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Por qué seguimos asistiendo
Hace unos meses preguntamos a nuestros seguidores en los medios sociales: «¿Asiste usted a una iglesia acogedora? ¿De qué maneras su congregación lo hace sentir bienvenido?»
Recibimos respuestas desde todo el mundo. Aquí presentamos una muestra de ellas. —Los editores.
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La congregación me brinda una cálida bienvenida. No me deja de lado. Me trata como a alguien de la familia. —Sha Yan,
Filipinas.
Pertenezco a una iglesia que más allá de decir «Feliz sábado» busca conexiones más significativas, como por ejemplo preguntar por la familia, la vida diaria o lo que salió bien o no durante la semana. Me siento segura de compartir mis fracasos, mi dolor y mis gozos. Oramos los unos por los otros y nos conectamos a menudo para mantenernos al día. —Esther,
Estados Unidos.
Mi iglesia me permite crecer espiritual, relacional y emocionalmente. No soy la misma persona que era cuando llegué a esta iglesia. He aprendido que nada puede hacer que Dios me ame menos. Él me ayudará a pasar las situaciones difíciles, así como hizo en el pasado. El amor de Dios ha redefinido cada parte de mi vida. —Jennifer,
Estados Unidos.
Mi iglesia tiene encargados de saludar que dan la bienvenida a todos. Algunos miembros dan la mano y abrazos. Sentimos que somos parte de una gran familia. —Marcia,
Estados Unidos.
Entonamos himnos en tres idiomas diferentes para adaptarnos a todos los dialectos. Nuestro pequeño templo siempre está lleno. No hay nada más que podría pedirle a Dios que el gozo y las bendiciones que recibo en la iglesia adventista a la que asisto.
—Astrid, Kenya.
Nuestra declaración de misión expresa: «Conectados con Jesús. Conectados con la gente. Conectamos a la gente con Jesús». Nos enfocamos deliberadamente en los miembros, pero también saludamos a las visitas y nos aseguramos de que no tengan que arreglársela solos. Tenemos múltiples ministerios que incluyen una variedad de intereses y edades, tanto para los miembros como para los que no lo son. ¿Somos perfectos? No. Pero juntos estamos profundizando en nuestra relación personal con el Señor y aprendiendo a compartir las buenas nuevas. —Michaelynn,
Estados Unidos.
Todas las iglesias a las que he asistido han sido amistosas, me han saludado cálidamente, pidiéndome que participe de enseñar o de la Escuela Sabática, aun antes de pedir la carta de traslado.
Mi parte es ayudar a que nuestra iglesia sea cálida y acogedora. Mi tarea es saludar a las personas, notar si están tristes, tratar de sanar corazones quebrantados y ayudar con cuestiones financieras.
Deberíamos aliviar todas las cargas posibles. Todos quieren pertenecer, y todos podemos ayudar a que las personas se sientan bienvenidas. —Kay, Estados
Unidos.
Me siento bienvenida y muy satisfecha por la manera como se trata a las visitas en mi iglesia. No se hace distinciones de raza, sexo, edad, nivel educativo, o estatus económico. No importa qué tipo de automóvil tenga la persona o cuáles sean sus valores; es allí donde me siento verdaderamente en casa. —Kathy,
Estados Unidos.
Provengo de una familia disfuncional. Cuando tenía cinco años, mis vecinos adventistas nos invitaron a mi hermano y a mí a asistir a la Escuela Bíblica de Vacaciones. No teníamos lindas ropas, pero jamás olvidaré que los maestros nos aceptaron con calidez y nos enseñaron muchos cánticos, incluido el Himno del Conquistador («Conquistadores somos»). Eso me hizo sentir digna e importante. —Nii Reh, Filipinas.
La iglesia adventista donde soy miembro es la iglesia más amante y amigable que he conocido. Siempre buscamos cómo mejorar la manera de saludarnos y que los miembros y las visitas se sientan cómodos. Invitamos a las visitas a los almuerzos en la iglesia y los diversos eventos y les damos un presente de bienvenida. —Carm,
Estados Unidos.
No quiero que alguno piense que tengo todo en claro, que siempre amo a mi familia, amigos y miembros con la perfección con que Dios me ama a mí. Amar a los demás como Dios lo hace no puede lograrse en soledad o en la oscuridad: se requiere de una comunidad. Se requiere de un lugar que nos acepte como somos. En mis años de secundaria, encontré en la iglesia un lugar que fomentó el amor de Jesús y me invitó a hacer lo mismo. —Roman,
Estados Unidos.
Pueden venir a mi iglesia con sus quebrantos personales. Los miembros ayunan y oran por todos; los sostienen con sus oraciones. Amo a la familia de mi iglesia; son las manos y los pies de Dios, y marcan una diferencia en mi vida.
—Theresa, Sudáfrica.
Me siento bienvenido por cálidas sonrisas, sinceros apretones de manos y abrazos, y el sentimiento de que me pierdo mucho cuando no participo del culto con la familia de mi iglesia. —Dale,