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Fe en acción

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Voces jóvenes

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Fe en acción

Triunfo sobre la tragedia

Dios marca la diferencia

«Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jer. 1:5).

Confío en que Dios es mi Creador y que él ha estado conmigo toda mi vida. Me ha dado poder de vencer los obstáculos y me ha consolado y fortalecido durante los períodos dolorosos del camino.

PRIMEROS AÑOS

Nací y crecí en Mdantsane (Sudáfrica), como la menor de seis hijos, y la única mujer. Mi padre no era como otros padres. Se ausentaba por largos períodos. Cuando crecí, me di cuenta de que, en realidad, vivía en otro lado y no como parte de nuestra familia.

Mi madre jamás habló de papá con nosotros; se limitó a cuidarnos y se esforzó por alimentarnos. Vendía panqueques y bebidas de jengibre en el mercado local. Cada mañana, antes de ir a la escuela, le ayudábamos a acarrear los canastos con esos artículos.

Yo era buena estudiante y asistía a la iglesia cada semana, pero me hice amiga de jovencitos que no tenían un estilo de vida cristiano y me sumé a sus actividades. Mi madre, sin embargo, hizo lo mejor que pudo para mantenerme alejada de ellos y sus prácticas dañinas.

EL ATAQUE

Pero un día me golpeó la tragedia. Era mayo de 1996, y yo era una joven adolescente en la escuela secundaria. Recuerdo el día como si fuera ayer. Era el anochecer, pero ya estaba oscuro. Caminaba del supermercado local a casa cuando tres jóvenes me arrastraron detrás de un arbusto. Uno tenía un arma

y otro un cuchillo. Uno tras otro me violó, y entonces discutieron si matarme. El que estaba desarmado me dijo que corriera.

Corrí a casa y encontré allí a mi padre. No le dije ni a él ni a mi madre lo que había pasado, y me fui directamente a la cama. Pronto, sin embargo, la policía llamó a la puerta. Parece que alguien vio lo que había pasado y lo denunció a la policía. Cuando los agentes me preguntaron si los muchachos me habían hecho algo, respondí que no. No mentía; había bloqueado la experiencia traumática y no recordaba nada. Entonces, por alguna razón, después de que la policía se fue, mis padres me dieron una paliza, y terminé durmiendo en el baño.

A la mañana siguiente, el muchacho que había reportado el ataque vino con la policía y me hicieron la misma pregunta. Una vez más, respondí que no. Ahora que soy madre, me doy cuenta de que mis padres deberían haber contactado un consejero profesional para que determinara qué había pasado.

EL RECUERDO

Cuatro años después, estaba con amigos, y conversábamos sobre las violaciones. Dije algo así como: «Nadie tiene la culpa de que lo violen; nadie invita a otro a que lo violen por la ropa que usa», y entonces me desmayé. Mis amigos me llevaron a un hospital cercano, donde me trataron por la conmoción y el trauma.

El recuerdo de lo que me había sucedido esa noche de 1996 regresó como un torbellino, tan vívidamente como si recién hubiera sucedido. Cada detalle, aun el olor de los que me violaron, me llenó el olfato y la mente. Estaba destruida emocionalmente, y me sentía aterrada.

Finalmente les conté el incidente a mi madre y al resto de mi familia. En ese momento comencé la travesía hacia la salud. Al comienzo, pensé que esos muchachos me habían quitado cuatro años de vida, pero entonces me di cuenta de que Dios me había sustentado a lo largo de esos años. Me había protegido del cuchillo y el arma que llevaban los muchachos, y me había dado fuerzas para continuar, bloqueando la tragedia de mi mente hasta que pudiera hacerle frente.

Comencé a compartir mi historia con otros. Algunos respondieron con crueldad, y eso me lastimó profundamente. Otros mostraron compasión y me consolaron.

CÓMO LOGRÉ SEGUIR ADELANTE

Cuando llegó el tiempo de ir a la universidad, mi padre prometió pagarme los estudios, pero no lo hizo. Por el contrario, me atacó hasta que temí por mi vida.

Tuve que dejar de estudiar por falta de fondos, pero Dios no me abandonó. Santiago 1:12 me alentó: «Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman» (NVI).

El Señor abrió entonces el corazón de uno de mis primos, quien me pagó los estudios durante tres años, hasta que terminé con un título.

APARECE EL ARCO IRIS

Cuando me gradué, mi madre se alegró mucho, y ambas nos regocijamos por lo que había logrado.

Con el tiempo, me motivaron a solicitar trabajo en el departamento financiero del Departamento de Salud en Bisho, la capital de la provincia del Cabo Oriental en Sudáfrica. Allí fue cuando apareció el arco iris en mi vida. Podría ayudar a mi madre.

Las bendiciones de Dios continuaron. Conocí a Sakhi, un apuesto y cálido joven que ahora es mi esposo, y recibimos la bendición de tres varones. Comenzamos a asistir a la iglesia adventista local y fuimos bautizados.

Comencé a compartir mi historia con otros. Algunos respondieron con crueldad, y eso me lastimó profundamente. Otros mostraron compasión y me consolaron.

Mi vida no ha sido fácil, pero Dios me ha dado fuerza y valor para triunfar sobre las dificultades. También me ha ayudado a perdonar. Me siento agradecida por la sanación y el perdón que Jesús me ofrece, y ahora me doy cuenta de que perdonar a otros nos ayuda también a sanar personalmente.

Dios no se da por vencido ni abandona a su pueblo. Nos ama y hace lo que es mejor para nosotros. Lo alabo cada día por su amor, misericordia y perdón.

«Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren» (2 Cor. 1:3, 4, NVI).

Khanyi Blayi y su esposo Sakhi tiene tres hijos: Zingce, Ntsika y Awande. La familia vive en East London, Cabo Oriental, Sudáfrica.

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