Puerto Rico en Sevilla: Conferencia Pública en el Ateneo Puertorriqueño (1896)

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PUERTO-RICO 1896





SEÍTOKES: A l reaparecer en esta honrosa tribuna donde tantas veces me favorecisteis con vuestra atención, y á la que llego evocando desgarrador recuerdo, no abrigo el propósito de proporcionaros literario pasatiempo. Tráeme á ella el deber, que estimo obligatorio, de exponer al público, siquiera de modo somero, el resultado de las investigaciones históricas que tuve el encargo de practicar en Sevilla, y que he realizado dentro de mis escasas facultades y hasta donde me lo permitiei'a el tiempo que en aquella ciudad logré permanecer. Ningún sitio pude considerar más adecuado al objeto propuesto, que este Centro científico literario, patrocinador de mis primeros ensayos indagadores, y cooperador entusiasta de mi peregrinación al Archivo de Indias, monumento peremne de la antigua grandeza de España, testimonio mudo pero elocuente de aquel esfuerzo titánico, colonizador de un mundo que hoy pueblan estados libres, naciones independientes déla nuestra, pero que conservarán perpetuamente, como signos reveladores de su origen, nuestro idioma, nuestra religión y nuestras costumbres. Imposible penetrar en aquel edificio, trazado por Juan Herrera, el severo arquitecto del Escorial, sin que embargue el ánimo profunda emoción al contemplar los retratos de Colón, Hernán-Cortés, Magallanes, Elcano, Ercilla, Jorge Juan y otros marinos y conquistadores célebres, y observar extendidos en las paredes los pía-


—6 — nisferios de los inmensos territorios por ellos explorados ó descritos, y leer aquí y allá, expuestos en vitrinas, documentos autógrafos que llevan las firmas de los Reyes Católicos, de Alejandro VI, de Carlos de Gante, de Ponce de León y de infinidad de personajes, actores en esa maravillosa epopeya que se llama el Descubrimiento de las Indias. Epopeya no escrita aún, y que no podrá escribirse sin antes escudriñar la verdad histórica guardada bajo aquellas bóvedas de la Lonja sevillana, silentes, frías como un mausoleo gigantesco. Dos salones paralelos forman los lados E. N. y S. del edificio, ofreciendo, en el piso alto, una galería exterior de 127 metros de largo por 8 de ancho, que toma luz de la calle por 29 ventanas, y otra interior de 82 metros de largo por 5'40 de ancho que iluminan 15 balcones al patio. En esas galerías se extienden 158 estantes colosales, labrados en caoba y cedro llevados de Honduras expresamente, y donde se guarda, desde el reinado de Carlos III, toda la documentación procedente de las catorce Audiencias en que se hallaba dividido el imperio de las Indias. Los legajos voluminosos que encierran clasificadamente esa documentación, llegaban á 40.000, pero se han aumentado considerablemente con las nuevas remesas del Ministerio Ultramar y del Archivo General de la Isla de Cuba; de tal modo que, por falta de espacio en los estantes, ha habido que colocar mucha documentación en el centro de las galerías, y almacenar gran cantidad en el piso bajo del edificio. En esos legajos se halla inédita la historia de América. Allí están los registros de las Reales Cédulas, Pragmáticas y Ordenanzas que entrañan todos los resortes legislativos de la administración colonial; allí las relaciones de exploradores y navegantes y la correspondencia oficial de los Virreyes, Presidentes de las Audiencias, Capitanes Generales, Arzobispos, Obispos y Gobernadores eclesiásticos en sedes vacantes; allí las ac-


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tas de los Cabildos seculares; la petición de auxilios de las Comunidades religiosas; las cuentas de los Oficiales Reales; las quejas de Tos vasallos; los procesos contra los defraudadores de la Corona; los informes sobre las costumbres populares; las solicitudes de franquicias agrícolas y mercantiles; las disensiones entre los poderes civil y eclesiástico; las extralimitaciones de autoridad en las Audiencias; los ataques á la moral; las cuestiones de etiqueta por faltar al orden de categorías en procesiones y besamanos, y hasta los anónimos chismográficos denunciando corruptelas y delitos que era peligroso imputar á ciertos endiosados funcionarios. Toda la vida colonial está allí, descrita con su especial colorido y sus variadísimos accidentes, asombrando los efectos de aquella centralización que resumía en el Consejo de Indias y en la Casa de la Contratación de Sevilla toda su fuerza, imponiendo á esos Centros, por lo vasto de las regiones administradas y lo complejo de los asuntos, una suma de trabajo y de conocimientos imponderable. Acaso esa centralización excesiva, más difícil de mantener cuanto más crecía y se elevaba la colonización, pudo ser funesta á la soberanía española, desacatada un día en los pueblos amamantados para la civilización, con española savia; pero si vicios pudo haber en aquel sistema, preciso es confesar que no faltaron virtudes, por más que las hayan callado unos por mala fe y otros por ignorancia. Guillermo liobertson, escritor inglés del siglo pasado, á quien no puede atribuirse gran devoción hacia España, decía en su Historia de América: " El gobier" no español, por un exceso de preocupación, ha encu" bierto constantemente cou un misterioso velo sus ac"tos en América y los ha ocultado, á los extranjeros "sobre todo, con un cuidado particular "Mis investigaciones me han persuadido de que si


—8 — "las primeras operaciones de España en el Nuevo" Mundo pudieran profundizarse más circunstanciad a" mente, por reprehensibles que apareciesen las accio"nes de los individuos, la conducta de la Nación sema" nifestaría bajo un aspecto más favorable," Tiempo há que conocía esas frases de Robertson; hoy puedo confirmarlas. El día que ese tesoro histórico que guarda el Archivo general de In*) •*'!!•.''"Wue á conocerse cumplidamente, se rectificarán tóiirp " " ~ formulados erróneamente contra el régimen'coio'Ly las Indias; como he debido rectificar yo mismo apreciaciones mantenidas en mi larga labor periodística acerca de la colonización de Puerto-Rico. Y cuenta que puedo dar fé de que esa preocupación que censura Robertson no ha desaparecido completamente en ciertos individuos. El Sr. D. Manuel Becerra, Ministro de Ultramar, opuso dificultades á mi investigación, á pesar de la carta del Sr. Gobernador General D. Antonio Daban en que se acreditaba mi cometido, recomendándolo eficazmente. Tres meses hube de aguardar, sin éxito, los efectos de esa recomendación, y acaso estuviese aguardándolos todavía sino me hubiese decidido á formular mi solicitud en el Ministerio de Fomento, donde fui perfectamente atendido, librándose por la Dirección de Instrucción pública amplia orden para que se pusiesen á mi disposición todos los documentos relativos á Puerto-Rico que necesitase compulsar. Gracias á esa orden y á la favorable acogida que me dispensaron los funcionarios del Archivo, acreedores á mi gratitud y simpatías, puedo ofrecer a mis compatriotas una suma de trabajo que comprende la rectificación de todos los documentos contenidos en la Biblioteca de Tapia, el Extracto de toda la correspondencia de los Gobernadores de la Isla jiasta 1810, la copia íntegra de las Reales Cédulas qtiéj nos conciernen hasta 1650, parte de la correspondencia-episcopal y unas mil ;

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páginas que reproducen informes, .procesos, quejas;, •cuentas, planos, autógrafos, ordenanzas, y diversidad •de documentos que esbozan fases distintas d e nuestra colonización en los siglos xvi al X V I I L Esta suma de labor que ha merecido encomios muy honrosos para mí, d e personas competentísimas y especialmente del Jefe del Archivo, llamado más hnne•diataiD*"?*'- -i juzgarla, no representa, por desgracia sino JKL de la investigación. Tarea imposible fuera hombre compulsar en un año todo el cúmulo >cumentos que á Puerto-Rico se contraen desde 1494 hasta 1 8 5 2 . - " T r e s años de buen trabajo exije su •estudio"—decíame el ilustrado publicista chileno D, José Toribio Medina, á quien tuve el g u s t o de encontrar en •el Archivo de Indias, oyendo de sus labios conceptos muy satisfactorios para la cultura de Puerto-Rico q u e y a patrocinaba empeños c o m o el que y o representaba. La opinión del señor Medina era tanto más autorizada, cuanto que él ha practicado ya tres viajes á España, •consumiendo seis años en investigar y copiar toda la documentación relativa á Chile, mucho menos extensa que la de nuestra Isla, pues hasta 1535 no se inició por Almagro la conquista de aquella región, que desde 1818 rompió los vínculos que la sometían al dominio español. Es asi que la investigación chilena comprende cien años menos que la de Puerto-Rico, y tan exacta he debido considerar la apreciación indicada, que allá se me quedan en el Archivo, sin compulsar, 287 legajos de Decretos, Actas Municipales, Correspondencia eclesiástica, Expedientes de particulares, Cuentas é informes de Hacienda, y Consultas, informes y estados sobre distintos ramos administrativos, además de los Autos de la Audiencia de Santo Domingo, de la sección llamada Indiferente general que se i-elaciona con toda la América, y de los Archivos del Patronato Real, Secretaría del Consejo y Registro generalísimo, donde existe mucho referente á Puerto-Rico sin clasificar en legajos especiales. 2


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Queda, pues, interrumpido mí trabajo en sxr mitad, y no es posible emprender la tarea de escribir la Historia hilvanando los datos adquiridos, porque entre lo< que falta ]>or compulsar existen muchos documentos de los siglos xvi y x v n que se contraen á la vida económica de la comarca y son de imprescindible estudio para apreciar la marcha de la colonización y sus obstáculos. Pero si el examen general se ha interrumpido, basta lo investigado para comprobar plenamente m i s ^ l p j ^ jos anteriores, sintiendo satisfacción íntima al m a n t é q H desde esta tribuna sn absoluta ratificación. Entre esos trabajos el que mayor controversia suscitó fué el dedicado á esclarecer el sitio reconocido por Colón en nuestra isla; sitio que la tradición y los textos que pude consultar aquí determinan en las playas del distrito aguadeño. Hoy puedo manifestar, sin género alguno de dudas, que la flota española no reconoció en el litoral de la isla llamada de San Juan otro puerto que uno, de poco abrigo, situado en la extremidad occidental, el que fué designado desde luego por los navegantes con el nombre de puerto del aguada, por haber hecho allí aguada algunas de las naves expedicionarias. Después de ese reconocimiento no quedó olvidada la isla. Varios exploradores intentaron colonizarla, mediante conciertos celebrados con los Monarcas, é ínterin obtuvieron realizaoión esos planes, consta que en el puerto del aguada, único reconocido hasta 1508, se detenían á proveerse de agua algunas de las naves que se dirigían á la Metrópoli. Por fin en ese mismo año 1508 obtuvo Ponce de León permiso para explorar la isla, y''alpuerto del aguada dirigió su embarcación, siendo de notar que Ponce había acompañado á Colón en el viaje en que se descubrió Puerto-Rico y debía tener conocimiento del puerto reconocido. Aquí tenéis el extracto de un voluminoso proceso cursado por la Audiencia de México para probar los servicios de Juan González, el intérprete que acompa-


- 11 ño á los colonizadores de Boriquén, y en ese proceso, ¡por testimonios presenciales, se afirma que al llegar al puerto del aginada la expedición, quiso el capitán del Jigüey averiguar si t&i&ía otro puerto más ahrigadv £ii la isla, y al efecto ordenó al intérprete inquirirlo ¡de los indios, los cuales, aconpañando una partida de veinticinco hombres armados, condujeron al solicitante á la bahía que se llamó Puerto-Rico, segundo puerto reconocido en la comarca y donde se levanto el primer pueblo de cristianos qw en, ella ha existido. Para trasladarse la expedición desde la ciudad de «Santo Domingo al ptierto del aguada, debió cruzar por ante las costas de Mayagüez, y de haber conocido allí ensenada alguna, ui hubiese prolongado Punce su viaje hasta el aguada, ni menos hubiera preguntado al Ilegal á este puerto si había otro surgidero más abrigado en la Isla. El nombre Mayagüez que Oviedo aplica á un río en su Historia general, no lo hallé mencionado en la vasta documentación del Ai-chivo de Indias, hasta la segunda mitad del siglo xvín, con referencia á un poblado incipiente, tan misérrimo que en 1770 sólo producía 250 arrobas de café, 1,000 de tabaco y 80 de algodón, habiendo solicitado 250 vecinos la concesión de tierras en el Hato de Bermejal porque no tenían medios para subsistir. Por cierto que ese proceso de Juan González corrobora mis afirmaciones acerca de los indios de Huniacao y Daguao, no existiendo caciques con tales nombres en Puerto-Rico. En las irrupciones de los isleños apostados en las islas vecinas, dos partidas acamparon en los sitios así denominados, y allí construyeron rancherías, manteniendo riñas encarnizadas con los españoles en las que González tomó parte. Y gracias á él no perdió la vida en Puerto-Rico D. Diego Colón el hijo del Descubridor, cuando vino en 1514 á visitar la Isla. La insurrección se mantenía 1


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latente entre los indios, y D. Diego decretó el destierro» á Santo Domingo de dieciseis cabecillas apresados. Irritados los demás, se confabularon en un caney para sorprender al Almirante y su comitiva,, al trasladarse por la sierra desde San Germán á Caparra. González, que conocía el dialecto isleño, descubrió el plan homicida, y condujo por el llano á D. Diego, hasta ponerle en salvo. Otro de los puntos puestos en tela de juicio fué el nombre y asiento de la primera población fundada pollos conquistadores, y acabáis de oír lo que afirma el proceso de Juan González, reconocedor del puerto en cuyas cercanías se estableció el poblado. Ahora podéis ver un plano levantado por el Licenciado Rodrigo de Figueroa, y que he calcado sobre el original que se conserva en el Archivo, unido al informe del mismo personaje, juez especial nombrado para decidir el pleito sobre traslación de ese primer pueblo. Examinad esa traza,—como la llama su autor,—observad esta isleta en donde se lee: aguí ha de ser la cibdad; mirad ahora estos dos embarcaderos que se denominan puerto-viejo y puerto-nuevo; fijaos en donde desemboca un río llamado Bayamón; leed por último en este semicírculo: aquí es la cibdad, y decidme luego si es posible precisar más claramente el emplazamiento que aún tenía Caparra el 12 de Setiembre de 1519, y si cabe rechazar documentos de tal fecha y de tal autenticidad para dar oiclo á las que ahora, en las postrimerías del siglo xix, quieren rehacer nuestra historia sobre una base de suposiciones y conjeturas. Me consta que desde esta isla se han enderezado á Madrid apremiantes gestiones en solicitud de un documento que contuviese la palabra Guaydia. Yo también he buscado con ahinco esa palabra, y si la hubiese encontrado, lo mismo que una indicación cualquiera sobre el desembarco de Colón en Mayagüez, me complacería en exponerlas en este acto, rectificando mis


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afirmaciones anteriores sin violencia alguna, porque yo no he consagrado mi tiempo á estos estudios para sostener, temerariamente, prejuicios erróneos por mera vanidad. Al iniciar mis conferencias en este Centro hace siete años, expuse bien claramente que del cotejo de los documentos de la Biblioteca de Tapia con los textos históricos admitidos como un Evanjelio en el país, resultaban contradicciones, inadvertencias y confusiones que convenía esclarecer. A ese esclarecimiento consagré voluntad, tiempo y pecuniarios recursos, pues hube de solicitar para mis estudios libros que en el país no existían. Si la documentación que durante un año he compulsado en el Archivo general de Indias, fuente histórica irrecusable, desmintiera ó contradijera alguna de las conclusiones que he mantenido hasta hoy, mi empeño de esclarecer la verdad y la rectitud de conciencia en (pie he procurado inspirarme, me impulsarían, con honra para mi nombre, á rectificar mis. asertos. Pero no he encontrado en los millares de documentos que compulsé, ni conoce el competentísimo personal del Archivo, dato alguno (pie contradiga el fondeo de la expedición colombina en el sitio que se apellidó/wcWo del aguada, ni existe carta, cédula ó papel de alguna especie en que se lea, una vez siquiera, la palabra guaydia, que, sólo por error de transcripción, aparece en la Biblioteca de Tapia, impresa en esta Isla en 1854. Y paso á suplicaros examinéis esta carta autógrafa del Conquistador de Puerto-Rico que fotográficamente hice reproducir. Fué dirigida á S. M. el 10 de Febrero de 1521, participando que dentro de cinco ó seis días parte para la Florida, á poblar las tierras que desde 1512 había descubierto. La partida tuvo efecto el el día 21, desde el puerto del aguada, obteniendo el caudillo resultados desastrosos, pues herido por los floridanos hubo ele retirarse á Cuba donde falleció. Como hasta entrado el año 1521 no se trasladó la ciudad de


- 14 — Pnerto-Rico desde Caparra á la isleta, y Ponce de León se ausentó del país en Febrero, resulta confirmada por este autógrafo otra de mis aserciones. El conquistador, opuesto siempre á la traslación de la ciudad, no vivió, no pudo vivir en esta capital, instalada después de su definitiva marcha. Igual resultado confirmatorio he de exponer sobre la fundación de San Germán que tenía yo por emplazado cerca del río que apellidaron Guadianilla los conquistadores. Y son varios los documentos que dan por cierta la fundación en 1512, en un puerto que se halla al Este de la bahía de Guúnioa. Y como al Este de Guánica el puerto más inmediato que se halla es el que se llama hoy de Guayanilla, bastaría éste solo dato para justificar mi aserto, si no existieran otros muchos para corroborarlo. No ha de extrañarse que tan en olvido haya quedado hasta hoy la importancia histórica de aquel territorio que riega el Guadianilla, pue3 la despoblación en que se halló la isla después del descubrimiento del Perú, la destrucción de San Germán por tres veces y el incendio de los archivos de la capital por los holandeses, hicieron perder toda noción sobre hechos cuya notoriedad es incontestable. En 1694 el gobernador D. Gaspar de Arredondo, al dar aplicación á la limosna de vino y aceite que, por seis años, concediera S. M. á los Padres dominicos, reclamó del Prior de la Orden las licencias de erección del convento de Santo Tomás de A quino en la ciudad y de Santo Domingo de Porta-cceli en San Germán. Cío fué posible llenar la exigencia sobre el último; sólo pudo recordarse que contaba unos ochenta años de fundación, y como el San Germán que entonces existía no databa de tan larga fecha, sobrevino la consiguiente confusión y la negativa de la limosna. Y la licencia existía; en el Archivo de Indias se encuentra, en el Registro de oficios del siglo xvi. Fué


— 15 — expedida por Real Cédula á 8 de Setiembre de 1532, y eu ella se conceden 200 ducados de las Arcas Reales para auxiliar la fundación en San Germán de nn convento de frailes dominicos que habían solicitado erigir allí los religiosos de la ciudad. Y ese convento llamado de Porta-coeli, fundado, según informe de la Fiscalía del Consejo de Indias, cuando la villa de San Germán estaba en Guadianilla, y destruido allí por los franceses en 1554, conservó el nombre de Convento de Porta-codide Guadianilla al restablecerse en la villa de Nueva-Salamanca en 1606, á petición de los vecinos. Es el convento de San Germán que la actual generación ha podido conocer. Que el San Germán actual se fundó en 1570 mantuve yo, adivinándolo casi, pues D. Francisco de Solís á quien se atribuía la fundación, no figuraba en las listas de gobernadores, y efectivamente voy á leeros una Real Provisión que á todos nos sacará de dudas: Privilegios de la Villa de San Germán: — Pro tocólo de 145 folios:—"Don Felipe por la gracia de Dios "Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sici" lias, de Jerusalen, de Portugal, de Navarra, de Granada, ^ de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Se" villa, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, " de las islas de Canarias, de las Indias orientales y occid e n t a l e s islas y tierra firme del mar océano, Archidu"que de Austria, Duque de Borgoña, Brabante y Milán, " Conde de Apsburgo, Flandes, Tirol y Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, á vos el Concejo y vecin o s de la Villa de Santa María del pueblo de Gua" dianilla, salud y gracia. "Sepades que Simón de Olivar en vuestro nombre " nos hizo relación por una petición que en la nuestra " Corte y Cnancillería Real que reside en la ciudad de " Santo Domingo de la isla Española ante el nuestro Pres i d e n t e y Oidores presentó, diciendo que por los mu11


'clios robos y coníinuas invasiones de franceses lutera'nos é indios caribes que habíades padecido y cada día 'padecéis, destruyéndooslas haciendas, forzándoos las 'mujeres, aviades dado todos juntos roto y parecer, ' para evitar las dichas molestias, sería muy útil y pro'vechoso que ese dicho pueblo de Guadianilla se mu'dase la tierra adentro por su seguridad como todo pa' recia por los votos y autos que sobre esto habían pa' sacio y que ante nos hacía presentación, y porque para ' lo hacer y poner en ejecución teníades necesidad de 'nuestro decreto y aprobación nos pidió y suplicó proveyésemos lo susodicho y mandásemos dar nuestra 'Carta de Provisión por la cual os diéramos licencia 'para mudar y pasar el dicho pueblo á la tierra aden'tro adonde vos pareciera que estuviéredes seguros de 'los dichos inconvenientes ó como la nuestra merced 'fuese, lo que visto por los nuestros Presidente y Oido' res, juntamente con los dichos autos y votos y cierta 'información que por nuestro mandado se dio, que de' bíamos mandar dar esta nuestra carta para vos en la 'dicha razón, y nos invítaoslo por bien: por la cual o s " mandamos licencia y facultad y consentimos y habe'' mos por bien que quitéis y mudéis el dicho pueblo de "la parte y lugar adonde ahora está y lo fundéis y pon"gais en la parte y lugar que quisiéredes la tierra aden"tro, no siendo lugar marítimo, lo cual hagáis con acuer"do y parecer de nuestro gobernador de esaisla, dejand o lugar común y conveniente para hacer la iglesia, "casa de cabildo y carnicería, y lo cual pudiereis hacer " y cumplir sin para ello incurrir en pena alguna. Y "non fagades ende al, so pena ele la nuestra merced y de "mil pesos de oro para la nuestra cámara. Dada en la "ciudad de Santo Domingo en 12 del mes de mayo de "1570.—Yo Diego de Medina secretario de cámara lo "fize escribir con acuerdo de su Presidente y Oidores. "—El Licenciado Grazeda.—El Doctor Cáceres.—El '''Licenciado Santiago de Vera.—Registrada.—Simón


— 17 — "de Olivar.—Por el Canciller.—Licenciado Serrano. " La cual dicha Provisión fué presentada ante vos ""y la obedecisteis y en cuanto al cumplimiento de ella " buscasteis sitio y lugar para asentar el dicho pueblo "" que fué en las lomas q ue dicen de Sania María, y de '" ello enviasteis la relación á nuestro gobernador de esa ""dicha isla, el cual la aprobó y mandó que así se hicie­ " ra, con que el dicho pueblo nuevo se llamase la Nue^ va Villa de Salamanca como mas largamente consta " y parece por los autos y testimonios que ante nos se ""presentaron, etc. ' Decidme si después de leido ese documento podrá negarse que la antigua villa de S an Germán existió en Guadiauilla ni que el nuevo S an Germán que conoce­ anos se fundó en 1570, esto es, durante el período de Gobierno de D. Francisco de. Solís, nombrado por S u Majestad en 31 de Diciembre de 1568 y prorogádole el ténuino de cuatro años por dos más, en 11 de Junio •de 1573. Así se explica el hallazgo en nuestros días de mo­ nedas, espadas, candiles, espuelas é instrumentos de fundición, en terrenos pertenecientes al término muni­ cipal de Guadianilla. Todos esos objetos proceden de la villa de S an Germán instalada junto al río Guadianilla ó Guadiana pequeño en 1512; incendiada en Agosto de 1527 por los primeros corsarios franceses que asaltaron á Puerto­Rico; reconstruida en el mismo sitio y vuelta á destruir por los franceses en 1538; reedificada á media legtia del puerto, colocándose la iglesia bajo el patrocinio de la S antísima Virgen, de donde provino el nombre de Santa María de Guadia•nilla que simultáneamente con el de Villa de S an Ger­ mán se le aplicó. Incendiada y saqueada tercera vez la población por los corsarios de Dieppe, en 1554; arra­ sado el ingenio del azúcar que instalara allí el tesoro, Andrés de Наго, y en sobresalto perpetuo los vecinos, huyeron unos de la isla é internáronse otros por los з r

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montes y allí permanecieron hasta 1570 en que se fundó la Villa de Salamanca ó San Germán el nuevo, advirtiéndose por mandato regio á 27 de Enero- dé 1673, que ningún Gobernador se entrometa á mudar el pueblo del sitio indicado, en que ha permanecido invariablemente. Y á propósito de esta instalación de San Germán el Nuevo y para que se conozcan las menguadas condiciones urbanas de la villa á los ochenta años de fundada, voy á dar lectura á una comunicación suplicatoria dirigida á S. M. en 1551, por el Maestre de Campo D. Diego de Aguilera y Gamboa, Gobernador de la isla. Este documento determina la instalación del convento franciscano de la Capital en 1645, rectificando la aserción del canónigo Torres Vargas que data en 1642 dicha fundación. Dise así el documento: " Señor.—El Maestre de Campo D. Diego de Aguí" lera y Gamboa que al presente se halla sirviendo á " V. Mg. en los cargos de gobernador y Capitán general "de esta ciudad é isla de San Juan de Puerto-Rico dice: " que habrá unos cinco años que se empezó en esta ciudad " con licencia de V. Mg. la fundación del convento del "señor San Francisco y que cuando vino á este gobier"no por el año pasado de. seiscientos cincuenta le halló " que su iglesia era un bugío cubierto de paja capaz de "hasta treinta personas y la habitación de sus relig i o s o s en la misma conformidad y así movido del ser" vicio de Dios nuestro señor el del glorioso santo y "del que hacía á V. Mg. en levantar ese santo templo y "casa, se puso á ello, empezando la obra desde sus pri" meros cimientos y poniendo por sus manos la primera " piedra en nombre de V. Mg. y al presente se halla hoy " en menos de dos años qne ha que llegó á este Gobierno " hecha la iglesia casi acabada y empezada la casa del " convento que será, después de acabado, fabrica Real " y la mejor que se halle en todas las Indias, hecho todo


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este gasto con limosna é inteligencias sin que de " parte de V. Mg. se haya dado ninguna y así para que ""Iglesia taa grandiosa y que su primera piedra se puso en nombre de V. Mg. el día que se coloquen en '"en ella al Santísimo Sacramento y el glorioso santo san ""Francisco se pueda celebrar la misa con la autoridad y "" decencia que es razón; suplico á V. M. conceda, hu'mildad postrada á sus pies, mandar á la persona á ' cuyo cargo están los ornamentes de la capilla Real que de lo desechado y que ya no sirve en ella me en"víe algunos ternos ó casullas, frontales, un cáliz y " una patena para que se diga la primera misa, pues " aseguro á V. Mg. que es tanta la pobreza de esta santa " casa, que bien se deja conocer que en tantos años no " ha salido de entre pajas, que no se puede decir una " misa cantada con diácono y subdiácono por falta de " ornamentos y imposibilitado de tenelles por haber de " enviar por ellos á España y no tener con que aunque " sus costos fueren muy moderados, de mas de que son "muy caros. Y así suplico á V. Mg. que con su acost u m b r a d a clemencia mande se haga esta limosna á esta " santa casa y que se remita á la Real de la contrata" ción de Sevilla para que en la primera ocasión de pa" saje á este puerto nos la ¡traigan. "Y asimismo Real Cédula de V. Mg. para que la " Villa de San Germán que es una de las de esta isla, " y toda ella consiste en poco mas de treinta casas de "paja, una campana que tienen colgada de un palo " para cuando tengan iglesia, que la que tienen agora " no es capaz de campana, me la den, pagándosela por " lo que pareciere justo y haciéndoles traer otra de su " tamaño, que se la he pedido para ponerla en el con" vento del señor San Francisco. Que tengo noticia " que es muy linda y de muy clara voz y es lástima que " la tengan en un despoblado en tierra colgada de un " palo, sin esperanza de iglesia ni donde ponella y arries"gada por estar en tierra á que se rompa. Y tan Real 70

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edificio corno el qtíe está hecho y se está haciendo del "señor S an Francisco pide de justicia la campana y y o " á la c­lemencia de V. Mg. la limosna." S eñor; Lo mesmo suplicamos á V. Mg­. los Reli­ g i o s o s del convento del señor S an Francisco de esta "isla, que el Maestre de campo D. Diego de Aguilera " y Gamboa..—Frcti Benito Arriza de Sobremon- ­Guar­ "dian.—Fraí Miguel Ramírez de A rellano.—Fraí " Blas Calderón.—Früi Bernardino Rodríguez.—Fraí "Diego García.—Fraí Antonio del Rosario.—Fraí " Miguel de Guzmán.—Diego de Aguilera." Por el texto oficial que antecede queda gráficamen­ te descrita la situación de S an Germán el nuevo á me­ diados del siglo xvii. Treinta casas de paja ocupa­ ban el perímetro urbano, y todavía no tenían los veci­ nos iglesia parroquial, por más que no les faltase tem­ plo para ejercitar su devoción, pues ya he dicho que desde 1606, fué restablecido el convento de Porta­созН en el nuevo poblado. Y ya que de S an Germán me ocupo, no pasaré por alto las sospechas que apoyándose en un error de Oviedo, abrigan algunos sobre el asiento de esa villa en las playas de Añasco. Esas sospechas son tan infun­ dadas como las afirmaciones sobre el desembarco de Colón en Mayagüez, y unas y otra tienen por base igual ligereza de apreciación de un punto geográfico por causas accidentales ó dudosa referencia. En S an Germán se instaló una'grangería ó ingenio de azúcar, con fondos de la Corona, en 1515, y ese in­ genio aparece administrándolo en Guadianilla el Teso­ rero Blas de Villasante en 1527. E n Julio de 1514 se hacían fundiciones de oro en S an Germán, y por Real Cédula á 3 de Octubre de 1530, se adquiere el conoci­ miento de que esas fundiciones se practicaban en la po­ blación que tres años antes habían destruido los fran­ ceses, esto es, en Guadianilla. Y aún aduciré otro dato más concluyente. Redu­ n


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cicla á cenizas en 1527 la citada población, dispúsose por regio mandato que el poblado nuevo se instalase en el puerto de la aguada. Como no era posible que los vecinos trasladasen fincas y grangerías agrícolas de la costa Sur á las playas del Oeste, no podía convenirles la traslación ordenada y el mandato no fué obedecido; impusiéronse penas para vencer la resistencia, pero todo fué inútil: en Guadianilla se levantó tercera vez la población. Siento no dejar complacidos á los que han creído encontrar á San Germán en las playas de Añasco, pero ya se ha podido ver que los pueblos en Puerto-Rico no iban y venían caprichosamente. Se fundaban y se mudaban mediante largo expediente informativo, civil y eclesiástico, y el único que existe, formado para segregar de San Germán y de San Francisco de la Aguada los barrios de Calvadle, Piñales y Añasco, á fin de constituir con ellos un pueblo en el sitio llamado Añascoarriba, donde habían erigido los vecinos una ermita á San Antonio Abad, dista mucho de remontarse á la primera época de la colonización. En Añasco no hubo grupo de vecinos bastante para constituir un pueblo, hasta 1726, y tan pobres eran al solicitarlo, que el compromiso de pagar al capellán los 250 pesos anuales del beneficio, lo establecieron ofreciendo cincuenta pesos en frutos de la tierra y lo restante en moneda de vellón. Hasta 20 de noviembre de 1728 no recayó la Real Provisión, nombrándose á D. José de Santiago teniente á guerra, por dos vidas, del nuevo pueblo, bajo el compromiso de entregar!/) Tieclio en el término de dos años. Ya veis como en el Archivo de Indias hay documentos para desvanecer todos los errores. Todos, hasta el que se ha cometido al sostener que los indios fueron exterminados desde los primeros años de la conquista. Ved si no este estado que firma el Gobernador


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Don José Dufresne, y se dirige en 3 de Marzo de 1778 al Ministro de S. M. D. José de Galvez. El estado, que comprende el número de habitantes de la isla de Puerto-Rico con distinción de clases, estados y castas, responde á la Real Orden de 10 de Noviembre de 1776 que estableció los Censos anuales de población con las clasificaciones consiguientes. Es el primer resumen de esa clase formado en nuestra isla, y por él se viene en conocimiento de que en 31 de Diciembre de 1777 existían aún en la comarca 1756 indios de raza pura, 889 varones y 867 mujeres, sin contar los mestizos que figuraban en la clasificación de blancos, ni los zambos ó cruzados con africanos que se comprendían entre los pardos libres. Observad como se descompone la totalidad de ese censo: Población blanca 31.951 Indios 1.756 Pardos libres _ 24.164 Morenos' libres 4.747 Mulatos esclavos 3.343 Negros esclavos 4.249 Total

70.210 habitantes.

Esa era la población de Puerto-Rico á los doscientos sesenta y ocho años de conquistada. Diez años después el cómputo asciende de este modo: Blancos 46.756 Indios 2.302 Pardos libres 34.867 Morenos libres 7.866 Mulatos esclavos 4.657 Negros esclavos 6.603 Total

103.051 habttantes.


— 23 — De 1777 á 1787 la población había aumentado más de 3,000 almas por año, ó igual aumento se mantiene en el cómputo general de la década siguiente. El censo de 1797 ofrece estas cifras: Blancos 57.064 Indios 2.312 Negros 24.495 Mulatos y pardos 54.887 Total

138.758 habitantes.

Aún podemos adelantar media decena más, para encontrar en 1802 el censo siguiente, autorizado por la firma de D. llamón de Castro. Blancos 71.723 Indios 2.300 Pardos libres 50.164 Morenos libres 14.414 Mulatos esclavos 11.258 Negros esclavos 13.333 Total

163.192 habitantes.

Las clasificaciones de castas se mantienen dentro de los conceptos establecidos desde 1777 y creo que excusan aclaraciones. Sin embargo, he de recordar que cuando yo mantuve por primera vez en este sitio mis opiniones contrarias á la creencia en una exterminación absoluta de los indios, algún cronista, haciéndome mucho favor, escribió, no recuerdo en qué periódico, que yo tenía mucha imaginación y mis afirmaciones se oían con gusto por mi manera especial de leer. Supongo que estos Estados en que aparecen las firmas de los Capitanes Generales no los tomareis como ficciones imaginativas, y no creo que los guarismos que encierran puedan ser leídos de modo que no digan lo que dicen, á saber: que en el segundo año de nuestro


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siglo, aún se contaban en Puerto-Rico por millares los indios que se daban en nuestros textos históricos por exterminados desde 1530. Alguien preguntará: ¿Y qué se hicieron esos indios que aún existían en 1802? Y á esto responderá el censo de almas de 1808, con la enumeración siguiente: Blancos... Pardos libres Negros libres Mulatos esclavos Negros esclavos Total

82.832 57.202 18.677 9.690 14.810 183.211. habitantes.

Como veis, la población india ha desaparecido en ese censo, pero no ha de atribuirse la-omisión á ausencia del país de tales gentes. Los indios se dividían en tres clases sociales que se comprendían en los nombres taino, boiti y nahoiú. La primera clase, los taynos—como escribieron esa palabra los cronistas, al designar á los indios nobles—la formaban los guerreros, entre los cuales se elegían los caudillos que presidían las tribus, llamados caciques por los españoles, según el Padre Simón, aplicándoles un nombre corrompido del árabe. La segunda clase —boidos, como los denomina Pedro Mártir, ó bulátis, como les dijeron otros—componía lo que puede llamarse la casta sacerdotal: agoreros y médicos á la vez, la consideración que alcanzaban dependía del éxito de sus embaucadoras prácticas. La tercera clase ó los naborias, que es como les denominan los primitivos historiadores, formaban la plebe, de la cual podrían elevarse algunos individuos á las otras clases, pero que, indudablemente comprendía la casta servil, como lo prueban las Reales Cédulas disponiendo, después del alzamiento de 1511, que no se descuidase el asignar á


— 25 — cada uno de los caciques sometidos suficiente número de naborías para su servicio. Expatriada de la isla una tercera parte de la población insular, para emprender, con el auxilio de los isleños vecinos, aquella serie de ataques, sorpresas y fechorías que por más de un siglo perturbaron á los colonos de Puerto-Rico, hay que suponer á los expatriados procedentes de la casta guerrera en su mayoría, figurando así como componentes principales de los 5 . 5 0 0 que aparecen repartidos entre los colonos, los naborías, más dispuestos al servicio, amén de las mujeres que de unas y otras clases se asimilaron más presto las costumbres civilizadoras por afecto á los españoles, y de los caribes sometidos á cautiverio por la ley de la guerra. Diezmada esa población sometida, por los efectos del trabajo, la variación de costunrbres y las enfermedades, que lo mismo se cebaron en los conquistados que en los conquistadores, al suspenderse los repartimientos en 1 5 2 0 y al decretarse por Carlos V en 1 5 4 2 la absoluta libertad de los cautivos, el residuo de esa población india que aún se hallaba exenta de fusión con las otras dos razas, blanca y etiópica, se ausentó de las fincas agrícolas y poblaciones, ya por el deseo de experimentar sí era cierta su libertad, ya cediendo á instin tos de raza; internándose algunos en lo más fragoso de la sierra y otros situándose en la Mona. La esterilidad de esa islilla trajo á los que allí residían á vivir de nuevo á Puerto-Rico, asignándoseles tierras por Añasco. A medida que la colonización desarrollaba su fuerza civilizadora, el contacto social ofrecía mayores impulsos á la fusión de esa raza con las otras, resistiéndose á ello los grupos que vivían en la ludiera, sitio recóndito de las montañas que formaron parte del distrito antiguo de San Germán y muy distante de los centros de población. Eira allí en la Indiera donde se mantenían esos millares de indios de raza pura que aparecen en los es4


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tados expuestos, y que al cabo, por evolución natnraL hubieran concluido por desaparecer, dado el incremento de los demás pobladores; pero el gobernador D. Toribio Montes no creyó conveniente aguardar los efectos de esa evolución, y en el censo de habitantes de 1808 suprimió arbitrariamente la clasificación de indios, colocando á los existentes en la categoríade pardos libres que comprendían las razas mixtas. Hago aquí alto en el ojeo documental porque temo cansar demasiado vuestra atención, y deseo exponeros algo acerca de otro género de estudio tan necesario como el de la documentación del Archivo para el conocimiento de los factores de nuestra colonización insular. Sabía yo que á raiz del descubrimiento -se instaló en Sevilla una casa de contratación que tuvo el privilegio mercantil de las Indias hasta el reinado de Fernando VI en que se autorizó á una sociedad catalana titulada Real Compañía barcelonesa para comerciar directamente con Puerto-Rico, Santo Domingo y otros puntos de América. El primer buque de dicha Compañía que llegó á esta isla fué, La Perla Catalana, cuyo registro se data el 8 de Septiembre de 1757, de modo que por espacio de 248 años nuestras relaciones comerciales con la Metrópoli se limitaron á Sevilla y Cádiz: y como la contratación mercantil es un factor influyente en toda organización colonial, necesariamente hubo de preponderar la idiosincracia de aquella comarca andaluza en la constitución de la nuestra. E n Sevilla y Cédiz se organizaban aquellas amiadas que protegían á los navios de registro, conductores de víveres, telas, artefactos y objetos de lujo ó de extrema necesidad para las vastas posesiones de Indias. De Sevilla salían las imágenes, campanas y ornamentos para.nuestras iglesias y monasterios; los cañones, arcabuces, petos, cascos y espadas para la defensa territorial; los muebles para las clases acomodadas y los enseres, simientes y animales para el fomento agrícola. Allí


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leu la comarca sevillana se reclutaban los soldados que guarnecían nuestro presidie; los labradores que roturaron nuestros campos vírgenes en las vegas que fecunda el •Guadalquivir se solicitaban; funcionarios civiles y eclesiásticos de allí procedían en gran número; familias enteras de aquellas legiones acudían á la nuestra, adaptándose con facilidad á un clima que semejaba un perpetuo verano algo más benigno que el nativo; hasta los primeros individuos de esa raza africana traida como fuerza auxiliar al mundo colombino, por mandato regio debían proceder de esa Sevilla, donde poblaban un barrio especial y donde algunos de sus miembros alcanzaron distinciones honrosas de nuestros Reyes. Necesario fué que tal emigración y las relaciones consiguientes, importaran en nuestro pais costumbres, temperamentos, creencias, virtudes y vicios como elementos constitutivos de nuestro modo de ser social; pero no pude imaginarme que, á despecho de la evolutiva acción de los tiempos, la paridad entre los caracteres étnicos de ambas regiones resultase tan saliente. Porque no hemos de olvidar que la Cédula de gracias expedida por Fernando Séptimo en 1815, al ensanchar la contratación mercantil, abriendo nuestros puertos á la navegación extranjera, trajo á nuestra isla las influencias de una raza que no era la nuestra, el contacto con una sociedad que no tenía nuestras costumbres, nuestro idioma, nuestras creencias ni nuestro derecho. Y obrando esas influencias con nueva fuerza sobre las primitivas, que se descuidó en sostener, lógico era esperar si no la anulación de la idiosincracia castiza, por lo menos una modificación de sus accidentes. Y sin embargo, á poco que residáis en Sevilla, por poco que á la observación hayáis aplicado vuestro espíritu, tales afinidades habréis de encontrar entre el pueblo sevillano y el nuestro, que con poco esfuerzo podríais admitir la prolongación del terreno insular allende el atlántico.


— 28 — La hospitalidad característica en los naturales de esta región; esa cortesía tan especial de nuestras gentes; sus sentimientos humanitarios; el desprendimiento llevado hasta la imprevisión entre nosotros; la original devoción que mezcla lo mundano y rumboso en solemnidades festivas de una religión que tiene por base la austeridad y la pobreza; la gala y donaire en el vestir; lá afición al baile, complemento obligado de ferias patronales y romerías; la superstición bastardeando, en prácticas domésticas, la pureza del dogma; los modismos de lenguaje corrompiendo la gallardía del habla castellana; la llaneza en el trato que fecunda las relaciones; todos los rasgos, en fin, que dan carácter á nuestra población genuina, allí los observareis en aquellas calles de Sevilla, donde la acémila del hortelano os ofrecerá en sus liamugas un trasunto de las banastas ó aguaderas de nuestras bestias de carga, y en cuyos campos comarcanos os topareis á menudo con un gmete que lleva en ancas de su cabalgadura á una mujer, como las llevan y traen los habitantes de nuestros campos. ¿Os quejáis de la afición á las riñas de gallos que acrecientan el ocio en nuestros distritos rurales? Pues allá tenéis la gallera, cuyas riñas se describen en los periódicos, junto á las revistas de las corridas de toros. ¿Os burláis del padrejón, esa dolencia de que tanto se quejan nuestros jíbaros*. Pues allá oís del mismo modo denominada esa enfermedad, curada con los mismos sobos y enjuagues que aqui usan los curanderos: ¿Encontráis grotesca la rusticidad del üph con que acompaña el labriego sus amorosos cantares? Pues en la serranía andaluza no os será difícil hallar un guitarrillo idéntico acompañando coplas que nuestros oidos se acostumbraron á escuchar en horas inolvidables. Entráis en un templo, y aquellos áureos arcángeles y aquellas vírgenes de cumplidos mantos os parecen gemelos de los ángeles y vírgenes que nuestras madres nos enseñaron á reverenciar en la niñez, y en los reta-


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blos churriguerescos observáis los mismos enrevesados floripondios que, en lucha con el prosaico enjalbergado del blanco de piorno moderno, aún se destacan en nuestras antiguas iglesias. Concurrís á una feria de ganados, y la malicia truhanesca del chalán, al encarecer las cualidades del borrico que encubre sus alifafes con lujosos aranbeles, os recuerda la socarronería astuta del jíbaro que propone cambiar, pelo á pelo, la yegua infecunda ó el jamelgo de escondidos defectos, por el potro que apenas conoce el freno pero que promete largo servicio por su robusta complexión. Asistís á una fiesta de familia, y al oir en el piano unas sevillanas jacarandosas acentuadas por los palillos ó castañuelas que resuenan con alegre repiqueteo, os viene á la memoria el ritmo y la cadencia de nuestro sandunguero seis, cuyos compases acentúa el güiro bullicioso. Frecuentáis los círculos sociales, y el desconocido de la víspera será mañana amigo consecuente que pondrá á vuestra disposición todo cuanto posea y os atraerá á sus regocijos íntimos con afecto de hermano y os confortará en vuestros inórales decaimientos y sedespedirá de vosotros con pena, haciendo votos por que nueva visita reverdezca sus afectos. ¿Queréis todavía mayor similitud? Pues la hallaréis absoluta entre esa pasividad típica de nuestro pueblo en las vicisitudes, de que se consuela con una nueva danza ó algunas irónicas cuchufletas, y la complexión peculiar del pueblo andaluz, que opone á los contratiempos más violentos una frase ingeniosa, una burla de sin igual gracejo, escondiéndose, allí como aquí, tras ese aparente estoicismo, una impresionabilidad vehementísima, pronta siempre á responder dignamente á los grandes empeños de la patria y de la humanidad. Medid bien el efecto de tal similitud, bajo un cielo que se engalana con todas las diafanidades y refulgen-


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cías de los trópicos, y cuyos tonos enciende un sol tan ardoroso como el que acendra la miel de nuestros extensos cañaverales, y que, con el susurro de las palmeras y la embriaguez odorífera de los floridos naranjos, produce en¡,l imaginación un espejismo de nuestros cafetales ubérrimos y de nuestros palmares enervantes; medid ,bien esto, y comprendereis como pude vivir sin íjosfcajgias en esa peregrinación que me mantuvo por más de un año ausente del idolatrado terruño. Pero considerad luego esa fisonomía moral ele nuestro pueblo, reproducida allí en la Calle de los mármoles, junto á las ruinas de un templo de Hércules que recuerda la civilización romana; figuráosla cabe la fuente del Patio de los Naranjos, residuo de los tiempos en que nació el Fuero-Juzgo; vedla surgir ü pie de la Giralda, huella de la invasión agarena, ó dentro de aquella catedral, filigrana de piedra que guarda los sepulcros de Fernando el Santo, héroe de la reconquista y de Alfonso el Sabio instaurador del Derecho; imagi.náos,.ese viviente retrato nuestro vagando por los salones de aquel maraviFoso alcázar que perpetúa las glorias de Isabel la Católica y de Carlos Quinto, ó por aquella Lonja que mantiene los recuerdos de Felipe Segundo y Carlos Tercero, ó por aquellas calles y plazas que timbran los nombres del Marqués de Cádiz, Fiay Bartolomó de las Casas, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Manara, Diego Velazquez de Silva, Bartolomé Esteban Murillo, Herrera el Divino, Martínez Montañéz, Mateo Alemán, Ortíz de Zúñiga, Lope de Rueda, Solís, Jáuregui, Gutierre de Cetina, Luis Daoiz, Juan de TJlloa, Gustavo Becquer y centenares de apellidos afamados en las ciencias, la milicia, las letras y las artes; suponeos todo esto, repito: apreciad ese hallazgo; considerad su trascendencia, y decidme si no debí bendecir emocionado aquella tierra en que de tal modo se dibujaba la que me vio nacer, y si era posible no simpatizar con un pueblo que de tal modo nutrió con todo su ser a


— 31 — mi propia vida, y si cabe esperar que no me sienta, hoy más que nunca, satisfecho de un abolengo nacional que á tales orígenes se remonta y tantas civilizaciones resume y empeños tan colosales ha cumplido en provecho de la humanidad. Así se agitaron mis sensaciones á orillas de aquel caudaloso Guadalquivir en cuyo cauce se juntaron las naves que debían descubrir á Puerto-Rico, avivándose con esos sentimientos el. ansia de legar á mi país su historia verídica, informada por documentos fehacientes, expuestos sin prejuicios ni comentos apasionados, enseñando á nuestro pueblo á valorar por sí mismo la alteza de su origen, á enaltecer la gradación laboriosa de su desenvolvimiento, renovándole el recuerdo de su inmutable tradición de lealtad á la bandera bajo cuyos pliegues ha realizado el progreso culto de que hoy nos envanecemos. Progreso bien caracterizado por una población que. en poco más de un siglo, se ha elevado de 70.000 habitantes en su mitad esclavos, á 900.000 ciudadanos libres, y por una producción agrícola que, con dificultad, proporcionaba en 21 de Ma}'o de 1787 á la Real Factoría, un cargamento de 23.217 pesos, conducido á Anisterdam en la fragata de S. M. El Marques de la Sonora, y que hoy esparce dieciseis millones de pesos por todos los ámbitos del globo. Ese progreso resume nuestra vida colonial, y á elevarlo indefinidamente debe aplicarse el esfuerzo de todos, administradores y administrados, uniendo los intereses de la región y de su Metrópoli en un solo prestigio, por la fraternidad social que dio base á nuestra cultura y debe trazarnos norma invariable para el porvenir. H E TERMINADO.





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