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SESIÓN DE
¿
LA
TERTULIA RADICAL DE
SESIÓN'
DEL
MADRID.
16
DE
ENERO
DE
1873.
MADRID 1873
IMPRENTA Á CARGO DE D. TEODORO LÜCUIX, Isabel la f.atnlioa. núra. 2",
La sesión verificada la noche del 1G de Enero en la Tertulia radical, tuvo una importancia que es imposible desconocer. Un periódico radical. La Nueva España, cuidó al dia siguiente de hacer una estensa reseña, que creemos oportuno reproducir, insertando íntegros algunos discursos tan notables como los de los Sros. Rodríguez (1). Gabriel) y Labra. Febrero ele
LA TERTULIA RADICAL.
Cada vez nos admira mas el espíritu eminentemente democrático que constantemente reina en este centro político. Todas las grandes y generosas ideas reciben en él tal acogida, que no parece sino que allí han nacido, que allí tienen su origen, que allí han recibido su carta de naturaleza, según lo pronto que de ellas se apodera y la manera que con ellas se identifica. Hay alguna cuestión de doctrina que no se haya debatido en la Tertulia; pero se plantea un dia. No importa que sus leaders no la hayan tratado, pagando tributo á las conveniencias políticas del momento, ó satisfaciendo necesidades del partido; no debe temerse que la cuestión, por radical que ella sea, sobrecoja á nadie; la idea existe en aquellos espíritus francos, nobles y abiertos á todo sentimiento espansivo, á toda idea de libertad, é inme. diatamente se manifiesta, como si un largo período de propaganda les hubiese preparado á recibirla. Asi ha sucedido con las cuestiones de Ultramar. El partido radical, por circunstancias que no son para tratadas ligeramente, no habia escrito estas cuestiones en su bandera; razones de prudencia habían evitado que en sus círculos políticos se tratasen: y sin embargo, llega el momento en que el partido radical, libre de los obstáculos que le oponían los partidos doctrinarios que con él gobernaban, aborda estas cuestiones; llega el momento de las grandes justicias y de las grandes resolucio-
6 líes, y los hombres que dirigen desde la esfera del Gobierno la política del partido, encuentran en éste un apoyo tan incondicional, tan absoluto, que, si fuera posible que les asaltara un instante de vacilación, (Je duda ó de temor—que no lo creemos—el partido mismo les empujarla con irresistible tuerza por el camino que ellos le han marcado. Las cuestiones de Ultramar no se han discutido en la Tertulia progresista^democrática hasta estos últimos dias. Por primera vez anoche, han asistido á sus sesiones las comisiones de la diputación de Puerto-Rico y de la Sociedad Abolicionista, y como puede verse en el estracto, los oradores que han hecho uso de la palabra en favor de una política radical en Ultramar, han sido saludados con grandes aplausos, y la Tertulia ha recibido con cariñosas muestras de consideración á las comisiones que han ido á saludarla; se ha identificado por completo con sus opiniones, y ha mostrado una vez mas que, como decíamos al comenzar estas líneas, las ideas grandes y generosas encuentran allí siempre quien las acoja y quien las aplauda. Hagamos ahora la reseña de la sesión, sintiendo que el es,1;racto que damos de los discursos durante ella pronunciada sean tan incompletos, como no podrían menos de serlo'tomando ligeros apuntes, si bien por lo notables merecían haber sido recogidos íntegros por medio de la taquigrafía. A las diez de ;la noche se presentaron en el hocal de la Tertulia, a l a cual asistía gran número de. socios, las comisiones de la diputación de Puerto-Rico y de la Sociedad Abolicionista española, siendo recibidas por el Sr. Salmerón y Alonso, que, como de costnmbre, presidia la sesión, y que dirigió á la Tertulia con este motivo algunas palabras. . El Sr. Alvarez Ossorio dijo que á la circunstancia de ser socio de la Tertulia y de tener al mismo tiempo la representación en el Congreso de la provincia de Puerto-Rico,' debia la señalada honra de presentar á la reunión las comisiones elegidas por los diputados de esa isla y de la Sociedad Abolicionista española, con objeto de ofrecer personalmente á la Tertulia un testimonio
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inequívoco de su agradecimiento por la actitud noble y levantada de aquel círculo en las cuestiones de Ultramar; de aquel círculo que, en el momento mismo en que esas cuestiones se plantearon resueltamente en las Cortes, no habia vacilado un instante en poner todas sus fuerzas al servicio de la causa del derecho, de la libertad y de la humanidad. Y no diré una palabra mas— añadió—porque deseo que mis dignos amigos y compañeros os dirijan su voz elocuente; porque deseo que toda vuestra atención sea para ellos, quedándome la satisfacción de haberles proporcionado esta ocasión tan deseada de mostraros su reconocimiento, y la de haberos hecho conocer mas de cerca á los que tantos títulos tienen á vuestra consideración por haber consagrado su vida entera á la defensa de una causa noble, j u s t a y humanitaria. El Sr. Rodríguez (D. Gabriel): SEÑORES :
Voy. á decir muy pocas palabras, en cumplimiento del deber que me trae aquí esta noche. Estoy enfermo, y me seria imposible pronunciar un discurso. La Sociedad Abolicionista Española, á quien en este momento tengo la honra de representar, por no haber podido asistir á esta reunión nuestro digno presidente D. Fernando de Castro, deseaba manifestar á la Tertulia progresista-democrática su gratitud por la noble y generosa iniciativa que ha tomado en la manifestación anti-esclavista celebrada en Madrid hace pocos dias. Desplegando con entusiasmo al aire libre la bandera de la abolición, y llamando á todos los partidos liberales á la defensa de esta santa causa, la Tertulia ha prestado un inmenso servicio á la patria; servicio que debe agradecer mas que nadie la Sociedad Abolicionista, consagrada esclusivamente desde su creación, á la obra humanitaria de generalizar en la opinión la idea de la necesidad de tan importante reforma. Nuestra Sociedad, señores, no es una sociedad política. Fundóse en 1865, por hombres de todos los partidos; que en todos los partidos hay conciencias honradas, que abominan la esclavitud y desean ver prontamente bor-
8 rada del suelo español tan horrible mancha. Figuraron desde el principio en sus filas, y figuran hoy, y continúan considerando á la esclavitud como un crimen, y reclamando la abolición radical é inmediata, con arreglo á nuestro programa, muchos hombres de los partidos llamados conservadores, que no han creído deber sacrificar una noble y j u s t a aspiración de su espíritu, al interés secundario de derribar tal ó cual ministerio ó situación política, ó al interés aun menos importante y respetable de asegurar y perpetuar las ganancias realizadas por los hombres ó las clases, que esplotan en su provecho el trabajo y la vida de los infelices esclavos. En nombre de todos os doy las gracias por los esfuerzos que hacéis para la abolición de la esclavitud; en nombre de todos me felicito de que una corporación tan importante como la Tertulia progresista-democrática, y todo el partido radical, cuya representación genuina tenéis, acoja y patrocine como suya, y levante y escriba en su bandera la noble idea de la Sociedad Abolicionista, haciendo mas poderosos y fecundos nuestros esfuerzos, y preparando el triunfo de la causa abolicionista en el terreno de los hechos; que si la propaganda y la discusión de las ideas son obra de las escuelas, la realización de estas ideas en la vida solo es posible cuando las inscriben resuelta y decididamente en sus programas los partidos políticos militantes. Acoged, pues, señores, esta espresion de nuestra profunda gratitud, que yo quisiera poder manifestaros con mayor elocuencia. Pero no es necesario; lo que yo siento en este momento lo comprendéis vosotros perfectamente, y estoy seguro de que leéis en mi corazón lo que mi palabra no acierta á deciros dignamente. (Bien, bien.) Cumplido este deber á nombre de la Sociedad Abolicionista, permitidme ahora que por un momento moleste la atención de la Tertulia, como radical y correligionario vuestro. Os he dicho que pienso ser muy breve, y sólo me permitiré someteros algunas consideraciones sobre la presente situación política, en cuanto se relaciona con la proyectada abolición de la esblavitud, y las demás reformas que se propone llevar el Gobierno á la provincia.de Puerto-Rico.
La esclavitud, señores, y el régimen político y administrativo á que viven sujetas las provincias.de Ultramar son una gran vergüenza para nuestra patria, una amenaza constante á la integridad del territorio en las Antillas, un inminente peligro para la libertad en la metrópoli. Uno de los grandes errores de la revolución española consiste en haber dado poca importancia á las reformas de Ultramar, consintiendo que se mantuviese allí un statu quo incompatible con los principios liberales que en la metrópoli se proclamaban y planteaban, incompatible con la moral, incompatible con la civilización y el derecho moderno. Los partidos liberales de España han ignorado ó desatendido durante largos años un, principio fundamental del orden político, formulado por Lincoln en aquella máxima célebre: «Una nación no • puede ser libre en parte y en parte esclava.- Solo así puede esplicarse el hecho tristísimo de haber arrojado de nuestras Cortes en 183T á los diputados de las provincias de América, negando á estas la igualdad con las provincias de la Península, y olvidando después la 'promesa constitucional de hacer las leyes que habían de elevar á nuestros hermanos de Ultramar ala condición de ciudadanos libres de la gran nación española. Durante muchos siglos, el absolutismo dominó en las •provincias de América como dominaba en la metrópoli. Nuestros .padres se alzaron contra ese régimen, á la vez que contra la invasión estranjera, en 1808, y unidos españoles de Europa y españoles americanos trabajaron para implantar en nuestra patria la libertad. La reacción de 1814 venció á nuestros padres en la metrópoli, pero fué impotente para volver á la sumisión antigua á la mayor parte de aquellos lejanos países, que buscaron en la independencia la libertad que creían no poder y a conservar unidos á España. Cuando volvió á renacer la libertad en la metrópoli, el buen sentido político acón» sejaba que para evitar, respecto de las provincias ultramarinas que aun conservábamos, la reproducción de lo sucedido con las que se emanciparon, llevásemos á Ultramar nuestro régimen político. Medio siglo ha pasado desde la muerte de Fernando VII, y sin embargo, casi nada hemos hecho. El sable siguió imperando en
10 Ultramar, y la t r a t a negrera continuó robando en las costas de África á infelices seres para llevarlos á las Antillas á vivir la miserable vida del esclavo. En todo este medio siglo, hasta hace muy pocos años, casi nada se ha hecho para estrechar los lazos de aquellas provincias con la madre patria. Hemos llamado españoles á sus habitantes y no los hemos tratado como españoles; hemos hecho aquí esfuerzos heroicos para conquistar y afianzar la libertad, y los hemos dejado sometidos á una dictadura, causando con esta insensata conducta las desgracias que hoy deploramos, y poniendo en grave peligro la integridad de nuestro territorio en América. Hemos olvidado que el sentimiento del patriotismo, que debia conservar á nuestros hermanos de las Antillas unidos bajo la bandera de España, no es el único sentimiento del hombre, ni es tan poderoso y absorbente que pueda siempre dominar y acallar los impulsos del sentimiento de la dignidad individual y del sentimiento de la justicia. Hemos olvidado la frase profundamente exacta de la antigüedad; 'Ubi libertas, ibipatria, donde está la libertad allí la patria,» y negando la libertad á hombres que tenían á ella tanto derecho como nosotros, los hemos empujado por la senda funesta que hoy mal aconsejados recorren; conducta que t a n t a sangre y tantas lágrimas y tantos tesoros ha costado y puede costar todavía á nuestra desgraciada patria. (Aplausos.) Yo comprendo, señores, que hace cincuenta años los partidos liberales de España pudieran cometer el error de creer que las reformas de Ultramar comprometían nuestra dominación en América. Las pasiones de la g u e r ra duraban todavía y los hechos de la emancipación estaban demasiado cerca de aquel tiempo, y no podían ser entonces estudiados y conocidos como lo han sido después, pero han pasado dos generaciones, paralas cuales no han sido infecundas las lecciones de la historia. Los ideales jurídicos y políticos se han depurado y perfeccionado, y lo que hace cincuenta años era un error, escusable por las condiciones de los tiempos, hoy seria una gran falta, casi podia llamarlo delito en los partidos liberales de España. La conservación del statu quo p o l í tico y administrativo, la conservación sobre todo de la
11 indignidad de la esclavitud en nuestras Antillas seria ade.más una insensatez en el partido liberal, seria el suicidio, porque daria á los elementos reaccionarios de la metrópoli una fuerza inmensa para destruir, como otras veces lo han hecho las instituciones y las libertades que á costa de tantos y tan grandes sacrificios ha llegado á conquistar el país. (Bien.) Sí, señores. La conservación del statu quo en América ha sido, es y será siempre, un grave, un inmenso peligro para la libertad de la metrópoli; os lo dicen con entera claridad, además de la razón, los hechos contemporáneos. ¿No estáis viendo la energía, casi podría decir la pasión ciega y desatentada con que. se combaten hoy las reformas proyectadas por el Gobierno en Puerto-Rico? ¿No veis con qué calor acuden á colocarse bajo la bandera del statu quo todos los elementos contrarios á las nobles aspiraciones de la revolución española, desde los llamados conservadores constitucionales (que hace poco tiempo prometían las reformas ultramarinas, con la misma sinceridad seguramente con que aceptaban las nuevas instituciones de la metrópoli), hasta los carlistas? Esto prueba que ellos conocen la importancia qué la cuestión tiene para nuestra libertad; prueba que ellos saben que mientras mantengamos en América el antiguo régimen, no puede estar seguro en la Península el régimen nuevo; y por eso se agitan, y por eso acuden y acudirán á todos los medios, y por eso encubren bajo la máscara del patriotismo su verdadero objeto, que es ante todo político, que es ante todo derribar á cualquier costado existente, haciendo retrogradar á nuestro país á aquellos tiempos, no muy lejanos, en que la libertad del ciudadano español no era mas que un nombre tímidamente escrito en las leyes, pero sin realidad en la esfera de los hechos. (Aplausos.) Nuestras provincias de Ultramar, bajo el régimen que en ellas ha dominado hasta ahora y con la esclavitud, son fatalmente una escuela especial y un criadero de elementos reaccionarios, cuya acción no puede menos de hacerse sentir en la metrópoli. Los españoles que van á hacer allí una fortuna por medio del trabajo, se acostumbran á considerar á los españoles de las Antillas
12 como hombres de una raza inferior, de una raza conquistada y: sojuzgada, y á los infelices esclavos como bestias de carga. En el estado social de aquellas provincias es imposible que la estancia en ellas durante un largo período no destruya, ó al menos no haga vacilar y debilite los sentimientos de libertad, de igualdad y de humanidad, aun en el hombre mas liberal y mas humano. La'esclavitud y el vasallaje á la manera antigua son elementos profundamente corruptores, y toda raza que esclaviza se degrada moralmente tanto como la raza esclavizada. (Bien.) P o r eso los españoles de la metrópoli que vuelven de las Antillas, son, en su mayor parte ó indiferentes á las generosas aspiraciones de los partidos liberales, ó reaccionarios ciegos y apasionados. No se respira en vano la atmósfera envenenada de la esclavitud; no se levanta en vano el horrible látigo para castigar con él á un ser qué es nuestro hermano. (Aplausos.) Lo mismo y con mayor intensidad debe suceder y sucede á los españoles de la metrópoli, que van allí á ejercer los cargos públicos civiles ó militares. En Ultramar se aprende á mandar¡ como mandaban los antiguos procónsules; se aprende á rasgar con la espuela manchada de barro, las reverentes esposiciones de las corporaciones populares, como lo hizo cierto capitán general; se aprende á confundirlo todo, autoridad política, autoridad moral, judicial, administrativa; se aprende á gobernar sin leyes; se aprende, en fin, esa inmoralidad en la gestión de los negocios públicos, de que tantos ministros de Ultramar se han lamentado en pleno Parlamento. Y si esto sucede, ¿quién puede dudar de que una gran parte de las fuerzas de la reacción, de las fuerzas contrarias á la libertad, son y serán perpetuamente engendradas y alimentadas por el hecho de conservar en América, pesando sobre nuestros hermanos, instituciones que no queremos para nosotros mismos; instituciones cont r a las cuales nos hemos levantado en España, porque creíamos que con ellas no podia coexistir la libertad y la dignidad de un pueblo civilizado? (Bien, bien.) Pensad en esto, señores, repasad vuestros recuerdos, examinad con cuidado todos los grandes movimientos reaccionarios que han tenido lugar en España en los cin-
13 cuenta años últimos, y en todos ellos veréis, como una concausa al menos, la influencia de las ideas~ y de las prácticas adquiridas por nuestros hombres políticos, civiles y militares en los gobiernos de Ultramar* No puedo ni creo necesario esplanar estas indicaciones, con cuyo sentido estáis todos seguramente conformes. Es, pues, preciso modificar profundamente nuestro régimen ultramarino, llevando á las Antillas las libertades consignadas en nuestras instituciones políticas, y sobre todo, es preciso acabar con la esclavitud, base firmísima de todas las tiranías. Yo estoy seguro de que, resuelta la cuestión de la esclavitud, las demás reformas serán fáciles y sencillas, porque con el esclavo desaparece en Ultramar la necesidad de conservar allí las prácticas del despotismo. Mientras se mantega la esclavitud, toda reforma seria precaria; destruida esta abominable institución, podrán nacer y consolidarse el municipio y la provincia con su libertad administrativa, y podrán sincera y ordenadamente practicarse los derechos que nuestra Constitución política reconoce á todos los españoles, porque en todos los españoles, • así del otro como de este lado del Océano, existen inmanentes anteriores, superiores y exteriores á la legislación positiva. (Bien.) Voy á concluir, haciéndome cargo del único pretesto, digno de examen, que se alega para combatir la abolición inmediata de la esclavitud y las demás reformas liberales de Ultramar, por los partidos reaccionarios que han fundado la famosa Liga. Llevar á las Antillas la libertad es comprometer la integridad nacional, nos dicen; porque la libertad servirá á los enemigos de España para conseguir la emancipación de aquellas provincias, últimos restos de nuestra grandeza en América. No; debemos contestar con profunda condición, eso no es cierto. Es cierto precisamente lo contrario. Si hay algún medio de conservar unidas á España las provincias de Cuba y Puerto-Rico, c£>mo todos vivamente deseamos, este medio consiste en hacerles comprender que son provincias españolas, tratándolas como tales, y destruyendo en ellas con mano resuelta la esclavitud, que las deshonra, y el régimen de gobierno arbitrario, ígno-
Í4 rante é intolerante que las degrada y se opone al des» arrollo de su riqueza. Obrando así, yo estoy seguro de que puede todavía evitarse»la separación que se teme. De otro modo, y continuando con el sistema antiguo, todos nuestros esfuerzos serán inútiles, y derramaremos en vano la sangre de nuestros hijos, y consumiremos en vano los tesoros de la patria. Perderemos las Antillas y las perderemos deshonrados, porque las perderemos demostrando al mundo que no éramos dignos de conservarlas. En este punto, señores, aunque á primera vista tal vez os sorprenda, hago mia y repito la última frase del manifiesto de la Liga, que parece escrita para estamparla en la bandera de los que queremos, con la abolición de la esclavitud, la integridad, no solo del territorio, sino de la honra de la patria: Mayor desgracia aun que perder las Antillas, será para España mostrarse digna de haberlas perdido. (Grandes aplausos.) Concluyo dando de nuevo á la Tertulia progresistademocrática las gracias á nombre de la Sociedad Abolicionista Española, como se las doy por la benevolencia con que ha acogido las palabras que he dicho por mi cuenta. La Sociedad Abolicionista, sin propósito alguno político, se regocija de ver que sus trabajos y su propaganda incesante tienen un poderoso apoyo en el gran partido radical, á que me honro de pertenecer, y en esta corporación, donde la idea anti-esclavista recibe la entusiasta acogida que la Tertulia ha consagrado siempre á todas las ideas grandes y generosas, en cuya realización estriba la honra, la libertad y el bienestar de nuestra amada patria. (Aplausos.) El Sr. Alonso (D. Juan Bautista), con una frescura de imaginación rara en sus años, con una rapidez de pensamiento, mayor que de palabra, é inspirado en su acendrado liberalismo, manifestó su absoluta conformidad con el Sr. Rodríguez (D. Gabriel). Después dijo: Yo ruego á Dios que no me haga dejar la tierra hasta que la libertad sea igual en todas nuestras provincias. Una causa comenzada como comienza esta, es una causa concluida. P o r eso la abolición de la esclavitud en Puerto-Rico, que está dentro de la justicia y en el círculo de
15 la evidencia, es un hecho justo y es ya un hecho evidente. Con nosotros está la humanidad, y la humanidad es la cara de Dios, porque de otro modo no se ve en la tierra. Dios nos hizo á todos hermanos, la unidad de las razas está demostrada, y los esclavistas son en la tierra los impostores del cielo. Si los negros no son tan perfectos, son perfectibles como nosotros: y aunque las iniquidades de los hombres establezcan diferencias de razass, las iguala la justicia divina. La libertad de Puerto-Rico es la aurora que anunciará en dias mas bonancibles para la patria la libertad en Cuba. Cuando las distancias se unen por los lazos materiales, están ya unidas por el espíritu. (Repetidos aplausos.) La Tertulia radical ha sido el auxiliar de la abolición; la Sociedad Abolicionista la que agitó el movimiento de las reformas; el Gobierno el brazo que lo ha de ejecutar; los liberales todos estarán en sus puestos, el partido radical apoyará á todos, Mostrémonos, pues, dignos de la misión que nos toca llevar á cabo. La canicie de los antiguos tiempos tiene debajo el rescoldo que hace nacer nuevos cabellos, y España, con la abolición de la esclavitud, vengará, en nombre de todos, los ultrajes inferidos á una raza. (Espontáneas muestras de aprobación; aplausos.) Estudiad lo que dicen muchos de nuestros adversarios, y aprenderéis que hay palabras que al desprenderse de los labios revelan la negrura de los propósitos de quien las pronuncia. No otorgamos con nuestros actos libertad á nadie; no hacemos mas que reconocérsela, porque la libertad es un derecho, y derecho arrebatado, es derecho usurpado. Doy gracias á la Sociedad Abolicionista que manda y hace llegar sus representantes á este círculo, porque con ellos unidos llevaremos también nuestro grano de arena al templo del porvenir. (Prolongados y generales aplausos.) El Sr. Labra: SEÑORES:
Vengo á este sitio á satisfacer una deuda que ya comenzaba á pesar sobre mi conciencia; vengo á cumplir un inescusable deber de gratitud respecto de esta Ter-
16 tulia progresista-democrática, en cuyo seno palpita, siempre puro y siempre poderoso, el espíritu de los primeros dias de la gran revolución de 1868, á que han dado carácter y vida los dos grandes principios de la democracia moderna; el dogma de los derechos naturales del hombre, anteriores á toda ley, y superiores á las contingencias de lugar y de tiempo; y el principio inconcuso de la soberanía del pueblo, del voto del país, fuente pura y punto de referencia de todos los poderes políticos de la Nación: y vengo aquí con gusto, con amor, con gozo, á rendir también el tributo de mi simpatía á esta corporación, cuyo valor y cuya importancia en la marcha de las cosas públicas, están plenamente demostrados por un toque de esos que para mí tengo son hasta decisivos en la vida política: por la prevención permanente, por los ataques tan violentos como incesantes, por el odio, en fin, desembozado cuanto inestinguible de sus desatentados enemigos. (Aplausos.) Mas antes de pronunciar una sola palabra más, permitidme que os diga en nombre de qué interés os dirijo la palabra; que la fijación de este sentido responde á necesidades evidentes del doble carácter que yo tengo en la lucha entablada, hace ya tiempo, sobre las difíciles cuestiones ultramarinas. A mí me cabe la honra, señores, de ser uno de los individuos, el mas humilde, pero no el menos decidido y perseverante, de aquella Sociedad Abolicionista Española, fundada hace siete años casi entre la indiferencia de nuestros hombres políticos, y que en este largo período ha sostenido luchas terribles, no ya contra la reacción, que llegó á herirla brutalmente en 1866: no y a contra la maledicencia y la calumnia, que se han cebado hasta un punto que solo inspira risa ó lástima; no y a contra la apatía y el desconocimiento de las cosas coloniales que en el seno de la Península se advierte (que estas contrariedades son de aquellas que, lejos de amortiguar el entusiasmo, lo encienden), si que contra las debilidades de algunos de sus directores, y contra la apostasía desvergonzada de otros; pero que al fin vive hoy con fuerza bastante para dar gracias á Dios, que le há permitido ver realizados en alguna parte sus dorados
n ensueños, logradas, en cierta medida, sus mas dulces y acariciadas esperanzas. (Bien, bien.) Mas después de las frases pronunciadas por mi querido amigo el Sr. Rodríguez, yo no debo, yo no puedo llevar la voz de la Sociedad Abolicionista Española, que á él le compete este honor por sus superiores méritos, por condiciones y prestigios que están por cima de toda recomendación. Pero yo también tengo el honor de ser representante de un gran pueblo en el seno de las Cortes" españolas, de un pueblo digno de gozar de todas las franquicias y los derechos todos que son el alma de la civilización moderna, porque ese pueblo —nunca me cansaré de decirlo— no es solo el que cuando el imperio de España en América se deshacía en 1813 y 1820 enviaba su voz á la Metrópoli afirmando su voluntad de seguir unido á España, hasta el sacrificio y el abismo, sino que es el que antes de 1861 á 1864, cerró enérgicamente sus puertos á la nave del negrero, librando sus campos de la mancha y del peligro de los bozales; el que en 1855 resistió la inmigración asiática, y por tanto la esclavitud de los chinos; el que en 1866, y por conducto de sus comisionados en la Junta de información abierta en Madrid por el Ministro Cánovas, que y a reconocía solemnemente la imposibilidad del statu quo colonial, proclamó, sin ser preguntado sobre ello, que la primera necesidad del país, la verdadera urgencia, superior á la concesión de derechos políticos para los blancos, y las reformas en el órden_administrativo y financiero, era la abolición inmediata de la esclavitud, con indemnización ó sin ella, con organización ó sin organización del trabajo; el que desde 1869 á 1873 ha enviado sus representantes á las Cortes españolas con el encargo preciso de presentar ante todo y sobre todo proposiciones de ley en favor de la abolición de la servidumbre; y el que, en fin, en vista de la timidez del legislador y de la gravedad de la situación, ha comenzado una serie de manucomisiones parciales y espontáneas de esclavos, de que no hay ejemplo en los anales de la abolición moderna, y que constituirán siempre un timbre precioso de nuestra refulgente historia. (Grandes aplausos.) 2
18 Yo bien sé que de todos mis dignos compañeros de diputación yo soy el menos autorizado para llevar su voz, pero su bondad es ahora para mí una ley; y como diputado de Puerto-Rico os hablo, dando á mis palabras un sentido político—un carácter de partido, si se os antoja—que no podria comunicarlas si hablase solo en nombre de la emancipación del esclavo. Porque bien lo comprendéis: la abolición es para la Sociedad Abolicionista todo su empeño, es toda la reforma, y su defensa consiente diversos sentidos: para la diputación de PuertoRico es una reforma, la mas importante sin duda, pero no la única, ni siquiera la suficiente por sí sola para llevar la tranquilidad, el orden y el progreso.á la pequeña Antilla. Me importa consignarlo así, y en esto no hago mas que ratificar lo dicho por el Sr. Rodríguez; interesados ambos en que no se confundan dos causas y dos banderas, como pretenden nuestros adversarios, porque muchos creamos que debemos y podemos servir, como de hecho servimos, á entrambas. Mas al dirigiros la palabra como diputado de PuertoRico, obligado á vuestro patriótico y generoso apoyo, y como hombre del partido radical que se honra sosteniendo en este sitio franca inteligencia con sus correligionarios, no penséis que intento llamaros la atención ni sobre las interioridades de la cuestión colonial, ni sobre el estado político y social de la isla de Puerto-Rico, ni siquiera sobre los solemnes, los sagrados, los inescusables deberes de nuestro partido respecto de aquellos hermosos países del otro lado del Atlántico, que gimen en la mas oprobiosa de las servidumbres desde la espulsion de sus representantes en Cortes allá en 1837; y respecto de aquellos correligionarios nuestros que con la bandera del 15 de Octubre de 1871, y proclamando en voz muy alta su completa confianza en las promesas de nuestros hombres (á despecho de la burla de los pesimistas y de las injurias de nuestros adversarios) contrajeron compromisos, arrostraron dificultades, lucharon en los comicios, nos dieron votos ayer para la oposición parlamentaria, hoy para la defensa de la situación radical; realizándolo todo sin pactos, ni condiciones, ni reservas, ni incertidumbres; satisfechos, cuando menos, de poner !
19 de su parte, cualquiera que fuese su propia y esclusiva suerte, todo lo necesario para asegurar el triunfo de la libertad en España. (Bien, bien.) Y es, señores, que la cuestión de Ultramar en estos momentos es muy otra de hace cuatro ó seis meses. Y digo mal, que es otra: lo que sucede es que hasta hoy no ha revestido su pleuo carácter y su complicación máxima; hasta hoy no se ha revelado como un problema capital, como una cuestión inmensa, como un interés decisivo de la política española. (Atención.) Hace medio año pudiera haberos llamado la atención con oportunidad, sobre las condiciones políticas y sociales de nuestro mundo colonial. Os hubiera dicho que la vida política descansa allí en las leyes de Indias, de los tiempos de Felipe II y de Felipe III y en el real decreto del absolutismo de 1823 que da al gobernador superior de la isla de Cuba, en plena paz, las facultades todas que competen al comandante de una plaza de guerra en estado de sitio. Os hubiera hablado de que su orden penal descansa en las imposibles leyes de Partida y en las Ordenanzas militares; que la familia continúa sujeta á las formas canónicas —á pesar de haberse proclamado la libertad de cultos— por no haberse establecido aun el matrimonio civil; que la propiedad, si bien libre del mayorazgo y de la mano muerta, todavía se ahoga bajo el régimen antiguo de las hipotecas legales y tácitas; que la vida municipal, aquella vida que fué siempre nuestro orgullo y que tanto floreció en nuestra América en los siglos XVI y XVII, no existe, porque ni los mal llamados ayuntamientos que allí hay desde 1825, y 1846 son de verdadera elección popular, ni sus acuerdos, por insignificantes que sean, pueden valer sin aprobación de las autoridades militares, ni disfrutan de ninguna de las atribuciones que en la Península dan valor al antiguo Consejo y que en Ultramar se reserva el poder central; que la centralización, la centralización administrativa, la centralización francesa, perfectamente estraña á toda la obra de nuestra colonización; ha intentado también llevar á América su mano, con tan magníficos resultados, que Puerto-Rico no tiene ni una carretera, ni un ferro-carril, ni un canal, ni una
20 Universidad, ni obra alguna de esas que escusan la intervención sofocante del Estado y déla burocracia en el orden económico y la marcha espansiva y extrajurídica de la sociedad; que la imprenta vive allí de la buena voluntad del capitán general; que el derecho de reunión lo mismo que el de asociación no existen, hasta el punto de ser imposible legalmente la organización del partido radical; y que, en fin, si todo aquel sistema de errores y monopolios descansa en Ultramar en la infame y hedionda esclavitud de los negros, en cambio exige como natural correspondencia en la Península, la sustracción al Parlamento de grandes facultades y la reserva por parte de los ministros y de la Corona de atribuciones verdaderamente incompatibles con los principios del régimen constitucional: atribuciones negadas en el seno del Congreso por la antigua unión liberal al partido moderado, y por el viejo partido progresista y la democracia á los partidos conservadores; pero que de hecho han subsistido después de fa revolución de 186S; que subsisten aun hoy por una corruptela, quizá, de cuyos resultados pudiera presentaros aliona varios gravísimos cuanto recientes ejemplos y que constituyen un verdadero absolutismo ministerial en plena situación revolucionaria y democrática. (Bien, bien,) Y cuando yo pienso cómo hemos venido á esta situación y de qué modo nos hemos apartado de nuestra tradición colonial, el ánimo se me aflige por una parte, y de otro lado formo intención enérgica de ser incansable en recordar á mi partido las fatales consecuencias de limitar las reformas a l a s promesas y de hacer á medias las grandes revoluciones sociales. (Aplausos.) Poi'que nuestra tradición colonial, —¿me permitiréis el recuerdo?—nuestra tradición fué siempre llevar á los países de allende el mar las mismas instituciones, y por lo menos el mismo espíritu que presidia el desenvolvimiento de la sociedad peninsular: idea consagrada á los comienzos de la empresa colonizadora por Felipe II, al decir que «siendo de una Corona los reinos de Castilla y de las Indias, las leyes y orden de gobierno de los unos y de los otros debían ser lo mas conformes y semejantes que ser pudiera;» y reconocida y sancionada nueva-
21 mente al principio de nuestra revolución moderna por la Junta Central de 1809, al proclamar « que los vastos y preciosos dominios que España poseía en las Indias no eran propiamente colonias ó factorías como las de otras naciones, sino una parte esencial é integral de la monarquía española.» (Bien.) Pues bien, toda esta tradición, toda esta doctrina ha venido á tierra á partir del dia en que se estableció de un modo difinitivo en nuestra patria el régimen constitucional: dándose el caso que mientras que en la Península los progresos políticos y sociales se realizaban con una acentuación y una energía admirables, en las Antillas se robustecía el absolutismo y se afirmaba la negación mas completa, no ya de aquellos adelantamientos, si que todo lo que constituye el carácter y la vida do la civilización moderna. ¿Y sabéis como se realizó esto? ¿Por ventura esto fué la obra de los partidos reaccionarios, de los enemigos de la libertad? Pues no. Este fué el resultado de un error, de una torpeza, de un pecado capital del viejo partido progresista; pecado que constantemente le ha hecho aparecer á una luz desfavorable ante nuestros hermanos de Ultramar; torpeza que han tenido muy buen cuidado de echarle en rostro, (calificándola de negro crimen, los hombres de la unión liberal, por mucho tiempo dedicados á recabar las simpatías de las mal llamadas provincias ultramarinas, y que hoy no tienen inconveniente en alistarse en esa oscurantista Liga, que pretende hipócritamente la conservación de la esclavitud, y que en sí entraña la negación de todos los compromisos, antiguos y recientes, del partido conservador. Recordad, sino el voto de las Cortes de 1837, bajo la influencia de los Arguelles, los Sancho y los Olózaga: recordad la expulsión de los diputados de Cuba, PuertoRico y Filipinas del seno de la representación nacional. No intentaba, ciertamente, el ilustre Arguelles «condenar á nuestras provincias ultramarinas á un régimen absoluto. ó despótico. Quería que aquellos insulares fueran tan felices como nosotros, que no hubiera un ápice de diferencia entre ellos y nosotros; si bien que esta felicidad procediese por leyes análogas á su sitúa-
22 cion y circunstancias." P o r esto los progresistas de entonces escribieron el art. 80 de la Constitución de 1837, que determinaba que -las provincias de Ultramar habrían de ser regidas por leyes especiales.- Pero, como todo lo que aquí ha sido un aplazamiento en el orden de las reformas y de la libertad, todo lo que ha sido una garantía meramente prometida, ha quedado por realizar; así las leyes especiales fueron una vana fórmula, y quedaron de hecho el absolutismo y la esclavitud pujantes é incontrastables en el seno de nuestras colonias, para tormento del viejo y noble partido progresista, para vergüenza de nuestra patria, para daño del orden liberal de la Península: de tal modo, que si hoy levant a r a de su tumba su noble cabeza el divino Arguelles, nada quizá pesaría sobre ella como la terrible responsabilidad de esos cuarenta años de servidumbre de nuestras Antillas: esos cuarenta años de miserias y de lágrimas, lago horrible de sangre, condensación t r e menda de dolores, en que todo lo que ha sido inteligencia, pureza, ^bnegacion, ha tenido que emigrar de aquellas t i e r r a s , paseando por el estranjero con su desgracia el testimonio de nuestra injusticia y nuestra torpeza; y en que se han ido hacinando los combustibles y complicando las dificultades para que el desastre revistiese formas verdaderamente pavorosas, el dia presentido y natural, pero no por esto evitado, y menos, prevenido, de la liquidación de tremendos errores y del castigo que la lógica de la historia tiene reservado para los grandes crímenes sociales. (Grandes aplausos.) Pero antes os he dicho, señores, que hoy no se t r a t a de esto. Hasta el momento actual, la resolución de la cuestión de Ultramar, bajo un punto de vista liberal y democrático, podría ser una cuestión de nobleza, de generosidad, de tacto político, de previsión gubernamental, de lógica y de lealtad; porque ciertamente no se comprendía que hubiéramos renunciado á seguir nuestra tradición colonial, precisamente en dias en que, como los actuales, hemos llegado á consagrar en nuestro código político principios superiores á las contingencias de tiempo y lugar, derechos que dominan las distancias y diferencias históricas y geográficas, como que se fun-
23 dan en la naturaleza humana, y existen y deben ser reconocidas donde quiera que exista el hombre solo por ser hombre. Hoy la cuestión de Ultramar os debe interesar mas, porque os toca mas de cerca, porque en ella está interesada directa é inmediatamente vuestra propia suerte, porque—entendedlo—lo que se discute con motivo de Cuba, á pretesto de la reforma de PuertoRico, bajo el problema de la abolición de la esclavitud, es vuestro propio derecho, vuestra propia existencia, en una palabra, la libertad de España. (¡ Verdad, verdad!) Ni me sorprende ni me estraña. Desde que principié hace muchos años á estudiar la cuestión colonial, lo vi claro: cuando á raíz de la revolución de Setiembre pedí lógica á los revolucionarios para que llevasen el espíritu del nuevo régimen á Ultramar, lo declaró solemnemente; cuando hace dos años escasos entré en el Parlamento y levantó bandera en pro de la reforma colonial combatiendo la política de conciliación aquí en la Península, lo defendí, contra las censuras y las preocupaciones de los mismos que hoy veo con gran satisfacción á mi lado, preocupados quizá mas que yo, y poseídos tal vez de una pasión superior á la que yo he tenido en los dias mas difíciles y desesperados. Por m a n e r a . señores, que casi puedo hablaros de mi esperiencia y de mi previsión política, frente á los que me reservan para otra vez, quién sabe si para dentro de poco, el apellido de ideólogo y exagerado. (Risas.) ¡Pero era tan evidente el fenómeno! No he de hablaros de la economía de las cosas políticas ni de la intimidad que los intereses liberales mantienen por bajo de toda clase de apariencias y distancias. No quiero tratar, la cuestión en el terreno de los filósofos estudiando el concepto del derecho, ni en la esfera de la mas alta política, desarrollando aquella profunda tesis del gran Lincoln: -Un pueblo no puede ser mitad libre, mitad esclavo.» Quiero tomar las cosas mas por lo bajo: en esfera mas humilde. ¿No habéis hecho alto en el sentido que á las cuestiones ultramarinas se ha pretendido dar por algunas personas á partir de 1868, y el carácter que se les ha reco-
24 nocido por muchos amigos nuestros? ¿No habéis reparado seriamente lo que representa en nuestro movimiento político el ministerio de Ultramar? ¿No habéis Ajado la atención en la condición y el significado, en los antecedentes y las exigencias del personal administrativo que, con una importancia evidentemente política, se conserva en nuestras provincias trasatlánticas? Pues consideradlo, que la cosa vale la pena. (Atención.) Oid á nuestros hábiles contrarios y á nuestros tímidos amigos. «Las cuestiones de Ultramar no son cuestiones políticas. No caben sobre ellas partidos. No se t r a t a con su motivo de sistemas de gobernación; ni su régimen administrativo tolera diversidad de sentidos. Allí se trata solo de un interés nacional. Allí la causa única es la causa de la patria. Allí solo hay, solo puede haber españoles frente á los enemigos de la integridad nacional. • La doctrina es disparatada, porque siempre que se trate del manejo de los intereses generales de un pueblo, se t r a t a de una cuestión de gobierno, y siempre que se hable de la gobernación de una sociedad, há lugar á diversidad de apreciaciones, diferencia de doctrinas y nacimiento de partidos. Pero la tesis es cómoda y felicísima, desde el punto de vista del interés de los hombres del antiguo régimen que solo á la sombra de aquella bandera pueden hacer oir su voz y contar su voto en la marcha general de las cosas políticas de este tiempo. Porque, señores, ¿seria comprensible que en los dias que corremos fuesen consultados, atendidos y obedecidos los hombres de Agosto de 1868, en la política de los ministerios de Gobernación, de Fomento ó de Hacienda, por ejemplo? ¿Lo pretenderían ellos? Y de pretenderlo (risa causa el imaginarlo), ¿dejarii de ser mirada su opinión con reserva y cautela y sometida siempre al contraste de las opiniones adversas? Pues nada de esto ha sucedido (hablo por punto general, que harto sé que ha habido en estos cuatro años un breve paréntesis) en el ministerio de Ultramar. De allí han sido cuidadosamente apartadas las influencias revolucionarias; allí han .sido consideradas con todo el respeto máximo las eminencias del pasado; allí se ha
25 erigido en sistema la política de antesala, la conferencia particular, el secreto del Gabinete, el oscuro consejo de que, con otro objeto bien diversa, nos hablaba hace poco el manifiesto de la Liga esclavista (aplausos), sin que los gestores de la política ultramarina se mostrasen enamorados de la política de la amplia discusión y del informe público, que es de rigor en sistemas como el que actualmente rige en nuestra patria. Y de esto han venido dos resultados por todo estremo fatales. En primer lugar, la positiva influencia de la política doctrinaria, de la política borbónica en el régimen de nuestras colonias, sin que, por esto, de sus efectos desastrosos, pueda atribuirse la responsabilidad á otros hombres que á los nuestros. Porque sucede, señores, en estas situaciones revolucionarias y democráticas, que son pocas las personas que, llegando á los primeros puestos, tienen el ánimo y el temple suficientes para resistir los halagos, las devociones y hasta las zalemas de nuestros adversarios. Un elogio de sus dotes de hombres de gobierno, una alusión á su sentido práctico, un aplauso á su energía para resistir las exageraciones revolucionarias... los afecta_y los desvanece hasta un punto, que es preciso poner la confianza en Dios para que tenga la mano de aquel neófito conservador (grandes risas y aplausos); y estos elogios y estos aplausos los saben utilizar á maravilla nuestros adversarios, y los han utilizado con un éxito verdaderamente asombroso sobre el ministerio de Ultramar. (Afirmaciones generales.) Por otra parte, es claro que la importancia que áJas personas del antiguo régimen se haya de dar por los nuestros—máxime cuando las consideraciones que se les dedican coinciden con la reserva que se observa, respecto de los reformistas—hade robustecer su prestigio y su influencia, contribuyendo nosotros locamente al encumbramiento de su personalidad, sobre todas las demás, de un modo á que no tienen acostumbrado al partido liberal los partidos conservadores. Pero ha}' mas. Saben cuantos me conocen que en cuanto yo digo, respecto del ministerio de Ultramar, de la cuestión de influencias y de la cuestión del personal,
26 soy testigo de mayor escepcion. Yo no necesito del apoyo de nadie, ni pretendo el amparo de persona algtina para sostener mis opiniones y conseguir, cuando la hora ha llegado, que hagan su efecto. Mi sitio es el Parlamento, á donde he venido por mis propias fuerzas: mis armas son la pluma y la palabra que manejo pobre mente, pero sin pedir á nadie permiso. A nadie he recomendado en el ministerio de Ultramar, á nadie he combatido, y por mi propia cuenta nada pretendo, porque mientras sea hombre político creo que no me cuadran las posiciones oficiales; y soy hombre político, mas que por mi gusto, por un deber inescusable. Sópase esto para comprender que hablo y puedo hablar con entera libertad, respecto del personal administrativo de nuestras colonias. Pues bien, señores; ¿no os sorprende que este se halle entregado por completo (fuera de algunas concesiones hechas al compadrazgo) á la dirección de los hombres del antiguo régimen? De colonia sé yo, de Puerto-Rico, cuya representación tengo, en que el personal de la administración, obra de las influencias borbónicas ó de un respeto exagerado á tradiciones burocráticas muy discutibles, es en absoluto hostil á la política de las reformas, ala política de la libertad y del nuevo régimen, y no ya limitando su hostilidad á una desafección de ideas y una censura mas ó menos discreta de las tendencias de la nueva situación—que á esto todos los funcionarios tienen perfecto derecho—si que llevando su mal deseo á actos de verdadera oposición, que ahora mismo, hace tres meses, han colocado á la primera autoridad de la pequeña Antilla en el mas completo aislamiento, en la mas incomprensible reserva, en la actitud mas desconfiada y peligrosa, respecto de sus dependientes de los órdenes civil y militar, que puede imaginarse. Y yo comprendo que se abran las puertas de la administración al mérito, pero por la oposición; mas, de todas suertes, yo no alcanzo que en los instantes de una trasformaeion política y social completa puedan los gobernantes dispensarse de contar con hombres de su confianza, identificados con la causa que aquellos tratan de sacar adelante, y que en el triunfo de ésta cifren su glo-
27 ría y su porvenir. ¿Compréndese, señores, que la reforma del año 34 ó la misma obra de 1868 se hubieran realizado con el personal del absolutismo ó del régimen borbónico? ¡Cuánto mas en las Antillas donde la administración por mil motivos tiene un carácter esencialmente político! Pero lo que resulta es que por la complacencia de nuestros hombres, por su debilidad, por su cobardía, cuando menos,—allá en Ultramar crece un personal que es nuestro enemigo, y crece en inteligencia, en posición, en medios, en recursos que aquí á la postre, por la lógica misma de las cosas, ha de utilizar en nuestro daño: siguiendo la conducta de esos burócratas cesantes de Ultramar, nuestros constantes denigradores, ó la de esos soldados á quienes hemos acostumbrado á los bajalatos de Cuba y de Filipinas, que fueron los que después os fusilaron en Alicante, los que disolvieron á cañonazos las Constituyentes, y quién sabe si son los encargados en estos mismos momentos de dar aquí la batalla á la libertad. (Grandes aplausos.) Mas señores, ¿qué otra cosa necesito yo para demostraros lo dañosa que ha sido á nuestros intereses la política seguida en Ultramar, que poneros de manifiesto los argumentos y el sentido de todas las censuras que se han dirigido á la política reformista? Prescindo de infames calumnias, de que yo no quiero hacerme cargo, máxime tratándose de partidos que han abierto en Cuba, á ciencia y paciencia de la autoridad, suscriciones públicas para indemnizar aquí á los que nuestros tribunales condenaran como calumniadores. A mí ni me hace pestañear la estúpida acusación de filibustero; y voy observando que tampoco á vosotros os escuece el remordimiento de oir con benevolencia y atención á un laborante. (Risas.) Quiero hablar de los argumentos dignos. ¿Pues no los habéis escuchado? ¿Cómo se combaten las leyes municipal y provincial recientemente promulgadas en Puerto-Rico? ¿Por qué es inadmisible la esterision de nuestro Código fundamental á nuestras colonias? ¿Por qué la civilización (permitidme el vocablo) del mando superior d é l a pequeña Antilla es condenable?... Pues bien lo sabéis. No lo han podido ocultar nuestros adversarios
28 en el curso del debate. «Porque esas medidas son fundamentalmente malas; porque vuestra doctrina de la autonomía municipal es anárquica; porque la sumisión del poder militar es pura quimera; porque la libertad absoluta de imprenta, las libertades de reunión y de asociación y el sufragio universal solo pueden servir para destrozar la familia, la propiedad, el orden, y la paz; porque los derechos naturales del hombre son un solemne desatino; porque el principio de la soberanía del pueblo es un monstruoso engendro de la soberbia demagógica; porque todos vuestros principios, todo vuestro sistema, toda vuestra política es un absurdo, que nos ha traído los desastres que palpamos en la Península, y cuyos resultados benéficamente quieren evitarnos en América los hombres que con sus torpezas y sus violencias perdieron á Santo Domingo. • (Aplausos.) ¡Oh! ¡Combaten sistemáticamente vuestra política! Es la mejor demostración de que estáis obligados á tener en vuestra política aquende y allende el Atlántico, un sistema. (Bien, bien.) P o r manera, íseñores, que no es preciso acudir al terreno de las especulaciones filosóficas, para demostrar el gravísimo daño que á los intereses de la libertad española ha producido la política ultramarina de estos cuatro últimos años; no es preciso buscar la intimidad de las causas morales ni repetir la frase de Lincoln, tan discretamente citada por el Sr. Rodríguez: -Un pueblo no puede ser mitad libre, mitad esclavo.» No. Basta poner los ojos en el ministerio de Ultramar; basta tener en cuenta.las influencias que allí pesan, los procedimientos qu^ allí se prefieren, el personal que allí se consiente, los hombres que allí se fabrican, la energía que allí se sostiene, y, en una palabra, la torpeza con que ministros que se decían y se creían (yo les hago esta justicia) radicales, sin embargo, obedecían las inspiraciones de los hombres del antiguo régimen, de suerte que si con sus doctrinas se hubiera vencido, de éstos hubiera sido la gloria, porque hoy por hoy, el imperio va á quien tiene los principios; y si se hubiera fracasado, la vergüenza hubiese correspondido á nuestros amigos, ineptos ó desautorizados—así se diria en el momento de la catástrofe—para
29 llevar á su término las graneles soluciones y la política salvadora. (Grandes aplausos.) Mas quizá haya entre nosotros algunos de aquellos que necesitan ver al sol sobre sus cabezas para convenir en que es de dia. Quizá haya algunos á quienes de puro confiados ó de puro recelosos, sea necesario enviar toda la pesadumbre de un hecho palpable y grosero para que se aparten del camino emprendido y reconozcan toda la trascendencia que para la libertad de la Península tiene la cuestión ultramarina. Pues para esos ha aparecido la Liga. Yo no quiero en este momento analizar esa elocuente conjunción de todos los intereses reaccionarios, con motivo ó á pretesto de la reforma colonial. Me llevaría muy lejos, y esta noche he hablado mas de lo q u e m e prometía. Pero considerad brevísimamente los elementos que hoy se presentan frente á nosotros al grito de la integridad de la patria. ¡Oh! no parece sino que su sino los lleva al lugar del desastre; no parece sino que tratan de realizar á maravilla aquel deseo del convencional francés, que ansiaba que la humanidad tuviera una sola cabeza para que pudiese caer de un solo tajo. Así ellos se nos ponen todos debajo de la mano, para que su ruina sea instantánea y su castigo definitivo. ¿Los conocéis? Los unos fueron nuestros amigos. Ellos con nosotros, en 1868 declararon que la revolución de Setiembre no era ni podia ser egoísta, ni limitarse á las aguas de Cádiz: ellos hicieron con nosotros el artículo 108 de la Constitución, que promete la reforma colonial así que estén en el Congreso los diputados de Puerto-Rico; ellos fueron los que llamaron á estos; el^os los que votaron esa ley municipal de que ahora tanto se lamentan. ¡Y bien! ¿Creían que los votos de las Constituyentes no habían de ser efectivos? ¿O acaso pensaron que había algún medio mejor de herir nuestras doctrinas que era no discutiéndolas, pero no practicándolas sinceramente, para que de este modo los impresionables las negasen y el país cayese aquí de hinojos ante una burda mistificación? Pues esto fué lo que hicieron en Ultramar mejor que aquí, porque al fin éramos pocos los que nos ocupábamos de las colonias y fácil utilizar el
30 mote de filibusterismo contra toda protesta, y hacedero imponer respeto y silencio á los dudosos con el espantajo de la guerra de Cuba. Y de este modo, señores, quedaron por dos años en el aire los decretos de la Cámara de 1869, y yo pude decir en 1870 que aquellos hombres, que aquellos héroes de 1869 habían abandonado la bandera de la revolución. ¡Oh! No habia llegado el tiempo de que la demostración fuese mas completa, porque se trataba entonces solo de Ultramar. Pronto tuvisteis la política de la corrupción electoral, de las persecuciones de la imprenta, de la regulación de los derechos individuales y de las trasferencías. (Aplausos.) No me estraüó entonces, como no me estraña ahora, que esos mismos hombres estén en la Liga frente á la revolución. (Aplausos). ¿Y no veis al antiguo partido moderado, no le veis hablando de orden, él que hizo permanentes en Cataluña el estado de sitio y en toda España los fusilamientos; y hablando de política ultramarina y de integridad colonial, él que tiene sobre sí el vergonzoso abandono de Santo Domingo 'y la responsabilidad de la insurrección de Cuba? (Aplausos.) ¡Y los carlistas, alarmados ante las contingencias del porvenir, temerosos del desmembramiento de nuestra patria, horrorizados de nuestra próxima decadencia, por causa de la reforma colonial; ellos, que con sus vandálicos escesos del Norte y de Cataluña, con sus curas con botas de montar y sus cananas de relicarios, con sus rompimientos de vías férreas, sus interceptaciones de convoyes y diligencias, con sus exacciones indignas, darían derecho á creer al mundo culto que aquí hemos retrogradado cinco siglos, y que somos indignos de ocupar un sitio á su lado, si al propio tiempo no viesen á nuestro Gobierno, á nuestras Cortes, al país entero,, dar una gran prueba de virilidad, levantándose sobre las calumnias y las amenazas, desafiando las iras de los intereses ilegítimos, para proclamar el principio, tres veces santo, de la redención del esclavo! (Grandes aplausos.) Y nada os diré de esos nobles, de esos caballeros, ahora tan celosos de la independencia nacional que nadie
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pero cuyos nombres quizás hallareis en aquella j u n t a que en Bayona, allá en 1809, entregaba nuestra patria al Gran Capitán del siglo, á Napoleón I (Aplausos); esos caballeros, (risas) que son enemigos de la esclavitud, eso sí, porque á ello les obligan sus sentimien. tos cristianos y levantados, pero que apoyan á la Liga, que no quiere la abolición, y hasta ahora, en siete años que lleva de vida la Sociedad Abolicionista, no hemos tenido el gusto de verlos un instante entre nosotros, allí donde los llamaban sus sentimientos levantados y cristianos. {Aplausos.) Y nada pienso deciros de ese grupo de comerciantes, que protestando que no tiene opiniones políticas, quiere empero que los Gobiernos se guien por sus especulaciones y sus aprensiones, y que son los mismos que en 1810 se opusieron en Cádiz y en Sevilla á la proclamación de la libertad para nuestros puertos de América; los que lograron que el Gobierno, desatendiese los consejos de su aliada la Inglaterra; y los que consiguieron que perdiéramos las Amóricas, para que al día siguiente de perdidas tuviéramos que reconocer la libertad mercantil en Cuba y Puerto-Rico como único medio de conservarlas. (Bien, bravo.) P e r o sin esfuerzo comprendereis que á todos estos elementos (cuyas simpatías por todo lo de aquende Alcolea no necesito ponderaros) á todos les une la idea de que ningún pretesto mejor para luchar contra nosotros, que es el de la causa nacional, y harto echareis de ver como por un momento el partido radical retrocediese ó si fuera vencido, sobre nuestra vergüenza ó nuestra ruina, lo que se levantara potente seria el antiguo régimen. (Aplausos.) Ha llegado, pues, como muchas veces he anunciado, la hora de las traiciones y las venganzas; ha llegado la hora de la batalla. Y la batalla se dá á la libertad de España. Nos la ha preparado la perfidia de nuestros contrarios y la torpeza de nuestros amigos. Pero no hay que discutir ya sobre el pasado. La situación es crítica; el enemigo grita mas que puede; sus evocaciones impías quizá despierten, no el sagrado sentimiento del patriotismo, si
32 que la pasión miserable del término. Pero en estos solemnes instantes jamás nuestros mayores contaron los adversarios ni consideraron sus fuerzas. Hoy la victoria es segura; á la pelea. Pero no me canso de repetirlo; no os dejéis sorprender; no os estravieis un solo momento. No peleamos hoy por Cuba; no peleamos por Puerto-Rico. La cuestión es mas grave: es de ser ó no ser; lo que tenemos comprometido contra todos los hipócritas amigos de la revolución y los restos tocTos del borbonismo, dé la teocracia, del monopolio y de la dictadura, es la libertad de España. (Grandes aplausos.) El Sr. Hernández, fácil en la espresion, cáustico en el pensamiento, con forma ligera y argumentación profunda, intervino también con su palabra á.esta esposicion de argumentos en pro de la abolición de la esclavitud, y dijo: Saludo al Sr. Labra ,por antiguas amistades, saludo al orador por su palabra. Estamos defendiendo las reformas: la Liga se presenta enfrente de nosotros, quiero encontrar algo en ella, y solo veo peros y distingos. Allí están los carlistas que deploran los males de la patria, mientras, desgarrándola, se suicidan con sus enormidades. También están en la Liga los borbónicos legitimistas; y qué es la legitimidad? Con Alonso el Sabio y Sancho el Bravo, es el despojo: con doña Juana y Beltrande la Cueva, es la calumnia—al subir al trono Isabel la Católica—ó el adulterio; con Carlos II, es la ignominia; con Fernando VII, el parricidio moral. ¡Brillante cadena para ahogar á la libertad! (Grandes aplausos.) ¿Qué es la esclavitud? Es el hombre amo del hombre. ¿Qué hacen los esclavistas? Regar sus campos con sangre, y amasar con lágrimas su pan. Enormidades que no pueden quedar impunes, y que ellas solas bastan para hacernos creer en Dios, en algo que está mas alto que las sociedades, y donde la eterna justicia condena los delitos de lesa humanidad. La Constitución no concede un derecho, no hace mas que reivindicarlo, y seremos dignos da las ideas que defendemos si á su altura llega nuestra abnegación. (Repetidos ap>lausos). El señor marqués de Sardoal, con su talento prácti-
33 co, su espíritu político y su natural elocuencia, dijo: Yo me esplico esta conformidad de opinión de todos los liberales en la cuestión de las reformas, porque la fuerza espansiva de la idea nos a r r a s t r a á todos á la realización del mismo fin humanitario. Hoy podemos esclamar como los romanos: Alea jacta est. La.hora ha sonado, y este es el momento en que el partido radical debe probar si es un partido digno, ó es un partido vulgar que solo llena necesidades del momento, vacíos de la política, exigencias de un período de transición. También tenemos adversarios, y al luchar ellos por su vida, el mezquino interés de partido, por nuestra vida luchamos; la idea. (Aplausos.) Es cuestión de dias, es cuestión de momentos; pero al fin la isla de Puerto-Rico verá realizadas sus esperanzas. No podemos retroceder sin que nuestro partido desaparezca. Los partidos liberales han caido siempre por miedo á la libertad, y ahora es preciso morir luchando como buenos, porque el arrepentimiento en el poder manchahasta lareputacion de los hombres. (Grandes aplausos.) Se ha dicho que á Cuba no irá la abolición de la esclavitud, mientras la insurrección esté en pié. Esta afirmación no llena del todo mis deseos, y no los llena, porque yo sospecho que allí son paralelos el régimen actual y la insurrección. Uno ú otro han de acabar antes, y yo os pregunto: ¿no podría ser que aquello se prolongara por los interesados en no llevar allí las reformas? Se ha hablado de la presión estranjera ejercida sobre nuestro Gobierno. Rechazo el carácter que le dan los esclavistas. Aquí no hay mas presión que la del sentimiento universal, que se siente como se sienten los efectos de una atmósfera impregnada de aroma. Además, los pueblos civilizados tienen derecho de influir sobre los pueblos salvajes. ¿Somos un pueblo civilizado? Pues declaremos la abolición de la esclavitud. ¿Somos un pueblo salvaje? Pues no nos alarme el que la civilización influy a sobre nosotros. Esperemos tranquilos el combate, que la lucha será larga, que la lucha será empeñada por parte de nuestros adversarios, pero será empeñada, y será larga, y será peligrosa, como lo es la agonía de un
34 monstruo. (Grandes y prolongados aplausos. Muestras generales de asentimiento.) El Sr. S a l m e r ó n (D. Francisco), resumió el debate en uno de esos discursos galanos y profundos, floridos y levantados, orillantes siempre, y siempre elocuentes, que tanto prestigio dan al orador y tanta autoridad al político. Se espresó diciendo: Voy á resumir el debate, si debate puede haber donde tan conformes estamos todos; pero debo decir que el talento práctico con que el marqués de Sardoal ha tratado la -cuestión, el admirable juicio que el aspecto histórico ha inspirado al Sr. Hernández, los conocimientos del Sr. Labra, las relaciones del hombre con Dios, espuestas por el Sr. Alonso (don Juan Bautista), y la gráfica pintura, y lenguaje puro, y el interés local con que el Sr. Rodríguez ha tratado de la esclavitud, quedarán grabadas para siempre en la memoria de los que aquí nos' encontramos. Nuestros adversarios defienden sus doctrinas apoyados en la escuela histórica; tampoco nosotros la rechazamos; pero para ellos esta escuela es estacionaria, y para nosotros es d_e desenvolvimiento. Roma no fué grande hasta que fué libre. Greciano lo fué hasta que declaró la unidad de razas. ¿Hablan del interés material? Pues bien; Cartago no tuvo esclavos, ni los tienen los Estados-Unidos, ni Francia, ni P o r t u gal, ni ese Océano de ideas que se llama Alemania, y en donde no germina una sola favorable á la esclavitud. (Grandes aplausos.) ¿Qué es lo que produce mas debajo del cielo? El cerebro, la inteligencia. Al esclavo se le niega. ¿Qué valen unos ingenios si se comparan con mas de 600.000 inteligencias? ¿Apeláis á la razón? Ella condena la esclavitud, porque el negro no puede tener hogar, familia ni sentimiento alguno, y la libertad renunciada para siempre es un suicido moral. (Nuevos aplausos.) ¿Son propiedad los negros? No. La propiedad, que no tiene mas fundamento que la injusticia de una ley, acaba con el derecho novísimo. Señores, nobleza obliga, faltar á ella, es faltar al radicalismo; no hay uno en la Tertulia que no quiere lo
35 que quieren los puerto-riqueños. Al dar libertad á una provincia, les dais familia; de alli nacerá el municipio, de allí la provincia y de allí el derecho que será igual para todos. (Ruidosos y prolongados aplausos. Unánime aprobación.) El Sr. Rodríguez (D. Gabriel), invitó á la Tertulia al meeting abolicionista que tendrá lugar el lunes en el teatro Real. El Sr. Salmerón aceptó la invitación en nombre de todos. El Sr. Labra, dio las gracias á la Tertulia en nombre de los puerto-riqueños, y se dio el acto por terminado.
Tal fué la importante sesión que anoche celebró este centro democrático. El sentimiento unánime que allí reinaba en pro de la abolición de la esclavitud, los magníficos discursos pronunciados por oradores que figuran en primera línea, y la importancia del asunto dejarán un recuerdo imperecedero en el corazón de todos los liberales. A las cabalas y nebulosidades, y á los procedimientos tenebrosos de nuestros adversarios, nosotros contestamos con conferencias como la de anoche, que hacemos públicas, porque la fé nos alienta, nos guia la idea y nos sostienen los principios.