Poder del amor

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El poder del Amor


Si Liana Malone había comprado una papeleta para aquella rifa sólo fue porque pensó que podía ganar un electrodoméstico. Pero el premio resultó ser un mes en el gimnasio de Jake Powers, con él como preparador personal. Un mes durante el que no dejaría de repetirle que los hombres como él no eran su tipo. Pero cuando no lo hacía era encantadora. Sólo tenía que conseguir que se relajara. Y tenía una idea bastante aproximada sobre qué ejercicio era el que necesitaría para aliviar su tensión...


CAPÍTULO 1

No compres nunca una papeleta a menos que sepas cuál es el premio. Liana

Malone pensó que no era más que otro refrán que añadir a la ya larga lista de duras lecciones que había recibido. Miró asombrada el número que estaba junto a los restos de su carísima comida, esperando haberlo oído mal. -Y el número ganador es el 705 -repitió el presentador usando el micrófono de la orquesta. -¡Oh, no! Liana tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar. A una ingeniera como ella, hábil e inteligente, no le debía costar demasiado reconocer que el número que había junto al micrófono era el suyo. Una molesta mecha de pelo rojizo cayó sobre sus ojos azules cuando miró asombrada su premio. El hombre estaba de pie en el escenario de la orquesta, con aspecto de encontrarse tan fuera de lugar como Tarzán en medio del moderno diseño arquitectónico del complejo de oficinas Play Tyme. El salón de actos, con su techo de cristal, había sido transformado en una sala de baile para la gala benéfica que celebraba la asociación Have A Heart todos los años. Y el recibidor, habitualmente vacío, estaba ocupado por la orquesta y por un buen número de mesas con manteles. Liana pensó con ironía que de haber colocado a Jake Powers frente a la fuente y las pequeñas palmeras habría pasado perfectamente por el rey de los monos. Iba vestido para la ocasión. No llevaba nada más que unos pantalones cortos ajustados y una camiseta sin mangas. Tenía su indomable pelo negro recogido en una coleta, y los músculos de sus brazos aún parecían algo sudorosos, a causa de la demostración que había hecho minutos antes sobre los nuevos equipos Nautilus de la empresa. A pesar de la distancia, Liana notó que su cuadrada mandíbula mantenía una expresión arrogante. Al menos no parecía estar avergonzado ante el hecho de que acababan de venderlo como si se tratara de un esclavo. Venderlo no era la palabra correcta. Acababan de rifarlo, y eso era incluso peor. Volvieron a llamar a la ganadora del premio y un murmullo se extendió por las mesas. Todo el mundo miraba su número. Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie se daba cuenta y cogió su papeleta, dispuesta a romperla en mil pedazos bajo la mesa. Pero fue demasiado lenta. Unos dedos muy bien cuidados cogieron el número de Liana. -Oh, mira. ¡Lee ha ganado el premio! -exclamó la secretaria de dirección del departamento de ingeniería, Rosemary Peters-. ¡Aquí! ¡Tenemos a la ganadora! Liana


Malone. Las señoras mayores empezaron a murmurar. Rosemary hizo una mueca, perfectamente consciente de lo mucho que la incomodaba todo aquello. En cierta forma era una venganza por la cantidad de veces que Liana la había obligado a hacer horas extraordinarias. Tuvo que resistirse al impulso de esconderse debajo de la mesa. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Todo el mundo quería ver a la mujer que acababa de ganar a Conan el Bárbaro. -Pensé que el premio sería un microondas o algo así -protestó. Nadie la oyó. Empezaron a aplaudir, y el encargado insistió: -Venga a recoger su premio. No tenía otro remedio que levantarse y afrontarlo con dignidad. Aunque no le resultó fácil. Su vestido negro de seda se había enredado en las cuerdas de los globos de gas que adornaban todas las sillas. Mientras intentaba liberarse, le daba la impresión de que todos aquellos rostros estúpidos se reían de ella. Apartó los globos a un lado y empezó a abrirse camino entre las mesas, incómodamente consciente del aplauso multitudinario y de las miradas curiosas. Le habría gustado pararse en cada mesa, reír y asegurar al alcalde y a los directivos de la Corporación Play Tyme que se trataba sólo de un error. Ella era una mujer de negocios, una ingeniera, una profesional. Nunca miraba los calendarios llenos de hombres, jamás asistía a demenciales espectáculos con bailarines y ni siquiera le gustaban los tipos musculosos. Juraba y perjuraba que estaba segura de que el premio sería un microondas. Pero protestar sólo habría empeorado la situación. Además, su premio estaba esperándola. Mientras se acercaba al escenario levantó la mirada y pensó que Jake Powers era uno de los hombres más altos que había conocido. Aunque tal vez fuera por su actitud. Subido allí parecía el coloso de Rodas, con las piernas separadas y los brazos cruzados sobre el pecho. Sin embargo, cabía la posibilidad de que tuviera aquella impresión sólo porque tampoco había visto a ningún hombre tan musculoso a tan corta distancia. Ninguno de los individuos con los que se citaba normalmente habría subido a un cuadrilátero en su vida. A Liana no le gustaban los culturistas. No apreciaba las venas hinchadas ni el hecho de que un hombre pudiera desarrollar tanto su pecho como para tener una talla mayor que la suya. Pero tuvo que admitir que Jake Powers era atractivo. Tenía un bonito cuerpo y unos rasgos igualmente definidos. De marcados pómulos, su mandíbula parecía de granito, tenía una boca muy sensual, y las cejas del color del pelo. La miraba con cierta ferocidad, como un guerrero antiguo. Por un momento, Liana notó que su cuerpo respondía de la misma forma, primitiva y femenina. Sin embargo, antes de poder enfadarse consigo misma volvió a escuchar la voz del presentador, tan jovial.


-Ven aquí, querida. Te prometo que no muerde. Entonces se dio cuenta de que se había quedado quieta, mirando a Jake Powers como una quinceañera alelada. Todo el mundo estalló en una carcajada y ella se ruborizó. Intentó recobrar su dignidad y se dirigió hacia las escaleras del escenario, arrepintiéndose de haberse puesto zapatos de tacón aquella noche. El encargado de dirigir la velada, Skip Benning, se acercó para ayudarla a subir. Era un conocido presentador de la televisión local, y aparecía todos los días en la pantalla, en el telediario de las seis en punto. Pero Diana no le hizo caso. Sin embargo, Skip sonrió enseñándole sus perfectos dientes blancos. -¿Cómo se llama nuestra pequeña damisela? -preguntó, pasándole el brazo por encima de los hombros y acercándole el micrófono. Pequeña damisela. Liana hizo un esfuerzo para no gritarle que muchos hombres habían muerto por menos. Pero Skip Benning no parecía ser capaz de interpretar su gesto de enfado, del mismo modo que era incapaz de leer correctamente el parte meteorológico. -Tu nombre, encanto -insistió. Al final consiguió contestar entre dientes. -Lee Malone. -Bueno, señora Malone... -Señorita. -¿Ha venido con alguien, señorita Malone, o es una de las afamadas secretarias de Play Tyme? -Soy una de las afamadas ingenieras de Play Tyme -contestó con frialdad. Benning soltó un largo silbido. -¿Ingeniera? ¿Es algo así como una experta en eficacia? ¿Una de esas personas que siempre buscan problemas? -Oh, generalmente no tengo que buscarlos, señor Benning. Vienen a mí. Consiguió que el público riera. Aunque dudó que hubieran entendido todo lo que escondía aquella pequeña broma. Skip hizo un exagerado gesto hacia Jake Powers. -Bueno, Lee Malone, extraordinaria ingeniera, me apuesto lo que quiera a que nunca ha diseñado algo tan perfecto como el gran hombre que tenemos aquí. El aplauso se hizo aún más entusiasta. Aunque prácticamente las únicas que aplaudían eran las mujeres. Skip le puso una mano en la espalda y la guió hacia el sitio donde se encontraba Jake, arrojándola literalmente en sus brazos. Liana estuvo a punto de perder el equilibrio sobre sus tacones, y Powers la sujetó para que no se cayera. El calor de sus manos y de su mirada hicieron que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Después apartó las manos y volvió a poner su pose habitual; como si fuera una estatua, ajeno a aquella humillante situación. Le habría gustado poder comportarse de idéntica forma. Cuando Skip Benning empezó a cantar como si fuera el presentador de un concurso, se sintió avergonzada.


-Señorita Lee Malone, ¡es suyo durante todo un mes! Todo suyo. Estaba tan cerca de su poderoso cuerpo que sentía la boca seca. Los ojos oscuros y salvajes de Powers la miraban con tal intensidad que se preguntó cuál de los dos era el premio. -¿Un mes? ¿Y qué se supone que voy a hacer con él? -preguntó, sin pensar lo que decía. Toda la sala rió al unísono. Empezaron a gritar sugerencias de todo tipo. Casi todas procedían de sus compañeros de departamento. Y su jefe, Harley Willis, era el más ruidoso de todos. Liana apretó los dientes, tensa. Tenía la impresión de estar a punto de perder todo el respeto que había conseguido ganarse en la empresa durante los últimos dieciocho meses. No en vano era la única mujer ingeniera, todo un logro en un país como Estados Unidos. Le pareció notar que Jake Powers también sonreía, aunque resultaba imposible estar segura ante aquel pétreo perfil. Quería darse la vuelta y marcharse, pero con ello sólo habría logrado sentirse más ridícula de lo que ya se sentía. En cuanto dejó de reír, Skip Benning la informó al respecto: -El señor Powers, como sabe, es el dueño y propietario del gimnasio Powers. Se ha prestado desinteresadamente a cedemos su tiempo y sus instalaciones. Su premio consiste en asistir de forma gratuita durante un mes a su gimnasio. Jake será su preparador físico personal. ¿No es cierto, Jake? Powers no contestó, ni siquiera emitió un sonido. Se limitó a asentir. Al parecer Conan tampoco hablaba. La comunicación iba a ser un problema interesante entre ellos. Tendría que hablarle como a Chita. Yo Liana, tú Jake. Pero estaba segura de que no iba a existir ningún tipo de comunicación entre ellos. Encontraría un modo u otro de renunciar a su premio, con tanta rapidez y elegancia como le fuera posible. Aquél no era el momento para hacerlo. Todo el mundo la estaba mirando. De modo que sonrió y se dispuso a escuchar la palabrería de Skip Benning, culpable de que sus noticias ocuparan el último puesto en la lista de audiencia. Cuando por fin permitieron que bajara del escenario suspiró aliviada. Ruborizada, se preguntó acerca del motivo que la había impulsado a asistir a aquella horrible gala. Aunque conocía muy bien la respuesta. Sus ambiciones personales, sus sueños, su obsesión por tener éxito aquella vez. Le convenía intercambiar opiniones con los ejecutivos y tomarse unos cuantos cócteles con ellos para poder subir en el escalafón. En el pasado se había comportado como una perfecta ingenua al creer que era una cuestión de talento y carácter. Había cometido un error en su último trabajo, y se sentía tan humillada que aprendió bien la lección. Había despertado al mundo real. -¿Señorita Malone? Liana estaba bajando por la escalera del escenario cuando escuchó la voz de Skip Benning. -¿No se ha olvidado de nada? -preguntó el hombre del tiempo. Liana lo miró asombrada.


-Su premio -insistió. El auditorio estalló en otra sonora carcajada, ante una horrorizada Liana. Al parecer esperaban que se llevara a Powers consigo. En aquel mismo instante. Generalmente, resultaba muy difícil que no supiera qué hacer. Resolver problemas era su especialidad. Pero aquélla superaba con creces. Tal vez tuviera que acercarse y llevarse a Powers de la mano, o chascar los dedos y decirle que la siguiera como si fuera un perro. Cuando el coloso empezó a caminar hacia ella se sintió aliviada. La siguió dando grandes zancadas. Se detuvo al pasar junto a Skip Benning y sonrió. Aquel era el primer gesto cordial que había notado en aquel individuo. Jake se inclinó hacia delante y le dijo al oído: -Benning, te voy a sacar el brazo de cuajo y te lo voy a enrollar en el cuello. Skip sonrió. -Venga, amigo. Recuerda que es una gala benéfica. En beneficio de tu cruzada para liberar al mundo del colesterol y de la falta de ejercicio. -Vine aquí con la idea de hacer una demostración y marcharme. Cuando me ofrecí a donar algo, no esperaba que el premio fuera yo, amigo. -Pero ha salido muy bien. Hemos vendido más números que en una sesión de cine porno. Además, echa un vistazo a la ganadora. No debería importarte mucho pasarte un mes en tu gimnasio con ella. Skip señaló con un gesto el lugar en que estaba Liana, esperando en las escaleras y golpeando impacientemente con el pie en el suelo. -Ya -murmuró Jake-. Justo lo que necesitaba. Una señoritinga ingeniera y estirada. -Y con mucho carácter. Venga, Jake. Ve a charlar un rato con los jerifaltes de la ciudad. Diviértete e intenta disimular tus tendencias antisociales. Has estado a punto de destrozarme la mano. Benning se apartó de él para anunciar a la concurrencia que podían empezar a bailar, con la música de la orquesta de jazz Harmonic y Ballroom, recién llegada de Aledo, Illinois. Jake levantó la mirada e intentó tranquilizarse. No tenía sentido hablar con Benning acerca de lo que significaba la dignidad y el avergonzar públicamente a alguien. No lo entendería. Conocía a aquel individuo desde que estaban en el instituto. Haría cualquier cosa para llamar la atención. Jake bajó la escalerilla en el preciso instante en que la orquesta empezaba a tocar. Sonrió, recordando cierto sueño que tenía de joven, en el que aparecía en clase en ropa interior. Aquello era lo más parecido a una pesadilla que podía imaginar. Sin más ropa que sus pantalones cortos, en medio de toda aquella gente vestida de etiqueta. Tampoco se habría sentido más cómodo entre todos aquellos ejecutivos si hubiera llevado un esmoquin. Le aburrían sus estúpidas conversaciones. Siempre


hablaban de su trabajo, de sus cochazos o de la enorme cantidad de dinero que les costaba llevar a sus niñitos a los colegios más caros del país. Sólo quería dar el certificado del premio que había ganado a la señorita Malone para marcharse de inmediato. Ni siquiera pensaba charlar un poco con ella. No parecía muy contenta. De hecho, no lo había esperado. Se dirigía hacia su mesa abriéndose paso entre la gente. Todo el mundo parecía haberse levantado para bailar, pero no habría podido perderla entre la multitud. Era alta y de pelo brillante. A Jake nunca le habían gustado demasiado las pelirrojas, sobre todo si eran tan antipáticas como parecía. Lee Malone. Mientras la seguía se dio cuenta de la tensión que tenía en los hombros. Le gustaba la gente que caminaba erguida, pero aquella mujer parecía un sargento. Cuando llegó a su altura ya se había sentado a su mesa. Estaba sola. La persona que la hubiera acompañado a la cena debía estar bailando o buscando algo de beber. Probablemente habría sonreído para marcharse a esconderse a cualquier parte, después de lo sucedido. Aunque no estaba seguro de que no estuviera sola desde el principio. Liana se inclinó sobre la mesa para coger su bolso. Jake no pudo evitar mirar su gran escote, aunque sólo por razones profesionales, por supuesto. Cuando se irguió de improviso lo cogió desprevenido. -¡Oh! -exclamó, al sentirlo tan cerca. Prefirió echarse hacia atrás antes de chocar contra su fuerte pecho. Jake sonrió. Al parecer, mantenía siempre un equilibrio precario. Tuvo que volver a cogerla por los hombros para que no acabara en el suelo. Su pelo le cayó sobre las manos. A decir verdad no era exactamente pelirroja, sino de un rubio intenso rojizo y dorado, como a mechas. Era suave y sensual, como el tacto de su piel bajo sus dedos. Aunque debía ser lo único dulce que había en aquella mujer. Se apartó de él y lo miró con suprema frialdad. Jake podía leer lo que significaba su expresión de reproche. Pensaba que como casi todos los atletas y la gente que se dedicaba al deporte, él también era un perfecto idiota. -Ah, está aquí, señor Powers -dijo sonriendo, como si acabara de encontrarse con él. Antes de que pudiera decir nada más, un hombre los interrumpió. Llevaba una chaqueta realmente horrible, que parecía sacada del armario de una tribu caníbal. Se presentó como Martin Fremont, el relaciones públicas de la empresa. Llevaba una cámara. La puso literalmente debajo de la nariz de Jake y dijo con claridad: -Tengo que sacar unas fotografias. -Oh, no -dijo Liana, antes de que pudiera hacerlo Jake-. Marty, no estoy de humor ahora, de verdad. -Venga, Lee, sé buena. Son para la revista de la empresa. Les dijo que se pusieran juntos y luego añadió: -Jake, tal vez fuera buena idea que tela subieras a los hombros.


-Tendrá que ser sobre mi cadáver, Fremont. ¡O sobre el tuyo! -Bueno, tal vez pudieras acercarte a él y agarrarlo fuertemente del brazo como si admiraras su musculatura. Sus sugerencias la estaban molestando, pero a Jake no le importaba nada todo aquello. -Nada de fotografías -dijo él con firmeza. Pero Malone y eL tal Fremont estaban discutiendo y no lo oyeron. Jake elevó el tono de voz. -¡He dicho que nada de fotografías! Aquella vez consiguió que le prestaran atención. La señorita Malone lo miró como si le asombrara que pudiese hablar. -Venga, señor Powers, no sea tímido -comentó Marty, ajustando el objetivo de su cámara-. ¿Qué le parece si al menos les saco una? Puede pasar el brazo alrededor de Lee. Jake no dijo nada. Se limitó a quitarle la cámara. -¡Eh! -protestó. -La señorita no quiere que le hagan fotografías, y yo tampoco -dijo. Dio un paso hacia delante, amenazador. Marty lo miró asustado. Su abuela siempre le decía que no debía aprovecharse de su tamaño para asustar a la gente. Casi podía verla dándole consejos, con su pelo canoso. Siempre estaba de acuerdo con ella. Pero Liana ya había tenido bastante por una noche. -Vuelva a guardársela o cómasela, señor Fremont -dijo Jake educadamente. -Claro, señor Powers. Lo que usted quiera. Le dio su cámara y el hombrecillo desapareció entre la multitud, buscando un objetivo menos peligroso. Jake se dio la vuelta. No esperaba que estuviera agradecida, pero algo le dijo que la expresión de su boca podía llegar a ser incluso agradable. -Creo que habría podido arreglármelas yo sola con Marty con un poco más de delicadeza. Jake ya estaba suficientemente disgustado consigo mismo por haber tenido que actuar de aquel modo como para que le gustara su comentario. Estaba harto de que lo provocaran. -Señorita, tal y como estaba manejando la situación, habríamos terminado en la portada del Quad City Times. -Marty sólo quería sacar fotografías para la revista interna de la empresa. Y hágame el favor de no llamarme señorita. -¿Por qué? ¿Es que no lo es? -Me parece un arcaísmo machista. Yo soy una mujer. Una mujer y una profesional. Jake levantó una ceja ante semejante declaración. Ahora ya no le extrañaba que caminara tan erguida. Tenía que hacerla, para ser un buen robot. Los dos permanecieron en silencio hasta que Jake lo rompió tendiéndole la mano.


-Bueno, señorita Malone. Supongo que debo felicitarla. -¿Felicitarme? ¿Por qué? -Por ganarme, claro está -dijo, sonriendo. Liana no contestó. Sabía que los banqueros, los contables y los recaudadores de impuestos carecían de sentido del humor por completo. Al parecer, tenía que añadir a los ingenieros a la lista. Hizo caso omiso de la mano que le había tendido. En lugar de hacerla, cogió su bolso y sacó unas pastillas contra la acidez de estómago. Jake sabía que no era exactamente Romeo, pero no recordaba haber causado tal impresión en ninguna otra mujer. La observó fascinado mientras se metía en la boca un montón de tabletas, como si fueran chicles de menta. -Sí, claro... En cuanto al premio que he ganado, señor Powers... -Seré su entrenador, de modo que puedes llamarme Jake. -Bien, Jake. Como iba diciendo... Sin embargo, él la interrumpió. -Aquí tienes mi tarjeta. No tengo ningún certificado ni nada parecido. Mi contribución a la causa ha sido bastante... inesperada. Pero en la parte posterior de la tarjeta están la dirección y el horario. Liana cogió la tarjeta y la observó con aprensión, como si se tratara de unas mallas sucias. -Pero si está en las afueras, en Rack Island... -protestó. -El local debe ser tan grande que me temo que no puedo cambiarme a ningún barrio mejor. Lo siento. Llama cuando quieras para empezar las clases. Se despidió de ella con un gesto y se marchó. Ya había cumplido con su obligación. Ahora, era ella la que tenía que decidir. Aunque tenía la esperanza de no tener que verla nunca más. Sobre todo teniendo en cuenta la manera que había tenido de referirse al barrio en el que estaba su gimnasio, como si se tratara de un lugar demasiado popular para ella. Era una lástima. Le habrían venido bien un par de clases. Resultaba evidente que sufría de estrés. Su expresión preocupada, sus hombros tensos, su caja de pastillas contra la acidez, denotaban un problema que estaba acostumbrado a tratar. Su padre había sufrido los mismos síntomas antes de sufrir su fatal infarto. Pero Jake intentó no pensar en ello mientras se dirigía a la salida. Avanzó por el pasillo hacia el gimnasio de la Corporación Play Tyme. Había asesorado a la empresa en su idea de promover la salud física entre sus empleados. Entró en el vestuario de caballeros deseando no haber pasado de asesorados. Aún podía aprovechar la noche. Si se daba prisa, todavía podía ver la ópera en televisión. Jake se estaba quitando la camiseta cuando escuchó un ruido. Fijó la mirada y vio a la mujer que esperaba no tener que ver nunca más, de pie frente a él, en la puerta. -Señor Powers -dijo Liana, helada al contemplar su pecho desnudo-. Oh, lo siento...


Era culpa suya. Había dejado la puerta abierta y al parecer lo había seguido sin notar dónde se encontraba. Se tapó los ojos con una mano y dio la vuelta. -No sabía que estaba... Se marchó tan deprisa... Quería verlo antes de que se marchara. Tengo que hablar con usted, pero creo que será mejor que espere fuera. Mientras salía, notó que se había ruborizado. En cualquier otro caso habría hecho lo necesario para tranquilizada y que no se sintiera incómoda. Pero había algo en ella que despertaba el diablo que había dentro de él. Dejó su camiseta a un lado y la siguió.


CAPÍTULO 2 ÍNDICE / CAPÍTULO 1 - CAPÍTULO 3

Jake se apoyó en el marco de la puerta del gimnasio, con una pose calculada para que ella fuera perfectamente consciente de que no llevaba nada salvo los pantalones cortos. Liana Malone se dio la vuelta y observó una máquina de chicles que había en la pared con interés. -¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó Jake. -Sí. Creo que se ha cometido un terrible error. Pensé que era un microondas. Él frunció el ceño. -¿Cómo? Liana parecía estar más tranquila, aunque sus mejillas seguían algo enrojecidas. No le sentaba mal. Estaba demasiado pálida. A tenor de su expresión, no parecía haber visto el pecho desnudo de un hombre en su vida. -Sólo compré la papeleta para aportar algo a la gala benéfica -se apresuró a explicar-. No tenía ni idea de cuál era el premio. Esperaba que fuera un microondas, una batidora o algo así. Jake la miró con ironía. Habría comprendido que prefiriera unas vacaciones en Hawai a pasar un mes con él en un gimnasio. Pero preferir un accesorio de cocina le parecía excesivo. Se cruzó de brazos y dijo: -Deberías considerarte afortunada. Has ganado algo que puede serte útil. -Ése es el problema, señor Powers -dijo, con una de sus sonrisas falsas-. No puedo perder un mes yendo a su local. -Es un gimnasio. Un lugar donde la gente va a sudar y a trabajar duro. -Ya he sudado bastante en toda mi vida. Además, soy socia de un club que tiene gimnasio. -¿De qué clase? Seguro que campos de golf, bañeras con burbujas y un pequeño bar. Liana hizo caso omiso de su comentario y continuó. -No quiero malgastar su generosa contribución. Si no le importa, le daré la tarjeta a algún amigo. Su sugerencia les había proporcionado una válvula de escape, sacándolos de una situación que no gustaba a ninguno de los dos. Pero el diablo de Jake tuvo que decir: -Lo siento. Me temo que no es un asunto negociable. -Intento decírselo de la manera más educada posible, señor Powers. No necesito sus servicios.


Le tendió su tarjeta, pero él no hizo caso. Su pequeña figura se reflejaba en los espejos de las paredes. Montones de Lianas que le decían con toda educación que se guardara su tarjeta y se fuera al infierno. Se preguntó cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes. Las pelirrojas resultaban muy atractivas. Y aquel vestido negro de seda era el contrapunto perfecto para su piel clara, color marfil. Jake intentó dejar a un lado tales pensamientos. Liana seguía blandiendo su tarjeta, con insistencia. -No necesito un preparador físico, señor Powers. -Creo que será mejor que dejes que lo decida yo. Se frotó la mandíbula pensativo y empezó a dar vueltas a su alrededor. Ella se puso rígida. Era todo lo que necesitaba. No recordaba haberse divertido tanto desde que le metió una rana en el instituto a Mary Jane Henner en la cestita donde llevaba su comida. La cogió por los hombros y la tocó como un médico. A pesar de sus protestas, continuó comprobando sus brazos. Desde luego, no se había equivocado. Era un saco de nervios. Notaba la tensión en sus músculos, en su cara, en sus ojos y en la expresión de sus labios, inesperadamente vulnerables. Olvidando que lo había empezado todo sólo para tomarle el pelo, la sujetó con menos fuerza. Le resultó extraño que precisamente cuando la tocó con más delicadeza ella se apartara. -¡Señor Powers! ¿Cómo se atreve? -Es parte de mi trabajo. -¿Su trabajo consiste en sobrepasarse con las mujeres? -No. Mi trabajo consiste en diagnosticar el ejercicio que necesita cada persona. Aunque le resultaba difícil recordarlo allí, notando su olor, claro, precioso y femenino. Movió la cabeza como para recobrar la cordura. -Necesitas trabajar un poco esos músculos. -Tengo los músculos que quiero, gracias -dijo-. Y no me interesa convertirme en una especie de supermujer. -En un mes no lo conseguirías. Además, no tienes que preocuparte. Un poco de ejercicio no le vendrá mal a tu vida sexual -dijo, sonriendo. -¡No estaba pensando en eso! -Bueno, no puedo hacer nada a ese respecto -bromeó-. Pero puedo programarte unas buenas sesiones de ejercicio. He ayudado a mujeres aún más flacas. -¡Flacas! Jake se dio cuenta de inmediato de que había elegido un término poco correcto. Tenía una figura preciosa. De haberse tratado de una atleta, el entrenador que había en él habría insistido en que desarrollara más su musculatura. Pero observando sus senos, su delgada cintura y sus preciosas caderas tenía que admitir que no había nada


malo en aquel cuerpo. Nada malo en absoluto. Jake le puso la mano en la nuca, acariciando su pelo, para notar los músculos de su cuello. Al hacerlo, frunció el ceño. -¡Ajajá! -¿Qué pasa? -Justo lo que pensaba. Demasiada tensión. -¿Se refiere a mis músculos o a mi carácter? Aunque Jake estaba hablando en serio, notó un brillo inquietante en su mirada. Parecía empezar a sospechar que no era el hombre de las cavernas que se había imaginado. Era mucho más complejo e interesante, y empezaba a resultarle divertido todo aquello. -Estás demasiado tensa. Creo que podría hacer algo por ti -dijo, con expresión inocente. -Lo dudo. Yo... ¡Oh! Cuando empezó a darle un masaje, soltó un gemido. Intentó resistirse, pero la sensación era demasiado agradable. Intentaba recordar que sólo lo había seguido para renunciar a su premio, pero sus ojos la estremecían más de lo que había conseguido ningún otro hombre, y parecía tener dedos mágicos. -Noto mucha tensión en esta zona -murmuró, tocándole sensualmente la espalda. -No estoy tensa... -Creo que podría ayudarte. -No necesito ayuda. Pero se relajó a pesar de sí misma. -Lo creas o no, me da la impresión de que estás demasiado agobiada y no eres muy feliz. Si pudieras ponerte en mis manos durante un mes... -No quiero estar en tus manos. -¿No? -No -repitió, con poca convicción. Entrecerró los ojos para concentrarse en aquella sensación maravillosa. Una ola de calor recorrió su cuerpo, haciendo que se le doblaran las rodillas. Prácticamente estaba en sus brazos. Un poco más cerca y podría sentir su pecho desnudo, un pecho tan masculino y perfecto como el David de Miguel Ángel. Pero Jake no era de piedra. Era de carne y hueso. Su pecho estaba cubierto de pelo negro, que le bajaba hacia el estómago, duro y liso. Y sus pantalones cortos marcaban la forma de sus muslos. Liana se estremeció, consciente de que se encontraba a pocos centímetros de ella. Sus ojos parecían hipnotizarla, y sus labios eran una verdadera promesa, mucho más dulces que los rasgos de su cara. Se sentía bastante más relajada de lo que había estado en toda la noche, y sin embargo aquel hombre le producía una interesante tensión interior. Parecía emanar de


la fascinación que sentía por el gesto de su boca. Deseaba besarlo. Cuando la atrajo hacia sí con delicadeza notó que también él la deseaba. Hablaba en un susurro. Iba a besarla y ella quería que lo hiciese. Se asustó tanto que recobró su sentido común de inmediato. Se liberó de sus sensuales dedos y respiró profundamente, estremecida, sintiéndose como si tuviera la cara ardiendo. Estaba enfadada con él más que consigo. Retrocedió y se alejó hasta que consiguió que la bicicleta estática se interpusiera entre ellos. Después dejó la tarjeta en el sillín. -Soy una mujer muy ocupada, señor Powers. No tengo tiempo para continuar con estas tonterías. -¿Tonterías? -repitió él, aún deseándola con la mirada. -Soy ingeniera. Y resulta que es una profesión bastante seria, que requiere de mí sesenta o setenta horas de trabajo a la semana. No tengo tiempo para ir a hacer ejercicio a un gimnasio. Ni para ninguna otra cosa. -Ya veo -dijo él, entrecerrando los ojos. -He intentado ser educada, pero tengo que confesarle que ganar el premio me ha hecho sentirme muy avergonzada. Ahora todas las personas con las que trabajo sospechan que estaré colgada de sus bíceps, como el resto de todas esas estúpidas mujeres. Que posiblemente estoy interesada en... -¿Perder el tiempo con un tipo sin cerebro como yo? -la interrumpió. -Sí... Bueno, no exactamente. -Oh, creo que te has explicado bastante bien -dijo, acercándose a ella muy despacio-. Desde que nos conocimos no has hecho otra cosa que catalogarme como a un tipo de hombre prehistórico al que acaban de rescatar del hielo. Un espécimen interesante. ¿Pero de verdad te parece importante? El corazón de Liana latía más deprisa a medida que se acercaba a ella. Sabía que no era buena idea enfadar a un hombre como Jake, pero estaba tan enojada que no le importaba en exceso. -No, señor Powers. Lo juzgo por el mismo rasero que a los muchos machistas que me he encontrado. Es usted arrogante y egoísta. Aunque tengo que admitir que su rutina profesional es una manera muy original de intentar una aproximación. -¿De qué estás hablando? -Sé muy bien lo que estabas intentando. -Sólo intentaba ayudarte. Creo que te lo has tomado demasiado en serio. -¡Estabas intentando besarme! -Si hubiera querido besarte lo habría hecho. No soy civilizado. Soy el hombre de las cavernas, ¿no lo recuerdas? Y utilizo métodos mucho más directos para acercarme a una mujer, como éste. Antes de que Liana pudiera respirar, la cogió entre sus brazos y la besó, apasionada y abiertamente. Ella protestó sin demasiada convicción, aflojando los puños. Su enfado desapareció ante el deseo que recorrió su cuerpo al notar sus senos


contra la piel desnuda de Jake, separados sólo por el fino tejido de su vestido. Era una pasión desbordante y primitiva. Liana dejó de resistirse y lo besó con mayor ardor que el suyo. Jake la soltó bruscamente y ella tuvo que sujetarse a la bicicleta estática para mantener el equilibrio, casi sin respiración. . Debía haberlo abofeteado, o al menos haberlo mirado con frialdad. Era lo que solía hacer con los tipos como él. Pero en lugar de eso se quedó mirándolo, demasiado asombrada como para decir nada coherente. -¿Por qué has hecho eso? Por una vez en su vida, Powers tampoco supo qué decir. Pasaron unos segundos antes de que ladeara la cabeza y dijera, sonriendo: -Si no sabes la razón, has estado trabajando demasiado. Si al final decides venir a mi gimnasio te consideraré un caso urgente. Después cogió una toalla, se la puso alrededor del cuello y se dirigió a la ducha dejándola allí.

Liana se había graduado con una de las diez mejores notas de su clase en Nortwestern y era una de las personas con más talento del departamento de ingeniería. De hecho, pasó los siguientes minutos usando su talento para insultar mentalmente a Jake Powers con los calificativos más duros y brillantes que pudo encontrar. Desafortunadamente estaba en la ducha, y no podía oír lo que estaba diciendo. Se puso a pasear por el gimnasio, casi decidida a seguido y decirle cuatro palabras. Pero no. Había recuperado la cordura suficiente como para darse cuenta de que hacer tal cosa habría sido una estupidez. Ya había cometido un error al seguirlo hasta allí. No sabía lo que podía ocurrir si se enfrentaba a él, completamente desnudo. Ciertas posibilidades hicieron que una ola de calor recorriera su cuerpo. Disgustada consigo, intentó apartarse aquellas imágenes de la mente. Acostumbrada a poder enfrentarse a cualquier situación, en aquel instante no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Había tratado con hombres mucho más agresivos que Jake Powers, poniéndolos en su sitio con una simple mirada o una palabra justa. Ningún hombre la besaba a menos que quisiera. Ella siempre llevaba las riendas en sus relaciones, tanto las estables como las esporádicas. Pero no cabía relación alguna con Powers. Sólo era un tipo al que acababa de ganar en una rifa. Desde luego, no la clase de persona a la que estaría dispuesta a ver de manera continuada, aunque diera unos masajes maravillosos. Sin embargo, tenía que admitir que no había sido el masaje, por mucho que le hubiera gustado. Los culpables eran sus ojos, oscuros, sensuales y perceptivos, con una inteligencia que la había cogido por sorpresa. Había cedido durante un momento ante


sus palabras, que prometían que aliviaría su tensión como si realmente le importase. Tuvo una extraña sensación. Claro que le importaba. Sobre todo en cierta zona por debajo de su cinturón. Además, no necesitaba ni su ayuda ni la de nadie en cuestiones sexuales. Su beso no la había estremecido tanto como ciertas palabras que había dicho. Había comentado que el tono de sus músculos no era el más adecuado. Y por si fuera poco, la había llamado esquelética. Se detuvo para mirarse en uno de los espejos. Inclinó la cabeza y se observó con actitud crítica. Había pasado bastante tiempo acostándose tarde, saltándose algunas comidas y durmiendo poco. Ciertamente el vestido le quedaba algo suelto. Dobló un brazo para comprobar sus bíceps. Pero aquello era ridículo. Liana se apartó del espejo disgustada. Ella era una ingeniera, no una luchadora. En cuanto a lo demás, cabía la posibilidad de que en efecto estuviera algo tensa. Como todo el mundo. Al fin y al cabo tenía un trabajo muy exigente. Sin embargo, no quería aceptar que estuviera agobiada o que fuera infeliz. Se dijo que sólo eran tonterías y continuó dando vueltas, nerviosa. Aunque fuera cierto, no era asunto de Jake Powers. No era más que un cavernícola. En circunstancias normales, no habría conseguido nada de ella. Pero estaba cansada. Se había pasado todo el sábado haciendo las cosas que no podía hacer durante la semana. Y al parecer nunca encontraba tiempo para dormir. Se había olvidado de comer y durante la cena no hizo otra cosa que picar un poco y beber demasiado vino para tener el estómago vacío. Tenía que reconocer que se encontraba muy tensa. Aunque no necesitaba a Powers para relajarse. Cogió su tarjeta y la rompió en pedacitos, dejándola en un lugar apropiado para asegurarse de que la veía. Pero aquel gesto la dejó insatisfecha. No era suficiente para expresar lo molesta que estaba con su comportamiento. Abrió la puerta del vestuario y echó un vistazo. El vaho indicaba que le gustaban las duchas largas con agua muy caliente. Pensó que le habría venido mejor una fría, especialmente si se dedicaba a asaltar a las mujeres que no conocía de nada para besarlas. Miró el lugar donde había dejado su camiseta y sus pantalones, frente a la taquilla. Ni siquiera había cerrado. De modo que abrió y descubrió que dentro tenía unos vaqueros, una camiseta y una chaqueta oscura. Al parecer, la única concesión de Powers a la gala de beneficencia. Entonces tuvo una súbita y diabólica idea. Pensó que no debía hacerlo, que era una venganza excesiva, pero recordó las voces cantarinas de sus hermanos, cuando era pequeña. «Vamos, Lee, atrévete. Seguro que no te atreves». Hacía mucho tiempo que no pensaba en aquello. Patrick, Bill y Mike siempre conseguían que se metiera en problemas. Al recordarlo sonrió con nostalgia, echando


de menos en parte aquellos días, cuando las cosas eran mucho más simples. Y luego se enderezó decidida a llevarlo a cabo. Cogió sus ropas y se las llevó. No tuvo que ir de puntillas. Un escuadrón de infantería Podría haber destrozado la taquilla y Jake no se habría dado cuenta. Podía oírse su voz a pesar del sonido del agua. Estaba cantando una canción de Gilbert y Sullivan. A Liana le pareció sorprendente. Se puso manos a la obra de inmediato. Empezó a hacer nudos en sus vaqueros, en su camiseta, en sus calcetines y en sus calzoncillos, con la destreza de una mujer acostumbrada a vengarse de sus hermanos. Después cogió sus calcetines y sus zapatos y los escondió en la cesta donde estaban las toallas. Pero su chaqueta merecía algo especial. Miró a su al rededor y entonces se dio cuenta. La sauna. Liana entró en la pequeña habitación y dejó la chaqueta en uno de los bancos de madera. Después puso la temperatura al máximo y cerró la puerta, sonriendo. Debería haberse sentido avergonzada. No se había divertido tanto desde que llenó los pantalones de Mike con ensalada de patatas. Desde luego, no era el comportamiento más adecuado para una profesional. Era una niñería, un síntoma de inmadurez. Pero sorprendentemente placentera. Se puso a silbar y se marchó de allí mientras Jake seguía en la ducha.


CAPÍTULO 3 ÍNDICE / CAPÍTULO 2 - CAPÍTULO 4

Liana no quiso volver a la fiesta. Después de su encuentro con Jake no se sentía de humor para mantener conversaciones estúpidas entre cóctel y cóctel con la élite de la empresa. De modo que caminó hacia el recibidor y sacó su tarjeta de acceso para llegar al ascensor. Pulsó el botón del cuarto piso y entró, apoyándose en una de las paredes. Habría preferido pasar el día en el sitio al que se dirigía. Las puertas se abrieron y ante ella apareció el departamento de ingeniería de Play Tyme, iluminado únicamente por las luces de seguridad. Apenas se veía nada mientras avanzaba entre los despachos. Encendió parte de las luces y se dirigió a su despacho, apenas un cubículo. Su escritorio miraba a una enorme ventana con unas excelentes vistas al aparcamiento de los trabajadores de la industria. Era un oscuro día de noviembre y ya había salido la luna. Estaba algo cubierto. Por una vez Skip Benning había acertado en su pronóstico del tiempo. Liana se sentó en su sillón y observó el desastre que tenía organizado en su escritorio. Aún estaban allí los restos del emparedado que había dejado el viernes sin terminar, junto con los formularios inacabados de la empresa. Encima del montón estaba la última edición de la revista de la empresa. Entrevistaban al nuevo dueño. Liana lo miró admirada. Era Xavier Storm, un magnate emprendedor y agresivo. La revista Time lo había descrito como el nuevo rey Midas, el hombre con más éxito del mundo. Ni siquiera había cumplido cuarenta años y todo lo que tocaba parecía convertirse en oro. Si se había hecho cargo de la Corporación Play Tyme, seguro que pasarían cosas excitantes. Y Liana quería tomar parte. Puso la fotografía de Storm junto a su ordenador para inspirarse y sacó su teclado de debajo de un montón de papeles. Encendió el ordenador y se tranquilizó un poco. Le gustaban los ordenadores. Generalmente respondían cuando se les daban las órdenes adecuadas. A diferencia de los hombres, demasiado obstinados e imprevisibles. Empezó a pensar en Jake de nuevo. Se preguntó si estaría buscando como loco su ropa en el vestuario. Por alguna razón, imaginárselo desnudo, con sólo una toalla alrededor de las caderas, le resultaba excitante. Pero no podía permitirse aquellas distracciones. Tenía que concentrarse en su programa. Había pasado muchas horas desarrollándolo. Diseñar nuevos métodos y sistemas era la parte de su trabajo que más le gustaba. Creía haber dado con una forma de producción mucho más dinámica que la que tenían, incorporando conceptos como las unidades de trabajo pequeñas y la robótica. Estaba segura de que sorprendería a todo


el mundo, incluso a su jefe, Harley Willis. Pero debía tener cuidado. Ya se había sentido tan segura en otra ocasión, en el pasado. No podía olvidarse de aquello, no desde el día en que entró en el despacho del director general de Asesores Tecnoindustriales, muchos años atrás. Acababa de salir de la universidad y estaba llena de entusiasmo. Estaba segura de encontrarse a punto de obtener el pago a tantos años de estudio y duro trabajo. Podría haber sido una de las empleadas más jóvenes de la empresa, y no dudaba que le iban a ofrecer el trabajo que tanto deseaba en el extranjero, en Alemania, lugar donde tenían muchos clientes. Pero en lugar de ello salió cinco minutos después de las oficinas con cara de asombro y un sobre rosa en la mano. -Pero ¿por qué? -fue todo lo que pudo decir. -Reducción de personal -respondieron. Su evaluación personal decía que era trabajadora e innovadora, pero que no respondía a la imagen de la empresa. Nunca supo qué querían decir con eso. Aquella joven triunfadora acababa de recibir el primer suspenso de su vida. Aún le dolía el estómago cuando pensaba en ello. Se detuvo para tomarse otro antiácido. No tenía intención de volver a fracasar. Empezó a escribir en el ordenador con más vigor que antes. Concentrada en su trabajo, perdió el sentido de la realidad hasta que una voz la llamó, sobresaltándola tanto que dio un salto en el sillón. -¿Lee? Se llevó la mano al corazón y miró al guardia de seguridad nocturno. Stan Hartman se echó hacia atrás la gorra. -Perdona. No quería asustarte. Vi la luz y vine a ver qué pasaba. No podía imaginarme que estarías trabajando un sábado por la noche, sobre todo con la fiesta que tienen organizada abajo. -Era bastante aburrida. Excepto por el hecho de que había ganado a un hombre que la había besado con tanto ardor que hasta se había olvidado de su propio nombre durante unos segundos. Pero evidentemente no dijo nada de eso. -Bueno, será mejor que no te quedes hasta muy tarde. -¿Por qué? Ni siquiera son las diez de la noche. Ya sabes que suelo quedarme hasta las doce. -Esta vez no. A menos que quieras pasar la noche aquí. Liana lo miró asombrada y Stan sonrió. -¿Cuándo fue la última vez que levantaste la mi rada de ese ordenador para ver lo que ocurre fuera? Liana dio la vuelta para mirar por la ventana, obediente, y lo que vio la sorprendió. Apenas podía verse el cielo entre la espesa cortina de la tormenta de


nieve que estaba cayendo. Se levantó y pegó la cara al cristal. El aparcamiento ya estaba completamente blanco. En el telediario se habían limitado a decir que sería un simple día nubloso. -Por todos los diablos... -Creo que ya hay varias carreteras cortadas. Será mejor que te des prisa, Lee. No necesitó que dijera nada más. Apagó el ordenador, cogió el bolso y se dirigía a toda prisa hacia el ascensor, cuando Stan la llamó. -Eh, Lee. Cuando llegues al aparcamiento, dile a ese joven que entre. -¿Qué joven? -Uno que no puede arrancar su coche. No puedo ayudado hasta que no llegue Bill. -Lo haré -dijo, asintiendo y dándole las buenas noches. Las puertas del ascensor se cerraron. Al llegar abajo, no perdió tiempo alguno en coger su abrigo del armario del recibidor. Todo estaba silencioso y oscuro. La gente que estaba en la fiesta debía haberse marchado al enterarse de la nevada que caía. Liana deseó haber hecho lo mismo. Sobre todo teniendo en cuenta que llevaba zapatos de tacón alto y un abrigo fino de cachemira que ni siquiera tenía botones. Además, había aparcado el coche bastante lejos. Liana salió por la puerta norte y caminó junto a la pared para resguardarse lo máximo posible durante la corta caminata que la esperaba. Al menos no hacía aire. Ni tanto frío como esperaba. Los copos de nieve caían a su alrededor. Ya había una capa de varios centímetros, suficiente como para que empaparan la fina piel de sus zapatos y sus medias de nylon. Cuando llegó al lugar donde había aparcado, descubrió que su coche azul estaba completamente cubierto de nieve. No había ningún otro vehículo, salvo una furgoneta. Había alguien junto a ella. Debía tratarse del joven al que se había referido Stan. Liana se dirigió hacia él para darle su mensaje cuando se incorporó. Al reconocer la figura de Jake Powers, dio un respingo, recordando lo que le había hecho a su ropa y preguntándose si no se habría excedido un poco. No esperaba volver a verlo. Pero allí estaba una vez más su premio. Desde luego, aquella noche tenía suerte. No pensaba volver a comprar otra papeleta en su vida. Jake no la reconoció al principio. Estaba demasiado ocupado con su furgoneta. Al menos parecía haber encontrado toda su ropa. Estaba mucho mejor preparado para el invierno que ella. Liana se estremeció, hundiéndose más en su abrigo y envidiando a Jake por tener una parka y unos guantes. Tuvo el impulso de volver a su coche y olvidarse del asunto, pero no podía dejado en la estacada. Mientras se acercaba, Jake golpeó el capó, frustrado. -¿Por qué no le da una patada, señor Powers? A mí siempre me funciona. Jake se dio la vuelta de inmediato, sorprendido al veda. Parecía mucho más agresivo que nunca, enfadado y cubierto de nieve. -¿Algún problema con tu vehículo? –preguntó Liana-. ¿Qué te ocurre? -Se ha estropeado.


Liana contuvo la respiración. Se suponía que estaba allí para ayudarlo y tenía la impresión de que la estaba insultando. -Puedo entender una explicación más técnica. No creo que debas dar por supuesto que no sé nada sobre coches sólo por el hecho de que soy una mujer. -Sólo porque sea un hombre, no creo que tengas por qué pensar que sé algo sobre coches, ¿no te parece? Su justa y rápida contestación hizo que se sintiera bastante tonta. De modo que se acercó sólo para disimular su vergüenza. -¿No arranca? ¿Dejaste las luces encendidas? -¡No, claro que no! Liana echó un vistazo a la batería. -Ya sé lo que pasa. Uno de los cables se ha soltado -confesó Jake. -En efecto, tienes razón -dijo, observándolo de cerca-. Y lo malo es que se trata del que conecta el generador de corriente alterna a la batería. ¿Cuándo fue la última vez que lo revisaste? -Cuando cambié el aceite, en septiembre. -Supongo que no pensaste en la posibilidad de usar anticongelante. -¿Para mí o para la furgoneta? -¿Cuánto tiempo hace que vives aquí, Powers? -Toda mi vida. -En ese caso, deberías saber que es necesario revisar los coches antes de que llegue el invierno. Deberías haberlo llevado en octubre a... -Mira, en otra oportunidad te agradecería los consejos. Pero para cuando termines estaremos completamente cubiertos de nieve. No creo que puedas hacer nada por mí. Será mejor que te marches. Yo entraré hasta que llegue la grúa. -Estarás esperando mucho tiempo. Tenemos problemas con las grúas incluso cuando hace buen tiempo. Sobre todo de noche. Deberías haberte marchado con alguien, cuando se terminó la fiesta. Jake sonrió. -Me habría gustado hacerlo, pero he tenido ciertos problemas para vestirme. Liana se ruborizó. Aunque al menos, aquello consiguió que entrara un poco en calor. -Supongo que tendré que llevarte. -Oh, no, gracias. ¿Para que te comportes como una loca otra vez? ¿Cómo sé que no acabaré en el fondo de un barranco en cualquier parte? Prefiero encontrar nudos en mis calzoncillos a morirme de frío. -No te dejaré en cualquier sitio -dijo-. Siento lo que hice con tu ropa. Fue una niñería. No sé lo que me pasó. Parece que consigues sacar lo peor que hay en mí. -Cuestión de opiniones. Tal vez sea lo mejor. Cuando estás enfadada das muy buenos besos. Liana se preguntó cómo era capaz de sonreír con tanto encanto cuando ambos estaban tan helados como dos esquimales perdidos en una tormenta. O cómo podía


sentirse tan excitada. -Será mejor que dejemos una cosa clara ahora. Te llevaré, pero si me prometes que no habrá sorpresas. -¿Sorpresas? -Sabes a qué me refiero. -Ah, no más besos. Parece que te ha gustado. -No, no me ha gustado. -Esa es la razón por la que los ingenieros no tienen sentido del humor. No te enfades, no quería decir nada con eso. Considéralo una forma de terapia. Algunas personas necesitan un látigo. En tu caso, pensé que sería mejor un beso. -Bueno, pues considera que estoy curada y no vuelvas a besarme. -Te aseguro que es lo último que pretendería en este momento. Liana empezó a caminar hacia su coche, de modo que no se dio cuenta del gesto que hizo Jake. La siguió, y antes de sentarse en el asiento del acompañante se quitó la nieve de los pies. Su automóvil era demasiado pequeño para él. Accionó la llave de contacto sin pensárselo dos veces. La capa de nieve era aún delgada, de modo que el limpiaparabrisas la eliminó enseguida. Aunque empezaban a entrar en calor tuvo que soplarse las yemas de los dedos. Los tenía helados. Jake se quitó los guantes y se los ofreció. Liana hizo un gesto negativo con la cabeza. -La caballerosidad no suele funcionar conmigo. Tú los necesitas tanto como yo. -No es un asunto de caballerosidad. Eres tú quien conduce, y prefiero que no tengas los dedos helados. Maldita sea, ¡cógelos! Aceptó los guantes a regañadientes y se los puso. Le quedaban muy grandes. -No vi ni tus guantes ni tu abrigo cuando... -¿Cuándo destrozaste mi ropa? Al menos, tenía la decencia de sentirse avergonzada. -Afortunadamente dejé mi abrigo en el recibidor -continuó él-. Haces muy buenos nudos. ¿Estuviste en algún campamento? -No. Pero tengo tres hermanos -dijo, con gesto de hastío. Jake no lo comprendió. Era hijo único, y habría dado cualquier cosa por tener hermanos. -Supongo que te ha debido molestar mucho -comentó ella. Jake sonrió con ironía. -No tanto. Me sorprendió mucho que pensaras que te podías vengar de mí de ese modo. Desde luego, no pareces ser la mujer estirada y sosa que pensaba. -¡Cómo te atreves! -Eh, sólo he dicho que no lo eres. -Eso no es lo que acabas de decir. Tú... -Liana empezó a decir toda serie de incongruencias, aunque lo absurdo de aquella discusión hizo que se le pasara el enfado tanto que estaba a punto de reír.


Jake se inclinó en el asiento para verla mejor. Hacía verdaderos esfuerzos para no estallar en una carcajada. -Vaya vaya. No puedo creérmelo. La eminente ingeniera tiene sentido del humor. -Será mejor que te abroches el cinturón. Te dejaré en la próxima gasolinera. Jake suspiró y se acomodó. Liana arrancó el vehículo. Él no dijo nada, para no desconcentrarla. No resultaba tan fácil salir de allí, teniendo en cuenta que todo estaba lleno de nieve. Además, el viento hacía que cayeran fuertes ráfagas que imposibilitaban la visión. Sin embargo, en poco tiempo salieron del aparcamiento. Jake habría preferido estar en el asiento del conductor, pero supuso que cualquier sugerencia al respecto habría acabado en otra discusión. Y no estaba tan acostumbrado a controlar su mal humor. Le pasaba lo mismo que a ella. Intentó tranquilizarse pensando que no había motivo para preocuparse. Liana parecía ser una buena conductora, y avanzaba bastante despacio. Los limpiaparabrisas se movían de uno a otro lado, permitiendo que comprobaran el estado de la carretera. Una máquina quitanieves intentaba inútilmente limpiar el camino. Sin embargo, prácticamente no había tráfico. Jake supuso que cualquiera con dos dedos de frente se habría marchado a casa mucho tiempo atrás. Lo que le hizo preguntarse acerca de ella. La miró y preguntó: -¿Por qué te quedaste hasta tan tarde? La fiesta terminó hace mucho. -No me quedé en la fiesta. Subí a la oficina para terminar cierto trabajo que quería tener preparado para el lunes. No me di cuenta de la hora que era. Jake arqueó una ceja. Trabajar un sábado por la noche. Obviamente, era una especie de adicta al trabajo. -¿Ya la persona con la que fuiste a la fiesta no le importa? -No fui con nadie -dijo ella-. Pero podría haberlo hecho, si hubiera querido. -Estoy seguro -murmuró. Podía imaginarse a la perfección a todos aquellos tipos encorbatados inclinándose sobre su escritorio para pedirle su número de teléfono. Además de un cuerpo espléndido, tenía uno de los perfiles más bellos que había visto en su vida. Las pecas que adornaban el puente de su nariz resultaban muy graciosas, y le daban un aspecto más dulce, vulnerable, casi humano. Tenía una mandíbula dura y arrogante, pero le gustaba tanto como su sensual boca. Ni siquiera recordaba qué había ocurrido para que acabara besándola. Le sorprendió mucho que le devolviera el beso, de manera ciertamente pasional, y se preguntó qué habría pasado si no se hubiera enfadado de repente. Pero tenía que recobrar la cordura y olvidarse de aquel asunto. No tenía sentido que se sintiera atraído por aquella mujer, que obviamente pensaba que estaba a un paso del eslabón perdido. No tenía nada en común con ella. Ni su estilo de vestir, ni su maravilloso título universitario, ni su gusto por las fiestas de aquel tipo. Probablemente, su mayor ambición era conseguir la llave del lavabo de ejecutivos. Desde luego no era su tipo de mujer. Además, había sufrido una amarga experiencia al respecto.


Cuando Liana redujo la velocidad y salió de la carretera principal para torcer por una carretera secundaria, Jake se puso tenso. Su vehículo tenía tracción en las cuatro ruedas, pero no estaba seguro de que no se fueran a quedar atascados en algún sitio y tuviera que ponerse a empujar. -¿Estás segura de que es buena idea? -murmuró. -Sé a dónde voy -contestó. Esperaba que ella lo supiera, porque él no tenía ni la menor idea. No solía alejarse nunca tanto. Las mayor parte de sus clientes eran atletas, no yuppies que asistieran a clubs sociales. Y a Jake le gustaba que fuera así. Se estiró en el asiento, incómodo. Le había entrado nieve en las botas y tenía los calcetines mojados. Sentía un hormigueo de frío en los pies. Se preguntó cómo se sentiría ella, teniendo en cuenta que llevaba medias de nylon, zapatos de tacón y un abrigo bastante fino. -Dime una cosa, Liana... -Casi todo el mundo me llama Lee -interrumpió. -Me gusta más Liana. Es un nombre muy bonito. Ella apretó los labios al oírlo, pero Jake continuó hablando. -¿Cómo es posible que tuvieras tiempo para preparar al coche para el invierno y no pensaras en ti misma? -Supongo que escuché el informe meteorológico equivocado. -Imagino que te refieres al de Benning, ¿no es así? Podría habértelo advertido. Cada vez que se presentaba en el colegio con pantalones cortos sabíamos que íbamos a alcanzar los diez bajo cero. -¿Cómo? ¿Fuisteis juntos al colegio? -Como lo oyes -contestó, mirando por la ventanilla. De repente se arrepintió de haber sacado la conversación. -¿Y sois amigos desde entonces? -No tanto. Digamos que hemos trabajado juntos alguna vez. -¿En qué? ¿Enseñando tus músculos? -Eso no fue idea mía. Lo creas o no me resultó tan humillante como a ti. -Pues lo disimulabas. Su tono irónico lo sorprendió. Se encogió de hombros y dijo: -Bueno, ya sabes cómo somos los brutos como yo. Mucho músculo y poco cerebro. Para su sorpresa, Liana pareció arrepentirse. -Lo siento. Estaba pensando que... Supongo que no he estado muy cortés esta noche. No quería resultar antipática rechazando mi premio. Es sólo que... -Lo sé. Eres una mujer ocupada. ¿Qué es lo que haces exactamente para la corporación Play Tyme? -Sólo soy una más en el departamento de ingeniería. No es tan interesante. No tengo un puesto de responsabilidad, y además mi jefe cree que una mujer sólo sirve en una oficina para hacer café. Aunque tenga un master en diseño industrial. -No das la impresión de ser la clase de mujer que se arredra fácilmente.


-Y no lo soy. O al menos no lo era. Pero supongo que he aprendido que el mundo de los negocios requiere más diplomacia y menos orgullo. A juzgar por su expresión, Jake pensó que la lección le había resultado dolorosa. Su bostezo cansado le intrigó tanto como su sonrisa triste. Pero antes de que pudiera preguntar nada, el coche se detuvo de repente. -¿Qué ha pasado? -preguntó. Liana movió la cabeza. Tuvo el tiempo justo de llevar el coche al arcén antes de que se detuviera por completo. Los limpiaparabrisas continuaron funcionando, así como las luces. Se quedó allí, sentada con expresión de culpabilidad. -¿Qué ha pasado? ¿No tenía suficiente anticongelante? -No es eso --contestó ella, en voz baja-. No tenía suficiente gasolina. -¿Cómo? -preguntó, mirándola con incredulidad-. La manecilla del depósito está en el punto más bajo. No sé cómo será tu coche, pero en mi furgoneta eso significa que el depósito está vacío. -Ya sé lo que significa -dijo ella. Apagó todo menos las luces de emergencia. De repente, el mundo a su alrededor se convirtió en algo silencioso, dominado por la nieve que caía. Jake se acomodó en el asiento y respiró profundamente. Desde luego, la noche estaba resultando muy movida. Primero la rifa, luego se le estropeaba el coche y ahora le ocurría aquello. Tras una serie tan enorme de desastres, sólo había una cosa que un hombre pudiera hacer. No pudo evitar reírse. -¿Qué te resulta tan gracioso? -Nada. ¡Nunca pensé que llegaría el día en que una mujer utilizara la excusa de haberse quedado sin gasolina conmigo! -¿Crees de verdad que he parado aquí, en mitad de ninguna parte, sólo para quedarme a solas contigo? O eres un vanidoso, o piensas que soy idiota. Siempre tengo lleno el depósito, nunca lo dejo por la mitad. Pero he estado dando tantas vueltas hoy que... -Eh, tranquilízate. Sólo era una broma. No es culpa de nadie. Estas cosas suelen pasar. -Pero no a mí -dijo, enfadada. Cogió su bolso y sacó los antiácidos. Pero al igual que el depósito del coche, el tubo estaba vacío. Hizo un gesto de frustración, tiró el tubo al asiento posterior y apartó la mirada de Jake. De haber estado sola, habría roto a llorar. -¿Dónde estamos? -preguntó él, intentando ver a través de la nieve-. ¿Estamos muy lejos de la gasolinera de la que me hablaste? Sólo podía ver una línea de árboles, una valla y lo que parecía ser el campo. -Estamos a unos cuantos kilómetros del sitio civilizado más cercano. Cogí un atajo para llegar antes, pero no debí haber abandonado la carretera principal. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Se frotó los ojos. Estaba al borde del ataque de nervios.


Jake se preguntó cuándo había sido la última vez que había conseguido dormir algo. Le habría dado un masaje de buena gana, pero estaba seguro de que ella lo habría rechazado acusándolo de ser un bárbaro. -Supongo que será mejor que nos quedemos en el coche -dijo-. Imagino que la policía pasará por esta carretera de cuando en cuando, ¿no? -Supongo que la estatal sí. -Magnífico. En ese caso tendremos que esperar a que alguien nos ayude. ¿Tienes mantas o algo así en el maletero? -No -gimió Liana-. Precisamente las cogí esta mañana y me dije que las tenía que meter en el coche, pero no lo hice. ¿Cómo he podido ser tan descuidada? -No importa. Sobreviviremos. Sin embargo, no estaba tan seguro de que ella lo consiguiera. La temperatura en el interior del vehículo bajaba con rapidez, y Liana estaba empezando a estremecerse de frío con aquel abrigo completamente inútil. Era una de las mujeres más desesperantes que había conocido, pero no podía permanecer impasible más tiempo. Empezó a desabrocharse la parka. Pero en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se negó. -¡No! Ya ha sido suficientemente terrible que te meta en todo esto, como para que ahora deje que te congeles. -Nadie va a congelarse. Antes de que pudiera protestar, se inclinó hacia delante y la atrajo hacía sí, tumbándola sobre su regazo y tapándola con su parka abierta, abrazándola con fuerza. -¿Tienes la costumbre de abrazar siempre así a las mujeres? -No, pero tranquilízate. No estoy bromeando. Será mejor que nos pongamos muy juntos para entrar en calor. Liana pensó que debía resistirse. Pero al notar su cuerpo sintió de inmediato los benéficos efectos de su calor. Su orgullo desapareció. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no apoyar la cabeza en sus hombros y empezar a llorar. Se sentía muy arrepentida por lo que había hecho, dejando que el coche se quedara sin gasolina, y olvidándose las mantas. Especialmente, después de haber dado un sermón a Jake acerca de lo que tenía que hacerse con un coche en invierno. Siempre había sido muy eficiente. Completamente capaz de enfrentarse a cualquier situación. Y sin embargo, no se reconocía a sí misma. Su vida parecía haber entrado en una espiral fuera de control desde el día que la despidieron de aquel trabajo y se fue a casa de sus padres. La recibieron con una fiesta sorpresa. La habían montado para felicitarla por lo que esperaban que fuese un ascenso seguro y un viaje a Alemania. Su abuela la recibió con lágrimas de orgullo y su padre se había vestido para la ocasión. Hasta sus hermanos, Pat y Bill, bromearon con ella diciéndole que ya se lo habían contado a media ciudad. Su hermano mayor, Mike, había llegado en avión con su mujer, desde el oeste, sólo para asistir al acontecimiento.


Y no fue capaz de hacer otra cosa que quedarse en la puerta, sin habla, sonriendo con tristeza, con aquel sobre rosa en el bolsillo que acababa de llevarse por delante su autoestima. Se preguntó si alguna vez volvería a ser como era. Sin embargo, no estaba dispuesta a ponerse a llorar delante de Jake Powers. Aunque tenía un problema, teniendo en cuenta que estaba en el regazo de un hombre. Se suponía que debía apoyar la cabeza en su hombro. Era lo corriente. Y se sentía incómoda estando tan cerca de él. Se quitó los guantes e insistió en que al menos se los pusiera, ya que compartía su parka con ella. Jake se los guardó en el bolsillo y cuando la abrazó de nuevo se estremeció. En la oscuridad del interior del coche, era muy consciente de su mandíbula cuadrada y de la calidez de sus ojos oscuros. Se sentía avergonzada por haberlo juzgado mal y dijo, sin pensar: -Eres un buen tipo, Jake Powers. -¿Un buen tipo? -preguntó, sonriendo. -La mayor parte de los hombres se habrían comportado de otra forma, sobre todo después de lo que te dije acerca de que tenías que tener más cuidado con tu furgoneta. -La vida es demasiado corta como para enfadarse por cualquier cosa. Sólo consigues úlceras con ello. Cuando me enfado, suelo dar golpes al saco de boxeo, o... -¿O qué? -O encontrar alguna otra forma para relajarme. -contestó, de repente tan consciente como ella de la intimidad de la situación. Sólo llevaba una camiseta debajo de la parka. Liana se acomodó y le puso las manos sobre el pecho, jugueteando con los dedos inconscientemente. Su propio cuerpo se estremeció en respuesta. Entonces se dio cuenta del efecto que estaba causando en él y apartó las manos avergonzada. -¿Has entrado ya en calor? -Oh... sí, gracias. Intentó contestar con normalidad, como si tuviera por costumbre tumbarse sobre un hombre todos los días. Pero tenía suficiente con el esfuerzo que le costaba notar sus duros muslos sin perder la sensatez. De hecho, esperaba que lo que estaba sintiendo fuera sólo su pierna. Jake tenía tantas dificultades en encontrar el lugar adecuado hacia donde girar la cabeza como ella. Sin embargo, en aquella posición estaban condenados a mirarse a los ojos. Liana se dio cuenta de las arrugas que surcaban su cara. No eran arrugas de dolor, sino de una persona acostumbrada a reír mucho. Como ella en el pasado. Entonces no podía recordar cuándo había dejado de hacerlo. Sin pensárselo dos veces, le acarició la mejilla. Jake la miró sorprendido pero no hizo nada para detenerla.


-Tienes unos ojos muy bonitos -murmuró. -Y supongo que lo próximo que vas a decirme es que tengo una bonita sonrisa. Si ves algo más bonito en mí, es posible que salte por el parabrisas para acabar sobre un montón de nieve. -Oh, no, tu sonrisa no es bonita. Es atractiva -dijo, parpadeando y preguntándose qué la había empujado a decirle aquellas cosas. Tal vez su cerebro estuviera dejando de funcionar a causa del frío. Se sentía eufórica en sus brazos. -Tienes un pequeño hueco entre los dientes -continuó, tocándole la boca. -Nunca quise que me pusieran un aparato. -En la edad media decían que tener un hueco entre los dientes era síntoma de una gran predisposición a la lascivia. Tal vez ésa sea la razón por la que te comportaste de manera tan extraña esta noche. -¿Extraña? ¿A qué te refieres? -A que me besaste sin conocerme de nada. -Ya te dije que sólo era un juego. -En ese caso, no puedo imaginarme cómo llegarás a besar cuando lo haces en serio. -Bueno, supongo que sería más parecido a esto. Jake la besó. Ella quiso resistirse, pero estaba demasiado excitada como para poder hacerlo. La fuerza de su abrazo y el calor de sus labios hizo que una ola de calor recorriera su cuerpo. Se entregó a él, invitándolo. Jake le puso una mano en la nuca y luego continuó besándola lenta y sensualmente. Empezó a acariciarla subiendo desde la cintura, hasta llegar a sus senos. Liana se estremeció, arqueándose ante el deseo. Había pasado mucho tiempo negándose el placer y soltó un gemido mientras se aferraba a sus hombros. Su mundo empezaba a estar apasionada y deliciosamente fuera de control. Al pensarlo tuvo miedo y se apartó de él para volver a su asiento. Jake ni siquiera tuvo tiempo para reaccionar. Pero no intentó detenerla. Estaba tan asombrado como ella Liana respiró profundamente varias veces para tranquilizarse. Su corazón latía tan deprisa que tenía la impresión de que era el único sonido que podía escucharse en el interior del coche. Cuando por fin pudo hablar, dijo: -Creo que ya nos hemos calentado bastante. Estoy segura de que terminará pasando algún coche de policía, y no quiero que nos descubran. -¿Por qué? -preguntó, sonriendo-. ¿Ahora ponen multas por acariciarse en coches aparcados? Liana lo miró con reproche. -Lo siento -continuó él-. Sólo intentaba mantenerte caliente. Supongo que nos


hemos excedido un poco. Un poco no era la expresión más adecuada. Se habían estado besando con tanta pasión y energía como para evitar el naufragio del Titanic. El iceberg se habría derretido. Encendió el contacto para que los limpiaparabrisas se pusieran en funcionamiento. Y al contemplar la escena no pudo evitar su suspiro de alivio. -¡Ha dejado de nevar! Tal vez debería salir fuera para ver dónde estamos. -Yo lo haré. Antes de que pudiera hacer nada, Jake abrió la puerta y salió. Una ráfaga de aire frío entró en el coche. Parecía estar ansioso por poner cierta distancia entre ambos y al darse cuenta se estremeció. Sin la protección de su cuerpo, no pasó mucho tiempo antes de que empezara a quedarse helada de nuevo. Se abrazó a sí misma. El resultado era un pobre sustituto del cuerpo de Jake, pero sin embargo resultaba mucho menos comprometido. Jake volvió al coche rápidamente. -Creo que hay unos edificios más allá. A pesar de sus protestas, Liana salió del vehículo. Hacía un frío intenso, contra el que sus finas medias de nylon no podían hacer nada. Pero casi no se dio cuenta de ello. Era de noche, pero en la distancia podía verse una línea de edificaciones. Se quedó con la boca abierta. Hasta entonces no se había dado cuenta de dónde estaba, confundida por la tormenta de nieve y por la presencia de Jake. -Parecen viviendas -dijo Jake-. ¿Sabes dónde...? -Sí -interrumpió-. Vivo allí. No tenía ni idea de qué estaría pensando Jake, pero tuvo la decencia de no decir nada. De modo que se dio la vuelta y cogió el bolso y las llaves del coche. -No creo que estemos a más de medio kilómetro. Podemos ir andando. -¿Con los tacones que llevas? -Lo lograré. Creo que es mejor eso que quedarse en el coche, muriéndonos de frío. Pero el peligro mayor que tenía en mente no era el frío, sino la presencia tentadora de Jake. Empezó a caminar hacia las casas, pero apenas había dado unos cuantos pasos cuando Jake se acercó y la levantó, cogiéndola en brazos con una facilidad que la dejó pasmada. Intentó protestar, pero la miró de tal forma que no se atrevió a ello. -No digas ni una palabra, a menos que quieras que te arroje en un montón de nieve. Liana notó que lo decía en serio. De modo que se tragó su orgullo. Mientras caminaban campo a través no pudo hacer otra cosa que agarrarse a su cuello. Y por primera vez en su vida, Liana Malone se permitió el lujo de apoyar la cabeza en el hombro de alguien.


CAPÍTULO 4 ÍNDICE / CAPÍTULO 3 - CAPÍTULO 5

En poco tiempo llegaron a la seguridad del edificio de apartamentos donde vivía. Pero Jake seguía llevándola en brazos. Liana levantó la cabeza de su hombro con lentitud. -Ya puedes dejarme en el suelo, Jake. -Tal vez podría, si me soltaras el cuello. -¡Oh! Liana notó, avergonzada, que había estado agarrada a él con mucha fuerza. Se soltó y se puso en pie con tanta celeridad que habría acabado en el suelo de no haberlo impedido él. A pesar de que la había llevado en brazos casi todo el tiempo, tenía los pies dormidos y helados. -¿Estás bien? -preguntó. Ella asintió. Parecía estar demasiado preocupado como para permitir que se pusiera de pie de nuevo. Era una sensación cálida que la hacía sentirse protegida. Una sensación que no había tenido en mucho tiempo. En todo caso se obligó a incorporarse al llegar a la puerta de su piso. Abrió el bolso y buscó sus llaves, pero tenía tanto frío que le temblaban las manos. Jake estaba a punto de ayudarla cuando se abrió la puerta del piso contiguo. Una mujer mayor salió al pasillo, vestida con un kimono. Lo único que le faltaba aquella noche era tener que vérselas con la cotilla de su vecina, la señora McGinty. -Vaya, ya estás aquí, Lee. Estaba muy preocupada con la tormenta sabiendo que habías salido para asistir a esa fiesta, de modo que me quedé levantada para comprobar que volvías sana y salva. Liana hizo un esfuerzo por sonreír. -Estoy bien, señora McGinty. He tenido un problema con el coche, pero eso es todo. Será mejor que vuelva dentro. Hace mucho frío en el pasillo, y... Pero su vecina no le prestaba atención. Miraba a Jake con curiosidad. Sin embargo, no estaba dispuesta ni a presentarlos ni a darle ninguna explicación. -¿Es uno de tus encantadores hermanos del Este? -preguntó. -No -contestó. Ya había encontrado la llave. -¿Un compañero de trabajo entonces? –insistió ella. -No exactamente. Me ha ganado en una rifa esta noche -contestó Jake. Liana lo miró recriminándole su actitud, pero el daño ya estaba hecho. La señora McGinty abrió la boca de golpe, asombrada. -Yo era el premio -continuó Jake.


Hablaba con inocencia, pero sus ojos brillaban maliciosos. -¿De verdad? -preguntó la señora-. Yo nunca he ganado nada en mi vida, salvo un edredón hecho a mano en una tómbola. -Habría preferido poder cambiarlo por su edredón -murmuró Liana. La señora McGinty miró a Jake con asombro y suspiró. -Querida, si tuviera veinte años menos te lo cambiaría. Lee abrió la puerta de su casa y dio las buenas noches a su vecina. Dejó que entrara Jake y cerró la puerta de golpe en cuanto lo hizo. Encendió la luz del salón y dijo: -Muchas gracias, Powers. Ya tenía bastante con haberte ganado en esa ridícula rifa delante de todos mis compañeros de trabajo como para que ahora mi vecina se entere. En poco tiempo lo sabrá toda la ciudad. -No sé de qué te quejas. Pensabas cambiarme por un edredón. Liana se estremeció. -Un buen edredón resultaría bastante útil ahora. -Eso es porque no me has dado ninguna oportunidad -dijo, acercándose a ella. Se quitó los guantes y estaba a punto de ayudarla a quitarse el abrigo cuando ella se apartó. -Por Dios, Liana -dijo, irritado-. Será mejor que te quites ese abrigo y te pongas algo seco encima. Está empapado. Sólo intentaba ayudarte. Liana dio un paso atrás, de tal manera que la mesa de madera maciza se interpuso entre ellos. -Cuando intentas ayudarme a entrar en calor siempre acaba complicándose todo. Y no sé si mi seguro cubre los incendios. -No se debe jugar con fuego. Si te estás refiriendo al beso que nos dimos en tu coche, reconozco que las cosas se nos fueron un poco de la mano. Pero no fue sólo culpa mía. -No he dicho que lo fuera -dijo, sonrojándose. Se quitó el abrigo y lo colgó en el armario sin dejar de mirarlo en ningún momento. Volvía a comportarse como una perfecta señoritinga, tratándolo como si fuera Atila. -Será mejor que te quites también los zapatos y las medias. Es posible que tengas síntomas de congelación en los pies. -Cierto, pero puedo comprobarlo yo sola. -Muy bien. En ese caso, dime dónde está el teléfono para que pueda... Jake dejó de hablar. Al mirar a su alrededor descubrió el estado en el que se encontraba su casa. Supuso que los muebles debían estar en algún sitio, aunque resultaba difícil encontrarlos. Todo estaba lleno de ropa sin doblar, cajas vacías y sucias de hamburguesas y pizzas y montones de carpetas con los papeles desparramados por todas partes. No era exactamente la casa que esperaba en una experta en eficacia. -No mires, Liana. Creo que tu casa ha sido asaltada por un maniático de la comida


basura. -Ya te dije antes que últimamente he estado muy ocupada. El teléfono está allí. Quitó un montón de papeles y cartas sin abrir de la mesita que había en el pasillo y debajo apareció un teléfono inalámbrico. Liana extendió la antena y pulsó una tecla. Jake admiró la forma en que su pelo, dorado y rojizo, caía sobre sus hombros. Lo excitaba. Tal vez tuviera razón al desconfiar de él. Ni siquiera estaba seguro de poder confiar en él mismo cuando ella se encontraba cerca. Aún recordaba cómo lo había besado en el coche. -Aquí lo tienes -dijo, dándole el aparato-. Es el último modelo. Supongo que sabrás cómo usarlo. Al acercarse notó su encantador olor. -Demasiado bien -contestó él ante su asombro-. Mira, Liana, no es necesario que te comportes así conmigo. Sólo soy un invitado en tu casa. Eres libre de marcharte y cambiarte de ropa si quieres. -Gracias, es posible que lo haga. Al menos iré a buscar unas zapatillas. Se quitó los zapatos de tacón y subió por las escaleras. Jake supuso que llevaban al dormitorio. La observó mientras subía. Parecía tan tensa y estirada como cuando la había conocido aquella noche. Jake sonrió. Estaba seguro de que no volvería a decir que era un buen tipo. Se quitó la parka y la colgó en la puerta. Luego buscó los números de las compañías de taxi y se preguntó si podría conseguir alguno después de la tormenta de nieve. Las dos primeras compañías a las que llamó comunicaban todo el tiempo. Mientras esperaba a que contestaran empezó a pasear por el salón, y estuvo a punto de aplastar una lata que estaba tirada en el suelo. Empezaba a hacerse una idea del tipo de mobiliario que había debajo de la ropa y la basura. Elegante y caro. Las paredes eran de terracota, sin decoración alguna, y el suelo estaba cubierto por una gruesa moqueta color tierra. Había una chimenea que no había sido utilizada nunca, y el diseño en color crema del sofá y de los sillones era bastante moderno. En cuanto a las mesas de cristal, eran tan impersonales como si las hubiera alquilado. Aquel piso le daba la sensación de ser un lugar vacío y sin calor humano. Excepto por una cosa. Bajo la caja de pizza que había en el sofá había algo vivo. Jake se puso en tensión. Ciertamente su piso no estaba en muy buen estado, pero no podía tener ratas. Entonces vio el rabo dorado. La caja de cartón cayó a un lado y apareció un gato siamés. Jake respiró aliviado y el animal lo miró con curiosidad. Era el tipo de gato adecuado para Liana: distante y serio. Sonrió al pensarlo. Un gato profesional. Dejó el teléfono a un lado y llamó al gato con suavidad. Se llevaba muy bien con los animales y con las señoras mayores. Hasta la señora McGinty se había declarado dispuesta a cambiarlo por su edredón. Y el gato tampoco sería inmune a su encanto. Se


resistió un poco al principio, pero en poco tiempo dejó que le tocara el lomo. Ronroneó y se tumbó boca arriba. Pero cuando se inclinó para acariciarle el estómago, la gata se revolvió y lo mordió. -¡Maldita sea! -exclamó. La gata se puso de uñas y Jake miró la marca de los pequeños dientes en sus nudillos. Desde luego, era el tipo de animal adecuado para Liana Malone. Se incorporó y vio un mueble en el que no había reparado antes. Se trataba de una estantería de madera, que no encajaba en absoluto con el resto de la decoración. Y sin embargo, era lo único que daba carácter a la habitación. Intrigado, se acercó un poco más. No esperaba encontrar otra cosa que libros de matemáticas o ingeniería. Y en efecto estaban allí, pero mezclados con todo tipo de volúmenes distintos. Al parecer Liana era como él. Leía con avidez cualquier cosa que cayera en sus manos. Se puso a buscar algún título que él también hubiera leído, y se sorprendió al ver que intentaba buscar algo en común con ella. Aquello empezaba a ser más peligroso que una simple atracción física. Se echó hacia atrás y entonces vio unas cuantas fotografías. Había una pareja de cierta edad, de aspecto distinguido. Supuso que se trataría de sus padres. También había una de Liana con pantalones cortos blancos y un top, entre dos jóvenes altos con brillos rojizos en el pelo. Un tercer joven estaba detrás de ella, haciéndole burla. Evidentemente se trataba de sus hermanos. Pero lo que le llamó más la atención fue la expresión de Lee. Sus ojos estaban llenos de vida, irradiaban fuerza y alegría. La mujer que aparecía en aquella fotografía era muy distinta a la que él había conocido. Se preguntó qué le habría pasado para que cambiara. No tenía ni idea. Sólo sabía que estaba dispuesto a trabajar duro con ella para que recuperara aquella sonrisa, aunque sólo fuera una vez. Pero detrás de las fotografías había algo igualmente interesante. Un documento enmarcado, su título en ingeniería. Magna cum Laude. Y al lado, su master en diseño industrial. Fue como si le dieran una bofetada. Le recordó lo difícil que resultaba encontrar ningún punto en común entre ellos. Sencillamente no lo había. Como no lo había años atrás entre él y Marcy. Ni siquiera quiso presentarlo a sus amigos ni a su familia. Entonces cayó en la cuenta de que tampoco Liana había querido presentarle a su vecina. Después de tanto tiempo, debía haberse acostumbrado a ello, pero seguía haciéndole daño. Furioso, se dirigió al recibidor teléfono en mano y dispuesto a marcharse de allí en lo que fuera, en un taxi o en un camión. En cualquier cosa que pudiera sacarlo de aquella casa. Cuando Liana bajó aún estaba más frustrado. No sabía si sentirse decepcionado o aliviado. Le había hecho caso. Se había puesto un pijama de franela de hombre, que le quedaba tan grande que disimulaba todas sus curvas. Se preguntó si sería una prenda de algún amigo suyo y se sintió celoso, a su pesar.


Liana dudó al llegar al último escalón, como si fuera muy consciente de lo que llevaba puesto. Jake se detuvo sin terminar de marcar el número de teléfono. -¿Te encuentras mejor? Ella asintió, y al darse cuenta de que estaba al teléfono, bajó la voz y preguntó en un susurro: -¿Has tenido suerte? Jake hizo un gesto. El tipo con el que estaba hablando no parecía muy dispuesto a enviar un taxi al extrarradio en una noche como aquélla. -¡A menos que vaya a tener un niño, olvídelo! -exclamó, colgando el teléfono. Jake apagó el aparato y metió la antena. -No, no he tenido suerte. Ni siquiera funcionan los autobuses. Nada excepto los vehículos de emergencia. Tal vez pueda llamar a la policía. -¿Y qué les dirás? ¡Socorro! ¿Sálvenme de esta mujer? Jake sonrió. Pero a pesar de su broma, tenía la impresión de que quería deshacerse de él desde el principio. Y el simple hecho de pensado le molestó mucho más de lo que quiso aceptar. Así que, cogió su parka. -Bueno, me hablaste de un taller que está abierto toda la noche. ¿Está muy lejos? -A medio kilómetro por la carretera, pero no puedes marcharte con este tiempo. -No tengo muchas opciones, ¿no te parece? Lee suspiró. -Bueno, supongo que tendré que darte alojamiento hasta mañana. Desde luego no era la oferta más calurosa que había recibido en su vida. -No, gracias --dijo, subiéndose el cuello-. Entre la temperatura que hace afuera y la que hace aquí, creo que prefiero la del exterior. Ni siquiera había dado dos pasos cuando notó una mano en su brazo. -Jake, espera... por favor. Él la miró. Se estaba mordiendo el labio inferior. Sus ojos azules parecían indecisos. -No creo que debas marcharte. -¿Por qué no? Me parece evidente que mi presencia te incomoda. -Sí, es cierto -contestó con sinceridad-, pero no me importa que te quedes hasta mañana. Puedes dormir en el sofá. Lo creas o no hay uno debajo de todos esos papeles. No puedo permitir que salgas con esta tormenta. -No te preocupes por mí, no me pasará nada. Pero parecía tan preocupada que no pudo evitar acariciada bajo los ojos con el pulgar. -Creo que debes descansar un poco, bella durmiente. Y no podrías mientras yo esté aquí. Estarías todo el tiempo preocupada con la posibilidad de que perdiera el control y cediera a mis impulsos prehistóricos. -De hecho no estoy tan preocupada por tus impulsos prehistóricos como por los


míos.

Su repentina confesión lo dejó asombrado, pero no tanto como la expresión de sus ojos. Los cerró, y al abrirlos estaban llenos de deseo. Y sin embargo su voz denotaba cierto nerviosismo. -El beso que me diste en el coche... me estremeció. Generalmente soy muy cauta y fría. No recuerdo haberme entregado con tanta rapidez, tan alocadamente, a nadie. -¿Cómo un tren expreso que choca contra el final de una vía? -sugirió él-. A mí me pasó lo mismo. -Pero los dos somos mayores, ¿no? -preguntó, riendo-. Se supone que deberíamos ser capaces de controlar nuestros impulsos, al menos hasta mañana. Hasta aquella noche Jake habría estado de acuerdo. Solía enorgullecerse de su autodominio. Un hombre de hierro. Pero no podía resistirse a los ojos azules de Liana. Despertaba en él un incontenible deseo. Una voz en su interior lo instó a escapar de allí cuanto antes. -De verdad, Jake, no pasa nada. Quédate, por favor. De haber estado allí vestida sólo con un camisón y oliendo a perfume, habría sido capaz de hacer lo que pensaba que era lo mejor para ambos. Pero de pie con un pijama demasiado grande, con unas zapatillas que dejaban ver sus dedos y con el pelo cayéndole sobre los hombros, parecía extremadamente joven y desvalida. Teniendo en cuenta cómo era, se trataba de una situación excepcional, puesto que no dejaría fácilmente que alguien la viera en aquel estado. De modo que empezó a quitarse la parka, contra su propio sentido común. -Bueno, tu sofá será más cómodo que cualquier taller sucio. Además, tal y como has dicho sólo es hasta mañana. -Es más cómodo de lo que parece. -He dormido en sitios peores. -Cogeré una almohada y una manta del armario. Jake le dijo que no se preocupara por ello, pero Liana se puso de inmediato a quitar las cosas que había sobre el sofá. Mientras se inclinaba, no pudo evitar mirar por la abertura del cuello del pijama. Llevaba algo blanco debajo. Jake estuvo a punto de suspirar. Tal vez una sola noche fuera demasiado como para poder soportarlo. -Yo lo haré. Vete a la... Quiso decir que se fuera a la cama, pero al pensarlo empezó a imaginar qué se sentiría durmiendo con ella. -¿Necesitas algo más? ¿Otra manta o un cepillo de dientes? -Vaya, parece que estás acostumbrada a tener invitados sorpresa -dijo, incapaz de apartar la mirada de su pijama. -No, en realidad no. Quería preguntarle de dónde lo había sacado, pero no le pareció una buena idea. A pesar de lo cual no podía evitar pensar en ello. Se acercó y preguntó con toda la normalidad que pudo:


-¿Estás segura de que nadie va a enfadarse por descubrirme en tu sofá? -¿A quién iba a molestarle? -Tal vez al individuo que te prestó el pijama. -Oh, a él. Tienes razón. Seguramente le molesta ría mucho -dijo, sonriendo--. Mi hermano mayor, Mike, tiene bastante carácter y un fuerte instinto protector. Pero no te preocupes. Vive en San Diego. -¿Tu hermano? Ah, es suyo. Intentó no parecer un perfecto idiota, pero no lo consiguió. -En efecto. Se lo dejó cuando se marchó de casa. Mi madre tenía la costumbre de comprarles muchos pijamas. No quería que los hijos del juez Malone tuvieran que salir corriendo de la casa desnudos, como salvajes, en caso de que hubiera un incendio. -¿Tu padre es juez? -Sí, en el oeste de Pensilvania. Jake hizo un gesto extraño. Tampoco en aquello se parecía mucho a él, hijo como era de un mecánico de una pequeña localidad del medio oeste. Liana estaba abrazada a su almohada, de modo que se la pidió. -Buenas noches, Liana. Para ser alguien que estaba a punto de derrumbarse de cansancio, demostraba una estimable tendencia a alargar las conversaciones. -Siento no tener otro pijama para poder prestártelo. -No importa. Siempre duermo desnudo. Sus miradas se encontraron. Por un momento, su confesión llenó el ambiente deposibilidades. Tenían que separarse de inmediato. -Buenas noches, Liana -repitió, con más énfasis. -Oh, sí, buenas noches, Jake. Pero ni siquiera había dado un par de pasos cuando se detuvo de nuevo, se volvió, sonrió y dijo: -Es extraño, de repente ya no me siento cansada. Jake sabía lo que quería decir. A él le ocurría lo mismo. Estaba a solas con ella y era demasiado consciente de sus encantos. Despertaba constantemente su deseo. Habría dado cualquier cosa por tener un par de pesas para desahogarse. Quería decirle que se marchara, que se fuera a su habitación antes de que ocurriera algo que los dos lamentarían. Pero aquella extraña expresión apareció de nuevo en sus ojos. Jake suspiró. -¿Quieres que encienda el fuego? Liana pareció alegrarse ante la sugerencia. -Sería maravilloso. Puedo ir a buscar una botella de vino si quieres. Siempre me ayuda a dormir. Bebes vino, ¿verdad? -No, sólo leche de y al del Himalaya. Aquello pareció sorprenderla. Pero después sonrió, dándose cuenta de que estaba bromeando. Mientras encendía el fuego pensó que aún cabía la posibilidad de


que pudiera salvarse. Liana se dirigió a la cocina, preguntándose dónde podía encontrar copas limpias. Desde luego, no en el lavaplatos. Estaba completamente lleno y se había olvidado de encenderlo. Tendría que sacarlas de la vajilla que le había regalado su madre. Mientras las buscaba, examinándolas, intentó no pensar en lo que empezaba a sentir por Jake. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había tenido compañía masculina, mucho tiempo desde la última vez que había invitado a un hombre a su casa. Se sentía como una quinceañera en su primera cita. Pero con Jake no se había citado. Sólo era un tipo que había ganado en una rifa, alguien con el que no tenía más remedio que pasar la noche. Se marcharía por la mañana, en cuanto dejara de nevar. Llenó las copas de vino. Después se puso la botella bajo el brazo y caminó hacia el salón, llevándolo todo con cuidado. Jake ya había encendido el fuego y la habitación empezaba a calentarse. Pero cuando fue a darle la copa de vino, su gata consideró que era el momento adecuado para cruzar la habitación a toda prisa. La arañó en los pies desnudos e hizo que perdiera el equilibrio. Notó que la botella empezaba a resbalársele. Jake consiguió salvar su copa y la botella, pero no así la de Liana, que acabó derramándose sobre su pijama. -¡Maldito bicho! -exclamó. Cogió una toalla del montón de ropa y se secó la pierna. Mientras tanto, Jake se hizo cargo de su copa antes de que derramara el resto. -Es mi gata, Rumbles -explicó, como si fuera necesario presentarla. El animal empezó a maullar frente a la puerta de cristal que daba al patio, con tanta fuerza como para despertar a todo el edificio. -Ya nos hemos conocido -dijo, con gesto irónico-. ¿Qué diablos le pasa? -A veces se vuelve un poco loca. Debe estar en celo otra vez -comentó, cruzando la habitación para cogerla en brazos. El felino seguía mirando hacia el exterior. -Pobrecita -murmuró, frotando su cara con ella-. Eres la gata con más necesidad de cariño del mundo. -Debe ser cierto, si es capaz de oler a un gato macho durante una tormenta dijo, acercándose con Liana a la ventana. .Se inclinó para acariciarla, pero luego lo pensó mejor. -Me gustaría dejar que tuviera cachorros antes de hacer algo para que no pueda quedarse embarazada. -Y supongo que con algún gato con pedigrí y un montón de certificados de pureza sanguínea. -Sería bastante irresponsable por mi parte si dejara que se cruzase con cualquier... -¿Con un simple gato? -preguntó, terminando la frase por ella.


-Bueno sí -dijo-. Parece que no lo apruebas. -Oh, no. Me alegra saber que los gatos practican el sexo seguro. Hablaba con un tono sarcástico que la dejó perpleja. Cogió a la gata y la metió en otra habitación. Se inclinó para mirar los pantalones de su pijama, manchado de vino. Después de pensarlo un momento decidió quitárselos. La parte superior la cubría suficientemente. Se quitó los pantalones y luego aplacó a Rumbles con un plato de leche, esperando que se tranquilizara y se durmiese. Cuando volvió al salón, Jake ya se había acomodado. Estaba tumbado en la moqueta, apoyado sobre los codos y mirando el fuego. Pero en cuanto oyó que volvía se incorporó. -¿Ya te has encargado de la gata? –preguntó- ¿Qué es lo que has hecho? ¿Darle una ducha de agua fría? Al ver sus piernas desnudas se quedó sin habla. Liana pensó que tal vez la chaqueta del pijama no cubriera tanto como suponía. Pero tampoco se le había ocurrido pensar que Jake estuviera en el suelo, mirándola desde abajo. Nerviosa, apagó la luz del salón. -Un fuego siempre es más bonito en la oscuridad, ¿no te parece? -Sí... Pero Jake no estaba mirando al fuego. Sus miradas se cruzaron. Las llamas del fuego se reflejaban en sus ojos oscuros. Liana se sentó en la moqueta sin demasiada delicadeza, sobre los talones. Jake le dio su copa de vino, que había rellenado, y los dos bebieron en silencio mientras ella intentaba pensar en algo que decir. Tenía que ser capaz de hablar con un hombre sobre algo más que contratos eléctricos o máquinas. Tal vez fuera que Jake la sacaba de sus casillas. Había algo en él que la atraía poderosamente. Jake estaba sentado con las piernas cruzadas, y su camiseta y sus vaqueros marcaban las líneas de su cuerpo. Mechas de pelo negro le caían sobre la cara, un rostro lleno de ángulos duros, de una belleza casi salvaje bajo aquella luz. Era algo primitivo, oscuro y peligroso. Jake giró la copa en sus dedos, examinándola como si esperara que la delicada pieza se rompiera al tocarla. -Bueno, aquí estamos. Una tormenta de nieve fuera y un fuego dentro. Las luces apagadas, el vino... Yo diría que es un escenario bastante romántico para un culturista y una ingeniera. -No lo sé -dijo, como si no hubiera estado pensando lo mismo-. Me temo que últimamente no reconocería algo romántico aunque... -¿Aunque lo ganaras en una rifa? -preguntó con ironía-. Confía en mí. Esto es tan romántico como parece. Lo único que falta es la música. -Puedes cantar si quieres.


-¿Yo? -Te oí cantar en la ducha -dijo, sonriendo-. Tienes una bonita voz de barítono. Jake se quedó boquiabierto, con una expresión muy cómica. Liana no pudo evitar empezar a reír. -De acuerdo, Malone. ¿Cuánto quieres por no decir nada al respecto? -No es nada de lo que debas avergonzarte. Yo también cantaba antes en la ducha. -Supongo que algo normal, como rock and roll. -No exactamente. Me gustaban mucho las melodías de los musicales de Broadway. -Música antigua y viejos misterios, ¿eh? Liana lo miró como preguntándose a qué se refería y Jake hizo un gesto hacia la estantería. -He visto que tienes una buena colección de Mickey Spillane y Raymond Chandler. -Ah, sí, eso. Antes leía bastante. Hacía mucho tiempo que no abría un libro que no fuera técnico, pero se sintió aliviada al descubrir que podía hablar con él de algo. Se inclinó apoyándose en los codos, relajándose un poco y saboreando el vino, la luz del fuego y el sonido casi hipnótico de la voz de Jake. La conversación pasó de los libros a la música, a la política y finalmente a la familia de Liana. En cuanto empezaron a charlar, le resultó increíblemente fácil hablar con él de cualquier cosa. Sorprendentemente tenían muchas cosas en común. Los dos eran de izquierdas, a los dos los apasionaban los misterios y compartían gusto incluso en lo relativo a los viejos musicales de Hollywood. Tal vez fuera por el irónico sentido del humor de Jake, o tal vez fuera por algo más elemental, algo en la forma en que la miraba o la tocaba cuando no encontraba las palabras adecuadas para decir algo. Pero se sentía como si lo conociera desde hacía mucho tiempo, como si pudiera hablar con él de cualquier cosa, por íntima que fuese. -Era muy traviesa. Siempre iba con mis hermanos, aunque me hicieran la vida imposible. Se pasaban todo el tiempo retándome a hacer cosas. Estuve a punto de romperme el cuello en cierta ocasión, cuando me subí a una escalera de incendios en una demostración que hicieron los bomberos en el colegio... Liana dejó de hablar. De repente se sentía avergonzada por haber estado hablando tanto. -Lo siento. No hay nada más aburrido que escuchar las historias de infancia de otra persona. Debo haberte resultado muy pesada. -En absoluto. Sin embargo, me da la impresión de que echas mucho de menos a tu familia. ¿Por qué viniste a vivir aquí, tan lejos de ellos? -Bueno... Liana dudó. No quería contarle lo del puesto de trabajo que había perdido. No quería hablar sobre la humillación que aquello supuso, al tener que enfrentarse a sus amigos y a su familia en aquella fiesta.


-Supongo que para buscar nuevas oportunidades, nuevos retos, y para... Para escapar. Era la verdadera razón, pero le resultaba demasiado difícil de aceptar. De modo que concluyó casi pidiendo disculpas. -Claro que mi trabajo en Play Tyme no es muy interesante. Ni importante. Nos dedicamos a fabricar pequeños motores para barcos. -Eh, los motores pequeños hacen posible que mucha gente se divierta. ¿Qué hay de malo en conseguir que la gente se lo pase bien? -Nada, supongo -contestó, puesto que nunca había contemplado su trabajo desde aquel punto de vista-. Cuando estaba en la universidad siempre quise tener mi propia lancha. De hecho practicaba el esquí acuático. -Leías, cantabas, hacías esquí acuático... Dime algo que te siga gustando hacer. Jake hizo la pregunta con suavidad. Y parecía estar llena de sugerencias y posibilidades, como su mirada. -Bueno, me gusta mi trabajo. -Ya lo he notado. Hasta te lo traes a casa, ¿no es cierto? -Tengo que hacerlo, para avanzar. Además estoy asistiendo a varios cursos y a unas clases de golf. -¿Golf? -Claro. Se hacen contactos importantes en los campos de golf. -¿De modo que ni siquiera lo haces porque te guste? -Soy una mujer ambiciosa. Y no es fácil abrirse camino en una profesión que en este país aún sigue estando considerada como de hombres. Estoy intentando ascender. -Hazme un favor, Liana -dijo, en tono sombrío-. No lo intentes con demasiada fuerza. -Nadie se ha muerto por trabajar demasiado. -Ah, ¿no? Eso era lo que decía mi padre. Un músculo se tensó en su rostro. Había algo triste en su expresión que hizo que Liana dudara antes de preguntar. Sin embargo, casi no había dicho nada sobre sí mismo y estaba intrigada. -¿Qué hacía tu padre? Jake parecía resistirse a contestar, pero al final contestó con orgullo y a la defensiva: -Era mecánico de coches. El mejor de la ciudad -explicó, ante su sorpresa-. Pareces sorprendida. -Supongo que sí, considerando lo poco que sabes de coches. -Nunca dejaba que me acercara al taller. Quería que fuera médico o presidente de un banco, alguien que trabajara con la cabeza, no con las manos -dijo, con amargura-. También él tenía ambiciones. De hecho, dejó el trabajo que le gustaba para conseguir un puesto en una oficina. -¿Y qué tiene eso de malo? -preguntó. -Terminó con úlceras y con problemas de corazón. De hecho, murió de un infarto


cuando yo estaba en el instituto. -Oh. Lo siento... Jake cambió de posición y miró al fuego. -Ya ves. Mi padre no aprobaba mi actual profesión más de lo que tú la apruebas. Quería que dejara de hacer deporte, que hiciera algo intelectual, como participar en debates o cosas por el estilo. Precisamente estábamos discutiendo sobre ello el día en que... Jake dejó de hablar y dejó la copa a un lado. Se quedó en silencio. Liana no sabía cómo interpretar sus emociones, su sentimiento de culpabilidad, o el dolor por la pérdida de un padre al que obviamente había querido mucho. No estaba acostumbrada a conseguir que la gente se sintiera mejor. Después de haber pasado tanto tiempo con sus hermanos, lo más cariñoso que sabía hacer era dar un golpecito en el brazo y decir que no se preocupara, que todo estaba bien. Pero se acercó a él y le apartó el pelo de la cara con una delicadeza que ni siquiera sabía que poseyera. Jake se estremeció como un niño. -No sé lo que le pasó a tu padre, pero estoy segura de que no fue culpa tuya. Jake sonrió con tristeza. -Supongo que parte de mí lo sabe. Pero otra parte... No dejo de decirme que debí haberme dado cuenta de lo difíciles que le resultaban las cosas, de lo agotado que estaba y de lo infeliz que era. Pero entonces era demasiado egoísta como para darme cuenta de ello. De pequeño era demasiado grande y patoso. Cuando cumplí los dieciséis años cambié, y de ser el patito feo del colegio pasé a ser el héroe. Siempre hacía de cabecilla y los otros chicos venían a pedirme permiso para hacer cosas. -Y las chicas también, supongo. -Sí, claro -admitió. -Supongo que muchas chicas atractivas intentarían acercarse a ti. -Desde luego. Y puede llegar a resultar muy pesado. -Oh, venga. Eres un hombre. No me digas que no te gusta ese tipo de cosas. -Al final uno se cansa de que las mujeres te admiren por tus músculos. A medida que uno se va haciendo mayor, espera más cosas de una mujer. -De modo que ahora estás buscando otra cosa. Una mujer que te quiera por tu inteligencia. -Algo así -comentó. Liana le acarició el pelo, dándose cuenta de que llevaba toda la noche deseando hacerla. Era un cabello fuerte y sin embargo muy suave. -¿Qué piensas? -preguntó intrigada. Jake la miró. Liana no supo interpretar lo que había en sus ojos, pero fuera lo que fuese hizo que lo cogiese de la mano. La abrió y la besó en la palma, consiguiendo que se estremeciera de los pies a la cabeza. Justo entonces, Jake apartó la mano.


idea.

-Estaba pensando que tendríamos que detener todo esto. No creo que sea buena

-¿El qué? -Que me quede aquí. -Pero pensaba que empezábamos a llevamos bien. No lo comprendo. -¿Cómo que no? Sabes de sobra que me atraes. -¿Vestida así? -preguntó, pasándose una mano por el pelo-. ¿Con un pijama de franela? Jake la observó. -Sí. Además, no tiene suficiente franela para cubrir todo tu cuerpo. Se levantó, y Diana sintió una profunda decepción, más de la que se había imaginado. Aunque tuviera razón. De no haberlo conocido, habría estado trabajando hasta caer agotada. Pero Jake estaba allí con ella, y las escaleras que llevaban a su habitación nunca le habían parecido tan oscuras y solitarias como hasta aquel instante. Habían estado hablando hasta altas horas de la madrugada, intercambiando pensamientos, intereses, opiniones, hasta parte de su pasado. Y quería seguir haciéndolo. Sin saber lo que estaba haciendo, lo acarició en el pecho para que no se marchara. -¿Tan mal te parece? -susurró-. ¿Tan mal te parece sentirte atraído por mí? -Sabes de sobra a qué me refiero. Acabamos de conocemos. Pero resulta evidente que no puede haber dos personas más distintas sobre la tierra. -¿Porque yo llevo pijama y tú no? -preguntó, acariciándolo aún. Estaba asombrada con su fortaleza y su poder. Notaba los latidos de su corazón cada vez más acelerados, y aunque en otra oportunidad se debería haber sentido alarmada sólo consiguió excitarse con ello. -¿Qué se siente al dormir sin pijama? -preguntó. -¡Liana! -Quiero saberlo, de verdad. No lo he hecho nunca. Incluso después de hacer el amor, siempre he sido tan práctica como para ponerme un camisón. ¿Qué se siente al dormir desnudo? -Es una sensación agradable. -¿Cómo cuando me besaste antes? -Sí. Liana lo miró. -Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. -Lo sé -dijo, con tristeza y suavidad. Jake se inclinó para besarla. Sólo quería darle un beso de buenas noches, pero sus buenas intenciones desaparecieron bajo la pasión que lo devoraba. Sus ojos estaban demasiado llenos de deseo. Jake se acercó aún más, consumidos los dos por una pasión tan desbordante como el viento que soplaba en el


exterior. Cogió su rostro entre las manos y la besó en los labios, en las mejillas y en la barbilla con extremada delicadeza. Ella suspiró y le pasó los dedos por el dorso de las manos, besándoselas. Cuando vio la marca de la gata en sus nudillos su deseo se volvió preocupación. -Oh, Jake, ¿te lo ha hecho Rumbles? Debí haberte advertido... Pero él la acalló con otro beso. Ya le habían hecho bastantes advertencias en una sola noche. Y no estaba dispuesto a prestar oídos a ninguna de ellas.


CAPÍTULO 5 ÍNDICE / CAPÍTULO 4 - CAPÍTULO 6

Ningún hombre podía comportarse con nobleza todo el tiempo. Jake lo había intentado, controlando el deseo que sentía por Liana. Pero no lo consiguió. Por alguna razón, ella lo había provocado y ahora no podía resistirse. No podía pensar en aquellas circunstancias. Estaba sobre él, con el pelo cayéndole a ambos lados. Su rostro lleno de deseo, sus labios como una dulce tentación. Jake la besó apasionadamente. Se preguntó qué le habría pasado. Hasta unas pocas horas antes era como un ordenador que hubiera estado encendido durante demasiado tiempo. Jake tenía la impresión de haber pulsado la tecla inadecuada. O tal vez hubiera sido ella. En todo caso sus manos lo acariciaban por debajo de la camiseta, provocando su respuesta. Estuvo a punto de gemir. La necesitaba. Pero no podía aprovecharse de ella en aquellas circunstancias. Aunque no sabía muy bien quién se estaba aprovechando de quién. De hecho, le estaba quitando la camiseta en aquel preciso instante. Excitado, la besó aún con más fuerza y le acarició los senos bajo la chaqueta del pijama. Empezó a desabrochársela, y de repente Liana lo cogió de la muñeca para que se detuviera. -No... -¿No? -preguntó, mirándola-. Liana, ¿has cambiado de opinión o intentas volverme loco? -Ninguna de las dos cosas -contestó, observándolo-. En cierta forma soy como mi gata. -¿Necesitas mucho cariño? -preguntó. -Puede que también sea eso. Pero me refería a que, igual que ella... practico el sexo seguro. -Ya -comentó ante el jarro de agua fría-. Yo también. De hecho no creo que pudiera hacer el amor en mitad de una nevada como ésta. -Yo sí -contestó, ruborizándose. Jake la miró asombrado. -Hay una cajita en el armario del cuarto de baño. En el tercer estante -continuó. -Supongo que junto a los cepillos de dientes para invitados, ¿no? Liana sonrió con ironía. -Lo siento, no puedo evitarlo. Digamos que se debe a la experta en eficacia que hay en mí. Siempre estoy preparada para cualquier contingencia. -No tienes que disculparte -murmuró.


Se dirigió al cuarto de baño para coger los preservativos. Sexo seguro. Pero el único problema estribaba en que la relación que pudieran mantener Liana y él no sería nunca segura, en ningún caso. Alguien terminaría herido y tenía la impresión de que iba a ser él. Le resultó interesante que hubiera descrito como una contingencia el deseo que ambos sentían. Aquella frase habría sido suficiente para apagar por completo el ardor de un hombre. Pero mientras cogía la caja precintada del estante se sintió aliviado. Al menos parecía ser la única contingencia en la vida de Liana. Sacó uno de los preservativos de la caja y regresó al salón. En cuanto la vio, todos sus esfuerzos por recobrar la cordura desaparecieron. Se había quitado la chaqueta del pijama y estaba sentada frente al fuego, abrazada a sus rodillas. Una pose interesante para alguien que sólo llevaba puesta la ropa interior, de color negro. Increíblemente atractiva. Se la imaginaba como la mujer de negocios total, calculadora y con ropa interior de algodón. De modo que le sorprendió verla de aquel modo. Era una verdadera caja de sorpresas. Mientras la observaba, con su cuerpo iluminado por la luz del fuego, casi se quedó sin respiración. Tenía la piel color marfil, y sus senos casi cubiertos por el cabello. Había inclinado la cabeza y entrecerrado los ojos. Parecía esconder multitud de encantadores misterios femeninos, tan viejos como Eva. Se sentó a su lado, en la moqueta. Pudo ver sus senos a través de su pelo, y lo echó hacia atrás para poder observarlos mejor. Era preciosa. Inteligente, fuerte y dulce, salvaje y vulnerable, apasionada y fría. Una verdadera dama. La clase de mujer con la que no debía soñar. De repente recordó varios fragmentos de poesía del romanticismo que había estado leyendo, y se sintió un perfecto imbécil. Intentó disimular su confusión apartando la chaqueta del pijama que había dejado en el suelo y bromeando. -A los ingenieros no os gusta perder el tiempo, ¿verdad? -Es parte de mi bagaje, señor Powers -susurró. Se abrazó a él y se entregó con pasión. Jake rodó con ella sobre la moqueta y empezaron a besarse casi de inmediato. Su respuesta fue rápida. Se dijo que si no tenía cuidado la tomaría allí mismo, con la misma velocidad con la que Liana hacía las cosas. Estaba claro lo que esperaba de él, del duro y siempre dispuesto hombre de las cavernas. Tal vez fuera el momento adecuado para demostrarle a la dama otra faceta de Jake Powers, su rostro delicado, el que raramente revelaba. No tenía muchas cosas que ofrecer a una mujer así, pero al menos tenía una. Riendo y protestando, se apartó de ella. -Tranquila, mi dama. Tenemos toda la noche por delante. -No, no la tenemos -dijo, mirando el reloj de pared-. Casi está acabando. Pero Jake se interpuso para que no pudiera verlo. -Creo que esta noche voy a darte una lección sobre el tiempo.


Liana sonrió. -¿Y qué puedes enseñarme al respecto? -preguntó, moviendo sus caderas de manera provocativa. -Que puede detenerse. -Que idea más terrorífica. Jake consiguió que se callara dándole un beso y luego se apartó para que hubiera más distancia entre sus cuerpos. Sin embargo la cogió de las muñecas y la besó de nuevo. Algo frustrada, Liana se resistió al principio para después relajarse, confiando en que Jake no mantendría aquel ritmo tan lento durante mucho tiempo. Ya fuera en cuestiones sexuales o de trabajo, la mayor parte de los hombres eran incluso más rápidos que ella. Pero Jake no era como la mayor parte de los hombres. Además de tener músculos de acero, poseía una voluntad de hierro. De otro modo no habría podido explicarse como podía besarla durante tanto tiempo con tanta lentitud y tanta delicadeza. Estaba aterrorizada. Llevaba viviendo mucho tiempo sólo para el reloj, haciéndolo todo con prisa. Y tenía miedo de descubrir lo que podría pasarle si se detuviese en algún momento y empezara a pensar o a entregarse completamente a Jake. Estaba a punto de desvanecerse entre sus brazos. Jake empezó a besarla en el cuello y ella. susurró: -Jake, por favor. No puedo seguir de este modo. -Claro que puedes -dijo, acariciándole la nuca-. Relájate, Liana, déjate llevar. Pero aquello era precisamente lo que la asustaba. Y sin embargo no podía negarse a su tacto mágico. Sus dedos empezaron a acariciarle los hombros, dándole masajes y bajando hacia sus senos. Cuando finalmente los tocó, Liana se mordió el labio inferior Tenía unas manos preciosas, grandes, duras, morenas en contraste con el color pálido de su piel. Sus fuertes dedos eran delicados y conseguían que se estremeciera. Dejó escapar un grito de placer. Le sorprendía descubrir que el placer no tenía por qué ser una llamarada rápida o un instante. Era algo lento y constante que consumía cada átomo de su ser. Se preguntó cómo podía torturarla con tanta exquisitez. -Jake. Al menos... quítate la camiseta. Él sonrió, pero se la quitó. Y en cuanto lo hizo Liana suspiró y le acarició el pecho y los hombros. Jake cogió de nuevo su mano. -¿Es que no puedo tocarte? -Sólo si prometes que serás más delicada conmigo esta vez -dijo-. Trátame como si fuera de cristal. Liana asintió. Jake le besó las yemas de los dedos y guió su mano sobre su pecho. Podía notar el calor de su cuerpo. Casi le resultaba difícil hacerlo con tanta suavidad. De repente sentía una inexplicable timidez al explorar su cuerpo con tanto deseo como


él exploraba el suyo. Sin embargo, se obligó a continuar lentamente, saboreando el tacto de los músculos de su pecho, que había desarrollado con tanta paciencia como la que usó Miguel Ángel en esculpir su David. Los dos podían jugar a aquella lenta tortura, y Liana se excitó cuando notó la reacción que estaba causando en él. Cuando la abrazó de nuevo, los movimientos de Jake ya no eran tan tranquilos. Lo hizo con fuerza, pegándose literalmente a ella, piel contra piel. La besó. Liana nunca se habría imaginado que un beso podría ser tan diferente, tener texturas y sensaciones tan distintas. Y Jake parecía conocerlas todas. Después fue bajando hacia sus senos y los besó. Liana se arqueó gimiendo. Se estremeció, y el placer que sentía creció hasta límites insospechados cuando comenzó a tocarla bajo las braguitas. Jake había empezado a sudar levemente, pero aún tenía energías más que sobradas como para bromear: -Te queda muy bien el pelo con la ropa negra que llevas. -Pero estamos mejor desnudos -comentó ella. Jake sonrió. Parecía estar dispuesto a ser clemente, de modo que soltó sus braguitas. Aunque su clemencia duró poco tiempo. La besó en el vientre y luego le acarició los muslos. Esta vez su estremecimiento fue mucho más violento. Jake la estaba tocando en lo más íntimo. Liana se sentía como una flor que se abría, con una intensa necesidad que debía satisfacerse. Lo abrazó y le clavó las uñas en la espalda. -Jake, por favor. No puedo esperar por más tiempo. -Ni yo, mi dama. Ni yo -contestó, besándola en los labios y quitándose el resto de la ropa que llevaba. Al contemplar su cuerpo desnudo Diana quedó admirada. Duro, musculoso, muy masculino. Nunca había perdido tanto el control con nadie. Incluso hacer el amor había sido durante mucho tiempo una especie de competición para ella. Pero se rindió por completo a Jake, dejando que la llevara a donde quisiera. Se abrió camino entre sus piernas y entró en ella. Jamás había conocido a una mujer tan dulce y frágil. Ni a una mujer cuyos ojos destilaran tanta fuerza, necesidad y pasión como los suyos. Sólo la disciplina que había aprendido a mantener sobre su propio cuerpo evitó que la tomará de manera rápida, fuerte y primitiva. No quería comportarse así con ella. Cada centímetro de su cuerpo quería alejarse de Liana, pero se obligó a entrar más en ella, comenzando los movimientos rítmicos y dejándose llevar por el deseo hasta su clímax natural. La besó. Ella dijo su nombre, gimiendo, como en un rezo ferviente. Con la frente sudorosa, Jake incrementó el ritmo como un corredor de fondo y cuando estaba a punto de deshacerse en ella se detuvo un poco. No había llegado tan


lejos como para dejarla así ahora. Supo que había llegado el momento de su victoria cuando Liana echó hacia atrás la cabeza y dejó escapar un pequeño grito. Sólo entonces se permitió llegar al final. Dejó su autodominio a un lado y se fundió en su cuerpo. Se quedó así, abrazado a ella, durante un buen rato, sintiendo el ritmo combinado de sus corazones, saboreando la sensación de calidez, bienestar y calma que recorría su cuerpo. Esperaba que ella sintiera lo mismo. Pero cuando la cogió en sus brazos para apartarle el pelo de la cara, comprobó horrorizado que estaba llorando. Al verlo se quedó asombrado. Sabía que existía la posibilidad de que se echara atrás en cualquier momento, pero no pensó que pudiera ser tan pronto. -Liana, ¿qué te ocurre? Ella movió la cabeza. Jake intentó limpiarle las lágrimas, pero sólo consiguió que llorara más. -¿Te he hecho daño? Una vez más hizo un gesto negativo con la cabeza. -No, no es nada. Es sólo que hacía tanto tiempo desde la última vez que... Ha sido muy bonito. -¿Bonito? Ella lo miró entre sollozos. -De acuerdo, ¡ha sido maravilloso, maldita sea! Liana le golpeó en el pecho con un puño, mortificada y aliviada al mismo tiempo. Ciertamente había sido maravilloso, uno de los momentos más mágicos de su existencia. Jamás había experimentado algo parecido, y no era capaz de hacer otra cosa que llorar como una niña. Se preguntó cuándo había sido la última vez que se había permitido llorar delante de un hombre. Al menos, no desde el colegio, cuando su hermano le dio un golpe con una pelota. Se alejó un poco de Jake, intentando recobrar su orgullo. Pero estaba demasiada cansada. Había estado resistiéndose a aquella sensación durante días, semanas. Y tenía la impresión de que no había nada que mereciera la pena. Salvo Jake. La abrazó y puso su cabeza sobre su hombro, murmurándole palabras al oído. Liana no tenía fuerzas para resistirse, y dejó escapar la terrible tensión que había acumulado llorando. Cuando terminó de hacerlo, se sentía mucho mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Incluso pensó que era posible que durmiese sin tener horribles pesadillas en las que acababa aplastada bajo montones de documentos impresos por un ordenador. Liana suspiró y lo miró a los ojos. Milagrosamente tenía un pañuelo entre las manos. Liana lo aceptó y se sonó la nariz. -Gracias. -¿Te encuentras mejor ahora? -preguntó. Liana asintió. Tenía la impresión de que


le debía alguna explicación acerca de los motivos por los que se estaba comportando de tal forma, pero ni siquiera ella los conocía. De todas formas, no importaba. Jake no preguntó nada. Cuando volvió a abrazarla, su suspiro fue de alegría. La besó en la frente, en silencio. Hacía sólo unas cuantas horas que lo había conocido, y ya sabía que nunca había conocido a un hombre que conociera tan bien las necesidades de una mujer, tan poco egoísta. Se acercó aún más a él y le acarició un brazo. -Eres un hombre sorprendente, Jake Powers. Cuando dijiste eso acerca de detener el tiempo, nunca supuse que... De verdad, jamás pensé que podrías... -¿Hacer el amor con una mujer sin agarrarla del pelo y golpearla con una maza? preguntó con ironía. -Sí, quiero decir, ¡no! Pero me has sorprendido. Empezaba a sentirse tan relajada que le resultaba difícil poder concentrarse y hablar con coherencia. -Eres... increíblemente delicado para ser un bárbaro -concluyó, bostezando contra su hombro-. Me resultaría muy fácil enamorarme de ti. -Oh, claro -dijo, riendo con amargura. Liana no se dio cuenta. Sus ojos estaban cerrados. Se había quedado dormida. Pero Jake continuó despierto mucho tiempo, escuchando el viento en las puertas de cristal y contemplando el fuego. Le dolía un poco el hombro por la posición en la que estaba, pero no quiso moverse para no molestarla. Tenía la impresión de que Liana no había tenido una experiencia tan profunda y tranquila en mucho tiempo. Además, le gustaba la sensación de tenerla en sus brazos casi tanto como la de hacer el amor con ella. Sobre todo teniendo en cuenta que acababa de conocerla. Frunció el ceño, intentando saber qué estaba ocurriendo. Había conseguido que se tranquilizara durante al menos una noche. Pero ¿a qué precio? No estaba seguro de lo que podría pasar a la luz del día. Ya no estaba dispuesto a aceptar relaciones de una sola noche. Había tenido demasiadas durante su vida, antes y después de su ruptura con Marcy. Aventuras apasionadas y cortas que lo dejaban más insatisfecho y vacío que antes. -Eso te pasa porque no te gusta ir de un sitio a otro todo el tiempo -solía decir su abuela. Sin embargo, le resultaba difícil admitir que era un hombre de una sola mujer. En cuanto a Liana, sólo parecía estar interesada en desempeñar su trabajo y continuar en busca de nuevos retos. Era una mujer dedicada por completo a su profesión. Y si alguna vez decidiera sentar la cabeza lo haría con un tipo estirado y rico, no con alguien como él. Intentó recordar qué había dicho antes de quedarse dormida, aquella tontería acerca de enamorarse de él. No, no creía que fuera posible. Aquella relación no tenía mucho futuro. Tal vez sería mejor llevarla a su cama y dejarla allí.


Pero le resultaba mucho más difícil de lo que había pensado. La miró. Tenía los labios levemente entreabiertos y una expresión relajada. Siempre había tenido debilidad por las mujeres así, sobre todo por las que tenían unos ojos azules tan vulnerables. Y la simple visión de su cuerpo, pálido y desnudo era suficiente para hacerlo arder de deseo. Pero se obligó a hacerlo. La soltó lentamente y la cogió en brazos. Ella protestó en sueños. La llevó hasta el segundo piso. La luz de la calle fue suficiente para iluminarle el camino. Su habitación era femenina, pero no muy cálida. Tanto las cortinas como el edredón de la cama, que estaba sin hacer, eran blancos como la nieve. La dejó sobre la cama y se dio cuenta de que era enorme. Demasiado grande para una mujer sola. Sin embargo, en cuanto la dejó sobre ella se dio cuenta de la razón por la que la habría elegido. Instintivamente se movió hacia el centro, se abrazó a la almohada y tomó posesión de ambos lados del colchón. Resultaba evidente que Liana Malone no tenía sitio suficiente para un hombre en su cama, ni en su vida. Jake la cubrió con la sábana y con el edredón, sonriendo. Ya había aprendido varias lecciones sobre cosas imposibles. Y no estaba dispuesto a añadir el nombre de Liana en la lista. Tumbada allí era toda feminidad y dulzura. Pero a la mañana siguiente, en cuanto se levantara, despertaría la profesional independiente y fría. Sabía que se arrepentiría de lo que había pasado aquella noche, de haberse mostrado tan vulnerable ante él. De tener un mínimo de sentido común, les haría un favor a los dos. Marcharse antes de que se despertara por la mañana.

Liana suspiró ante los besos de Jake y la sensación que le producía el contacto de su cálida piel y del fuego. Entonces la visión desapareció en mitad de una nube de humo azul. Y como si de un genio se tratara, la señora McGinty se materializó ante sus ojos como saliendo de una botella, con el pelo lleno de rulos. -Señora McGinty... -dijo-. ¿Qué está haciendo aquí? -¿No lo recuerdas? -rió-. Prometiste que harías un trato conmigo. El bárbaro a cambio de mi edredón. -¡No! No, he cambiado de opinión. Pero era demasiado tarde. La anciana señora se llevó consigo a Jake, sonriendo. -Jake! -exclamó. Intentó levantarse y seguirlos. Pero la señora McGinty le dejó a cambio el edredón que le había prometido y los dos se desvanecieron ante sus ojos. Entonces se despertó. Parpadeó ante la fuerte luz del sol que atravesaba las cortinas y descubrió que estaba completamente enrollada en su edredón.


Desde luego, había sido un sueño bastante raro. Se echó el pelo hacia atrás, aún dormida y confusa, sorprendida al descubrir que estaba sola en la cama. Además, debía haberse despertado abajo, en la moqueta, frente al fuego y con Jake. -¿Jake? -preguntó en un suspiro. Nadie contestó. El piso estaba tan silencioso que pudo escuchar el tictac del despertador cuando marcó el siguiente minuto. Eran las doce menos cuarto de la mañana. Casi mediodía. Tendría que haberse despertado mucho antes para dar de comer a la gata. Las máquinas quitanieves ya habrían limpiado las carreteras. Y tras ellas llegarían los camiones, los vehículos privados y los taxis. De repente, se quedó helada al pensarlo. -¿Jake? Esta vez lo llamó en voz más alta. No recibió ninguna respuesta y se sintió insegura. Se levantó de la cama con tanta rapidez que estuvo a punto de caerse. Cogió la bata y se la puso. Se ató el cinturón y bajó por las escaleras. A mitad de camino se detuvo para echar un vistazo al salón. Aún quedaban los rescoldos en la chimenea, como un recuerdo del romántico interludio que había compartido con Jake. Tanto las mantas como las sábanas que le había dejado para que durmiese estaban perfectamente dobladas encima del sofá. Y su parka había desaparecido. Una intensa sensación de vacío se apoderó de su estómago. -¡Jake! -exclamó. Terminó de descender y se dirigió hacia la cocina. Abrió la puerta de golpe y estuvo a punto de golpear a Jake en la cabeza. -¿Pero qué...? Jake se echó hacia atrás, dejando caer la mitad de los troncos que había cogido para reemplazar a los que había en el cajón de hierro. Con aquel rostro duro, el pelo cayéndole sobre la cara, y la parka mojada y fría parecía una especie de minero. Y sin embargo, nadie le habría parecido tan atractivo en aquel momento. Tuvo que resistirse para no lanzarse a su cuello. Recuperando el equilibrio, dejó los troncos en el cajón y la miró preocupado. -¿Liana? ¿Te encuentras bien? ¿Qué te ocurre? Liana lo miró a los ojos e intentó encontrar una respuesta lógica. Pero no tenía ninguna. -Pensé que te había cambiado por un edredón. -¿Cómo? -preguntó, levantando una ceja como si se hubiera vuelto loca. Liana se ruborizó, sintiéndose tonta. -No, nada, era un sueño. -Pues ha debido ser verdaderamente raro. -Sí que lo ha sido -dijo, sonriendo. Ni siquiera se había imaginado que había soñado con él, ni que se había


despertado aterrorizada al creer que se había marchado sin despedirse de ella. No tenía razón para sentirse tan triste. De no haber estado medio dormida, jamás habría reaccionado de aquel modo. A pesar de lo que había ocurrido entre ellos la noche anterior, apenas lo conocía. Era prácticamente un extraño. Aunque un extraño que había bebido vino con ella, compartiendo confidencias y haciéndole el amor apasionada y delicadamente. Había sido algo mágico. Pero por alguna razón todo parecía distinto a la luz del sol que atravesaba las ventanas de la cocina. Incluso Jake tenía un aspecto distinto. Sus ojos parecían sonreír al verla, pero había un poso de preocupación en ellos. O tal vez fuera porque se sentía muy expuesta. Él estaba vestido y ella medio desnuda. Se abrochó el cinturón de la bata con más fuerza y evitó mirado a los ojos. Él se agachó para recoger los troncos que había dejado caer. -Dios mío, es tan tarde... es casi mediodía. Debiste haberme despertado -dijo, con nerviosismo, arreglándose el pelo. -No hacía falta. Parecías estar muy cansada, de modo que fui a ver cómo estaban las carreteras. Se puede circular por ellas perfectamente. La nieve se ha derretido. -Magnífico -dijo, aunque en un tono no precisamente alegre-. Tenemos que hacer algo con los coches. -Ya lo he hecho -dijo, frotándose las manos-. He hablado por teléfono con el taller. Una grúa se encargará del mío. En cuanto al tuyo, pedí prestado un bidón y eché suficiente gasolina como para que pueda andar durante un buen trecho. Esta aparcado frente a tu casa. -Gracias, pero no era necesario que lo hicieras, ni que te preocuparas por... Su voz se apagó en cuanto se dio cuenta de todo lo que había estado haciendo mientras ella dormía. Rumbles estaba tumbada en su mantita, devorando un trozo de atún. Aquello explicaba que no hubiera saltado sobre su cama pidiendo su comida por la mañana. No se había dado cuenta hasta entonces, pero toda la cocina estaba inmaculada. Era la primera vez que la veía así en semanas. Incluso se había olvidado del color que tenía. -¡Jake! Has dado de comer al gato y has limpiado los platos... -No te preocupes, no he roto nada. -No quería decir eso. Pero no deberías haberte molestado. Al darse cuenta de lo mucho que había hecho ya por ella se ruborizó. Habían hecho el amor apasionadamente, había conseguido que se relajara, y que se olvidara de su trabajo, de sus amargos recuerdos, y de todo aquello que no fuera el simple placer que existía entre un hombre y una mujer. -No deberías haberlo hecho. Nada más. -No tenía otra cosa que hacer. No podía dormir, de modo que limpie los platos. No me costaba nada. Realmente, no eran muchos. No tenía razón para sentirse tan incómoda ante su


caballerosidad. -No estoy acostumbrada a invitar a alguien a mi casa y que me trate de este modo. -Cuidar de la gente es una de las cosas que mejor sé hacer. A la mayor parte de las mujeres le gusta mucho. Liana podía comprenderlo. Pero tenía miedo de dejar que la sedujese en tantos aspectos. -Lo siento -continuó él-. Si hubiera sabido que iba a ofenderte, no habría lavado los cacharros. -No tiene nada que ver con eso. Tiene que ver con lo de anoche. -¿A qué te refieres? -A que probablemente no debimos dejar que ocurriera nada. Jake permaneció en silencio durante unos segundos y luego dijo: -No, probablemente no, pero ocurrió. No tiene sentido que nos arrepintamos ahora. Liana quiso darle una explicación. Pero intentaba explicarse más ante sí misma que ante él. -Mi vida es muy complicada ahora. No estoy preparada para mantener una relación seria con nadie. -Lo comprendo. Yo tampoco tengo ganas de dedicarme a ordenar platos de porcelana. Liana se obligó a sonreír, aliviada ante lo bien que parecía habérselo tomado. Al menos, creía estar aliviada. -Bien, me alegra haber aclarado las cosas. ¿Te apetece desayunar? -Oh, no, gracias -dijo, metiéndose las manos en los bolsillos-. Creo que será mejor que me vaya. Me he encontrado a uno de tus vecinos en el aparcamiento. Prometió llevarme al taller. -Podría llevarte yo... -No. Ni siquiera te has vestido. Se alejó de ella de inmediato. Liana se sintió aterrada al observar que estaba a punto de marcharse. -Espera. Jake estaba ya a medio camino de la puerta de la cocina. Al detenerse, Liana notó que sus mejillas se enrojecían aún más. -¿No nos damos la mano, o algo así? Podemos ser amigos, al menos. Aquello le sonó estúpido incluso a ella misma. -Nunca seremos exactamente amigos. Sólo soy el tipo que ganaste ayer en una rifa, ¿recuerdas? Pero la acarició, y al hacerla supo que había cometido un error. La calidez de su piel le recordó lo difícil que le había resultado no besarla cuando apareció en la cocina. Estaba preciosa por la mañana, con aspecto dormido y el pelo revuelto. Sabía que despedirse de ella no iba a resultar fácil, pero no esperaba que fuera tan complicado.


Se dijo que habría sido mejor haberse marchado la noche pasada, evitándoles a ambos aquel momento. Si fuera un caballero, lo habría hecho. Se preguntó qué haría Liana cuando él se marchara. Probablemente volvería a su trabajo, comería un poco más de comida rápida y se enfrentaría a unas cuantas estadísticas aburridas hasta que volviera a sentirse tan tensa como antes, arruinando la hermosa expresión de su boca. No sabía por qué se preocupaba tanto por ella. Suspirando, apartó su mano de la suya. -Cuídate -dijo, besándola brevemente. Después se dio la vuelta y se marchó. Rumbles se movió de inmediato. Lo hacía cada vez que se abría la puerta, dispuesta a salir disparada a la calle a buscar a su gato. Ni siquiera le importaba la nieve. Liana aún estaba algo asombrada por su beso, pero consiguió evitar que el animal escapara. Cogió a Rumbles en brazos y de repente pensó que no había hablado con Jake acerca de lo que iba a hacer con su premio. Salió para llamarlo, pero ya no estaba. En aquellas circunstancias, seguramente no esperaría que apareciera por su gimnasio. Una mañana había sido suficientemente difícil. Todo un mes con él podría convertirse en algo insoportable, teniéndolo como preparador e intentando olvidar la noche que habían pasado juntos, resistirse a la tentación de hacer otra vez el amor con él. No, era una posibilidad que ni siquiera podía considerarse. Cerró la puerta y acarició a la gata con la barbilla. De repente, su casa le parecía terriblemente vacía y silenciosa. -Esto es ridículo -murmuró al oído del gato-. Al fin y al cabo sólo lo conozco desde anoche. No creo que vaya a echarlo de menos. Pero cuando Rumbles empezó a quejarse, Liana tuvo la urgente necesidad de unirse a ella.


CAPÍTULO 6 ÍNDICE / CAPÍTULO 5 - CAPÍTULO 7

Liana se colocó el casco en la cabeza. No era lo más adecuado como complemento para su traje de chaqueta, pero era necesario si quería entrar en la fábrica de Play Tyme. Evitó un montón de chispas que salían de uno de los laterales y tomó unas notas. El ruido que había en la fábrica aquel lunes era insoportable, pero no como para que no pudiera escuchar perfectamente ciertos comentarios. -¿Qué tal tus bíceps, Lee? -¡Eh, Malone! ¿Ya eres de acero? -¡Lee! Deberías ver el concurso de esta noche. A lo mejor ganas otro tipo. Liana sonreía. Después de haber ganado a Jake como premio, esperaba que sucediera aquello. Pero estaba segura de que no duraría mucho tiempo. Se metió las manos en el bolsillo de la chaqueta y sacó los trozos de la tarjeta que Jake le había dado. Sólo tenía que ceder el premio a otra persona. Pensó al menos en una docena de personas que podrían estar interesadas en asistir a su gimnasio, pero siempre tenía alguna objeción. Lo cierto era que resultaba bastante más complicado alejarse de Jake que cambiarlo por un edredón. -Ten cuidado, Malone. La voz hizo que se olvidara de sus pensamientos. Estuvo a punto de traspasar la zona de seguridad, por tercera vez aquella mañana. Sabía de sobra que la falta de concentración era en muchos casos la causante de los accidentes, pero no se sentía capaz de concentrarse en nada. Suspiró, se puso la carpeta bajo el brazo y volvió al complejo de oficinas. Estaba cansada, aunque no sabía por qué. Desde luego, no se había pasado todo el fin de semana trabajando. Resultaba increíble cuánta energía podía perder una mujer después de haber estado con un hombre. Pero se negaba a admitir lo que había estado haciendo diciéndose que sólo había conseguido sacarla un poco de sus casillas. Hasta que lo conoció no se había dado cuenta de lo sola que estaba. Estaba demasiado ocupada con su trabajo como para reparar en que ni siquiera tenía amigos en Quad Cities. Sólo conocidos. No estaba acostumbrada a la soledad, después de haber crecido en una casa llena de hermanos, amigos, y un padre y una madre siempre dispuestos a invitar a alguien. La mitad del vecindario se pasaba la vida en su casa. El terrible vacío en que quedó sumido su piso tras la marcha de Jake le hizo echar de menos su hogar. Pensó en la posibilidad de llamar a sus padres, pero su madre siempre sabía cuándo le ocurría algo y su padre se preocupaba por ella. Tenía miedo de


que no se creyeran su discurso acerca de lo mucho que le gustaba su trabajo y lo bien que se sentía en aquella ciudad. De modo que optó por llamar a una vieja amiga del colegio. Carla estaba trabajando en Nueva York como agente literaria. Le encantó saber algo de Liana. En poco tiempo empezaron a cotillear y a reír juntas como en los viejos tiempos. De hecho, le contó unas cuantas cosas sobre Jake Powers. En realidad fueron bastantes, porque Carla exclamó: -¿Tiene el cuerpo de Tarzán, unos ojos oscuros preciosos, es divertido y delicado y sabe cocinar? Le habrás pedido que se case contigo, ¿no? -Sólo lo conozco de un día -protestó. -Bueno, a veces es todo lo que hace falta. Creo que tenemos que conocemos un poco mejor. Al menos, una semana. -Genial, Malone. Sigues como siempre. Necesitas siete años para empezar algo serio con un hombre. Dame su número de teléfono y se lo propondré yo misma. Liana rió, pero la broma de su amiga permaneció en su memoria mucho tiempo después de que colgara el teléfono. Carla siempre había sido la romántica, la atrevida. Liana siempre había sido muy pragmática en sus relaciones con los hombres. Enamorarse podía llegar a ser algo ineficaz, molesto. Ya tendría tiempo para eso en el futuro. Pero una voz en su interior preguntó cuándo. Tal vez cuando tuviera sesenta años y se hubiera retirado. Despertaría una mañana y descubriría que había perdido toda su vida. -Fin del trayecto. Liana pegó un respingo al oír aquella voz, que le recordó a Jake. Pero sólo era una grabación. El pequeño tren se había detenido frente a la terminal del edificio principal, y el conductor estaba esperando a que se bajase para continuar con su rutina. Molesta por terminar siempre pensando en Jake, se levantó de su asiento. El minitren se puso en marcha de nuevo y ella se dirigió hacia el despacho. Desde luego no iba a resultarle fácil olvidarse de él. La había impresionado, y sólo en unas horas. Había conseguido que riera, que se relajara. Pero no habría hecho el amor con él de no haberse quedado atrapados bajo aquella tormenta de nieve y si su vida entera no estuviera fuera de control. Tal vez tuviera razón. Tal vez necesitara trabajar con más sosiego y cuidarse un poco más. Por eso había cogido su ropa deportiva, dispuesta a utilizar las instalaciones de la empresa, diseñadas por Jake. Le estaba agradecida por su consejo. Intentaba convencerse de que eso era todo. Pero recordaba perfectamente aquella noche del sábado, mientras la abrazaba y sentía su pecho desnudo, o la forma que tenía de besarla. No, tenía que mantener el control sobre las cosas. De modo que intentó animarse mientras se dirigía al edificio de oficinas. Como siempre, el departamento de ingeniería estaba casi vacío. La única persona que estaba habitualmente era Rosemary


Peters, la elegante rubia que trabajaba junto al escritorio de Liana. Nunca se había llevado muy bien con la secretaria, pero al verla hizo un esfuerzo por sonreír. -¿Puedo ayudarte en algo, Rosemary? Rosemary la observó, con la misma expresión de desaprobación que siempre guardaba para ella. -Oh, no. Sólo estaba admirando esas obras de arte. Liana no supo a qué se refería hasta que vio que habían puesto un montón de fotografías en color de culturistas, en poses variadas, en el interior de su oficina. Había una nota de Marty Fremont sobre una de ellas. -Lee, si las cosas no te van bien con Powers márchate con uno de éstos. Liana quitó las fotografías y las guardó en una carpeta para enviárselas a Marty, molesta. -¿Quieres algo más? -preguntó-. Esta mañana estoy muy ocupada. -Ya veo. ¿Demasiado como para poder asistir a una importante reunión? -¿Qué reunión? -La reunión de emergencia que estaba programada para esta mañana a las diez. -¿Cómo? De repente sintió pánico. Todo estaba en silencio porque no había nadie más en el piso. -¡Maldita sea! ¿Por qué no me avisó nadie? -Supongo que no estabas en tu despacho cuando lo dijeron -dijo, encogiéndose de hombros y marchándose. La vieja sensación regresó al estómago de Liana. Una simple mirada a su reloj bastó para que se diera cuenta de que eran casi las diez y media. Liana cogió su carpeta de notas y se dirigió al ascensor. Rosemary aún tuvo tiempo para decirle que la reunión había cambiado de lugar y se celebraba en la sala de juntas. Llegaba con media hora de retraso. Dio un golpe al ascensor, como para que se diera prisa. Cuando las puertas se abrieron corrió pasillo abajo, de tal forma que estuvo a punto de dejar caer la carpeta mientras se arreglaba el pelo. Casi sin respiración, entró en la sala de juntas. De repente se preguntó por qué habrían celebrado la reunión allí, cuando generalmente lo hacían en la cafetería. Todo estaba en silencio dentro de la habitación. Las paredes estaban cubiertas de paneles y el suelo tenía una moqueta de color azul oscuro. Pudo notar la tensión incluso antes de entrar. Alrededor de la mesa de roble pulida estaba todo el equipo. Ingenieros, contables, vendedores, sentados como soldados a los que estuvieran llamando la atención. Su jefe, Harley Willis, estaba sentado en la fila de la izquierda, hacia la mitad. Parecía tan preocupado como el resto de los presentes. La persona que estaba en la cabecera de la mesa se encontraba de espaldas a


ella, mirando por las ventanas. No podía ver su perfil. Sólo veía unos dedos largos y delicados que descansaban en el brazo del sillón, con un anillo de oro. Su corazón dio un vuelco. Aquello iba a ser peor de lo que había pensado. Ya era bastante malo llegar tarde a una reunión, como para que encima estuviera presente el gerente de la empresa. El hombre se dio la vuelta y lo vio. No era el gerente. Era el mismísimo dueño. Storm. Xavier Storm. El multimillonario, el magnate. Liana reconoció su rostro de inmediato, exactamente de la misma forma en que un niño habría identificado a su deportista favorito. No en vano aparecía en las portadas de montones de revistas y en cientos de programas de televisión. Más incluso que el propio presidente de los Estados Unidos. Y tenía una presencia incluso más arrogante y segura que la del jefe de estado. Vestido con un traje gris oscuro y perfectamente peinado, irradiaba el poder de un gran felino. Y su mirada de predador se clavó en ella. Notó que se le doblaban las rodillas. -¿Ocurre algo, señorita? -preguntó Storm-. ¿O se ha equivocado de habitación? Su pregunta hizo que el resto de los presentes la mirara. Antes de que pudiera contestar, Harley Willis se puso de pie. Se las arregló para mirarla y sonreír a Storm al mismo tiempo. -Es la señora Malone, ingeniera. -Señorita -corrigió Liana. -Bueno, señorita Malone -continuó Storm-. Me alegra que se una a nosotros. Cerró la puerta y dijo: -Siento llegar tarde. No me habían informado... -Ya sabe cómo son las mujeres -la interrumpió Harley-. Probablemente tendría que empolvarse la nariz, mientras que nosotros estamos trabajando. -Ya-comentó Storm mirando con desdén su chaqueta barata. Willis se apretó el lazo de la corbata, nervioso. Liana se sentía avergonzada y furiosa. Pero cualquier comentario que hiciera para defenderse sólo conseguiría empeorar las cosas. Storm le hizo un gesto con la mano para que se sentase, y Liana obedeció. Harley le ofreció una silla con cortesía, un gesto que ella odiaba. Se alejó de él y cogió la hoja informativa sobre la reunión. Resultaba evidente que la mayor parte de ella corría a cargo del propio Storm. y a juzgar por los rostros de los asistentes no parecía que estuviera siendo muy placentera. -Mi éxito se debe a que me ocupo personalmente de mis empresas. Casi todas están en el este. Ésta es mi primera aventura en el medio oeste, mi primera inversión industrial. Y hasta el momento no me ha gustado lo que he visto. Su tono era suave, pero daba la impresión de que era mejor no discutir con él. Sería mejor enfrentarse con un tigre de bengala. El gerente de la empresa, que estaba sentado a su derecha, arqueó una ceja. -Los beneficios bajaron el año pasado, señor Storm. Pero tengo a todo el equipo trabajando en ello, especialmente al departamento de ingeniería.


-Sí, señor -añadió Harley-. Estamos estudiando los posibles métodos para incrementar la producción. De hecho, espero un informe completo hoy mismo. Liana llevó una mano instintivamente a su carpeta, llena de las sugerencias que Willis había estado desechando durante los últimos meses. Aquélla era su oportunidad. Pero no se sentía capaz de hablar. Cabía la posibilidad de que se hubiera equivocado y cometiera un terrible error. -Quiero ver resultados inmediatamente -dijo-. No me gusta perder dinero, señor Willis. Si quisiera dedicarlo a obras benéficas habría comprado una iglesia, y no una fábrica. Willis asintió y le aseguró que se haría como dijese. Liana intentaba encontrar fuerzas para hablar. Pero su confianza parecía haber desaparecido en alguna parte. Casi podía escuchar a sus hermanos, diciéndole: -No seas gallina, atrévete. La reunión estaba a punto de terminar. El corazón le latía a toda velocidad, pero se puso en pie y dijo: -Señor Storm. Sus ojos verdes la observaron. Liana se aclaró la garganta y abrió la carpeta. -Precisamente tengo aquí los resultados de una investigación que he estado llevando a cabo. Creo haber encontrado algunos problemas que... De repente se detuvo, horrorizada. Se había equivocado de carpeta. Estaba a punto de ofrecerle el montón de fotografías de culturistas que habían dejado en su escritorio. Liana intentó cerrar la carpeta, pero sólo consiguió que las fotografías cayeran sobre la mesa. Una de ellas acabó delante del propio Storm. Después de un momento de asombro, una carcajada unánime estalló en la sala. Liana habría preferido que se la tragara la tierra. Storm examinó la fotografía con una sonrisa irónica, levantando una ceja. -¿Y esto que es, señorita Malone? ¿Una sugerencia para que cambiemos los trajes de la compañía? -No -acertó a decir-. Me he equivocado de carpeta... Harley Willis intervino entonces. -La señorita Malone parece algo distraída esta mañana. Storm miró la fotografía y comentó: -Sugiero que se concentre en algo más importante, señorita Malone -dijo, devolviéndole la fotografía. Liana intentó dar alguna excusa, encontrar alguna forma para recobrarse de tamaña humillación, pero sólo fue capaz de decir: -Sí, señor. Guardó las fotografías en su carpeta y se echó hacia atrás en la silla, con aquella horrible sensación en el estómago. Apenas se dio cuenta de que Storm estaba mirando su reloj.


-La reunión ha terminado. Tengo una comida de negocios y luego he de coger un avión. Pero espero que tengan algunas respuestas cuando regrese el mes que viene. Y recuerden. No estoy acostumbrado a fracasar. Todos se levantaron. La ironía con que Harley Willis le dio un golpecito en el hombro al pasar incrementó su sensación de derrota. Se quedó sentada sola en la sala mucho después de que todos se hubieran marchado. Las palabras de Storm aún permanecían en su memoria, como un eco. «No estoy acostumbrado a fracasar». Sabía exactamente a qué se refería. Fracasos como Liana Mary Malone.

Apretando los dientes consiguió levantar las pesas hasta los hombros, hasta que los brazos empezaron a temblarle por el esfuerzo. Su equipo deportivo de color azul estaba empapado de sudor y tenía la cara enrojecida. Terminó por dejar las pesas. Al igual que su vida, también aquello había sido un fracaso. No le interesaba gran cosa. No podía quitarse de la cabeza la escena de la sala de juntas, ni dejaba de pensar en lo que podría haber ocurrido de haber dicho una u otra cosa o de haber hecho las cosas de diferente manera. Si hubiera estado trabajando el domingo habría estado preparada. Si hubiera estado en su despacho, habría tenido ordenados sus documentos como el resto de los ingenieros. Y al fin llegó a la ridícula conclusión de que de no haber estado aquella noche con Jake Powers habría prestado más atención a su trabajo. Pero pensara lo que pensase, nada iba a cambiar. Había tenido una oportunidad de oro y la había desaprovechado. Quería darse golpes contra la pared, frustrada y con un profundo sentimiento de impotencia. Pero en lugar de eso cerró los ojos y siguió haciendo pesas hasta que le dolieron los músculos. Sus brazos estaban temblando por el esfuerzo. Y en aquel instante una mano se cerró sobre la suya. Abrió los ojos. Frente a ella estaba la última persona que esperaba ver. -¡Jake! Estaba frente a ella, impidiendo que levantara las pesas. Y no le costó mucho. Su corazón latía a toda velocidad, y aunque no hubiera estado agotada, el simple hecho de que la tocara habría bastado para que se le doblaran las piernas. No pudo evitar sentirse alegre, eufórica, como si hubieran pasado años desde la última vez que lo había visto. -Jake -susurró, sonriendo. Jake no le devolvió la sonrisa. Se limitó a mirarla con seriedad. -¿Qué demonios estás haciendo? -Ejercicio. -¿Es así como lo llamas? Pensé que estabas intentando dislocarte los hombros. -Me dijiste que tenía que trabajar un poco mi figura. -Te dije que tenías que cuidarte un poco, no que te mataras. ¿Has hecho


precalentamiento? -Hice unas cuantas flexiones de rodilla -dijo, enfadada. Con todo lo que le había pasado, lo último que necesitaba era discutir con Jake acerca de un asunto estúpido. Además, ya le dolían bastante los músculos. -No deberías haberlo hecho con tanta rabia y velocidad -dijo-. ¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que hiciste ejercicio de verdad? Estuvo tentada de contestar que el sábado por la noche, cuando hizo el amor con él en el salón de su casa. Y por alguna razón, Jake pareció adivinar sus pensamientos. -Bueno... aparte de eso -añadió. -No lo sé. De repente se sentía avergonzada. Acababa de darse cuenta de que su aspecto debía ser lamentable. Estaba sudorosa y tenía el pelo revuelto. Seguramente su cara estaba tan rojiza como su cabello. Cogió una toalla y se secó. Jake llevaba el pelo recogido con una tira de cuero, e increíblemente llevaba un traje. O algo parecido. Pantalones grises, una camisa con una corbata y una chaqueta oscura. Se preguntó dónde habría encontrado ropa de su tamaño. Estaba muy atractivo, pero se le veía incómodo, como si una simple flexión de sus brazos fuera suficiente para desgarrarlo todo. -¿Qué te trae por aquí? -Me llamó el jefe de personal. Aún tengo que discutir algunos detalles del gimnasio. -Ah. Liana se sintió decepcionada. Esperaba que el motivo de su visita fuera verla a ella. Pero al parecer la despedida del día anterior había marcado el final de su relación. Jake echó un vistazo al material que había estado usando Liana, como para asegurarse de que estaba en perfecto estado. Prefería hacerlo a enfrentarse a la mujer que no podía quitarse de la cabeza. Tenía revuelto su precioso cabello y unos cuantos mechones le caían sobre la cara. Era incapaz de dejar de mirar aquellos labios, la manera que tenía de arquearse o los movimientos que realizaba mientras se secaba con la toalla. Tenía el jersey del chándal pegado al cuerpo como una segunda piel. Se puso en tensión. Había pasado las últimas veinticuatro horas intentando convencerse de que lo que había ocurrido entre ellos sólo era una aventura. Pero se había estado engañando. La deseaba tanto que le costó mucho no acercarse a ella, abrazada y besada como la primera vez. Pensó con ironía que la vida era más simple en algunos aspectos en la prehistoria, cuando un hombre no tenía más problema que coger a la mujer que deseara y llevársela a su cueva. Deseaba sacada de allí. Tenía de nuevo aquella mirada de angustia. Al entrar en


el gimnasio la observó con atención, y no parecía estar haciendo ejercicio, sino exorcizando algún tipo de demonio. Resultaba obvio que había hecho caso omiso de su consejo, cuando le dijo que debía cuidarse un poco más. Además, no parecía muy dispuesta a permitir que fuera él quien la cuidase. Pero no pudo evitar hacer un comentario. -No deberías hacer ejercicio de esa forma. Haz unos estiramientos para tranquilizarte. Liana se frotó la nariz y se encogió de hombros. -De acuerdo. Dejó la toalla al lado y empezó a hacer ejercicios de brazos, encogiéndolos y estirándolos. Cada vez que se movía podía ver perfectamente la silueta de sus senos. Jake suspiró. Tal vez fuera él el que necesitaba tranquilizarse un poco. -¿Sólo has venido para comprobar el estado del equipo? No pareces llevar la ropa para eso. -Estuve comiendo con uno de tus jefazos, de modo que pensé que sería mejor ponerme una chaqueta. Era mentira. Se había vestido así por si se encontraba con ella, para impresionada. -¿Fuiste a comer con uno de esos tipos de la sección de personal? Pobrecillo dijo, mientras se tocaba la punta de los pies con ambas manos. -No. Estuve comiendo con el dueño. Liana se detuvo y lo miró con asombro. -¿Con el dueño? ¿Quieres decir...? ¿Te refieres a Storm? -Exacto. Se quedó boquiabierta. -Tú eras la persona con la que iba a comer... Dios mío, Jake, ¿tienes idea de quién es? -Sí, claro. -Es uno de los individuos más ricos y poderosos del planeta. -Pues necesita comer como todo el mundo -dijo, algo irritado. Conocía perfectamente cuál era la posición social de Xavier Storm, pero no comprendía por qué Liana se impresionaba tanto. O lo comprendía perfectamente y le molestaba, sobre todo cuando recordaba a aquel tipo, atractivo y bien vestido, como si acabara de salir de la portada de alguna revista. El tipo de hombre que le gustaría a Liana. -¿Y por qué quería Storm...? -¿Ver a un mono musculoso como yo? -No quería decir eso. ¿Pero de qué teníais que hablar? No pareces estar muy interesado en los asuntos financieros. -No, y tu amigo Storm no sabe hablar de otra cosa que no sean negocios. Al parecer le impresionó el programa que le envié para mejorar la forma física de los


trabajadores y reducir con ello el coste de los accidentes laborales y de las bajas. Le gusta sacar el máximo provecho del potencial de cada persona. Aunque sería más apropiado decir que lo que le gusta es usar a las personas para su propio beneficio. Quería que me fuera al este para desarrollar un programa similar en su cadena de hoteles y casinos, como asesor jefe. -Jake, qué increíble oportunidad... -Ya le he dicho que no. -¿Te has negado? -preguntó con incredulidad. -Me gusta ser mi propio jefe, Liana. Mi gimnasio no es una empresa multimillonaria, pero es mío. No ambiciono poseer una estúpida posición social. Sólo sirve para tener úlceras y pasarse la vida agobiado con montones de papeles. Le dije que no soy un hombre ambicioso. -No, claro que no -dijo ella. Jake supuso que la había decepcionado. De repente se sintió bastante estúpido vestido con chaqueta. Se deshizo el nudo de la corbata y se la quitó. Luego la dobló y se la guardó en el bolsillo. Resultaba evidente que a ojos de Liana no podía competir con Storm. -No puedo creerlo. Has estado con Storm durante toda una hora. Daría mi brazo derecho por poder pasar quince minutos a solas con él. -Tú y cientos de mujeres de todo el país. -No me refería a tener una aventura con él... -No tienes que darme explicaciones. Al fin y al cabo lo único que había entre ellos era la noche que habían hecho el amor, apasionada y desenfrenadamente. Pero no dijo nada. En realidad los dos sabían que se trataba de algo más profundo, algo que preferían evitar. Liana apartó la mirada y se ató los lazos de las zapatillas. -Sólo me refería a que me habría gustado tener tu oportunidad -dijo, con ojos brillantes-. Tal Vez aún tenga una oportunidad. Si tuviera suficiente valor cogería mi carpeta e iría a verlo al hotel. -¡No! -exclamó Jake, tan sorprendido por su vehemencia como Liana-. Se ha marchado. Un asunto de última hora lo obligó a adelantar su vuelo a Nueva York. Jake se alegraba mucho de ello, ahora que sabía que tenía intención de ir al hotel. Tal vez no tuviera en mente una aventura, pero no sabía cómo podría reaccionar Storm si se le presentara la oportunidad. Era tan famoso en la seducción como en los negocios. Liana dejó caer los hombros, entristecida. -Vaya -murmuró. Tiró la toalla con tanta fuerza que acabó hecha un guiñapo. Luego se llevó la mano al hombro y gimió. Jake olvidó por completo la promesa que se había hecho de mantener las distancias y se acercó en dos grandes zancadas. Apenas había estado trabajando un


día y ya parecía más tensa que cuando la conoció. Ella intentó alejarse, pero la obligó a permanecer quieta. Frunció el ceño y examinó su hombro con los dedos. -¡Ay! -¿Pero qué demonios te has hecho? -Nada... -Entonces, ¿cómo es posible que estés tan tensa? -Porque he tenido una mañana horrorosa. Por eso. -Bueno, cuéntame qué te ha pasado. -No, no lo entenderías. -Inténtalo. Liana hizo un gesto negativo con la cabeza. No le gustaba llorar sobre el hombro de los demás, incluso aunque fuera tan poderoso y tentador como el de Jake. De todas formas, sabía que no compartía sus ambiciones. Pero el masaje que le estaba dando la tranquilizó. Su tensión desapareció rápidamente y soltó un gemido de placer. Las manos de Jake eran mágicas. Sus ojos eran tan sensuales que en poco tiempo se encontró contándole todo lo que había ocurrido, incluido lo sucedido en la sala de juntas. -¿Has estado coleccionando fotografías de culturistas? -No. ¿Por qué tengo que repetírselo una y otra vez a todo el mundo? ¡No eran mías! -Bueno, no sería tan terrible. Estoy seguro de que la mitad de los hombres que estaban en la reunión coleccionan fotografías de Play Bay. -Pero no las arrojan encima de una mesa de juntas. Es tan poco profesional... -No es el fin del mundo. -No, pero sí el fin de mis esperanzas de impresionar a Storm. Liana se estremeció cuando Jake tocó la base de su cuello. Sus manos eran tan peligrosamente seductoras que Liana pensó que debería tener un permiso legal para usarlas. -Me siento una completa fracasada. Tengo casi veintisiete años y no soy más que una simple ingeniera. Probablemente ni siquiera tomen en consideración mi nombre para la próxima promoción. -¿Tan importante es para ti? -murmuró-. ¿Sólo aspiras a tener un bonito despacho algún día con tus iniciales grabadas en la puerta? Liana siempre había pensado que lo era, pero en aquel instante, mirando sus ojos azules, ya no estaba tan segura. Ni siquiera se dio cuenta del momento en que le había quitado el jersey para darle un masaje en la espalda. Sus manos se movían sobre sus hombros desnudos con un ritmo lento y sensual. Notó una ola de calor, como si estuviera a punto de derretirse. Todos los músculos de su cuerpo se relajaron en sus brazos. Súbitamente Jake notó que algo había cambiado en ella y comenzó a tocarla con más fervor. Emocionado, se inclinó sobre ella para besarla. Liana no habría podido protestar aunque hubiera querido, por la posición en la


que se encontraban. La besó y ella devolvió su beso, apasionada. Su sujetador deportivo bajó un poco más. En poco tiempo estaría tocando sus senos desnudos, y ella deseaba que lo hiciera, no podía esperar. Sólo un vestigio de su razón le recordó lo fácil que le estaba resultando seducirla. Sin embargo fue suficiente para que se resistiera, apartándose de él. -Jake... Sus ojos estaban llenos de deseo y la excitaban. Si la hubiera besado de nuevo a pesar de sus protestas, se habría derretido literalmente, olvidando por completo quién era y dónde se encontraba. En el gimnasio de su empresa. En cualquier momento podría aparecer cualquiera de sus compañeros. No sólo podía hacer que el tiempo se detuviese. Podía conseguir que desapareciera. Pero Jake respiró profundamente y la soltó. -Mis impulsos prehistóricos -explicó, sonriendo- parecen escapara mi control en cuanto estoy cerca de ti. Lo siento. -No pasa nada... Liana se puso el jersey. Se dio cuenta de que estaba temblando, no tanto por la debilidad de sus músculos como por el deseo que ardía en su interior. Ambos se alejaron un poco, intentando tranquilizarse. Jake se metió las manos en los bolsillos, como si fuera el sitio más seguro para tenerlas. A ella le molestó que fuera él el primero en controlarse. -La próxima vez que hagas ejercicio utiliza pesas más ligeras. Y dúchate antes. -Gracias por el consejo. Sobre todo teniendo en cuenta que viene de un hombre que siempre hace lo posible por acelerar los latidos de mi corazón. -Si quieres hacer deporte de verdad, usa la tarjeta que te di. Me refiero al premio que ganaste -explicó, ante su mirada atónita. -Ah -dijo, sonrojándose--. Sí, claro, pero en las actuales circunstancias no creo que sea muy seguro ir a tu gimnasio. -Eh, mantengo en perfecto estado la seguridad de mi equipo. -Eso no es lo que quería decir, y lo sabes de sobra. Me refiero a esto tan peculiar que nos está pasando. -¿Peculiar? Ah sí, que un hombre y una mujer se atraigan y se deseen. Sí, supongo que es bastante extraño. -Lo es para dos personas que ya han decidido que no quieren mantener ninguna relación. -Muy bien. No diré nada más -dijo, haciendo un gesto enfadado-. Había olvidado que eres una profesional muy ocupada. De todas formas, nunca creí que fueras a pasar un mes entero en mi gimnasio. Liana estaba dispuesta a pedirle disculpas de nuevo por no querer su premio e incluso a darle explicaciones. Pero en lugar de eso frunció el ceño. -¿Qué quieres decir con eso? Jake se encogió de hombros.


-Es mejor que lo afrontemos. Hacer ejercicio en serio en mi gimnasio es muy distinto a dar vueltas por un club de campo o jugar un par de hoyos en un campo de golf y darse después un baño. Liana puso los brazos en jarras. -¿Estás diciendo que no soy lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a tu entrenamiento? -Bueno... Algo en su escéptico tono de voz hizo que Liana se sintiera como Rumbles cuando la acariciaban de forma que no le gustaba. -¿Me estás retando, Powers? -preguntó con suavidad. Sus miradas se encontraron y Jake sonrió. -Sí, tal vez lo esté haciendo. Además, si no te sientes a salvo conmigo, hay más preparadores físicos que pueden ocuparse de ti. -No quiero a otra persona. ¡Quiero que seas tú! Sus palabras los dejaron atónitos a los dos. Jake arqueó una ceja. Liana intentó dar una explicación, aunque más para sí misma que para él. -Quiero que seas mi preparador, nada más. Si voy a ir a tu gimnasio, lo mínimo que exijo es recibir el premio que gané. Al fin y al cabo tuve que pagar por aquella papeleta. -Liana, cuando la compraste no habrías sabido distinguirme de un microondas. Ella lo observó, admirando su cuerpo. Su boca aún brillaba por el beso que se habían dado. -Ahora puedo. Pero espero que quede claro que nuestra relación será estrictamente profesional, ¿de acuerdo? -Claro. ¿Qué crees que estaba intentando conseguir? ¿Seducirte en un potro? La idea le pareció tan excitante a Liana que tuvo que quitársela de la cabeza haciendo un gran esfuerzo y respirando profundamente. -Estrictamente profesional -insistió, levantando una mano. -Como quieras -dijo, estrechándole la mano. Su contacto fue suficiente para que se estremeciera. Estrictamente profesional. Liana se preguntó a quién le iba a resultar más difícil mantener el trato.


CAPÍTULO 7 ÍNDICE / CAPÍTULO 6 - CAPÍTULO 8

Liana se anudó la bufanda alrededor del cuello, para defenderse del frío viento de noviembre. Había montones de barro a ambos lados de la calle, como recordatorio de la tormenta de nieve del sábado mientras caminaba por el barrio de Rock Island, conocido como El Distrito. Varias calles habían sido cerradas al tráfico, y estaban llenas de tiendas, restaurantes, oficinas y otros pequeños negocios. Casi todas las tiendas cerraban a las cinco, pero uno de los locales, situado en un edificio de ladrillo de tres pisos, tenía aún las luces encendidas. Se trataba del gimnasio Powers. Liana comenzó a caminar más despacio. Después de dudarlo durante un instante, abrió la puerta y entró. Se limpió los pies y echó un vistazo a su alrededor. A su derecha había un mostrador vacío y otra puerta. A su izquierda un gran ventanal, que era lo único que la separaba del gimnasio. Estaba asombrada. Jake siempre decía que a su negocio no le faltaba nada. Pero incluso así jamás había visto tan formidable equipo en su vida. Pesas, todo tipo de máquinas, caballos, y un largo etcétera de objetos para hacer deporte diseñados para modelar el cuerpo humano de mil maneras distintas. -Esto no es un gimnasio -murmuró-. Es una cámara de torturas medieval. Había media docena de personas haciendo ejercicio, incluyendo una rubia que levantaba pesas. En su opinión tenía muy buena figura, aunque tal vez fuera musculosa. Y luego estaban los hombres. Movió la cabeza con lentitud. La habían retado a muchas cosas ridículas en su vida, pero aquélla superaba a todas las demás. Pasar todo un mes con Jake Powers, un hombre cuya habilidad para desconcentrarla resultaba alarmante, era lo menos razonable que podría haber hecho. Hasta consideró la posibilidad de marcharse. De hecho, ya había dado un paso en dirección a la puerta cuando tropezó con un sólido pecho masculino. . -¿Se iba a algún sitio, señorita Malone? -preguntó Jake. Liana lo miró. No sabía cuándo había llegado y temía que se hubiera dado cuenta de su reacción inicial, de su irresistible deseo de darse la vuelta y salir corriendo. Sus ojos brillaban de manera extraña. Contuvo la respiración y lo observó. Sólo llevaba puestos unos pantalones cortos, una camiseta y una toalla en el cuello. Al parecer, acababa de hacer ejercicio. Tenía el pelo húmedo y los brazos le brillaban. Hasta el sudor le quedaba bien. Suspiró profundamente. Pero no estaba dispuesta a que advirtiera su nerviosismo.


-Estaba echando un vistazo, intentando encontrarte. -Claro. ¿Y qué es esto? -dijo, desanudándole la bufanda-. ¿Un disfraz? -No. Hace frío fuera, ¿sabes? -Ah, pensaba que querías ir de incógnito. Tal vez tuvieras miedo de que alguien pudiera ver que entrabas -dijo, bajando la voz hasta hacerla un susurro melodramático-. Imagínate... Entrar en un gimnasio lleno de culturistas. -Todo el mundo en mi trabajo lo sabe, y no tengo que guardar secretos ante nadie más, excepto la señora McGinty. Desde el sábado pasado no ha dejado de hacerme preguntas sobre ti, y supongo que los dos estaremos de acuerdo en que no queremos que nadie piense que hay algo serio entre nosotros. Jake la miró con ojos penetrantes y tristes al tiempo. -Oh, no, claro. No podemos permitir que alguien pueda llegar a pensar algo así. Un pesado silencio llenó la sala. Liana estaba nerviosa y no sabía qué hacer, de modo que dejó su bolsa de deporte en el mostrador y se desabrochó el abrigo. Jake se enderezó y se acercó para ayudarla. Liana lo miró mientras lo hacía. -¿Ofreces este servicio a todos los tipos que vienen aquí? -No. Sólo a los que huelen a perfume francés. Liana cogió su abrigo. -Bueno. No quiero que tengas ninguna consideración especial conmigo sólo porque sea una mujer. -Magnífico. No te preocupes, no la tendré. Y te lo advierto. Es posible que en el pasado fuera verdaderamente Atila. -Puedo enfrentarme a cualquier cosa. -Muy bien. En ese caso ve al vestuario y quítate la ropa. -¿Cómo? -Que vayas a cambiar te de ropa -dijo Jake, sonriendo y dándole su bolsa. Liana lo miró. Encontrar dobles sentidos en todo lo que decía no era un buen comienzo para su pretensión de mantener una relación estrictamente profesional con él. Jake le indicó el camino al vestuario de mujeres y se marchó sin decir otra palabra. Mientras admiraba su cuerpo al marcharse, su sonrisa desapareció. Intentaba convencerse de que le había dicho que fuera al gimnasio sólo por una cuestión de negocios. Pero no era tan tonto como para no darse cuenta de que la razón era otra, muy distinta. Quería verla de nuevo, por idiota que fuera. A pesar de lo ocurrido el sábado, le parecía que llevaban años sin verse. Había sido un accidente, una casualidad, el resultado de una rifa y de una tormenta de nieve. En otras circunstancias, Liana nunca le habría dado una segunda oportunidad. Era brillante, atractiva y educada. Cuando decía que ella era un fracaso estaba dejándolo a él aún más por debajo de su nivel. En lugar de tener varios títulos colgados en las


paredes tenía el calendario de un banco. No tenía nada salvo el gimnasio y una vieja furgoneta aparcada al lado. El negocio iba bien. Al menos daba lo suficiente como para pagar las facturas. Pero la expresión de Liana al entrar no se le había escapado. Estaba orgulloso de su local, aunque no fuera un club para señoritos. No había bañeras con burbujas, ni tumbonas, ni un bar para intercambiar cotilleos sociales. Había oído que decía que era como una cámara de tortura medieval. Y tenía la impresión de que el único atormentado iba a ser él. Debía estar loco al pensar que podría ser el preparador de una mujer que lo excitaba constantemente. Su olor llenaba todo el aire, haciendo que recordara la noche que había sido suya, apasionadamente suya. El simple hecho de pensar en ello despertaba su deseo. No era lo más apropiado en aquel momento. La idea consistía en ayudar a Liana a librarse de su estrés, no a intranquilizarla aún más. Era un perfecto idiota. De haber tenido un mínimo de sentido común habría insistido en que se ejercitara con otro de los preparadores. Pero entonces recordó la expresión tozuda de Liana y las palabras que había dicho el día anterior cuando sugirió aquella posibilidad:

-No quiero a nadie más. Quiero que seas tú. Le habría gustado que fuera cierto.

Durante las dos semanas que siguieron a la visita de Storm, Liana notó que la atmósfera de su trabajo se había enrarecido. Se rumoreaba que iban a tomarse decisiones importantes y que iban a rodar un montón de cabezas. Y tenía la impresión de que sólo por haber dejado caer aquellas fotografías una de esas cabezas iba a ser la suya. Trabajaba tanto que siempre llegaba tarde a sus citas con Jake. Pero se las arreglaba para asistir. Hasta la noche del miércoles. El gimnasio estaba cerrado. Miró su reloj, incapaz de creer que fuera tan tarde. Jake nunca cerraba hasta después de las nueve. Pero su reloj se había parado. Una de las muchas cosas que tenía que hacer era cambiarle la pila y no tenía ni idea de qué hora podía ser. Echó un vistazo al interior, asombrada ante lo decepcionada y frustrada que se sentía. Empezaba a gustarle mucho la tabla de ejercicios que Jake había preparado para ella, y tenía que admitir que se preocupaba mucho más por su cuerpo de lo que se había preocupado en toda su vida. Pero por otra parte se sentía aliviada de poder escapar aunque sólo fuera una noche de un sitio tan físico. Eufemismo que escondía la verdadera razón, la de escapar de Jake. Después de un largo día de trabajo, tratando con administrativos y soportando todas las negativas de Harley Willis cada vez que le presentaba un proyecto para reducir gastos, Jake era una especie de bastión fuerte, seguro, divertido y con tal fuerza interior que no podía por menos que envidiarlo.


Estaba tan cerca de la luna del gimnasio que tenía la nariz casi pegada a ella, como una niña mirando un pastel. Se apartó, sintiéndose completamente estúpida. Aunque el primer piso estaba a oscuras podía ver que había luz en el segundo. Era la casa de Jake. Nunca la había invitado a entrar. Se puso la bolsa de deporte al hombro y suspiró. Durante las dos últimas semanas había aprendido a respetarlo, a apreciar la disciplina que era necesaria para mantener un cuerpo como el que él tenía. Lo malo es que usaba la misma disciplina con ella. Pero tenía que recordarse una y otra vez que había sido ella la que había insistido en mantener una relación estrictamente profesional. Jake se limitó a aceptar. La trataba con tal cortesía que a veces quería gritar. Era el preparador perfecto. Comprensivo, duro, paciente y siempre dispuesto a animarla. En realidad no podía quejarse de nada. Excepto de que quería que bromeara otra vez con ella, que hablara de manera seductora y que la abrazara. Quería que volviera a parar el tiempo. Liana desechó inmediatamente aquel pensamiento. Aún no estaba preparada para reconocer que necesitaba ciertas cosas de los hombres, y mucho menos de Jake Powers. Se dio la vuelta dispuesta a volver al coche. Y en cuanto lo hizo comenzó a pensar en su casa como en un lugar frío, oscuro y solitario. En cambio, la luz del piso de Jake parecía cálida y brillante. Liana se mordió el labio inferior. Lo mínimo que podía hacer después de haber llegado tarde era disculparse ante él. Antes de que pudiera controlar su impulso se apresuró a rodear edificio. Unas escaleras de madera conducían al piso superior. Liana llamó al timbre. Se sentía como una niña que iba a pedir el aguinaldo. Tuvo que llamar dos veces antes de que la puerta se abriera. Jake apareció vestido con un jersey y unos pantalones vaqueros. Tenía el periódico en una mano y llevaba unas gafas oscuras. -¿Liana? Su sorpresa hizo que Liana se sintiera aún más incómoda. -Hola -dijo-. Salí muy tarde de trabajar. No me había dado cuenta de que fuera más tarde de las nueve. -Es que aún no son las nueve. -Pero... Como el gimnasio está cerrado... -Siempre cierro algo más temprano en la víspera del día de acción de gracias. Liana se había olvidado por completo. -¿No has visto el cartel que había en el mostrador? Liana hizo un gesto negativo con la cabeza. Le molestaba pensar que, a pesar de ser tan calculadora y de vivir siempre pendiente del reloj, no sabía ni el día ni la hora en que vivía. Jake debía pensar que había perdido la razón. Pero no observó ningún reproche en su expresión, sólo asombro. Como si se


estuviera preguntando qué hacía allí. Le alegró que no dijera nada porque no habría sabido qué contestar. Al parecer se alegraba de verla. Se alegraba mucho. El brillo de sus ojos oscuros hizo que su corazón comenzara a latir a mayor velocidad. Pero rápidamente se tranquilizó y la invitó a entrar. -Bueno, entra al menos un minuto para calentarte. Liana no sabía qué hacer, de modo que la cogió por la solapa del abrigo para que entrara y después cerró la puerta. Se quedó de pie, mirándolo y sin decir nada hasta que tuvo que preguntar: -¿Te ocurre algo? -No. Es que nunca te había visto con gafas. Jake se las quitó. -Sólo las uso para leer. -Te dan un aspecto muy... -¿Inteligente? -sugirió Jake con sarcasmo. Sin embargo, no era eso. Estaba muy atractivo con ellas. Le daban un toque de dulzura que contrastaba encantadoramente con su fortaleza física. Pero como siempre, dudó que Jake pudiera comprender un cumplido de ese tipo y se limitó a echar un vistazo a su casa. -De modo que este es el sitio al que te vas todas las noches -murmuró. -En efecto -dijo con cierto desprecio, como si esperase que no le gustara. Pero le gustó. Era una casa sencilla, masculina, pero tan grande, cálida y generosa como él mismo. El salón ocupaba toda la parte delantera del edificio, y los suelos estaban cubiertos de alfombras. Tenía unos cuantos sillones y un sofá, todo de gran tamaño y cómodo, lógico para un hombre como Jake. Había una pequeña televisión en una esquina, pero todo el espacio libre estaba ocupado por estanterías llenas de libros. No se sorprendió. Ya sabía que era una persona con grandes inquietudes, siempre hambrienta por incrementar sus conocimientos. En el pasado ella también había sido así, antes de que empezara a calcularlo todo. Lo que hacía, leía o decía. Pasó una mano por los lomos de los libros y uno de los estantes se movió. Jake la apartó. -Ten cuidado; No es muy seguro. Lo hicieron en clase los chicos que vienen al gimnasio. Me lo regalaron. -¿Brad y Ram? -Sí. Parecía sorprendido. Seguramente no esperaba que recordara sus nombres. -A pesar de que me obligas a hacer ejercicio hasta desfallecer me las he arreglado para charlar un poco con la gente del gimnasio. -Estoy seguro. Ram siempre hace todo lo posible para acercarse a todas las mujeres bonitas que aparecen por aquí. Debería tener más cuidado con los quinceañeros, señorita Malone. -Los jóvenes no me preocupan, señor Powers. Son los adultos. Tienen mucha más


práctica. Jake sonrió y Liana pensó que era la primera vez en mucho tiempo que sonreía de manera abierta. Tenía la curiosa impresión de que aquellas sesiones que servían para que se relajase, causaban el efecto contrario en él. -De hecho, Ram es muy caballeroso. Hemos charlado muchas veces en las bicicletas. -Se supone que tenías que hacer ejercicios de respiración, no charlar. -Ram sólo me estaba contando lo mucho que te debe por haber impedido que abandonara el instituto y lo bien que te portas con los chicos que van al gimnasio. Al parecer te admiran. Jake jugueteó con las gafas, sintiéndose un poco incómodo. Durante las últimas semanas había aprendido muchas cosas sobre él. Por ejemplo, que le encantaba ayudar a la gente, sobre todo a los niños. De hecho, colaboraba con toda clase de organizaciones humanitarias, pero no solía hablar de ello. No como la mayor parte de la gente que ella conocía. Nunca hacían nada, y si lo hacían era sólo para conseguir que su rostro apareciera en los periódicos. Recordó la noche en la que lo conoció, en la gala benéfica. Jake estaba allí porque creía en la causa a la que iba a destinarse el dinero. Sin embargo, todos los demás, incluida ella, sólo estaban por conveniencia social. Se sintió avergonzada por ello. Incluso entonces, Jake intentó no dar importancia al comentario de Ram. -Lo único que hago es ayudar un poco a los chicos dejándoles que vengan gratis al gimnasio a cambio de que hagan algún trabajillo. De otro modo tendría que contratar a varias personas para mantenerlo limpio. -¿A treinta chicos? Porque ese es el número que dijo Ram... -Oh, bueno... -dijo, sonriendo-. Es preferible que estén aquí a que estén en la calle, metiéndose en pandillas o algo así. Aunque a ti te parecerá una extraña manera de llevar un negocio. -Tal vez no. Pero es extraño. -Sí -bromeó-. Ya lo hemos hablado antes. Soy un tipo encantador. -Para todo el mundo excepto para mí -dijo ella, con suavidad. -Soy tu preparador. Se supone que debo tratarte con cierta dureza -dijo, recobrando su seriedad y sacando su abrigo del armario-. Mira, siento que hayas hecho todo el camino para nada. Te acompañaré al coche. Parecía haber recordado que tenía que mantener las distancias con ella. Liana pensó que probablemente quería volver a la paz y a la soledad de la noche que había interrumpido, tal vez a leer el periódico. -Sí, claro, será mejor que me vaya. Pero no es necesario que me acompañes. -Por supuesto que sí -dijo, colocándose el abrigo-. En esta parte de la ciudad resulta un poco peligroso pasear de noche en ocasiones. -Ya soy mayorcita, Jake. Puedo cuidar de mí misma, especialmente después de haber asistido a tu gimnasio. Mira qué músculos tengo. -¿Dónde? -dijo, tocando su brazo-. Lo has debido dejar en el abrigo.


-De todas formas... -Maldita sea, Liana. ¿Tienes que ser siempre tan independiente? ¿Es que no puedes limitarte a sonreír, asentir y decir gracias cuando quiero hacer algo por ti? Liana estaba preparada para seguir discutiendo con él, pero algo en sus ojos la detuvo. Estaba irritado, pero sobre todo parecía sentirse herido. De modo que por una vez en su vida se tragó su orgullo. -Gracias, Jake -dijo, mirándolo con suavidad-. Me gustaría mucho que me acompañaras.

Caminaron en silencio hacia su coche. Hacía frío y soplaba una brisa helada desde el Misisipi. Liana se estremeció y Jake tuvo que resistirse al impulso de abrazarla. Había ganado una pequeña batalla, persuadiéndola para que se dejara acompañar. Y no debía tentar su suerte. Las luces se reflejaban en las oscuras aguas del río que separaba las dos localidades, Rock Island y Davenport. El ruido de los coches, las risas y las voces que procedían del barco casino anclado en el muelle rompían el silencio de la noche. Jake fingía contemplar las vistas, aunque sólo tenía ojos para ella. Su delicado perfil parecía más pálido que nunca bajo la luz de la luna. Estaba preciosa. Muchas noches había soñado que aparecía en su puerta, tal y como había hecho. Pero sus fantasías no incluían una charla acerca de los chavales que frecuentaban su gimnasio, ni terminaban acompañándola a su coche. Tenían mucho más que ver con la cama. Soñaba ver su cabello sobre la almohada, sentir su cálido cuerpo y contemplar el brillo de sus ojos. Todas terminaban con un profundo sentimiento de frustración, como si no hubieran conseguido otra cosa que despertar a un oso que llevaba mucho tiempo hibernado. Pero le había prometido que mantendrían una relación estrictamente profesional y Jake era un hombre de palabra, capaz de cumplir sus promesas aunque en aquel caso estuvieran a punto de matarlo. La miró y se preguntó cómo se sentiría ella. Cuando llamó a su puerta creyó ver una expresión de soledad y tristeza en ella. Pero probablemente sólo se debía a su imaginación. Se preguntaba por qué razón seguiría asistiendo al gimnasio. Tal vez por obstinación, para demostrarle que podía ir un mes seguido sin problemas. Resultaba dificil de creer que le gustara hacerlo, porque no había evolucionado mucho en todas aquellas semanas. A veces parecía relajada y se reía y bromeaba con Ram y sus amigos. Supuso que no le costaba demasiado relacionarse con ellos, después de haber pasado su infancia en compañía de tres hermanos. Aquellos momentos le recordaban que bajo la fría ejecutiva había una persona cálida y encantadora, e incluso podía imaginar que no estaban tan lejos el uno del otro. Aquello era lo más peligroso de su fantasía. Liana se paró al llegar al final del paseo. En aquel punto el río se estrellaba contra las rocas. Se metió las manos en los bolsillos y miró al cielo estrellado. -Es una vista preciosa. Me pregunto por qué no habré venido nunca por este


camino. -Porque no hay ningún sitio donde aparcar. -¿Intentas que vuelva por el camino más largo? -Sí, supongo que sí. Como el gimnasio estaba cerrado pensé dar un rodeo para que tuvieras que caminar. De hecho, sólo quería que estuviera un poco más de tiempo con él. -Sienta muy bien pasear un rato -dijo ella. -¿Has tenido otro mal día en la oficina? Liana suspiró. -¿Cómo lo sabes? -Aparte de que ni siquiera sabías qué hora era, suelo notarlo por tu pelo -dijo, incapaz de resistirse a la tentación de tocárselo. El viento mecía su cabello, y al retirárselo de la cara acarició su mejilla. -¿Mi pelo? -Cuando tienes un buen día siempre vienes con el pelo suelto o recogido en una cola de caballo. En caso contrario te pones un moño. -Vaya, no me había dado cuenta -dijo, sonriendo y tocándoselo-. Pero tienes razón. He tenido un mal día. Liana dio unos cuantos pasos y frunció el ceño. -Hay ciertos rumores que circulan por la oficina. Al parecer, si las cosas no mejoran pronto Storm puede decidirse a cerrar Play Tyme. -Eso sería nefasto para la economía de la ciudad. Mucha gente se quedaría sin trabajo. -Lo sé. Pero en aquel momento, Jake sólo estaba preocupado por ella, por la ingeniera de pelo rojizo y mirada distante y triste. -¿Qué harás si eso ocurre? -Supongo que volver al este. Era precisamente la respuesta que Jake no quería oír, aunque estaba esperándola. -No me resultaría muy fácil volver a casa de nuevo -añadió. -¿De nuevo? -Es uno de esos pequeños detalles de mi vida de los que no me gusta hablar. Pero éste sería el segundo trabajo que pierdo en dos años. Trabajaba para una importante empresa de Pittsburgh, y cuando llegó la época de las promociones, en lugar de ascenderme me echaron. Liana apretó los labios. Resultaba evidente que le resultaba dificil hablar sobre ello. Era muy orgullosa. Pero continuó: -Para empeorar las cosas, mis padres estaban tan convencidos de que iban a ascenderme que me prepararon una fiesta sorpresa e invitaron a media ciudad. La misma noche. Tuve que soportar la humillación de decirles que me habían despedido en aquellas circunstancias.


Liana aceleró el paso, como si al hacerlo pudiera olvidar. Jake la siguió y le puso una mano en el hombro. -Bueno, si Storm decide cerrar la fábrica no será culpa tuya. -No, pero si tuviera la oportunidad de hablar con él... Si hubiera podido enseñarle mis ideas tal vez podría haberlo convencido para que salvara la empresa. No creo que disfrute cerrando la empresa y dejando a tanta gente sin trabajo. -¿No? Por lo que sé sobre Storm, lo que le preocupa es ganar dinero. La gente no le importa, ni a él ni a ningún empresario. -En ese caso lo convencería de que puede sacar muchos beneficios. Estoy seguro de que me escucharía. Es un hombre de negocios brillante. Jake dejó caer su mano. Siempre que hablaba de aquel tipo en un tono tan reverencial conseguía irritarlo. -¿Tanto lo admiras? -Supongo que sí --contestó, lentamente-. Al fin y al cabo es el hombre con más éxito del mundo, ¿no es así? -Mmm... Tal vez deberías leer cierto poema de Edgar Lee Masters, sobre un tipo llamado Richard Cory. Liana lo miró sorprendida. -¿Lees poesía? -Claro que sí. Pero no vayas diciéndolo por ahí. -Entre la poesía y las canciones que cantas en la ducha podría hacerte chantaje... -dijo, bromeando aunque su sonrisa desapareció de repente-. Espera un momento. ¿Richard Cory? ¿No es un poema sobre cierto individuo rico y admirado que terminó pegándose un tiro en la sien? -En efecto. Liana frunció el ceño. -No estarás intentando decirme que Storm puede... -¿Suicidarse? No creo. Ese tipo de gente se estima demasiado como para hacerlo. Pero una de las buenas cosas que tiene mi trabajo es que he aprendido a leer en los ojos de la gente. Tu admirado multimillonario no parece muy feliz. Vive siempre en el filo. Reconozco los síntomas porque son los mismos que tuvo mi padre antes de morir. Liana permaneció en un silencio sombrío y Jake le acarició la mejilla. -A veces me preocupas mucho, Liana. -No creo que tengas motivo para preocuparte. Dificilmente podría trabajar hasta morir si van a despedirme dentro de poco. -Eres una mujer con carácter. No dudo en absoluto que acabarás en la dirección de alguna empresa si es lo que deseas. Lo que me pregunto es si verdaderamente serías feliz. ¿Es lo único que anhelas de verdad? ¿Por eso te hiciste ingeniera? -No, me gustaba la profesión por un montón de cosas tontas, cosas de adolescente. -Cuéntamelas...


Liana apartó la mirada, resistiéndose a decir nada. Pero finalmente lo hizo. -Cuando era pequeña tenía un mecano. Crecí soñando en diseñar y construir todo tipo de cosas. Como puentes. -Eso no me parece ninguna tontería. -Pero no sabes hasta dónde llegaban mis delirios. Soñaba en llegar a dejar una huella inmortal en el mundo. Edificar algo maravilloso, como las pirámides. ¿No has pensado nunca en ellas? Cuando pienso cómo debieron sentirse los ingenieros que las diseñaron... -No, además yo sólo habría sido uno de los esclavos que transportaban las piedras -dijo, sonriendo ante su entusiasmo. Liana lo miró y frunció el ceño. -¿Por qué haces eso, Jake? -¿El qué? -Hablar sobre ti mismo de ese modo. Como si no fueras más que un montón de músculos. -No lo sé. Supongo que porque la mayor parte de la gente me ve de ese modo. Sólo les doy lo que esperan de mí. Conan el bárbaro. ¿No es así como me llamaste? Era cierto y tenía que admitirlo, pero contraatacó de todas formas. -Sí, y tú dijiste que era una señoritinga estirada. -De modo que los dos nos equivocábamos. -Y puede que hayamos llegado a conocemos mejor. -Tal vez. Jake se dio cuenta de que era verdad. De eso y de que Liana estaba mucho más cerca de él. En algún punto de la conversación debieron haberse detenido, porque ahora estaban mirándose de frente. Liana lo miraba directamente a los ojos, con dulzura. A pesar del frío que hacía, resultaba muy romántico. La luna se reflejaba en el agua y en su pelo e iluminaba sus preciosos labios. Era un momento ideal para hacer promesas. Promesas que luego podían romperse. Estúpidas promesas que no debían hacerse de ser posible. Pero no podía resistirse por mucho más tiempo. Se inclinó para besarla, y en lugar de la protesta que esperaba, Liana respondió del mismo modo, suspirando y acercándose a él. La abrazó atrayéndola hacia sí. Ella le acarició el pelo. Algo se rompió en su interior y. todas las barreras que había edificado durante los últimos días se derrumbaron ante su apasionado comportamiento. La besó con dulzura, arrastrado por una espiral de pasión. Cuando se separaron los dos estaban temblando. Liana suspiró estremecida y apoyó la cabeza en su hombro. -Jake -susurró-, ¿has pensado alguna vez en lo que pasó aquella primera noche en mi casa? -No pienso en otra cosa -gimió él. -He estado preguntándome si no estaría equivocada. Tal vez no fuera sólo una


aventura sin importancia. -No -dijo Jake, besándola en la frente-. Sé que no lo era. Ella lo miró temblorosa y esperanzada. -¿Cómo puedes estar tan seguro? Jake cogió su rostro entre las manos mirándola a los ojos con dulzura. -Deja que te lleve a casa y te lo demostraré.


CAPÍTULO 8 ÍNDICE / CAPÍTULO 7 - CAPÍTULO 9

No llegaron a su coche. La casa de Jake estaba mucho más cerca, igual que su enorme cama de madera, grande e invitadora. Sobre las sábanas de algodón había un edredón brillante que desencajaba por completo. Pero su abuela se había tomado la molestia de hacérselo y no quería herirla. Liana sonrió. Era un típico gesto de Jake, su gentil bárbaro. Como el apasionado beso que acababa de darle. Cuando la ayudó a quitarse la chaqueta no hizo ningún esfuerzo para resistirse a su caballerosa actitud. Ni siquiera le dijo que podía hacerla sola. Por una vez estaba contenta de que lo hiciera. Tanto que cuando le puso las manos encima se estremeció. Podía notar el tacto cálido de sus dedos a través de su jersey de cachemira. Jake dejó la chaqueta en una silla que había junto a la cama después se quitó el abrigo. La lámpara de noche remarcaba aún más sus duros rasgos y la solemne expresión de sus ojos que nunca lo abandonaba. Se frotó los brazos con nerviosismo cuando apagó la lámpara. Lo único que iluminaba la habitación era la luna, cuyo reflejo se filtraba a través de las persianas. La atrajo hacia sí y de repente sintió que sus piernas no eran capaces de sostenerla. Incluso en la penumbra tenía una sombra enorme y la silueta de su cuerpo era abrumadoramente masculina. Liana se estremeció. -¿Tienes frío? Puedo encender los radiadores. Liana hizo un gesto negativo con la cabeza. Tenía todo el calor que podía desear. -No. Sólo estoy un poco asustada -confesó-. Ahora no tenemos ninguna excusa para poder arrepentimos. Los dos estamos aquí por propia iniciativa. -No hay tormentas a las que culpar por ello... -dijo, besándola en la frente. -Ni papeletas de rifas. -Ni coches estropeados -comentó él, tocándole la nariz. -Ni vehículos que se queden sin gasolina... -Ni gatos. -¿Gatos? -preguntó Liana dando un paso atrás, justo en el momento en que Jake iba a besarla. -Sí. Si Rumbles no hubiera derramado el vino nunca te habrías quitado los pantalones del pijama. Y no habría tenido que soportar toda la noche la visión tentadora de tus piernas. -Has estado viéndolas toda la semana en el gimnasio y lo has resistido bastante bien.


-Con mucha más dificultad de la que te imaginas. Le acarició la mejilla y la besó bajo el oído. Ella se estremeció como respuesta y suspiró. Tenía que admitir que durante todos aquellos días, contemplando la férrea resistencia de Jake a acercarse a ella, se había preguntado más de vez sobre la increíble atracción que sentía por él. -¿Aún me encuentras deseable? -preguntó, incapaz de disimular el tono de ansiedad de su voz-. Sé que en ocasiones puedo resultar algo dificil, demasiado preocupada por el trabajo como para ser atractiva. -Eres una de las ingenieras más atractivas que he conocido en mi vida -comentó bromeando-. Te deseo más de lo que haya deseado jamás a ninguna otra mujer. Cuando te dejas suelto el pelo podrías conseguir que cualquier hombre cayera a tus pies. Sus palabras la turbaron, pero por una vez no le importó. Había estado compitiendo tanto tiempo, intentando abrirse camino en una profesión tradicionalmente masculina, que se había olvidado de ciertos placeres de la condición de mujer. Empezó a quitarse las horquillas del moño. Se soltó el pelo, que cayó sobre sus hombros. Raramente intentaba ser provocativa, pero le resultó divertido contemplar el efecto que causó en Jake. Notó que contenía la respiración. Acarició su cabello de manera casi reverencial, cogiéndola después de la cabeza para besarla. Fue un beso largo, lento, que se alargó hasta que empezó a sentirse completamente fuera de sí en sus brazos. Los besos incrementaron la urgencia de su deseo. Estaba tan encantada que no se dio cuenta de si había sido ella o Jake quien le había quitado el jersey. El de Jake corrió pronto idéntica suerte. La luna iluminaba su pecho. Comenzó a acariciarle la espalda y el cuello y le quitó el sujetador. Liana sintió un escalofrío de placer cuando lo consiguió, aunque hacía un poco de frío. Pero el frío desapareció enseguida, sustituido por el fuego de las manos de Jake que cubrían sus senos, acariciándolá de tal forma que no pudo contener un gemido. Cuando la besó entre los senos echó la cabeza hacia atrás y suspiró. -Eres preciosa -dijo. Podía notar su aliento en la piel. Liana le acarició los brazos y los hombros. -Usted también, señor Powers -susurró, avanzando por su pecho, su estómago y la zona que había bajo su cinturón. Al tocarlo, sus músculos se tensaron y su rostro adoptó el color del deseo. Estaba dispuesta a utilizar todos sus encantos con él. -¿Vas a demostrarme otra vez cómo tomarse las cosas con tranquilidad? murmuró ella. -No, si sigues tocándome de ese modo -dijo, cogiéndola por las muñecas para que se detuviera. Sonrió con aquella sonrisa que tanto gustaba a Liana. Encantadora, vaga y muy


seductora. Jake la atrajo hacia sí de nuevo, abrazándola con fuerza, pecho contra pecho, de tal modo que los dos podían sentir los latidos del corazón del otro, como si quisiera saborear la sensación y demostrarle lo mucho que la deseaba. Liana necesitaba mucho más sentirse querida que todos los cálidos besos que pudiera darle. Cuando al fin llegaron a la cama, Lee ya no fue capaz de negar lo mucho que había anhelado que sucediera, lo mucho que deseaba a Jake Powers y lo desesperadamente que necesitaba que él la deseara a su vez. Lo único importante eran sus caricias, sus sonrisas y su fuerte voz. -Tranquila. Tenemos todo el tiempo del mundo. Abrazada a él supo que tenía razón. Iba a detener el tiempo para ella una vez más. Jake echó a un lado el edredón cuando la posó sobre la cama. Luego se colocó sobre ella, con el pelo cayéndole a los lados y la luz que atravesaba las persianas iluminando levemente su rostro. Nunca terminaban de sorprenderla los muchos contrastes de Jake Powers, la ferocidad, la fuerza y la delicadeza que había en aquel hombre. Sin duda el más cariñoso que había conocido. -No sabes cuántas noches he soñado con este momento -dijo él, casi dolorosamente. Liana sonrió con levedad, acariciando su pelo y su rostro. -Ya no necesitas seguir soñando. Estoy aquí, contigo. -Intentaré conseguir que te alegres de ello. Tumbados los dos, uno frente al otro, Jake la abrazó para sentir su cuerpo. La besó, la acarició, la exploró redescubriendo los más íntimos secretos de ambos. En poco tiempo Liana estaba desnuda, sin saber cuándo se había quitado el resto de la ropa, que ahora yacía en el suelo. Cada vez estaba más excitada. El suave y fuerte tacto de sus manos era mágico. Siempre conseguía apasionarla hasta la febrilidad. Se dispuso a dejar que entrara en ella. Era lo más natural y bonito del mundo. Tan natural, que cuando lo hizo y comenzó a moverse rítmicamente los dos se fundieron como si sólo fueran una persona. Jake parecía pedirle más y más cada segundo, en cada beso, cada vez que repetía su nombre en un susurro. No sólo su cuerpo, sino también su alma. Y cuando consiguió que llegara a las más altas cimas del éxtasis, toda la tensión acumulada durante los últimos días desapareció. Se sentía extrañamente limpia, como si hubiera vuelto a nacer. Después permanecieron abrazados mucho tiempo. Ella tenía la cabeza sobre su hombro y se sentía algo mareada. Jake tenía razón. Desde luego, lo que había ocurrido entre ellos no era ninguna casualidad, ninguna aventura. La intensidad de su deseo parecía haber crecido desde la primera noche. Estuvo tanto tiempo sin moverse que al final preguntó con ansiedad: -¿Te encuentras bien, Liana?


-No te preocupes, esta vez no vaya ponerme a llorar. Si es que lo dices por eso dijo, sonriendo. -No, no lo digo por eso. Lo que me preocupa es que cuando se haga de día vuelvas a alejarte de mí y te arrepientas de todo. -¿Fue eso lo que hice la última vez? -preguntó con suavidad, contestándose sola-. Sí, supongo que sí. Estaba obsesionada con tener control sobre mi vida, con saber exactamente qué era lo que quería. Pero me atraes tanto que me siento confundida. No entiendo lo que está pasando. -Puedo explicártelo si quieres -dijo. Pero Diana lo besó para impedir que continuara hablando. Sabía que iba a decir algo que no quería oír. -No, Jake. He pasado casi toda la vida planeándolo todo, analizándolo hasta la saciedad. Por ahora lo único que quiero es divertirme contigo y aprovechar el instante. Jake se puso en tensión, antes de tener que mostrarse de acuerdo con ella. -Como tú quieras -dijo, cogiendo su mano y besándosela. Se dijo que no debía ser tan impaciente. Al menos ya había conseguido algo importante al conseguir que una mujer tan estricta como ella estuviera analizando todo aquello e intentando descubrir qué había entre ellos. De todas formas, él no necesitaba analizar nada. Entre la desesperación y la felicidad, sabía de sobra lo que estaba ocurriendo. A pesar de todas sus buenas intenciones se había enamorado de Liana Mary Malone.

Pasaron el día de acción de gracias en la casa de Jake, descansando, haciendo el amor, comiendo pavo congelado y viendo el desfile por televisión. Nunca le había gustado tanto el edredón que le regaló su abuela hasta el momento en que Liana se cubrió con él, mientras estaban sentados en el sofá. Se encontraba en su regazo, mirando uno de sus viejos álbumes de fotografias. Jake observó su pelo rojizo y se dijo que nunca la había visto tan relajada y contenta. En contraste, él se encontraba angustiado y no dejaba de cambiar de canal Liana la que insistía en su confusión. Era ella la que no sabía lo que quería. Él lo sabía desde el principio. Tenía gustos sencillos, se daba por satisfecho con su gimnasio y la única ambición que tenía era comprarse una casa alguna vez, compartir su vida con su esposa y tal vez tener un par de niños e incluso un perro. Y en cambio, se había enamorado de una mujer de carrera. No compartía en absoluto sus ambiciones. Enamorarse de una mujer que podría desaparecer en cualquier momento no era una buena idea. Desafiaba toda lógica. Pero el amor y la lógica nunca se habían llevado bien. A veces tenía la impresión de que la conocía más que ella misma. Le había contado muchas cosas sobre la chica traviesa que había sido, que acompañaba siempre a sus tres hermanos y soñaba con construir puentes cuando fuera mayor. Su imagen de ejecutiva no cuadraba en absoluto con él, pero tampoco con lo que había en ella. Sin


embargo, aquello no quería decir que fuera a quedarse con él. Cuando se rendía a su amor había algo en sus ojos, un brillo extraño, un eco de alguna emoción profunda, que seguramente ni siquiera ella conocía. Cabía la posibilidad de que aquella emoción terminara convirtiéndose en amor, si era paciente y le dedicaba el tiempo necesario. Pero si Storm cerraba Play Tyme no sabía lo que podía ocurrir. La risa de Liana interrumpió sus pensamientos. Cuando la miró se dio cuenta de que se reía de una de sus fotografias en el instituto. Él y el resto de los miembros de un equipo de fútbol posaban con una de las pemeras del pantalón subidas. -¿Qué diablos estabais haciendo? -Una competición para saber quién tenía las piernas más bonitas. -Yo habría votado por ti -dijo, pasando la página del álbum-. jAjá! ¿Quién es esta? ¿Una antigua novia? Miró por encima del hombro y observó a una rubia alta que estaba junto a él, en uno de los edificios de la universidad de Iowa. Era Marcy. Jake se sorprendió. Pensaba que se había deshecho de todas sus fotografías. -Sólo una chica que conocí en la universidad. -Mmm... -murmuró. Resultaba extraño. No podía recordar su rostro, y sin embargo recordaba perfectamente el efecto que ejercía sobre él. Debieron haber hecho aquella fotografía en uno de aquellos extraños momentos en que a ella no le importaba que los vieran juntos. Cuando Marcy lo abandonó era muy joven. La visión de aquella instantánea fue suficiente para despertar en él viejos y dolorosos recuerdos, y todos los miedos que en esta ocasión podrían llegar a ser incluso más terribles. Estaba profundamente enamorado de Liana. Antes de que pudiera hacerle más preguntas al respecto, pasó la página. Cuando se interesó por otra de las fotografías se sintió aliviado. Al verla dio un respingo. -Vaya. Estás posando con Black Bart Benton... ¿Lo conoces? -Supongo que debería. Es mi padrastro. Se casó con mi madre hace diez años. Ahora viven en Florida. -¿Black Bart Benton es tu padrastro? Su tono de voz lo sorprendió. -Sí, es un tipo excelente. Me ayudó a montar el gimnasio hasta que empezó a funcionar. Pero me sorprende que sepas quién es. -Claro que sí. No sabes la cantidad de veces que mis hermanos y yo decíamos que queríamos ser como él. Mi padre nos llevaba siempre a ver sus partidos, a pesar de la opinión de mi madre. -¿Tu padre, el juez? -Bueno, nosotros no lo llamamos su señoría en casa, ¿sabes? -dijo, mirándolo y


besándolo en la mejilla-. Al parecer cada vez sabemos más el uno del otro. -Supongo que sí. -Y me gustaría conocer mucho más. Le puso las manos alrededor del cuello y el álbum de fotografías se deslizó de su regazo. Jake la abrazó, besándola con pasión e intentando hacer caso omiso de la incomodidad que sentía. Aún había un detalle insignificante que no conocía sobre Jake Powers. No sabía nada sobre Marcy, y no estaba seguro de la importancia que pudiera llegar a tener.

Liana no había sido tan feliz en su vida. Incluso estando a punto de perder su trabajo e interrumpir con ello su carrera. Todo había cambiado desde la noche que estuvo en la casa de Jake. Nada la asustaba. Ni el inminente regreso de Storm ni las negativas continuas de su jefe cada vez que proponía algo. Frecuentemente se sentía tan tonta como el personaje de una vieja canción que recordaba de forma vaga, algo sobre ver flores en árboles que ni siquiera tenían hojas. Siguió asistiendo al gimnasio, pero la tensión que había entre ellos era ahora muy distinta. Estaban esperando a que se marcharan todos los clientes. Jake pondría el cartel de cerrado y se daría la vuelta con el deseo reflejado en el rostro. Ella se acercaría a él y subirían a su casa. Se ducharían juntos y acabarían en la cama. O, dependiendo de la urgencia de su deseo, en un potro del gimnasio. Tenía muchas ganas de descubrir qué se sentía haciéndolo allí. Aunque no sabía quién habría seducido a quién. Algunas noches salían a cenar y después volvían a casa de Liana, terminando la velada frente al fuego. Había aprendido a compartir su cama, pero conservaba la costumbre de dormir en el centro, de tal forma que apenas dejaba sitio paraJake. Y no parecía importarle mucho. El día anterior habían visitado un colegio en el que Jake estaba desarrollando otro de sus programas de salud pública. Liana se despertó en mitad de la noche. Estaba entre Jake y un enorme Panda de peluche que había ganado en una tómbola. Su suerte parecía haber cambiado. Había ganado a Jake y un osito en menos de un mes. La señora McGinty se moriría de envidia. Sonriendo, arrojó alosa de la cama. De todas formas, tendría que haber estado en el lado de Jake, puesto que se lo había regalado. Estaba preocupado por la demostración que había hecho para los preescolares, porque varios niños se habían asustado ante su tamaño. Liana le aseguró que no tendrían miedo de él si llevaba un enorme osito de peluche bajo el brazo. Y Jake pareció considerar seriamente la idea. Nunca había conocido a ningún hombre al que le preocupara menos su imagen de masculinidad. Era una de las muchas cosas que amaba en él. Se dio la vuelta apoyándose en un codo, para mirarlo mientras dormía.


La sábana sólo lo cubría hasta la cintura, de tal forma que podía ver su espalda y sus hombros. Eran muy atractivos, pero su verdadera fuerza residía en su rostro. Un rostro interesante, fuerte. El rostro de un hombre seguro de sí mismo y al mismo tiempo adorable. Le gustaba su mandíbula marcada, la sensual curva de su boca. Amaba sus pestañas y el aura de inocencia que tenía mientras dormía. Definitivamente, lo amaba. No podía seguir mintiéndase. Se había enamorado de él a pesar de que no quería hacerlo. No estaba preparada para ello, pero había sucedido en cualquier caso. No había necesitado siete años, tal y como le había dicho su vieja compañera de instituto, Carla. Sonrió al pensar que sólo había necesitado treinta y tres días, seis horas y catorce minutos. O tal vez se hubiera enamorado de él en el instante en que levantó la mirada de su papeleta y vio que se dirigía hacia ella. Había estado ciega. Su obstinación le había impedido darse cuenta antes. Pero ahora lo sabía y era la emoción más profunda que había experimentado nunca. Su corazón dio un vuelco y se inclinó para besarlo en la frente y despertado. Sin embargo, en aquel preciso instante, Rumbles decidió subirse a la cama. Hasta la gata parecía haberse acostumbrado a la presencia de un extraño en la cama de Liana. Divertida, contempló que el animal se dirigía directamente a Jake para juguetear con su pelo. Jake se despertó con una sonrisa. -¿Liana? Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba a punto de dar un beso a una gata siamesa. Liana estalló en carcajadas y Jake gruñó y la bajó de la cama. -¡Jake! -protestó ella-. En su condición tienes que tener un poco de cuidado con ella. Jake se sentó. Se frotó los ojos, se pasó la mano por el pelo y luego preguntó: -¿Su condición? ¿Es que va a tener gatitos? Liana suspiró. -Sí. A diferencia de mí, Rumbles no parece muy interesada en practicar el sexo seguro. Se escapó un día por la puerta de atrás y al parecer encontró a su gato. -Ahora lo entiendo. -Bueno, no ha sido la única. Se acercó a él y empezó a darles un mensaje en el cuello de la misma forma en que él solía dárselos a ella. Pero Jake la detuvo. -No deberías intentar dar masajes a menos que sepas qué estás haciendo. -Sé exactamente lo que estoy haciendo -murmuró. Lo empujó para que se pusiera de espaldas y esperó no haberse equivocado al decir tal cosa. Lo besó. Lo amaba con tal intensidad que tenía miedo. Se echó hacia atrás y notó que abría los ojos de golpe, sorprendido y a la vez encantado por la manera que tenía de despertarlo. -Bueno, ¿a qué se debe todo esto?


-A nada --dijo, suspirando-. Sólo intento de mostrarte mi gratitud por todo lo que has hecho por mí. Jake arqueó las cejas. -Además -continuó, apoyando la cabeza en su pecho-, has conseguido que vuelva a apreciar las cosas, los pequeños placeres que casi había olvidado. Como tomar una taza de café por la mañana, leer un buen libro o pasear por el río. Y lo que es más importante, he vuelto a preocuparme por lo que ocurre en el mundo, fuera de mi trabajo. Me has ayudado a recordar lo importante que es ayudar a los demás, pararse y oler a la gente. -Espero que no en el gimnasio -bromeó. -Jake, estoy hablando en serio -se quejó, mirándolo. Su mirada divertida se suavizó. Le retiró el cabello del hombro. -Me siento como si me hubieras devuelto a la vida. y no sé cómo podré pagarte por ello. -Ya pensaré en algo, querida -dijo él, abrazándola. Y de hecho lo hizo.

Mucho tiempo después, Jake volvió a sentarse en la cama. Liana estaba dormida con la cabeza sobre la almohada, con un rostro tan satisfecho como el de su gata. Su cara aún brillaba, como consecuencia de la pasión que habían compartido. -Vaya, es una manera encantadora de empezar un día -comentó, contento consigo mismo-. Mucho mejor que el café que intentaste que me tomara. -Considéralo un regalo de aniversario. -¿Aniversario? -Pareces haber olvidado que hoy hace un mes que asisto a tu gimnasio. Supongo que mi premio expira con ello. -Ah, eso... Jake había intentado no pensar en ello. Su relación era demasiado importante como para preocuparse por el ridículo asunto de la rifa. Pero no sabía cuál sería su futuro, ni qué se suponía que tenía que hacer. No le parecía muy adecuado continuar de la misma forma, yendo de una casa a otra hasta que perdiera su trabajo y se marchara de Quad Cities. Los dos habían estado evitando pensar en ello, pero Jake sabía que no podían continuar así. No iba a resultar fácil, pero tenía que insistir en ello. Antes de que pudiera abrir la boca el teléfono comenzó a sonar. Salvado por la campana. Lo cogió y dijo: -¿Dígame? -¿Liana? -preguntó una voz femenina. -Oh, lo siento. Está aquí -dijo, dándole el auricular y pidiéndole disculpas con la mirada. -¿Sí? Oh, hola, mamá. ¿Que quién era? No, nadie. Un hombre que ha venido a


arreglarme el teléfono. No funcionaba muy bien. En principio, Jake tendría que haberse alegrado porque se hubiera inventado tan rápidamente una mentira, evitando las odiosas explicaciones. Pero le dolió como si le hubieran clavado una aguja, despertando en él inseguridades que creía olvidadas. El asunto de Marcy parecía volver una y otra vez. Liana siguió al teléfono durante varios minutos, contestando con monosílabos a su madre. Abrió los ojos mirando al cielo, preguntándose cómo habrían conseguido todas las madres aquella habilidad innata para hacer que cualquiera se sintiera culpable. Tenía veintisiete años. Vivía sola y sin embargo creía que tenía que dar excusas falsas acerca de la presencia de Jake, como si fuera una quinceañera. -Lo intentaré, mamá. De verdad -prometió-. Pero ahora tengo que marcharme a trabajar, o llegaré tarde. Sí, yo también te quiero. Colgó el teléfono y suspiró, dispuesta a volver en brazos de Jake. Pero estaba sentado en el borde de la cama, vistiéndose. Ya se había puesto los vaqueros y empezaba a ponerse los calcetines y los zapatos. -Era mi madre -dijo. Jake no levantó la mirada. -Ya, me lo he imaginado. Siento haber contestado el teléfono. -No pasa nada. Le dije que... -Que era un empleado de la telefónica -dijo, levantándose-. Creo que ya comprendo lo que ocurre. La novia que tuve en la universidad decía a sus padres que yo era el conserje. Parecía una de sus bromas habituales, pero no lo era. Liana notó cierta tensión en él, que unos minutos antes no había existido. Se sentó y se cubrió con la sábana. Mientras se ponía la camiseta, Liana dijo: -No quería insultarte, Jake. No podía decide a mi madre que estaba durmiendo con un hombre al que no conoce. -¿De modo que aún no has tenido el valor de decir a tu familia que estás saliendo con un levantador de pesas? -¡No! Quiero decir... Que tengas un gimnasio no tiene nada que ver con eso. Liana no había contado lo que sentía por él a nadie, entre otras cosas porque ni siquiera se atrevía a aceptarlo ante sí misma. -No ve avergüenzo de estar contigo. Eres inteligente y muy educado. Pero aquello sólo sirvió para molestarlo más. -Bueno, hay otra cosa que quiero aclarar entre nosotros. De hecho, se trata de algo que tendría que haberte contado hace mucho tiempo, Liana. Ahora era ella la que estaba preocupada. Lo miró preguntándose qué oscuro secreto le había escondido. -Es sobre la novia que tuve en la universidad. -Oh, no. Vas a decirme que estás casado. -Claro que no.


-En ese caso... ¿está intentando volver a verte? -No, hace años que no veo a Marcy. Liana repitió aquel nombre mentalmente, odiándola. -De hecho, no tiene nada que ver con el presente. Es algo del pasado, de lo que ocurrió entonces. Siempre decía a todos que era el conserje -dijo, permaneciendo en silencio unos segundos antes de continuar-. Y tenía buenas razones para hacerlo, porque yo trabajaba en algo parecido. No estudiaba en la universidad. Era una de las personas que se encargaban del mantenimiento. Liana respiró aliviada. -Muy bien, de modo que nunca hiciste una carrera... -Liana, ni siquiera terminé de estudiar en el instituto. Liana se quedó boquiabierta. -Mi padre sufrió un ataque al corazón durante el primer año. Tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. Siempre pensé que podía seguir estudiando después, pero cuando se murió siempre había tantas facturas que... En lugar de volver al instituto terminé por ponerme a trabajar. El empleo de la universidad fue uno más de los muchos trabajos que he tenido. Jake empezó a caminar hacia la silla, pasándose la mano por el pelo. -Ni siquiera tengo el bachillerato. Intenté sacármelo, pero tenía casi treinta años, y resultó que la profesora era una de las compañeras de Marcy. Estaba tan avergonzado que me di la vuelta y me marche. Ambos permanecieron en silencio durante un rato. Liana no sabía si abrazarlo o empujarlo para que reaccionara. Se levantó de la cama y se puso la bata. -¿Ese es el terrible secreto, Jack Powers? ¿Crees de verdad que me importa? -Tú tienes dos títulos y yo ni siquiera he hecho el bachillerato. Supongo que te sorprenderá bastante. -Sí, me sorprende y me irrita -dijo, caminando hacia él-. Me sorprende porque eres mucho más culto que la mayor parte de los profesores que conozco. Y me irrita porque al parecer crees que algo tan intranscendente puede importarme. -A Marcy le importaba. -En ese caso era una condenada idiota. Y me alegro, porque en caso contrario te habrías casado con ella y tendríais un montón de niños. -Tal vez -dijo, metiéndose las manos en los bolsillos-. Pero eso sólo sirve para descubrir que existe otra diferencia entre nosotros que hemos estado olvidando. Yo no tengo miedo de reconocer que en cierto modo quiero sentar la cabeza, tener una casa y una familia. -Yo también. Algún día. -Algún día. Ese es el problema. Yo lo quiero ahora y contigo. Estoy enamorado de ti. Habían hecho el amor muchas veces, pero nunca habían hablado de sus sentimientos. Las palabras salieron de la boca de Jake con tal fuerza, que Liana se quedó sin respiración.


-Yo... Yo también te amo. Pero... Jake se cruzó de brazos. -Pero no es suficiente, ¿verdad? Liana movió las manos intentando explicarse. -Hace mucho tiempo que lo único importante para mí ha sido mi carrera. No me preocupaba otra cosa que no fuera volver a perder mi trabajo. Ni siquiera tenía tiempo para el amor, como para pensar en casarme... -Lo sé. Es bastante inconveniente, ¿no es así? -dijo, casi con amargura-. Sobre todo con un tipo como yo. No encajo en tu mundo profesional, Liana. A veces me digo que tú encajarías en mi vida, pero no puedo engañarme. Tú quieres otra cosa. -No estoy segura de lo que quiero -exclamó- Jake, tú has sido el responsable de que me haya tranquilizado y haya empezado a preguntarme qué es importante para mí. Y ahora me pides que me case contigo... Me siento muy confusa. Jake la miró durante unos segundos y luego suspiró. Dejó caer los brazos, avanzó hacia ella y la abrazó. -Lo siento, tienes razón. Estaba intentando que dejaras de agobiarte. No quería conseguir lo contrario. No tenemos que decidir nada ahora -No, es cierto -dijo, apretando la cara contra su hombro-. ¿Podemos seguir como hasta ahora? -Claro, como quieras -dijo, dándole unos golpecitos en la espalda-. Será mejor que te vistas. No quiero que llegues tarde. Además, tengo que volver al gimnasio. La besó rápidamente y se marchó escaleras abajo. Liana se acercó a la barandilla. -Vendrás esta noche, ¿verdad? Voy a preparar una cena especial para nosotros. Es nuestro aniversario, ¿recuerdas? -Sí, el final de nuestro primer mes -dijo, cogiendo su abrigo-. Estaré aquí, cariño. Pero en cuanto salió y cerró la puerta, Liana pensó que parecía resignado, como si se hubiera escrito el capítulo final de su relación y no terminara precisamente de manera feliz. Jugueteó con su bata, preguntándose qué le estaba ocurriendo. Acababa de dejar que se marchara el hombre más maravilloso que había conocido en su vida, convencido de que no le importaba tanto como para comprometerse. Creía que era como aquella cretina llamada Marcy, que se avergonzaba de estar enamorada de él. Apretó los labios con determinación. Tendría que demostrarle que estaba equivocado.


CAPÍTULO 9 ÍNDICE / CAPÍTULO 8 - CAPÍTULO 10

Era la primera vez que llegaba tarde desde que trabajaba para Play Tyme. Pero sabía cuál era la mejor forma de demostrarle que estaba enamorada de él, de modo que se puso a hacer todos los preparativos para la cena romántica que planeaba. Cuando llegó al trabajo estaba de bastante mejor humor. Aunque le avergonzaba reconocer que se debía a que deseaba que fuera ya de noche. Pero todo cambió en cuanto entró en el edificio de oficinas. Algo andaba mal. Lo notó de inmediato. La atmósfera estaba muy cargada y todo estaba tranquilo, cuando generalmente bullía. Tenía una sensación extraña, que fue aumentando mientras se dirigía a su despacho. Rosemary Peters estaba mirando a la pared con el maquillaje corrido y los ojos enrojecidos. Era la primera vez que veía a la elegante mujer demostrando alguna señal de preocupación. Se acercó a su escritorio y dijo: -Buenos días, Rosemary. ¿Ocurre algo? Rosemary levantó la mirada. -¿Quieres decir que aún no lo sabes? -He llegado tarde. Todo el mundo está muy raro. -Ha ocurrido. Finalmente. Storm nos ha echado a todos. Cerraremos esta tarde a las cinco en punto. Liana dejó su maletín a un lado, atónita. Era el mayor de sus temores, aunque había conseguido convencerse de que no iba a ocurrir. Pero había vuelto a perder el trabajo. En teoría, tendría que haber sufrido un fuerte dolor de estómago, pero en lugar de eso tenía una extraña sensación que no podía definir. Se quedó allí, en silencio, mirando a Rosemary mientras se sonaba la nariz con un pañuelo. -No puedo creerlo --dijo la secretaria-. Hace veinte años que trabajo aquí, desde que salí del instituto. Pensaba que no lo dejaría nunca hasta que me retirara. Me gustaba mi trabajo. Y ahora no sé qué hacer... -Lo siento mucho, Rosemary... Ella la miró con cierto resentimiento. -A ti eso no te importa. Nada te ata a este sitio. Puedes marcharte tranquilamente y sólo será una línea más en tu currículum. -Eso no es cierto -dijo-. Quiero quedarme a vivir aquí. Gracias a Jake Powers. Y también era responsable de que no estuviera hundida por las noticias que acababa de recibir. De hecho, le importaba poco haber perdido su


empleo. Lo sentía más por toda la gente que había estado trabajando tantos años en la empresa. Gente como Rosemary y Marty, Stan, el guardia de seguridad, y los chicos de la fábrica. -¿Estás segura de que es una decisión definitiva? La secretaria asintió. -Lo dijo el mismo Storm. Llegó esta mañana. Está en el despacho del director general, discutiendo los detalles finales con los abogados. -¿Ha intentado hablar alguien con él? -¿Para qué? ¿Para rogarle que no nos deje sin puesto de trabajo? -Hay que demostrarle que es necesario que lo reconsidere. Creo que esta empresa puede salvarse. ¿Dónde están mis informes? -Creo que en el despacho de Harley -dijo, arqueando una ceja-. ¿Por qué? No me digas que estás pensando en hablar con él. -Puede ser. ¿Podrías ir a buscar esos informes? Liana cogió su maletín y se dirigió a su despacho con determinación. -¿Realmente crees que conseguirás algo con esos informes? -preguntó, entre incrédula y esperanzada. -No lo sé, pero tengo que intentarlo -dijo, encogiéndose de hombros-. ¿Qué puedo perder? Ya estoy despedida. Rosemary sonrió. Parecía mirarla con nuevos ojos. No sabía si era respeto o si se burlaba de ella, pero en cualquier caso fue a buscar los informes. Pensar que podría conseguir que un hombre como Storm cambiara de opinión era una locura, pero tenía que intentarlo. De otro modo volvería a perder otro trabajo y aún tendría la impresión de que no había hecho todo lo posible para evitarlo. Resultó más dificil de lo que había pensado. Rosemary no podía encontrar los informes. Willis, como buena rata que era, se había apresurado a abandonar el barco, vaciando su escritorio antes de marcharse. No sabía si estaban entre el montón de papeles que había dejado o si por el contrario los había tirado a la papelera. Afortunadamente, podía acceder a ellos de otro modo. Su jefe se había quejado en repetidas ocasiones acerca del tiempo que pasaba en la oficina, y se vio obligada a terminar el proyecto en casa. Estaban en el ordenador que tenía en su piso. Sin embargo lo más dificil iba a ser acceder a Xavier Storm. Se había encerrado en el despacho del director general y no recibía a nadie, ni a la prensa ni a los empleados que acababa de despedir. Pero tenía que salir alguna vez. Liana se pasó el día dando vueltas y esperando. Y poco antes de las cinco de la tarde llegó su oportunidad. Lo vio dirigiéndose al ascensor, seguido por una turba de abogados, asesores y secretarias. Liana avanzó hacia él y consiguió alcanzarlo en el preciso momento en que entraba en el ascensor. Echó literalmente a una secretaria que pretendía entrar y se quedó a solas con él cuando se cerraron las puertas. -Señor Storm, por favor -dijo, intentando tranquilizarse-. Tengo que hablar con usted.


El atractivo ejecutivo la miró con aburrimiento, como si estuviera acostumbrado a que una mujer se metiera con él en el ascensor todo los días. -Daré una rueda de prensa a su debido tiempo, pero no concedo entrevistas personales. -No soy de la prensa. Soy... Era uno de sus ingenieros. Storm la miró con el ceño fruncido. Liana tenía un aspecto muy distinto al que tenía durante la reunión de la sala de juntas. Entonces llevaba un traje de chaqueta y tenía el pelo recogido en un moño. Pero entonces iba vestida con un vestido color crema y un jersey ajustado que marcaba su figura, el que tanto le gustaba a Jake. Además, llevaba el pelo suelto. De repente, Storm pareció reconocerla. -Ah, sí. Ya recuerdo, señorita Malone. La ingeniera que estaba llevando a cabo un informe sobre... culturistas. Liana se ruborizó. -Ya le dije entonces que todo fue un error. De haber llevado conmigo la carpeta que creía tener entonces, tal vez no se habría apresurado cerrando la empresa. -¿Usted cree? -preguntó, con total desinterés. La luz del ascensor se encendió. Estaban a punto de llegar al piso bajo, de modo que sólo se le ocurrió una solución. Desesperada, pulsó el botón de parada. Al menos había conseguido que Storm reaccionara. La miró, molesto. De repente parecía un tigre enjaulado, aún tranquilo, pero que podía sacar las uñas en cualquier instante. -Por favor -dijo Liana-. Sé que no está satisfecho con los resultados de Play Tyme, pero pueden mejorarse sustancialmente. -Me parece increíble, teniendo en cuenta que su departamento no parecía tener ni una sola idea acerca de cómo conseguirlo. ¿Dónde ha estado todo este tiempo, señorita Malone? -Intentando que tomara en serio mis ideas un jefe machista. -Ah, sí, el señor Harley Willis. Qué desafortunado. Ni siquiera sabía anudarse la corbata. -No quiso escuchar ninguna de mis recomendaciones. Creo que tiró los informes. Pero tengo copias en mi casa. -¿En su casa? -Sí, y no está lejos de aquí. Si pudiera concederme unos minutos... Storm bajó la mirada. Liana se avergonzó al darse cuenta de que en su nerviosismo le estaba tirando de la chaqueta. Apartó la mano con rapidez y Storm quedó en silencio. Liana no tenía ni idea de qué podía estar pensando. -Muy bien, señorita Malone. Ha conseguido despertar mi interés. Liana respiró aliviada y esperanzada. Pero intentó comportarse de manera profesional. -Magnífico, señor Storm. Podemos vemos en cuanto lo considere conveniente. -Ahora es el momento más conveniente.


-¿Cómo? Storm pulsó el botón del ascensor, que volvió a ponerse en marcha. -Tiene que ser ahora, señorita Malone. Tengo un vuelo a las diez. ¿Tiene el coche aparcado cerca? Mi limusina puede seguirla a su casa. -¿A mi casa? Pero espere. Yo no quería decir que... Storm ni siquiera escuchó sus protestas. -Vaya a buscar su abrigo y reúnase conmigo en la puerta principal dentro de quince minutos ordenó, mirando su reloj. Se marchó antes de que Liana pudiera decir nada más. Storm actuaba como el ejecutivo que era, y ella parecía una aficionada a su lado. Las cosas habían escapado a su control. No pretendía invitarlo a subir a su piso. O al menos, no tenía tal intención. Se había limitado a mencionar que los archivos estaban allí, esperando conseguir reunirse con él en la oficina al día siguiente, a primera hora de la mañana. Pero si se marchaba a las diez iba a ser imposible. No sabía qué hacer. Estaba muerta de miedo.Jake iba a presentarse en su casa a las siete, puesto que lo había invitado a cenar para celebrar su aniversario. Tendría que llamarlo por teléfono. Estaba segura de que lo comprendería. Que comprendería que iba a estar trabajando en su casa con Xavier Storm hasta altas horas de la noche. No la creería. Su estúpida admiración infantil por Storm ya había causado suficientes problemas entre ellos. Sólo había una forma de salvar aquella situación. Al fin y al cabo era una experta en eficacia. Se las arreglaría para presentar los informes a Storm y conseguir que se marchara antes de que llegara Jake. Pero mientras se apresuraba a coger su abrigo notó un pinchazo en el estómago. Aquello podía acabar en un verdadero desastre, y en toda su vida se había sentido tan ineficaz.

No podía creerlo. Xavier Storm estaba con ella en el recibidor de su piso. El extraordinario multimillonario y magnate, uno de los hombres más ricos y poderosos del planeta. Recordó que le había comentado a Jake que haría cualquier cosa por poder estar diez minutos con él, y ahora estaba desesperada intentando encontrar una forma de librarse de inmediato de su admirado ejecutivo. Sacó las llaves del bolso, intentando quitarse de la cabeza la idea de que Storm pudiera haberla malinterpretado. En cuando metió la llave en la cerradura, la puerta de la señora McGinty se abrió. Liana hizo un gesto, preguntándose cómo podía saber siempre cuándo llegaba. Tal vez tuviera un radar. -Lee, mira lo que he ganado en el bingo -dijo la anciana. Al ver la silueta elegante de Storm se quedó boquiabierta. -¿Otro? -preguntó su vecina-. ¿Has estado jugando a la lotería otra vez?


-No -murmuró ella, abriendo la puerta-. Esta vez fue jugando al póquer. La señora McGinty lo miró de arriba a abajo. -Creo que te lo cambiaré por el saco de patatas que acabo de ganar. Liana invitó a Storm a entrar, sin darle oportunidad alguna para que mediara en aquella extraña conversación. -Acomódese -dijo-. Iré a buscar los informes. Liana se dirigió a toda velocidad hacia su habitación, donde tenía el ordenador. Miró su reloj. Eran las seis menos cuarto. Estaba segura de poder terminar con Storm en menos de una hora. Tendría el tiempo justo para servir la cena y cambiarse de ropa antes de que llegara Jake. Mortunadamente, había preparado casi todas las cosas y la mesa ya estaba puesta, con la vajilla china y velas. En un par de minutos su impresora hizo una copia del informe. Lo miró y bajó al salón. Le sorprendió observar que Storm parecía haberse tomado muy en serio su ofrecimiento. Se había quitado la chaqueta, aflojado la corbata y sentado en el sofá pasando un brazo por el respaldo. Liana sonrió y dejó el informe sobre la mesita de café. -Bueno, la primera propuesta se refiere a la utilización de la robótica en... -Perdóneme -la interrumpir-. ¿Sería posible que bebiera algo antes de que comencemos? Tengo unpoco de sed. -Oh, por supuesto... Liana echó otro vistazo a su reloj y corrió a la cocina. Llenó un vaso de agua y se lo llevó. Cuando lo probó puso un gesto de extrañeza, como si no hubiera bebido agua en toda su vida. Y su expresión fue aún más rara cuando Liana volvió a insistir con el informe. Estaba ensimismada en un verdadero discurso acerca de los dipositivos de seguridad plagado de estadísticas cuando Storm emitió un sonido y Liana lo miró. Dejó su vaso de agua a un lado y murmuró: -Empiezo a creer que verdaderamente me ha traído a su piso para enseñarme eso. -¿Cómo? -Quiero decir que la única razón por la que quería verme a solas era para enseñarme esos informes. -Por supuesto. ¿Por qué si no? Storm arqueó una ceja y Liana se indignó al comprender a qué se refería. -No pensará de verdad que intentaba seducido para no perder mi puesto de trabajo... Storm se encogió de hombros. -Otras mujeres lo han hecho con anterioridad. -En ese caso ha estado con las mujeres equivocadas -dijo ella. -Evidentemente.


Parecía haber tocado alguna fibra en su interior, porque su expresión fue de tristeza. Quitó el brazo del respaldo y se incorporó levemente. -Espero que no me culpe por haber sacado una conclusión equivocada, señorita Malone -dijo, haciendo un gesto hacia la mesa, románticamente preparada. -Estoy esperando a alguien. -Supongo que a uno de esos caballeros que aparecían en las fotografías que trajo a la sala de juntas, ¿no es así? -No. Se trata de Jake Powers. Creo que lo conoce. -Ah, sí, el levantador de pesas. Al observar su piso debí haberme dado cuenta de qué tipo de hombres le gustaban -dijo, con evidente ironía. -Jake es un hombre con tanta inteligencia como talento -replicó, enfadada-. Y usted debe pensar lo mismo, puesto que le ofreció un puesto en su cadena de hoteles. Storm se encogió de hombros. -Admito que el señor Powers es muy bueno en su trabajo. -Lo que hace es importante para la gente. Que es más de lo que puede decirse sobre usted, señor Storm -dijó-. No parece que le preocupe en absoluto la suerte de toda la gente que ha dejado sin trabajo. -No, desde luego no he perdido el sueño por eso. Storm se levantó y cogió la chaqueta que había dejado sobre el sofá. Estaba dispuesto a marcharse. Hizo lo único que podía hacer. Tranquilizarse e intentar hablar en otro tono. -Entonces, ¿no va a escuchar el resto de mis propuestas? No parece muy interesado en salvar la empresa. -Querida señorita Malone, hace tiempo que he perdido todo interés por Play Tyme. Mi único interés ahora es salvar lo que pueda. -Lo sé -dijo ella, con amargura-. No quiere que lo asocien a la palabra fracaso. Pero si abandona ahora será precisamente lo que digan. Habrá fracasado. Storm la miró con impaciencia, pero Liana continuó hablando. -Muy bien. Déme ese informe. No le prometo nada. Lo leeré en el avión. Satisfecha con la concesión, Liana metió el informe en una carpeta. Storm fue a ponerse la chaqueta, pero cuando estaba a punto de meter uno de los brazos se detuvo y se llevó una mano al cuello. -¿Qué le ocurre? -preguntó Liana. -Nada –murmuró- A veces tengo un tirón bastante fuerte en el cuello... -Déjeme ver. Se acercó a él y examinó su cuello. Storm dio un respingo. Para ser un hombre de aspecto tan tranquilo y civilizado, sus músculos parecían de piedra. Estaba totalmente tenso. Liana recordó el comentario que había hecho Jake sobre él:

«No es feliz. Vive siempre en el filo».

Frunció el ceño y dijo: -Debería relajarse más a menudo, señor Storm. Cuidarse un poco más. Todas


esas prisas no son buenas para nada. -Empieza a sonar usted como su amigo, el señor Powers. -Jake siempre consigue que deje de dolerme el cuello. Creo recordar cómo lo hace. Liana presionó y Storm empalideció. -No importa, señorita Malone. Gracias de todas formas. Se apoyó en ella y se dirigió a la puerta. Al hacerlo dio un paso hacia atrás. Desafortunadamente en aquel preciso instante apareció Rumbles, que había estado todo el tiempo debajo del sofá. Storm le pisó el rabo y la gata salió disparada, derribando la lámpara. Asustado, Storm se echó hacia atrás y cayó con Liana en el sofá. Acabó literalmente encima de ella, mientras la lámpara se hacía añicos en el suelo. Los dos se movían intentando levantarse. -¡Oh, basta! -exclamó, horrorizada al contemplar que la manga de su jersey se había enredado en sus gemelos-. Va a destrozarme el vestido. -Agarre fuerte. Pero sus esfuerzos sólo consiguieron empeorar la situación. Liana intentó dar la vuelta levemente al jersey para desengancharlo, y justo entonces se dio cuenta de que alguien estaba llamando a la puerta. -¡Liana! ¿Estás ahí? -preguntó una voz familiar. Era Jake. Los dos intercambiaron una mirada de sorpresa y redoblaron sus esfuerzos por liberarse.

Jake acababa de llegar, con un ramo de flores bajo el brazo. Sabía que aún era pronto, pero estaba ansioso por verla. Quería disculparse ante ella. Se había comportado como un idiota por la mañana, enfadándose por la lógica excusa que había dado a su madre por teléfono. Su vieja inseguridad había sido la única culpable de ello. Sabía que Liana no era como Marcy. Lo que ellos sentían era algo mucho más profundo y fuerte que su pasión de adolescente. Ya había pasado suficiente tiempo desde aquello como para que la herida estuviera cerrada. Se había equivocado al presionada para que hiciera algo para lo que no estaba preparada aún. Impaciente, había llegado a dos conclusiones. Que no dejaría que Liana desapareciera de su vida y que estaba dispuesto a esperar todo el tiempo necesario. Y pensaba decírselo aquella noche. Esperaba que estuviera en casa después de las cinco, que no fuera uno de aquellos días que se quedaba a trabajar hasta tarde. Comenzó a llamar en la puerta en el preciso momento en que escuchó ruido en el interior. Jake pudo oir el maullido de Rumbles, seguido por un fuerte golpe. -¿Liana? -repitió, frunciendo el ceño y pegando el oído a la puerta. Los sonidos que llegaban del interior resultaban bastante extraños. Como si alguien se estuviera peleando. Y en ese momento escuchó a Liana:


-¡Basta! Va a destrozarme el vestido. Una voz masculina respondió, amenazadora: -Agarre fuerte. El pulso de Jake se aceleró. -¡Liana! -exclamó, llamando a la puerta-. ¿Estás bien? Nadie contestó. Empezaba a alarmarse. Giró el pomo. Si no abría pronto derribaría la puerta. Pero en cuanto se abrió se quedó helado ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Liana estaba tumbada en el sofá con Xavier Storm. El magnate parecía enfadado y ella intentaba separarse de él. -¡Oh, Jake! Esto no es lo que parece... Pero Jake no escuchó nada más. Un instinto furioso hizo que le ardiera la sangre y se apresuró a defender a su mujer. Tiró las rosas al suelo y se abalanzó contra Storm, que no pudo reaccionar. Jake lo cogió del cuello de la chaqueta y lo puso en pie. -¡Jake! ¡No! -gritó ella. Furioso, no podía oída. Le pegó tal puñetazo que Liana tuvo que cerrar los ojos. Sin embargo, aquello no evitó que escuchara el tremendo impacto en su mandíbula. Cuando volvió a abrir los ojos Storm, el hombre con más éxito del mundo yacía en el suelo de su piso, gimiendo.


CAPÍTULO 10 ÍNDICE / CAPÍTULO 9 - Principio del documento

Liana se tapó la boca con la mano. Miró aterrorizada a Storm y se alejó del sofá. -Jake, ¿qué has hecho? -Salvarte de ese canalla. ¿Te encuentras bien, cariño? -preguntó, atrayéndola hacia sí. -Has matado a Storm... Pero el magnate gimió, como para contradecirla. Se levantó y se llevó la mano a la mandíbula. Liana pudo notar la tensión que crecía en Jake y se preparó para interponerse entre los dos hombres. Sin embargo, Storm no parecía muy dispuesto a contestar. Además, ningún hombre en su sano juicio se habría enfrentado a Jake en aquel estado. Liana nunca lo había visto tan furioso: Su respiración era acelerada y sus ojos brillaban con fuego. Parecía un guerrero salvaje de la antigüedad. -Oh, Jake, no lo entiendes... -Lo entiendo perfectamente -dijo, mirando a Storm-. Será mejor que en el futuro mantenga las manos alejadas de ella. Storm se sentó en el sofá, mirando a Jake. -Nunca le puse las manos encima -dijo, tocándose el labio partido-. De hecho, más bien ha sido al revés. -Es cierto, Jake -dijo ella-. Fue culpa mía. -¿Cómo? Liana se estremeció cuando notó que era a ella a quien miraba con furia ahora. -No lo estaba agarrando exactamente. Intentaba darle un masaje. Jake se cruzó de brazos. Liana sólo estaba complicando las cosas. -Tuvo un tirón en el cuello. Intentaba aliviarlo un poco, haciendo lo que tú me haces a mí. Entonces apareció Rumbles y perdió el equilibrio, de tal forma que caímos al sofá... Liana sintió un escalofrío. Tenía miedo de que Jake no la creyera. -¿Y qué demonios hace Storm aquí, en primer lugar? -Se detuvo de camino al aeropuerto. Teníamos que discutir acerca de ciertos informes. Liana señaló con un gesto la carpeta donde estaban. Jake mantenía una actitud beligerante, aunque empezaba a dudar. Liana recibió una inesperada ayuda por parte de Storm. -La señorita Malone le está diciendo la verdad, Powers. Mi padre me dijo algo que


no debería olvidar, que no mezclara nunca los negocios con el placer -comentó, frotándose la mandíbula-. Y créame, nada de lo ocurrido en este piso puede considerarse placentero. Excepto, claro está, que el dolor ha desaparecido de mi cuello. -Ya le dije queJake era muy bueno con esas cosas. -Pues si éste es un ejemplo de sus métodos, Powers, no creo que tenga muchos clientes -dijo Storm. Jake se ruborizó levemente. Dejó caer los brazos y dijo: -Si he cometido un error, lo siento. -Seguro que no tanto como yo -dijo, levantándose y cogiendo su abrigo. -Oh, no, señor Storm, no puede marcharse ahora -dijo Liana-. Será mejor que le ponga un poco de hielo, o que llame a un médico... Pero Storm parecía estar completamente recuperado y se dirigió a la puerta. -Tengo que coger un avión, señorita Powers. Liana miró a J ake. Pero no iba a conseguir ninguna ayuda de él. Se volvió, se metió las manos en los bolsillos y se puso a mirar la pared. Tendría que intentar tranquilizado ella sola. Le sorprendió ver que Powers cogía los informes para llevárselos, aunque ahora resultaba mucho más dificil que no cerrara la empresa. -¿No va a llamar a la policía ni a sus abogados por lo que ha ocurrido? -preguntó con ansiedad. -No, señorita Malone -dijo, caminando por el pasillo-. No se preocupe. No tengo ninguna intención de denunciar a su atlético señor Powers. Liana respiró aliviada. -Me alegra que no esté enfadado y que no contestara a su puñetazo. -¿Que no contestara? Querida, no habría llegado a donde estoy si no supiera sobrevivir. Se despidió cortésmente y se dirigió a la entrada. De pronto se dio cuenta de que se le había caído un papel en la moqueta. Lo cogió y no pudo evitar mirado. Era una notificación de divorcio. -Señor Storm, ¡espere! Storm se detuvo y miró atrás. -Esto debe ser suyo. Cuando lo vio, lo reconoció y dijo: -En efecto. Pero no hizo nada para cogerlo. -Estoy segura de que no querrá perderlo. -No pasaría nada si lo hiciera. Ya lo he leído. La tercera vez uno ya conoce más o menos el procedimiento. Pero finalmente cogió el documento y se lo guardó en el bolsillo, con cierta tristeza. Por una vez, el elegante señor Storm parecía sentirse incómodo.


Jake.

-Gracias, señor Storm. y gracias también por haber sido tan comprensivo con

-No entiendo nada referente al señor Powers, pero lo envidio. -¿Envidia a Jake? -preguntó, sorprendida. -Sí. Aparentemente sería capaz de hacer cualquier cosa, incluso arriesgar su vida, por salvada. En mi caso, nunca me ha importado tanto una mujer como para eso. Durante unos segundos, los ojos felinos de Storm expresaron una profunda tristeza. Pero después se tranquilizó, conteniendo su emoción. Cuando se dio la vuelta volvía a tener el mismo aspecto arrogante de siempre, pero a ojos de Liana ya no era un hombre con éxito. Bien al contrario. Probablemente era el hombre más triste que había conocido.

Liana cerró la puerta, casi incapaz de enfrentarse a Jake después de lo sucedido. Seguía estando molesto, pero su enfado parecía haber desaparecido. Se las había arreglado para sacar a la gata de de bajo del sofá para ver si se había hecho daño. -¿Se ha marchado? -preguntó al verla. -Sí, se ha marchado. -Y supongo que con él también se ha marchado la posibilidad de que asciendas. Liana suspiró. -No tenía nada que ver con eso. Storm ha cerrado la empresa. Intentaba convencerlo de que no lo hiciera. No quería hablar con él esta noche, pero era la única oportunidad que me habría dado. Y ahora nuestra velada se ha arruinado. Lo siento. -No, soy yo el que lo siente -dijo, suavizando su expresión y dejando la gata a un lado-. Me he comportado como un bruto y lo he estropeado todo. -Puede que no. Se ha llevado mis propuestas. Tal vez las lea y cambie de opinión. -¿Después de haber estado a punto de romperle la mandíbula? -dijo, moviendo la mano-. Pensé que estabas en peligro y no pude evitarlo. Es la primera vez en mi vida que pego a alguien. Me he comportado como un bárbaro. -Sí, pero te quiero por eso. -¿Cómo? ¿No te ha molestado? ¿No vas a decirme que no necesitas que cuiden de ti? -Si hubiera estado verdaderamente en peligro me habría gustado que estuvieras aquí. Jake la miró durante unos segundos, asombrando ante lo que estaba escuchando. -En ese caso has cambiado mucho desde la noche en que nos conocimos. -Supongo que sí. Tal vez no me había dado cuenta hasta esta noche. He perdido demasiado el tiempo pensando sólo en mi carrera. Me preocupaba tanto que me ascendieran que me olvidé de las razones por las que me había hecho ingeniera, de la chica que quería construir puentes. Y no me he olvidado sólo de eso. Me olvidé de lo importante. Como Storm.


-¿Storm? -Tenías razón. Es infeliz. Se ha divorciado por tercera vez. Para ser un hombre que odia tanto fracasar en los negocios, no parece que tenga mucha suerte en su vida privada. Ha olvidado que hay que preocuparse por la gente. No quiero terminar como él. -No lo harás --dijo él-. ¿Ya no piensas que es el hombre con más éxito del mundo? -No, Jake -dijo, acercándose a él y sonriendo-. Eres tú. La expresión de Jake era de gratitud y de incredulidad. No tenía más que una opción para convencerlo.Besarlo. Unos segundos después lo miró y murmuró: -Feliz aniversario, señor Powers. Tengo un regalo para ti. -¿Mejor que el que ya me has dado? -murmuró, besándola. -Tal vez. Tuvo que luchar con todas sus fuerzas para convencerlo de que la dejara coger lo que había comprado por la mañana. Cuando le dio el sobre de la agencia de viajes, hizo un gesto de extrañeza. -¿Qué es esto? ¿Un viaje de ida a Marte? -Ábrelo. Jake lo hizo con extrema lentitud. Cuando sacó los dos billetes de avión, pareció confundido. -Dos billetes de avión a Pittsburgh. ¿Para ti y para mí? -No, pensé que te gustaría marcharte de vacaciones con la rubia del gimnasio – contestó-. Claro que son para nosotros. Pittsburgh no está muy lejos del pueblo en que viven mis padres. -¿Y cómo crees que reaccionarán cuando aparezcas con un levantador de pesas para cenar? -Oh, mi padre te hará un montón de preguntas sobre Black Bart. Mi madre querrá llevarte a un musical, y si mis hermanos están allí discutirán acerca de con quién juegas al fútbol. En otras palabras, les gustarás tanto como a mí. Jake no fue capaz de mirada a los ojos durante un instante. Liana lo observó. Estaba verdaderamente emocionado con su regalo. -Presentarme a tus padres es algo muy serio -dijo--. Al menos, en el lugar del que provengo. -También en el mío. Metió los billetes de nuevo en el sobre, de manera casi reverencial. -El mes que ganaste acaba de terminar. Pero quiero que sigas viniendo conmigo al gimnasio. Quiero que estés conmigo para siempre. -¿Intentas pedirme que me case contigo o venderme un carnet de por vida para tu gimnasio? -Las dos cosas. -¿Me harás un descuento familiar?


-Tal vez pueda arreglarse. La broma de Jake disimuló la profunda emoción que veía en sus ojos. La misma que ella sentía. La besó, sellando con ello lo que había comenzado en la noche de la tormenta de nieve. -¿Aún te arrepientes de haber ganado en la rifa? -murmuró, besándola en la frente. -Creo que fue la noche más afortunada de mi vida -susurró-. Te amo, Jake. -Y yo a ti. Más de lo que puedes imaginar. Jake se pasó los siguientes minutos intentando demostrárselo. Se olvidaron por completo de su cena de aniversano. Encantada ante sus besos, Liana no protestó hasta que Jake la cogió en sus brazos, dispuesto a llevarla escaleras arriba. -Pensé que querías que te admirara por tu inteligencia. -Ya tendremos tiempo para eso -respondió J ake, con aquella sonrisa que tanto le gustaba-. Todo el tiempo del mundo. Susan Carrol - El poder del amor (Harlequín by Mariquiña)


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