JONIO
MONTIEL
(1924 – 1986)
Hay recuerdos personales que se pierden en la memoria social del tiempo que discurre. Solo perdura la pincelada que marca la intención y la voluntad de imprimir en el tiempo la imagen que la sociedad nos refleja. La luz, trazo incoloro que marca el camino del pintor y demarca la ilusión. “Luz más luz” pedía Goethe en su lecho de muerte.
La laboriosidad, puede transformarse en técnica, más sin embargo, sin genio no hay arte que trascienda la frontera de la imaginación.
INTRODUCCIÓN Es mi intensión en este relato, pasar a través de los diferentes momentos vividos por mi padre, en su devenir plástico, en su trajinar humano, en su callado sufrimiento que supo cubrir de diferentes capas de pintura, porque la vida le dolía a cada instante. La perdida incesante de amigos, de maestros, de ese partir temprano de la gente que él quería en el alma y de su amor re-inalcanzable, que también significó una pérdida temprana, un perder el ancla con la vida misma. Un artista, es quien por su sensibilidad devora el aire, se anticipa a un sinfín de casualidades que luego llamaremos historia, pero en ese momento para él, es una catarata de apasionamientos que no cesan, como geiser que emana a borbotones, es quien detrás de una pincelada ve el cuadro entero anticipándose al proceso.
Pero quien crea que ser artista es ser diferente como si usase un disfraz, o por el simple hecho de hacer Es, está sumamente equivocado. Si bien un artista nace con una sensibilidad especial innata, es el laborioso tesón de la búsqueda constante lo que lo lleva a lograr esa última pincelada, que sin ella, la obra sería inconclusa.
Déjenme acompañarlos en este camino sinuoso que es la vida y obra de quién dejo todo por hacer lo que creía firmemente y por lo que perdió todo, también, lo que quería. Hay mucha obra dispersa que sin duda marcará el retorno visual del artista en el momento que la posteridad le dé su indudable lugar en la plástica universal. El lugar nacional, ya lo tiene bien ganado, pese a que él mismo no dejó que ganase ámbito el mercantilismo avasallante de los mercachifles del arte. Su formación y convicción comunista lo llevó a no dejar nada material, apenas una herencia inmaterial plasmada en telas y cartones, que no se refiere al valor monetario, sino al trascendente cultural de un miembro prominente de una generación que se dio en llamar del ´45, entre escritores, intelectuales y artistas. Tuvo una innata condición de no producir dinero ni remuneración acorde a su incesante y espontánea creación. No buscó ni intentó hacer del color y la mancha más
que un medio de creación y subsistencia. A veces, ni eso le daba. Creyó firmemente en el Hombre y en su capacidad solidaria, en esa consciencia que veía emerger en pensamientos y acciones que se presentaban en la eclosión intelectual y social de esa primera mitad
del siglo veinte, atiborrada de “ismos” la cual entendía como “yoísmos” intelectuales típicos de un pensamiento pequeño-burgués, intelectualmente enajenante. Entendía que no era necesario pertenecer a un grupo que le diera pertenencia o permanencia en el arte, porque el quehacer comprometido, permanente, como un apostolado constante en búsqueda de la fe y la verdad en el hecho finito de la realización plástica, era en sí mismo el concatenante de su propia existencia. Su carácter ensimismado, curtido por la lectura y la reflexión, amigo de los diálogos fructíferos y apasionados, pero también críticos y estrictos, donde no hay atisbos de complacencia, lo llevaron a sembrar en el camino de su vida, muchos y variados detractores, irrespetuosos y enemigos de la tradición helenística y jónica.
Así como no se puede juzgar un libro por sus tapas, tampoco se puede juzgar a un hombre por sus vestiduras, sean éstas intelectuales o de trapo. Finalmente, el hombre deja su marca en la tierra y es ella quien nos dice como verdaderamente era dicho individuo y aunque la sociedad nos moldea a su antojo, siempre el hombre le gana por “tres” cuerpos. Somos un producto social, pero también construimos la sociedad misma en la que actuamos y Montiel construyó en su imaginario pictórico del mundo que nos rodea. A Montiel no le interesó construir una imagen de sí mismo, como edificadora de su personalidad. Él construyó su obra, que es quien construye finalmente su ser y a lo único que tenemos acceso a conocer. La obra trascendental prima lo anecdótico personal. Querer conocer la obra del artista a través de su anecdotario, es querer llenar de quimeras lo que no fue creado de esa manera.
Su soledad, llena de amigos y de boliches, de irascible compostura ante cualquier injusticia, su apaisanado verbo, tan discorde con su atuendo urbano no mundano, su humilde y sencillo semblante tan distante de su altura intelectual, lo hacía incomprensible a los ojos paganos, indescifrable a la vista lega.
Las lecturas sucesivas de la obra, nos remiten al goce estético y no al trascendental semántico. El lenguaje del artista puede traducirse en un sinfín de ensayos y técnicas que arriban a un resultado dado, pero el resultado final, no es el simbólico, sino el estético. Claro está, que la pintura como símbolo o lenguaje, nos remite a un estado del tiempo, a una
historicidad comprensible de la cual no nos es posible apartarnos, más sin embargo nuestros ojos o sentidos, deben apuntar al más allá del objetable.
También, claro está, los momentos diacrónicos de su vida, desordenados y hasta caóticos, mostraron su influencia a través de los diferentes estados de ánimo, cuyo trazo, empaste y paleta respondieron a dichos momentos o sus consecuencias. Veremos a través de su cronología, momentos de éxtasis, de soltura estilística, y otros más apagados, condicionados y reprimidos, como su espíritu lo disponía. Nunca fue libre, como tampoco lo somos nosotros. Su condicionamiento a la vida lo llevó a tener que tomar causes normales, dedicar horas a su trabajo, el cuál por momentos no fue lo más estimulante. Nuestra sociedad y cultura carece de los recursos de estimulación a nuestras huestes intelectuales plásticas y artísticas. Eso ya lo conocía a través de su padre quien sufrió en carne propia las dificultades del quehacer literario. La libertad pequeño-burguesa que otros artistas gozaron, tanto dentro como tras fronteras, u otros en otros lares, no era algo que le hiciera mella, más allá de considerar que eliminaba de sus amigos, el esfuerzo y el sacrificio para la obtención de los logros y una suerte de complacencia para no perder dichas prerrogativas. Visto
a sus ojos, consideraba que dicha complacencia redundaba en la baja de calidad de las obras realizadas y en consecuencia la pérdida de la búsqueda del ideal estético propio de cada realizador. Pero quizás este concepto parezca muy político. Traduzcámoslo a términos más plásticos. Todo artista que se sienta tal, tiende una búsqueda determinada por su propio goce estético, independiente del logro monetario obtenido por la aprobación o rechazo de su obra. Pero cuando este logro es complaciente con el determinante económico, más de las veces el metálico condicionará su realización en función de esta. Picasso lo mencionaba al decir que existen dos tipos de pintores, quienes son artistas y viven para pintar, o aquellos quienes hacen de su oficio su modo de vivir, o sea, pintan para vivir. Esta ecuación sencilla lo fue distanciando de muchos de sus coetáneos que bajo una fórmula muy decente y ortodoxa, hicieron de su maestranza una profesión.
Fue por ello, que pese a apartarse de lo que en boga discurría y que los círculos plásticos iban incorporando como lenguaje oficial en arte, Montiel incursionó en nuevas técnicas y formas propositivas que le valieron el respeto y la proyección de quienes como él, entendían que el arte es dinámico y discurrente. Este nuevo círculo
de plásticos también compartía con Montiel el pensamiento político-filosófico y las iniciativas humanistas referentes al acceso a la cultura y al arte. “El arte no debe ser excluyente. La cultura y la plástica deben ser incluyentes y deben ser accesibles para cualquiera, sin importar de la economía que provenga”
taller, que siempre parecía un laboratorio de alquimista. A pesar de que tuvo que sufrir en carne propia, dos exilios, consecuencia de la persecución política de los años 70´s y comienzos de los 80´s, a causa de sus ideas y convicciones, Montiel siempre afirmó su deseo e interés de que su obra permaneciera en su tierra. Nunca buscó la trascendencia tras fronteras, como signo de aprobación de su obra o como medio de subsanar su escueta economía, propio de su ideología e integridad. Varias fueron las oportunidades de viajes, pero siempre las tomó como forma de alimentar su repertorio visual y retro alimentar su creatividad plástica. Su obra, él consideraba que debía descansar en el terruño, no en tierras ajenas.
Durante muchos años dictó el taller de pintura en la Escuela Pedro Figari, enseñando la esencialidad de la plástica, su contenido y su proyectante. Sus clases no fueron nunca un abanico de soluciones, sino por el contrario, un inmenso cuestionamiento propio, extendido para con sus discípulos o alumnos y se dilataban fuera de clases en las tardeadas del boliche de Neira o el Outes, en las conversaciones nocturnas, apoyado en algún mostrador de estaño de los que antaño funcionaban como foros y plateas para los diversos temas a abordar en la polémica intelectual bohemia. Entre ellos, era un pintor más, un colega que compartía conocimientos, experiencias y un mundo intelectual de desbordante sabiduría. Montiel fue un pintor humanista que supo integrar las variadas técnicas y los materiales accesibles, elaborando sus propios utensilios, pinceles, espátulas y colores, así como el equipamiento de su
Su taller era visitado asiduamente por sus amigos, con quienes compartía ideas y a veces mostraba lo que estaba en su caballete; otras, lo tenía cubierto, como si no dejase escapar la idea o desarrollo de lo que estaba elaborando. Poco se le podía preguntar cuando pintaba. Ensimismando en su pintura, parecía viajar por otros mundos. Leía, miraba viejos apuntes y libretas de dibujos, hacía álgebra y geometría, escribía un poco, como para que no se le escaparan o poder componer sinápticamente las ideas y volvía sobre el cuadro, como si estuviera dialogando con la tela y su blancura. Sus limitados espacios de taller, condicionaban más del tiempo las dimensiones de sus obras. Pocas veces, salvo en su juventud, tuvo libertad espacial para realizar grandes dimensiones.
Su obra será siempre una tautología enhiesta, pasando por diferentes fases y momentos. Sus libretas y sus propios cuadros, le van a dar a Montiel, los motivos y las nuevas interrogantes a plantearse y por ende a solucionar. Su delicioso pasaje de la paleta baja a la paleta ”clandestina”, como llegaron a llamarle, o a los carmines o veroneses, al cobalto y al blanco puro, al delineado como al empaste masivo, la sutil delicadeza de la punta seca o el graso trazar sobre el zinc, muestra su desenfreno vital en su arte. “OPINIÓN PARCIAL SOBRE LA PINTURA ¿Qué es ser moderno? Sería realmente repetir aquello de la dudosa modernidad de lo moderno y no menos lo sería lo de la modernidad del arte. Sin embargo, no lejos sino delante nuestro se realiza un arte que en vez de pretender ser original es no más que novedoso o simplemente modernista. El pintor – el artista – aún no ha perdido la costumbre de los renacentistas – avanzan mirando hacia atrás – .(1943)” J. Montiel Vemos aquí al artista comprometido y reflexivo, que mira y remira lo hecho y el acto mismo del plasmar sobre una superficie o un volumen el signo pictórico de la irrealidad.
El joven Montiel, desde el ´38 incursiona con colores influenciado por el Taller Paul Cezanne y al principio de la década del ´40, conoce la pintura de Alfredo De Simone (1892-1950) a través del escultor J. Alberto Savio (1901-1971), quién fue su maestro de modelaje escultórico y de quién recibió las primeras y sólidas enseñanzas del estructurado constructivista. Si bien, las últimas décadas del Siglo XIX y las primeras del Siglo XX habían traído inmigrantes iberos e italianos con ideas avanzadas pero anárquicas, la influencia de Frugoni en la vida de su padre, influyó en el para comprometerse socialmente con la clase explotada y adherirse al naciente Partido Comunista. Alberto Savio, quién ejercía como escultor y modelador de fachadas, quizás hijo de emigrantes italianos, heredero de esa gran tradición, requerida por nuestro país a principio del Siglo, con ascendente en ideas liberales, introduce a Montiel en el mundo
de De Simone, el cual influye sobre el joven, con su expresionismo, sus texturas, empastes y su paleta baja, desde sus primeras incursiones con óleos. También es notoria la influencia del constructivismo escultórico que Savio, la cual imprime y marca la estructuralización de sus composiciones primas. Dentro de este ambiente, estimulado por el arte, el joven Montiel va a comenzar a cuestionar la continuación de sus estudios profesionales y se enfrentará firmemente con sus padres, para continuar por el sendero plástico. Hay que recordar, que en la década del treinta, Uruguay gozaba de una emancipación cultural influenciada por las nuevas migraciones causadas por la post primera guerra y la guerra civil española, la migración de sus intelectuales, quienes recalaban en nuestra ciudad como conferencistas e intelectuales de gran influencia. Amén de las magnas conferencias de Vaz Ferreira y las apariciones discursivas de los políticos e intelectuales de gran trascendencia de nuestro país.
Bretón, Artaud, hasta llegar a JP Sartre, en “El ser y la nada”. “El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo.” El existencialismo es humanismo, JP Sartre Cuando Montiel llega al taller del viejo Torres, como él lo nombraba con cariño y respeto, llega cargado de existencias previas, de un mundo nada escueto, sino todo lo contrario, tan amplio que el diálogo con Don Joaquín llevaba una similitud intelectual a la del Maestro, muy distante a la de sus coetáneos.
La influencia intelectual y artística francesa acarreada desde finales del Siglo XIX e inspiradora de cambios más radicales, recae en la nueva generación de intelectuales y artistas de nuestra tierra, influenciando de un revelador modernismo que da impulso a nuevas vías de creación. Superado, por así decirlo, el nacionalismo folklórico “autóctono” o criollismo en las letras y en la plástica, Uruguay se aprestaba a eclosionarse, a abrirse a los nuevos modismos en el arte. La influencia conjugaba desde Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarme, pasando por
La carga intelectual del joven Montiel y su sensibilidad para con el hecho plástico, lo hizo disponerse en una posición de preponderancia junto al Maestro, lo cual generó cierta animadversión de algunos de sus compañeros de pincel, en el taller ya
formado. Desde ese momento en adelante, siempre observarán por donde discurre sus ideas, las cuales para muchos resultaban transgresoras de lo dictado por TorresGarcía. Pero el Maestro no pensaba igual que sus discípulos y llegó a sugerirle ser uno de los que dirigiese el Taller en sus horas póstumas. Hecho que no ocurrió así, por las discrepancias con el ortodoxismo de quienes no podían mirar la pintura sino a través de cristales empañados.
pictórico. Estaba presto a romper, pero mirando atrás, como dijimos al principio.
Los cinco años compartidos junto a Torres fueron para Montiel la maduración necesaria para tomar su propio camino. Pero entendamos aquí, que camino propio no quiere decir apartarse de todos los preceptos adquiridos a través de más de diez años de formación en la pintura. Es más bien la decantación y depuración de todo lo adquirido en ese intercambio incesante de ideas, de conceptos, de discurrir por los diferentes temas. El último año, ese 1949, fue muy angustioso, ver a su maestro decaer físicamente, esos últimos meses de abril a agosto, le dolieron a Montiel, como si fuera su propia agonía. También era la agonía de despedirse del que fue su taller compartido durante tantos años. Se iba el Maestro, pero también se iba con él, el timonel de aquel barco que llegó en 1934 con nuevo aire a sanar el arte de nuestro hemisferio. La muerte, hasta ese momento, no era nada común para Montiel y vió partir todo su mundo. Su crisis se ahondó y se dispuso a partir al igual que su maestro, pero su partida era para construir su propio camino en el arte. Era tiempo de aprestarse a escindir el orden ya exhausto que rozaba el agotamiento y se acercaba más a un modismo estilístico que al verdadero arte
es el banco que vos decis, frente a la escuela Alemania, pero eso era la Agencia Reducto del Banco Comercial, y esos bonitos bajorrelieves fueron obra del escultor Alberto Savio, artista plástico de reconocida trayectoria