballos. Acompañó á Pizarra hasta. San Miguel, primera población española fundada en aquellas regiones, donde quedó mientras Pizarra se internaba tierra adentro. Resuelto á emprender por su cuentá la conquista del reino de Quito, con 150 soldados y un ejército de indígenas atacó y venció en dos batallas al general inca Rumiñahuy que había usurpado el trono de Atahualpa. A finés de 1533 entró en Quito, pero la falta. de subsistencias obligóle á regresar á Riobamba; y al año siguiente, pacificado ya el reiho de Quito, no sin haber sostenido ántes algunos


QuiTO (Ecuador). -La cumbre del Chimborazo (6,700 ms. de altitud )



SEBA.STIÁN BELALOÁZAB.

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combates, dedicóse á la organización civil, religiosa, militar y municipal del país conquistado. En 23 de Julio de 1535 fundó la ciudad de Guayaquil junto al río Guayas, y envió á Juan de Ampudia á descubrir los territorios del Norte, quien llegó hasta el río Canea, comunicando á su general los descubrimientos hechos. Las noticias que le comunicaba Ampudia, uuidas á las que oyera acerca del Dorado, determinaron á Belalcázar á emprender la conquista de aquellas comarcas. En el valle de Patiá derrotó á los indígenas en número de tres ó cuatro mil, se adelantó hacia Popayán y fundó en aquellas regiones dos ciudades, una de ellas Calí, en el valle del Canea. Con el intento de venir á España para obtener del monarca ·el gobierno de aquellos países, alistó 300 hombres aguerridos, regresó á Popayán, y en Mayo de 1538 salió á la conquista del Dorado, de paso para el mar de las Antillas, y después de atravesar las tierras más fragosas de América, hallóse de repente, en los primeros días de Enero de 1539, cuando acampaba junto al río Sabandija, con unos españoles que, por encargo del adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, hacían desc~tbrimientos por aquellas tierras. En Febrero de 1539 entró en Santafé de Bogotá, y de allí se embarcó para España, donde llegó· á mediados de 1539, obteniendo del ·-' '· emperador lo que deseaba. En 1541 regresó al c..uca y presentó al cabildo de Calí los reales despachos en que se le concedía el mando de los territorios que median entre el Océano y los límites del Canea y el Magdalena y desde la provincia de Pastos hasta donde descubriese por el Norte, por lo que dicho cabildo le reconoció como gobernador. En 1542 fué al Perú llamado por Baca de Castro, llevando los recursos y tropas que pudo reunir, y á su vuelta á Popayán halló sublevados á los indíos paeces y yalcones, á los que consiguió vencer. A primeros de Enero de 1545, á la cabeza de 400 hombres bien pertrechados, acompañó Belalcázar al virrey del Perú, Blasco N úñez de Vela, para imponer la autoridad de éste contra las pretensiones de Gonzalo Pizarra, contra quien luchó cerca de Quito, quedando prisionero y salvando milagrosamente la vida. Recobrada la libertad y curadoen poco tiempo de las muchas heridas que recibiera, volvió á su gobierno. Jorge Robledo, antiguo teniente suyo, disputábale la posesión de las tierras descubiertas en Antioquia, y en 1546 derrotóle y cautivóle en un sitio llamado Loma del Pozo, condenando a l vencido y á tres oficiales más á la pena de muerte, sentencia que se cumplió en 5 de Octubre. En 1547 ayudó con 300 hombres á disolver los últimos restos del partido afecto á Gonzalo Pizarra, á cuya muerte asistió. Poco tiempo después llegó á Popayán una requisitoria con orden


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de procesarle, como responsable de los abusos cometidos por sus segundos Juan de Ampudia, Alonso Sánchez y otros en el reino de Quito cuando la conqillsta. Además, la esposa de Robledo y sus amigos y partidarios le acusaron por la muerte de aquél ante la corte de España, que envió al licenciado Francisco Briceño para que residenciase á Belalcázar y le juzgara también por haber mandado romper los sellos reales en Popayán para acuñar moneda. Caído en la desgracia, abandonaron á Belalcázar los amigos á qillenes más había favorecido y cuando Briceño llegó á Popayán á principios de 1551, fuéronle confiscados los bienes y condenado á muerte, concediéndosele apelación ante el rey, dando fianza. Salió de la cárcel y se puso en camino para Cartagena con ánimo de embarcarse para España; pero llegado allá, agravóse la enfermedad que le aquejaba y expiró en 1551, haciéndosela un pomposo entierro, que fué costeado por D. Pedro de Heredia, qillen llevó luto por él, lo propio que los principales habitantes de Cartagena.

PEDRO DE V.A.LDIVIA Después que Diego de Almagro hubo obteilldo, por decreto de 21 de Mayo de 1534, el gobierno del territorio que se llamó Nueva Toledo y que comprendía el Perú meridional y las provincias más septentrionales de Chile, reunió á fuerza de dinero un ejército compuesto de 570 españoles, 200 caballos y unos 15,000 indigenas peruanos y salió el 5 de Julio de 1535 de la ciudad del Cuzco, para penetrar en las aún desconocidas montañas del Sur, con la esperanza de encontrar en aquel territorio iguales riquezas que en el Perú. Dirigióse primero á lo largo de la costa occidental del lago Titicaca y á fines de Octubre llegó á la ciudad de Topisa, capital de los indios chichas, sometidos á los incas, apoderándose de un tributo de 90,000 pesos oro que de aquellos pueblos llevaban al soberano. Hasta Enero de 1536 permanecieron en Topisa, penetrando luego por el valle del río Jujuy y los territorios de los calchaquíes, con los que hubieron de sostener varios combates. Después de atravesar el desierto de sal llamado Campo del Arenal, donde desertaron muchos de sus auxiliares, dirigiéronse á Occidente, levantándose ante ellos la formidable Cordillera de los Andes, que decidieron cruzar á pesar de su espantosa elevación y de su aspecto árido é inhabitable, pareciendo por todas partes el paisaje un desolado desierto en continua destrucción. Adelantóse Almagro con algunos jinetes para buscar un paso y ver si encontraba algunos viveres, no hallando ni una oosa ni otra en aquellas soledade3 en que no existían ni hombres ni animales, á excepción de los eón.


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dores, que se arrojaban voraces sobre los cadáveres ele hombres y caballos que los expedicionarios dejaban á su paso. Las provisiones y el agua llegaron á faltar per completo, viéndose los españoles obligados á comer la carne de los caballos muertos, y los indios, enloquecidos por el hambre,. roían los miembros de los cadáveres de sus compañeros. A consecuencia de un tenible tempera! de nieves muchos perecieron helados y otros perdieron la vista por la fuerte refracción de la luz sobre la nieve, y cuando consiguieron llegar á las fértiles llanuras de Copiapó, completamente extenuados, habían perdido todo el equipaje, la mayor parte ele los caballos, y muerto helados 30 españoles y 5,000 indígenas, fugándose después la mayor parte de los peruanos que sobrevivieron á la marcha. Debido sin duda al compertamiento de Almagro, que hizo quemar vivos á veintinueve indios en venganza de haber muerto á tres de sus compañeros, los indígenas de Chile huyeron á los bosques, inutilizando antes todas las provisiones. Después de sostener sangrientos y rudos combates con los promaucanos, penetraron en las provincias de Coqnimbo y Aconcagua; pero en vista de las noticias aportadas por Gómez de Alvarado, que con una e>:pedición penetró hasta cerca del río Itata, no encontrando más que países pobres, estériles, malsanos y casi deshabitados, Almagro resolvió abandonar á Chile, regresando á su vin'einato. A pesar de que la desastrosa expedición de Almagro dió fama á Chile de ser el país más pobre é inhospitalario de América, Pedro de Valdivia, uno de los oficiales de Pizarra, nacido en 1500 en Castuera (Extremadura ), decidióse á realizar una segunda campaña de conqnista y exploración de aquel país. Pero como nadie se aventuraba á acompañarle, costóle mucho reclutar un pequeño ejército de 150 españoles y 1,000 peruanos, con el que salió de Cuzco á principios de 1540, llegando al desierto ele Atacama á primeros de Junio. Lo atravesaron con toda felicidad y á fines de año llegaron á Copiapó, donde permaneció Valdivia muy peco tiempe, pues signió avanzando hasta Mapure y fundó de asiento una colonia á orillas del Mapocho, en que el país era fertilísimo y estaba lo suficiente alejado del Perú para dificultar la deserción de sus gentes: en un cerro de pórfido de 58 metros de altura fundó Valdivia en Febrero de 1541 el lugar de Santiago de la Nueva Extreniadura, hoy capital de la república de Chile, construyendo en la cima de dicho ceno una sólida fortaleza para defensa de la colonia. De grande utilidad fuéles el mencionado fuerte cuando, reunidos los indígenas para arrojar del país á los invasores, atacáronles con dos nutridos ejércitos, viéndose los españoles obligados á abandonar la ciudad y á refugiarse en el fuerte, que asaltaron los indígenas . despu~s de incendiar aquélla, costando mucho á Valdivia y á su gente


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rechazar los repetidos ataques de los naturales, sufriendo hambre y privaciones y alimentándose de raíces y sabandijas hasta que consiguieron dispersar al enemigo, gracias á la pericia militar de Valdivia y sus capitanes. Inmediatamente reconstruyó la ciudad y envió mensajeros al Perú con objeto de atraer nuevos colonizadores, consiguiendo que al poco tiempo llegaran á Santiago 70 jinetes y al

puerto de Valparaíso un barco cargado de provisiones, con cuyo refuerzo logró Valdivia someter las provincias vecinas y fundar en 1544 una nueva ciudad en la provincia de Coquimbo, á la que dió e.l nombre de La Serena. A poco descubrieron en el valle de la Quillota algrmos yacimientos de oro de grandes rendimientos y después llegó del Perú un refuerzo de 300 hombres á las órdenes de Francisco V.iliagrán y Cí:ístóbal Escobar, lo que mejoró mucho el estado de la cplonia.


105 Decidido á emprender otra expedición hacia el Sur, partió Valdivia. en Febrero de 1546 con 60 jinetes, llegando al río Biobío, donde después de un violento encuentro con los araucanos regresó á Santiago. En 1547 volvió al Perú, tomó parte en varios combates, y despuéa de obtener, venciendo las dificultades que sus enemigos le oponían, que el entonces virrey del Perú, Pedro de la Gasea, le nombrase Gobernador y Capitán General de Chile, pudo salir del puerto de Arica con 200 hombres en Enero de 1549, llegando á Valparaíso á mediados de Abril y emprendiendo al año siguiente una tercera campaña contra los araucanos, comenzando aquella sangrienta epopeya que d uró tres siglos y dió fama á aquellos defensores de su independencia de ser uno de los pueblos más valerosos del mundo, y cuya historia ha descrito tan magistralmente uno de aquellos héroes, D. Alonso de Ercilla, en su hermoso libro La Araucana. En la desembocadura del Biobío decidió Valdivia fnndar una nueva colonia . bien fortificada, con objeto de tener un punto de apoyo en sus futuras empresas contra los araucanos, y en 3 de Marzo de 1550 quedó terminada la fortaleza, á la que se dió el nombre de Concepción. Pocos dias después rechazaron un violento ataque de los araucanos, haciéndoles 400 prisioneros, y por haberles Valdivia hecho cortar la nariz y la mano derecha poníéndolos luego en libertad adquirió la guerra un carácter cruel y sanguinario. En el siguiente año realizó Valdivia. algunas campañas y fundó varia1! colonias fortificadas, haciendo sentir en todas partes el peso de su dominación, que los indígenas sufrían resignados aunque alimentando la idea de venganza. Así es que en 1553, al realizar Valdivia una excursión al centro de la provincia de Arauco, aun desconocida de los españoles, fué atacado por compactas masas de araucanos deseosos de vengar sus agravios y romper la esclavitud á que se les sometía, á cuya cabeza se pusieron los toquis Caupolicán y Lautaro: este último, siendo prisionero de Pedro de Valdivia, aprendió el arte de guerrear de los españoles, lo cual le sirvió de mucho cuando pudo evadirse y se presentó á sus compañeros en el momento que éstos tratabán de arrojar á los invasores. Valdivia tenia divididas sus tropas entre las fortalezas de Tucapel, Arauco y Puren, distantes unas de otras, lo cual fué un error del que los araucanos se aprovecharon, apoderándose del primero de dichos fuertes por medio de un ardid, que consistió en presentarse en él SO hombres diciendo que llevaban leña y pienso para los caballos, y una vez dentro, arrojaron la carga, sacaron las armas que llevaban ocultas y se lanzaron furiosos sobre la guarnición, que pereció casi toda, é incendiaron luego el fuerte. Inmediatamente se dispusieron á rechazar á Valdivia, que acudía en socorro de sus compañeros, y PQr consejo de Lautaro, formáronse en grupos que debían molestar


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continuamente por distintos puntos al invasor. El ejército arauc¡y>o era muy numeroso, pues algunos escritores lo hacen ascender á 150,000 combatientes. Valdivia sólo contaba con 60 jinetes y unos dos á tres mil soldados indígenas auxiliares, y aun cuando en los primeros encuentros logró dispersar á los araucanos, éstos se rehacían y volvían á cargar con ímpetu, haciendo gran mortandad entre las tropas auxiliares de Valdivia y derribando igualmente á algunos jinetes que caían de sus caballos con el cráneo destrozado. Los caballos estaban todos gravemente heridos y retrocedían ante las lanzas de los indigenas: el propio Valdivia, á la cabeza de sus jinetes arremetió varias veces contra el enemigo, sin resultado alguno; y cuando persuadido de la inutilidad de sus esfuerzos ordenó la retirada, creyendo poder realizarla sin obstáculos, vióse atacado por el frente, retaguardia y flancos, y aunque sus soldados se defendieron con el valor de la desesperación, todos sucumbieron. Valdivia intentó huir, pero cayó con su caballo dentro de un pantano, donde fué capturado por sus enemigos, quienes le despojaron de la armadura y de todas sus ropas y le hicieron sufrir los más atroces suplicios. El 2 de Enero de 1554, colocado el infeliz Valdivia en el centro de miles de enemigos que bailaban en derredor suyo dando desaforados gritos, cortáronle Jos brazos, y ante su vista los limpiaron de la carne, que asaron y comieron dándosela antes á oler, y con los huesos fabricaron flautas. Durante tres días padeció horribles martirios, y cuando la muerte le libró de ellos, clavaron su cabeza en la punta de una lanza y la pasearon por todo el país. Más adelante, con el cráneo, construyeron un vaso en el que bebían en sus grandes banquetes y usaron durante más de cien años. Después de la muerte de Valdivia, los araucanos derrotaron á Villagrán, sucesor de aquél, quien perdió 3,000 soldados y toda la artillería. Poco á poco y tras sangrientos combates, los indigenas fueron reconquistando todo el territorio que habían perdido; tanto, que en 1602 los españoles habían sido expulsados por completo de la provincia de Arauco .

•ru.A.N Y SEBASTI.Á.N C.ABOT Juan Cabot nació en Venecia en el siglo xv, y á lo que parece, en 1490 se trasladó á Inglaterra con su esposa y tres hijos, estableciéndose en Bristol, donde se dedicó al comercio y á trabajos cosmográficos. Al tener noticia del descubrimiento de Colón, propuso al rey de Inglaterra buscar un paso por el NO. para ir al Catay, proyecto que el rey aprobó, pues conocía la pericia de~Cabot lo mismo como navegante que como cosmógrafo. Concedióle, pues,


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autorización para tomar cinco naves de la Armada Real, para navegar por todos los mares, en unión de sus dos hijos, para someter á su pabellón todas las tierras que dese u briese y para reservarse el quinto de los provechos de la expedición. Con esta concesión En· rique VII de Inglaterra desconocía y quebrantaba la bula ponti· ficia dada por el papa Alejandro VI, en la que señalaba las dos

porciones que en los descubrimientos que se hicieran en el Nuevo Mundo correspondían á España y á Portugal. •. « Aunque no se sabe con certeza la fecha del primer viaje da;Cabot, es de presulllÍr fué en la primavera de 1496, ya que la autorización del rey de Inglaterra lleva la fecha de 1495. Cabot hízose á la vela con su hijo Sebastián, y a1p1que las primero,s tentativas no dieron


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resultados positivos, no por ello desmayaron padre é hijo, y en 2 de Mayo de 1497 salieron de nuevo de Bristol en un pequeño barco llamado Matthew, con el que llegaron el 24 de Junio siguiente á una. isla, á. la que dieron el nombre de Satt Juan, la cual se hallaba frente á un continente, cuyos habitantes iban cubjertos de pieles. El terreno era estéril en varios puntos, y había muchos osos blancos y grandes ciervos, y abundantes pescados de la especie más grande, que los salvajes llámaban baccalao. Esta tierra era el Labrador, que Cabot costeó hasta el Cabo de La Florida, regresando á Bristol con rico cargamento y tres salvajes vivos. Como Cabot no dejó ningún diario de navegación de sus viajes, no se tiene la menor certeza ácerca del punto que descubrieron por primera vez ni la fecha fija; pero como parece confirmado que fué en 24 de Junio de 1497, á las cinco de la mañana, cuando dívisaron la tierra, resulta que Juan Cabot y su hijo descubrieron el Continente americano catorce meses antes que Colón, que no llegó á él hasta su tercer viaje, en Agosto de 1498. De regreso Juan Cabot, preparó una nueva expedición compuesta de varios buques con 300 tripulantes, que salió á principios de Mayo, y de cuyo viaje poco se sabe, á excepción de que todos los barcos menos uno, que quedó en Irlanda, llegaron á América, aunque se ignora dónde desembarcaron, los cuales iban en busca de un paso que les condujese á las islas de las Especias, navegando en dirección septentrional á todo lo largo de la costa hasta que les impidieron seguir avanzando grandes masas de hielo. Los esfuerzos de los Cabot para hallar el tan anhelado paso fueron inútiles, por lo que viajaron de nuevo hacia el Sur, aprovisionándose de pescado en Terranova y tocando en la Hellulandia, Marklandía y Finlandia, no siendo tampoco más felices en el establecimiento de colonias. Después de este viaje no se habla más de Juan Cabot, ignorándose qué fué de él y dónde murió, y aunque parece que su hijo Sebastíán intentó de nuevo, algunos años más tarde, buscar el paso del Noroeste, son tan confusas las noticias que se tienen, que nada cierto puede deducirse. También reina la mayor confusión é incertidumbre acerca de los servicios que prestara Sebastián á Inglaterra después de la muerte de su padre; sólo se sabe que permaneció mucho tiempo en ese país, y que en 1512, según parece, se trasladó á España, donde ejerció los cargos de capitán de mar y de piloto mayor, con la obligación de examinar á todos los timoneles de los buques españoles. El Consejo de Indias autorizóle en 1524 para hacer un viaje á las Molucas atravesando el estrecho de Magallanes recientemente descubierto, y en 3 de Abril de 1526 zarpó Sebastián Cabot del puerto de Sanlúcar con cuatro barcos, y llegó el 15 de Febrero


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de 1527 á aquella inmensa sabana de agua cenagosa llamada nn tiempo río de Solis y más adelante Río de la Plata. Siguiendo luego la costa del actual Uruguay, navegó hasta la desembocadura del río Paraná, y en nn puerto distante siete leguas de la actual Buenos Aires levantó nn fuerte, que llamó de San Salvador, en donde dejó una pequeña guarnición encargada de custodiar los barcos mayores, y con los otros dos penetró en el ancho y caudaloso río. En los 32<> 15' de latitud meridional levantó el fuerte del Espíritu Santo, cerca de la embocadura del río, y dejó en él nna guarnición de 60 hombres: en 22 de Diciembre de 1527 continuó remontando el Paraná con reducidas fuerzas, llegando hasta los 27' 27' de latitud meridional, donde las rápidas corrientes del río le impidieron continuar. En su viaje de regreso, emprendido el 28 de Marzo de 1528, reconoció la parte inferior del río Paraguay, que desemboca en el Paraná, donde encontró un pueblo indigena, los acayas ó payaguas, quienes no tardaron en atacarles, embarcados en 300 canoas; matando á 25 hombres; pero como las pérdidas de los naturales fueron mucho mayores, atemorizados, entraron en negociaciones cOn los invasores, á los que á poco manifestaron que más al Noroeste existían nnos países ricos en oro y plata, siendo muy importantes los informes que Cabot adquírió acerca de las altiplanicies de Bolivia, como también con respecto al Perú, no descubierto aún. En vista de ello desistió Cabot de continuar sn viaje á las Molucas y envió á España á dos de sus capitanes, llevando valiosas joyas y algunos indigenas, á fin de recabar del gobierno la autorización para explorar aquella parte del continente sudamericano, autorización que les fué concedida sin dificultad, pero que de nada les sírvió por llaberse presentado Pizarra con las primeras noticias acerca del Perú por él descubierto, lo cual absorbió toda la atención del monarca español, olvidando por completo á Cabot, que inútilmente aguardó protección para llevar adelante su empresa. Cansado de aguardar regresó á España en Julio de 1530, donde supo la conquista realizada por Pizarra. Cabot, que frisaba ya en los sesenta años y no sentía grandes deseos de continuar sus descubrimientos, no intentó ya empresa alguna y siguió desempeñando su empleo de primer piloto, annque según parece en 1552 dirigió la expedición inglesa que estableció las primeras relaciones de la Gran Bretaña con Arkángel. y falleció en Londres en 1557.


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DON PEDRO DE MENDOZA Y OTROS Después de la expedición de Sebastián Cabot al Paraná, nadie volvió á pensar en el río de la Plata lmsta 1534 en que un acaudalado gaditano, Pedro de Mendoza, obtuvo autorización para conquistar á sus expensas el territorio comprendido entre este último río y el estrecho de Magallanes, por lo que organizó una expedición compuesta de unos 3,000 soldados, entre Jos cuales había 150 alemanes y flamencos, expedición que se hizo á la vela en catorce buques. Un alemán llamado Ulrico Schmidel, que vivió diez y nueve años en el Río de la Plata y acompañó á Mendoza en casi todas sus empresas, nos ha dejado un interesante relato de aquella expedición, del que sólo entresacamos Jos hechos más culminantes. Lo primero que hizo Mendoza fué fundar una ciudad en la orilla dereclm del río de la Plata, que apellidó Buenos Aires, en derredor de la cual se construyó un muro de media pica de altura y en el centro de él una vivienda para el jefe; pero lo que se edificaba hoy se derrumbaba mañana, pues la gente carecía de alimentos, sufría toda clase de contra· riedades y muchos morían de inanición, no bastando las ratas, rato~ nes, culebras y otros bichos para satisfacer el lmmbre voraz de aquellos infelices. Según Schmidel, devoraron Jos zapatos y cuantos objetos de cuero poseían; á tres españoles, que robaron un caballo y Jo comieron secretamente, se Jos ahorcó, y por la noche otros tres españoles fueron al patíbulo, cortaron Jos muslos á Jos ajusticiados, devoraron al momento cuanto pudieron y el resto se lo llevaron á sus viviendas para satisfacer el lmmbre: otro español, en un rapto de locura á consecuencia del hambre, se comió á su propio hermano, que lmbía muerto. Para obtener viveres de Jos indios envió Mendoza parte de su gente Paraná arriba, de los cuales al cabo de cinco meses volvió la mitad con las manos vacías, pues los indigenas huían después de quemar sus provisiones, llegando la miseria á su último extremo en 1535, cuando reullidos Jos indios en número de 23,000 hombres, pusieron cerco á la ciudad de Buenos Aires. Toda la colonia fué reducida á cenizas por las flechas incendiarias de Jos indigenas, á excepción de la casa de Mendoza, que era de ladrillo, quemándose á la vez cuatro de los buques. Los disparos de las gruesas piezas de artillería de Jos restantes barcos causaron tal espanto entre Jos sitiadores, tanto por su formidable estruendo como por la mortandad que entre sus filas producían Jos proyectiles, que levantaron e) sitio y emprendieron precipitada fuga. A pesar de ello empeoraba la situación, por Jo que el propio Mendoza remontó el Paraná en busca de comestibles, y como sus tropas, por


DON Pl!:DRO DE MENDOZA Y OTROS

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consecuencia del hambre y las privaciones, habían quedado reducidas á 560 individuos, dejó 160 para la custodia de los barcos y con los 400 restantes partió río arriba, logrando entablar relaciones amistosas con los indios tímbús y fundar la ciudad de Buena Esperanza, pero no desterrar el hambre que en todas partes los acosaba. A los cuatro años de permanencia en aquellas regiones enfermó Mendoza gravemente, á causa de las penalidades sufridas, por lo que decidió regresar á España, falleciendo durante la travesía. Después de Mendoza intentó Alonso Gabrero remontar el caudaloso río en ocho bergantines. En ambas riberas encontró numerosos pueblos indlgenas que se hacían continua guerra entre sí, circunstancia de que se aprovechó el conquistador para someterlos. Continuando su marcha llegaron á una nación llamada· Carios, donde, según dice Schmidel, quiso Dios que hallasen el grano turco ó maíz, la patata y la mandioca. Los españoles pusieron sitio á la capital, llamada Lampere, que en un principio trataron de defender los indlgenas; pero á los tres dlas solicitaron los carios la paz, y los españoles entraron en la ciudad, que bautizaron con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción. Después de seis meses de permanencia en la ciudad, salió Gabrero con 400 hombres, dejando lOO soldados como guarnición. Remontó el río, fundó una colonia bien fortificada, en la que dejó 50 hombres, entre ellos Schmidel, y con el resto de su gente penetró en el territorio de los naperus, donde sucumbieron todos los expedicionarios. La noticia tardó un año en saberse en Asunción, y fué un . tremendo golpe para las colonias españolas del Paraguay y Paraná, algunas de las cuales quedaron abandonadas y no volvieron á recuperarse hasta 1540, en que Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó allí procedente de España, con 400 infantes y 30 caballos. Subiendo por el Paraguay, consiguió Domingo de Ayolas, al frente de una expedición, llegar al territorio de los indios cherúes, donde tuvo noticia de un país, compuesto exclusivamente de mujeres guerreras que habitaban solas en una isla y poseían muchos objetos de oro y plata. Con objeto de llegar á dicho país, estímulados por la codicia, penetraron los españoles en los bosques vírgenes del Brasil y Bolivia, teniendo que caminar algunas veces noche y día con agua hasta la cintura; y vagaron por aquel país por espacio de treinta días sin dar con el famoso pueblo de las amazonas, hasta que, extenuados por completo y perecidos la mitad, regresaron los restantes á Asunción. En 1548 emprendió Ayolas otra expedición, llegando á las comarcas meridionales del Perú, en donde el virrey Pedro de Lagasca le prohibió continuar el viaje. Más adelante el gobernador Martínez de !rala contrajo duradera y fuerte alianza con Lagasca, pudiendo


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LOS CONQillSTADORES DE AMÉRICA

explorar los extensos bosques del Gran Chaco y la rica provincia do Tucumán, siendo dicho gobernador y su sucesor Ortiz de Zárate los verdaderos conquistadores del territorio del Plata. Juan Núñez de Prado, gobernador de las provincias situadas al Noroeste de la actual República Argentina, descubiertas por Diego de Rojas desde el Perú, fundó á los 28° de latitud meridional una ciudad llamada Barco, y en 1551 Francisco de Villagrán solicitó dicho territorio para Valdivia, al que llevó refuerzos desde el Perú, atravesando todo el territorio comprendido desde el Este de los Andes hasta el 33° de latitud meridional: su capitán Diego Maldonado fué el primero que desde la Argentina atravesó los Andes por el puerto de Uspallata. También Villagrán realizó otra expedición por las pampas argentinas, llegando hasta el río Negro después de sostener sangrientos combates con los indígenas, y consiguió establecerse en el país, fundando las ciudades de Santiago del Estero en 1553, las de Londres y Córdoba en 1558 y las de Cañete y Meodaza en 1561, puntos de partida para las numerosas expediciones que se realizaron en el siglo siguiente, presentándose las mayores dificultades para la exploración de aquel extensísimo desierto situado al Oeste del Paraná, conocido con el nombre del Gran Chaco.


VENEZUELA.-

Cuenca del río Escalan te



CONCLUSIÓN Fáltanos espacio para tratar.-,.'~on relativa extensión de otros conquistadores españoles y extr¡¡.nj~ros, que posteriormente oontribuyeron al descubrimiento y civili~a~ión de las desconocidas comarcas del Nuevo Continente descubi~rt¡¡ por el inmortal Cristóbal Colón. Por lo tanto, sólo á grandes rasgos mencionaremos algunos .· · de los principales. En 1539 Francisco Pizarro envió ·á. su hermano menor Gon· zalo á conquistar un país situado al Este de Quito, dándole 350 sol· dados y 4,000 indios de carga, 150 caball¡¡s, 900 perros de presa, 4,000 cerdos y un gran rebaño de llamas. Después de infinitas contra· riedades y fatigas, de arrostrar terrible terremoto que abrió la · tierra en varios puntos en medio de espantoso estruendo, de cami· nar por parajes intransitables y por montañas cubiertas de nieve, llegaron al río Coca, donde hallaron un pueblo indígena que les dió hospitalidad durante dos meses. Emprendieron luego la marcha rio abajo, y tras de incontables penalidades llegaron á la confluencia de éste con el río Napo, y como hacía bastantes semanas que sólo se alimentaban de frutas silvestres y raíces, aumentaba el número de enfermos, por lo que Gonzalo ordenó al capitán Franoisco de Orellana fuese en busca de provisiones con un bergantin que se habían cona· truído para atravesar el río; pero Orellana no volvió, deJando aban-


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LOS CONQUISTADORES DE ütÉRIOA

donado á Gonzalo y á su ejército, que, desesperado y hambriento, decidió emprender el regreso á Quito á través de un laberinto de intrincados bosques~ por en medio de los cuales tenían que abrirse penosamente camino con sus hachas y espadas, molestados por toda clase de insectos que, ávidos de sangre, se arrojaban sobre ellos. Atacados muchos del escorbuto por la falta de sal, consumidos todos los caballos y perros que llevaban, alimentados sólo de hierbas y raíces, dejóse sentir de tal modo el hambre, que muchos, apo· yados en los troncos de los árboles y pidiendo alimento con lastimeros ayes, caían muertos. Sólo 80 hombres quedaban de los 350 españoles y 4,000 indios cuando, tras algtmos meses de horribles sufrimientos, consiguieron llegar · á Quito, donde se apresuraron á socorrerlos. Orellana que~ como hemos dicho, no había vuelto á reunirse con Gonzalo Pizarro, tuvo también que sufrir infinitas penalidades. No pudiendo remontar el río con su bergantín, falto de provisiones, in.ternóse por el país, viéndose obligado él y sus hombres á cocer sus zapatos y cinturones para comerlos aderezados con algunas hierbas silvestres. Llegados á un pueblo indígena, donde supo Orellana que no muy lejos de alli había un caudaloso río, resolvió construir un bergantin para poder navegar y junto con el otro que ya teuian embarcáronse el l.' de Febrero, llegando después de doce días al sitio en que el Napa desagua en otra corriente mucho mayor, que era el Alto Marañón 6 río de las Amazonas. Entraron en el inmenso río, viéndose atacados muchas veces por los indígenas, que ·los perse-_ guían embarcados en canoas, habiendo herido á diez y ocho españoles. Después de infinitas aventuras y combates con los naturale~, que les perseg_uían como Hieras, llegaron á la desembocadura del rí9• Negro, y pros1gmendo el Vlaje, á unos pueblos muy grandes con cuyos· habitantes combatieron, observando que al frente de los guerreros indígenas iban diez ó doce mujeres que peleaban como furias y fustigaban con un látigo á los hombres que se mostraban cobardes ó reacios en el combate. Por esto dieron al río el nombre de las Amazonas. Por fin, siguiendo el curso del río y sosteniendo infinitos combates, reparados sus barcos en una de las islas mayores que dividen el Amazonas, llegaron al Océano, donde sin perder de vista la tierra, navegaron á lo largo de las costas del Brasil y de la Guayana, corrieron infinitos riesgos y fondearon en la isla de Cutagua. donde hallaron la mejor acogida de parte de los españoles que· se dedicaban allí á la pesca de perlas. Vuelto Orellana á España, obtuvo consentimiento del rey para someter aquellos países por él des: cubiertos; · pero la expedición que á sus órdenes salió de España el 11 de Mayo de 1544, ·sólo llegó á la desembocadura del Amazonas,


CONCLUSIÓN

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por haber perecido Orellana y gran parte de la tripulación á. consecuencia de unas fiebres malignas, dirigiéndose los escasos sobrevi· vientos á. SantoDomingo . En 1560 el virrey del Perú marqués de Cañete envió á Pedro de Ursúa en busca del Dorado y del pueblo de Jos omaguas. Ursúa partió de Moyo bamba y bajando por el río Huallaga llegó al Marañón ó Alto Amazonas, cuyo curso siguió. Pero sublevados algunos de sus hombres, guiados por un tal López de Aguirre, el día de:Año Nuevo asesinaron á Ursúa cerca del Putumayo, y siguiendo Juego

Habitaciones lacustres de los in :JJos do Venezuela

Aguirre con su horda el viaje de des~enso, penetró en el río Negro y el Orinoco y llegó al mar Caribe, se apoderó de la isla Santa Margarita, al Norte de Venezuela, y desde allí envió una carta :de desafío al rey Felipe II, declarándose independiente y aprestándose á. la conquista de Nueva Granada. Pero alcanzado por las tropas españolas que iban al mando de Gutiérrez de la Peña, fué decapitado. Después "de las tentativas de Pedro de Hereclia en busca del País del Oro, remontando el Magdalena y el Canea y visitando I"icos países, el juez Gonzalo Jiménez ele Quesada salió de Santa Marta el 6 de Abril de 1536 al frente de 700 hombres, penetró por tierra )lasta la desom bocadura del río César y se embarcó on Jos buques _que habían ido hasta alli, remontando después el Magdalena. bor-


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LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA.

deado por espesos cañaverales y árboles gigantescos, que formaban impenetrables bosques vírgenes. Casi en todas partes tuvo Quesada que sostener sangrientos combates con los indígenas, sufrír penalidades y fatigas, ocasionándoles grandes apuros el carecer de guías é intérpretes, pues los indios se mostraban hostiles á causa de la> crueldades de que habían sido objeto. A pesar de esto, por ellos supo Quesada que al otro lado de la montaña existía un pueblo que poseía inmensas riquezas en oro, por· lo cual abandonaron el río Magdalena y con grandes trabajos y penalidades atravesaron las altas mesetas de los Andes, penetrando luego en una extensísima llanura sin árbol alguno, pero cubierta por espesa alfombra de corta hierba; esta llanura pertenecía al reino de los chibchas, que con el de los peruanos y mexicanos ocupaban los tres primeros lugares entre los pueblos cul- tos de Amérir.a. El país estaba cubierto d o grandes palacios de piedra, en que residían los reyes; templos, estatuas, mesas de sacrificio, etc., reinando en todos un lujo y una pompa semejantes á los del Inca y de los reyes aztecas. Los chibchas eran habilisimos en el arte de trabajar los metales, lo mismo el oro y la plata, que el bronce, el cobre, el plomo, etcétera, ejecutando los más delicados trabajos. En varios templos, sobre todo en los santuarios de Samagoso y Tunja, había acumulados inmensos tesoros, de los que se apoderaron los españoles durante la conquista. Tan gran miedo produjeron en los chibchas las armas de fuego, que apenas opusieron resistencia á los invasores, quienes se apoderaron fácilmente de Teasaquillo, que era la capital, donde Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Los invasores sometieron á los indígenas á dura esclavitud, y tales fueron las crueldades con que Quesada manchó su nombre, que los chibohas se aprestaban ya á una cruel venganza, cuando procedentes del Sur y del Nordeste llegaron al pais dos grandes ejércitos, mandado uno por Sebastián Belalcázar y el otro por el alemán Nicolás Federmann, que había salido de Venezuela con intento de someter á los chibchas. Los tres conquistadores fumaron un convenio, por el cual Quesada, á quien Federmann cedió sus tropas mediante una indemnización, se quedaba con el gobierno de Nueva Granada, nombre que se dió á aquel país. Muchas tentativas hicieron los españoles para encontrar El Dorado, donde existía la Oasa del Sol. Diego de Ordaz en 1531 remontó el Orinoco con tal objeto, pero murió á manos de sus tropas amotinadas. Alonso de Herrera penetró en 1533 desde el Orinoco en el Meta; pero sucumbió con muchos de sus compañeros á consecnencia de las heridas que les produjeron las envenenadas flechas de los naturales del país. En 1537 penetró Antonio Sedeño en Cuba-


CONCLUSIÓN

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gua. con <WO hombres en busca del río Meta. y de la. Casa del Sol, pero murió al principio de su viaje. Pedro de Reinoso, que se encargó de la. expedición, tampoco hizo nada de provecho. Hernando Pérez de Quesada salió en 1539 en busca de El Dorado; pero después de andar errante más de un año de un punto á otro tuvo que renunciar á la empresa. También lo intentaron Pedro de Ursúa, Ortún de Velasco, Pedro Mala ver de Silva, Diego Fernández de Serpa y Antonio de Barrio, todos con éxito negativo. Serpa murió á manos de los indígenas en 1569, Silva falleció de la fiebre en 1574 y Barrio fracasó. Después del descubrimiento del Estrecho de 1\fagallanes, varios fueron los aventureros que intentaron explorar el territorio comprendido entre el Río de la Plata y el mencionado Estrecho. Simón de Alcazaba, portugués al servicio de España, que murió asesinado por lqs partidarios de Rodrigo de Isla, su segundo, que también desaparéció sin que se supiera más de él después de haber cruzado la Patagonia; Pedro de Mendoza, Alonso de Camargo y otros realizaron algunas expediciones; pero el verdadero descubridor de la costa occidental de la Patagonia fué Garcia Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile, quien con Juan Ladrillero, á bordo de dos barcos, exploraron toda la costa de la Patagonia hasta el estrecho de Magallanes, arrostrando infinitas tormentas. En 1580 Pedro Sarmiento de Gamboa salió con dos buques en persecución del célebre pirata inglés Francisco Drake, y á tal efecto reoonoció toda la costa patagónica hasta el Estrecho y regresó á España con valiosos estudios hechos por él. En 1581 volvió allá con una escuadra compuesta de 23 barcos, )levando á bordo 3,500 colonos y marinos y 500 soldados; pero juguete de un deshecho temporal, fuéronse á pique siete de los buques, pereciendo 800 personas, por lo que el resto de la escuadra regresó á Cádiz, volviendo á salir á poco y perdiendo en el viaje varios buques y más de 200 personas. Después de infinitas vicisitudes logró Sarmiento pasar el Estrecho, fundando una colonia al Nordeste del Cabo Froward, á la que dió el nombre de Ciudad del Rey Felipe. También los extranjeros quisieron tener su parte en las conquistas del Nuevo Mundo. Los portugueses, que habían descubierto el Brasil y establecídose en él, llevaron sus inoursiones al Paraguay y Río de la Plata, disputando á los españoles aquellos territorios, que devastaron en varias ocasiones haciendo esclavos á cuantos naturales cogían y vendiéndolos como vil mercancía á los colonizadores del Brasil. Los alemanes se introdujeron en Venezuela, descubierta y conquistada en parte por los españoles, donde, por concesión especial del emperador Carlos V, debían aquéllos fundar dos colonias y levantar tres fuertes en el término de dos años. Con


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LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA.

tal objeto Ambrosio Alfinger y Jorge Ehinger salieron en 1528 de Sanlúcar en tres buques, con 400 hombres y 80 caballos y lle] aron á. Coro con toda felicidad, desde donde emprendieron una serie de exploraciones por los territorios situados entre el lago de Maracaibo y el bajo Magdalena, sosteniendo rudos combates con los naturales, que eran antropófagos, y devastando é incendiando cuantos pueblos encontraban, teniendo finalmente que volver á Coro con su merma!la hueste. También Nicolás Federmann emprendió continuadas exploraciones con bastantes resultados, lo propio que Felipe de Hutten; pero desavenencias surgidas entre españoles y alemanes en Venezuela fueron causa de que se anulara el contrato hecho con Carlos V y que el emperador se incautara .de la colonia de Venezu<¡la. Además, los franceses y los ingleses exploraron y conquistaron territorios en la América Septentrional, fundando las colonias del Canadá y de la Nueva Bretaña, que luego han venido á convertirse en el Estado .libre del Canadá y en la grandiosa República de los Estados Unidos de América.


ÍNDICE Vasco Núñez de Balboa.. -Descubrimiento del Grande Océano 6 UarPactfico .. . . . Hernán Cortés y la conquista de México: !. . . II ..

17 25

nr. ..

34

IV . .

42 49

V ....

Francisco Pizarro y la conquista del Perú: !. . II ...... .

Otros conquistadores . Conclusión .

61 72

81 113



LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA Vasco Núñez de Balboa Hernan Cortés - Francisco Pizarra - Cristóbal de Olid Fernando de Mag a ll a n es Juan Ponce de L eón - Sebastián Cabot, etc ., etc.

SÍNTESIS HISTÓRICA ¡.;SORITACONPRHSHIICIADELASOBRASDE LOSMÁSEMINENTRSAUTORIIS

M. PONS FÁBREGUES

Con permiso de la Autoridad Eolesiáatica

BARCELONA btP.REN'l'A DB HENRICIT Y Q.n EN COMANI) I'l'A

Calle de Córcega , 348

35805

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