Recaudador literario

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Recaudador Literario



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ndice

Leer para escribir / Prof. Humberto Rivas Hasta que supo lo que quería / Ana Lilia Nájera Martínez En memoria de la vida / Shakti Sandra Ausencia / Beatriz G. Martínez Lutteroth El encanto de las muñecas / María de Jesús Rangel Alvarado Cronologías íntimas…Autobiografía / Profa. Luz María Díaz Últimos días de sol / Teresa Echeverría Al norte / Patricia Eugenia Castillo El suicidio / Elsa Rodríguez Osorio El cepillo / Alicia González Ascencio La herencia / Ma. del Socorro Poblett Miranda Los demonios sueltos / Graciela Fedenaje Palacios Curiosidad infantil / Juana Cruz Meza La resistencia / Tere de la Mora La lección de Mamá Pata / Rubén Dac Pérez Osadía / Beatriz G. Martínez Lutteroth Creación literaria / Profa. Jessica Piedras Disociación del alma / Brenda Munguía Encasquillados / José López Lagos Jamás / Graciela Roque Triste lentitud / Lizbeth Martínez Correa 10 Mil / Raúl Romero Metraje / Oscar Fernando Herrera Cossi Mi rutina en el metro / Rocío Beatriz García Cholula Itinerario de un vuelo caprichoso / Jessica Piedras Verso místico / Jesús Favila


Escritura creativa: cuento y novela / Prof. Humberto Guzmán Presentación / H. G. El bar del puerto de la sirena / Rubén Romero Peña ¿Cuándo me fusilan? / José Francisco Alaniz Alaniz Consuelo / Norma Sorriente Líneas paralelas / Humberto Guzmán ¿Quién? / Ana María González Paz y Puente El móvil / Yashodara Solano Castro Mi regreso a México / Piedad Vieyra Aguayo Variación sobre un mismo cuento / Úrsula Fuentesberain El regreso / Hilda Victoria Cerón




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Recaudador

Presentación

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a Dirección General de Promoción Cultural, Obra Pública y Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público tiene el agrado de presentar los trabajos que durante 2011 crearon los alumnos de los cursos de literatura reunidos todos estos en el Recaudador Literario.

La publicación comprende los textos de los cursos de Escritura Creativa Cuento y Novela, Cronologías Íntimas Autobiografía, Leer para Escribir, Variaciones sobre un mismo cuento así como Creación Literaria. El Recaudador Literario puede comprenderse como un experimento donde se mezclan distintos estilos y géneros literarios que pasan por el cuento, la novela, la poesía o la biografía. La riqueza esta mezcla es lo que hace interesante y atractiva a esta colección de textos, fotos y grabados. De tal modo que esperamos que este nuevo Recaudador Literario, rico en historias y emociones, sirva para despertar el interés y el gusto por una disciplina estética que ninguna persona debería de omitir de su vida. Leer y escribir son actividades importantes que es necesario cultivar. Es indispensable agradecer a todos los alumnos y profesores por participar en este proyecto que tiene la humilde pretensión de seguir creciendo.

José Ramón San Cristobal Larrea Director General de Promoción Cultural Obra Pública y Acervo Patrimonial de la SHCP



Leerpara

escribir

Prof. Humberto Rivas


Hasta que supo lo que quería Ana Lilia Nájera Martínez

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asta que curso tercer año de secundaría todo fue estable o por lo menos así se sentía; después tenía que hacer el examen a bachillerato, y no tenía otra opción más que de una escuela pública, ya fuera en el honorable Politécnico o en la prestigiosa UNAM; se inclinó por el primero, y en el área de ciencias sociales, ya que no le interesaban ni las físicomatemáticas, ni las ciencias biológicas; a decir verdad, tampoco el área que había elegido, daba gracias a Dios de haber pasado el examen, ya que muchos no lo lograban. Como no sabía exactamente que profesión iba seguir, cualquier camino le daba lo mismo; por lo menos la vocacional a donde había entrado le limitaba sus opciones, y ella lo agradecía, porque así no tendría que obligarse a escoger en un campo más grande. Estaban las carreras técnicas de: contaduría, de turismo, de economía y administración de empresas; turismo era interesante, pues al menos le permitiría volar a otros lugares; economía le agradaba mucho más que la administración, pero nuevamente se dejo llevar; y se decidió por administración de empresas. Al terminar la vocacional, entró a UPIICSA para formarse en la profesión de administrador de empresas; concluyó los créditos requeridos, y decía que estar en esa escuela, era como ir una fiesta sin ánimos, comer sin hambre, beber sin sed, sólo había que terminar; y aunque curso el seminario para obtener el título y la cédula profesional, no finiquitó el trámite; todo estaba listo, a su trabajo llamaron para ir a la ceremonia de titulación; sin embargo, sentía que su tesis era tan fría como la carrera, tan sin sentido, sólo un trámite. No era algo de lo que pudiera sentirse orgullosa. No se presentó a la ceremonia, porque el único objetivo en ese momento era irse a vivir, según ella con el “amor de su vida”. Trabajaba en el área de administración en una empresa privada, y se sentía bien en la labor que desempeñaba, además de que el sueldo que percibía era considerablemente bueno, ya que le permitía ahorrar un poco y pagar los gastos que su nueva vida de casada le requería; debido a que su Adonis, se dedicaba a esculpir su cuerpo. Transcurridos dos años de su vida en pareja, y al sentirse un poco frustrada con la relación, decidió embarazarse, para encontrarle un sentido a la vida; su Adonis la abandonó antes del alumbramiento de la niña, y regresó al abrigo y consuelo de sus padres; terminando su incapacidad postparto, volvió el trabajo; sin embargo, su vida empezó a complicarse, porque el tiempo que dedicaba a su responsabilidad laboral la absorbía completamente, además de la distancia que tenía que recorrer a diario; la niña lo resentía cada vez más; decidió renunciar y poner una papelería con internet enfrente de una escuela primaria pública en una colonia popular; además ofrecía un servicio adicional de clases de regularización a nivel primaria y secundaria, a diez

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pesitos la hora. Con el negocio del internet se da cuenta que actualmente es una tecnología de dos filos: el aprendizaje se facilita con la extensa y diversa información en línea que proporciona esté, ya que es una biblioteca universal abierta las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año; pero al mismo tiempo, genera un problema de ocio en los niños, porque ya no quieren trabajar ni desean aprender; y los papás y los maestros cada vez son menos responsables en su educación, percibe que en los educadores ya no perdura la pasión de enseñar, de despertar el interés en los alumnos hacia la creatividad y la capacidad de investigar. Intuye que los maestros quizá anden perdidos o que aún no han encontrado su verdadera vocación, pero su campo visual es tan reducido que no ven el efecto de sus actos. Algunos estudiantes llegan al negocio y le solicitan que les haga la tarea, le dicen el tema, y con un buscador de información y las funciones de corta y pega, todo está listo; eso sí que no le pidan que piense por ellos, ni que coteje las fuentes de información, porque eso no lo puede hacer, además que es lo que menos les interesa; sin embargo, esto tiene una grave consecuencia, no aprenden o medio aprenden. Cada vez llegan más niños a la regularización acompaños generalmente de madres angustiadas; percibe que el problema no está realmente en la capacidad de raciocinio, sino en la falta de atención y en la relación entre padres e hijos; hijos generalmente de madres solteras, que debido a que tienen que salir a trabajar la mayor parte del día, les queda muy poco tiempo para atenderlos, lo que se convierte en un problema de tipo socio-psicológico; hace pruebas empíricas con ellos y con la información que obtiene a través del internet empieza a ver resultados, como por ejemplo: el día que le llevaron a un niño con problemas de lenguaje y con ciertos ejercicios logró que el niño hablara no excelente, pero si mejor. Por otra parte, con los altibajos de su relación con el papá de su hija y los trabajos que tenía que desempeñar a diario en su negocio, como ama de casa, y maestra de regularización, se vuelve neurótica, a tal grado que sus crisis empiezan a descargarse principalmente en su hija, lo que tiene como consecuencia una aguda depresión en la niña que hace que ella reaccione inmediatamente; y empieza con terapias psicológicas para las dos. La niña se recupera rápido, pero ella no, y el resultado era tan palpable que no se veía el progreso; su familia despotricaba: de que te sirve pagar tanta terapia, si sigues en las mismas, llenándote de trabajo y descuidando a la niña, y tú Emilio va y viene, y tu sigues recibiéndole, con que te hable bonito y en la oreja, terminas por aceptarlo

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otra vez; sabía que era cierto, pero les replicaba que ahora pagaba las terapias para que por lo menos alguien la escuchara, porque ellos ya se habían cansado de oír lo mismo de siempre. Mira el horizonte y se da cuenta de que su verdadera vocación está en la psicología. Ahora quería ser una profesionista en esa área. Hace el examen de admisión en la UNAM para cursar la carrera en línea, pero por uno o dos aciertos no se queda; lo repite y no se queda; dicen que ¡la tercera es la vencida!, y lo vuelve a hacer; esta vez el resultado le fue favorable. Sigue con el negocio del internet, con las clases de regularización, con la labor de madre y ama de casa; espera algún día terminar la carrera de psicología, y especializarse en “psicología educativa”. En fin, si algo quiere en esta vida es encontrarle el sentido, encontrar su verdadera esencia, quizá sea muy distraída y aún no se ha dado cuenta de ello.

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E n memoria de la vida Shakti Sรกndria

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Conchita: Madre, abuela, mujer, señora… “¿Qué obsequiará la muerte a aquellos contados hombres, que pueden presentir cuando ya se van? O debiéramos mejor preguntarnos, ¿Qué darán estos seres a la vida, que les permite vislumbrar cuando ella se aleja?”

¿Quién dijo que el morir es algo triste? ¿Qué hay mortales comunes, que esperan su partida cuál si fuera una gran fiesta; qué no? Sí, sí los hay, lo digo por experiencia. ¿Qué es triste partir, qué no deberíamos morir? ¡Quién lo sabe! Al menos no estoy segura, esta duda, fue el gran regalo de la última lección que dio mi madre. Mi hermana menor y yo estábamos como desde hacía unos meses, a los pies de su cama, ella dormía, cuando de momento abrió los ojos y nos dijo: “Ahí afuera va su hermano Augusto… ¡llámenlo, díganle que venga, que quiero hablarle!”; a nosotros nos sorprendieron muchos sus palabras, nuestra pequeña casa se hallaba en silencio, y como en todo pueblo, era difícil que ya tarde la gente anduviera paseándose. Nosotros entendimos lo que pasaba, quería disculparlo y echarle su bendición, era de todos sus hijos, el que más corajes y dolores de cabeza, le había causado. Eran casi las nueve de la noche cuando mi madre llamó a mi hermano. Él se resistió y dijo que no vendría. Huyó entonces, y al rato mandó: galletas de animalitos, en dos costales de papel; y en varios costales de jarcia (una especie de lazo de plástico, utilizada en ese entonces), muchos terrones de azúcar. Mi mamá desde antes, y muy seguido, nos había echado la bendición a todos; en estos momentos estaba muriendo. Los doctores la habían desahuciado, por una enfermedad en su estómago. Augusto ya no llegó, me imagino que por alguna extraña razón presagió lo malo, y decidió esperar al muchacho que nos trajo las cosas para que le diera la razón, y de ahí se fue a avisarle a los hermanos de mí mamá, de que estaba falleciendo; llegó con ellos más tarde, y preguntó solamente si habían llegado todas las cosas que envió para el velorio; lloró bastante ante mi madre muerta, que se hayaba en el piso. Estaba allí a petición de ella misma, quien solicitó que después de morir se le depositara en el suelo, sobre una sábana blanca, encima de un petate. Desde las ocho de la mañana, ella me había pedido ponerle su vestido negro que confeccionó desde mucho antes; era una prenda seria, bonita, de terciopelo. Cuando me lo dijo, no podía vestirla, mis manos no dejaban de temblar; era difícil olvidar que el día en que compró la tela y lo empezó a cortar, nos dijo: “Con este vestido me han de enterrar, no quiero que a la hora anden buscando que ponerme”.

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Me entristecí ante su pedido, sabía lo que su demanda podía significar. Mi hermana decía “no le pongas eso, se nos va a morir”, yo dudaba, en tanto sus palabras me hicieron reaccionar “¡ apúrense hijas, ¿qué esperan con mi vestido?¡”. Además de preocuparse por su vestuario, también preparó los vestidos que Alicia y yo nos pondríamos para esa fecha, había escogido con mucho cuidado una tela especial, corrugada, con la que dijo nos veríamos muy lindas; en balde nos negamos, pues de todas formas ella los cosió e hizo que los guardáramos. Un mantel precioso, que de puntada a puntada iba conformando un grupo de ángeles blancos, fue otra obra hecha por sus imparables manos, en nada menos que casi tres años de su vida; desde que lo inició dejó en claro que no estaría a la venta, como todos los demás tejidos, bordados, costuras, y deshilados que hacía; este era especial, sería donado a la iglesia del pueblo, misma a la que le tenía un gran aprecio por haberse casado ahí. El tejido fue terminado por mí, pues para cuando calló en cama y ya no pudo tejer ni bordar más, le faltaba una de las orillas, me encomendó entonces: “Termina ese mantel hija, por favor, no puede quedar a medias… las cosas que se inician deben terminarse; este será mi último trabajo”. Más que desgastada por su mal, y con muchísimos esfuerzos ella tuvo todavía la satisfacción de entregarlo al sacerdote, que con muchísima ternura en los ojos, se lo agradeció. Este lienzo engalanó muchas veces el atrio de la capilla, provocándome alegría y recuerdos bellos, cada vez que ahí lo encontraba. Del mismo modo, por mucho tiempo se había afanado en otra labor, se trataba de una sábana deshilada, que a tiempo terminó, para ponerla como cortina; hermosos dibujos bien definidos darían la bienvenida al cortejo; el lienzo, nos dijo, se pondría formando una cruz y sobre ella el acostumbrado moño negro, así la gente ,desde lejos, sabría que estaba tendida. Tal como se hizo en ese acompañamiento tan previsto. No hizo mucha cama, tres meses estuvo en el sanatorio, y en el hogar duró como mes y medio más. Era de gran voluntad, en los últimos tiempos en que la enfermedad fue empeorando, quedó “deatiro” flaquita, puro “güesito”; nosotros pretendíamos ayudarla para hacer sus necesidades, a lo que ella respondía “déjenme, yo no quiero oscurecerles la vida, debo ser valiente y hacerme yo misma mis cosas”. Tenía muy buena mente pues sentía a qué horas pedirnos sus pastillas, “tráiganme mi medicina” nos decía, nosotros buscábamos el reloj sólo para sorprendernos al confirmar que nos había ganado de nuevo, era el momento. El amor no mide. Hasta en sus peores momentos pretendió cuidarnos de muchas maneras, no dejaba que nos comiéramos lo que dejaba de su comida, porque decía

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“pueden contagiarse hijos, mejor no se la coman”, como por esos años no se sabía cuál era el origen del cáncer, ella desconfiaba. Cuando le dolía mucho el estómago, teníamos que ponerle unas inyecciones que eran intravenosas, muy fuertes pero le calmaban el dolor; yo no podía inyectarla de sólo mirarla, verla tan flaquitita me hacía pasar la tarea a mi hermano, mientras ella me animaba a hacerlo; nunca dejó de comer, ni de hablar, ni de hacer sus oraciones diarias al Creador… las que rezaba cuando la abrazó la muerte. “Por favor hijas, no vayan a dejar ir a nadie sin comer, de la gente que venga a acompañarlas; consiguen aunque sean prestadas, cazuelas grandes para la comida; compran café…” y así, conforme fueron transcurriendo los días, nos fue dando las instrucciones de todo lo que debíamos hacer para enfrentar ese momento. No fue la excepción el mero día. Desde muy temprano me recordó para decirme: “Vayan a comprar la leña y el gas; ve que levanten la mesa para que quede desocupada por completo la sala, y tenga donde acomodarse la gente; consigan más sillas, uno nunca sabe si serán suficientes”. Alicia extrañada, comenzó primero a preocuparse y luego a llorar, tratando de no demostrarnos sus lágrimas. Yo traté de hacerme la fuerte, pensaba que de derrumbarme, también lo haría mi hermanita; así que atendía a las órdenes de mi madre, lo mejor que podía. Fingí que todo estaba bien, que no pasaba nada, mas en mis adentros sabía que venía lo peor. Disimulé lo más que pude, finalmente, mamá siempre dijo que yo era la más parecida a ella, retrato en mucho de su carácter, pero con otro nombre. Me asombra, aún ahora, la forma tan calmada en que mamá nos hablaba siempre; su tono firme y templado no cambió mucho después de saber que moriría; sin embargo, ese postrero día estaba más sosegada que de costumbre, serena, como esperando en paz. Ahora que miró hacia atrás, noto que todas sus voluntades se cumplieron, menos la del nopal, y a veces siento remordimientos mezclados con cierta preocupación por eso. Mamá había pedido un nopal con todas sus espinas, pero este debía ser una penca grande, en la que se asentarían parte de su nuca y cabeza, esa sería su cabecera. Alicia dijo: “¿Cómo le vamos a poner eso?”. Mis hermanos también hablaron en contra, “Mi mamá fue buena mujer, ¿Cómo le vamos a poner espinas? ¿De dónde sacas esa locura?”. ¡Quién sabe cuál sería su idea! Ella decía que debía descansar un buen rato sobre esa rara almohada, para su perdón; misma que no se iría con ella a la tumba. Yo

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no sé qué tendrían nuestros antepasados con esta creencia, porque aunque nunca antes vi eso, supe por aquellos tiempos que a otro familiar le hicieron así, pero con la diferencia de que se trató de un nopal “tiernito”, mismo que sí acompañó al difundo, en la caja del sueño eterno. Compartí la opinión de mis hermanos y decidí no ponerle ese “colchoncillo” a su cabeza, esta se fue libre, como lo fue cuando vivía su dueña. Creo que no hay que hacer muchas cosas malas, para que poco tenga que cobrarnos la vida, y rápido pueda perdonarnos; de seguro que en ese cielo de perdón se encontró pronto mi madre, que decía seguido: “Lo que importa de los hombres son sus buenas obras, no que tan buenas intenciones tengan. Así como su capacidad de perdonar aún las más grandes ofensas”. “Ahí viene un joven con sus cirios”, expresó una señora, ya trascurrido un buen rato del velorio. Yo le dije:”Es mi hermano Luis”. Era otro de los hijos, “el morenito y más noble”, en el decir de Doña Concepción; traía en sus brazos cuatro cirios grandes, “la luz para que se nos reciba más fácilmente allá arriba”, les decía mi madre a esas velas largas. Él entró soltando sus velas en mis brazos, y corrió a abrazarse desesperadamente de la caja, lloró mucho tiempo, nadie podía convencerlo de quitarse de ahí. Dios me dio mucha fuerza y como pude, después de un rato, lo quité de ella. Luis se quedó en un rincón, con sus ojos tristes, pero más tranquilo. La velada transcurrió, dentro de la casa, y en su patio que era el campo, muy despacio; no supimos de donde pero abundó la comida, las ollas y cazuelas desfilaban llenas; así como las manos, y las palabras de la gente apoyándonos y mostrando su afecto hacia la tendida; rostros desconocidos aparecieron por doquier lamentando la pérdida de Conchita, algunos dijeron ser familiares, otros: compadres, amigos, conocidos, ahijados, vecinos… Entre mi dolor, y el movimiento lento y aligerado de la gente, mi mente se huía unos instantes, recordando sorpresiva las muchísimas veces en las que, Doña Concha, como le diría alguien no muy cercano, extendió más que un pedazo de pan, platos enteros y bastante rellenos de comida, a todos aquellos parientes, conocidos o transeúntes desconocidos que pasaron, hasta por equivocación, por nuestra casa. Me parecía verla entonces, al tiempo que con el mayor esmero los atendía desde su cocina, torteando en su fogón, y diciéndonos: “Hay que compartir con amor, de todo lo bueno que la vida nos da; nunca es mucho, nunca es poco; siempre hay alguien más necesitado que nosotros, siempre podemos dar algo a los demás…”. Esa noche, ante los pies de su ataúd, cientos de imágenes también me acompañaban, mostrándome la imagen de mamá, en su concepción más pura; imagino que

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algo parecido les sucedió a mis hermanos. Todos estábamos desconsolados, pero admirados de no conocer a tanta gente que amaba a mi madre; la tristeza venía ahora acompañada de una imprevista alegría, el sentimiento de comprobar que existía mucha gente que había sabido realmente quien fue mi madre; una mujer que con sabiduría natural amó: a la existencia, a sus acompañantes de vida, y a sus circunstancias infinitas; sin darle nunca, ni la menor tregua “al miedo, enemigo grande del hombre”, como ella lo nombró alguna vez. Al amanecer, la vida de sus cinco hijos cambiaría en mucho. En tanto… el destino se iba tranquilo, juntos, él y ella habían cumplido su tarea.

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A usencia

Beatriz G. Martínez Lutteroth

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na noche más. ¿Cuántas eran ya? Había perdido la cuenta. La esperanza de verlo alguna noche regresar, se iba haciendo más y más lejana. Mientras tanto, ella estaba anclada en esa ventana, presa de una añoranza, que la mantenía viva.

Cuando el cerró la puerta aquella noche de verano, después de recibir esa inoportuna llamada telefónica, tuvo un nefasto presentimiento, que le impidió articular palabra, dejándola inmóvil. “Se va a ir. Se va a ir para no regresar”, pensó. Afuera el fuerte viento caliente soplaba con fuerza, arrancó algunas ramas y hojas del naranjo y levantó una tolvanera, arrasando varios metros el mantel con los platos y copas que estaban listos para la cena.

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Después del portazo y en cuanto el subió a la camioneta y arrancó, como por arte de magia el viento cesó. El prolongado y aciago silencio, le hizo recobrar la perdida conciencia. Como pudo, fue dando traspiés hasta llegar al barandal de la sencilla cama de latón. Con la mirada extraviada, recorrió poco a poco la habitación, testigo de los apasionados y felices momentos vividos con el. Se recostó sobre la colcha que meses atrás había tejido con tanto amor y dedicación. Se quedó dormida con los ojos abiertos, hasta que el sol entró por la ventana, despertándola. A partir de ese día, todas las tardes, hasta bien entrada la noche, se quedaba sentada en la ventana, viendo cómo esa simple vereda, poco a poco fue transformándose en moderna calle pavimentada, con el transitar de la gente; y las hermosas y pintorescas casas, adornadas por árboles y flores. Después, sólo imaginaba… Ese día en especial, se sintió más agitada e impaciente. No comió. Hacía calor, mucho calor. Se tropezaba con todo. Estaba agotada. Se sentó un poco más temprano, ante esa ventana, por tanto tiempo compañera fiel. Y su cabeza, siempre apoyada en las cortinas, cómplices de tantas y tantas noches de insomnio lágrimas y desolación. Nunca las lavó, porque el las había escogido y colocado ahí. Olían a él. Sus manos estaban impresas en ellas. A veces, las pegaba a su oído, creyendo escuchar su voz. No hacía falta verlas, para saber que con el paso del tiempo y el polvo, se habían deteriorado. Ya tarde, volvió el fuerte viento silbante, como aquella funesta noche. Seguía haciendo calor. De pronto, se escuchó un carro que se estacionó afuera. ¡Un portazo! …¡Pasos! Trató de levantarse. No pudo. Otra vez. Toda ella temblaba. “Mi bastón. ¿Dónde está mi bastón?…” Su corazón que palpitaba tan fuerte, la obligó a llevarse las manos al pecho, soltándolo. Los pasos,… más cerca. “¡Dios! ¿Será posible…? Sus ojos, que por tanto tiempo habían quedado ciegos de tanto llorar, en ese brevísimo instante en el que su cuerpo iba cayendo lento, muy lento al piso, recobraron su visión. …¡Era él!

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E l en canto de las muñecas

María de Jesús Rangel Alvarado

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n una tarde, con un sol resplandeciente, Blanca abrió el primer cajón del clóset de su recamara. Acostadas yacían tres adorables muñequitas, eran de tamaño pequeño con cabello largo. Recordaba que cuando era estudiante de primaria, ella lo usaba igual, debajo de los hombros.

No hay duda de que el cabello largo les daba poderes a las tres muñecas; con que alguien les frotara el pelo a una o a las tres muñecas, inmediatamente la persona se beneficiaba con gratos recuerdos de su infancia; en su semblante aparecía una expresión de paz, de tranquilidad… Un día muy caluroso de verano, llegó a la casa de Blanca, su amiga Estela, ambas cursaban el quinto semestre de la carrera de Ingeniería Industrial, en la Universidad. Ellas se habían reunido, porque iban a realizar un proyecto de investigación. Faltaban tres días para la entrega del trabajo. Leyeron y revisaron las notas hasta muy tarde, después decidieron descansar. Cuando de repente Blanca escuchó el llamado de su madre y salió corriendo de la recámara. Estela tuvo curiosidad de revisar el primer cajón del clóset. Blanca lo había dejado abierto. Estaba a punto de levantar a una de las hermosas muñecas, cuando Blanca le grita ¡No, no, no! Como era muy celosa, nadie más que ella podía disfrutar de esa magia. Una semana después al reunirse, Blanca se disculpó por la reacción que tuvo en su casa Estela trató de tocar las muñecas. Blanca le dijo que no había problema y que no debería sentirse mal. El cumpleaños de Estela será dentro de un mes y ella deseaba darle de regalo, estar a solas con las muñecas; dentro de ella aparecen ideas contradictorias, sus celos de no compartir el encanto de las muñecas y por otro lado tener la oportunidad de obsequiar a su mejor amiga algo inolvidable en el día de su onomástico. Pronto llega el día esperado, en ese momento a Blanca se le ocurre salir a comprar un helado, en lo que Estela pudiera quedarse a solas con las muñecas y saborear la magia. Estela permanece un buen rato con la cama, sin poder moverse. Luego salta como un resorte y se dirige al cajón lo abre apresuradamente y observa con atención a las muñecas. Cierra los ojos, les frota el cabello y en su mente se miró recibiendo su título profesional. Sus padres la felicitan y después se vislumbra conduciendo un vehículo a toda velocidad y lleva atrás a su primoroso hijo. Regresa Blanca y al abrir intempestivamente la puerta, Estela despierta de su sueño. Ésta le cuenta muy emocionada la experiencia; se abrazan sonriendo.

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Cronologías

íntimas

Cronologías íntimas…Autobiografía

Profa. Luz María Díaz


Ú ltimos días de sol...

Teresa Echeverría

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i amada era bella, única, sagrada, divina. Era una diosa, era Afrodita y era Venus. Su color indescriptible, aunque cercano al de la plata y el diamante. Sus ojos ámbar y su voz de ninfa. Su cabello suave como una nube en mi mano, su olor y su sabor eran hálitos del viento hechos por Cronos en sus ratos libres. Sus besos eran como los de Krishna prodigados a su dulce flauta. Su mirada era mi dueña y poseedora de la verdad del amor desinteresado… Mi amada creo, era feliz. Mi amada hoy yacía recostada sobre una mesa. Su cabellera se movía suavemente con el viento y sus ojos ámbar entre abiertos, se tornaron apagados y un poco grises. Su aliento desapareció de ella, mezclándose con el del universo y con mis lágrimas. Su olor, ahora parecía triste y ofensivo para algunos, pero para mí seguía siendo dulce y suave; perfumado… tan perfumado que no me importaba besar sus labios envueltos en un tono negruzco y frío. No me importaba acercarme a su cuerpo y acariciarlo. Yo la amaba, aún en ese estado catatónico, frío, violáceo… Aún viéndola así, yo le cantaba al oído, las palabras más tiernas salidas de mi corazón enamorado… Ella y yo caminábamos juntas bajo el amarillo y brillante sol. Ella y yo devoramos sus brillantes tonos con nuestras sonrisas y nuestros paseos, en aquella burbuja mágica de cristal inventado, llena de árboles, de budas, de hadas y de flores. Ella y yo, nos divertíamos prodigándonos el más puro amor con nuestros besos y nuestras caricias y también con las miradas… Aunque tú, amada mía, hoy yacías recostada, con tus ojitos entre abiertos y tu templo de carne, tan sagrado, tan divino, tan frío y que iba endureciéndose poco a poco, sobre una mesa, a mi no me importaba, yo lo besé, y yo lo toqué con todo el amor del que podía ser capaz y más allá de él, y yo te amé, y yo te amé hasta más allá de mi razón, en esos días, en esos últimos días de sol… Dedicado a mi querida mariposa plateada… siempre te amaré.

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A l norte

Patricia Eugenia Castillo Guzmán

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a niña espía a su padre, él revisa el periódico y su madre dormita. Sabe muy bien que cuando ésta despierte, jugará dominó con su tía; sabe también que si se le ocurre volver a preguntar ¿Falta mucho para llegar? dirán: sí niña, la mandarán a callar y al camarote, así que decide volver a recorrer el tren.


Sentirá un estrujamiento en el estómago cuando adelante un pie y logre ponerlo en el siguiente vagón, mirando la velocidad con que las vías, abajo, la amenazan, pero se aliviará pensando en lo tristes que se pondrán sus papás cuando se enteren de que perdió el equilibrio y ya está muerta, tirada boca arriba en algún lugar desconocido del desierto. El desierto es seco: es violeta y rosado al amanecer, se pone rojo al final de la tarde; pero en este momento en el que el tren hace una de sus paradas inexplicables, no se ven colores en el paisaje, hay solo una claridad extrema y helada. Desde el vagón abierto la sorprende, surgiendo de la luz, una niña descalza, con un vestido ligero, de flores, que se acerca comiendo nueces y se detiene a observarla con ojos de venado. Ella, dentro del vagón, a pesar del abrigo de lana, tirita, y piensa que las nueces deberán tener poderes porque le han quitado a Ojos de venado el frío desde dentro. Aunque no sabe si desear algo mucho sirva para conseguirlo, va a intentar un truco que le vio a Supergirl en una historieta: concentrada, dirige a la visitante un rayo magnético con el índice. Logra que ella le ofrezca las nueces. Como el tren va a avanzar, se toma del tubo con la mano izquierda y con la derecha alcanza apenas el cucurucho. Es un pacto, piensa, y se saca rápido el abrigo: quiere dar algo a cambio. Ojos de venado lo coge y el tren avanza. Otra vez se le estruja el estómago: no le gusta que su amiga se quede sola entre los matorrales chaparros y se vuelva línea, luego punto, átomo invisible… Camino al vagón comedor, recuerda que a sus padres no les gusta que hable con extraños, y menos que regale algo: van a regañarla fuerte. Le dirán tonta, más que tonta. No tiene otro remedio que comer las primeras nueces del cucurucho, si quitan el frío… tal vez… la volverán invulnerable.

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E l suicidio

Elsa RodrĂ­guez Osorio

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oncha pasa por mí para ir a ver las luchas. En el aparador de Automotriz O¨Farrill ponen una televisión y todos los niños de la cuadra vamos a verla. Estuvo muy emocionante y muy triste porque perdió Tarzán López a manos de un rudo y yo, que hasta puse una veladora para que ganara ¡Qué decepción! Y para acabarla, cuando regreso a casa, mi mamá me espera con el cinturón en la mano. Está enojada porque me tardé mucho. Yo corro y me meto debajo de la cama y me cubro con la tina de lámina donde nos bañamos, pero un cinturonazo me da en la cara. Salgo llorando y le digo:” Mira lo que me hiciste” pero no hace caso. Empieza a arreglarse: se envuelve el cabello sobre la frente haciéndose unos cuernos, se pone el rímel, primero moja el cepillo con saliva y luego lo frota en la cajita con pasta negra; se pinta los labios en forma de corazón y se aplica polvo y colorete. Se va al cine y dice que no me lleva porque estoy castigada. Yo me quedo furiosa. Sé que se va con Rodolfo, el vecino. Ayer los vi haciéndose señas. Ernestina, su mujer ¿lo sabrá? ¿Será por eso que pusieron una alambrada en el patio entre su casa y la mía? ¿Y, Ya olvidó tan pronto mi mamá a mi papá…!Tan guapo que se veía con su uniforme! Y, como le lloró ahí en la tumba….Me acuerdo. Tengo que hacer algo que le duela….!Me mataré! ¡Sí!, ¡Me mataré! a ver que hace cuando regrese y me encuentra ahí tirada. ¿Cómo lo haré?... Con un cuchillo: ¡Ay, no, porque me va a doler mucho! ¿Y si me tiro de la azotea?…No, porque está muy baja, el otro día que me subí a tender la ropa, me caí de la escalera y no me pasó nada, sólo me desmayé…Ya sé, me tomaré las pastillas que le recetaron a mi abuelita para el corazón. Esto no duele. Así murió Miroslava, se tomó unas pastillas y la encontraron ahí sobre su cama, muy bonita…Dicen que se mató por un torero, Cuando vuelva mi mamá me encontrará, igual, muerta, tendida sobre la cama y le remorderá la conciencia por no haberme llevado al cine, y por pegarme con el cinturón. Pero, ¡Pobrecita! A la mejor va a llorar mucho…¿Quién vendrá a verme? Mis compañeros de la escuela…Quizá, Joaquín, Joaquín Espinosa de los Monteros, me encanta su apellido: Espinosa de los Monteros. Es guapito. Me gusta… Me robó un beso al regresar de la kermese de la secundaria donde por cierto nos casaron, ¡ja,ja,ja!. ¿Dónde estarán las pastillas de mi abuelita? Sí, aquí están en el buró. ¿Cuántas me tomaré 5, 10… mejor todo el frasco. Están re duras. Bueno, las disolveré en un vaso de agua…Ya está, ahora, me las tomaré: ¡A la una, a las dos y a las tres:…!Huacala! Está rete amarga….

¡Mejor no me suicido!

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E l cepillo

Alicia Gonzรกlez Ascencio

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U

n restaurante cualquiera en la mitad de la calle. En una mesa del fondo, la joven rubia observa atenta hacia la puerta. Ve llegar a una mujer algunos años mayor que se aproxima, le da un beso en la mejilla y se sienta, mientras la joven le reclama:

-¡Vaya, por fin! -El tráfico está insoportable. - ¿Qué quieres tomar? -Café, antes que nada.

La joven llama a la mesera y le ordena dos. Su amiga le pregunta cómo está. Apenas y murmura una lacónica respuesta, la interrumpe ante la llegada de la chica con los cafés que deposita sobre la mesa, para después marcharse. - ¿Ahora si vas a decirme qué es lo que te pasa? -¡Se fue! -¿Y… cómo te sientes? -Con un vacío que desgarra por dentro. -Entonces… ¿Te duele? -Más que eso… Hay seres que traspasan los límites del dolor. -¡Exageras! -No. Es como la conciencia de una presencia ausente. -¿Crees que sea definitivo? -¡Se llevó su cepillo de dientes! -¡Y qué importancia tiene un cepillo de dientes por dios santo! -¡Toda! La joven rubia juega nerviosa con la cuchara sobre la mesa mientras le dice: “La historia de pasiones compartidas se quedó atrapada entre las cerdas y se fue con el cepillo”. -¡No pensé que te doliera tanto! -¡Un adiós es como el ensayo de una muerte!

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L a herencia

Ma. del Socorro Poblett Miranda

L

evanta el brazo y mira el reloj. Son las once de la mañana y aún no aparece ninguno de los miembros del jurado, eso aumenta el nerviosismo que siente desde los días previos al examen. Transcurren dos minutos más y finalmente se acerca un hombre vestido de traje que le dice a Oscar “¿Ya listo?, ¿Y la corbata?”. Ella escucha y siente un piquetito en el estómago, se inquieta y piensa”ya predispuso al maestro en su contra”. Hasta ese momento no sabía si presenciaría el examen de su hijo o lo esperarían todos afuera de la sala.

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Por fin pasan todos, ella se coloca en la tercera fila, para tener mejor visibilidad, pero cuando escucha la voz apenas perceptible del secretario del jurado, se da cuenta del error, no han puesto micrófonos y ella no distingue lo que se está diciendo. Al principio reacciona con molestia, está apunto de levantar la mano para pedir que hablen un poco más alto, pero se detiene y piensa “el jurado no está hablando al público, no son actores de teatro, le están hablando al alumno que se examina y al parecer él sí está escuchando”. Pasan los minutos, ceden la palabra unos a otros, ahora es su hijo el que habla, ella se coloca de un lado, de otro, adelanta el cuerpo en la butaca, pero no logra escuchar. Algo como una opresión le incomoda en el pecho. Cuántas veces después de horas de trabajo, su hijo le decía desesperanzado “estoy escribiendo puras tonterías, ni yo les entiendo”. Cuántas veces ella tuvo que sacar sus mejores argumentos para alentarlo a seguir, y ahora que todo indica que el esfuerzo valió la pena…no puede ser, no acepta lo que le pasa, se siente mal, saca unas hojas impresas de su bolso de mano y empieza a soplarse, el calor la agobia, teme sufrir un desvanecimiento e interrumpir la sesión. Se sopla con más fuerza, se echa un poco más hacia delante y empieza a sentir enojo contra ella misma. Sí está escuchando, escucha que hablan, pero no distingue las palabras. Se dice que no está atenta, que está dispersa que ya dio el viejazo y se culpa por la falta de concentración. Mira de reojo a la abuela, al lado suyo, sin expresión en los ojos, luchando contra el sueño, y piensa: “¿Por que tenía yo que heredar esto de ti madre y no alguna de tus virtudes?” Ahora ve que la doctora Puga, presidenta del jurado, se dirige a Oscar con amplia sonrisa, los otros dos miembros aprueban con la cabeza. Ella voltea a ver a su esposo, a su hermana y todos tienen una sonrisa en la boca ¿Qué están diciendo? Se desespera, siente una bola que se atora en su garganta y finalmente se deja vencer, se echa hacia atrás y se queda quieta, con la mirada fija al frente. Todo termina, salen del salón, mientras el jurado delibera. La familia entera felicita a Oscar, repiten frases de alabanza que emitieron los doctores examinantes y de las que ella ni se ha enterado. Suelta una lágrima solitaria mientras aprieta los dientes, todos la miran, Oscar la abraza y dice: “está conmovida mi madre”.

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L os demonios sueltos Graciela Fedenaje Palacios

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E

s el tiempo de ir a trabajar. Antes de salir recuerdas que la ropa que lavaste esta tendida en la azotea. Decides recogerla. Subes rápidamente la escalera y vas tomando una a una las prendas; cuando terminas das la vuelta e intentas bajar. El bulto que se ha hecho no te permite tener una visión clara de donde vas pisando. En ese momento tu mente empieza a girar de manera veloz, como un trompo, a todo lo que da, a una velocidad vertiginosa. Vienen los pensamientos recurrentes con que siempre juegas. Caerte de manera espectacular; en pocas palabras darte un buen, pero un buen madrazo, causándote un traumatismo en todo el cuerpo. El blanco es la espina dorsal, tu cadera, los huesos de tus piernas y tus brazos. En ese instante imaginas no alcanzar a dar un paso firme, tus pies no han calculado las dimensiones del escalón. Pierdes el equilibrio, vas cayendo de manera pesada sobre cada unos de los escalones, ruedas como pelota sin control. Caes, No hay nada que pueda detenerte, en cada contacto con las salientes te vas golpeando las piernas, la espalda y la cabeza. Después de varias vueltas, azotas, llegas abajo con todo el cuerpo lastimado y maltrecho. Toda la ropa ha quedado esparcida en el camino. No logras levantarte, porque tu cadera se lastimó. Intentas incorporarte, no puedes; tratas de arrastrarte y tampoco lo logras. No hay quien te auxilie. Gritas pero nadie te escucha. Estás sola, tocas tu cara y sientes dolor, tienes varios raspones. Aunque la casa de tu hermana esta al lado, no te oyen, lloras de dolor quedándote sin poder mover durante toda la tarde. Ya no vas a trabajar. Te quedarás así hasta que lleguen tus hijos y te puedan recoger. Con ese cuerpo roto tu vida quedará suspendida, como en una pausa; imaginas que ya no podrás hacer ninguna actividad de las que realizas cotidianamente, te quedarás sin dinero y estarás postrada en una cama, inválida, sin poder caminar. Primero tendrás que vivir enyesada, rígida sin movimiento, después te ayudarás de una andadera y sufrirás así durante un buen tiempo. De pronto, tus pensamientos giran en otra dirección, sacudes la cabeza y recuerdas que tienes una parte destructiva, dañina. Antes de bajar decides dejar la mitad de la ropa, cargas solamente la que te permite visibilidad. Vuelves a subir y vas por la otra parte. Cierras la puerta de la azotea y te diriges a la calle con tu bolsa en mano. Sales tranquila, después de haber encerrado tus demonios en el frasco donde siempre acostumbras guardarlos. Los tapas bien. Los vuelves a revisar. Ya que con mucha frecuencia se te escapan y te haces la vida de cuadritos.

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C uriosidad infantil Juana Cruz Meza

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C

habelita está mirando al interior de una habitación donde se encuentran una cama, una silla, un buró. El cuarto está pintado de verde. La niña mira atentamente hacia adentro a través de una rendija y al mismo tiempo procura estar atenta a cualquier llamado que haga su madre en caso de que haya advertido su ausencia.

Hace un rato se encontraba con su mamá y sus hermanos en la calle, afuera de la vecindad donde vivían; había también otros niños, pero no tantos como los que se reunían a jugar sábados y domingos. Lo extraño para ella era que ya habían transcurrido como dos semanas en las que había estado aconteciendo lo mismo, desde que llegaron a la casa el medio hermano de su mamá, Cástulo y su esposa. Estaban recién casados y sus padres aceptaron darles alojamiento en una de las habitaciones de su casa para que vivieran un tiempo mientras se adaptaban a la ciudad de México y encontraran un trabajo que les permitiera independizarse. Su madre, contra su costumbre, todas las tardes, como a las cinco, después de comer, decía: “Apúrense porque vamos a salir al patio para que jueguen”, y sacaba a sus hermanos y a ella a la calle, a la que denominaban patio, porque era el espacio de juegos de los niños de la vecindad y de las vecindades aledañas, ya que en esa calle prácticamente no circulaban autos y los niños jugaban sin mayores peligros, mientras sus madres cuidaban que no corrieran riesgos, aprovechaban para charlar y descansar un poco de sus labores hogareñas. “¿A jugar?” Esta costumbre estaba destinada para los sábados o los domingos. “Algo está pasando; no es normal”, se decía Chabelita. Se le hizo raro que su mamá los sacara a jugar y se quedaran en su habitación su tío Cástulo y su esposa y eso despertaba mucho su curiosidad. Entonces, aprovechando que su mamá estaba distraída entró a la vecindad; al llegar a la puerta de su vivienda caminó con cautela y se asomó por una rendija que era como una ventana para la curiosa niña, queriendo saber cómo dormía el tío que, según su madre, estaba cansado. ¿Por qué dormir a la cinco de la tarde si, según su mamá, la noche se hizo para dormir y descansar? Al observar por la rendija, la pequeña puso cara de asombro, abría los ojos muy grandes pues no daba crédito a lo que sus ojos percibían ya que sus tíos no estaban dormidos; estaban jugando… jugando desnudos. Le encantó el juego porque corrían alrededor de la cama como si jugaran a las escondidillas… y se abrazaban y luego se besaban. Quedó muy desconcertada cuando vio que se comía los pechos de su esposa; no… no se los comía, sólo se los chupaba como hacía el niño de la vecina que cuando lloraba, le metía la chiche en la boca para que comiera y dejara de llorar. Se sorprendió cuando subieron a la cama y primero él se trepaba sobre ella y saltaba sobre sus rodillas y luego ella hacía lo mismo, mientras él le apretaba los pechos. Chabelita no comprendía por qué a él le colgaba un palo entre las piernas. Pensó que tal vez era parte del juego. Justo en ese momento escuchó gritos: “¡Chabela… Chabela…!” “¡Aquí estoy mamá, quiero entrar al baño!” Sin saber por qué, Chabelita decidió no decirle nada a nadie de lo que había visto.

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L a resistencia Tere de la Mora

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E

ra de mañana, ella abrió los ojos, al tratar de incorporarse sintió mucho dolor en el cuerpo, tenía grandes moretones y magulladuras. Pero sobre el rostro a un lado de la boca, estaba la huella más triste y dolorosa.

La pequeña, estaba acostumbrada a las ausencias de su padre, a la angustia materna por no tener el apoyo económico necesario, a la numerosa familia, a los correctivos con la manguera de la lavadora, el cable de la luz o los golpes en la boca, sí, acostumbrada y a pesar de todo, se sintió entusiasmada. Recordó que la noche anterior, recibieron órdenes ella y sus hermanos, de sacar las cajas con los adornos navideños y el viejo, laminado y querido árbol de navidad. Eran vacaciones decembrinas, se sintió feliz, ahora sí, los Reyes Magos, le iban a traer ese bebé pelón de plástico con el que soñó y que ese año esperaba que apareciera entre los regalos. Al ir sacando las cosas, salió también una parrilla eléctrica, que era la estufa auxiliar cuando no había gas. . Notó que la resistencia de la parrilla, se había salido de su lugar, la tomó y fascinada, empezó a jalar y jalar el alambre que tenía una forma espiral, la agradable sensación de distender del hilo metálico que se alargaba y se alargaba la entretuvo por largo rato, hasta casi terminar con ella. Mientras, la familia adornaba el árbol. Sorpresivamente unos gritos la sacaron de su ocupación, es la voz de su madre, que con ira, le reprocha: ¡Chamaca latosa, qué calladita estas! y la niña con la inocencia de quien no sabe lo grave de su actuar, se atreve a cuestionar el motivo, recibiendo por respuesta una azotaina brutal. Solo preguntaba: “¿Por qué?”, mientras recibía la tunda. Era corregida de la forma más cotidiana en su familia. Siempre se ganaba una reprimenda por sus travesuras, pero esta vez, consideraba que el castigo fue excesivo. Muy adolorida se sentó a desayunar y con un gran resentimiento, de reojo miró el rostro de su verdugo. Rencorosa y enfadada aceptó la disculpa que le ofrecieron. Trata, pero todavía no entiende cómo un alambrito tan bonito y divertido, hizo que le propinaran tan injusta paliza y. . . ¡Todo por una resistencia!

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L a lección de Mamá Pata Rubén Dac Pérez

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M

amá Pata y sus patitos rompen con la rutina de la mañana, algo extraño pasa en ellos que corren espantados por todo lo largo y ancho del patio. Corren con miedo como tratando de salvar sus vidas, tratan de encontrar un refugio pero nada es seguro.

Después se dirigen al centro del patio, sin dejar de correr, forman un círculo grande, de manera ordenada dan vueltas y vueltas en el sentido de las manecillas del reloj. ¿Qué les pasa?, ¿qué intuyen?, ¿porqué tienen miedo? Lo ignoro pero disfruto su disciplina de dar vueltas. De pronto Mamá Pata se echa y alrededor de ella sus hijitos que buscan en su cuerpo un refugio, todos se quedan quietecitos… muy quietecitos… como estatuas. Intrigado por la actitud de los animalitos, me dirijo al patio, miro al cielo para descubrir un ave de rapiña que los haya espantado pero no se ve nada, miro al techo para localizar un gato o algo que se le parezca, nada. De pronto me siento extraño, me siento mareado, este ligero mareo me toma desprevenido, caigo, me cuesta trabajo pararme, los gritos de las vecinas me hacen reaccionar: ¡Está temblando!, trato de tranquilizarme, siento en la planta de los pies el movimiento de tierra, escucho el crujir de las paredes, del techo cae la tierra, los postes de la calle se mueven, los alambres al chocar truenan, sacan chispas y un zzzzzzz. Se mueve con bastante fuerza el agua de la pileta, la pared se empieza abrir para dar paso a una grieta. Presiento que la pared se va a caer, el temblor no se calma, el movimiento se alarga más de lo debido. Los animalitos siguen como estatuas. ¡Está temblando fuerte!, ¡Ave María Purísima!, ¡protégenos Señor!, ¡ayúdanos Señor!, ¡perdona nuestras maldades!, ¡ten compasión de nosotros!... los gritos de las vecinas me ponen nervioso, trato de calmarme para que el miedo no me encarcele, con trabajos entro a la casa, pero toda la familia duerme muy tranquila sin percatarse del temblor. ¡. ¿Qué hago los despierto o los dejo que duerman?. Deja de moverse la tierra, me tranquilizo, cuando todo está en calma, los animalitos se empiezan a mover para dar paso a su vida normal. Esta actitud de Mamá Pata se me quedo grabada, surge la pregunta, ¿Por qué sabía que iba a temblar minutos antes de las 7:19 del 19 de septiembre de 1985?

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Osadía

Beatriz G. Martínez Lutteroth

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a pareja de excursionistas que se encontraba esa noche en el restaurante del hotel, comentaba acerca de la “buena puntada” que había tenido esa chica en la playa: “¡Qué bárbara!, yo jamás me hubiera aventado a nadar hasta donde estaba el barco”, -comentaba don Juan con su esposa Mary, la cual asentía con la cabeza, a la vez que se llevaba un bocado de pan con mantequilla a la boca. Por otro lado, Joel, el guía, estaba inquieto porque había llamado a Betty varias veces a su habitación y no contestaba. Su compañera Laura, y varios más, habían salido al pueblo, y aun no llegaban. “Probablemente se fue con ellos y me estoy preocupando de más” –pensó. El grupo se estaba haciendo cada vez más grande. Unos jalaban sillas para estar con sus amigos. Otros apenas bajaban de su cuarto; los demás, venían del bar con su copa en la mano. Solo faltaban los que habían ido de compras, y …ella. El buen humor y la camaradería reinaban en el restaurante. Las risas y comentarios, acompañados de cigarro y alcohol, iban en aumento. Al final, llegaron los que habían ido de compras, saludando y acomodándose en los asientos vacíos.

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El capitán sugirió a Joel servir la cena. Éste le contestó que esperara un poco más. Se levantó de su asiento, y fue directo a Laura, para preguntar por Betty. Ella contestó mortificada no haberla visto desde la playa. Fue preguntando uno a uno si sabían de ella. Unos sorprendidos, no se fijaron, y otros, no la vieron. Los que regresaron en lancha al hotel, fueron los últimos en dejar la playa y dijeron creer haberla visto por las regaderas, recostada boca abajo en su toalla. -A nadie se le ocurrió despertarla. El sol apresurado, se iba ocultando en el horizonte, dejando a su paso, el cielo azulado, matizado de naranja, con estelas rosadas, violáceas y nubes vestidas de gris, con reflejos iridiscentes, arropando protectoras al sol. Estaba oscureciendo. Una ráfaga de viento azotó inmisericorde a las palmeras y demás vegetación, silbando y levantando arena a su paso. De pronto, el estruendo de un relámpago, seguido de grandes y tupidas gotas de lluvia, la despertaron, mojándola. Sobresaltada trató de incorporarse, todo le dolía. Estupefacta volteó a un lado y otro, dándose cuenta que no había nadie. Se habían ido, abandonándola a su suerte. “Si por lo menos estuviera el niño”, -pensó, -pero no, -ya no había nadie. Se puso de prisa el vestido, recogió sus huaraches y toalla, y corrió hacia el camino de arena que conducía a la carretera. El aguacero y sus cabellos mojados sobre la cara, le impedían ver por donde pisaba, cayéndose más de una vez, por el lodoso camino. Por su mente, brotaron pensamientos encontrados: por un lado, se preguntaba cómo iba a llegar al hotel, si Joel había comentado, que los únicos medios para regresar, eran el camión y la lancha, porque no circulaban taxis, a menos que se reservaran con anticipación. Por otro lado, su cartera la había dado a guardar a Laura. Enlodada y magullada, llegó a la carretera: Estaba tan oscuro como boca de lobo. No se veía una luz en metros a la redonda. Había dejado de llover y solo se escuchaba el canto de los grillos. En medio de su desesperación, revivió los momentos cuando se encontraba feliz y riendo con Laura, -el matrimonio conformado por don Juan y doña Mary, -Clemen y su hijo. Recordó al muchachillo renegrido, que salió detrás de las palapas, gritando que llegaba el “Liz”, -embarcación camaronera, que anclaba retirada de la playa y vendía camarón y pescado a los lugareños y turistas. Los más cercanos a nosotros,

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preguntaron al niño, cómo le hacían para comprar camarón. -Verá usté, hay que ir nadando hasta allá, -dijo el chamaco, señalando con el dedo hacia la embarcación, -sonriendo y a la vez rascándose la cabeza. -¿Y cómo venden el camarón? ¿Por bolsa, o por kilo?, -preguntó don Juan. -A cincuenta pesos el kilo, -contestó el chico. -¿Y tu puedes ir?, porque yo quiero. –preguntó entusiasmada Clemen. -Mi amá no me deja, aunque ya sé nadar, –contestó el niño. -Mi hermano mayor a veces va, pero hoy fue al pueblo. -¿Nadie de ustedes sabe nadar? -Ándenle, ellos nos dan cinco pesitos por cada kilo comprado, -presionó el niño. Clemen preguntó a los del grupo si alguien sabía nadar, -porque a ella ya se le habían antojado los camarones para cenar. Alguien dijo: “yo sé nadar, pero no me arriesgo por unos camarones. Está muy lejos”. -Betty, -¿Por qué no vas tú? –propuso Laura. Sabes nadar. ¿Si? Cuando menos lo pensó, ya iba nadando hacia el barco, con ciento cincuenta pesos recolectados. Al principio, la emoción la embargaba. Ser la única entre toda esa gente, que sabía nadar, la enorgullecía. Después, la euforia se iba convirtiendo en inquietud. Nadaba y nadaba y no llegaba. El oleaje estaba fuerte, -nadaba contra corriente. “¿Porqué no me negué como hizo el tipo aquél? -Si lo hubiera hecho, estaría tranquila. recostada, tomando el sol y sorbiendo mi deliciosa naranjada que ni terminé”. –Pensaba una y otra vez, y por momentos, se detenía angustiada, para palparse la bolsa de plástico con el dinero, alojada en el seno, que no se le fuera salir. Al fin llegó a la embarcación. Los pescadores sorprendidos, le preguntaron si había llegado hasta ahí por camarón. Sofocada, asintió. -Quería tres kilos. Uno de ellos sonrió y le dijo: “Nomá te voy a vender dos, porque con tres no puedes, -cada bolsa es de uno. Mira: voy a anudar las dos bolsas, para que te las lleves, a ratos en la boca y a ratos en la mano y tus cincuenta pesitos” Le aventaron desde arriba las bolsas, que casi se le van al fondo. Como pudo, empezó a nadar. A lo lejos escuchaba los chiflidos y piropos de los pescadores. Tragó agua cuando se puso las bolsas en la boca. Se hundió. Como pudo, salió a flote. Sintió que se ahogaba, -aunque iba a favor de la corriente. Bajó a todos los santos, le pidió a Dios la sacara con bien de ese trance, y llorando en su desesperación, visualizó y escuchó a su abuela, regañándola por ese viaje: -¿Qué carajos vas a hacer a Puerto Vallarta, y en avión? -Con lo carísimo que ha de costar, ¡Virgen santísima! -¡No vas! -Pero abue, si ya lo terminé de pagar, y no me devuelven el dinero. -Además, es la primera vez que viajo en avión, lo sabes, ¡y sola! -¡Estoy tan emocionada!

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-Tú no me hubieras acompañado. -¿O si? -¡Estás loca, cómo se te ocurre! -¿Crees que porque ya tienes diecisiete años, ¿puedes hacer lo que quieras? -Pues no. Qué calladito te lo tenías ¿eh? -Ahora me dejas con el problema a cuestas. -A ver cómo le digo a tu madre. -Estuve ahorrando casi dos años para pagarlo. -Dime que te da gusto que vaya. ¿Si? -¡Ay negra!, qué le vamos a hacer, me manejas a tu antojo, -como siempre… El día de la salida, con lágrimas en los ojos, abrazándola y besándola, la despidió, dándole su bendición. Sentía desfallecer cuando llegó a la orilla. Ya la esperaban hurras y aplausos. Con tanta agua salada en su estómago, así como de lágrimas, se sentía tan asqueada que vomitó. Con la bulla de los camarones, ni cuenta se dieron que casi desmayada y apoyada por Jacinto, el niño encandilador, se botó donde estaba su toalla y no supo de nada más. La luz de un camión de redilas y el cláxon, la sacaron de sus pensamientos. El camión se detuvo adelante, y de él bajó un amable señor, preguntándole si la podía ayudar. Ella asintió, y él, la ayudó a subir al camión. -¿Hacia donde se dirige señorita? -Al hotel Rosita, -déjeme donde pueda, de favor. Obligada por la amabilidad de aquel ser providencial enviado por Dios, le contó todo lo sucedido ese día y por qué estaba sola en la carretera y en esas condiciones. “Caray jovencita, eso estuvo muy mal: Fíjese, casi le cuesta la vida, y lo peor, fue abandonada por sus compañeros en esa playa desierta, con riesgo de que algún malhechor se hubiera aprovechado de usted. Tenga más cuidado y para la próxima vez, piénselo dos veces antes de hacer cualquier cosa”. En el estacionamiento del hotel, se encontraba Joel con dos señores más, dispuestos a ir a buscarla. En cuanto la vieron, presurosos fueron a su encuentro. Cuando entró al restaurante, todos la ovacionaron, rodeándola y abrazándola. Unos disculpándose y otros apurándola para cenar. Sin ánimo alguno, se sentó a la mesa, con arena en su cuerpo y cabellos, y gran vacío en su interior. En el centro de la misma, varios platillos de mariscos y ceviche de pescado y como platillo principal: un gran platón adornado con los famosos camarones culpables, por así decirlo, de su casi fatídica aventura. De regreso a México, repasaba una y otra vez la aventura vivida en la Playa Mismaloya. Nunca la olvidaría…

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Creaciรณn

literaria

Profa. Jessica Piedras


D isociación del alma Brenda Munguía

Figuras amorfas con movimiento Cielo nocturno que adorna el escenario Hedor proveniente de los más oscuros secretos

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Encasquillado José López Lagos

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V

ehículo en revers a . F i n d e chiflido. Calle oscura, camellón en medio, postes de luz sin luz. Buenas noches, ¿A dónde lo llevo, joven? Silencio. Aroma extraño. ¿Mona, mota? vale madre. Sígase derecho, lléveme a Clahuac. A la avenida, o a Tlahuac, Tlahuac. A Clahuac. Ya es bien tarde. Se me hace que éste güey me va chingar. No lo hubiera subido. No, eso siempre piensa uno, además, viene solo, siempre lo hacen de a dos. ¿Pero y si sí? Pues ya valió madre. El motor acelera, sube un puente y lo baja, da vuelta en “u”. Cambia de estación, suena: “noventaysiete siete, la número uno en éxitos”, –enseguida– Quién te quiera como yo de Carlos Baute. Pinche música de ahora, uuuy en mis tiempos sí era poesía, sí era música, no que ésta. No saben ni lo que dicen. Semáforo. De reojo observa al joven, mirando a la calle. ¿Viene de la chamba? No. ¿Ya a descansar? No. Ya es re-tarde, debería de… Tampoco. “Mmmta”. Bajó la ventana. Verde. Primera, segunda, terce… En esa dé vuelta. ¿En esa? Sí, en la del deportivo. Pues es lógico, si va a tlahuac, también damos por aquí. Tope. Chillido de llanta. Motor alterado, escandalizando, música a todo, un vocho se acerca, acelera a su lado y lo salta, risas en el carro. Están locos, pinches chavos parece que el diablo les quiere picar el culo; por eso, se adelantan y se lo andan picando entre ellos, parece sardina esa madre. Esos tacos se ven buenos, siempre tienen gente, a ver si este güey no me desvía mucho y me regreso. A la derecha. ¡Por favor!, pinche escuincle, si fueras mijo ya te hubiera partido el hocico de un madrazo Ok. ¿Seguimos derecho? Por esa que ve ahí, por donde ve las luces esas. Pinche ruco, se la pasa preguntando, si fuera mi jefe ya lo hubiera mandado a la verga. Pero ni siquiera, ni lo conocí al cabrón. Pinche ojete, dejó a mi mamá. Yo por eso le voy a dar todo a mi morro. No mames, ya faltan dos putos meses. ¿Cómo estará la

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Tania? No pues de que está bien, está bien rica. Sonrió y leyó sus mensajes –“Komo andas mi chiqitita al rato paso para tu ksa”–. Miró sus fotos, carpeta: “mi vieja”. Te Amo Atte. Zaster. Grafitti en la pierna. El próximo le pinto toda la espalda, hasta las nalgas, ya hice el boceto. Del radio: e-res para mí / yo soy para ti. Se oye. Pinche música, no hay nada bueno. Estar solos, mirándonos a los ojos, porque perdernos por… Suena un celular, es un mensaje. “Zta bin m mrkz antz de bnir. Responde: Aorita t mark, prat”. Párese por ahí, orita vengo rápido, voy por algo. El taxi se detiene a diez metros de un altar; es una virgen, bien cuidada con flores frescas, veladoras y luces la rodean. Bajó a la radio. Interior oscuro, como las calles y la noche. El chofer fija la vista al frente, el pasaje no se baja. Se oye el cortar de cartucho. ¡Ya chingó a su madre! Grita. Nerviosísimo. Aguanta, cómo que chingó a su madre, compa. Sí pinche ruco, ¡ya valió madre! No tengo lana, aguanta, agarré el taxi pa’ sacar pa’ unas medicinas y a penas voy a… No quiero lana ruco pendejo, quiero el carro, ¡bájese! Aguanta. Clic… clic, clic, jaló el gatillo. Mi señora mis hijos el funeral ya valió madre, cuando jugaba de niño cuando veía a mis hijos jugar, ya valió. No tiene que ser así, yo… Vale madre, lo necesito, oooh, pinche cosa, no mames, ahora qué, sirve sirve sirve, qué pedo, funciona. Cortó cartucho de nuevo. Neta lo necesito, no me hagas esto, chingadamadre, virgencita. El pasajero hablaba solo, golpeando el arma. Confusión. Carnal, aguanta, te llevo a donde quieras. Cállese cabrón, ya lléguele. Abrió la puerta, puso un pie abajo, en el asfalto. Qué hace pendejo. Pues, pus, ya me-me voy. No sea pendejo, ya súbase. Lléguele, pero arránquese. Sé lo que es andar quebrado. Se bajó. Se arrancó. No maaa, qué pasó. Respiraba hondo, el aire le faltaba, temblaba, sudaba; se sentía mareado. Estuve a punto. Tomó con las manos su cabello, la boca, los ojos, insistentemente. Apagó la radio, encendió un cigarro. Me salvé, pinches mamadas. Me cae virgencita, ahora si le atinaste. Llegó a la base, varios taxis esperando pasaje. Qué pasó Conejo, vienes blanco. No manches Luis, ¿sí? Bien cabrón, pareces gringo y eso que estás renegro. No la chingues, me iban a asaltar y le jalaron desde el asiento, me iban a matar. ¡Ah cabrón! Dónde venían los ratas. Era uno nomás, pus allá atrás. Señaló al asiento trasero. Tráele una coca y un pan pa’l miedo, lo iban a asaltar; le dijo a uno que fumaba despreocupado dentro de su carro. Pero ya ni hay dónde comprar. Respondió. Pues jálate a la vinata, ahí lo compras, pero rápido. El que fumaba encendió el carro y salió. Luis fue al taxi del Conejo. Los demás choferes se arremolinaron. No manches Conejo, cómo fue, dónde, cómo era, tranquilo ya la libraste, ¿había una virgen? Todos lo rodeaban. Ya, así es esto, ahora sí casi me la ensartan. Luis salió del carro y caminó hacia los demás, que golpeteaban con preguntas al Conejo, llevando algo en la mano. A ver, comper güeyes, mira Conejo, ésta te tocaba a ti. Le enseñó una bala. Se le encasquilló al güey. Pues ya ves que no me tocaba, ahí la traes y yo aquí sigo.

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S

Jamá s

Graciela Roque

in embargo, una mentira y se quedó en la cama angustiado, dudando de sí mismo, luego, intentó fumar un cigarro que bloqueara su ansiedad, me preguntó-¿me escuchaste hablar por teléfono?- a mi pesar, la pregunta me confundió, acerté a mover la cabeza afirmando- sus ojos mostraron un grito extraviado, sus ojos quisieron esconder ese grito en los míos. -Sí, es una relación sin compromiso, no tiene importancia, ¿de acuerdo?-miré las esquinas del cuarto esperando encontrar quién hablaba, examiné cada objeto del cuarto, no era la desvencijada puerta la que contestaría esta vez, algo me lo decía, me preocupé: era muy noche y me inquietaba regresar a la casa de mis padres. Advertí, entonces mi respuesta-ya no sé si te conozco. Se quedó callado, la respuesta era válida para los dos. Nos presentó mi prima en una fiesta de mi pueblo, ese día le dijo a mi prima que estorbaba, nos dejo solos, caminamos y en una escuela tapizada de charcos de agua, me beso. Cada fiesta, llegaba a visitarme y nos escondíamos en los campos para platicar y besarnos, alguna vez, se enterró una espina de maguey. Meses más tarde, me mudé con mi familia a la ciudad, nos veíamos pocas veces, conocía la zona donde vivía, no quise preguntarle la dirección exacta, sin embargo, por cinco años cuando lo deseaba ver, me dirigía a una cabina telefónica cercana a su casa para decirle: “estoy abajo ¿vienes?”, invariablemente llegaba, caminábamos mucho, íbamos al cine.

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No obstante, nos veíamos pocas veces porque quería sorprenderlo en cada cita, me esforzaba para tener la figura y el cabello perfecto, el vestido y los zapatos nuevos y esas conjugaciones eran excepcionales. Así que, en los últimos dos años, nuestra comunicación era por teléfono, además sentía decirle que no a sus requerimientos amorosos, mi máximo tabú imposible de ser transgredido era hacer el amor. Ese tarde, por fin, había aceptado hacer el amor con él, el silencio hablo por los dos, un largo sueño acariciado incesantemente en nuestro pasado y presente se volvía real, creamos un lienzo bordado entre los dos, un lienzo que unía nuestras manos y nuestros cuerpos por fin. Me explicó: -Nos vemos tan poco, ella me da lo que tú no me has dado pero, yo te amo. Desee un sueño diferente a éste que se me enredaba, nada era como debía de ser, no dejaba de sentir que me encontraba en un lugar equivocado, extraviada en una dimensión ajena, acaso yo era un ente plastificado, sin capacidad para analizar las repercusiones de estos hechos, ¿cómo adoptar los sentimientos que te lleven a actuar de la mejor manera cuando está sucediendo lo que no esperas, lo que no deseas? - Si no me crees me voy a suicidar-me dijo y sonrió. - ¿Suicidarte?, sonreí. - Bueno, tomemos la oportunidad. - Me reí y lloré. ¿Cuál?-Me dio un beso y salió. Se marchó desconsolado con las manos en los bolsillos de su pantalón y su chamarra acomodada en los hombros, esquivando los charcos de la calle. Me fui a mi casa, hubiera querido que nuestra historia fuera de diferente manera. Al día siguiente, mi prima llegó, me contó lo que no esperé: él tenía esquizofrenia, platicaba con personas inexistentes. Quise encontrarlo, no contestó el teléfono, decirle que olvidara todo, su enfermedad era tratable. Apareció muerto en su cuarto. No, no es cierto. Estoy mirando sus ojos pequeños perdidos en un espacio sin tiempo, sus labios delgados, su amplia nariz, sonríe y me dice: “podremos terminar, pero por mi cuenta corre que jamás sucederá”.

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Triste lentitud

Lizbeth Martínez Correa

M

e da miedo esa palabra, tiempo. Transcurre con una velocidad impresionante que no me logro explicar como lo hace. Llego a pensar que el universo está harto de la rutina y por ello la gente hace las cosas más a prisa, sin sorprenderse o emocionarse, ya no hay quién se detenga a contemplar la lluvia, al contrario, cuando comienzan a caer las primeras gotas se molestan y corren, corren, corren como si les cayera ácido. Y qué decir del cielo, es un asunto ya olvidado. Hoy en la mañana la bóveda celeste estaba cubierta de brillantes estrellitas y la luna, siempre elegante resaltaba como reina de la obscuridad, y ¿la gente lo disfruta? No. Van con la mirada caída quejándose de la velocidad sabiendo que son los culpables de la misma, van añorando un fin de semana eterno ya no disfrutan de la vida. Hemos perdido la paciencia. De caminar a paso lento de pisar las hojas secar, hemos olvidado como besar suavemente, disfrutar un pastel, mirar a los ojos… A veces desearía ser un pájaro, puede que sea un sueño común y corriente, pero así lo deseo; volar por el Mediterráneo, si quiero dejar de hacerlo y reposar en la copa de un árbol o emprender el vuelo al otro lado del mundo para mirar un eclipse, la gravedad no es problema cuando tienes alas para ir a donde desees. No quiero pensar que también me encuentro sumergido en las redes del tiempo y su espantosa velocidad y a pesar de la lucha no puedo salir de esta inquietud que siento cuando pasan los días, los meses, los años, y de pronto no nos queda nada, ni una luz de creatividad que nos ayude a disfrutar de nuevo. Creo que es una maldición, sí, eso es, también creo que es sólo mía. Me llego a sentir como un ser amorfo con tanta prisa de nada y de no saber hacía donde ir. ¿Tú qué piensas madre? Te he dicho que no conduzcas tan rápido aún podemos llegar sin que se nos haga tarde. Nunca me escucha cuando va conduciendo, cuando no lo está. De pronto, se escucha un grito aterrador, sólo queda el silencio y mucho humo.

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10 Mil

Raúl Romero

M

uevo músculos, piernas, cuello, cadera, salto, no será más de una hora -pienso- debí entrenarme, siempre termino en los mismos tiempos, el bulto cuelga, vísceras, grasa, haré plan para la próxima, tres o cuatro días por semana, dejaré muy pronto el alcohol, creo. Tengo hambre y quiero mear, justo cuando estamos por empezar. Los nervios, siempre tengo nervios, ya no se ni de que, nunca gano pero nunca pierdo, eso es seguro, ya es la hora, ¿porque siempre ponen en himno nacional? Rebeca esta a mi lado y los dos nos perdemos en la misma masa, salió muy de mañana, se enfundó en atuendos deportivos, ipod, nike, adidas, su marido no vino, él siempre está lejos, distante de todo y más de ella. La clase media siempre conlleva sacrificios, todo es a medias, medio viven, medio duermen, medio saben, porque no son ni los sabios destacados ni los ignorantes ignorados. Su cuerpo vacila en la tenue línea de tiempo que llevará sus carnes a enamorarse pronto de la tierra. Su rostro dominguero deja ver claramente las arrugas que amenazan sus delicados ojos verdes, pero ella no piensa, ella se motiva, sonríe, sube el volumen y no cree que pasa el tiempo, ni cree ni sabe que sucede, en ella nada sucede, también es medio creyente de su vida, cree que vive. Dos pasos atrás, sigo dando brinquitos, si me viera yo mismo desde fuera me daría gracia y pena. Cero metros, cero minutos y cero segundos, veinte metros delante de mi hay multitud ansiosa y un disparo me inyecta adrenalina, quiero correr y solo puedo trotar. Escupo, aprieto la mandíbula y avanzo tan lento que siento que voy en reversa, comienzo. A veces pienso que moriré de asfixia, la mirada parcialmente nublada me trastorna el pensamiento, es una delicada mezcla entre angustia y placer, resulta delirante el jadeo rítmico, bebo una bocanada grande de aire que me regresa vivo al camino.

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La inercia, la sofocante inercia, debo seguir sin pensar y dejar que los músculos se contraigan independientes, pero pienso, incluso ahora, no quiero pensar que pienso, mil metros, newton que me ahoga en formulas físicas, me desconecto y me dedico a la inercia, mañana será lo mismo y pasado… y después… y después… Sumo quinientos metros, son muy dolorosos, duele el hígado, duele respirar, duele el pecho, duele mas que todo que no tenga recuerdos para mirar ahora. Si se puede! Si se puede! – escucho ¿Cómo sabe que se puede? - pienso Tiene el rostro joven, esta feliz, aplaude, brinca, pero jamás ha corrido un kilómetro completo en su corta vida, pero ¡sabe que se puede! Empuño la mano con el pulgar hacia arriba, le sonrío dando gracias, hipócrita de mi. Treinta minutos, miro el suelo, vértigo, nausea, boca seca, saliva hecha pasta, sed inoportuna, mis ojos nada distinguen, agua con sal me carcome las pupilas, pasa el suelo, pasa rápido entre mis pies como mis días ilegibles, confusión total, las piernas tensas no paran, toso y contengo el vómito. Soy animal trotando a galope, pero nadie me obliga, no voy a ninguna parte, nadie me espera, a nadie le importa si aborto, bajo el ritmo, me rebasa un anciano, miro el reloj, levanto los brazos, agito el cuerpo y sigo trotando a galope. Ocho kilómetros, deliro porque miro esponjas cruzando el camino delante de mí, son criaturas mitad conejo mitad algodón, solo me place pisarlos pero a cada paso se vuelven polvo y concreto. Deliro porque frente a mis ojos mis manos se derriten y son lava ardiente que corre como sangre entre mis piernas. Deliro porque imagino que mañana estaré sentado a la fresca sombra mirando la vida tan simple y resuelta, eso es más que delirio. Vislumbro la meta a quinientos metros y tres minutos, otra vez la inercia, la vocación de nada, soy parte de un ciempiés humano que corre a esconderse para seguir sobreviviendo. Mis pulmones revientan cada que mi pies tocan el suelo, inhalo fuerte y exhalo flemas, veo multitudes amorfas, mis sangre se concentra en las sienes y en los ojos, mi cuerpo y mi voluntad están agotados, devastados, caídos, vencidos, torturados, engañados, son surrealistas, imaginarios, evocados ligeramente en un sueño que nunca es mío. Cruzo la meta, la nausea vuelve, mi cabeza estalla, no puedo parar, trato de caminar, caigo, el calor me sofoca, las manos no me sirven, el corazón no me sirve, no veo sino sombras, ruido sordo, me giro, la nausea, esta maldita nausea, despierto, estoy solo, sabor acre en mis labios, estoy hinchado y vestido, vomito mi sueño.

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M etraje

Oscar Fernando Herrera Cossí

E

l día de hoy no deseo hablar del arte más maravilloso y poco contemplado, no quiero hablar de la emoción de apreciar nuevos filmes, inundados de música y paroxismos inolvidables, no, no quiero hablar del afecto y la pasión que siento por el cine.

No diré nada sobre los paisajes oníricos propuestos por el señor L., de sus entresijos psicológicos, de su abecedario paseándose por Mulholland Drive, de su imperio olvidado en un salvaje corazón protegido por un delicado terciopelo azul; tampoco quiero hablar de aquel hombre que violó mi mente con su cine, aquel que con sus criaturas amorfas y violencia inteligible me hizo comprender la realidad, si, una historia violenta diría yo. No quiero hablar de la poesía musical plasmada en una cadencia de 24 por segundo, esa que remonta a un paraje hermoso o el odio de un hombre por una nación, conspirando con sus vicios y deseos en una época deplorable. Hoy no hablaré del monopolio existente en mi país, manipulado por los deseos del creador, jamás pensando en los intereses del espectador, aquel que espera la verdad, el todo y nada, con razón Calígula dijo que no podías tener ambos por el mismo precio; no hablaré de la filosofía del cuchillo o del tren encaminado a la perdición la misma hora perpetuamente, no diré nada sobre el arte de Švankmajer, ni una sola palabra de la fotografía de Kaminski, nada sobre los guiones inspirados en McCarthy o de la visión de Matthew Barney. No, no lo haré, hoy no diré nada sobre el cine

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Mi rutina en el metr o Rocío Beatriz García Cholula

¡ Uff ¡ ¡Qué calor¡

tanta gente demasiado calor todas hacinadas embarradas unas con otras no me puedo mover dolor en mi brazo ¿cómo le hago para bajarlo? mis pies no los puedo acomodar siento algo en la espalda baja oye-¿me puedes quitar algo duro que me está lastimando? Ay es un frasco de perfume que traigo en la bolsa ahorita lo bajo-gracias. Bueno al menos ya no siento esa cosa dura en la espalda, me quiero mover y no puedo cómo es que somos tantos, hace 35 años el vagón estaba más vacío Mayeli dice que somos una plaga humana ¡Cómo nos reproducimos¡¿Por qué las mujeres nos animamos a procrear si sentimos tanto dolor? El calor es insoportable las ventanas cerradas ¿Por qué las personas no se recorren al centro? si nos colocamos en batería como los coches tal vez quepamos más y no estaríamos tan apretadas aquí casi sin respirar por lo menos vengo aquí entre las mujeres la mayoría se bañan aunque algunas traen un perfume de aroma penetrante dulzón y con el sudor ¡qué olor¡ parezco palillo entre palillos y alguna que otra aguja de canevá. Lo que faltaba¡ venta de discos compactos a bordo¡ vaaa calado vaaa probado y a todo volumen esa canción la escuché en la relajación habla de una enamorada que pierde la vida en un atentado terrorista en el metro tanta gente y éste vendiendo sus discos ¿Será igual en España? atentado terrorista qué miedo ojalá y aquí nunca se les ocurra.¿ Por qué las personas se quedan varadas en la puerta? si no van a bajar siento el impulso de decirles que se acomoden que permitan el paso mis hijas dicen que no organice que me pueden faltar al respeto que me van a golpear ¡ Dios¡ las jóvenes nos ganan el lugar a las viejitas se sientan sólo para pintarse observo que una se hizo un arcoíris en los ojos cejas más pobladas nariz estrecha se pueden levantar más temprano parece salón de belleza ambulante. Además vienen de pie como equilibristas con las dos manos ocupadas y encima de uno. Otras se sientan en el lugar reservado para mujeres embarazadas, con niños, minusválidos y les vale se hacen las dormidas qué falta de conciencia. Otro vendedor de discos a todo volumen ¡viejitas pero bonitas¡ parece mercado dulces, chicles, pañuelos desechables, marcadores, si mire le traemos a la venta para que no lo pague a 10 pesos. Y yo sin poderme mover aún me faltan varias estaciones mi mano la siento entumida ¿Cómo es que las mujeres nos atrevemos a tener tantos hijos si nos duele? Somos una plaga humana.

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I tinerario de un vuelo caprichoso D

Jessica Piedras

ía uno: Llegas pregunto te conquisto.

Día dos: Tus ojos abiertos como de Apollinaire asustado viajan por la noche mis manos preguntan sin ser atormentadas por tu luna solitaria llena de dudas y de espacios vacíos en tu cama. Día tres: No te encuentro por ninguna calle a pesar de la cita acordada. Día cuatro: Te veo guardo silencio ante tus ademanes ficticios ante tu olor a perfume memorizado. Día cinco: Te observo te escucho me seduces temo tiemblo creo enamorarme de nuevo te susurro al oído palabras aprendidas por la vida. Día seis: Descubro tu guarida me introduzco sin ser invitada tiemblo te presiento te beso continuas te entregas simple tal cual sin pensar me sumerjo en un mar de sensaciones olvidadas me encuentro en tus labios me nombras como solo tú sabes hacerlo y en seguida me voy temiendo no volver nunca te asustas ante mis ojos eclipsados por ser luna y sol contrapuestos te atemorizas. Día siete: Te descompones cuando un verso te nombra. Día ocho: Me dueles te duelo buscas explicaciones. Día nueve: Lo tengo claro te sentí volaste volé volamos una noche cualquiera llena de tu mundo. Día diez: Preguntas a todos menos a ti hay respuestas de todos menos tuyas. Día once: Te veo me tienes vuelo de nuevo para tenerte me detienes se acabó dices no puedo seguir me voy me busco en tus ojos no me encuentro camino sola te vas regreso a la nada. Día doce: Solo hay silencio. Día trece: Nos vemos me encuentro de nuevo en tus ojos temes todo el tiempo juegas a ser grande la seguridad dices es parte de mi no te creo te vas de nuevo llevas mis ojos en los tuyos pero no lo sabes. Todo indica que sigo siendo Lu la de los ojos eclipsados luna y sol en un solo espacio y tú ese Apollinaire precavido ante la guerra que en este caso se llama amor.

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Verso místico Jesús Favila

P

rofunda intimidad soledad compartida conmigo, Extraña sensación de estar hasta casi tocar mi alma extraña sensación de olvido olvido de lo trivial y mundano ¡harto estoy de ti y sin embargo, acepto el estar! Acepto este vivir no sin la lucha perenne, viviendo estos anhelos en la lucha incesante de la espera, Espera no del futuro sino del presente. Harto de ser médico esperando turno de ser paciente, con mi alma en la diestra y siniestra, ser un todo y librarme por fin de este gozo, Gozo de ser médico... médico de otros, y al final del camino acechar la libertad de este sentir, encontrar la paz que compartí a mis enfermos ser escuchado como yo escucho… Ser tocado en mi hombro como ahora toco al ser que espera… y desde lo más íntimo existir a través del otro. ¡Sí! ... hasta entonces seré médico esperando que al final del camino mi cuerpo sea estudiado por quienes pretendan ser médicos, Y descubran el alma, De quien ya no los mira.

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Escritura creativa:

cuento y novela

Presentación Es un curso porque permite, de manera didáctica y pragmática, acercase al oficio de escribir cuento y novela. Taller, porque se trabaja con las manos el texto, en un análisis que es la clase, la teoría y el oficio. El escritor se hace escribiendo. Y se pretende integrar un grupo de escritores, de acuerdo con sus diferentes capacidades, gustos y formaciones culturales. Es un curso-taller, entonces, de escritores. Una parte de sus alumnos es estable, y otra la conforman los de nuevo ingreso.

Prof. Humberto Guzmán


E l bar del puerto de la sirena* RubĂŠn Romero PeĂąa

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A

níbal corrió, llegó hasta su jefe, vio que se encontraba en un charco de sangre, observó que el disparo le había impactado la cabeza. Fue al auto-patrulla y pidió por radio a la operadora una ambulancia.

Estaba impaciente, quince minutos más tarde, volvió a insistir por el radio, para saber que pasaba con la ambulancia. La operadora le indicó que la ambulancia tenía doce minutos de haber salido, que esperara diez minutos más y le llamara, si no había llegado. Ella volvería a hablar por radio a la ambulancia y les solicitaría información. Aníbal esperó diez minutos, cuando estaba a punto de comunicarse con la operadora escuchó la sirena de la ambulancia que se acercaba. Se estacionó, los paramédicos bajaron rápidamente con el equipo médico, le tomaron los signos vitales, después de esto le inyectaron y colocaron suero en el brazo izquierdo, lo acomodaron en una camilla, lo taparon con una frazada y le subieron a la ambulancia. Aníbal preguntó: a qué hospital lo van llevar. El paramédico le dijo: al hospital central de Amberes. Aníbal se subió rápidamente a la patrulla y siguió a la ambulancia. Llegando al hospital se estacionó en el frente, la ambulancia entró por emergencias. El bajó de la patrulla y caminó a la recepción, le preguntó a la enfermera de turno en la recepción donde se encontraban las salas de emergencia. La enfermera le indicó: siguiendo el pasillo al fondo y después a la izquierda. Caminó hasta llegar a una puerta con un letrero que indicaba: Sala de emergencias: Esperó unos minutos, después salió el doctor y se dirigió a él.. -Viene usted con el inspector, -Aníbal le dijo que sí. -El inspector sufrió un pequeño rozón, pero el golpe lo hizo perder el sentido, ahora necesita descansar, le pusimos suero para que rápidamente se recupere del shock, no es nada de peligro, por lo que sugiero a usted, que se dirija a su casa a descansar y mañana lo venga a ver. Pensó que el doctor tenía razón y así lo hizo. Al otro día llegó muy temprano, eran las seis de la mañana, y su jefe ya estaba despierto y con la cabeza vendada, él lo saludó. Aníbal le devolvió el saludo. -Buen susto me pegó jefe.

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-¿Que fue lo que pasó? -Le dispararon desde el hotel. Corrí al lugar desde donde partió el disparo, sólo pude encontrar el rifle y los cartuchos de los dos disparos que se utilizaron, el forense los tiene, los recogió como evidencia, más tarde nos los entregará, con el reporte, pero le puedo adelantar, que el rifle es de fabricación alemana con mira telescópica y visión infrarroja, revisarán si tiene huellas y las compararán, con algún sospechoso en los expedientes del FBI, la Policía Francesa, Scotland Yard, la KGB, y la Policía Internacional, me darán los resultados más tarde. Gerson le indicó a Aníbal que esto no fue de principiantes, fueron profesionales. Debemos ampliar nuestra investigación a Francia a la empresa electrónica en que prestaba sus servicios Rafael Suárez, iremos a visitar a la Electronic French, INC, en Francia. Aníbal le dijo a su jefe; creo que el arma que utilizaron, es el arma de un experto, el de un mercenario, probablemente muy bien entrenado, con entrenamiento militar. -Mañana me dan de alta: le dijo Gerson a Aníbal— Haremos un resumen de las pistas que tenemos y tomaremos una decisión para ir a Francia. -Muy bien jefe —dijo Aníbal—. Veré que nos entregue las pruebas el forense, muy temprano. Al otro día, Gerson ya no llevaba la cabeza vendada sólo llevaba un pequeño parche, salió del hospital muy temprano, se dirigió a la estación de policía, entró y saludó a los compañeros, que le preguntaron por su salud. Su secretaria le alargó un comunicado, lo leyó, era de Marina Selene, la cual lo estaba buscando insistentemente, había llamado ya cinco veces. Tomó el teléfono y marco el número que le había dejado. Le contestó Marina: sí diga. -Soy el inspector Gerson Smith, estoy reportándome a su llamado señorita Selene. -Inspector quiero que venga a mi casa —dijo ella— después de terminar mi actuación a las dos de la mañana de ayer, llegué a mi casa, encontré todo revuelto, los muebles destrozados, las chapas rotas, un verdadero desastre. Me siento vigilada por un personaje de negro que merodea el lugar, ¿quiere venir, por favor? Gerson le dijo: Que inmediatamente se movería para allá, su secretaria había tenido la precaución de anotarles la dirección. Colgó y salió de la estación de policía, no

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sin antes hablar con Celia su secretaria, indicándole que mandara al forense, a la dirección que le había dado, además, que se comunicará con Aníbal y lo madará a la misma dirección. Gersón tomó la patrulla y se dirigió al barrio donde Marina vivía. Pensó en ella y recordó que era muy hermosa, había estado pensado en ella. Recordaba sus grandes ojos azules y su figura escultural. Siguió pensando y sintió la necesidad de verla lo antes posible. La patrulla se movía con rapidez, Gerson apretó el volante y siguió por una de las calles, hacia el barrio Francés, a la colonia las Playas del Pelícano, dobló en la calle de Lafontein hasta el número 86, detuvo la patrulla y miró la casa de Marina, era una casa de dos pisos y un jardín en el frente, bien cuidado. La casa estaba pintada de blanco. El mantenimiento que tenía era excelente. Se detuvo en el estacionamiento que tenía la casa en la parte del frente. Bajó de la patrulla y camino hacia las escaleras de la puerta de entrada, Sintió la presencia de una persona atrás de él, con un movimiento lateral evitó la espada del ninja, dio tres pasos atrás para dar espacio y ponerse en posición de ataque. El atacante volvió a la carga pero el inspector ya estaba preparado y evitó la espada, sacó su pistola y disparó, pero éste dio tres giros en el aire y cayó de pie evitando el disparo. Apareció otro sujeto vestido de ninja, blandiendo unos chacos, Gersón sabía que no podía acercarse a él, inmediatamente se quitó el cinturón y lo tomó por los extremos, enrollándolo en cada una de las manos El de los chacos atacó, pero Gersón hizo que se enredaran en el cinturón y le dio el jalón quitándoselos al ninja. Rápidamente lo golpeó al estómago con una patada, el atacante se dobló y él se colocó atrás de él pasándole el brazo izquierdo por el cuello y sujetando con la mano el brazo derecho como palanca, Gersón sabía que eso le cortaría la respiración, con tres minutos se moriría de asfixia, con un minuto sólo se desmayaría, miró de reojo y vio que el de la espada se había colocado del lado derecho y tenía la espada en posición de ataque, rápidamente colocó al sujeto que tenía por el cuello en la línea de ataque del de la espada para cubrirse con él. El de la catana atacó y le dio un corte a su compañero desde el hombro hasta el estómago, éste murió instantáneamente, con una gran profusión de sangre. En ese momento llegaba Aníbal que vio a su jefe enfrascado en la pelea, llegó derrapando la patrulla, rápidamente bajó del auto con su pistola en la mano, apuntó cuidadosamente a otro ninja que había salido con una espada atrás de su jefe y disparó. El ninja se desplomó como si fuera un títere que le soltaran los hilos. Gerson miró que su atacante que dudó seguir la lucha, cuando Aníbal se encontró al lado de su jefe.

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Gerson observó como su atacante corría para tomar una motocicleta en la que otro ninja lo esperaba, arrancando rápidamente. Gersón tomó su pistola y apuntó con cuidado cuando la motocicleta se alejaba. Disparó tres veces, tomó aliento y esperó unos minutos, se arregló la corbata. Atrás de Aníbal llegaron dos policías y el forense con tres de sus asistentes, ya uno de los policías había pedido una ambulancia para los dos ninjas muertos, mientras el forense se puso a examinar el cadáver al que le había disparado Aníbal, vio que la bala había entrado por el brazo izquierdo llegando al corazón. El forense dijo a Aníbal: Qué buen disparo, su muerte fue instantánea, le quitó la camisa para poderlo examinar y el cuerpo del ninja estaba tatuado totalmente desde la cintura hasta el cuello y los brazos, menos los manos, de esta forma se identificaban los yakuzas integrantes de la mafia japonesa. Gersón se sacudió el polvo del traje y le dijo a Aníbal: apenas a tiempo, tu llegada fue muy oportuna, gracias. Llegó al recibidor de la casa y presionó el timbre. -Una doncella de servicio, en un pulcro y elegante uniforme, le dijo, es usted el inspector Gerson Smith. Así es, ¿Quiere anunciarme con la señora, por favor? -Pase usted, lo está esperando. —Dijo la doncella —Lo hemos visto todo desde la ventana, y la señora se encuentra aterrorizada. El hall de entrada era amplio y espacioso, en el fondo tenía una gran escalera de caracol con ventanas al exterior, se podía ver la playa y el mar, era una panorámica muy bella, colgando del techo un gran candil tipo María Teresa. Le entregó su sombrero a la doncella. En ese momento hizo su aparición Marina bajando por las escaleras. Se encontraba visiblemente consternada. Gerson la contempló y la vio muy hermosa, sintió una gran atracción hacia ella. Vestía un traje blanco de dos piezas, con un saco dorado y zapatos de tacón muy alto del mismo color. El pelo recogido con un gran listón blanco. Su falda era arriba de la rodilla con una franja dorada en la parte baja, que acentuaban sus largas y hermosas piernas. Los zapatos de tacón la hacían ver más alta. Gerson guardó la respiración y se acercó a ella; su perfume lo invadió y se sintió frágil y mareado con su presencia. Marina habló: Inspector, qué bueno que vino. Me encuentro muy preocupada y tengo mucho miedo. La situación que se plantea es amenazante, no he dejado que la servidumbre mueva ni toque nada, hasta que usted lo vea, y disponga lo que hay qué hacer. -Qué bueno que ordenó usted eso —dijo Gerson—, ya pedí al laboratorio

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que busquen pistas para aprender a los responsables. Su piel muy blanca, imaginó lo delicada que sería, sus labios rojos y carnosos y sus enormes ojos azules. Marina le indicó: Pase a ver lo que le han hecho a mi casa, y la forma en que destrozaron los muebles y rompieron los objetos, creo que buscan algo que pertenecía a Rafael pero no se qué pudiera ser. Gerson le dijo: La sigo, se puso detrás de ella y trató de calmarla con palabras de aliento y diciéndole que estaría vigilante de ella todo el tiempo. No podía dejar de mirar sus caderas y cintura, además de sus hermosas piernas. Trató de dejar de pensar en ello, y entonces observó la biblioteca con las sillas y la mesa tiradas en el piso, y los libros desojados y despastados. Después pasaron a la cocina que ofrecía el mismo aspecto, la estancia se encontraba también con los muebles y los cojines despedazados, y cortados por un arma muy filosa. Pasaron al segundo piso y observó las tres recámaras y los dos baños que ofrecían el mismo aspecto. Gerson observó que el instrumento filoso que utilizaron era un arma japonesa, seguramente una catana, espada ninja de combate. En ese momento oyeron el timbre, y unos segundos más tarde llegaba al segundo piso su compañero, Aníbal. Inmediatamente habló en privado con su jefe. Le indicó: Jefe, habló la esposa de Rafael Suárez, dijo que encontró una llave de una caja de seguridad de un banco. -Terminemos aquí y nos vamos a ver a la esposa de Rafael --dijo Gerson Smith —Para ver que más tiene que contarnos, antes de ir a Francia a la empresa electrónica en la que Rafael prestaba sus servicios, investigaremos además, cuáles eran los nexos tenía con sus compañeros. Aníbal se despidió de marina. Gerson se quedó atrás con ella, mientras Aníbal daba instrucciones al forense, y le pedía que los informes se los facilitara lo antes posible. Gerson le dijo a Marina, que estaría pendiente de ella, y dejaría una patrulla de vigilancia frente a su casa, si algo pasaba por insignificante que fuera no dudara en llamarlo. Le extendió su tarjeta —a cualquier hora. Se despidieron y salieron al estacionamiento, tomaron su patrulla, Aníbal se reportó por el radio con Celia la secretaria, indicándole dónde estarían, para que fácilmente los pudieran localizar. Gerson se encontraba al volante, ya conocía la dirección y tomó camino hacia allá.

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E l bar del puerto de la sirena José Francisco Alaníz Alaniz

*capítulo II de la novela

¿Cuándo me fusilan?

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Y

a estaba amaneciendo en una de las celdas del cuartel, donde estaba detenido por levantarme en contra del esclavismo. Yo había estado quejándose del dolor en mi cabeza y tosiendo toda la noche como si tuviera garrotillo. Ya cuando terminó de clarear el día, me quité una garra de cobija que tenía encima, mientras permanecía tieso cuando largo era. Hasta suerte tuvo mi compadre al quedarse tirado en el campo de batalla. Ya no lo van a fusilar como a mí. Hace varios días que a mi compadre y a mí nos agarró una avanzada de realistas, que estaban acuartelados en el pueblo de Tacuba. Nosotros andábamos espiándolos en un lugar llamado los Álamos, por el rumbo de la hacienda de San Antonio Clavería. ¿Qué si nos defendimos? Sí, peleamos hasta que vaciamos todos los cuernos de pólvora que traíamos. Al último hasta con pedradas, escupidas y mentadas de madre les respondimos. Mi compadre siempre fue muy bravo y muchas veces lo demostró peleando a mano limpia con más de uno. Me dijeron ayer en la noche que iba a venir un sacerdote de la iglesia pa confesarme antes de que me muriera por la herida que tenía en la cabeza. Mi compadre ya no alcanzará esa merce, pero yo si tendré ese consuelo. Si bien le decía a mi compadre, que no nos levantáramos contra la gente de don Manuel de la Concha, pero el ya tenía una espina clavada de tantos años de maltrato de los patrones y yo de pendejo lo seguí. Pero ya no le puedo reclamar que me enganchara junto con otros peones de la hacienda de San Pedro Jalpa. Sólo me alegró el pensar la cara que puso el patrón, cuando se dio cuenta otro día por la mañana, que le faltaba su yegua favorita. Se ha de haber soltado del estomago en las caballerizas. Eso sin contar el coraje que debió haber hecho, cuando miró la vitrina de su despacho sin los mosquetones que le robamos. Bien que me acuerdo de aquella madrugada, cuando nos fuimos todos en bola rumbo a la hacienda Del Rosario, pa juntarnos con otros que se habían levantado algunos días antes y que ya nos estaban esperando allá por el rumbo de de la hacienda de San Pedro Jalpa. Éramos rete muchos, no más se veía la polvadera cuando le arriábamos a los caballos y a los burros rumbo a Aztcapotzalco. Lo malo que es que al llegar al atrio de la parroquia de los santos apóstoles Felipe Y Santiago, nos dividimos en dos grupos: unos para esperar a los realistas y otros fuimos de mensos a espiarlos a la hacienda de San Antonio Clavería. No tardaron en darse cuenta de nuestras intenciones y mandaron un grupo de soldados pa aplacarnos. A pesar de que no llevábamos nada de marihuana pa calentarnos el valor, con todo y eso les dimos una buena friega en el primer agarrón. Nomás se miraban como caían uno a uno los soldados en aquellos barbechos ralos de cañas secas. Les costó mucho trabajo llegar hasta nosotros en aquella lomita cubierta de huisaches y uno que otro nopal a las afueras de la hacienda. Solo mi compadre y yo le dimos pelea hasta el final. Lo último que me acuerdo es que miré aquellos soldados bien uniformados corriendo derechitos por el frente, no tuvimos más que enfrentarnos cara a cara contra ellos, ¡Pínche matazón! A mi compadre le hundieron un sable en la mera panza. Hasta suerte tuvo el indino, pues fue una herida limpia. Eso si, la sangre le salía a

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chorros por las costillas. Por eso de prisa me corte un pedazo de camisa, la hice bola y se la trasboqué en el mero agujero donde gorgoreaba la sangre. En eso estaba cuando sentí un culatazo en la cabeza y vine despertándome tirado en esta celda húmeda y fría. ¿Qué si se murieron todos los que iban con nosotros? Sí, me lo dijo el soldado de guardia cuando le pregunté, ¿que donde estaban los demás? Y el sólo me devolvió la pregunta con otra, ¿cuáles demás? Nunca nos pasó por la guaja rajarnos ni un tantito. Esa lomita fue testigo que peleamos hasta el último cartucho y aún más cuando los agarramos a pedradas junto a unos paredones. ¿Qué si tengo miedo de que me fusilen? Nada de miedo y se los voy a demostrar cuando me paren enfrente del pelotón de fusilamiento, bueno, eso si antes no me muero por el trancazo que tengo atrás de la mollera. Lo único que me duele, es que mi compadre no esté conmigo cuando eso suceda. Yo se que le hubiera dado mucho gusto que nos fusilaran juntos. Apenas ayer les decía a los nuevos reclusos que llegaron, que no me despertaran temprano, pos traía un sueño atrasado de días atrás, de esos sueños que se hacen un nudo y de los que uno ya no quiere nunca despertar. El culatazo que me dieron se había engangrenado y temía no pasar la noche, y que mejor, pos al día siguiente me esperaba un pelotón de fusilamiento, o me moría del madrázo que tenía en la mollera o me agujeraban a balazos. Sí, agujerado como un cedazo. Cuando la noche se hizo vieja, entredormido escuché a un compañero rezar un pedazo de rosario, después otros reos se le unieron en las oraciones pa completarlo. Yo traté de levantarme pa ayudarles con la letanía, pero mi cuerpo estaba entumido y no pude mover ni un sólo dedo. -Ahí te dejé la llave del camposanto, sobre la pared -alcancé a escuchar la voz de un ánima, que se perdía en lo oscuro de la noche. Yo trate de responderle, pero tenía la boca seca y no pude ensalivar mis palabras pa contestarle. -Apártense del difunto, que voy a darles los santos óleos -escuché decir a un sacerdote que entraba a la celda abriéndose paso entre los reclusos, que estaban hincados alrededor de mí. Yo quise enderezarme pa ver quien se había muerto, pero en eso el sacerdote

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puso su mano sobre mí frente, al tiempo que me rociaba con agua bendita. En ese momento sentí que una paz interna invadía todo mi cuerpo. -Padre, tengo mucho frío -le dije cerca del oído- mientras me daba los santos oleos, pero no me contestó. -Avísenme después cuando lo vayan a enterrar -terminó diciendo aquel sacerdote antes de retirarse. Cerré los ojos con fuerza tratando de despertar de aquella pesadilla, pero al abrirlos estaba metiendo la llave en la cerradura de la puerta del camposanto. Nunca olvidaré ese rechinido de las bisagras al empujar aquella vieja puerta de acero enmohecida por el paso de los llantos. -¡Compadre, Cirilo! Ya se había tardado en venir -exclamó un esqueleto, al tiempo que me abrazaba eufórico de gusto. Lo aparté de mí asustado, mientras miraba asombrado como empezaban a asomarse de las sepulturas algunas calaveras. -¡No se levanten, mis calacas! ¡Que no ven que asustan a mi compadre! -Gritó aquella ánima tratando de ponerlos en orden. Mi cuerpo empezó a temblar al darme cuenta que yo era el muerto. De pronto aquel esqueleto que se decía mi compadre, me agarró de la mano pa llevarme a la sala de descanso. Ahí pude sentir lo frío de los huesos de sus falanges, al jalarme entre las sepulturas. -Tómelo con calma, compadre Cirilo. Así es el primer día pa todos los cadáveres que llegan a este panteón. Así que dese de santos que vine a recibirlo, de otra manera hubiera salido corriendo muerto de miedo. Aquí en el camposanto no la pasamos tan mal, pos casi tenemos de todo y podemos hacer lo que se nos pegue la gana. Me dijeron los otros difuntos que cada fin de semana tienen fiesta y convidan muertos de otros panteones. También me contaron que el mejor festejo que tienen es el día de los muertos, Ya que sus parientes que están vivos los vienen a visitar y le traen comida que les gustaba antes de morir y hasta les dejan algunas botellas de tequila o guajes llenos de pulque. Ese día me dicen que la fiesta es hasta morir. ¿Se acuerda de la Genoveva, compadre? ¿No? Acuérdese que les daba jalón a todos los de la hacienda y re muchos andábamos atrás de ella buscando sus favores. Lástima que siendo tan joven la agarrara aquella escarlatina. Y no lo va a creer compadre, aquí se volvió más coqueta de lo que era, con decirle que hasta yo que acabo de llegar, ando tras sus huesos, ¿se acuerda como se veía de

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buena cuando tenía carne? Pos hora la va a ver como mueve su pelvis en forma tan provocadora, que hace que muchos muertos quieran revivir. Ella bien que sabe lo que tiene, pos no a cualquier difunto lo deja entrar por las noches a su gaveta a revolcarse hasta el amanecer. Dicen algunos que de recién llegada envidiaban a los gusanos de su ataúd al ver como se la degustaban de día y de noche. Y si uste piensa que ella cambió al llegar aquí, está errado compadre, ¿se acuerda que ella tenía la costumbre de salir algunas noches pa juirse a nadar al río? Pos, no se le ha quitado esa maña, con decirle que antenoche la fui a espiar pa ver dónde nadaba y cuando me encontraba escondido entre las jaras, ella llegó al río, se bajo poco a poco su bata de chiffon. Cuando la miré, sentí toda mi medula hervir de pasión dentro de mis huesos. A luego se quitó sus bragas, quedando todos sus hermosos huesos al desnudo, tantito después se agachó al río, metió uno de sus falanges al agua, lo puso entre sus dientes y empezó a deslizarlo hacía adentro y hacía afuera, produciendo un rechinido de huesos tan sensual, que no pude aguantar más y salí del matorral donde me había escondido, al tiempo que me arrimaba hacía ella, mientras me desabrochaba mi calzón de manta, mostrándole a los huecos de sus ojos lo que había hecho el poder de su seducción. Poco a poco se vino acercando a hacía mí y de un jalón me quitó mi taparrabos hondeándolo entre las jaras. Después nos abrazamos tan fuerte que pude sentir como nos fracturábamos algunos huesos de nuestras costillas, a pesar de eso, nos besamos con una pasión desmedida, que al voltear de reojo miré como caían algunos de nuestros dientes, como si estuviéramos desgranando mazorcas. ¡Que noche, compadre! ¡Que noche! ¡Compadre!... ¡Compadre!... De pronto dejé de oír la voz de aquel esqueleto que me llamaba compadre, pa escuchar las alabanzas de los reclusos de la celda. -¡Esto es un milagro! -¿Cuál milagro, compañeros? -Les pregunté, con palabras espaciadas, como alguien que regresaba de ultratumba. -Que hayas resucitado –contestó un los reos. -¿Entonces fue verdad, que estuve muerto y que una excitación me hizo volver? El soldado de guardia al verme de pie se persignó, levantando sus manos hacía un pequeño crucifijo que estaba empotrado en la pared. Yo todo adolorido de la cabeza le pregunté, ¿cuándo me fusilan?

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Consuelo

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Norma Sorriente

n el jardincito de la casa de mi hermano menor, los seis hermanos con sus esposas, entre la bulla de los niños, que ya suman doce, y el disfrute de unas chelas y unos tacos de canasta, recordábamos anécdotas de la infancia. Ese día se cumplía el once aniversario de la muerte de la jefa, en realidad había sido el jueves, pero para más fácil, le hicimos la misa en domingo. Creo que fue la ocasión la que me hizo reflexionar. Yo era el único que no había hecho mi propia familia, ¿pero qué hubiera sido de ellos sin mi apoyo cuando mi padre se nos fue en ese trágico accidente? Entonces eran todos chamacos, y yo, el mayor, tenía la responsabilidad de hacer fuerte a mi madre, la seño Rosalía, como todos le decían. Siempre la primera en levantarse y la última en acostarse. Nadie sufrió como yo la muerte de la jefa. Qué amarga es la vida cuando se pierde a los seres queridos. Debo reconocer que no sentí tanto la muerte de mi padre, debe ser, porque fue a mí a quien me tocó el día de su velatorio recibir a esa mujer y a esos escuincles que llegaron a despedirlo y a reclamar lo que les correspondía. Nunca imaginé que mi jefe tuviera una casa chica, y mucho menos, que mi madre lo supiera. Es que a la pobre no le quedó más remedio que aguantarse, porque si no lo hacía, ¿quién iba a dar para el gasto? Pero yo hubiera podido hacer una familia…sí… hubiera podido…y es más, lo intenté cuando me clavé con la Consuelo. Ella era linda y me gustaba un chorro, por eso pensé en llevársela a la jefa, para que la Consu supiera que yo iba en serio. Pero mi madre en cuanto la vio, me dijo: no me traigas aquí a tus gatas. Me quedé de una pieza. Y lo peor fue que la Consu la escuchó y no le dijo nada… nada, es más, le dejó sobre la mesa el regalito que le había llevado. Y cuando intenté aclarar las cosas con mi madre, ella fue categórica: esa muchacha no es la que te conviene, vive en una vecindad y su padre no suelta la jarra. Qué pena con la Consuelo, ella qué culpa tenía de haber nacido en esa familia. De la vergüenza dejé de verla. Y de puro coraje que tenía, ese viernes me fui a la cantina donde tuve la suerte de platicar con ese cuate que me alivianó un chingo. No te claves, me dijo, acuérdate, a las viejas: “ni todo el amor ni todo el dinero”. Tu jefa tiene la razón, la mujer que va a ser la madre de tus hijos, hay que escogerla bien. Te lo digo por experiencia, yo estoy pagando mi error. A mí la mujer me salió mala. Y hasta al bote fui a dar cuando la puse en su lugar porque quiso salirse del huacal. Entonces un día se largó. Y ahora ni tengo mujer, ni veo a mis chamaquitos,

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que es lo que más me duele. Porque viejas hay de a montones para lo que gustes y mandes, pero con los hijos el juez pintó su raya en el día y la hora. Y si no pasas la feria a tiempo te mandan al bote. Por eso ahora que me corrieron de la chamba ando desaparecido para que no me acusen de desobligado. Pero ni llorar es bueno, porque no somos nenitas. Así que vámonos de putas, compadre. Yo disparo. Y salimos abrazados mientras en la rocola José Alfredo cantaba “El rey”. A esa altura ya estaba lo suficientemente briago para no saber dónde me llevó este cuate, aunque tengo la vaga idea de que eran las calles de Sullivan. Lo único que recuerdo fue que una vieja me arrojó en una cama y me bajó los pantalones. Y que lo que veía entre nubes, a la altura de mis ojos, eran dos péndulos, que ahora caigo en la cuenta eran las chichis de la puta. No sé bien qué pasó entonces, pero no creo haber estado a la altura, demostrando lo que es deber de un hombre. Y a partir de esa noche me hice loco para no reconocer que tenía roto el corazón. La vida continuaba, mientras yo me convertía en el padre sustituto de todos mis hermanos. Y no lo hice nada mal. Cuando mi carnal, el que sigue de mí, dejó panzona a su chava y la jefa después de darle una regañada, lo obligó a asumir su responsabilidad, aunque la boda fue sencilla, todos los gastos corrieron por mi cuenta. Y a todos, absolutamente a todos mis hermanos, se les dio un oficio para que pudieran salir adelante. Y hasta el día de hoy cuando a algunos de ellos les surge un problema, ya sea de lana, sentimental, de trabajo, o cualquier otra cosa, yo soy el primero en saberlo y el primero en solucionarlo. A veces me pesa tanta responsabilidad, aunque debo reconocer que también me halaga tanto respeto. Pero a la Consu...no me fue fácil olvidarla. Ella me había dado los mejores momentos de felicidad. Yo la buscaba a la salida de la tienda Woolworth de Insurgentes, y la acompañaba en el metro hasta su casa. Y ella no siempre había tenido un buen día, ya sea porque el encargado se ponía pesado o porque al acomodar la mercancía algo se le caía y rompía, y era descuento de su quincena… o porque alguna compañera que le hacía la barba al encargado iba con chismes en su contra para perjudicarla. Y yo también le contaba mi día en la chamba, claro que para mí era más alivianado porque en ese entonces era mensajero y me la pasaba de un lado para otro entregando correspondencia. Y así se nos iba el tiempo hasta que llegábamos a la estación Zócalo donde nos bajábamos. Y antes de llegar a su casa, en la calle de Madero habíamos descubierto detrás de un portón, un oscuro y solitario zaguán donde nos besábamos. Porque la Consu era tímida y no le gustaba las demostraciones en presencia de la gente, por eso nunca nos besábamos en el metro, como se ve que lo hacen a diario otras parejas. Qué maravilloso era sentir su cuerpo tan pegado al mío, besándonos una… y otra vez… hasta que ella retiraba mis manos de sus pequeños pechos, lo que quería decir que hasta ahí habíamos llegado. Y entonces yo la dejaba en la puerta de su casa, y con hambre de su cuerpo, una vez más, retomaba mi camino. Pero los fines de semana era distinto, porque nos íbamos a Chapultepec, unas veces al zoológico, otras, a la feria de diversiones, o simplemente

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a caminar, para luego sentarnos a ver los patos, mientras comíamos unas deliciosas tortas preparadas por ella. Esa felicidad que me producía tenerla cerca fue la que me hizo pensar en hacerla mía para siempre, para que se convirtiera en mi Consuelo… Total que en la casa que mi jefe había construido poco a poco, primero un cuarto, luego otro, y otro, hasta acabarla, había lugar y era toda nuestra porque mi jefa cuando había llegado el momento de la verdad no se había achicado y supo enfrentar a esa mujer de mi jefe. Le dijo que hiciera lo que quisiera, porque ella era la legal y la casa estaba a nombre de ella, y si no le parecía que se fuera a quejar a los tribunales. Yo creo que ese segundo frente de mi padre se la vio difícil o quizá no tenía la lana para iniciar el pleito porque nunca más nos visitó. Pero a los que no se nos hizo fue a mí y a la Consu. Ni modo con la seño Rosalía. Y fue cuando se habían cumplido tres meses de no ver a la Consu que me entró la curiosidad de saber de ella, así que me armé de valor y fui a buscarla al trabajo, sabiendo que me arriesgaba, con justa razón, a que me quitará el saludo. La esperé largo rato, y no salía, por lo que me decidí a entrar a la tienda y preguntar por ella a el custodia que a la vez le preguntó a una empleada. La empleada dijo que consultaría por teléfono a recursos humanos. Me hicieron esperar largo rato. Por fin llegó una mujer con gafete que me miró con desconfianza y me dijo que no se podían dar informes sobre los empleados activos ni inactivos, y me pidió que me retirara. Yo me fui sacado de onda. Pero al otro día volví a otra hora, entré a la tienda y le pregunté a todas las cajeras, hasta que una dijo mirándome como si estuviera enterada de algo de lo ocurrido con la Consu, ¿tú eras su chavo? Sí, le contesté, soy Julián Arévalo y me da gusto conocerte ¿Qué razón puedes darme de Consuelo? Lo último que supe, me dijo, fue que su padre estaba muy enfermo y para poder cuidarlo renunció. Eso fue hace dos meses. Cuando se despidió de mí quedó en llamarme a la tienda, pero hasta hoy no lo hizo. Qué mala pata. Tenía que buscarla en su casa. Así que le agradecí a la chava la información y partí en dirección al Zócalo. Me había agarrado la hora pico, y la correspondencia en Pino Suárez fue realmente hostigosa. Salí de la estación engentado. Pero para peor, la desilusión me la llevé cuando llegué y el vecino me dijo que la Consu ya no vivía ahí, que enseguida de la muerte de su jefe, al que la cirrosis lo acabó pronto, unos parientes que habían llegado de Michoacán se la habían llevado con ellos. Me quedé de una pieza. Ni modo de seguir buscándola. Así que con la cruda culpa inicié el camino de regreso: pobre Consu, sin madre y ahora sin padre, y para peor, haberse encontrado a un gandaya como yo, que la abandonó. Ya estaba cerrada la noche y los edificios altos se me figuraban fantasmas que querían tocar el cielo. Y cuando me dirigía al Zócalo acompañado de la música del organillo: “cuando recibas esta carta sin razón… U…femia…ya sabrás que entre nosotros todo terminó…U…femia…” No sé si fue el olor que me llegó o que sólo había comido unos tacos de la calle en todo el día, que sentí un vacío en mi estómago. Así que me compré un elote y mientras me lo comía me paré en la plaza del Zócalo a ver las luces y los adornos que habían preparado para recibir el año nuevo. Sí. El 76 se estaba yendo. Y se llevaba mis veintidós años, la estabilidad del dólar, que ya se había disparado…y a mi Consu…para siempre.

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L íneas paralelas Humberto Guzmán

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urante tres noches consecutivas soñé que oía los pasos de alguien que subía las escaleras lenta, segura, amenazadoramente, hasta llegar a mi puerta. Desde que oí los primeros supe que esos pasos se dirigían a mi casa, que no tardarían en detenerse en el último escalón de la tercera escalera, es decir, a la entrada del departamento que ocupo. Siempre fue la noche más profunda y silenciosa que haya vivido. Ella era la que me envolvía en la desolación de mi dormitorio y, tal vez, la que helaba mi cuerpo tirado en la cama –la que, tal vez, le impedía cualquier movimiento, incluso gritar. Ya en la puerta, ese agresor desconocido, sin rostro, hacía lo que yo esperaba que hiciera: después de un momento que parecía no tener final, trataba de abrir la puerta haciendo uso de algún instrumento de metal que introducía en la cerradura con un ruido intolerable; luego de instantes que duraron horas como siglos, cansado de insistir sin resultado, furioso, comenzó a golpearla escandalosamente. La acometida del desconocido es tan fuerte que la puerta se cimbra, y sé, porque todo es igual que en mi sueño, que no tardará en ceder ante su ímpetu salvaje. Y el desconocido que llegó entrará en mi casa ocupada sólo por la noche y por mí. Como lo soñé, ocurre; la cerradura se desprende con violencia de una de las partes que la componen y la puerta, casi separada de sus bisagras, se estrella contra la pared. De este modo, el de los pasos primero, y el de los golpes después, irrumpe en mi casa sin proferir palabra, inflexible, me busca a mí, y yo todavía puedo asombrarme de que todo haya sido parte por parte idéntico a mi sueño, mientras mi corazón golpea en mi pecho como el de un conejo herido y atrapado por los perros del cazador. (Seductora melancolía.)

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Quién?

Ana María González Paz y Puente

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ilagros Bedolla pensó que esa casona donde vivía con sus padres y que también habían ocupado sus antepasados, era un personaje más. Abrió las puertas de su balcón, que cerradas le resultaban herméticas, y creyó ver en la pared la sombra de su abuela realizando la misma maniobra. Supo que era ella por el contorno del polisón de su vestido largo y la peineta que sostenía sus bucles. La visión fue fugaz, una chispa de su imaginación. Entonces se preguntó, si entre esos muros que pertenecían a vivos y muertos en donde su abuela, Milagros Lobato, vivió una tragedia y Milagros Marshall, su madre, su dicha, ella podría aspirar a que el cubo interior del techo sólo le proyectara luminosidad y jamás soledad y encierro.

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Corría el año de 1939 y era víspera de la boda de Milagros Bedolla. El radio estaba encendido anunciando la entrada triunfante del ejercito nazi en Praga. Ella no quiso saber más de la toma ni de los sucesos en Europa y apagó el aparato que quedó en silencio después de un carraspeo. Optó por introducirse en la cama y en sus propios acontecimientos. Sabía bien que si un giro había dado su vida, fue con Alberto Rovira, su prometido. “Señorita Bedolla, bailar el danzón es de lo más fácil: se aprende en el cuadro, es decir, a partir de los pies juntos. Se adelanta el pie izquierdo, se junta con el derecho; el derecho hacia atrás, enseguida el izquierdo en diagonal, luego el derecho a la izquierda para hacer la unión y mantener el ritmo, moverse y variar. De aquí se parte a todo lo que se quiera hacer; ya sea girar de un lado a otro, hacia atrás o hacia delante, en el danzón abierto o cerrado”. Ella seguía las indicaciones que le hacía su pareja, motivada por aquella cercanía que le resultaba inquietante. De repente, el reflejo del vuelo ondulante del vestido de marquisete marfil, en el mármol reluciente del salón Blanco y Negro, absorbió a Milagros. Se desvanecía la última escena de su evocación y ella ya se encontraba soñando: Con atronador estampido de cañones se iniciaba una procesión de Corpus Christi. Milagros veía como si fuera continuación de un rasgo ardiente del crepúsculo, las llamas de colosales cirios que crepitaban al aire libre en un altar improvisado. Allí, el sacerdote depositaba la custodia; en el espejo donde la respaldaba, se repetía una sola flama vigorosa. Abruptamente, se suspendió el vibrar de los clarines que había continuado al fragor del cañón y ante la brusquedad del silencio Milagros se miró en otra época. En la procesión, los jinetes iban con barbas; cabalgaban sin hacer ruido. Los caballos no piafaban. Daba la impresión de que se desvanecían, como si alguien los hubiera resaltado con un pincel y luego los borrara. Todo fluctuaba entre ser delirio o verdad. La tonalidad viva de hojas de cempoaxóchitl, desparramadas en el pavimento; del color escarlata de los vestidos de los padres trinitarios, y de los listones que pendían de adorno en las calles, refulgían; así como los ornamentos de los altares y los puños de oro de los bastones de los caballeros. Con el crujido de las capas, que se desmoronó en el aire, se perdieron los caballeros de vista. Colores blanco y negro. Eran los vestidos de los dominicos. Parecían copos de nieve en contraste con la oscuridad, como la virtud y el pecado. Llevaban ciriales y cruces altas, que oscilaban ante la inusitada celeridad con la que se deslizaban. Las velas de arandela flameaban provocando humo, que a manera de neblina persistente no

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se disipaba; cuando al fin éste desapareció, ellos también quedaron diluidos. Los siguientes participantes eran los padres bajo su estandarte y los doctores. Su solemnidad le resultó a Milagros escalofriante: tenían los semblantes petrificados y sus figuras se distorsionaban como las llamas con el soplido del viento. La joven se disponía a retroceder, pero aparecieron los niños. Venían en el sitio más despejado, entre todas las hileras simétricas formadas por la multitud. Había una niña. Se veía perfecta con sus alas de ángel, penacho de plumas y velo de puntos blancos. Rayos de luz resaltaban el color cobrizo de su cabello y sus ojos, con forma de triángulo lucían más claros y radiantes. El rostro anguloso de la pequeña era el de Milagros Bedolla, ¡el suyo! La niña Milagros Bedolla continuaba avanzando con soltura: Tras ella, con intención de incorporarse a la procesión, una mujer que parecía perseguida, buscaba su lugar. Sus rasgos eran similares a los de Milagros. Llevaba el cabello recogido en las sienes con leves ondas en la frente; y en la parte posterior, anudado, sostenía un sombrero oscuro. Era Milagros Lobato, la abuela de Milagros Bedolla, a quien le había resultado adverso su enlace matrimonia; tenía el porte y la expresión lánguida con la que posaba en un óleo en miniatura, guardado en un cajón del tocador que había sido de todas las Milagros. Su abuela se había introducido en el sueño de Milagros, ¿o Milagros, en la época y sueños de su abuela? Lo cierto, se dijo la Bedolla, ambas estaban inmersas en el mismo sueño. Llovía, el cielo relampagueante estremeció la oscuridad del aposento de la muchacha. Ella, somnolienta, escuchaba unos cánticos religiosos que al cesar dañaron su espacio con la agresión del silencio. No quiso despertar aunque el sueño había concluido. Cerró fuertemente los ojos y se sumergió en un nuevo sueño… En ese sueño veía un universo de azoteas. Deseaba inhalar con sus pulmones toda la ciudad, y estaba a punto de acicalarse para su boda. Tenía el tiempo preciso para hacerlo. Abrió de par en par las puertas de su balcón. Era una mañana teñida de azul de un México de otros años; su tonalidad resplandeciente, cielo despejado y la vista de los volcanes, imprimían una sensación de transparencia. El ruido de cascos de caballos, de las carretelas, y el variado gorjeo de los pájaros, los absorbía el tañido de las campanas. Después, ya no era Milagros la joven que se veía envuelta en el vapor y aroma de tomillo, menta, amapola, hinojo y anís en la bañera esmaltada de hierro forjado.

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De protagonista se convirtió en espectadora; no obstante sintió el deleite del agua en su cuerpo. Escuchó, primero, las campanas al vuelo, enseguida la marcha nupcial. La silueta esbelta de una novia avanzaba hacia el altar con su vestido de faya de seda color champagne, que señalaba la cintura ajustada y el polisón. El ramo de caléndulas y tilos resaltaba entre sus manos porque el tamaño de las flores era inusitado. La rodeaba una niebla que alternativamente se hacía densa y se disipaba. Ya frente al altar, el novio parecía inmutable; a su lado la novia se veía diminuta, casi infantil. Su aire de candor y su fragilidad resultaban conmovedores. Llevaba el cabello anudado en la parte trasera, para permitirle sujetar el tocado. El velo de tul le cubría la cara. Milagros quería orar pero no podía; sin embargo, vio a la novia como le temblaba el mentón al musitar oraciones: una tras otra. Del cuerpo del novio parecía desprenderse un fluido glacial; en medio de la densidad, Milagros le vio los pliegues que se le formaban en los ángulos de la boca al sonreír y que le daban a su aspecto un asomo de crueldad que la sobrecogió. La acústica de la iglesia hacía que la resonancia del órgano se intensificara y el Ave María traspasara muros y vitrales. La incipiente alarma de Milagros se concretó al ver la repentina estatura desmesurada del novio. Sintió la imperiosa necesidad de advertir a la novia que tenía la certeza de que él era ruin y la iba a desbaratar. Gritó y no escuchó su voz. Hizo ademanes desesperados que tan sólo desgarraban el vacío. Jadeaba, y su aliento empañaba el espacio; antes de que fuera casi por completo, creyó ver a la novia; ya intuía que era Milagros Lobato. Y cuando la claridad se divulgó, descubrió en lugar del novio, a Alberto Rovira. ¡El hombre con quien iba a contraer nupcias al día siguiente! Milagros sintió la nuca ardiente y pesada. No supo si el tañido de las campanas hacia remoto el variado gorjeo de los pájaros y el ruido de cascos de caballos y de carretelas, o si con esos sonidos concluyó su sueño. Ella permaneció con la cabeza inclinada, apretándose la sien derecha con el pulgar, mientras frotaba la frente con los demás dedos. Se cuestionó una y otra vez. ¿Quién quiso prevenir a quién, de que el hombre con quien se uniría resultaría destructivo?

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El móvil

Yashodara Solano Castro

*Fragmento de la novela Milagros

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urora decidió aquel día, mientras se veía en el espejo, no volver a sonreír jamás, mientras su mano se encontraba encima de la pistola que dejó sobre el buró. Su cabello caía suelto sobre los hombros desnudos y sentía que las lágrimas aún le humedecían la cara. Era una de esas ocasiones en las que no sabía exactamente qué era lo que había sucedido, pero lo único cierto en ese momento era el frío que entraba por la ventana mientras que, en lugar de su propia imagen en aquel vidrio inerte, veía el cuerpo tirado en el piso en medio de un charco de sangre. Ese día el rencor la había cegado completamente y afloraron todos los sentimientos de odio que por meses había tratado de olvidar y no pudo evitar sonreír, mientras veía cómo el piso se manchaba de rojo carmesí. ¿Estaba bien alegrarse por la muerte de alguien mientras se observa el cadáver endurecerse por el abandono del aliento? No, social y moralmente no estaba bien; lo correcto era sollozar, acongojarse, lamentarse y poner cara de dolor aunque fuera fingido, pero Aurora no podía sentir nada de eso. Solamente asomaba a sus labios una mueca sarcástica, mientras escuchaba las sirenas de las patrullas y las ambulancias acercarse a lo lejos al lugar donde estaba el cuerpo inerte de Fernando. Sabía que no sería fácil que descubrieran el móvil del delito, es decir, la razón por la cual aquel hombre tenía varios tiros en el cuerpo ya que, la profesión de ambos es considerada de muy alto riesgo en estos tiempos: escribir en los periódicos o salir a cuadro en los noticieros hablando de cárteles, asesinos, narcos y secuestradores no hacían fácil, ni mucho menos tranquila la labor de cualquier persona involucrada en el periodismo. Nadie pensaría que una mujer despechada o un hombre herido

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en su orgullo de macho posesivo, pudiera ser al posible autor de un crimen tan despiadado. Seguramente los noticiarios desde las primeras horas, transmitirían consternados la noticia de que Fernando Luera había sido una víctima más del crimen organizado. Aurora casi podía leer los encabezados de aquella mañana: “¡Asesinado!” “¡Brutal crimen a sangre fría!” “¡Nueva víctima muerta a tiros!” “Se organiza marcha por la muerte del periodista” y sonreía, sólo podía sonreír de una manera casi demente. ¡Qué buen cuadro! Nadie se daría cuenta de nada. Aquella era una ocasión en la que tenía que agradecer que el país viviera en medio de una tremenda lucha de poderes, pues era fácil disfrazar un crimen llevado a cabo por motivos meramente pasionales y particulares. Esto era similar a una Santa Inquisición moderna, del siglo XXI, en donde es posible acusar si no de bruja a la vecina, sí de nexos con el narcotráfico al muchacho cuyo único delito era asistir a una fiesta con sus amigos. ¿Quién pensaría en una amante dolida por la traición del ser amado? Aurora sabía que era prácticamente imposible descubrirla: estaba consciente de que el crimen sería presentado ante una sociedad aterrorizada con el baño de sangre en que se sumergía la nación, y ante una multitud de familiares ávidos de encontrar culpables por las desapariciones de sus allegados. Fernando por mucho tiempo se dedicó a escribir y a narrar en pantalla sobre este tipo de notas llenar de color rojo y, todos los lunes, asistía a una estación de radio a una mesa especializada en crimen organizado, así que todos supondrían que había sido víctima de su oficio, pues en diversas ocasiones, recibió algunas amenazas y advertencias que, se sospechaban en su círculo de colegas, provenían de gentes allegadas al poder coludidas con criminales, sobre su trabajo y la clara demanda de que se callara su voz, pues esto podría costarle muy caro. Fernando no hizo nunca caso y siguió con su línea informativa y de análisis. Aurora y él habían mantenido una relación durante unos seis años apróximadamente, durante los cuales ella fue, además de su colega, su apoyo, su confidente, la persona más incondicional con la que contaba y su jefa de información, pero sobre todo su amante. Se sabía que eran una pareja perfecta, que no eran concebibles el uno sin el otro. Aurora siempre esperó que Fernando le propusiera matrimonio a la manera romántica hollywoodense, en medio de un plaza pública llena de flores y a grito abierto, o en un centro comercial, frente a cientos de compradores compulsivos, arrodillado ante la mirada asombrada de personas tan necesitadas de amor y de muestras de cariño como ella. Sí, Aurora se declaraba culpable de romanticismo extremo y de ser consumidora sin fin de fantasías repetitivas y comerciales, por lo que esperaba que algún día sucediera algo así con Fernando ya que, pensaba, eran tan perfectos el uno para el otro.

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Sin embargo, Aurora comenzó a darse cuenta de que aquel tan público y abierto amor, más bien la estaba convirtiendo en la eterna novia que ella no quería ser. Fernando era cada vez más distante y ella lo justificaba con el pretexto de la extrema presión de su trabajo. Pero todo tiene un límite. Un día se dio cuenta de que Fernando entraba a un edificio de departamentos ubicado en una calle principal de la ciudad. Fue una casualidad ya que Aurora iba camino al periódico, cuando se percató de que a poca distancia caminaba Fernando. Desde hacía algún tiempo tenía sospechas de que algo le ocultaba así que lo siguió hasta la entrada del lugar y entró un poco después de él; se escondió entre unas plantas que estaban al pie de la escalera y lo vio subir. Lo siguió lentamente, tratando de que no la descubriera y vio que se abría una puerta y lo recibía una mujer acariciándolo en el rostro. Aurora se quedó viendo y sintió como un frío repentino le recorría la piel y le penetraba hasta los huesos. Pasaron muchas escenas y situaciones por su cabeza. Supo entonces, que nunca cumpliría sus fantasías amorosas: que no habría flores, ni versos, ni lugares llenos de velas en medio de una noche romántica y con miel derramándose por las paredes. El saber que sus sueños de película no se verían concretados, fue el golpe más duro a su orgullo y a la seguridad que creía ostentar. No averiguó más. En su cabeza se quedó con todas las historias que se había construido ella misma a raíz de todas sus sospechas y de la escena que había visto en el edificio. Caminó un buen rato por las calles con la mente revuelta de tantas ideas que, juntas, no dejaban de atormentarla. Llegó a su casa y marcó al teléfono de un contacto que tenían en los barrios más violentos de la ciudad, el cual les ayudaba en ocasiones a conseguir información relativa a algunas notas; se citó con él en una esquina de la colonia dónde el sujeto traficaba con cosas como drogas, piratería y con armas por encargo. Aurora llegó a la hora pactada de la tarde al lugar y el sujeto le entregó envuelta en una bolsa tipo ecológica, la pistola que le había encargado aquella mujer, quien a su vez, le entregó una billetera vieja con el pago requerido. Aurora se guardó el envoltorio en su bolsa de mano y tomó rumbo a casa de Fernando. Al llegar a la calle donde se ubicaba el departamento de Luera, se percató de un movimiento inusual de personas alrededor de un punto en la acera al lado de un coche azul que tenía el vidrio estrellado. Había un par de personas llamando por celular y una señora llevando sus manos desesperadas a su rostro como espantada de lo que estaba contemplando. Aurora se acercó a fuerzas, haciendo a un lado a las personas que estaban paradas alrededor y vio con asombro, que era el cuerpo de Fernando baleado y bañado completamente de sangre. Se tapó la boca para no gritar y dejó caer su bolsa inconscientemente de donde salió el arma que, antes de llegar a casa de Fernando, había sacado de la bolsa en la que estaba envuelta.

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Al verla un tipo la señaló gritándole, llamando la atención sobre la pistola y Aurora, saliendo de su asombro, la recogió de prisa y salió corriendo de aquel lugar. Mientras corría hacia su casa pensaba que alguien le había cobrado a Fernando por fin algún pendiente: quizás uno de tantos políticos ofendidos por sus comentarios, o bien algún criminal muchas veces aludido. Sin embargo, de repente, Aurora se percató de que sus manos estaban manchadas de sangre y de que emitían un cierto olor a pólvora. Aquello la sorprendió pero no podía recordar si ella había disparado contra Fernando sin darse cuenta. Se empezó a agarrar la cabeza y a golpearla tratando de recordar si en algún momento antes de llegar a la escena del crimen se había enfrentado a Fernando, si lo había encarado o algo similar. Su mente parecía confundida entre lo que creía que vivía y lo que parecía eran elementos que daban indicios de que ella era la asesina del periodista. Corrió entonces a su casa mientras la lluvia comenzaba a caer en las calles de la ciudad. Confundida subió las escaleras, abrió la puerta y entró. Al cerrar, apenas podía caminar y llegó casi sin fuerzas a su habitación, sentándose frente al espejo de la cómoda. Colocó la pistola a un lado con mucho cuidado. Trataba de hallar su propia imagen en el reflejo. A lo lejos se escuchaban las sirenas de patrullas acercarse. No podrían culparla a ella, no señor….Fernando era una figura pública, alguien reconocido por sus críticas al sistema y a los hechos violentos de la actualidad…nunca podrían culparla a ella. Aurora decidió en aquel momento, mientras se veía en el espejo no volver a sonreír jamás, mientras su mano derecha se encontraba encima de la pistola que cargó aquel día. Su cabello caía suelto sobre los hombros desnudos y sentía que las lágrimas aún le humedecían la cara. Era una de esas ocasiones en las que no sabía exactamente qué era lo que había sucedido, pero lo único cierto en ese momento era el frío que entraba por la ventana mientras que, en lugar de su propia imagen en aquel vidrio inerte, veía el cuerpo tirado en el piso en medio de un charco de sangre. Aurora, tomó de manera casi inconsciente la pistola y la llevó lentamente hasta su sien. La sostuvo ahí por instante y jaló el gatillo mientras una leve mirada de arrepentimiento se asomaba por última vez a sus ojos. Era demasiado tarde: el rojo manchaba las paredes y el espejo, dejando la duda del móvil del crimen de Fernando Luera.

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Mi regreso a Méxic o Piedad Vieyra Aguayo

(Fragmento de autobiografía)

R

ecién llegada a mi querida tierra la secretaria que se quedó en mi lugar en la Organización Sanitaria Panamericana, en Washington, me envió una tarjeta de Carlos Valenzuela, en la que me decía que estaba trabajando en la Embajada Argentina en México. Esta noticia me hizo brincar de gusto y corrí al teléfono para comunicarme a la Embajada, con tan buena suerte que él me contestó. Me dijo que era una rara coincidencia que la telefonista al salir a comer hubiera dejado la línea conectada a su teléfono. Percibí la alegría que manifestó al oírme. Pero, che ¡qué suerte! -Me dijo. Tenemos que vernos. Hay tantas cosas que contar. La cita fue en mi casa de Lauro Aguirre 157, le presenté a mi mamá, hubo simpatía entre ellos y por lo tanto se aprobó mi noviazgo que continuó armoniosamente y la confianza se agrandaba cada vez más. Un día Carlos nos expresó su júbilo porque su madre vendría a pasar una temporada con él y le pidió a mí mamá que lo asesorara para decorar su departamento y lo acompañara a comprar las cortinas. Mi mamá desde luego aceptó. El viaje de la señora era en barco, pero por desgracia se enfermó del corazón y tuvieron que bajarla en Brasil, en el Puerto de Palos, donde falleció. Al recibir Carlos la noticia, de inmediato salió en avión a Brasil. Tuvo que hacer los trámites necesarios para el traslado del

del

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cadáver a Buenos Aires, lugar donde se quedó el tiempo requerido para dejar ordenado todo lo referente al fallecimiento de su madre, así como resolver lo ineludible en cuanto a la familia y tardó más de tres meses en volver a la ciudad de México. La ingrata de mí, mientras Carlos estaba sufriendo la pérdida de su madre, conocí a un apuesto cubano que derramaba salero. Además de ingrata me consideré veleidosa, pero pudo más ese entusiasmo de Raúl tan afín al mío que el amor que por Carlos albergué varios años; pero después de estar distantes por tanto tiempo, él en Noruega y yo en Washington, se fue aminorando. Mi mamá se enojaba conmigo y hasta me llegó a decir que no era mi alcahueta cuando le pedí que me cubriera para que poco a poco terminara mi noviazgo con Carlos. Creo que no tengo remedio, ni culpa de poseer un corazón de alcachofa. Con Raúl seguía todo bonito, al grado de que mi mamá llegó a aceptarlo. De verdad era de lo demás simpático y su alegría contagiosa hacía muy divertidos los ratos que nos veíamos. Él vivía en un moderno caserón de la colonia Cuauhtémoc, con un grupo de cubanos que participaron en la revuelta de Moncada en contra del presidente Fulgencio Batista y en la ciudad de México se reunían para hacer planes para su regreso a cuba, precisamente en mi casa en donde conocí al doctor Raúl Roa, a su esposa y a su hijo quienes antes y después de la revolución cubana tuvieron altos cargos en su tierra. Algunas veces acompañé a Raúl Santos a ver a Fidel Castro. Este joven vivía cerca del monumento a la Revolución, en la planta baja de un departamentito; creo que ahí alquilaba un cuartito de lo más austero, había una cama, una mesa de madera y no recuerdo cuantas sillas. Este joven hablaba demasiado y yo pensaba que era un petulante soñador. Por otra parte el ex presidente de Cuba, Prío Socarrás, quién radicaba en Miami, era la persona que financiaba lo que estaba tramando con el fin de derrotar al presidente Batista, quien a su vez, tumbó a Prío Socarrás. Y de esta manera regresar a Cuba nuevamente como presidente. Los planes avanzaban. Seguido se reunían en mi casa los jóvenes del Moncada con Raúl y los fines de semana visitábamos a Ninón Sevilla, la que cordialmente nos recibía. Había dado instrucciones en su casa de atendernos aunque no estuviera ella. Era muy amiga de Raúl por lo que tuve oportunidad de tratarla con aprecio. Sin querer me involucré con los cubanos en su movimiento, al grado de guardarles en mi casa un baúl grande lleno de armas. Para recogerlas dí indicaciones de que la persona que fuera por ellas llegara después de las once de la noche, llevara un

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clavel rojo en el ojal y preguntara por lo juguetes. Pasado un tiempo, de esta manera hice la entrega. En una de las tantas reuniones en mi casa acordaron, según instrucciones recibidas, la fecha y forma de cómo y de qué lugar iban a salir a Cuba. En ese momento no estaba el más joven del grupo, que era un adolescente. Cuando llegó el muchacho, le dijeron que no iba a participar en tan riesgosa peripecia. Él se puso pálido y fue al baño a vomitar. Les rogó que no lo dejaran y logró que lo incluyeran. Unos iban a salir de Miami, otros de Veracruz y de Cancún en la fecha señalada, pero precisamente ese Prío Socarrás sufrió un ataque de apendicitis y lo tuvieron que operar. Fidel Castro se aprovechó de la ocasión, se adelantó y fraguó su entrada victoriosa a Cuba. Después del suceso, qué dolor me dio al abrir la revista Life y ver muerto en la primera página la fotografía del muchacho al que no querían llevar.

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Variaciones

sobre un

mismo cuento

Profa. Ăšrsula Fuentes Berain


E l regreso

Hilda Victoria Cerรณn

L

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a noche en que esperรกbamos a Amalia, tarde mucho en acostarme; estuve en la cocina ordenando un poco los trastes y mis recuerdos, preparรกndome para su regreso.


Mientras me desvestía, delante del espejo, vi el pasado y tuve que apoyarme en el respaldo del sillón, porque como un relámpago el recuerdo de ese día, me llego con la misma claridad de la imagen reflejada frente a mi. Me senté, encendí un cigarro, exhale una bocanada de humo y me mire a través de esa nube, con tanta tranquilidad como si ya hubiese pasado todo o como si no hubiese pasado nada. Comprendo que los recuerdos de aquella mañana se conservaban algo borrosos en mi memoria. La vuelvo a ver en medio del pasillo que da al patio, separando con la mano la sabana que evita el espectáculo, asomando la cabeza mientras dice: “¡Mamá, voy a llevar a la niña a dar la vuelta mientras matan al puerco, para que no se asuste!” La veo partir, vestida de azul, con la niña que me despide alborozada en brazos; ladear un poco la cabeza, mientras sonriendo dice “¡Mamá, me guardan chicharrones!” La realidad como una ducha fría, me saco de mis recuerdos. Amalia había llegado… después de tres años. Muy pálida, vestida de negro, con una niña huraña que se esconde tras su falda y un niño que duerme en sus brazos.

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C

rĂŠditos


Secretaría de Hacienda y Crédito Público

José Antonio Meade Kuribreña Secretario de Hacienda y Crédito Público Luis Miguel Montaño Reyes Oficial Mayor José Ramón San Cristóbal Larrea Director General de Promoción Cultural, Obra Pública y Acervo Patrimonial Fausto Pretelin Muñoz de Cote Director de Área Edgar Eduardo Espejel Pérez Subdirector de Promoción Cultural Laura González Bobadilla Jefa del Departamento de Cursos y Talleres de Iniciación Artística Estela Munguía Caballero Jefa del Departamento de Difusión


María de la Luz Gómez Arias Coordinadora de Información Adrian Méndez Esparza Diseño Editorial Rodolfo Salazar Gallaga Cuidado de la Edición Jorge Corona García Piña Coordinador de Profesores Silvia M. Fernández Apoyo Editorial Rosa Cervantes Hernández Norma Sánchez Mendoza Apoyo Logístico


Imágenes

Detalle de Los libros, 1997. Cat. 108 Román Andrade Llaguno pág. 10 Detalle de Juegos solitarios, 1993. Cat 367 Cynthia Gómez Cortés pág. 12

Confesionario la penitencia, 1998. Cat. 101 Confesionario el perdón, 1998. Cat. 102 Confesionario la culpa, 1998. Cat.103 Héctor de Anda pág. 16 Detalle de Sin título, 1999. Cat. 546 Mauricio Galguera Noguera pág. 22

Menina besada por peces, 1998. Cat. 440 Lucrecia Cuevas pág. 24 Detalle de El corte, s/f. Cat. 524 José Fors pág. 26

Reino anfibio, 1995. Cat. 771 Carla Rippey pág. 28 Detalle de Luz lejana II, 1998. Cat. 152 Mercedes Aspe pág. 30 Detalle de Bodegón de los recuerdos, 2005. Cat. 953 Miguel Ángel Suárez Ruiz pág. 32


Detalle de La estación violenta, s/f Emilio Ortiz pág. 34 Detalle de Reverdeciendo, 2004. Cat. 504 Noé Katz pág. 36 Detalle de entonces Gehová hizo llover sobre Sodoma y Gomorra, azufre y fuego, 1996. Cat. 333 Rafael Cauduro pág. 38 Detalle de La niña y el Judas, 1991. Cat. 132 Raúl Anguiano pág. 40 Detalle de El jardín oscuro II, 1999. Cat.1161 Carla Rippey pág. 42 Detalle de Doble retrato de patos con fondo de ladrillo, 1993. Cat. 908 Diane Wilke pág. 44 Detalle de Playa San Vicente, s/f. Cat. 213 Helen Bickham pág. 46 y 47 Detalle de Gioser de pájaros, 1985. Cat. 775 Oris Robertson pág. 50 Detalle de Embeleso, 1996. Cat. 1183 José Luis Romo pág. 52


Detalle de Coche verde (Serie breve historia), 1998. Cat. 1356 Trini pág. 53 Detalle de Touché, 1998. Cat. 316 Alfredo Castañeda pág. 55 Detalle de Sol y luna II, 1994. Cat. 921 Nahum B. Zenil pág. 57 Detalle de Procesión IV, 1972 Arnold Belkin pág. 58 Detalle de Sin título, 1999. Cat. 432 José Luis Cuevas pág. 60 Detalle de Detalle de Durmientes, 1991 Carmen Gayón pág. 61 Detalle de Quan Yin, 2000. Cat. 308 Hugo Fortis pág. 62 Detalle de Mis amigos y yo, 1990 Alfredo Castañeda pág. 63 Detalle de El exterminador, s/f. Cat. 591 Ramiro Martínez Plascencia pág. 64


Tres sirenas, 1993 Miguel García Ceballos pág. 66 Detalle de Travesía onírica III, 1994. Cat. 904 José Volcovich pág. 72

El arco del último patio, 1992 Agrós pág. 77 Serpientes y escaleras, 1996. Cat. 865 Mary Stuart pág. 80 Detalle de Autoconcepción, 1996 Carlos Vargas Pons pág. 85 Detalle de Yo soy amoroso, 1990. Cat. 522 José Esteban Martínez pág. 89 Detalle de La carreta, 1998. Cat. 515 Enrique Flores pág. 92 Detalle de De cabeza, s/f. Cat. 1353 Patricia Torres pág. 94


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